NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46976
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

_

La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 20: Nueva amiga.

—Lo siento. ¿Estás bien? —Bella se preocupo del estado del chico en el suelo y trato de ayudarlo a levantarse, pero este se negó alejando su mano bruscamente.

—Estoy perfecto — Murmuro mientras miraba los ojos color caramelo de Bella y se quedo mudo por un momento. Su ritmo cardiaco se acelero notablemente, Bella sonrió y su corazón dio un brinco un poco brusco dejando desembocado aquel corazón lleno de vida.

Bella estaba tan hipnotizada con los ojos, puros de ese chico de piel blanca y cabellos cobrizos. Su rostro parecía esculpido en piedra, con una quijada cuadrada y fuerte. El chico llevo su mano y despeino, nervioso, su cabello de aspecto rebelde. Bella tuvo una especie de déjà vu cuando miro sus ojos verdes.

El momento era tan extraño y a la vez asombroso que no le importo mirarlo con intensidad hasta que el timbre sonó estruendoso que hizo que el chico diera un brinco, eso anunciaba la hora del almuerzo. Justo en ese instante muchos jóvenes salieron de sus respectivas aulas, logrando pequeñas brisas de aire que recorrieron el cuerpo del chico de ojos verdes, para después impactar su aroma en las narices de Bella. Los labios carnosos hicieron una mueca que se convirtió en una sonrisa torcida y hasta cierto punto seductora. Miles de ideas se recrearon en la mente de Bella, mil formas de cómo engatusarlo para beber hasta la última gota de su ser. Sin embargo Bella sabia controlarse ante la sangre de los humanos, aunque esta fuera, incluso, de mejor aroma que el resto, solo le incomodo y la ignoro como si nada.

El chico la miro extraño y confundido, con curiosidad en los ojos, entonces se ruborizo y se alejo. Por un momento pensó en ir tras él, justo cuando iba a dar el primer paso decidido alguien la interrumpió.

—Bella, te he buscado por todos lados —Esa era la voz cantarina y preocupada de Alice. Cuando Bella alzo la vista hacia su hermana, se dio cuenta que los pasillos estaban llenos de alumnos caminando en diversas direcciones —Debemos ir a la cafetería.

—Sí —Murmuro Bella, mirando la dirección en la que el chico ya había desaparecido.

.....

PROXIMAMENTE..... CLARO DE LUNA.

 

 

_____________

 

—¡Eh, Bella!

La voz procedía de la sala común, junto a la cual había pasado Bella a su regreso de la enfermería. Cuando se dio la vuelta vio que Paul le hacía señas.

 

—Eh, acabo de estar con Ángela —dijo—. Tiene buen aspecto.

 

—¡Genial! —exclamó él—. Sé que tenía ganas de verte. ¿Alice también ha ido?

 

Bella negó con la cabeza. ¿Acaso no se ha enterado de lo que ha pasado?

—¿No has hablado con Jasper? —preguntó con prudencia.

 

—No, hoy no lo he visto, y tampoco a Edward ni a Alice. ¿Tú sabes qué está pasando?

 

Bella bajó la voz.

—Hemos tenido un problema esta mañana.         

 

Le contó rápidamente lo sucedido en el tejado. Paul puso los ojos en blanco.

—Oh, no. Eso otra vez, no.

 

Bella dio un paso atrás con expresión de sorpresa.

—¿A qué te refieres con «otra vez» ?

 

— Alice solía hacer ese tipo de cosas constantemente. Por eso sus padres la enviaron a este colegio. A veces se le va la olla. Bebe demasiado, se droga, roba un Porsche, se cuela en la boda de un desconocido… Ya sabes. El típico rollo de «mi mamá no me quiere» —no parecía tenerle mucha simpatía—. Por eso rompí con ella. Tanto drama acaba por hartarte.

 

—¿Crees que la expulsarán? —preguntó ella.

 

Paul se echó a reír como si Bella acabara de hacer un chiste.

—Ni hablar. Sus padres están forrados y tienen buenos contactos. Podría cargarse a alguien y se quedaría aquí hasta el día de su graduación e incluso celebraría una fiestecita de despedida.

 

Antes de que Bella pudiera responder, él prosiguió:

—Sea como sea, al menos eso explica dónde se han metido Alice y Jasper… Ella está en apuros y él intenta sacarle las castañas del fuego, como siempre. Pero ¿dónde está Edward?

 

Bella le ofreció la versión abreviada de cómo ella y Edward se habían saltado el toque de queda la noche anterior.

 

—Espero que no se haya metido en un lío —deseó al concluir el relato.

 

—Oh, Tanya hará la vista gorda, te lo aseguro. Finge tratarlo como a uno más, pero todo el mundo sabe que lo quiere como a un hijo —le dirigió una mirada muy elocuente—. Y bien, ¿qué hay entre vosotros dos? ¿Estáis juntos ahora?

 

Roja como un tomate, Bella negó con la cabeza.

 

—No, claro que no. Solo somos colegas.

 

—Ya… —Paul no parecía convencido—. Colegas que se saltan el toque de queda para pasar un rato a solas en el bosque. Eso es un colega y lo demás son tonterías.

 

Le estaba tomando el pelo y Bella enrojeció aún más si cabe.

—No seas bobo —se defendió—. Da igual, el caso es que no sé dónde se ha metido.

 

—Espero que Jacob no la haya tomado con él. Está muerto de celos al ver que pasas tanto tiempo con Edward ahora que has roto con él.

 

Bella, que estaba mirando al suelo para ocultar el rubor de su rostro, levantó la cabeza de repente.

—¿Cómo sabes que he roto con él?

Paul volvió a sonreír.

 

—Bella, no hay secretos en Cimmeria, sobre todo en lo que respecta a las relaciones. Rosalie Hale lleva dando saltos de alegría desde el viernes por la noche, y anda diciéndole a todo el mundo que Jacob te dejó —explicó—. Pero dado que suele portarse como un desgraciado, todos hemos dado por supuesto que, en realidad, fuiste tú quien lo dejó a él. ¿Tengo razón?

 

Bella asintió.

 

—Ya. Puede ser un auténtico capullo a veces. Eso es lo que les pasa a los hijos únicos de padres multimillonarios —Paul sonrió con malicia—. Tú te mereces algo mejor. Edward es mucho más guay.

 

Al ver que Bella insistía en que Edward y ella solo eran amigos, se echó a reír y la interrumpió.

—Mira, me tengo que marchar. Voy a ver si Edward ha regresado a los dormitorios. O Sam o quien sea. Estoy aburrido. Como no pase algo pronto, tendré que ponerme a estudiar. Qué horror.

 

Justo cuando se disponía a marcharse se acercó una chica alta y elegante.

—¿Has dicho que te ibas a poner a estudiar, Paul? Por favor, no lo hagas. A lo mejor se acaba el mundo y he oído decir que hay pasta para cenar. No me la quiero perder.

 

—Muy bien —repuso él—. Entonces buscaré otra cosa que hacer. No quiero que te quedes sin espaguetis por mi culpa.

 

Bella y la recién llegada se miraron con curiosidad durante unos instantes antes de que Paul reparara en la situación.

 

—Oh, lo siento. No me había dado cuenta de que no os conocíais. Bella Swan, esta es Carmen Denali. Carmen, te presento a Bella. Deberíais charlar un poco. A lo mejor os caéis bien. Sois un par de bichos raros.

 

—Capullo —le espetó Carmen con afecto.

 

Sintiéndose excluida de aquella pullas amistosas, Bella se miró los zapatos, pero en cuanto Paul se alejó, Carmen se volvió hacia ella con una amplia sonrisa que revelaba unos dientes perfectos y unos hoyuelos encantadores.

 

—Paul es genial. De esos amigos con los que te llevas demasiado bien como para estropearlo con una cita. ¿Tú tienes alguno así?

 

Su piel era de un tono marrón dorado, tenía unos ojos almendrados y llevaba la melena negra y rizada recogida con un coletero fino trenzado en color plata.

 

Poseía una sonrisa tan irresistible que Bella sonrió a su vez sin poder evitarlo.

—Supongo que todo el mundo lo tiene —contestó pensando en su amigo Seth, de Seattle.

 

—Ya lo creo. Es ley de vida —Carmen se la quedó mirando un momento—. De manera que tú eres la famosa Bella, la chica nueva que está en boca de todos.

 

A Bella le gustó su voz; tenía un timbre meloso, con un ligero deje del norte.

—No estoy en boca de nadie —objetó Bella, azorada.

 

—Me temo que sí. En realidad, vamos juntas a clase de Historia, ¿sabes? —siguió hablando Carmen.

Bella trató de recordar si la había visto alguna vez, y le vino a la mente una vaga imagen de una chica seria que siempre conocía la respuesta a las preguntas de Banner.

 

—Llevas gafas —le dijo en un tono involuntariamente acusador—. Y eres listísima, ¿a que sí?

 

Carmen se sacó unas gafas de montura oscura último modelo del bolsillo de la falda apenas el tiempo suficiente para que Bella las viera.

 

—Culpable. Soy una empollona. No puedo evitarlo. Y solo me las pongo para mirar de lejos.

 

Se quedó callada un momento antes de decir:

—La gente habla mucho de ti, ¿sabes?

 

Bella hizo una mueca.

—Vaya, genial. ¿Y qué dicen?

 

Frunciendo el ceño con un gesto de concentración, Carmen le recitó toda una lista, rápida como una bala.

 

—Bueno, pues primero que salías con Jacob y luego que ya no salías; que eras amiga de Sam pero que ella se volvió loca; que fuiste tú la que encontró el cadáver de Leah en el vestíbulo… —se interrumpió—. Lo cual, de ser verdad, debió de ser horrible.

 

Al ver que Bella bajaba la vista, Carmen silbó entre dientes.

—Caray —echó un vistazo al reloj—. ¿Adónde ibas, por cierto? ¿Tienes algo que hacer?

 

Ella negó con la cabeza.

—Entonces vamos a comer —propuso Carmen. Echaron a andar por el pasillo—. Quiero saberlo todo. Incluido lo de Leah. Quiero conocer esa historia de Alice Brandon. ¿Qué pasó? ¿De verdad se tiró desde el tejado? Los rumores al respecto son alucinantes.

 

Sentada en un rincón apartado del comedor, ante un sándwich y una taza de té, Bella se sorprendió a sí misma contándoselo todo a Carmen. Le explicó cómo había encontrado a Leah y después a Ángela, al igual que toda la historia de lo sucedido en el tejado. Carmen, absorta en el relato, ni siquiera había tocado su comida.

 

¿Por qué le estaba contando a una desconocida cosas que no había compartido con nadie más? Bella no lo sabía. A lo mejor sencillamente necesito hablar con alguien que no sea un chico y que no amenace con tirarse desde el tejado, pensó. Fuera cual fuese el motivo, en cuanto empezó ya no pudo contenerse.

 

Carmen destilaba una honestidad intrínseca y profunda. Si bien conocía a fondo Cimmeria, conservaba cierta actitud crítica hacia sus costumbres. Lo sabía todo de todo el mundo y sin embargo guardaba las distancias con casi todos los alumnos. Paul parecía ser su único amigo, pero cuando

 

Bella le preguntó por qué no se sentaba a la mesa con él, Alice y Jasper, hizo una mueca.

—Es que no es mi ambiente —repuso.

 

Ahora bien, Carmen no se limitaba a escuchar. Resultó ser la mejor cronista de sociedad de toda Cimmeria.

—¿Cómo te las arreglas para enterarte de tantas cosas? —quiso saber Bella en determinado momento.

 

—Abriendo bien los oídos —explicó Carmen—. Te sorprendería descubrir cuántas cosas llegas a oír si te sientas en un rincón y finges ocuparte de tus propios asuntos. A lo mejor lo llevo en la sangre.

 

Mi padre es una especie de detective.

—¿Algo así como un poli? —preguntó Bella.

 

—Algo así.

Cuando el último de los alumnos abandonó el comedor y se quedaron a solas, Carmen le propuso un juego a Bella.

 

—Nombra a cualquier alumno del colegio y te contaré todo lo que dicen de él, rumores y hechos confirmados.

 

—¿En serio? —se rio Bella.

 

—En serio.

 

—Vale… Rosalie Hale —propuso.

 

Carmen sonrió.

—Buena elección. Increíblemente rica. Su padre es banquero de inversiones, vive en Kensington, se tira al ama de llaves. Compra a sus hijos con vacaciones en las Seychelles y soborna a la madre con la American Express negra —se sirvió un vaso de zumo—. Su hermano dejó Cimmeria el año pasado, ahora estudia en Oxford, donde aprende a hacer dinero como papá.

 

—Impresionante —dijo Bella mirándola con respeto—. ¿Y qué me dices de Kate? —preguntó.

 

Carmen asintió.

—Kate Matheson… Muy inteligente, expediente perfecto, aspecto perfecto; perfecta en todo. Da un poco de miedo. Su padre es consejero de la reina. Su hermano asistió a este colegio hace unos años y acaba de graduarse con honores en Historia antigua. Nada escabroso en su caso. ¿Quieres que te hable de Alice?

 

Bella tragó saliva, dudando un momento antes de contestar. En parte le parecía una traición. Sin embargo, Alice nunca le había contado gran cosa sobre sí misma y después de lo que había pasado…

 

—Sí —accedió.

 

— Alice Brandon—recitó Carmen de un tirón—. Hija del banquero y ex ministro de Gobierno Thomas Brandon, que ahora trabaja como ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, asentado en Suiza, con casa en Knightsbridge, Ciudad del Cabo, Saint Tropez… etcétera. Sus padres están divorciados. Papá tiene una nueva esposa seis años mayor que Alice. Mamá vive en Saint Tropez la mayor parte del tiempo. Un hermano, ocho años mayor, en Eton. Alice es muy inteligente… una estudiante de matrícula. Ha sufrido tres episodios de depresión y un intento de suicidio…

 

—¡Para! —la interrumpió Bella demasiado tarde.

 

—… hace un año y medio —terminó Carmen.

 

—¿ Alice intentó quitarse la vida? —susurró Bella.

 

Carmen asintió con gesto apesadumbrado.

—Durante las Navidades. Sus padres… Ninguno de los dos quiso pasarlas con ella. Se quedó aquí… y se tragó un montón de pastillas.

 

Bella sintió náuseas.

—¿Y cómo…?       

 

—Paul la encontró. Solo llevaban un par de meses juntos. Él se había quedado para hacerle compañía durante las fiestas. Al ver que no acudía a la comida de Navidad subió a buscarla y… feliz Navidad a todos —suspiró—. Le hicieron un lavado de estómago y la llevaron al psiquiatra. Paul no se despegó de ella ni un instante. Cuando mejoró, rompió con ella. Alice empezó a salir con Jasper tres semanas después.

 

—No me extraña que… —Bella dejó la frase a medias.

 

—¿Qué? —preguntó Carmen.

 

—Cuando le conté a Paul lo que Alice… Bueno, ya sabes, pues no pareció sorprendido.

 

—Ya, claro. No lo estaba —repuso la otra con frialdad.

 

—Pero ¿por qué Paul… por qué todos… siguen siendo sus amigos?

 

—Ya la conoces —contestó Carmen—. El noventa y nueve por ciento del tiempo es la chica más dulce y amable que hayas visto jamás. La gente le perdona el uno por ciento restante. Además, es una de ellos.

 

—¿Una de ellos? —se extrañó Bella.

 

—Ya sabes, es de familia rica, sus padres asistieron a esta escuela, algunos la conocen desde pequeña. Es cien por cien Cimmeria —arguyó Carmen.

 

Allí sentada, sumida por un momento en sus pensamientos, una idea escalofriante cruzó por la cabeza de Bella.

 

—¿Qué sabes de mí?

 

Carmen la miró indecisa.

—¿Estás segura de que lo quieres saber?

 

Asintió.

—Podré soportarlo.

 

Visiblemente incómoda, Carmen eligió muy bien las palabras antes de responder. —Vale, pero sé muy poca cosa y casi nada es relevante —hizo una pausa con expresión contrita —. Ahí va, pues. Nadie está familiarizado con el apellido Sheridan, de modo que no asistes a la escuela por derecho de sucesión a menos que sea por parte de madre. Eres hija única hasta donde la gente sabe. Tus padres realizan algún tipo de trabajo para el Gobierno. Te criaste en el sur de Londres. Posees un expediente criminal. Tus padres te enviaron aquí como castigo. Disfrutas de una beca. Encontraste el cadáver de Leah.

Bella tragó saliva con fuerza. Dicho así, de un tirón…

 

—Vale. Me siento como una fracasada.           

 

—Eh, yo no pretendía eso —Carmen parecía preocupada—. En realidad, no sé gran cosa de ti. Y no creo que seas una fracasada.

 

Bella caviló un momento antes de dirigirle a Carmen una mirada desafiante.

—¿Y qué me dices de ti?        

 

—¿De mí… qué? —repitió Carmen perpleja.

 

—Cuéntame cotilleos de ti misma.

 

Carmen sonrió.

—De acuerdo. Es justo. Veamos. Carmen Denali, hija de Rajesh y Linda Denali. Nacida en Leeds. Padre asiático, madre caucásica. El padre disfrutó de una beca en Cimmeria y ahora es un experto en seguridad internacional: trabaja para un par de gobiernos. Máximo secreto. Pertenece a la junta directiva de Cimmeria. Muy influyente. Carmen tiene una hermana, Minal, de doce años. La madre de Carmen posee dos doctorados, algo excesivo, en mi opinión, y dirige una empresa de investigación médica no muy lejos de aquí, donde la familia tiene una residencia palaciega de varias hectáreas. Carmen es una estudiante de matrícula en varias materias, sobre todo en ciencias, y de mayor quiere ser médico. ¿Vale?

 

Bella sonrió, pero no con los ojos.

—Vale.                                                       

 

Estaban empatadas.

 

 

El lunes por la mañana, Alice no apareció por clase de Biología. Incapaz de permanecer más tiempo en la inopia, Bella se quedó después de la clase para preguntarle a Eleazar dónde estaba su amiga.

 

—Como bien sabes, Alice ha cometido una grave infracción del Reglamento, Bella —el profesor se quitó las gafas de montura metálica—. De modo que se le ha aplicado el castigo que conocemos como suspensión domiciliaria.

 

—¿Y en qué consiste? —quiso saber ella.

 

Él se limpió las lentes con un pañuelo limpio de color blanco.

—Pues, en cuanto pueda abandonar la enfermería, Alice deberá permanecer en su habitación sin salir. Allí hará las comidas y los trabajos de clase, pero no podrá tomar parte en las actividades normales.

 

Bella jugueteó con la orilla de la camisa mientras consideraba el significado de aquellas palabras.

—¿Y cuánto tiempo estará… suspendida?

 

Eleazar volvió a colocarse las gafas.

—Solo una semana, siempre y cuando se atenga a las restricciones, lleve al día los deberes y no infrinja más normas.

 

—¿Y estoy autorizada a verla?

Él negó con la cabeza.

 

—Nada de contacto con el exterior, me temo, Bella. Debe dedicar este tiempo de aislamiento a reflexionar y a estudiar.

 

Bella, que había escuchado al profesor cabizbaja, alzó la vista con expresión preocupada.

—¿Está mejor? Ayer no… no parecía ella misma.

 

Detrás de las lentes, los ojos castaños de Eleazar la miraban con dulzura.

—Lo siento, pero no la he visto. Pregúntales a Emily o a Tanya; ellas han supervisado el castigo. No obstante, estoy seguro de que se encuentra bien.

 

Bella asintió.

—Gracias, Eleazar.

De manera que mete la pata hasta el fondo pero no la expulsan, pensó Bella mientras enfilaba el pasillo. Paul tenía razón.

 

Se preguntó si Alice seguiría desvariando o volvería a ser ella misma, aunque enseguida se sintió una traidora por haber pensado algo así. Pese a todo, no podía fingir que lo sucedido el día anterior no la llevaba a plantearse si realmente conocía a Alice.

 

La conversación con Eleazar la había entretenido más de la cuenta. Cuando entró en el aula de Literatura inglesa casi todos los alumnos ocupaban ya sus sitios de costumbre. Se sentó junto a Edward, que garabateaba en una esquina del cuaderno.

 

—Eh.              

 

—Eh tú —él le dirigió una sonrisa pero volvió a sus dibujos de inmediato.

—¿Dónde te habías metido? —le preguntó Bella mientras sacaba los libros de la cartera—. Llevo sin verte desde ayer por la mañana.

 

Edward le lanzó una mirada muy significativa.

—Ya sabes. Cosas.

 

Bella enarcó las cejas pero se abstuvo de preguntar.

—Eleazar dice que Alice pasará toda la semana en arresto domiciliario —dijo, pasando al mismo tiempo las hojas del libro.

 

—Se lo merece —respondió Edward, y después añadió por si no había quedado bastante claro lo que pensaba—: Y una camisa de fuerza tampoco le vendría mal.

 

—Buenos días, clase —la voz de Tanya salvó a Bella de tener que discurrir una réplica—. Hemos pasado unos días comentando la poesía de T. S. Eliot, y la semana pasada os pedí que leyerais una obra que ejerció una enorme influencia en su trabajo, Rubáiyát de Omar Jayam, de la cual existe una famosa traducción de un escritor llamado Edward FitzGerald. Si lo recordáis, hablamos del señor FitzGerald el viernes pasado…

 

Después de un fin de semana tan intenso, Bella no guardaba el menor recuerdo de la clase del viernes. Tendría que confiar en la palabra de Tanya.

 

—Empezaremos por mi pasaje favorito, la estrofa CIII. Jessica —miró a una chica rubia, muy guapa—, ¿nos la puedes leer, por favor?

 

Bella sintió una punzada de celos mezclada con sentimiento de culpa; Edward había llevado a Jessica al baile, y Bella la evitaba desde entonces. Recordó con cuánta adoración lo miraba ella. Sin embargo, el chico se había pasado toda la noche pendiente de Bella.

 

De pie, Jessica leyó con un timbre de voz dulce y cantarina:

He aquí la única certeza: peones somos de la misteriosa partida de ajedrez que juega Dios.

Nos mueve, nos detiene, nos eleva y nos arroja después uno a uno al abismo de la Nada.

 

—Gracias, Jessica—le indicó la directora.

 

De camino a su asiento, la chica dirigió a Edward una mirada esperanzada, pero él seguía pendiente de su cuaderno.

 

Vaya lío, se dijo Bella, que dibujaba en un papel un corazón negro atravesado por una flecha.

 

Tanya se apoyó en su mesa.

—Se trata de un texto casi existencialista, que me encanta tanto por su lóbrega concepción de la vida como por su humor negro (la mayoría recordaréis las teorías principales del existencialismo de principios del trimestre; si no es así, consultadlas en la biblioteca porque entrarán en el examen). El equilibrio produce un efecto muy especial. Y bien, ¿qué creéis que nos está diciendo?

 

Cuando Bella había leído el pasaje el domingo anterior, le había venido a la mente la clase de ajedrez que Alice había iniciado sin éxito hacía unas semanas. Sin embargo, sin darle tiempo a levantar la mano, Edward se le adelantó. La intervención la cogió por sorpresa; le había parecido que no prestaba atención.

 

—Creo que el poeta nos compara con peones de ajedrez. Y dice que solo el destino decide lo que nos pasa; con quién nos casamos, cuándo morimos. Pero ¿qué pasa con el libre albedrío? ¿Acaso no somos dueños de nuestras propias decisiones? ¿No radica en eso nuestro poder?

 

—Precisamente —repuso Tanya—. Por otra parte, ¿en qué medida afectan los caprichos del destino a nuestro libre albedrío?

 

—Pero eso es absurdo —la voz inconfundible de Jacob sonó al fondo del aula, y Bella se volvió en el asiento a mirarlo—. Todo depende de nosotros. El poder está en nuestras manos. El destino no existe. ¿Cómo va a existir?

 

—Típico —masculló Edward.

 

Jacob lo fulminó con la mirada.

—¿Qué se supone que significa eso, Edward?

 

Antes de que el otro pudiera responder, Tanya intervino.

—Me encanta comprobar que os tomáis la poesía tan en serio, pero jamás nadie se ha peleado en mi clase por Omar Jayam y prefiero que siga siendo así. Así pues, creo que podemos dar por analizado mi pasaje favorito. La siguiente estrofa que me gustaría comentar…

 

 

A lo largo de la semana, el colegio recuperó cierta normalidad algo descalabrada. El tufo del incendio se fue despejando poco a poco al mismo tiempo que empezaban los trabajos de reparación del salón de actos. Apareció un contenedor en la parte exterior del ala oeste y cada dos por tres se pedía a los alumnos que evitaran pasar por el tramo de pasillo que discurría entre el salón de baile y dicha ala. Los martillazos y el repiqueteo de las taladradoras se convirtieron pronto en la parte más molesta de la rutina diaria.

 

Enviaron a Ángela a su casa para que se recuperara de las heridas. Privada de sus dos mejores amigas, Ángela y Alice, Bella andaba casi siempre con Carmen, lo que implicaba pasar la mayor parte del tiempo en la biblioteca. De modo que no se sorprendió nada en absoluto cuando el viernes por la tarde después de clase Carmen propuso que fueran a estudiar allí juntas. Paul, que tenía un examen el lunes y todavía no había empezado a repasar, las acompañó a regañadientes.

 

Carmen se había revelado como la compañera ideal para hacer los deberes de ciencias porque, básicamente, lo sabía todo.

 

—Eres un fenómeno de las ciencias —se maravilló Bella, que escuchaba con una mueca cómo Carmen explicaba la estructura biológica de la tenia con los ojos brillantes del entusiasmo.

 

Alzando la vista de los libros, Paul intervino:

—¿Por qué crees que soy su amigo? No porque sea simpática ni nada de eso.

Carmen le propinó un codazo en las costillas y se volvió hacia Bella:

—Las ciencias se me dan de miedo, pero tú puedes echarme una mano con el francés. El francés se me da de pena.

 

—No le menciones a Bella el francés —la advirtió Paul. Como las dos lo miraban de hito en hito, él articuló—: Jacob.

 

—Oh, no.

 

Bella enterró la cara entre las manos.

—¿Demasiado pronto para bromear? —preguntó Paul.

 

Ella asintió, pero Carmen se estaba aguantando la risa.

—¿Qué? —se molestó Bella.

 

—Es solo que —dijo Carmen con lágrimas en los ojos— has roto con Jacob. Eso es como romper, no sé, con Dios o algo así —Paul y ella apenas podían contener la risa—. Todas y cada una de las chicas de este colegio se mueren por salir con él y tú vas y lo dejas.

 

Roja como un tomate, Bella miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los estaba oyendo.

—¿Queréis callaros? —farfulló entre dientes—. ¡En serio!

Mientras sus amigos hacían esfuerzos por controlarse y Carmen se enjugaba las lágrimas de risa, Bella pasó las páginas del libro con furia.

—Yo no tengo la culpa de que sea un gilipollas —masculló a la defensiva.

 

Carmen y Paul volvieron a empezar, aunque esta vez Bella se unió a ellos. La cosa tenía gracia en parte. Por horrible que fuera.

 

Aquella noche después de la cena, Bella, que estaba harta de tanta biblioteca, se retiró a la sala común para avanzar con las lecturas que tenía pendientes de Literatura. Aunque había trabajado a fondo durante toda la semana para ponerse al día, seguía yendo con retraso. A pesar del incendio y de la muerte de Leah, los profesores no habían aflojado el ritmo, así que Bella tenía montones de capítulos por leer.

 

Hacia las nueve, sin embargo, acurrucada en el sillón de piel que se agazapaba en una esquina junto a un piano olvidado, se quedó amodorrada con la cabeza apoyada en el reposabrazos, mientras que las palabras se iban emborronando en la página. Cuando un trozo de papel doblado en minúsculos pliegues cayó ante ella, tardó un momento en comprender lo que era.

 

—Tu colega Edward me ha pedido que te diera esto —susurró Paul recalcando la palabra «colega» con sarcasmo.

 

—¿Qué? ¿Dónde está? —preguntó Bella, que se sentó y miró a su alrededor.

 

Paul se encogió de hombros.

—Me he cruzado con él en el vestíbulo hace unos minutos. Tengo que irme. Estamos jugando al críquet en el jardín delantero.

 

Después de comprobar que nadie la observaba, Bella desplegó la hoja de cuaderno. La pulcra caligrafía de Edward ocupaba tan solo unas líneas.

 

Bella:

Tenemos que hablar.

Reúnete conmigo a las nueve y media en la biblioteca. Estaré en la zona de latín, en la esquina del fondo a la izquierda. Procura que Jacob no sepa que vas a reunirte conmigo.

C.

 

El corazón de Bella comezó a latir más deprisa. Apenas hubo acabado de leer la nota, Bella la dobló por la mitad para esconder el mensaje y la ocultó entre las páginas del libro. Los siguientes veinte minutos transcurrieron con lentitud mientras Bella se esforzaba en vano por avanzar en la lectura. Por fin, a las nueve y veinticinco, recogió las cosas, se desperezó con un movimiento exagerado como si estuviera muy cansada y se levantó.

 

—Bueno, tendré que irme a la cama —dijo en voz alta antes de encaminarse hacia la puerta.

 

Una vez en el pasillo, se detuvo para rebuscar entre sus papeles con el fin de averiguar si alguien la seguía. Cuando comprobó que nadie salía tras ella, se encaminó a la biblioteca, aunque volvió a mirar por encima del hombro antes de abrir la puerta.

 

La sala estaba atestada pero silenciosa. Caminó por las mullidas alfombras hojeando cada dos por tres las páginas de su cuaderno como si buscara algo. De vez en cuando, comprobaba los números de los libros alineados en los estantes y, por fin, como si hubiera descubierto adónde tenía que dirigirse, echó a andar decidida.

 

Debería hacerme actriz, pensó. Soy de lo más convincente.

 

Fue dejando atrás los recargados paneles tras los cuales se agazapaban los violentos murales de las salitas de estudio hasta llegar a la sección de lenguas clásicas. Cuanto más se alejaba, más desierta estaba la biblioteca. Para cuando llegó a las estanterías alineadas contra la pared del fondo, ya no había nadie en absoluto.

 

Como no conocía la ubicación exacta del apartado de latín, fue recorriendo un pasillo tras otro, sacando pesados volúmenes de vez en cuando para comprobar en qué lengua estaban escritos. Si bien encontró filas y filas de polvorientos libros en griego encuadernados en piel y montones de tomos en árabe, no conseguía dar con el latín.

 

—¿Por qué habrán escondido los libros de latín? —masculló—. ¿Será una especie de prueba de inteligencia? A ver, solo podrán leer en latín aquellos que…

 

—¿Bella?

Un susurro procedente del rincón más alejado interrumpió sus divagaciones.

 

—¿Edward?

En aquella zona apenas había luz. Mientras Bella forzaba la vista para distinguir quién la había llamado, una mano salió de entre las sombras para arrastrarla a un escondrijo improvisado entre dos altas estanterías.

 

—Dios mío —le espetó Bella—. Con un simple «hola» habría bastado.

Edward no sonrió.

—Perdona. Quería arrastrarte hasta aquí antes de que toda la biblioteca empezara a preguntarse qué hacías en la sección de lenguas clásicas hablando sola.

 

—Un trabajo sobre la antigua Roma para la clase de Historia.

 

Bella estaba orgullosa de su argucia, pero Edward no pareció impresionado.

—Estamos estudiando a Cromwell.

                                                                             

—Me he adelantado —replicó ella a la defensiva—. En algún momento estudiaremos Roma.

 

—Muy convincente.

 

Cuando reparó en la expresión lúgubre de su amigo, a Bella se le encogió el corazón.

—¿Qué pasa, Edward? ¿A qué viene tanto misterio? ¿Por qué no has venido a hablar conmigo en la sala común?

 

—Mira, tenemos un problema —se cruzó de brazos y apoyó la espalda contra la estantería como si quisiera poner distancia entre ambos.

 

—Vale —repuso ella—. ¿Y qué problema tenemos?

 

—De ahora en adelante, si alguien te pregunta lo que viste el viernes por la noche, les dirás que Leah se suicidó, ¿de acuerdo? —Bella abrió la boca para protestar, pero él la hizo callar con un gesto antes de seguir hablando—: Porque, en lo que concierne a todo el mundo, fue así, ¿vale? Leah se quitó la vida.

 

Se hizo un silencio mientras ella meditaba lo que acababa de oír.

—Pero yo sé que no es verdad —replicó.

 

—¿Ah, sí? —Objetó Edward—. ¿Y cómo lo sabes? ¿Por tu experiencia en medicina forense? Estaba oscuro, Bella. Había mucha sangre. Estabas aterrorizada. Así pues, no puedes afirmar con seguridad si Leah se suicidó o no. De modo que deja de jugar a los detectives.

 

—¿Acaso Tanya te ha pedido que me digas eso? —le preguntó ella enfadada.

 

—Nadie me envía.

Bella le miró a los ojos buscando detectar cualquier señal de opacidad por su parte, pero él no desvió la vista.

Edward le tomó la mano.

—Estoy de tu lado, Bella. De verdad.

 

—¡Entonces no lo pillo! —exclamó ella retirando la mano al mismo tiempo—. ¿Por qué me haces esto? ¡Yo sé lo que vi!

 

Él dio un paso adelante.

 

—Mira, Bella, se está corriendo la voz de que estabas con ella cuando murió.

 

—¿Que yo estaba… qué?

Bella lo miraba fijamente.       

 

—Y de que no solo fuiste la última persona que la vio con vida, sino también la única que vio su cadáver.

 

Ella negó con la cabeza.

—No…

 

Edward escogió las palabras con cuidado.

—Bella, corre el rumor de que tuviste algo que ver con la muerte de Leah.

 

 

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Chicas el segundo capitulo de hoy. ¿Que les parecio? ¿Ustedes creen que entre Edward y Bella solo hay una relacion de colegas? Espero que sigan leyendo, no dejen de comentar y de votar o hasta de recomendar el fanfic. Cuidense y esperen el proximo capitulo. Solo quedan 10 capitulos más :'(

Capítulo 19: Aclarando mal entendidos. Capítulo 21: Traicion

 
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