NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46952
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

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La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 15: Baile de Verano

Cuando Bella llegó al cuarto de Alice a las seis y media, esta y Ángela ya habían desperdigado los vestidos y revuelto los zapatos. Bella se encontraba mucho mejor; más normal. De algún modo, el sueño la había tranquilizado.

 

Pasara lo que pasase al día siguiente, aquella noche se iba a divertir. Pensaba disfrutar del baile. En el lago había dado un espectáculo.

 

¿Y qué? Ya había sobrevivido a cosas peores.

 

Antes de llegar a Cimmeria, nunca le había preocupado lo que pensaran de ella. ¿Por qué tenía que cambiar eso ahora?

 

Ángela, que asistiría al baile con Paul («Solo como amigos, ¿eh?»), estaba emocionadísima.

—¿No creéis que es el vestido perfecto?

 

Su alegría era contagiosa y al instante Bella se sintió más optimista respecto al mundo en general.

 

—Será precioso, estoy segura.

 

—Francamente, me conformo con pasar un rato con Jasper—suspiró Alice —. Llevo varios días casi sin verlo.

 

—¿Tienes alguna idea de lo que ha estado haciendo? —preguntó Bella, mientras colgaba el vaporoso vestido blanco de la puerta del armario.

 

Alice negó con la cabeza.

 

—Ni la más mínima. Solo sé que «está trabajando en un proyecto».

 

Lo dijo en un tono grave y como a la defensiva, tan parecido al de Jasper que a Ángela y a Bella se les escapó la risa.

 

—Sí, Jacob sería más «lo que estamós hasiendó es muy impogtante» —se burló Bella, y las tres se ahogaron de risa otra vez.

 

Una bandeja plateada con bocadillos triangulares y varias jarras de zumo aguardaba en el escritorio de Alice. Esta había insistido en que todas debían comer algo antes de salir. (« El año pasado casi me desmayo en el baile porque estaba tan nerviosa que no comí nada en todo el día».) Delgada como un tallo de margarita, Ángela mordisqueó con delicadeza el borde de un sándwich de pepino antes de dejarlo sobre una servilleta. Jo le lanzó una mirada de reconvención.

 

—Cómetelo, Ángela.        

 

—Pero es que no tengo hambre —protestó Ángela rechazando el tentempié.

 

Bella, que se había saltado la comida para poder dormir, cogió un sándwich de queso y le dio un gran mordisco.

 

—Dios mío, ¿cómo es posible que no estés hambrienta? Yo me muero de hambre.

 

Ángela, que aún no sabía cómo peinarse y empezaba a estar desesperada, les mostró en silencio una revista abierta por la foto de una actriz que lucía un complicado recogido.

 

—Ojalá me permitieras obrar mi magia y dejaras de preocuparte —dijo Alice —. Yo puedo hacerlo mejor. De hecho, Bella, te voy a peinar ahora mismo. Tengo el presentimiento de que arreglar a Ángela me va a costar una eternidad.

 

Bella se embutió el resto del bocadillo en la boca.

—Ufm —accedió mientras se sentaba en la silla.

 

—Exacto.

 

Alice le cepilló la melena y procedió a retorcérsela cuidadosamente con la cinta.

—Me encanta que me peinen —declaró Bella cerrando los ojos—. Es como si te dieran un masaje en la cabeza.

 

—Si la carísima educación de Cimmeria no da resultado, pienso abrir una peluquería en Seattle— Alice retorció un mechón con habilidad y lo prendió en su lugar—. La llamaré MayHair.

 

Bella se rio.

—Eres muy previsora. Vale, pues muy bien. Si esta carísima educación no da el resultado previsto, yo seré tu primera clienta.

 

Como Alice había predicho, tardaron siglos en arreglarse. El pelo de Ángela por sí mismo ya consumió la mayor parte del tiempo. Al final y tras muchas discusiones le hizo un moño sencillo que destacaba su cuello largo y esbelto.

 

—Es perfecto —Ángela sonrió a su propio reflejo en el espejo—. Alice, eres un genio.

—Ya lo sé —repuso ella mientras aÁngelaba su propio cabello para darle un favorecedor estilo garçon—. Pero a ver si sabes qué hora es.

 

Bella echó un vistazo al reloj y gimió.

—Dense prisa, señoritas, solo nos quedan diez minutos.

 

Cogieron los vestidos.

—Sabía que nos pasaría esto —dijo Alice mientras se deslizaba el minivestido plateado por la cabeza.

 

Bella la ayudó a subirse la cremallera, que iba a la espalda.

—Sí, lo sabías. Y mira de qué nos ha servido.

 

Mientras Bella se ponía el vestido blanco largo hasta los pies, Alice se calzó unas sandalias tobilleras y se dispuso a ayudar a las demás.

 

Bella la contempló con admiración.

—Pareces una estrella de cine.

 

—Querida, es posible, pero tú pareces una princesa de cuento.

 

Ángela llevaba un vestido de seda de un tono azul plata sujeto con delicados tirantes, y un chal de seda a juego que se dejó caer lánguido por la espalda. Cuando por fin se puso los zapatos, Alice y Bella aplaudieron con retintín.

 

—Estás preciosa pero, Dios mío, te cuesta una eternidad arreglarte —dijo Alice.

Ángela cogió su bolso de mano y sonrió sin rencor.

 

—Todo el mundo lo dice.

 

—¡Un momento! Que nadie salga de esta habitación hasta que nos hayamos hecho una foto.

 

Alice agitó una pequeña cámara.

 

Arrastró a Bella y a Ángela ante el espejo de cuerpo entero y las tres se apretujaron entre risas.

 

Cuando la luna las reflejó a las tres, levantó la cámara en alto e hizo la foto.

 

—Perfecto —aprobó mientras comprobaba la imagen—. Estamos increíbles.

—Es probable que nunca volvamos a tener tan buen aspecto —vaticinó Ángela en tono aciago. Bella y Alice se la quedaron mirando un momento antes de estallar en carcajadas.

 

—Eres la agonía personificada —dijo Alice abrazándola—. No me obligues a despeinarte.

 

Cruzaron la puerta a las ocho en punto. Desde lo alto de las escaleras, atisbaron a un montón de chicos escandalosos reunidos al pie, todos vestidos de gala.

 

Las chicas vacilaron apenas un segundo mientras caía el silencio entre los congregados abajo al divisarlas. A Bella, aquel momento le pareció irreal. La noche anterior había perdido los nervios y había estado a punto de ahogarse y pese a todo allí estaba, con un vestido precioso y rodeada de buenas amigas. Tuvo la sensación de estar viviendo la vida de otra persona.

 

Jacob, Paul y Jasper se hallaban entre el gentío pero no vio ni rastro de Edward.

Bella se irguió y metió el estómago. Alice capturó su mirada y le hizo un guiño; luego le tendió la mano. Bella se la cogió y le dio la otra a Ángela. Bajaron las escaleras juntas, entre un revoloteo de seda parecido a un batir de alas.

 

Concentrada en mantener el equilibrio sobre los tacones chupete de los zapatos que Alice le había prestado, Bella no apartó la vista de los peldaños. Cuando levantó la mirada, descubrió a Jacob ante ella, sonriendo. Soltó la mano de Alice.

 

Jacob la admiró sin reparos mientras le tomaba la mano, se la besaba y la colocaba sobre su propio brazo.

 

—Estás guapísima —dijo.           

 

Bella vio calor y deseo en sus ojos. Notó mariposas en el estómago.

Levantando la barbilla, le sonrió.

—Tú también.                                                   

 

Y era verdad. Aquel traje oscuro, de corte perfecto, le sentaba de maravilla. El patrón remarcaba la musculatura de los hombros y el pecho. Él la obsequió con su sonrisa perfecta.

 

De repente, la duda asaltó a Bella. ¿Estoy haciendo bien? ¿Y si Edward dice la verdad?

Como si la expresión de su rostro la hubiera traicionado, Jacob le acarició la frente con los dedos apartándole un flequillo invisible.

—Estoy deseando bailar contigo. Entremos.

 

Su voz transmitía tanta confianza y sus movimientos eran tan seguros que Bella irguió los hombros y echó a andar a su lado.

 

Se unieron a la marea de alumnos que, vestidos con elegancia, fluía hacia el salón de actos, donde el personal de servicio, de esmoquin junto a la puerta, ofrecía vasos largos de champán a los recién llegados. Cogieron un vaso cada uno y entraron.

 

En el interior, Bella esperaba encontrar una discoteca. En cambio, vio desplegarse ante sus ojos una escena de elegante anacronismo. Una pequeña orquesta tocaba un vals en un rincón. La luz de las velas destellaba por doquier, sobre las mesas, en candelabros, en apliques de pared, en el hogar de la chimenea. Además, todas las superficies estaban decoradas con flores blancas en jarrones. Habían cubierto las mesas con manteles de lino inmaculado, y las sillas lucían cintas de seda blanca. Un aroma a jazmín flotaba en el ambiente.

 

Tanya apareció luciendo una vaporosa túnica de gasa blanca ceñida en la cintura con un cordón dorado. Bella echó un vistazo a su propio vestido y pensó que, comparada con ella, parecía una niña pequeña. Tiró de la mano de Alice para llamar su atención y le hizo un gesto en dirección a Tanya.

 

Alice sonrió con suficiencia.

—¿Qué le vamos a hacer? Nuestra directora está buena.

 

Jasper los guió hacia una mesa situada en un rincón y aguardaron de pie unos instantes, algo incómodos.

 

—¿A qué estamos esperando? —le susurró Bella a Alice.

 

—Ya verás.

 

Al cabo de un momento, Tanya dio unos golpecitos con una cucharilla de plata en una flauta de champán y se hizo el silencio en la sala.

—Bienvenidos al ducentésimo vigésimo tercer baile de verano de Cimmeria.

Todos los presentes aplaudieron con entusiasmo, y la directora aguardó a que los aplausos se acallasen.

 

—Cada año, este constituye un acontecimiento muy especial en el que nos reunimos para celebrar la existencia de la escuela, su historia y vuestra presencia en ella; pues vosotros sois el futuro de Cimmeria. Muchos de vuestros padres asistieron a este baile años atrás, así como muchos de vuestros abuelos y bisabuelos antes que ellos. Ahora vosotros ocupáis su lugar. Jóvenes y esperanzados, como lo fueron ellos. Ahora formáis parte del círculo. Intacto.

Levantó el vaso.

 

—Por el baile de verano. Y por la Academia Cimmeria.

 

—Por el baile de verano —corearon todos—. Y por la Academia Cimmeria.

 

—¡Disfrutad! —gritó, y se echó a reír ante los estentóreos aplausos.

 

Cuando Jacob le retiró la silla para que se sentara, Bella se extrañó de la formalidad del gesto, pero enseguida advirtió que Jasper y Paul hacían lo mismo con Los asientos de Alice y Ángela.

 

La tradición, supongo.

 

Bella, que solo había probado algún que otro sorbo de champán en Navidad, pensó que tenía un sabor parecido a la sidra que solía beber con Seth y Embry.

 

Estupefacta, se quedó mirando el vaso. ¿Cuánto tiempo llevaba sin pensar en Seth y Embry?

 

Se preguntó qué estarían haciendo. Si seguirían metiéndose en líos. Fuera lo que fuese, pensó mirando a su alrededor, seguro que no se podía comparar a aquello. Se llevó el vaso a los labios. El segundo sorbo de champán le supo mejor.

 

En aquel instante, la orquesta procedió a tocar una melodía maravillosa. Parecía exótica, pero Bella se sintió incapaz de ubicarla. ¿Húngara? ¿Turca? Tan pronto como empezó a sonar, notó cierta excitación en el ambiente; era electrizante. Un par de parejas salieron a bailar unos complicados pasos que parecían consistir en vueltas dentro de otras vueltas. Tanto giro acababa por marear al espectador y al cabo de un momento desvió la vista aturdida.

 

—Es una canción tradicional de Cimmeria —Jacob, por lo que parecía, la había estado observando—. Fue escrita hace mucho tiempo para la propia escuela por un compositor egipcio que fue alumno del colegio.

 

—Nunca había oído nada parecido —repuso Bella.

 

Habría querido saber más, pero en aquel momento se acercaron los camareros portando bandejas de aperitivos. Jasper, Jacob y Paul se hicieron con varias piezas. Alice y Bella se conformaron con una cada una, pero Ángela rehusó con un gesto. Alice frunció el ceño, pero Ángela le respondió encogiéndose de hombros con candor.

 

—Todo es tan hermoso —dijo Bella, que mordía un langostino a la plancha.

 

—Llevan preparándolo desde ayer —repuso Alice —. Los martillazos han estado sonando hasta esta misma mañana.

 

—Es perfecto —asintió Jacob sonriendo a su pareja—. Creo que deberíamos bailar. Pero antes debes acabarte el champán.

 

Obediente, Bella dio otro sorbo y frunció la nariz cuando el agradable cosquilleo de las burbujas ascendió por sus fosas nasales.

 

—Una acaba por cogerle el gusto al champán —murmuró medio para sí. Los demás se echaron a reír.

 

—Sí —repuso Jasper alegremente—. Uno acaba por cogerle el gusto.

 

—No bebas tan deprisa —le advirtió Alice, y lanzó a Jacob una mirada de reconvención.

 

Bella rechazó el consejo con una sonrisa.

—Recuerda, mami, que solía beber un poquito de más.

 

Alice no se dejó intimidar.

—El champán de Cimmeria es muy fuerte, Bella.

 

—No le pasará nada —intervino Jacob. Se levantó y le ofreció la mano a su pareja—. ¿Me concede este baile?

 

El contacto la hizo estremecer.

—No tengo ni la menor idea de cómo se baila esta música, Jacob. Si lo intentamos, auguro humillación.

 

—Oh, no creo que sea para tanto.

 

El rostro de él reflejaba tanta seguridad que Bella estuvo tentada de creerle. Caminaron hasta el borde de la pista, donde las parejas seguían ejecutando complicados giros. Se movían a una velocidad sorprendente, en perfecta sincronía, y Bella los contempló sobrecogida. Vio a Tanya deslizarse con gracia en brazos de un hombre guapo y moreno que nunca había visto antes. La directora irradiaba tanta elegancia que Bella suspiró con envidia.

 

—¿Cómo es posible que todos bailen tan bien?

 

—La mayoría llevamos tomando clases desde la infancia.

 

—Me extraña que se siga haciendo esto.

 

—¿Ah, sí? —Jacob la tomó entre los brazos y le levantó la barbilla para obligarla a mirar sus propios ojos, más negros que la misma noche. Luego la asió con firmeza, ciñéndole la cintura con la mano derecha para mantenerla bien cerca y sosteniendo la diestra de Bella con la izquierda— . A mí me extraña que no se siga haciendo. Esta noche te enseñaré un baile, uno facilito. Tú limítate a seguirme. Empezaremos muy despacio. Izquierda derecha izquierda, izquierda derecha. Así.

 

Jacob le hizo una demostración y ella procuró imitarlo. Al principio, Bella se miraba los pies y lo pisaba de vez en cuando, pero él le alzaba la barbilla con el dedo índice para obligarla a mirar al frente.

 

—Nunca mires abajo. Mírame a los ojos, ellos te dirán hacia dónde tienes que ir. Y es izquierda derecha izquierda izquierda derecha una y otra vez. ¿Lista?

 

—No.

Jacob se rio y la guió bailando hasta la pista.

 

—Izquierda derecha izquierda izquierda derecha… Izquierda derecha izquierda izquierda derecha… —Bella murmuraba las instrucciones entre dientes mientras iba avanzando, pero tenía los ojos fijos en el rostro de Jacob. Despacio, completaron tres vueltas sin un solo error. Luego cuatro.

 

¡Cinco!

 

Bella no se lo podía creer.

—¿Cómo lo haces? —Dijo riendo con incredulidad—. En serio, Jacob, no sé bailar.

 

Él le sostuvo los ojos, que subían y bajaban al ritmo de los pasos.

—Lo hacemos porque confías en mí. Yo te guío. Tú me sigues. Es muy sencillo —sonrió—. Además, nos estamos moviendo muy, muy despacio…

 

Tras varias vueltas y conforme ella fue adquiriendo confianza, Jacob procedió a aumentar poco a poco la velocidad, hasta que empezaron a deslizarse como flotando sobre la pista.

 

Cuando advirtió que Bella ya se movía con seguridad, la besó suavemente en el cuello, justo debajo de la oreja. Ella sintió el cosquilleo con los cinco sentidos.

Jacob le susurró:

—Estás maravillosa esta noche, Bella. Gracias por haberme acompañado.

 

Bella notó que se ponía como la grana y su cuerpo respondió al de Jacob cuando él la ciñó con más fuerza. Entretanto, giraban en una serie de vueltas uniforme y constante. Bella se estaba mareando; el resto de la sala se transformó en un borrón de acuarela. Jacob y ella estaban completamente solos.

 

—Esto es increíble —susurró.

 

Tras lo que le parecieron tan solo unos minutos, los giros los llevaron al borde de la pista, y él la condujo de regreso a la mesa sin separar el brazo de su cintura.

Bella advirtió que la cabeza le daba vueltas y buscó apoyo en él.

 

—Estoy mareada.

 

—Es por el baile. No estás acostumbrada.

 

Ella miró hacia la pista y contempló los giros de los danzarines. Unas cuantas parejas se movían con dificultad mientras los demás los rodeaban como agua que fluye junto a las piedras.

 

Con una mano, Jacob tomó dos vasos de una bandeja itinerante.

 

—Lo que necesitas es más champán.

 

Con una sonrisa de agradecimiento, Bella aceptó el vaso que le tendía.

—Gracias. Estoy sedienta.

 

La bebida sabía tan bien y era tan refrescante que se la tomó de un trago.

—Sabes, el champán empieza a gustarme.

 

Él profirió una risa cálida. Lo tenía tan cerca que sintió la vibración de la carcajada en su propio cuerpo.

 

—Eso has dicho.

 

Bella buscó a Alice con la mirada entre el grupo de danzarines. Era fácil de localizar, con aquel vestido tan corto, sin duda el más diminuto de toda la sala. Jasper y ella giraban con gracia por la pista.

 

Vio también el vestido de Ángela, que revoloteaba a poca distancia mientras ella ejecutaba pasos sencillos en compañía de Paul.

 

Apenas advirtió que Jacob le cogía el vaso vacío de la mano para reemplazarlo por uno lleno.

 

Paseando la mirada por la sala, se percató de que Leah y Sam se dirigían de la mano a la pista de baile. Leah lucía un bonito vestido de seda de un tono rosa pálido que realzaba su figura atlética. A poca distancia, Eleazar charlaba tranquilamente con Emily, la bibliotecaria, que se había dejado el pelo suelto y llevaba un favorecedor vestido corto sin espalda de color negro.

 

—No es tan mayor —se sorprendió Bella.                                    

 

—¿Quién?                              

 

—Emily. Pensaba que era mayor. Ya sabes, que tenía más edad.

 

Jacob sonrió.

—Sí, creo que prefiere que la consideren mayor de lo que es. Si los alumnos supieran que es tan joven, nadie se la tomaría en serio. Fue alumna del colegio hace seis años —la miró de arriba abajo —. Muy sexy, Emily.

 

Bella le dio un suave puñetazo en el brazo.

—¡Eh! ¡Cuidado! Recuerda quién es tu pareja esta noche.

 

Él sonrió con malicia.

—No podría olvidarlo. Y de hecho, creo que ha llegado el momento de que mi pareja vuelva a bailar conmigo. Vamos, en marcha.

 

Apuró la bebida y esperó a que Bella vaciara su vaso antes de cogerle la mano.

 

Mientras se dirigían al centro de la pista, Bella notó que se tambaleaba un poco y se apoyó en Jacob para recuperar el equilibrio. En aquel instante, Edward apareció ante ellos. El chico posó los ojos en ella, y Bella, recordando el incidente de la clase de Literatura, sintió como una descarga.

 

Entonces advirtió que Edward rodeaba con el brazo a una chica bajita vestida de tafetán azul. Era guapa, rubia, con el pelo largo y rizado. Sin que Bella tuviera tiempo de saludarlo, él le dio la espalda con deliberación y sonrió a su pareja antes de susurrarle algo al oído que la hizo reír.

 

Bella se sonrojó y debió de crisparse, porque Jacob miró a su alrededor para averiguar qué la incomodaba. Cuando divisó a Edward entornó los ojos y tensó el brazo que le ceñía la cintura.

 

—¿Todo va bien? —le preguntó con frialdad.

 

Forzando una sonrisa, Bella lo arrastró a la pista de baile.

—Todo va de maravilla.

 

Sin embargo, advirtió que había arrastrado la última palabra. Frunció el ceño mientras intentaba pensar por qué.

 

Maldita sea. ¿Estoy borracha? ¿Ya?

 

—Pareces —empezó a decir él mientras daban los primeros pasos— un ángel.

Edward estaba allí mismo, al borde de la zona de baile, Bella podía notarlo. Seguramente los estaba mirando. Junto a su pareja.

 

Muy bien. Que mirase cuanto quisiera.

Estrechó más a Jacob contra sí.

—Pues yo no me siento nada angelical.

 

Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada al tiempo que iban ganando velocidad. Esta vez, los pasos del baile eran más sencillos y Bella se dejó llevar por el movimiento y la música, permitiendo que Jacob dirigiera los pasos. Se sentía como flotando y notaba un mareo agradable.

 

Cediendo a la sensación con un suave suspiro, se apoyó en su brazo y dejó que él la sostuviera. El aire revoloteaba a su alrededor.

Él se acercó más a Bella hasta que sus labios encontraron su oreja; cuando le mordió el lóbulo con fuerza, ella ahogó un grito y se habría caído al suelo de no haberla sostenido él con firmeza.

 

Tras eso, Jacob guardó silencio durante tanto rato que Bella lo miró preocupada.

—¿Todo va bien?

 

—Lo siento —repuso él con un tono de voz tenso—. Eres irresistible.

 

Tenía una expresión tan intensa que Bella se puso nerviosa.

Jacob la llevó bailando hasta el borde de la pista y la obligó a salir a toda prisa del salón.

Sintiéndose un poco achispada, Bella se aferró a su mano con fuerza mientras él la arrastraba deprisa hacia la noche oscura, pasando junto a un grupo de alumnos que charlaba cerca de la puerta trasera y torciendo la esquina hasta una zona tranquila y desierta donde nadie podía verlos.

Bella hizo un esfuerzo por hablar sin arrastrar las palabras.

 

—¿Adónde va…?

 

Sin ningún miramiento, Jacob la empujó contra la pared. Ella gritó al notar el impacto, aunque se sentía como envuelta en una nube de algodón.

 

—¡Basta! Jacob, me estás haciendo daño.

 

Los ojos del chico brillaban a la luz de la luna y Bella creyó advertir algo parecido a ferocidad en ellos. —Ni un segundo más.

 

Jacob la besó con tanto ímpetu que le estrelló la cabeza contra la pared. Bella, que se había mordido la lengua, notó que se le saltaban las lágrimas por la fuerza del golpe. Se debatió para liberarse, le golpeó el pecho con los puños, pero todo le daba vueltas y al cabo de un momento ni siquiera podía recordar por qué estaba luchando.

 

Una memoria vaga relacionada con la advertencia de Edward se abrió paso entre las brumas de su pensamiento: No confíes en Jacob. Es un mentiroso.

 

En aquel momento, él la obligaba a levantar la barbilla para besarle el cuello. Por un instante le gustó la sensación, pero entonces notó un pellizco tan fuerte que dio un respingo de dolor. Tratando de escabullirse, apretó el cuerpo contra el de Jacob, pero no podía moverse; él la presionaba con fuerza. Las manos de él ascendieron desde la cintura de Bella hasta sus pechos, y ella empezó a asustarse de veras. Una lágrima le surcó la mejilla mientras trataba de alejar de sí el cuerpo de Jacob, pero sus esfuerzos no parecían surtir ningún efecto.

 

—Me deseas —susurró él. Le cogió el cuello con la mano izquierda y se lo apretó con tanta fuerza que ella apenas si podía respirar.

 

—¡Basta!

La voz de Bella era solo un susurro.

 

Le clavó las uñas en las muñecas pero nada podía contra su fuerza.

 

—Dilo —insistió él apretando con más fuerza—. Dime que me deseas.

 

—Hazte una pregunta, Jacob. Si obligas a alguien a que te desee, ¿el deseo es genuino?

 

La voz de Edward sonó justo detrás de Jacob.

 

La presión de la mano cedió lo justo para que Bella pudiera respirar, pero no la liberó cuando Jacob se volvió a mirar a Edward. Mientras ella inhalaba aire, reparó en la sonrisa salvaje del que la aprisionaba.

 

—Oh, lárgate, Edward.

 

Este no se amedrentó.

—¿Qué intentas obligarla a decirte, Jacob? Deletréamelo. Como si fuera tonto.

 

—No es asunto tuyo, Edward. Tus celos son patéticos.

 

—Díselo a Tanya. Y, ya puestos, cuéntale lo que estabas a punto de hacerle a Bella. Y después podéis mantener una larga charla acerca del Reglamento.

 

Mareada y perpleja, Bella se debatió para zafarse mientras paseaba la vista de un rostro al otro.

 

Se humedeció los labios y se esforzó por hablar con claridad.

—Edward, ¿qué está pasando? No entiendo…

 

Él seguía pendiente de Jacob.

—No. Pero Jacob sí, ¿verdad?

 

Ambos se lanzaron miradas de gélido desafío, y por un instante Bella pensó que Jacob no iba a liberarla. Se preguntó qué haría Edward de ser así.

Afortunadamente, sin previo aviso, el chico la soltó y se apartó de ella.

 

—Muy bien, Edward. Hazte el héroe. Salva a la chica. Pero ambos sabemos que eres penoso. Y es a mí a quien desea.

 

Con los hombros tensos y los puños cerrados, Edward dio un paso hacia delante, pero cuando iba a abalanzarse sobre Jacob unos gritos hendieron el aire nocturno. Los dos chicos se quedaron petrificados.

 

Cuando Edward se giró hacia Bella, la rabia había desaparecido de su expresión. Parecía alerta… en guardia.

—Bella, quédate aquí. No te muevas.

 

Jacob no se volvió a mirarla cuando ambos se alejaron corriendo hacia el edificio. Temblando, Bella permaneció donde estaba. Al palparse la cabeza, notó un chichón bajo la yema de los dedos.

¿Cómo es posible que el champán me haya subido tanto? ¿Y qué diablos acaba de pasar?

 

Se rodeó el pecho con los brazos. Notaba todo el cuerpo entumecido; sabía que tenía magulladuras en las extremidades y que, por la mañana, el dolor de cabeza sería insoportable.

 

Jacob se había vuelto loco, pero ella no había luchado bien. No había sabido defenderse. Estaba demasiado borracha, pensó asqueada. O quizás… su expresión cambió, ¿me ha puesto algo en la bebida?

 

No era la primera vez que probaba el alcohol y tampoco se había emborrachado nunca con una sola lata de sidra. Además, solo había bebido tres vasos de champán. A medida que la idea tomaba forma en su mente, una expresión horrorizada fue asomando a su semblante.

 

¿Sería capaz Jacob de hacer algo así?

 

Apenas había acabado de pensarlo cuando oyó unos gritos penetrantes. Sonaban muy cerca, justo al doblar la esquina. Buscó refugio en las sombras y apretó la espalda contra la pared.

 

Se oyó un choque, ruidos de lucha. Luego silencio.

 

Bella contuvo el aliento.

 

Al cabo de un momento, pasos en la oscuridad. Que corrían hacia ella. Deprisa.

—¿Edward? —preguntó por si acaso.

 

Los pasos se detuvieron.

 

Ahogando un grito, Bella comprendió su error. La adrenalina que corría por sus venas se llevó las brumas del alcohol mientras ella se pegaba aún más a la pared, sintiendo el frescor de los ladrillos rugosos contra la piel. Intentó encogerse al máximo. Aunque no veía nada, había alguien allí; se sentía observada. Inmóvil, casi sin respirar, contó los latidos de su corazón.

 

… diez, once, doce…

 

Los pasos resonaron de nuevo, en su dirección. Más despacio esta vez.

 

Ayudándose en la pared para darse impulso, Bella dobló la esquina y corrió a toda velocidad hacia la entrada del colegio. Las pisadas la seguían de cerca.

Rápidas.

Apretó aún más el paso para dejarlas atrás, pero tropezó con un bulto blando. Con un grito, perdió el equilibrio y rodó por el suelo.

 

Acurrucada en la hierba fría y húmeda, se cubrió la cabeza a la espera de un ataque que no llegó a producirse. En cambio, oyó unos pasos que se alejaban corriendo hasta perderse en la noche.

 

Bella permaneció inmóvil unos instantes para asegurarse de que estaba sola. Luego se sentó despacio y miró a su alrededor.

Se había ensuciado las manos con algo húmedo y pegajoso. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver que había tropezado con una chica vestida en tonos claros que yacía boca abajo en el suelo. La tocó con cuidado pero no se movió. Empujándola por los hombros, le dio la vuelta.

 

—Eh, ¿te encuentras bien?

 

En aquel momento se dio cuenta. Perdió el aliento.

El mundo se quedó en silencio.

Se alejó a rastras de la chica, sin dejar de mirar la forma que se perfilaba en la oscuridad.

 

Aturdida, Bella se levantó como pudo y se dirigió lentamente a la puerta trasera. Dentro, las luces estaban apagadas, y en el pasillo reinaba la oscuridad y el caos.

 

Olía a humo. La gente pasaba por su lado gritando y corriendo. Tenía la sensación de ser incorpórea, de no formar parte del mundo que la rodeaba. Caminó mirando al frente, con las manos ensangrentadas colgando a los costados. Una y otra vez se repetía mentalmente las mismas palabras: Esto no es real.

 

No puede ser real.

Nada de esto es real. No puede ser real…

 

A medida que se acercaba al salón de baile notó que el humo se iba espesando. Le escocían los ojos. El salón de actos —que pocas horas atrás había lucido tan bello con sus velas centelleantes y sus flores blancas— ardía en llamas. La única iluminación procedía de las linternas que sostenían los profesores y del propio fuego. Entre la penumbra, chicos de esmoquin sofocaban las llamas con manteles empapados mientras que muchachas vestidas de noche transportaban agua en cualquier recipiente que pudieran encontrar: cubiteras, fuentes de ponche, floreros. El suelo estaba sembrado de zapatos de tacón alto y de vasos de champán rotos.

 

El incendio no era demasiado intenso y ya empezaba a ceder; saltaba a la vista que los alumnos le estaban ganando la batalla. El mayor problema procedía de la densa humareda, que dificultaba la respiración.

 

—¡Abrid una ventana! —gritó alguien.

 

—¡No! —fue la rotunda respuesta—. El aire avivará el fuego. Salid si necesitáis un descanso.

 

De algún modo, reconocer la voz severa de Banner reconfortó a Bella, que permanecía atónita

 

en mitad de la sala, incapaz de asimilar lo que estaba pasando.

—¡Bella! ¿Estás bien? — Alice apareció a su lado con la cara manchada de hollín y un jarrón vacío en las manos—. Dios mío. ¿De dónde ha salido esa sangre? ¿Estás herida?

 

Tras dejar caer el vaso, cogió las manos ensangrentadas de Bella y la obligó a darse la vuelta en busca de heridas visibles. Ella negó con la cabeza aunque, por un momento, no pudo articular palabra. Movió los labios, pero los sonidos no acudían a su garganta.

 

—Bella, me estás asustando —las lágrimas inundaron los ojos de Alice —. Por favor, por favor, por favor, dime que estás bien.

 

Aquellas palabras hicieron reaccionar a Bella, que rompió a hablar con precipitación mientras apretaba las manos de Alice con tanta fuerza que debió de hacerle daño.

 

—Oh, Dios mío, Alice. He oído unos gritos y… Había sangre… por todas partes.

 

Aterrada, Alice abrió sus ojos color miel de par en par y aferró las manos de Bella a su vez.

—Bella, por favor, intenta explicarte… ¿De dónde ha salido esa sangre?

 

Ella se miró las palmas.

— Alice, la sangre es de Leah. Está ahí fuera. Tiene la garganta… cortada. Degollada. Creo que está muerta.

 

Tragando saliva con fuerza, Jo sacudió los brazos y gritó con desesperación:

—¡Eleazar!

 

A través del humo y la oscuridad, Bella vio a su amiga correr hacia el profesor, que con la cara negra de hollín apagaba rescoldos con un mantel empapado. Emily también andaba cerca, con la melena enredada cayéndole por la espalda. Se había quitado los zapatos de tacón y, descalza, disparaba espuma con un extintor. Alice habló con rapidez y aunque Bella no pudo oír las palabras, distinguió el pánico grabado en su rostro.

Eleazar y Emily intercambiaron una mirada. La bibliotecaria le tendió el extintor a otro profesor y ambos se fueron corriendo.

 

Cuando Alice volvió a su lado, Bella miró a su alrededor.

—¿Dónde está Ángela?

 

Alice se mordió el labio.

—No podía encontraros a ninguna de las dos por ninguna parte.

 

—¿Entonces no la has visto? —Bella se dio cuenta de que gritaba como una histérica, pero no podía evitarlo—. Alice, ¿y si está herida? Podría estar… como Leah.

 

Notó que se le saltaban las lágrimas pero bregó por contenerlas mientras su amiga le tomaba las manos ensangrentadas.

 

—Mantén la calma, Bella. Aún no he tenido ocasión de buscar —paseó la vista por la sala—. Parece ser que el incendio está controlado. Vamos a buscarla juntas.

 

Rápidamente, Alice echó a andar por la sala arrastrando a Bella consigo. Se abrían paso entre el humo suspendido, preguntando a todo el mundo que podían encontrar.

 

Nada.

 

—A la puerta principal.

Alice echó a correr con Bella pisándole los talones. Ya divisaban la puerta principal cuando se detuvieron de golpe. En el vestíbulo de entrada, un cuerpo frágil vestido de azul plateado yacía inmóvil sobre el suelo de piedra, con un chal largo y vaporoso extendido a ambos lados, como unas alas llevadas por una brisa que solo ella pudiera sentir. Tenía un candelabro de madera largo atravesado sobre el cuerpo.

 

—Oh, no —las palabras de Alice surgieron en un susurro mientras ambas corrían hacia la chica tendida.

 

Bella se acuclilló a su lado y le cogió la mano.

—Está viva —dijo.

Alice retiró el candelabro y lo arrojó a un lado. Ángela tenía el pelo echado sobre la cara. Al apartarlo con suavidad, Bella dejó a la vista el profundo corte de la mejilla.

 

Alice gritó con debilidad y se llevó la mano a la boca con los ojos bañados en lágrimas.

 

—¿Ángela? Ángela, despierta. ¿Me oyes? Tienes que despertar.

 

Bella pronunció la última palabra con tal fuerza que pareció reverberar en el vestíbulo.

 

Vio unas gotas caer sobre el vestido de Ángela y tardó un momento en comprender que eran sus propias lágrimas. Tapándose la cara con las manos, rompió en sollozos. Entretanto, Alice lloraba a su lado.

 

—Despierta.

 

_____

Bueno, pues supongo que sus expresiones han de ser así :O o.O ?

Pero diganme que opinan, yo por mi parte creo que Jacob es un patan. Hacerle eso a Bella? Casi la viola, por fortuna nuestro Edward llego para salvarla. Y bueno eso que sucedio con Leah es super triste :(

 

 

Chicas dejen sus votos y comentarios. BYE

Capítulo 14: Chapuzón Capítulo 16: Después del Caos

 
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