NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46966
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

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La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 23: Origenes

—¿Ese es tu pie? ¿O el de otra persona?

 

Bella habló con un susurro tan quedo que su voz pareció fundirse en la negra oscuridad que los rodeaba.

 

—Pues claro que es el mío —cuchicheó Edward—. ¿De quién iba a ser si no?

 

Cruzaban de puntillas el pasillo que discurría desde la escalera hasta el despacho de Tanya. Reinaba un silencio sobrenatural; el edificio no crujía ni se asentaba, como si contuviera el aliento.

 

Edward le había explicado que, como parte del entrenamiento, los alumnos de la Night School patrullaban los pasillos del colegio por la noche, pero no a todas horas. Por eso al bajar se habían escondido en una recámara del primer piso hasta que un par de sombras pasaron por su lado, silenciosas como la muerte.

 

Después, tenían más de una hora antes de que la patrulla volviera a hacer la ronda, según calculaba Edward. Se deslizaron escaleras abajo, procurando no pisar el peldaño que crujía hacia el final. Habían llegado ya frente a la puerta del despacho, casi invisible, y aguardaban a estar seguros de que la directora no estaba dentro.

 

—¿Por qué iba a estar? —susurró Bella—. Es la una de la madrugada.

 

Edward se encogió de hombros, pero por la expresión de su cara ella dedujo que la posibilidad no era tan remota. Como no se oía nada al otro lado de la puerta, el chico dio por fin el visto bueno. Con la mano en el pomo, miró a Bella a los ojos.

 

—Tres —dijo en un cuchicheo—, dos… uno…

 

Hizo girar el picaporte.

La puerta estaba cerrada con llave.

 

Edward maldijo entre dientes y Bella sofocó una risilla.

—¿Plan B?

 

Él se sacó del bolsillo un alambre retorcido.

—Dos minutos —dijo—. Cronométrame.

 

Agachado junto a la puerta, metió el alambre en una cerradura que Bella no alcanzaba a ver y hurgó con cuidado usando solo la punta de los dedos hasta que, sin previo aviso, el mecanismo cedió.

 

—Guau. Menos de dos minutos —se admiró ella—. ¿Dónde has aprendido a hacer eso?

 

Él le lanzó una mirada de suficiencia.

 

—¿Tú qué crees?

 

—¿En la iglesia?

 

Edward sonrió al tiempo que empujaba la puerta. Se abrió con un sonido parecido a un suspiro.

 

—Sí, claro.

 

—Y bien —susurró Bella mientras entraba en el despacho—, ¿reventar cerraduras te prepara para ser un buen primer ministro?

 

Tras cerrar la puerta a su espalda, Edward retiró una manta de cachemira color crema de una de las butacas de piel antes de utilizar el mueble para atrancar el paso.

 

—No tengo ni idea.

 

Con un chasquido que pareció resonar en el silencio del edificio, encendió una lamparilla de escritorio. De pie tras la mesa, ambos pasearon la vista por el despacho de Tanya, que contenía un tapiz con un unicornio, gruesas alfombras orientales, estanterías atestadas de libros y revistas, y diversas vitrinas de ébano llenas de ficheros ordenados. En el escritorio, entre montones de papeles, descansaba una taza de té con el emblema del colegio. En el aire se percibía el característico perfume cítrico de Tanya.

 

—Me siento como una delincuente —susurró Bella, repentinamente intranquila.

 

—Ah, no, ni hablar —repuso Edward—. Ahora ya estamos aquí. Acabemos cuanto antes.

 

Ella comprendió que tenía razón. Era demasiado tarde para echarse atrás.

—¿Por dónde empezamos?

 

Bella lo había preguntado casi para sí, pero Edward le respondió de inmediato.

—Yo miraré en las estanterías. Tú ocúpate de los armarios.

 

Durante media hora trabajaron en un silencio apremiante. Edward comenzó por el lado izquierdo de la habitación y fue revisando un estante tras otro en busca de algo que le llamase la atención. Bella se sentó en el suelo para ver mejor el contenido de aquellas vitrinas bajas.

 

La primera contenía documentos relativos al mantenimiento: facturas de teléfono, recibos… Nada de interés. La segunda albergaba documentación académica, exámenes de graduación y otros testimonios de la actividad escolar acumulados a lo largo de los años.

 

En cuanto abrió la tercera vitrina, supo que había encontrado lo que buscaba.

 

—Premio —susurró.

 

Edward alzó la vista.

—¿Qué es?

 

—Documentación de los alumnos.

 

Él dejó lo que tenía entre manos y se acercó. En busca del expediente de Leah, Bella fue pasando las carpetas de los alumnos cuyos apellidos empezaban por C.

 

Dejó de mirar.

—No está aquí.

 

Edward pareció perplejo.

 

—Tiene que estar. Vuelve a mirar.

 

—Clearwater—musitó Bella por lo bajo—. C-l-e-a-r-w-a-t-e-r. No. No está.

 

—A lo mejor está en la letra equivocada —insistió él—. Mira desde el principio.

 

Bella repasó impaciente las carpetas de papel manila etiquetadas con cuidado, leyendo nombres familiares así como otros que no le sonaban de nada, hasta que llegó a uno que la hizo detenerse.

 

—¿Lo has encontrado? —preguntó Edward.

 

—No… Es el mío.

Tenía la punta de los dedos sobre un grueso clasificador que llevaba escrito su nombre con un trazo grueso de tinta negra.

 

—Cógelo.

 

Bella reparó en el tono tenso de la voz.

 

—¿Tú crees? —dudó.              

 

—Dos cosas, ¿recuerdas? —la apremió—. Estamos buscando dos cosas.

 

No muy convencida, Bella dejó su propio expediente a un lado y siguió inspeccionando los documentos, dudando ante uno etiquetado con el nombre de Edward Cullen.

 

—¿Quieres el tuyo?

 

Negando con la cabeza, él rehusó con sequedad.

—Ya sé lo que dice.

 

—Vale.

 

Bella revisó los pocos clasificadores restantes.

 

—El expediente de Leah no está aquí.

 

—Deben de haberlo sacado —Edward se dirigió al escritorio de Tanya—. A lo mejor está en su mesa. Iré mirando. Tú echa un vistazo a tu expediente.

 

Ella se sentó en el suelo, con la mirada fija en la superficie negra de la carpeta y los dedos prestos.

 

¿Realmente quiero saber la verdad?

 

Oía a Edward removiendo papeles y abriendo cajones por encima de ella. Se movía con rapidez… no tenían mucho tiempo. Abrió el clasificador.

 

Las primeras páginas no eran sino los documentos de rigor: los formularios de admisión habituales, expedientes de sus colegios anteriores… Al mirar las notas, hizo un gesto de dolor y pasó la página a toda prisa….

 

El resto era mucho más raro. Una copia de su certificado de nacimiento. Fotografías de su primera infancia en compañía de sus padres. Una foto en la que aparecía ella de bebé sonriendo a la cámara junto a una mujer a la que no reconocía. Se le encogió el corazón al ver una carta dirigida a Tanya escrita con la letra de su madre.

 

Cuando la acercó a la luz para verla mejor, se quedó sin aliento. Algunas palabras y frases saltaron a primer plano.

 

«Necesitamos tu ayuda, Tanie…». «… no sabemos qué hacer. Si han capturado a Emmett…». « No queremos involucrar a Esme pero pensamos que ha llegado el momento…». «… peligro…».

 

¿Necesitamos tu ayuda, Tanie? ¿La llama Tanie?

 

Pasó la página. La siguiente hoja, escrita en papel grueso y claro, contenía una breve nota escrita en una caligrafía elegante que no reconoció. Tenía fecha de junio de aquel mismo año.

 

Tanya:

Incluye a mi nieta de inmediato en el protocolo de protección. Estaremos en contacto.

Esme

 

Por un brevísimo instante, Bella dejó de respirar.

 

¿Qué tiene que ver esta nota con mi vida? ¿Quién es Esme?

 

Cada vez más nerviosa, pasó la hoja. Las siguientes eran fotocopias de viejos expedientes escolares de Cimmeria, pero no le pertenecían.

 

Eran de su madre.

 

Con manos temblorosas, los hojeó rápidamente, revisando cada página para después pasarla. Revisando y pasando. La última era una nota escrita en una tarjeta amarillenta. Reconoció la caligrafía de Esme de la carta anterior.

 

G.:

Estoy encantada de saber que mi hija se desenvuelve bien en la Night School. Lo lleva en la sangre, como se suele decir. Te agradecería que me enviaras informes semanales de sus progresos de ahora en adelante.

E. P.

 

Bella soltó el expediente como si quemara. La voz de Edward interrumpió los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza.

 

—Eh. Será mejor que le eches un vistazo a esto.

 

El tono no auguraba nada bueno, y Bella corrió al escritorio, donde él sostenía un papel bajo la luz. Se asomó por encima de su hombro para verlo mejor. Cuando lo hubo leído de cabo a rabo, alzó la vista hacia él, estupefacta.

 

—Oh, Dios mío, Edward. ¿Qué vamos a hacer?

 

No se quedaron mucho más rato en el despacho de Tanya. Rápidamente, Bella devolvió el expediente a su lugar en la vitrina mientras Edward ordenaba el escritorio. Volvió a doblar la manta sobre el brazo de la butaca de piel y apagó la luz.

 

Permanecieron junto a la puerta, escuchando, durante lo que a Bella le pareció una eternidad antes de que Edward se deslizara al exterior mientras ella esperaba. Cuando se hubo asegurado de que el pasillo estaba despejado, volvió a buscarla. Cerraron la puerta tras ellos y se quedaron helados cuando el chasquido de la cerradura resonó como un grito en aquel silencio sobrenatural.

 

Era la una y media de la madrugada. Si los pillaban en el pasillo a aquellas horas, ninguna excusa les serviría. Apenas llevarían andados unos seis metros cuando Edward se paró sin previo aviso. Justo cuando doblaban la esquina que daba a la escalera, tendió un brazo para detener a Bella. Miró a su alrededor y corrió a cobijarse en la espesa negrura del hueco de la escalera; no tuvo que pronunciar palabra…

 

Ella lo seguía de cerca.

 

Atrayéndola hacia sí para estrecharla contra su cuerpo, le dijo al oído en un susurro casi inaudible:

 

—Viene alguien.

 

Con la cabeza contra el hombro de Edward, inhalando su aroma a café y a canela, Bella asintió y luego se volvió a mirar qué estaba pasando. Los brazos del chico la rodeaban con ademán protector.

 

Pudo oír las pisadas también. Con sumo cuidado, alguien caminaba hacia ellos sin hacer ruido. Bella contuvo el aliento mientras rogaba a su corazón que latiera con más suavidad. Vieron cómo la sombra se acercaba al despacho de Tanya para probar el pomo. Al descubrir que estaba cerrado, la figura se detuvo un momento como si calibrara las distintas posibilidades antes de alejarse.

 

Cuando Bella interrogó a Edward con la mirada, él le puso un dedo en los labios. Siguieron en la misma postura durante cinco minutos. Luego, una vez Edward se hubo asegurado de que ya no había nadie por allí, cogió a Bella de la mano y subieron juntos las escaleras.

 

Atravesaron sin ser vistos el pasillo desierto del dormitorio de las chicas hasta llegar al cuarto de Bella, donde ella encendió la luz tras asegurarse de cerrar la puerta.

 

—¿Quién era? —susurró.

 

—No he podido verlo —repuso Edward—, pero llevaba uniforme, así que era un alumno.

 

—¿Crees que nos ha visto? —siguió preguntando Bella.

 

Él negó con la cabeza.

—No ha mirado en nuestra dirección.       

 

Ella se relajó un poco.

—Supongo que no somos los únicos interesados en averiguar lo que está pasando.

 

Con un enorme bostezo, Bella se sintió como si la adrenalina que había animado su cuerpo durante las actividades nocturnas la hubiera abandonado de repente.

 

—Los dos necesitamos dormir —dijo Edward—. Mañana tenemos clase, al fin y al cabo.

 

—Pero tenemos que hablar de todo esto —Bella hizo esfuerzos por despabilarse—. Mi expediente y esa carta…

 

—Mañana después de clase… reúnete conmigo en la capilla —propuso él—. Ah, iré a desayunar a las siete; ve a esa hora y te protegeré de los chismosos. Mientras tanto… duerme un poco.

 

Edward abrió la ventana, pero se volvió a mirarla una última vez.

 

—Una cosa más. Esta noche, antes, en mi habitación…

 

Ella se sonrojó, esperando oír que había sido un error.

—Ha sido fantástico.

 

Esbozó aquella sonrisa tan sexy que tenía cuando el pelo le caía sobre los ojos y salió por la ventana.

 

Una oleada de calor recorrió el cuerpo de Bella de arriba abajo. Toda la tensión de la noche la abandonó mientras sonreía a la oscuridad.

 

—Lo mismo digo —contestó.

 

A la mañana siguiente, Bella bajó a desayunar a las siete en punto. Edward la esperaba en la antesala del comedor.

 

—Doncella, vuestro caballero os aguarda —le dijo cuando ella se acercó.

 

—Tu doncella está deseando zamparse un buen bocadillo de beicon —repuso ella.

 

—Oh, cuán propio de vos.

 

Entraron en el comedor riendo, pero de inmediato percibieron el ambiente gélido que se había apoderado de la sala.

 

—Hala —murmuró Edward.

 

Intimidada al saberse observada por todos los presentes, Bella se acercó un poco más a su chico mientras ambos se servían el desayuno en el bufé. Cuando se dirigían hacia el lugar donde Carmen y Paul los aguardaban, oyeron un coro de susurros y risas desagradables a su paso. Tanto Carmen como Paul parecían preocupados.

 

—Esto apesta —dijo Paul mientras sus amigos se sentaban—. ¿Qué vamos a hacer?

 

—Creo que Tanya va a tener que intervenir —arguyó Edward—. No hay gran cosa que podamos hacer, a menos que Bella quiera ir acompañada a todas partes.

 

—No es propio de Tanya dejar que las cosas lleguen tan lejos —observó Carmen.

 

—Quizá no haya hecho nada por miedo a que la acusen de favoritismo—sugirió Paul—. Todo el mundo sabe que siente debilidad por Bella.

 

—Da igual —Bella introdujo una loncha de beicon entre dos trozos de pan—. Yo solo sé que como Rosalie se me acerque demasiado, se va a ganar una patada en el trasero.

 

Cuando alzó la vista después de dar un bocado inmenso descubrió que Edward la miraba meneando la cabeza.

 

—¿Qué? —le preguntó Bella con la boca llena.

 

—Nada —repuso él.

 

—Creo que está pensando —apuntó Carmen con una sonrisa—: «Esta es nuestra Bella».

 

—Que todo el mundo me preste atención, por favor —la voz de Tanya se alzó por encima del murmullo de fondo del comedor.

 

Se hizo el silencio.

 

Plantada a la entrada de la sala, impecable con un cárdigan color lavanda, falda y blusa blanca y un pañuelo de seda al cuello, parecía más severa de lo que Bella la hubiera visto jamás.

 

—Me gustaría recordar a todos los alumnos que un único episodio de acoso escolar es motivo de expulsión inmediata. Confío en no tener que volver a mencionarlo.

 

Cuando se dio media vuelta y salió, el eco de sus pisadas quedó suspendido en el comedor abarrotado.

 

Bella se señaló a sí misma y articuló:

—¿Eso va por mí?

 

Carmen, Edward y Paul asintieron.

 

Más tarde, mientras se dirigían hacia las aulas, no llegaban a ponerse de acuerdo sobre si Tanya había hecho o no lo suficiente por zanjar las habladurías. Carmen creía que no, pero Edward y Paul pensaban que, de momento, la directora no podía hacer nada más.

 

Al entrar en clase de Biología, Bella divisó a Alice. Concluido el castigo, estaba sentada al pupitre que compartían, con ese pelo negro como de elfo bien peinado por una vez y el rostro apagado.

 

Bella no sabía cómo afrontar aquella situación. Por una parte, sin delatarse no podía exigirle cuentas por todo lo que la había oído decir, y por otra no quería pedirle a Eleazar que la cambiara de sitio; el profesor querría saber por qué. Optó por el camino más fácil.

 

Si no sabes qué decir, no digas nada en absoluto.

 

Así pues, se sentó junto a Alice en silencio y torció un poco la silla para darle la espalda. Saltaba a la vista que su antigua amiga había escogido también el camino fácil, y permanecieron sentadas, codo con codo, sin pronunciar palabra durante los largos siete minutos que Eleazar tardó en llegar y empezar la lección.

 

Después de clase, Bella salió disparada en dirección al pasillo. No miró atrás. A la hora de comer, Alice y Jasper evitaron la mesa de costumbre y prefirieron ocultarse en un rincón del comedor. Bella se reunió con Carmen y con Paul, que por lo que parecía cada vez pasaban más tiempo juntos.

 

—Eh —dijo Bella dejando caer la cartera—. ¿Qué pasa con esos dos?

 

Carmen y Paul intercambiaron una mirada que ella no supo cómo interpretar.

—Dicen los rumores —aclaró Carmen al cabo de un segundo— que Alice estaba tan borracha que no se acuerda de lo que pasó en el tejado. De modo que ha decidido creer lo que cuentan las habladurías.

 

—Vaya, genial —se lamentó Bella mientras se dejaba caer como desmayada en el asiento—. ¿De modo que ahora cree que intenté matarla?

 

Los otros dos asintieron a la vez.

—Tendría gracia si le estuviera pasando a otra persona —suspiró ella.

 

—A mí no me está pasando y no me parece nada divertido —repuso Carmen.

 

—¿No la creéis? —preguntó Bella alentada.

 

—Ni hablar —replicó Paul.

—La conocemos demasiado bien —arguyó Carmen—. Mira, intentaré hablar con ella más tarde, a ver si la hago entrar en razón.

 

—Y de paso podrías obligarla a recordar lo que pasó en realidad —Edward, que acababa de retirar una silla libre junto a Bella, se sentó—. Que cogió una curda tan monumental que casi nos mata a los dos. Qué casualidad, ¿no? Justo ahora que todo el mundo sabe que la lio, no recuerda haberse comportado como una lunática.

 

—No es propio de Alice haberlo olvidado —se extrañó Paul frunciendo el ceño—. No le falló la memoria la otra vez.

 

Bella experimentó una punzada de preocupación al identificar un tono de duda en el comentario de su amigo. ¿Y si Paul y Carmen empiezan también a dudar de mí? Entonces solo me quedará Edward.

 

Como si le hubiera leído el pensamiento, este le rozó el pelo con los labios.

—No dejes que te hunda —le susurró, y Bella sonrió a su pesar.

 

Advirtió que Paul y Carmen se percataban del gesto, y comprendió que muy pronto toda la escuela sabría que Edward y ella estaban juntos.

 

—Estoy bien —respondió con valentía. Y lo decía en serio.

 

Durante el resto del día, Bella no habría podido afirmar rotundamente que la estaban acosando. En cambio, la trataban como si fuera un fantasma, como si ni siquiera estuviera ahí. Nadie, a excepción de su grupo de amigos más íntimos, le dirigía la palabra. La propia Rosalie, cuando se cruzó con ella, se limitó a girarle la cara antes de alejarse enfadada.

 

Sin embargo, cuando Bella regresaba a su habitación después de las clases, Kate la detuvo en el pasillo.

 

—Solo quería decirte que lamento cómo se están comportando todos —se disculpó—. Se lo comenté ayer a Tanya y ya ha amonestado por escrito a Rosalie y a dos de sus amigas.

 

—¿Crees entonces que Rosalie anda detrás de los rumores? —preguntó Bella.

 

—Conozco a Rosalie de toda la vida —confesó la prefecta con expresión consternada—, pero le he dicho que no podremos ser amigas a menos que ponga fin a esta situación. Esas habladurías te colocan en una posición tremendamente injusta y he creído que debía tomar cartas en el asunto. Rosalie sabe lo que pienso. Espero que lo resuelva.

—Gracias, Kate —Bella se lo agradecía de corazón—. Es muy desagradable que la gente vaya por ahí diciendo mentiras sobre ti.

 

—Si alguien se mete contigo, dínoslo a Tanya o a mí —insistió Kate—. Nosotras nos encargaremos. Además, sé lo que pasó ayer entre Rosalie y tú y no me gustaría que todo esto acabara a puñetazos.

 

Bella se sonrojó con expresión culpable.

—Claro, tienes razón… Procuraré controlarme.

 

En cuanto Kate se marchó, Bella se puso ropa deportiva y salió. Una vez más, hacía una tarde deliciosa; el sol le calentaba la espalda mientras corría hacia la capilla y decidió tomar el camino largo, el que pasaba por el cenador. Disfrutó tanto de la carrera que casi lamentó haber llegado a su destino. Aunque por otra parte… allí estaba Edward.

 

Cuando Bella abrió la verja, lo divisó de inmediato, mirándola desde el viejo portón de madera.

 

—Eh —lo saludó mientras recorría el camino empedrado.

 

—Eh tú —contestó Edward—. Justo a tiempo. Mira, antes de que entremos, hay una cosa que deberíamos dejar clara.

 

Cogió a Bella de la mano para atraerla hacia sí y, bajo las sombras del pórtico, acercó los labios a su boca. Sonriendo en pleno beso, Bella se aproximó más a él, tanto que fue capaz de sentir el calor de Edward contra su cuerpo. Excitado por la reacción de ella, el chico la besó aún más apasionadamente, abrazándola con tanta fuerza que casi la dejó sin aliento. Cuando la liberó un minuto después, Bella estaba encendida y jadeante.

 

—Me alegro de que lo hayamos dejado claro —dijo.

 

—Yo también —Edward le abrió la puerta—. Así podremos concentrarnos en los temas horribles y espeluznantes sin que nos distraiga todo ese rollo del romanticismo.

 

La voz de él rebotó contra los fríos muros de piedra mientras se echaba a un lado para cederle el paso a Bella. Al entrar, ella se tomó un momento para rozarle el brazo provocativa, desde el hombro hasta la punta de los dedos. A Edward se le puso la piel de gallina por el contacto.

 

—Uhhh —se burló ella.

 

Él intentó atraparla otra vez pero Bella se escabulló riendo.

 

—En la iglesia no, Edward. Iríamos al infierno.

 

—Entonces no me hagas caer en la tentación —bromeó él mientras la seguía a pocos pasos.

 

—Es justo —reconoció Bella, que se mantenía fuera de su alcance—. Siempre que tú me libres de todo mal.

 

—Trato hecho.

 

Cerca ya del púlpito, ella se dejó capturar entre risas y Edward la hizo sentar en un banco de madera oscura, donde la rodeó con el brazo.

 

—Este sitio es alucinante —comentó Bella conforme miraba a su alrededor. Levantando con el pulgar la manga corta de la camiseta de su chica, Edward le acarició la piel cálida que ocultaba la tela —. Jamás en la vida había visto nada parecido a estas pinturas.

 

—Creo que antaño muchas iglesias tenían este aspecto —Edward le hablaba con los labios pegados al oído, y Bella cerró los ojos con un estremecimiento—. Pero las reformaron.

 

—Peor para ellos —susurró ella.— ¿Verdad?

 

El segundo beso fue aún más ardiente, y al poco Edward hizo sentar a Bella en su regazo. Le retiró el coletero y, mientras ella lo besaba, le fue pasando los dedos por la melena hasta que las suaves ondas le cayeron sobre el rostro. Luego apartó la cara y acarició con los labios la piel que discurría entre la oreja y los labios de ella. Bella respiraba con jadeos entrecortados.

 

Poco después, sin embargo, ella deshizo el abrazo. Con un suspiro de resignación, Edward la liberó para que pudiera volver a sentarse en el banco.

 

—Muchísimas gracias por dejar eso aclarado —repitió Bella con una sonrisa burlona.

 

—Te avisé de que no me hicieras caer en la tentación —le recordó él.

Ella se echó a reír.

 

—¿Tentarte yo? Si solo soy una pobre deportista sudorosa.

 

Edward le tironeó un mechón de pelo.

—Qué tentación… —insistió, pero suspiró al cabo de un segundo—: En fin, supongo que tenemos que destruir este clima tan agradable para empezar a hablar de cosas importantes.

 

Bella se estremeció, como si la calidez del momento la hubiera abandonado de repente.

 

—Sí, hay que hacerlo. ¿Estás seguro de que estamos solos?

 

—No hay peligro aquí —repuso Edward con tranquilidad—. Comencemos por tu expediente.

 

Ella asintió.

—Fue muy raro. Incluía los típicos informes del tipo «a Bella no se le da muy bien la literatura» pero también un montón de documentos raros que no me pertenecían.

 

Edward la miró perplejo.

 

—¿Como qué?

 

—Como… el expediente escolar de mi madre —le lanzó una mirada elocuente—. De este centro.

 

—¿De este centro? ¿Te refieres a Cimmeria? —la voz de Edward delataba incredulidad.

 

—Exacto. Por lo que parece, a mi madre tampoco se le daban muy bien las ciencias cuando tenía mi edad. Ah, y asistía a Cimmeria, un colegio del que supuestamente nunca había oído hablar hasta pocos días antes de traerme aquí. En realidad, está tan familiarizada con el lugar que en una carta se dirige a Tanya como «Tanie» .

 

—¿Tan…? —Edward se había quedado de una pieza—. Pero ¿de qué demonios va todo esto?

 

—No tengo ni idea. Pero la cosa no acaba ahí. En mi archivo había también una nota dirigida a Tanya de una tal Esme, con fecha de hace un mes. Le «ordenaba» que admitiera a «su nieta» de inmediato y «la protegiera».

 

Edward silbó por lo bajo.

 

—¿Y supongo que no tendrás una abuela llamada Esme?

—Una de mis abuelas murió antes de que yo naciera. La otra, hace dos años —repuso Bella—. Se llamaba Jane.

 

—Entonces… —se preguntó Edward.

 

—¿Quién es Esme? —Bella completó la frase por él—. Buena pregunta. También había una nota escrita con la letra de la tal Esme dirigida a alguien cuyo nombre empieza por G, donde decía alegrarse de lo bien que se desenvolvía su hija en la Night School. Todo era muy raro.

 

Edward se apartó el pelo de los ojos mientras trataba de asimilar aquella información.

 

—Bella, ¿alguna vez tus padres te han dicho la verdad?

 

Dolida, ella notó que se le saltaban las lágrimas.

—No lo sé —dijo mientras pugnaba por contenerlas.

 

Él le apretó los dedos.

—Bueno, vamos a repasar lo que sabemos —fue acompañando cada una de las conclusiones con un golpecito en el dorso de la mano de Bella—. La Literatura inglesa se te da fatal. Es probable que tu madre asistiera a este centro. La tal Esme o bien es tu abuela o bien cree serlo, un pequeño detalle que tus padres olvidaron mencionarte… durante toda la vida. Y sea quien sea Esme, es tan importante como para darle órdenes a Tanya —por un momento pareció que había acabado, pero luego añadió—. Ah, sí, e Tanya tiene un diminutivo horrible.

 

Bella sonrió a medias.

—Eso es todo, creo.

 

—Bueno, pues no es gran cosa.

 

—No —reconoció ella con desaliento—. No es gran cosa.

 

—Vale, dejemos entonces todo eso a un lado por el momento, porque me parece que necesitaremos tiempo para decidir qué hacemos con la información —se quedó mirando la pintura del tejo en los antiguos frescos—. Hablemos ahora de la carta.

 

La carta que habían hallado en el escritorio de Tanya venía firmada por un tal James y llevaba fecha de pocos días antes. Era una nota breve y espantosa. «Lo sucedido la noche del baile de verano solo es una muestra de lo que os espera», decía. «Dadme lo que merezco o destruiré Cimmeria con mis propias manos». A continuación indicaba una fecha y una hora para « parlamentar en el lugar habitual». La cita correspondía al día siguiente, a medianoche. Por desgracia, no especificaba cuál era ese «lugar habitual».

 

—¿Qué quiere decir «parlamentar» ? —había preguntado Bella en su momento, y había añadido esperanzada—: A mí me recuerda a «charlar».

 

—«Parlamentar» es un término militar —le había explicado Edward a la vez que ponía el papel boca abajo—. Consiste en una reunión entre bandos enemigos para negociar.

 

—Vaya —había dicho Bella—, una charla de mierda entonces.

 

Acurrucada en el banco de la iglesia junto a Edward, le formuló por fin la pregunta que llevaba haciéndose desde que encontraran la nota.

 

—¿Tú también crees que James mató a Leah?

 

Él se puso muy serio.

—No lo sé. En la carta no llega a decirlo. Yo me pregunto más bien ¿por qué? ¿Qué puede llevar a alguien a hacer algo así? ¿Qué es lo que quiere ese hombre de Tanya exactamente? ¿Lo desea con tanta desesperación como para matar?

 

Bella jugueteó con un mechón de pelo y se quedó mirando la imagen del tejo en la pared.

 

—He leído que la mayoría de los asesinatos los comete gente que conocía muy bien a la víctima; como su familia o sus amigos —soltó el mechón—. Dios, ojalá hubiéramos encontrado el expediente de Leah. ¿Y si James es su padrastro malvado o algo así?

 

Edward negó con la cabeza.

—De ser así, ¿por qué iba a estar exigiéndole nada a Tanya y comportándose como si la conociera desde hace tiempo, o como si ella lo hubiera perjudicado de algún modo? No tendría sentido.

 

—Pues para mí, nada de esto tiene sentido —se desesperó Bella—. Están pasando un montón de cosas que no entendemos… y no tenemos forma de averiguar qué hay detrás de todas ellas a no ser que alguien nos lo cuente.

 

Edward se la quedó mirando.

—¡Claro, Bella! ¡Haremos que nos lo cuenten!

 

—Ya. Pero… ¿cómo? —preguntó ella sin entender nada.

 

Edward se inclinó hacia ella con las mejillas arreboladas de la emoción.

—Muy fácil. Tanya se reunirá con James mañana por la noche. La seguiré, escucharé lo que digan y, según lo que oiga, pensaremos qué hacer a continuación.

 

—¡Qué buena idea! —aplaudió Bella—. Te acompaño.

 

Edward la asesinó con la mirada.

—Ni lo sueñes.

 

—Ya lo creo que sí.

 

—Bella… —Edward le lanzó una mirada de reconvención, pero ella la ignoró.

—¿Y por qué debería quedarme? Todo esto guarda relación conmigo y con mi familia, y aunque he averiguado unas cuantas cosas sigo sin saber qué está pasando en realidad —él intentó interrumpirla pero Bella lo hizo callar con un gesto de la mano—. Estamos hablando de mi vida,

 

Edward. Y quiero saber quién me la está amargando.

—Podría ser peligroso —en la voz de él se traslucía el desaliento—. Y nos podrían expulsar. Bella, no es una buena idea.

 

—Es peligroso —recalcó ella—, pero pienso ir. Mira, encontré una cosa más en mi expediente que no te mencioné. En su carta, mi madre hablaba de mi hermano, Emmett. Decía: «¿Y si lo han capturado?» —Se inclinó hacia Edward con vehemencia—. ¿No lo entiendes? A lo mejor averiguo lo que le pasó a Emmett. Tengo que ir.

 

Edward permaneció unos instantes con la mirada clavada en Bella. Ella supo en qué momento exacto se daba por vencido.

—Vale —se resignó—. No me hace ninguna gracia, pero si no te dejo acompañarme, seguro que acabas yendo por tu cuenta y metiéndote en un lío aún peor.

 

—¡Gracias! —Bella le pasó los brazos por el cuello.

 

—Pero con una condición —añadió Edward rodeándola con los brazos a su vez—. Lo haremos a mi manera. ¿De acuerdo?

 

—¡De acuerdo! —asintió ella, y lo abrazó con más fuerza.

 

—Y oye… ¿qué probabilidades tendríamos de ir al infierno si profanásemos esta capilla? — preguntó mientras hundía la cara en la melena de Bella.

 

_________

Chicas, que tal les parecio este capitulo.

Creo que es uno de los mas importantes, por lo menos

ahora sabemos porque Bella esta en Cimmeria y nos ha dado

una pista esencial de Emmett.

 

Por favor no dejen de comentar y si les gusta

la historia recomiendenlo con sus amigos (:

Capítulo 22: Cimmeria: Sociedad Anónima. Capítulo 24: Parlamento

 
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