NIGHT SCHOOL; tras los muros de Cimmeria.

Autor: Honey
Género: Misterio
Fecha Creación: 29/04/2013
Fecha Actualización: 29/10/2013
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 40
Visitas: 46987
Capítulos: 31

El mundo de Bella se viene abajo: odia su escuela, su hermano ha desaparecido y ella ha sido arrestada. Otra vez.

No puede creer que sus padres hayan decidido enviarla a un internado. Aunque Cimmeria no es una escuela normal: no permiten ordenadores ni teléfonos móviles, y sus alumnos son superdotados, o de familias muy influyentes. Pero hay algo más: Bella se da cuenta de que Cimmeria esconde un oscuro secreto, un secreto que solo comparten algunos profesores y los alumnos de las misteriosas clases nocturnas de la Night School.

A pesar de todo, Bella parece feliz. Ha hecho nuevos amigos y uno de los chicos más atractivos de la escuela le dedica toda su atención. Y, claro, también está su relación con Edward, ese chico solitario con el que siente una inmediata conexión.

Todo parece ir bien hasta el momento en que Cimmeria se convierte en un lugar terriblemente peligroso donde nadie parece a salvo. Bella tendrá que elegir en quién confiar mientras descubre los secretos de la escuela.

_

La historia es de C. J. Daugherty y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

Definitivamente, esta historia no me pertenece. Es una adaptación de un libro y recien saga llamada Nigth School. Este es el primer libro y pronto saldrá el segundo. La adaptación la hago por simple ocio, intercambiando los nombres de los personajes de la obra original por los de la Saga Crepusculo.Si hay algun problema de verdad avisenme, ya vere como me las arreglo o si se deberá eliminar.

Chicas y chicos; si la historia les gusta, por favor no duden en dejar su voto y su comentario. Sus comentarios son muy importantes ya que así sabre lo que opinan ¿De acuerdo?

 **ACTUALIZARE TODOS LOS LUNES**

Los capitulos son largos, esa es la razón.

 

Por cierto, debo aclarar que elimine mi ultimo FanFic llamado: El Silencio de la Luna, por favor disculpenme si lo estaban leyendo, les prometo que despues lo subire, solo que ahorita no estoy muy entregada al cien por ciento al fic y sinceramente no me siento bien dejarlos abandonados mucho tiempo.

Tengo mi primer FanFic en proceso, se llama UNA VIDA DISTINTA y si le das click en el siguiente link [http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3612] te llevara en directo a el.

Bueno pues espero que la adaptación sea de su agrado. :)

 

 

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Capítulo 3: Cimmeria

El viaje en coche fue espantoso. En circunstancias normales, a Bella le habría encantado la idea de abandonar la ciudad un cálido día de verano, pero a medida que las bulliciosas calles de Londres cedían el paso a onduladas campiñas salpicadas de ovejas que dormitaban al sol, la invadió un sentimiento de soledad. Por otra parte, tampoco en el coche reinaba un ambiente muy alegre que digamos. Sus padres prácticamente la ignoraban, y su madre, aferrada al mapa, se limitaba a dar alguna que otra indicación.

 

Acurrucada en el asiento trasero, Bella clavó una mirada resentida en las nucas de sus padres.

¿Por qué no compran un GPS como todo el mundo?

 

Había formulado aquella misma pregunta muchas veces en el pasado, pero su padre se limitaba a responder que no les importaba ser unos retrógrados y que «todo el mundo debería aprender a interpretar un mapa».

Pues qué bien.

 

Al no tener acceso al plano, Bella se conformaba con hacer conjeturas sobre su destino exacto. No habían llegado a decirle dónde estaba el colegio, y los nombres de los desvíos pasaban zumbando.

 

En cierto momento abandonaron la autopista y empezaron a circular por onduladas carreteras secundarias flanqueadas por altos setos que le tapaban la visibilidad a su paso por los pueblos. Por fin, dos horas después, tomaron un tortuoso camino de tierra. A paso de tortuga, se internaron en un bosque frondoso, donde reinaban el frescor y el silencio. Tras unos minutos de botar y zarandearse cada vez que el coche esquivaba los peores baches, llegaron a una alta verja de hierro.

 

Se detuvieron. Solo el murmullo del motor turbaba el silencio.

Durante un largo minuto, se limitaron a esperar.

 

— ¿No tienes que tocar el claxon o llamar a un interfono o algo del estilo? —susurró Bella, que veía aquella imponente verja negra internarse en los bosques hasta donde se perdía la vista.

 

—No —el padre de Bella también cuchicheaba—. Debe de haber un circuito cerrado de cámaras o algo así. Cuando llegan visitantes, lo advierten. La otra vez que vinimos solo tuvimos que esperar unos pocos…

 

Las verjas temblaron y poco después se abrieron hacia dentro con un sonido metálico. Al otro lado, el bosque se prolongaba bajo un sol cuyos rayos apenas se filtraban entre la densa fronda.

 

Bella se quedó mirando las sombras que se cernían ante ella. Bienvenida a tu nuevo colegio, Bella. Bienvenida a tu nueva vida.

 

Mientras las puertas completaban el movimiento de apertura, contó los latidos de su corazón. Bum-bum. Bum-bum… Trece latidos antes de que la carretera se abriera ante ellos. El corazón le latía con tanta fuerza que miró a sus padres a hurtadillas por si también ellos lo oían. Sin embargo, solo los vio aguardar pacientemente. Su padre tamborileaba con los dedos en el volante.

 

Veinticinco latidos y las puertas se abrieron del todo con un estremecimiento.

En el coche, su padre metió primera.

Volvían a avanzar.

 

Al notar un nudo en la garganta, Bella se concentró en la respiración. Lo último que quería era sufrir otro ataque de pánico en aquel preciso instante y contar la ayudaba a tranquilizarse. Por desgracia, no conseguía ahuyentar el mal presentimiento que empezaba a embargarla.

 

No te pongas histérica, se dijo. Solo es un colegio más, Bella. Céntrate.

Funcionó. Su respiración se normalizó una pizca.

 

Su padre guió el automóvil por una avenida de grava fina que se internaba en la fronda del bosque. En comparación con el deteriorado camino de tierra que acababan de dejar atrás, el coche parecía flotar por aquel suelo liso y bien conservado.

 

Bella seguía contando pulsaciones: durante ciento veintitrés latidos, nada salvo árboles y sombras; luego, al alcanzar un claro, un redoble de tambor coronario y el colegio se irguió ante ellos.

Perdió la cuenta. Aquello superaba sus peores sospechas. Al pie de una cuesta empinada y boscosa, intempestivo a la brillante luz del sol, se desplegaba un enorme caserón gótico de ladrillo rojo oscuro. Se diría que habían arrancado aquella construcción de tres pisos de otra época y lugar para dejarla caer allí, en… dondequiera que estuvieran. Lo más llamativo era el tejado irregular, en forma de abruptos picos y torreones, coronados por lo que parecían dagas de hierro forjado hendiendo el cielo.

 

Maldita sea.

 

—Es un edificio impresionante —exclamó el padre de Bella.

 

—Yo más bien diría espeluznante —gruñó la madre.

 

Tétrico. La palabra que buscan es «tétrico».

 

En marcado contraste con aquella siniestra construcción, el sol trocaba la avenida de grava en una larga pieza de marfil que serpenteaba hacia la gran puerta de ébano recortada en la pared de ladrillos oscuros. Cuando se internaron en la sombra que proyectaba el edificio, el padre de Bella detuvo el coche.

 

En cuanto cesó el movimiento, la puerta se abrió y salió una mujer delgada y sonriente que bajó la escalinata con paso ágil. Llevaba la abundante melena color miel recogida con desenfado, y el cabello se le rizaba en las puntas, agradecido. A Bella le reconfortó el aire de absoluta normalidad que desprendía: llevaba las gafas sobre la cabeza y un cárdigan de algodón color crema sobre un vestido azul claro.

 

Los padres de Bella se apearon para saludarla. Como a nadie parecía importarle que se hubiera quedado rezagada, Bella abrió la portezuela de mala gana y se bajó del asiento trasero del Ford, que de repente le parecía un lugar amigable y familiar. No cerró la puerta.

 

En lugar de reunirse con los demás, se apoyó en el automóvil y contempló con recelo la escena que se desplegaba ante ella. Esperando. Veintisiete latidos.

Veintiocho. Veintinueve.

 

—Señor y señora Swan, encantada de volver a verlos —la mujer tenía una voz cálida y cantarina; sonreía con facilidad—. Espero que el viaje no les haya resultado muy pesado. A veces hay un tráfico terrible en el trayecto que discurre desde Washington hasta aquí. Por lo menos hace un día maravilloso, ¿verdad?

 

Bella advirtió que la mujer tenía algo de acento, pero no supo identificarlo. ¿Escocés? Otorgaba a sus palabras un aire rebuscado pero delicado al mismo tiempo, como si estuvieran labradas.

 

Cuando acabaron de intercambiar los saludos de rigor y la conversación empezó a decaer, los tres se volvieron a mirar a Bella. Las sonrisas educadas de sus padres desaparecieron, reemplazadas por los semblantes estudiadamente impasibles a los que la joven, para su fastidio, había acabado por acostumbrarse. Sin embargo, la directora le sonrió con cariño.

 

—Y tú debes de ser Bella.

Escocesa, seguro. Aunque con un deje raro… casi imperceptible.

 

—Bella, soy Tanya le Fanult, la directora de la Academia Cimmeria. Me puedes tutear. Bienvenida.

 

Le sorprendió un poco que se dirigiera a ella por su diminutivo en lugar de llamarla «Isabella», como siempre hacían sus padres. También le extrañó que una directora la invitara a hablarle de tú.

Pero mola.

 

Tanya le tendió una mano delgada y pálida. Tenía unos preciosos ojos de color miel y de cerca parecía más joven que cuando la había atisbado a lo lejos.

 

Bella no quería saber nada de aquel lugar —no quería saber nada de aquella mujer—, pero se sorprendió a sí misma respondiendo al saludo. Y cuando la directora le estrechó la mano con un apretón fuerte y frío para después soltarla con suavidad, se relajó una pizca.

 

Tanya sostuvo su mirada un momento más de la cuenta, y Bella creyó ver compasión asomando a sus ojos antes de que se volviera a mirar a sus padres con una sonrisa y un ademán de disculpa.

 

—Lo lamento, pero es nuestra política que los padres se despidan aquí de sus hijos. Cuando los alumnos cruzan el umbral, dan comienzo a su nueva vida en Cimmeria, y nos gusta que lo hagan de manera independiente.

 

A continuación, mirando a Bella, prosiguió:

 

— ¿Has traído mucho equipaje? Espero que podamos llevarlo entre las dos. Casi todo el personal está atareado en estos momentos, por lo que me temo que nos las tendremos que apañar solas.

 

Por primera vez, Bella intervino:

—No he traído gran cosa.

 

Era verdad. El colegio proporcionaba tanto material y permitía traer tan poco que al final todo le había cabido en un par de bolsas de viaje medianas, donde llevaba sobre todo libros y cuadernos. El padre de Bella fue a buscarlas al maletero del coche. Tanya tomó la más grande con sorprendente facilidad. Intercambió amables frases de despedida con los adultos y luego echó a andar hacia el colegio.

 

—Esfuérzate y mándanos una carta de vez en cuando —le dijo su padre.

No había abandonado su actitud distante, aunque parecía triste cuando le dio a Bella un abrazo rápido.

 

Su madre le apartó un mechón de la cara, pero evitó sus ojos.

 

—Por favor, dale a este lugar una oportunidad. Y llámanos si nos necesitas.

 

Estrechó a Bella con fuerza apenas un segundo. Luego la soltó y se encaminó al coche sin mirar atrás.

 

Bella se quedó allí plantada, con los brazos caídos, viendo cómo el vehículo desandaba el camino por la suave avenida de grava. Se le saltaron las lágrimas, pero sacudió la cabeza con decisión para ahuyentarlas. Tras coger el resto del equipaje, se volvió a mirar a Tanya, que la observaba.

 

—Siempre es duro la primera vez —le dijo ella con un tono de voz amable—. Mejora con el tiempo.

 

Luego, mientras se dirigía a paso vivo hacia la escalinata de entrada, añadió por encima del hombro:

 

—Me temo que tendremos que andar un poco. Descubrirás que este edificio es sencillamente inacabable.

 

Las últimas palabras le llegaron amortiguadas desde el interior. Bella vaciló un instante antes de echar a andar tras ella.

 

—De camino, haremos un rápido tour turístico —estaba diciendo Tanya, pero Bella apenas la oía, extasiada como estaba en la contemplación del inmenso vestíbulo.

 

Una vidriera en lo alto convertía la brillante luz del sol en una sombra de mil colores que sumía el lugar en frío y penumbra. Gruesas arcadas de piedra reforzaban un techo que se alzaba a no menos de seis metros de altura. El suelo era de mármol, pulido por el roce de miles y miles de pies a lo largo de cientos de años.

 

Candelabros de metro y medio se erguían como centinelas en cada rincón y antiguos tapices decoraban algunas de las paredes, cuyas imágenes Bella casi no pudo admirar por miedo a perder de vista a la directora.

 

Desde el vestíbulo accedieron a un amplio pasillo con los suelos forrados en madera oscura.

Tanya entró en la primera sala a la derecha. En el interior había más de una docena de grandes mesas de madera, redondas, cada cual rodeada de ocho sillas. A lo largo de una de las paredes se extendía un enorme hogar cuya altura sobrepasaba a la propia Bella.

 

—Este es el comedor. Aquí se sirven todas las comidas del día —explicó, aguardando lo justo para que su nueva alumna echara un vistazo antes de retomar la caminata por el pasillo.

 

Poco más allá, al otro lado del corredor, la directora traspasó un umbral en forma de arco. Los suelos de aquella sala eran de madera pulida, los techos se alzaban casi tan altos como en la entrada, y estaba prácticamente vacía. El hogar era tan grande que empequeñecía a Tanya y enormes candelabros de metal pendían de cadenas sujetas al techo.

 

—Este es el salón de actos. Aquí celebramos los acontecimientos importantes: bailes, reuniones y cosas así —aclaró Tanya—. Esta es la parte más vieja del edificio. Mucho más antigua que la fachada. Más antigua incluso de lo que parece.

 

Giró sobre sus talones y siguió andando a toda prisa. Bella correteaba para no quedar atrás e incluso jadeaba un poco debido al esfuerzo. Tanya avanzaba como una flecha. Giró a la izquierda y señaló con un gesto otra puerta, explicándole al mismo tiempo que allí estaba la sala común.

 

Entonces iniciaron el ascenso por una amplia escalinata de madera resguardada por una imponente barandilla de caoba. Las alpargatas de Tanya emitían un ligero bufido a cada paso, mientras le recitaba de un tirón datos y cifras relativos al edificio. Bella se sentía abrumada ante tanta información; la escalinata era eduardiana, ¿o Tanya había dicho victoriana? El comedor se remontaba a la época de la Reforma… ¿o era Tudor? La mayoría de las aulas se encontraban en el ala este, pero ¿qué había en la oeste?

 

Coronados dos tramos de escaleras, Tanya giró a la izquierda y recorrió otro pasillo. A continuación ascendió por una escalera más estrecha que desembocaba en un corredor largo y mal iluminado, donde se alineaban varias puertas de madera pintadas de blanco.

 

—Estos son los dormitorios de las chicas. Veamos, estás en el 329… —se apresuró por el pasillo hasta dar con el número indicado y empujó la puerta.

 

Era una habitación oscura y pequeña, con una cama desnuda, una cómoda con el escritorio a juego y un armario, todo pintado del mismo blanco inmaculado.

Tanya cruzó el cuarto, levantó una aldaba que Bella no alcanzaba a ver y abrió el postigo que protegía la pequeña ventana en forma de arco. Al instante, la habitación se iluminó con la luz dorada del atardecer.

 

—Solo necesita un poco de aire fresco —comentó la mujer en tono alegre mientras regresaba a la puerta—. Tienes los uniformes en el armario. Tus padres nos facilitaron tu talla, pero si algo no te sienta bien, dínoslo. Deberías tener todo lo que necesitas. ¿Te dejo a solas para que deshagas el equipaje? La cena es a las siete, ya sabes dónde está el comedor. Ah, por cierto… —se volvió a mirarla—. He visto que no vas muy bien en Literatura, así que te he apuntado a mi clase. Es un seminario especial con pocos alumnos; espero que te parezca interesante.

 

Bella, que estaba abrumada por tanta información, asintió en silencio; luego, al comprender que debía decir algo, afirmó no muy convencida:

 

—Estaré… bien.

 

Tanya inclinó la cabeza a un lado y escudriñó su rostro un instante antes de asentir.

 

—Hay mucha información sobre la escuela y las clases a las que asistirás en el sobre que tienes encima del escritorio —aclaró.

 

Bella no había reparado al entrar en el gran sobre marcado con su nombre, pero al verlo se preguntó cómo era posible que lo hubiera pasado por alto.

 

— ¿Alguna pregunta antes de que me vaya?

 

Empezó a decir que no con un movimiento de la cabeza pero se interrumpió. Se miró los pies y volvió a alzar la vista. Jugueteó con la orilla de la camiseta, como dudando.

 

—Eres la directora, ¿verdad? — Tanya asintió, algo perpleja. — ¿Y por qué haces todo esto? —Bella señaló a su alrededor con un gesto vago.

 

—No te entiendo —respondió la otra, que obviamente estaba confundida—. ¿Por qué hago qué?

 

Bella trató de explicarse.

 

—Recibirme en la puerta, llevarme a mi habitación, enseñarme la escuela…

Tanya titubeó cruzándose de brazos al mismo tiempo con desenfado. Adoptó un tono de voz amable.

—Bella, tus padres me han hablado mucho de ti. Sé lo que pasó, y siento muchísimo lo de tu hermano. Comprendo lo que significa perder a un ser tan querido, y soy consciente de lo fácil que resulta quedar atrapado en ese… horror y no volver a salir. Sin embargo, no debes dejar que lo sucedido te destroce la vida. Tienes mucho que ofrecer y es mi trabajo ayudarte a comprenderlo. Estoy aquí para que te recuperes a ti misma.

 

Se dirigió a la puerta, donde apoyó la mano contra la hoja. Tres inspiraciones y dos exhalaciones.

 

—Enviaré a una prefecta para que se presente y te resuelva cualquier duda —siguió hablando Tanya—. Vendrá a las seis. De ese modo tendréis tiempo de aclararlo todo antes de la cena. Los horarios de las comidas son estrictos… Por favor, sé puntual.

 

Se dio media vuelta con su brío habitual, pero cerró la puerta con suavidad y la ajustó sin apenas hacer ruido.

 

Bella suspiró. A solas en la habitación, se puso a pensar. ¿Por qué sus padres le habían hablado a Tanya de Emmett? El asunto siempre había pertenecido a la intimidad familiar.

¿Y por qué aquel colegio era tan extraño? ¿Por qué no se habían cruzado con un solo alumno en el pasillo de camino a los dormitorios?

Aquel lugar parecía desierto.

Todo era muy raro.

 

Depositó una bolsa sobre la cama. Después de abrir la cremallera, procedió a sacar las cosas antes de buscarles un lugar. Colocó los libros en la estrecha estantería que había junto al escritorio. Se dispuso a guardar la ropa en la cómoda, pero al abrir los cajones descubrió que estaban llenos de camisetas, pantalones cortos y jerséis blancos o azul noche, con el emblema de Cimmeria estampado en el pecho, a la izquierda.

 

Abrió el armario muerta de curiosidad, y encontró faldas, camisas y chaquetas, todas de uniforme. Hurgó en el interior y sus dedos tocaron algo ligero y vaporoso. Al sacar las perchas descubrió que albergaban delicados vestidos de varios colores. Tanya había mencionado los bailes, pero no le había dicho que la escuela proporcionara vestidos de fiesta. Sostuvo un vestido de terciopelo azul oscuro; parecía vintage, con su falda de vuelo hasta la rodilla y un sofisticado escote bordado en forma de pico.

 

Se quedó mirándolo perpleja. ¿Qué hacía eso ahí?

 

Nunca había asistido a un baile de verdad; sus colegios anteriores no tenían por costumbre celebrar ese tipo de fiestas. La idea de ponerse un vestido caro y asistir a un baile formal le provocó un escalofrío nervioso. ¡Menuda papeleta! Si no sabía bailar.

 

Mientras acariciaba aquella tela tan suave, trató de imaginarse a sí misma picoteando canapés e intercambiando frases de cortesía. Soltó una carcajada amarga.

 

Este no es mi mundo.

 

Bella devolvió las prendas al armario, cerró la puerta de madera y se sentó al pequeño escritorio, de cara a la ventana. Desde la silla, podía ver el cielo azul y las copas verdes de los árboles. La tarde empezaba a refrescar, y el aire olía a pino y a verano. Abrió el sobre y sacó un pliego de papeles. Tanya no bromeaba al hablar de «mucha información».

 

En el interior había un plano del edificio, en el que se esbozaba dónde estaban los dormitorios en relación a las aulas, los comedores y los aposentos de los profesores. La segunda hoja detallaba el horario: Literatura, Historia, Biología, Matemáticas, Francés… Las asignaturas habituales.

 

A continuación encontró un archivador negro en cuya tapa se leía:

El Reglamento

Contenía páginas y más páginas escritas a mano en una caligrafía anticuada pero hermosa. Sin embargo, antes de que pudiera ponerse a leerlas, alguien llamó.

 

La puerta se abrió para ceder el paso a una chica bonita ataviada con el uniforme de Cimmeria: camisa blanca de manga corta con el escudo de rigor y falda plisada azul marino hasta la rodilla.

 

Bella pensó que tenía una expresión circunspecta. Llevaba el pelo liso, de un rubio platino, cortado en media melena y sandalias Birkenstock de color rosa. Bella advirtió también que la pedicura de la muchacha hacía juego con el calzado, y de inmediato se sintió incómoda y poco femenina.

 

¿Cuándo fue la última vez que me pinté las uñas de los pies?

 

Tuvo la impresión de que la chica hacía esfuerzos por no mirarla fijamente.

 

— ¿Bella?

 

Tenía una voz ronca que desentonaba con su aspecto.

Ella asintió y se levantó del escritorio.

 

—Soy Kate, la prefecta de tu clase. Tanya me ha pedido que me reuniera contigo.

 

—Mmm, gracias. — Bella tironeó nerviosa de la orilla de su camiseta, mientras se preguntaba si debería haberse cambiado de ropa.

 

Se hizo un silencio. Kate enarcó una ceja con ademán inquisitivo y volvió a intentarlo.

 

—Pensó que tal vez tendrías preguntas que hacerme.

 

Bella intentó discurrir alguna pregunta interesante. Sin éxito.

 

—Así que, ¿se supone que debemos llevar el uniforme a diario? ¿Siempre?

 

Kate asintió.

 

—Siempre que estamos en las instalaciones, vamos de uniforme. Hay una sección entera dedicada al tema en los documentos que Tanya te ha dejado.

 

—Había empezado a hojearlos —Bella habría dado cualquier cosa por dejar de tropezar con las palabras. Kate desprendía muchísima confianza en sí misma—. Es que son muchas hojas.

 

—Demasiadas cosas que asimilar el primer día —reconoció la prefecta—. Creo que a mi llegada a la escuela lo habría pasado fatal de no ser porque mi hermano ya estaba aquí, lo cual fue de gran ayuda. Muchos alumnos de Cimmeria tienen parientes que asistieron al colegio… ¿Tú tienes alguno?

 

Bella hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ni siquiera había oído hablar de este lugar hasta hace unos días.

 

Aunque pareció sorprendida, Kate se limitó a decir:

 

—Bueno, en ese caso será mejor que te enseñe el área de los dormitorios, aunque no hay mucho que ver, a decir verdad.

 

Bella dio unos pasos en dirección a la puerta, pero la prefecta lanzó una mirada elocuente a su atuendo.

 

— ¿Por qué no te pones primero el uniforme?

 

Roja como un tomate, Bella se cruzó de brazos, pero Kate no se dio por aludida.

 

—Te espero fuera —se limitó a decir. Y sin aguardar respuesta, abandonó el cuarto.

 

En cuanto la puerta se cerró, Bella abrió el armario y sacó una camisa blanca y una recatada falda azul iguales a las que llevaba Kate. Arrojó las prendas sobre la cama.

 

¿Se había burlado de su ropa? No podría jurarlo, pero parecía tan… perfecta.

Ya lo creo que se estaba burlando de mí, pensó Bella con amargura. Eso es lo que hacen las chicas como ella. Las chicas con las uñas de los pies perfectas…

 

Desabrochó las botas con brusquedad y las escondió bajo la cama a patadas.

 

Las chicas con la melena perfecta…

 

Buceó en el armario en busca de un calzado aceptable, pero solo pudo encontrar unos zapatos negros con suela de goma y calcetines blancos de colegiala. Mientras se los ponía, hizo una mueca.

 

Las insoportables chicas perfectas.

 

Al mirarse en el espejo de la puerta para comprobar el resultado, reparó avergonzada en su agresivo maquillaje; Kate solo llevaba brillo de labios. Por desgracia, no podía ponerle remedio de momento.

 

Se alisó el pelo con las manos y salió a toda prisa. La prefecta la esperaba apoyada contra la pared.

 

—Ahora pareces una de nosotros —aprobó mientras recorrían aquel pasillo estrecho.

 

Bella no supo cómo tomarse el comentario.

 

—Antaño esta zona estaba destinada al servicio —explicó Kate, ajena al resentimiento que despertaba en Bella—. El edificio se fue expandiendo con el paso de los años, por lo que hoy día es mucho más grande que en sus orígenes. El cuarto de baño está aquí… —señaló con un gesto la única puerta del pasillo que no estaba numerada—. Lo compartimos todas, de modo que si no vas a primera hora o bastante tarde, te tocará esperar.

 

Doblaron hacia las escaleras. El edificio parecía mucho más animado. Por todas partes se veían alumnos de uniforme charlando y riendo.

—Supongo que Tanya te ha enseñado el comedor —prosiguió Kate—. ¿Te ha llevado a la sala común?

 

Bella negó con la cabeza.

 

—Es la sala más importante del colegio —comentó la muchacha mientras la guiaba hacia las escaleras—. Nos reunimos allí después de clase, siempre que no estemos ocupados con tareas.

 

— ¿Tareas? —se extrañó Bella.

 

Kate la miró como si no diera crédito a la pregunta.

 

—Los deberes —explicó al mismo tiempo que abría una puerta al pie de la escalera.

 

Accedieron a una zona muy acogedora, decorada con sofás de piel, alfombras orientales desperdigadas por el suelo, un piano en un rincón y estanterías repletas de libros y juegos, altas hasta el techo. Varias de las mesas tenían tableros de ajedrez pintados en la superficie. La habitación estaba desierta salvo por un sillón situado al otro extremo, donde un chico las miraba por encima de lo que parecía un libro antiguo. Tenía el pelo liso y cobrizo, la boca fuerte y unos enormes ojos verdes enmarcados por pestañas gruesas; apoyaba los pies con abandono en uno de los tableros de ajedrez.

 

Los ojos de ambos se encontraron y Bella tuvo la extraña sensación de que el chico sabía quién era ella. No le sonrió ni pronunció palabra alguna, pero tampoco dejó de mirarla. Al cabo de un momento, que pareció durar una eternidad, ella apartó los ojos y se volvió hacia Kate, que la contemplaba con expresión expectante.

 

Di algo.

 

— ¿No hay, eh… televisión? ¿O estéreo…? —creyó oír una risita procedente del otro lado de la habitación, pero rehusó volver a mirar al chico.

 

De nuevo advirtió perplejidad en el semblante de Kate, como si acabara de preguntarle qué era aquella esfera dorada y brillante del cielo.

 

—No, claro que no —la joven adoptó un tono grave—. Ni televisión ni iPod ni portátiles ni móviles… En realidad, nada del siglo XXI. ¿De verdad que tus padres no te lo han mencionado?

 

Con cada artículo de la lista de cachivaches prohibidos que Kate recitó para ella, el corazón de Bella se hundía más y más. En respuesta a la pregunta de la prefecta, negó con la cabeza en silencio.

 

La otra parecía asombrada, pero se recompuso lo suficiente como para dar una explicación.

 

—Se supone que debemos aprender a divertirnos por métodos más tradicionales. Como la conversación y la lectura. Créeme, estarás tan ocupada con los deberes que no tendrías tiempo para ver la tele ni aunque pudieras —Kate se dio media vuelta para abandonar la sala—. Todo está explicado en el sobre…

 

Ese estúpido sobre. Tardaré toda la maldita noche en leerlo y descubrir la basura que me espera.

 

Sin volverse a mirar al chico del sillón, siguió a la prefecta por el pasillo. Kate rozó una puerta al pasar. —Aquí está la biblioteca. Acabarás por conocerla muy bien.

 

Cruzaron el vestíbulo principal y la joven empujó una pesada puerta que daba acceso al ala este del edificio.

 

—Aquí están las aulas. Los primeros días te orientarás mejor por los números. En el horario verás que cada clase tiene asignado un número de aula. Todos las conocemos por el nombre del profesor, pero eso no te será de gran ayuda al principio, porque no están indicados en la puerta. En la planta baja se encuentran las clases que van de la uno a la veinte, de la cien a la ciento veinte están en el primer piso y no tienes permiso para entrar en cualquier aula por encima de ese número.

 

Bella la miró sorprendida, pero antes de que pudiera preguntar por qué, Kate dijo:

 

—Bueno, tienes unos veinte minutos antes de la cena, y te sugiero que leas la documentación del sobre ahora que aún tienes tiempo. El contenido es muy importante. En caso contrario me parece que mañana andarás un poco perdida. Los profesores te entregarán los libros en cada clase, por cierto, de modo que solo has de llevar papel y boli. En tu escritorio debería haber en abundancia.

 

Volvían a subir las escaleras que conducían a los dormitorios.

 

—Estoy en la habitación 335, si me necesitas, pero cualquiera te echará una mano si te pierdes, ¿De acuerdo?

 

Le hizo un gesto de despedida y se dio media vuelta mientras Bella regresaba a su cuarto. Dejando aquel Reglamento tan raro para más tarde, hojeó el montón de papeles que aguardaba en su escritorio e intentó concentrarse en la guía del estudiante (« Los alumnos deben estar sentados en sus pupitres antes de que el instructor dé comienzo a cada clase…»), pero sus pensamientos volvían una y otra vez al chico del sillón de piel. Revisó su memoria en busca de encuentros pasados, pero no pudo recordar ninguno. Estaba segura de que él la había reconocido, o cuando menos sabía quién era.

 

Hizo girar el lápiz entre los dedos mientras evocaba el modo en que aquellos ojos verdes la habían escudriñado. Mientras pasaba otra página echó un vistazo al reloj.

 

Mierda.

 

Faltaba un minuto para las siete. ¿Adónde habían ido a parar los veinte minutos? La cena estaba a punto de empezar.

 

Salió corriendo de la habitación y estuvo a punto de chocar con una chica de pelo corto y oscuro que volaba por el pasillo.

 

— ¡Cuidado! —gritó la otra sin reducir el paso. Bella aceleró pegada a sus talones.

 

— ¡Perdona! No te he visto.

 

La chica no se volvió a mirarla, y ambas se precipitaron escaleras abajo hasta detenerse en seco a la entrada del comedor. Sin pronunciar palabra, entraron en la sala con idéntico aire apurado, como si se hubieran despistado charlando. La chica la miró y le guiñó un ojo antes de sentarse en la que parecía ser su mesa habitual, a juzgar por cómo la recibieron sus compañeros.

 

La sala ofrecía un aspecto muy distinto al de su primera visita, en compañía de Tanya. Las llamas de multitud de velas titilaban sobre las mesas cubiertas con manteles blancos. Platos decorados con los colores del colegio y vasos de cristal destellaban ante cada asiento. Al localizar una silla vacía, Bella se sentó.

 

Como si alguien hubiera apretado un botón para quitar el sonido, la conversación en torno a la mesa murió al instante. Siete pares de ojos la observaron con curiosidad.

 

— ¿Os importa que me, ejem… siente aquí? —nerviosa, miró a su alrededor.

 

Antes de que nadie tuviera tiempo de contestar, la puerta de la cocina se abrió y apareció el personal de servicio, vestido de negro, portando bandejas de comida. Alguien colocó una jarra de agua junto al codo de Bella. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de la sed que tenía y sintió deseos de llenarse el vaso, pero prefirió esperar a ver qué hacían los demás. Nadie movió ni un dedo.

 

—Por favor, hazlo.

 

Volvió la vista hacia la voz de acento francés que había hablado a su izquierda, donde un chico de piel bronceada, abundante pelo negro y exquisitos ojos negros la miraba.

 

— ¿Perdón?

 

—Siéntate. Por favor, hazlo.

 

—Gracias. — Sonrió agradecida.

 

Él le devolvió la sonrisa y Bella pensó que iba a derretirse. Era guapísimo.

 

—De nada. ¿Serías tan amable de pasarme el agua?

 

Bella le acercó la jarra y, para su alivio, el chico le llenó el vaso primero. Bebió la mitad de un trago y luego se sirvió ternera y patatas de la bandeja que él le tendía. Como volvía a reinar el silencio, miró a su vecino de mesa de refilón.

Carraspeó.

 

—Soy Bella —se presentó.

 

Algo le dijo que él ya lo sabía.

 

—Yo soy Jacob. Bienvenida a Cimmeria.

 

—Gracias —respondió, por un momento contenta de estar allí.

 

La comida estaba deliciosa. No había probado bocado desde aquel desayuno incómodo y horrible, y ahora engullía con ansia. Sin embargo, cuando levantó la vista después de meterse el último trozo de patata en la boca, descubrió que todo el mundo la estaba mirando. Entonces el bocado le pareció enorme.

 

Masticó con dificultad y cuando fue a coger el vaso de agua descubrió, demasiado tarde, que estaba vacío.

 

Con delicadeza, Jacob lo cogió y se lo llenó. Tenía una expresión comprensiva y sus ojos oscuros brillaban a la luz de las velas. Mientras Bella buscaba algo interesante que decir, sus pensamientos se vieron interrumpidos.

 

—Eres de Forks.

 

La voz seca pertenecía a una muchacha rubia sentada al otro lado de la mesa.

 

—Sí. ¿Cómo lo…?

 

—Nos han dicho que venía una alumna nueva. Eres Bella Swan.

 

La rubia lo había dado por sentado, como si informara de las noticias del día. Bella le contestó con recelo.

 

—Eso me han dicho. ¿Quién eres tú?

 

—Rosalie.

 

Nadie más se presentó.

Bella se sintió algo acobardada ante aquel escrutinio conjunto y quiso llenar los incómodos huecos de la conversación. Por desgracia, las trivialidades nunca habían sido su fuerte.

 

—Este colegio es… enorme —farfulló—. El edificio da un poco de miedo.

 

— ¿Ah, sí? —le preguntó Rosalie, como si el comentario la sorprendiera—. Pues a mí me parece precioso. Toda mi familia ha asistido a esta escuela. ¿Tus padres también fueron alumnos?

 

Bella negó con la cabeza. Rosalie enarcó una ceja perfecta mientras las chicas que se sentaban a ambos lados de ella intercambiaban susurros.

 

—Qué raro.

 

— ¿Qué es raro? —quiso saber.

 

—La mayoría asistimos a esta escuela por derecho de sucesión. Jacob, yo y también Alice.

 

Bella no supo a quién se refería.

— ¿Quién es Alice?

 

Rosalie pareció perpleja.

 

—La chica con la que has entrado.

 

—Señorita Swan.

 

Una voz atronó a sus espaldas interrumpiendo a Rosalie. Bella se dio la vuelta para mirar a su propietario, un hombre parcialmente calvo que tendría la edad de su padre. Era muy alto —mediría uno ochenta y cinco— y aunque llevaba un traje algo ajado tenía un porte casi militar. Bella se irguió en el asiento. En la sala se hizo el silencio.

 

— ¿Alguien le ha explicado el reglamento que atañe a las comidas de Cimmeria?

El hombre la miraba con lo que parecía desdén.

 

—Sí —la voz de Bella tembló una pizca por más que se esforzó en evitarlo.

 

—Los alumnos deben estar en la sala antes del comienzo de cada comida. Hoy ha llegado por los pelos. Igual que usted, señorita Brandon —se giró sobre los talones y señaló a Alice, que le devolvió la mirada tan tranquila. Él se volvió otra vez hacia Bella—. Que no vuelva a pasar. Nueva o no, la próxima vez que llegue tarde será castigada.

 

Se alejó a grandes zancadas, con los talones repiqueteando en la silenciosa sala. Bella clavó la vista en el plato vacío. Notaba las miradas de todos los presentes fijas en ella. Enrojeció de rabia.

 

Había llegado dos segundos tarde. Aquel hombre no tenía derecho a humillarla delante de todo el colegio por algo tan insignificante.

 

Al echar un vistazo a la mesa vecina vio que Alice tenía los ojos puestos en ella. Por un instante, las miradas de ambas se encontraron y Alice le dedicó una sonrisa pícara y otro guiño antes de seguir riendo y charlando como si nada.

 

Bella vio que un chico frotaba el brazo de Alice mientras esta apoyaba la cabeza en su hombro, respondiendo con una sonrisa a algo que le decía. Bella se sintió mejor y peor al mismo tiempo.

 

Sus compañeros de mesa conversaban animados ignorando a Bella ostensiblemente. Todos menos Jacob, que parecía preocupado.

— ¿Quién era ese? —le preguntó mientras doblaba y desdoblaba su servilleta de lino como si no le importara lo que acababa de pasar.

 

—El señor Banner —respondió él—. El profesor de Historia. Es un poco rígido, como acabas de comprobar. Se considera a sí mismo el guardián de la escuela. Me gustaría decirte que no te preocupes, pero en realidad no deberías buscarle las cosquillas. Te puede hacer la vida… difícil. Si yo fuera tú, me aseguraría de llegar puntual a las comidas durante los próximos días. Te estará vigilando.

 

—Genial —repuso Bella con resignación.

Tengo una suerte patética.

 

A su alrededor, los alumnos empezaban a abandonar las mesas para salir. Bella vio que dejaban los platos y los vasos donde estaban.

 

— ¿No ayudamos a quitar la mesa? —preguntó sorprendida.

 

Las chicas que rodeaban a Rosalie soltaron unas risitas. Rosalie pareció extrañada.

 

—Claro que no. El servicio lo hace.

 

Bella se volvió a mirar a Jacob, pero el asiento del chico estaba vacío. Se había ido. Oyó más risillas y susurros en la mesa, y como ya había soportado bastantes burlas por un día, se sumó sin más comentarios a los alumnos que se dirigían hacia la puerta.

 

Estaba derrotada. Habría dado cualquier cosa por volver a su habitación, escuchar música en el MP3 e intercambiar mensajes con Seth y Embry sobre los bichos raros que había conocido aquel día. Por desgracia, aquel mundo quedaba a años luz del universo rancio de Cimmeria, donde la tecnología brillaba por su ausencia y los alumnos eran demasiado repipis como para coger sus platos y llevarlos a la cocina.

 

De nuevo en el vestíbulo, vio que la gente se alejaba en direcciones diversas. Algunos salían al jardín, otros se dirigían a la sala común o a la biblioteca. Todos caminaban en grupo, charlando y riendo.

 

A solas, Bella subió las escaleras para volver a los dormitorios. Veinticuatro peldaños hasta el primer piso y veinte más hasta el segundo, luego diecisiete pasos por el pasillo hasta llegar a su habitación.

 

Una vez dentro, se dio cuenta de que alguien había estado allí mientras cenaba. Habían cerrado la ventana, aunque el postigo seguía abierto. Rígidas sábanas blancas y un esponjoso edredón del mismo color inmaculado cubrían la cama; a los pies le habían dejado una manta azul oscuro cuidadosamente doblada. La ropa que había dejado tirada por el suelo había desaparecido, reemplazada por un par de zapatillas blancas de estar por casa. En la silla había dos toallas plegadas, sobre las cuales descansaba una pastilla de jabón. Habían ordenado los papeles del escritorio recogiéndolos en un aseado montón.

 

Alguien de por aquí es un maniático de la limpieza.

 

Después de quitarse los zapatos con los pies, Bella cogió los papeles del escritorio y se dejó caer en la cama. Casi no había llegado ni a la mitad cuando la luz del atardecer empezó a ocultarse en el cielo.

 

Bostezó ante el horario de clases. Se calzó las zapatillas y cogió el cepillo de dientes para dirigirse al cuarto de baño. La embargó cierta aprensión al abrir la puerta, pero estaba vacío. Mientras se cepillaba, se contempló en el espejo. ¿Parecía mayor ahora que hacía una semana? Se sentía mayor.

 

De vuelta en su cuarto, cerró la contraventana y se metió en la cama. Por desgracia, cuando apagó la lamparilla del escritorio la habitación quedó sumida en una oscuridad profunda. Excesiva.

 

Buscó a tientas la lamparilla y tiró el despertador al encenderla a toda prisa.

Salió de la cama y abrió la contraventana. Las últimas luces de aquel día estival bañaron el cuarto con un leve resplandor. Aquello estaba mejor.

 

Volvió a apagar la lámpara y se quedó tendida, mirando cómo se esfumaban los últimos rayos del sol y asomaban las estrellas. Había contado ciento cuarenta y siete respiraciones cuando se quedó dormida.

 

— ¡Bella, corre!

 

El grito llegó hasta ella procedente de la oscuridad, de algún lugar situado por encima de ella. En cualquier caso, Bella no entendía por qué alguien le aconsejaba que corriera… ya estaba corriendo, tan rápidamente como la llevaban las piernas. Su melena flotaba tras ella, y aunque no alcanzaba a ver los árboles con claridad —solo atisbaba sus siluetas— notaba cómo las ramas se le enredaban en la ropa, cómo las ramillas le arañaban la piel. El terreno del bosque era irregular y sabía que acabaría por tropezar. No se puede correr por un bosque a oscuras. Es imposible.

 

De repente, oyó unos pasos a su espalda y notó que el aire se movía como si hubiera alguien justo… Unos dedos fuertes la agarraron por el hombro izquierdo y ella gritó mientras intentaba defenderse de quienquiera que la tuviera aferrada, tratando de golpearlo para liberarse.

 

Luego oyó una carcajada desdeñosa justo a su espalda y, mientras gritaba, notó que unas manos invisibles la arrastraban por los pies.

 

Bella se irguió sobresaltada. Por un momento no supo dónde estaba, y se arrastró a la esquina más alejada de la cama, donde se acurrucó con la espalda contra la pared y las rodillas abrazadas como para protegerse.

Entonces lo recordó. Cimmeria. El colegio.

 

Aquel sueño de nuevo. Llevaba semanas soñando lo mismo una y otra vez. Y en cada ocasión se despertaba bañada en sudor. El cuarto seguía en tinieblas… Al mirar el reloj, comprobó que acababan de dar las doce y media. Estaba muy despierta, nerviosa, pero seguía aturdida, como si nada de aquello fuera real.

 

Se levantó de la cama y se inclinó por encima del escritorio para atisbar el exterior. La luna bañaba el mundo con un resplandor azul, irreal. Se encaramó al escritorio y abrió la ventana. Apoyó la barbilla en los brazos, sintiendo la brisa fresca de la noche mientras escudriñaba la oscuridad. Oyó las aves nocturnas mientras aspiraba a fondo el aire fresco. Le encantaba aquel olor —agujas de pino y suelo margoso—; la reconfortaba.

 

De repente oyó unos pasos… ¿arriba? ¿Cómo era posible?

Cuando se estiró para asomarse por la ventana habría jurado haber visto una sombra casi imperceptible moviéndose por el tejado.

 

Se quedó quieta un momento, escuchando, y creyó oír susurros apagados.

Cerró los postigos, comprobó la aldaba para asegurarse de que nadie pudiera entrar y volvió a meterse en la cama. Pocos minutos después, estaba sumida en un sueño profundo.

Capítulo 2: Ultimatum Capítulo 4: Primer día de clases

 
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