Mi corazón siempre sera tuyo (+18)

Autor: solcullen
Género: Romance
Fecha Creación: 11/08/2011
Fecha Actualización: 11/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 100
Comentarios: 536
Visitas: 374046
Capítulos: 32

Fic recomendado por LNM

 

La lluvia caía sin cesar, golpeaba fuertemente mi ventana, el viento azotaba fuertemente las copas de los árboles, ya sin hojas. Era invierno, un crudo y frío invierno, pero más frío se había vuelto su corazón... Y aquí estaba yo, perdida en mis pensamientos, como cada día preguntándome: ¿cómo un amor tan grande podía haber terminado en esto? Juntos, pero tan lejos a la vez... ¿Será que esta lucha constante terminará alguna vez? ¿Será que alguna vez el corazón de mi gran amor, Edward Cullen, Mi Edward, volverá a latir por mí otra vez?Mi nombre es Isabella Swan y esta es mi historia...

 

 

 

La historia es completamente salida de mi imaginación, los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

 

 

Este Fic. esta protegido por derechos de autor por Safe Creative. ¡NO APOYES EL PLAGIO!

 

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Las invito a pasar por mi nuevo Fic. "El Chico de Ipanema"

 

 

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Capítulo 30: Capitulo Final: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 2

 

Ya saben: donde cambia la frase de colo está el enlace con la canción ojala las escuchen con la lectura.

 

Capítulo Final: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 2.

“No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma”

Heathcliff Earnshaw

Cumbres Borrascosas

Edward’s Pov

Miré nuevamente a mi Bella. La hermosa y enorme sonrisa que atravesaba por sus labios me indicaba lo feliz que era. Sus perfectos dientes me parecían aun más blancos y relucientes al estar su sedosa piel aun bronceada y unas adorables pequitas habían aparecido en la punta de su respingona nariz. Un par de cuadernos descansaban en su regazo con aquellos gatitos que tanto le gustaban; los llevaba tomados firme con una de sus pequeñas manos, con la otra acariciaba sin cesar su creciente pancita.

Ahora sí, que mi preciosa mujer se veía embarazada y yo me derretía como un tonto enamorado al ver que cada día estaba más bonita.

Hoy era su primer día de clases, al fin Bella comenzaba a hacer lo que tanto había soñado y yo no me podía sentir más feliz por ella. Aunque a decir verdad y para ser sincero también estaba muy ansioso.

Lo sé, soy un exagerado de primera, y aunque creo que me había mordido bastante bien la lengua por lo menos hoy en la mañana, Bella lo sabía, ella me conocía mejor que nadie y las divertidas miradas de reojo que me daba de cuando en cuando mientras conducía hacia el conservatorio de música de Boston, me lo indicaban. Ya había reído, rodado sus ojos y negado con la cabeza, varias veces.

Me preocupaba pensar en mi Bella, todo el día sola, fuera de mi vista, sin yo poderla cuidar, que se fuera a sentir mal, que algo le pudiese pasar; los embarazos múltiples era de cuidado y aunque hasta el minuto todo iba más que perfecto, simplemente no lo podía evitar.

Había intentado convencerla que comenzara a estudiar el próximo semestre, después de que nacieran los bebés, pero fue absolutamente inútil. Definitivamente la única persona que era casi inmune a mí irrefutable poder de persuasión era mi Bella y peor aún, cuando una idea se le metía en la cabeza, era tan tenaz y constante.

Todos mis argumentos los convirtió en polvo, cuando me dio un discurso sobre mi psicosis por la sobre protección, los celos cavernícolas y lo exagerado que yo era. Pero lo que terminó de derribar las pocas defensas que me quedaban y dar el jaque mate final, para quedarme creo, por primera vez en la vida sin poder articular una miserable palabra, fue cuando inteligentemente me “recordó” que era doctor y que yo sabía que ella estaba en perfectas condiciones para hacer cualquier cosa, así que dejara el drama y ver cosas donde no las había.

Para concluir prometió, con adorables besos y pucheros, además de convincentes caricias, “demasiado convincentes”, que si ya no se sentía capaz de continuar simplemente lo dejaría hasta el próximo semestre de invierno, por lo que no me quedó más que rendirme y acceder a sus deseos, con un frustrado y sumiso “está bien” para el cual debo decir que me sentí como un completo idiota.

Tampoco podía negar que los celos me carcomían, de los supuestos compañeros que ni siquiera aun conocía, pero de solo imaginar que un estúpido adolescente intentara hacerse el “lindo” con mi preciosa mujer o se le acercara a su perímetro de seguridad, establecido por mí, por cierto, más de la cuenta, simplemente esta mañana no era una de mis favoritas en el mundo.

No quería que nadie se atreviera a posar sus ojos tan solo un segundo sobre mi amada esposa, realmente me daban ganas de arrancarles los ojos con una cuchara a quien osara a hacerlo. Esto era mil veces peor que cuando entró a estudiar a Harvard, al menos allá estaba con Alice y no como ahora, completamente sola mientras yo estoy encerrado en mi consulta del hospital. Desgraciadamente alguien tenía que trabajar, aunque la verdad no sería mala idea de que me tomara un año sabático, podía perfectamente permitírmelo. Pero tenía que dejarla crecer, respirar. ¡Demonios!

Una pequeña mano se enterró en el cabello de mi nuca y me acarició dulcemente con la yema de los dedos; inmediatamente mi nivel de ansiedad bajó hasta niveles casi decentes. Mi Bella lo sabía, ella siempre lo sabía…

—Estaremos bien amor —afirmó dándome una mirada coqueta y dejando un tranquilizador beso en mi mejilla.

Solo pude asentir mientras me estacionaba en el frontis del antiguo y victoriano edificio, ya que estaba seguro que si en este momento habría mi boca, sería para decirle que no iba a ninguna jodida parte, para después encerrarla entre cuatro paredes como la princesa del castillo custodiada por un furioso dragón o sea, yo.

¡Bella era mía, solo mía! ¡Maldición! Estaba demente y más posesivo que nunca ¡Jamás podría hacerle eso a Bella! Aunque a decir verdad ganas no me faltaban.

Me bajé del auto y rápidamente lo rodeé para ayudar a descender a mi mujer.

—No es necesario que me dejes en el salón amor —ofreció inútilmente tomando de mi mano, ella sabía que eso no sucedería ni en un millón de años.

—Créeme es absolutamente necesario —negué cerrando la puerta del auto, mientras mi conciencia me regañaba a gritos recordándome que no era su padre, a la cual callé al instante por entrometida y juiciosa. No estaba para sus jodidas reprimendas y precisamente menos esta mañana.

La tomé de la cintura y la acerqué a mí, posesivo, con la mano un poco más allá del límite permitido para las demostraciones públicas de afecto, cosa que realmente nunca me había importado.

Marcando mi territorio entramos al edificio y comenzamos a caminar por sus pasillos.

—Sube esa mano Cullen —me reprendió, agarrando la mano en cuestión intentando dejarla en su cintura.

—Ni lo sueñes…—gruñí afianzando mi agarré, para que continuara exactamente donde quería. Donde todos los estúpidos adolescentes hormonales y con aire de artista bohemio, grunge* y no sé qué otra porquería, que aquí asistían, pudiesen ver que Bella era mía.

Ya sé que mi Bella se veía absolutamente embarazada y casada ya que sus anillos la delataban, pero a mí no me importaba; aquellas no eran barreras suficientes para que algún idiota se encantara con mi hermosa princesa. Por lo que obviamente decidí, mostrarles desde el primer día que esta hermosa mujer tenía dueño y aquel dueño era yo, un demente y celoso cavernícola.

—Celoso —me acusó riendo y rodando los ojos, rindiéndose frente a mi insistencia.

—Mía —contesté dejando un beso en el tope de su cabeza, dándole una pequeña nalgada y volver a dejar la mano ahí, donde descansaba más que feliz.

— ¡Edward! —me quiso reprender, pero al final terminó riendo de lo insistente que sabía que podía llegar a ser.

Caminando entre medio de alumnos y más alumnos que venían llegando a esa hora, llegamos al salón de mi Bella que se encontraba en el segundo edificio, después de atravesar un gran patio interior prolijamente cuidado, en el segundo piso, a la izquierda, inmediatamente después de terminar de subir la escalera.

El aula que era como un pequeño auditorio donde no cabrían más de cincuenta personas, aun no estaba llena ya que aun quedaban quince minutos para que comenzaran las clases. Entré con mi Bella, para que ella eligiera un asiento; escogió el último de la primera fila al lado de la ventana, dejó sus cuadernos encima de la mesa y salimos al pasillo.

—Amor, no dudes en llamarme cualquier cosa ¿sí? —le recordé por enésima vez esta mañana atrayéndola hacía mi y estrechándola en mis brazos.

—Sí, papi. —Bromeó jugueteando con mi cabello—. Te llamo para que me vengas a buscar, aunque le aviso desde ya señor Cullen, que mañana me vendré sola y en mi jeep ya que no estoy ni discapacitada, ni enferma. Eso usted lo sabe muy bien como doctor. ¿Cierto?

¡Demonios! Me lo tenía que recordar…

—Sí, amor —contesté nuevamente sintiéndome como un idiota, dándome latigazos mentales, para recordar que no la tenía que agobiar y que mi Bella era capaz de cuidarse perfectamente sola.

Los meses que estuvimos separados me lo habían demostrado y con creces.

—Te amo, que tengas un excelente primer día —apuñé la tela de su abrigo en su espalda baja con mis dos manos, gesto posesivo y territorial y atrapé sus labios en un beso apasionado, voraz, sin importarme cuanta gente había a nuestro alrededor, beso el cual mi Bella correspondió de igual forma.

—Te extrañaré —susurró sobre mis labios.

—Yo más —contesté besándola otra vez.

No la quería dejar, sería extraño estar sin Bella todo el día después de haber compartido juntos sin separarnos un solo segundo por casi un mes y medio, sentía que si me iba me faltaría el aire, me faltaría mi otra mitad.

—Excelente primer día para ti también, nos vemos en la tarde —acarició mi cabeza nuevamente y no pude más que cerrar los ojos ante tal maravilloso contacto y rogar que pasaran las horas rápido, para poder estar con mi amada mujer otra vez, con mi cabeza descansando en su vientre mientras acaricia y juguetea dulcemente con mi pelo con sus suaves y pequeñas manitos.

—Adiós bebés, cuiden a mami por mí, los amo —abarqué su pequeña pancita con mi mano, la acaricié lleno de amor y me agaché a dejar un pequeño beso antes de irme.

— ¿Edward? —me llamó tomando mi mano antes de que me fuera.

— ¿Si amor?

— ¿Recuerdas los carteles? —preguntó con una sonrisa traviesa atravesando por sus apetecibles labios.

Como no iba a recordar los famosos carteles, si ahora mismo me sentía en agonía porque tenía ganas de decirle a cada niñito imberbe que atravesaba por esa puerta que esta hermosa mujer era mía.

—Sí. ¿Por qué? —curioseé haciéndome el desentendido, suficiente la había vuelto loca esta mañana con mis injustificados celos.

Mi Bella me regaló una deslumbrante sonrisa y sus ojos brillaron astutos y juguetones mientras se comenzaba a desabotonar su abrigo, la miré expectante sin entender bien para donde iba. Una vez que estuvo lista abrió su abrigo y me reveló lo que había en su interior. No pude más que reír a carcajadas y amarla aún más si es que aquello era posible. ¡Como me conocía esta mujer!

“Edward Cullen’s Babys” rezaba en su camiseta roja de manga larga justo encima de su pancita con letras blancas, un fecha apuntaba hacia su vientre.

— ¡Eres increíble Bella Cullen! ¡Te amo! —exclamé extasiado dándole una vuelta por el aire, después llené su rostro de pequeños y dulces besos. Mi Bella rió a carcajadas.

—Ahora se puede ir a trabajar tranquilo doctor Cullen, cómo ve, usted se queda aquí a estudiar conmigo —sonrió suficiente apuntando las letras de su camiseta.

No sé, como siempre lo hacía, pero ella siempre lograba controlar mis celos y debía reconocer que ahora me iba a trabajar más que encantado, sonriendo como un tonto enamorado. Mis niveles de ansiedad se habían reducido prácticamente a cero, aunque estaba seguro que solo me duraría por un rato, estaba realmente encantado con mi sorpresa. Era tan maravillosa y especial mi Bella. Le di un último casto y sonoro beso en sus labios, esperé a que entrara al salón y me fui en dirección al hospital.

Suspiré pesado y jalé mi cabello, este sería un día demasiado largo sin Bella.

Apenas unas cuadras faltaban para llegar al hospital cuando mi teléfono comenzó a sonar, al principio mi corazón latió como un loco pensando que algo le había pasado a mi princesa, pero luego se tranquilizó y me reprendí por mi paranoia, ese no era el tono de mi esposa. Lo saqué de mi chaqueta y miré quien querría hablar conmigo tan temprano, y a decir verdad no me sorprendió al ver el nombre que parpadeaba incesante en la pantalla…Emmett.

Tiré el teléfono al asiento del copiloto y continué conduciendo como si no existiera, este se había vuelto una situación recurrente desde que habíamos vuelto de nuestra luna de miel. En el próximo semáforo en rojo definitivamente lo pondría en modo no molestar para que se desviaran sus llamadas; aun no podía olvidar lo que él y Rose me habían hecho, además con la última persona con la que tenía ganas de hablar esta mañana era con Emmett.

Dos días antes de navidad habíamos arribado a Boston, tal como estaba planeado; veníamos más felices y enamorados que nunca, pero con sentimientos muy encontrados. Queríamos comenzar a vivir nuestra vida, pero a la vez también nos hubiésemos quedado en aquella playa paradisiaca por siempre, solo los dos sin nadie que interrumpiera nuestro perfecto y pequeño mundo donde para nadie más, había cabida. Solo mi Bella y yo fundiéndonos en la piel del otro, saciándonos de la sed interminable de sentirnos un solo cuerpo y un solo amor.

La imagen de mi Bella con su cuerpo húmedo y desnudo bajo la luz de luna, me atacó, gotas de agua salada resbalando por sus preciosos montes, mi lengua atrapándolas para después conquistarlos con ardorosos besos. ¡Maldición! Juro por todos los benditos dioses del Olimpo que estuve a punto de ir por ella, sacarla volando del salón de clases, para llevarla hasta nuestra casa y hacerle como un loco desquiciado una y otra vez el amor.

Si, definitivamente, este sería un día muy, pero muy largo.

Estacioné mi auto en el lugar que tenía designado, tomé mi maletín, mi bata y mi teléfono presto para comenzar un nuevo día de trabajo.

No alcancé a traspasar la puerta de entrada por donde ingresaban los doctores, cuando oí que me llamaban. Me di vuelta para comprobar que era quien yo pensaba.

— ¡Buenos días hijo! —saludó mi padre siempre alegre revolviendo mi cabello cuando llegó hasta a mí, como si fuera un niño pequeño.

Traía su maletín tomado con la mano derecha y su bata colgando de su antebrazo izquierdo.

—Hola papá —respondí su saludo y comenzamos a caminar juntos.

— ¿Cómo quedó Bella en su primer día? —preguntó interesado.

—Bien, feliz —sonreí al recordar lo hermosa que se veía esta mañana y lo alegre que se encontraba.

—Que bueno, ya verás como todo va bien. Bella es un chica muy talentosa e inteligente —palmeó mi espalda en un gesto de apoyo, seguramente imaginando al conocerme tan bien, que en estos momentos los celos y mi instinto protector me estaban consumiendo.

—Eso espero, me preocupa que esté todo el día sola y…

—Edward. —Me cortó—. Tranquilo hijo que nada pasará. ¿Almorzamos juntos? —preguntó cambiando radicalmente de tema.

—Claro —acepté cuando llegamos a los elevadores y piqué el botón para llamarlo.

Sus ojos me escrutaron unos segundos, se notaba que moría por preguntar algo.

— ¿Qué? —lo animé a soltara lo que tenía que decir.

—Bueno… —Comenzó algo dudoso—. Hace un rato me llamó tu hermano y…

—Carlisle. —No lo dejé continuar comenzando a cabrearme monumentalmente— ¡Esto es el colmo! Creo que Emmett está lo suficientemente grande para que te vaya con el chisme de que no atiendo sus llamadas, pero como veo que esta mañana estás en papel de mensajero, dile que no me llame más, porque no le pienso contestar.

Al escuchar mis palabras mi padre suspiró resignado.

—Edward, sabes que no me gusta entrometerme en tus cosas y que siempre he respetado tus decisiones, pero esto está llegando demasiado lejos. Ya han pasado varios meses, no pueden continuar de esta manera, son hermanos y Emmett está realmente arrepentido. Esta situación está afectando a la familia, no fue nada agradable como lo trataste para navidad, además de que estoy muy seguro que tú también lo extrañas. ¿Tan difícil es dar vuelta la página y simplemente olvidar?

Lo miré como si súbitamente le hubiese crecido otra cabeza.

—No me mires así muchachito, que sabes que tengo razón. —Me reprendió— Por favor Edward, se razonable y compréndeme, ahora que serás padre sobre todo. No creo que algún día quieras ver a tus hijos peleados, como tu madre y yo tenemos que ver a los nuestros.

Golpe inteligente y bajo.

—Fácil decirlo, cuando a ti no te traicionó —respondí mordaz.

—Hijo, solo estaba protegiendo a Bella. ¿Qué no lo ves? Deberías sentirte feliz y orgulloso que tu hermano quiera a tu esposa tanto que fue capaz de irse en tu contra amándote como te ama. Desde el primer día que llegaste a casa, fuiste la adoración de Emmett.

Eso no fue un golpe bajo, fue un demoledor mazazo.

¡Diablos! ¿Cómo me recordaba eso? Juro que tuve que luchar por qué no me saltaran las lágrimas de mis ojos, cual dibujo animado. ¿Sería que las alocadas hormonas de mi Bella también me estaban afectando a mí? Lo único que me faltaría ahora, es que me diera el síndrome de Couvade(2).

La campañilla del ascensor anunciando su llegada, me libró de la incómoda conversación que tenía con mi padre.

—Bueno me tengo que ir. —Dije rehuyendo su mirada—. Nos vemos a la hora de almuerzo —me despedí e ingresé al elevador.

—Piénsalo hijo —sugirió justo cuando las puertas se cerraron.


Llegué a mi consulta con las palabras de mi padre aun resonando en mi mente… “la adoración de Emmett” “la adoración de Emmett”. Sí, claro que me adoró el muy idiota, pensé con sarcasmo, sobre todo apoyándome cuando más lo necesite.

Rebecca me recibió feliz, alabando mí bronceado, lo radiante que me veía y con una montaña de trabajo. Y así comenzó mi día, no sin antes entregarle el regalo que Bella y yo le habíamos comprado en Italia, el cual ella tímida me agradeció, para luego mandarme directo a las rondas de rutina por hospitalización. Luego atendí una larga lista de pequeños y adorables pacientes en mi consulta, y todo aquello acompañado de los románticos mensajes y no tan románticos, más bien bastante subidos de tono y llenos de promesas ardientes entre mi Bella y yo.

Estaba tan desesperado por ir a buscarla y hacerle el amor como un sediento clama por agua en el desierto, que miraba cada cinco minutos mi reloj, pero las jodidas manecillas, se burlaban de mí, dándome la impresión que avanzaban más lentas de lo normal.

Sin embargo había algo que me mantuvo aun más intranquilo de lo que ya estaba…

En toda la mañana no pude sacar las palabras de mi padre de la cabeza y la verdad, tenía que reconocer que nada agradable me había portado con Rose y con Emmett para navidad.

Flashback

—Estoy contenta de volver a casa. —Dijo sonriendo mi Bella, desenredando las luces del árbol de navidad— Ahora que estamos aquí, me doy cuenta que realmente la extrañé. Y también nuestra cama…mucho… —apuntó dándome una para nada casta mirada, mientras la ayudaba a desenmarañar el atado de pequeñas luces.

El departamento ya lo habíamos decorado, solo nos quedaba terminar de engalanar el pino, incluso habíamos añadido dos botas mas a la chimenea. “Bebé 1” y “Bebé 2” había sido la salomónica decisión para el nombre de cada una de ellas, ya que Bella quería que dijeran Edward y Anthony y yo quería que dijeran Bella y Marie, por lo que como siempre no pudimos ponernos de acuerdo y esa fue la mejor solución que se nos ocurrió.

Ya sé, nada ocurrente estábamos para los nombres, pero la verdad para nosotros aquellos, sonaban más que perfectos, por lo que, no nos importaba lo que opinara el resto.

Bella nuevamente me desvistió con la mirada, mientras estiraba los cables luchando con el enredo. Mi hermosa mujer y sus alborotadas hormonas estaban insaciables y aquello no me podía tener más que satisfecho y feliz, ya que parecía que yo tampoco tenía lo suficiente de ella. Estaba seguro que sería así por toda la vida.

—Quizás podemos repetir como armamos el árbol el año pasado —ofrecí seductor acercándome hasta ella, la tomé firme de su espalda y deslicé mis manos codiciosas hasta posicionarse en su trasero, para pegarla a mi cuerpo en un rápido movimiento.

—Tengo en mente algo mucho mejor señor Cullen. Tú, yo y un relajante baño de burbujas mientras lentamente me haces el amor… —atrapó mis labios en una sensual caricia colgándose de mi cuello para que la levantara del suelo y me pudiera abrazar con piernas y brazos.

—Definitivamente esa es una idea mucho mejor —gruñí en sus labios comenzando a caminar hacia el baño con ella en mis brazos riendo.

*
*
*

—Más Edward…—suplicó Bella nuevamente jadeando en mis labios, danzando lenta y sensualmente sobre mi cuerpo.

Mis manos acariciaban su espalda, mis labios atrapaban codiciosos los suyos, levantaba mis caderas al encuentro de las suyas para embestirla más profundo, para que me sintiera completamente dentro de ella, así como ella quería.

Amaba a mi mujer con locura y cada vez que unía mi cuerpo al suyo, me invadía un delirante frenesí por demostrarle que la amaría hasta el final de los tiempos.

La imagen que tenía frente a mi era gloriosa…

Su pelo cayendo en sensuales ondas por el contorno de su cuerpo, rozando en suaves caricias su cintura y mi piel. Sus pechos moviéndose al perfecto compás de nuestros cuerpos, invitándome a que los adorara con candorosos besos. Sus labios llenos enrojecidos y entre abiertos por los cuales escapaba con fervor mi nombre y no había música más maravillosa para mis oídos; escuchar como Bella gemía mi nombre, como clamaba por mí demostrando lo que le hacía sentir jalando mi cabello.

—Te amo —ronroneé en su oído, arremetiendo contra ella con intensidad, adquiriendo un poco mas de velocidad.

Mis labios hicieron un camino de ardientes besos por su cuello hasta llegar a sus pechos. Los cuales llené de fogosas caricias mientras mis manos viajaban por su espalda hacia el sur, hasta aferrarse amorosas en sus caderas; quería dejar tatuado un camino de fuego en su piel, para que me sintiera mi presencia, incluso cuando no estaba fundiendo mi cuerpo con el de ella.

—Yo más —gimió buscando mis labios, rozando su piel con mi piel, apoyado su frente en la mía, para mirarme con esos ojos chocolate llenos de amor, el amor inmenso que por mi sentía.

La abracé con todo el corazón, buscando llegar juntos al punto culmine de nuestro acto amor, entregados a aquel roce sublime y perfecto, donde sientes que arderas en llamas y a la vez eres capaz de tocar el cielo con las manos.

Sin separar nuestros labios caímos rendidos, por el abismo de la pasión, aquella sensación arrolladora y única que viajaba poderosa, como fuego en nuestras venas, para recorrernos de los pies a la cabeza y alojarse por siempre en nuestro corazón, así de maravilloso y abrumador se sentía alcanzar el clímax con amor.

Extasiados nos quedamos abrazados, intentando calmar nuestra respiración y el enloquecido latir de nuestro corazón.

—Eres maravilloso y te amo con locura Edward Cullen —besó dulcemente mis labios, frotó su nariz con la mía y jugueteó con mi cabello.

Como amaba que enterrara sus pequeños deditos dentro de mi pelo y me mimara.

—Rasca —exigí como niño pequeño cerrando los ojos y apoyando mi cabeza en su pecho.

—Regalón —me acusó tierna dejando un beso en mi frente.

Se levantó de mi regazo y se sentó detrás de mí, me rodeó son sus piernas y brazos para que mi espalda quedara recostada en su pecho y mi cabeza en su hombro.

—No, no lo soy, solo lo soy de ti y de nadie más —rebatí acomodándome mejor entre medio de sus piernas para que no tuviese que soportar mi peso.

— ¿Ni de Esme? —indagó jugando.

—No es lo mismo —suspiré con algo de nostalgia.

— ¿Y ese suspiro amor?

—Cuando estuve en Afganistán. —Confesé algo que jamás le había dicho, ya que ni yo mismo me sentía capaz recordar, ni siquiera de nombrar—. Vi tantas cosas terribles, que a veces creía que jamás te volvería a ver, y esta, era una de las cosas que más gustaba rememorar. Cerraba mis ojos y me imaginaba así mismo como estamos ahora y te anhelaba con locura.

—Edward. —Susurró mi nombre conmovida y con un dejo de terror en su voz—. No recuerdes cosas tristes amor, ahora lo importante es que estaremos juntos para siempre y podré rascar tu cabeza y tu espalda todos los días.

—Tienes razón, pero si no hubiese pasado por todo eso, nunca me hubiese dado cuenta de lo ciego que estaba, que solo te necesito a ti para ser feliz. Rasca —exigí de nuevo cambiado mí cabeza de posición.

—Ahora tú también eres un gatito regalón —besó mis labios y me abrazó con fuerza, con sus piernas y brazos.

En aquel simple gesto sentí como si ella también me quisiera proteger de todo y de todos.

— ¿Un gatito regalón? —Pregunté divertido por mi nuevo apelativo— Entonces… ¿Dónde quedó el celoso cavernícola?

—Ese señor Cullen, jamás lo dejará de ser. —Dijo riendo tirando unos mechones de mi cabello— ¡Ahora eres mi celoso gatito cavernícola! —anunció alegre besando la punta de mi nariz, como si fuera el mejor sobrenombre del mundo.

— ¿No había un apodo más gay? Creo que hasta prefiero ser el “doctor malito” —Me quejé—. “Mi celoso dios del sexo cavernícola”, a mi me suena bastante mejor —me auto proclamé sonriendo suficiente.

—Engreído. —Tiró agua en mi cara riendo junto a mí—. Aun tenemos que terminar el árbol de navidad —recordó de pronto.

—Lo sé. ¿A qué hora llegará la señora María?

—A las cuatro. Recuerda que viene a enseñarme a cocinar la cena de navidad.

—A enseñarnos amor, no pienses que te dejaré hacer todo el trabajo, sola —la corregí. Bella dejó un beso en mi frente y susurró “siempre juntos”.

—Sí, siempre. Y ¿sabes qué es lo mejor de todo? —pregunté dándome la vuelta y sentándome en el jacuzzi otra vez.

— ¿Qué? —preguntó mordiéndose su labio inferior expectante, ella sabía perfectamente lo que venía y que aquel gesto me volvía completamente loco.

—Que aun tengo tiempo para hacerle el amor a mi amada esposa otra vez —anuncié tomándola de la cintura y sentándola a horcajadas sobre mí, para comenzar a adorar suavemente cada centímetro de su piel.

*
*
*

Mi Bella revoloteaba de un lado a otro por la cocina junto a la señora María, mientras feliz cantaba White Christmas. Emmy caminaba detrás intentando que Bella le diera algo de comer y yo, la contemplaba embelesado apoyado en el marco de la puerta de la cocina. Estaba tan concentrada en lo que hacía que aun no se percataba de mi presencia.

La Cena de navidad ya estaba lista, solo faltaban pequeños detalles, como los que mi Bella hacía ahora. Ya estaba todo listo para recibir a nuestra familia, incluso ya estábamos perfectamente arreglados. Mi Bella se veía preciosa con aquel vestido rojo strapless, muy cortito que caía holgado desde debajo de su busto y que dejaba entre ver su pequeña pancita.

Me encantaba cuando se ponía esos insultos de vestido, sobre todo porque me gustaba colar mis manos por debajo; aunque debía reconocer que no gustaba nada de nada, cuando los usaba para salir a la calle y que los otros hombres estuviesen mirando a mi preciosa mujer como si fuese un pedazo de carne.

Tenía en la boca una cuchara llena de crema de chocolate con la que estaba decorando el pastel, la cual relamía golosa. Con la mano que no sujetaba la cuchara, graciosamente iba poniendo fresas en su cubierta como si se tratara de posiciones estratégicas.

Podría pasar años admirándola y jamás me cansaría, era tan preciosa y adorable mi mujer. Se había empeñado en que la cena de navidad fuera aquí, en nuestro departamento, se estaba tomando muy enserio su papel de dueña de casa, por lo que ahora estábamos solo a una hora de reencontrarnos con toda la familia.

—Mi niña no comas más chocolate, mira que si cierto hombre obsesionado con que comas cosas sanas, te pilla, no te dejará repetir porción de pastel cuando llegué la hora del postre —le aconsejó la señora María dándome un cómplice y divertida mirada.

—Verduras verdes. ¡Puaj! —exclamó como niña pequeña e hizo una adorable cara de asco, untó la cuchara nuevamente en el pote lleno de crema de chocolate, se la llevó a la boca, la atrapó con los dientes y luego la relamió con la punta de la lengua.

Sexy, malditamente sexy.

—Nana, aunque no lo creas, si me pilla, sé muy bien, pero muy bien cómo convencerlo —y se echó a reír traviesa.

— ¿A quién sabes convencer muy bien? —pregunté haciéndome el desentendido entrando a la cocina. Bella abrió sus ojos enormes, pero recompuso rápidamente el gesto. La señora María rió a carcajadas.

La abracé por detrás y dejé un beso en su cuello, ella se estremeció en mis brazos.

—A nadie. —Contestó en el tono más inocente que le había escuchado este mes— ¿Quieres? —me ofreció dándose vuelta en mis brazos y poniendo la cuchara en mi boca, intentando desviar mi atención.

—Mmm, delicioso. —Celebré cuando sacó la cuchara de mi boca—. Aunque creo que tendrás que dejar un poco…

— ¿Para qué? —preguntó curiosa frunciendo el ceño como el gatito enfurruñado que tanto amaba.

—Para que lo ocupes “convenciéndome” muy bien, que te deje comer dos pedazos de pastel, en lo que nos queda de hora… —Bella sonrió culpable, la tomé en brazos y la saqué volando de la cocina.

— ¡Edward el chocolate! —recordó riendo cuando salíamos por la puerta.


Nuestra familia llegó como un torbellino de energía, puntal a las ocho de la noche. Todos venían felices y llenos de regalos, ansiosos por saber de nosotros, y que les contáramos como nos había ido en nuestra luna de miel.

La velada avanzó en una distendida y divertida conversación e innumerables felicitaciones para los chefs y la decoración. Conversación donde algunos como Rose y Emmett, querían saber los detalles pervertidos de nuestro viaje, cosa que no me causaba ninguna gracia debo decir y por la que me tuve que morder mas de mil veces la lengua para no arruinar la cena.

Otros como Charlie, animado por Jasper y mi padre jugaban conmigo recordándome que menos mal había traído a su hija de vuelta de una sola pieza o estaría muerto. Alice y nuestras madres solo estaban felices de vernos y suplicaban de cuando en cuando, por que les mostráramos las fotos de los lugares que visitamos, tocando sin parar extasiadas la pequeña pancita de Bella.

— ¡Oh Belly en esta salen tan hermosos! —Exclamaba Alice cada cinco segundos, cada foto que miraba le parecía más hermosa que la anterior.

—Si hija, que hermosa y romántica luna de miel. —la secundaba suspirando Renée— ¿Charlie estás viendo? creo que necesito que trabajes menos y me lleves a un viaje de estos. Además hace muchos meses que no veo a mi mamá —le reprochaba señalando las fotos como niña pequeña, mientras mi suegro se hacia el desentendido.

—Amor quedan solo unos minutos para la media noche. ¿Puedes traer el champagne por favor? —recordó mi Bella mirando su reloj y acariciando su pancita.

—Claro amor voy por él —obedecí dejando un casto beso en sus labios.

—Yo te ayudo —se acopló Emmett pisándome los talones en dirección a la cocina.

En la cocina el aire estaba tan espeso que podías cortarlo con un cuchillo. Se notaba que mientras Emmett me ayudaba a llenar las copas, se moría por decirme algo, sus azules ojos me miraban con tristeza y melancolía, pero no le di oportunidad de que me dijera nada, no lo pensaba perdonar. Por lo que apenas las copas estuvieron perfectamente servidas, tomé la Bandeja y salí otra vez hacia el living dejándolo clavado en la cocina con la palabra en la boca.

A las doce en punto brindamos, nos deseamos feliz navidad entre besos, abrazos y villancicos. Al igual que el año pasado Alice hizo el honor de repartir los regalos.

Recibimos muchos regalos, pero en general casi todos eran para los bebés, adornos para su cuarto, peluches, mantitas, un sinfín de pequeñas y adorables cositas. Todos estaban encantados con los regalos que les compramos en Italia y sorprendidos que nos tomáramos el tiempo para hacerlo. Al día siguiente mi Bella y yo nos entregaríamos solos los dos nuestros regalos, aquello se había convertido en nuestro ritual de navidad de nuestro perfecto y pequeño mundo.

—Bien. Este regalo es de Rose y Emmett para Edward —anunció Alice poniéndolo en mis manos, animándome a abrirlo con la mirada.

—Vamos amor. —Me alentó mi Bella— Ábrelo, algo me dice que te encantará.

Observé la caja unos segundos, era grande, pero no era pesada. Receloso la abrí pensando en que se les había ocurrido ahora para que perdonara a Emmett y Rose. Por la cara todos tenían se notaba que todos estaban más que enterados de su contenido incluso mi Bella.

Tiré la cinta roja y lentamente destapé la caja plateada como si contuviese adentro un arma de destrucción masiva. Cuando mis ojos vieron lo que contenía en su interior, casi se salieron de sus cuencas de la impresión, mi corazón latió como un loco, de pronto me sentí inmensamente emocionado, como un niño de diez años.

En el interior de la caja había un avión de aeromodelismo, el mismo F-16 que volaba en Pensacola. Era una perfecta y preciosa réplica, incluso en su fuselaje, estaba grabado mi nombre en letras blancas “Teniente E. Cullen” y debajo de este rezaba mi nombre de combate “Emperador”.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver el detalle de Emmett y Rose, pero en un segundo la emoción así como vino se esfumó. Una incontenible ira me atacó, sentí que con el regalo me estaban enrostrando y se empeñaban en recordarme, en quien me había convertido en esa época y las razones por las cuales ahora estábamos en esta situación.

—Lo podemos ir a volar mañana mismo si quieres hermano —ofreció Emmett con sus ojos brillando de ilusión, pero aquel ofrecimiento solo hizo que creciera aun más mi rabia.

Mi Bella lo vio venir, sabía que no podría contener las palabras ácidas que escaparían de mi boca. Se paró de su asiento y se sentó en mis piernas y acarició mi cabello en un intento de aplacar mi rabia y mis palabras no salieran tan duras.

— ¡Quien te crees que eres Emmett al venir a regalarme esto! —Agité la caja frente a sus ojos— ¿Crees que con este pedazo de porquería me comprarás así de fácil después de todo lo que me hiciste?

—Hermano yo…no era esa mi intención…yo…

—Edward…—intentó callarme mi Bella.

—No. Déjame terminar amor, que este idiota parece no entender. Tú y yo, en la misma ecuación ya no existe Emmett. Tú, lo arruinaste todo, y si mañana quieres ir a volar el avión, te acompaño más que encantado, pero para que una vez que esté en el aire, enterrártelo en el culo y salgas de una vez por todas de nuestras vidas…

— ¡Edward! —me reprendió una vez más mi Bella.

Fin del Flashback

Pensándolo bien, ahora me sentía como una porquería. La verdad era que, aunque aun no pudiera perdonar a Emmett, había sido extremadamente duro con él, y tenía que reconocer que me moría por volar el avión y la cruda realidad era que solo lo quería hacer con él, con mi divertido y cariñoso hermano mayor. Lo extrañaba, pero mi maldito y herido orgullo no me dejaba actuar con claridad.


Un mes después…

—Bueno ahora solo nos falta Mozart y Bach —anunció feliz mi Bella a Sebastián, su inseparable compañero de trabajos por imposición de su “inteligente” profesora de historia de la música, a la cual en estos momentos estaba “adorando” tanto como al nuevo amigo de mi Bella.

El cual, me daba la impresión que se pasaba las veinticuatro horas del día metido en nuestra casa y tenía más atenciones con mi esposa de las que debía.

Cambié de posición en el sofá y seguí haciendo lo que se suponía que hacía, revisar algunos papeles del hospital, claro que para ser sincero ni siquiera los leía. Era mi excusa para estar aquí, observando todos los movimientos del niñito este, sentado en una posición estratégica donde los podía ver a ambos haciendo su trabajo de los grandes compositores de la historia sentados en el comedor.

Me enternecía tanto ver a mi Bella esforzarse por continuar estudiando, con su seño fruncido, concentrada en la que hacía y su mano izquierda acariciando su vientre sin cesar. Estaba tan orgulloso de ella.

Hoy llevaba otra de sus camisetas Edward Cullen’s Babys, que por cierto tenía de todos los colores, formas y portes y después me acusaba a mí de celoso y posesivo. Le encantaba usarlas sobre todo cada vez que iba a buscarme al hospital. La de hoy era azul, y en ese color se veía más que hermosa.

Bella ya tenía veintiún semanas de embarazo y nuestros bebes caprichosos al igual que su hermosa madre no se habían querido mostrar; quizás mañana tendríamos la fortuna de saber al fin cual era su sexo. Ella estaba muy sensible y susceptible y yo trataba dentro de todo lo posible, consentirla y estar con ella todo el tiempo que pudiese, intentando no trabajar hasta tarde y por supuesto no hacer turnos de noche, esas estaban reservadas solo para mi Bella.

—Bella, mira, busca en esta página —dijo de pronto el famoso Sebastián sacándome de mis pensamientos.

Se puso de pie y se paró detrás de ella inclinándose hacia adelante para teclear algo en el notebook de Bella, demasiado cerca para mí gusto, mientras yo luchaba con las irrefrenables ganas de aparecer por el comedor y arrancarle las manos de cuajo para que no estuviese tan cerca de mi Bella. ¿Qué acaso, no podía simplemente mandarle en link por messenger?

Me paré mortalmente cabreado intentando mantener mis absurdos celos a raya, y fui hasta la cocina para canalizar mis energías en otra cosa que no fuera continuar arrugando los papeles de mi trabajo. Emmy me acompañó pisándome los talones.

Busqué las cosas necesarias para hacerle a Bella un jugo de fresas.

¿A quién quieres engañar Edward? ¡Solo buscas excusas para aparecer por el comedor! ¡Déjala estudiar en paz! Me regañó la voz de mi conciencia. ¡Pero si la dejo! Solo la estoy cuidando. ¡Que no lo vez! La callé a la muy impertinente.

Dejé el jarro de jugo con fuerza encima del mesón, de un portazo cerré el refrigerador. ¡Uf! Realmente hervía de los celos. De alguna forma tenía que sacarme esta frustración.

—Emmy ve y muerde al intruso. —Le ordené en una descabellada e infantil ocurrencia, pero el solo me movía la cola—. Traidor, aun no se me olvida cuando me gruñiste, y a este niñito idiota con cara de santo, nada de nada.

Emmy se paró en dos patas y lamió mi cara. Estaba enorme.

— ¡Ya! Si no te voy a perdonar…—palmeé su lomo jugando con él.

Estaba terminando de hacer el jugo para mi Bella, cuando…

— ¡Ay! —escuché que Bella se quejaba.

Dejé las cosas que estaba haciendo y como un loco corrí al comedor para ver que tenía mi princesa.

Una sonrisa hermosa atravesaba por sus labios y sus castaños ojos brillaban cristalinos, ilusionados.

— ¿Te patearon? —preguntó Sebastián a punto de poner sus mugrosas garras encima de la pancita de mi mujer.

—Sí…

—No te atrevas… —amenacé letal llegando hasta ella.

Juro que si tocaba a mis bebés primero que yo, lo lanzaría del octavo piso a la calle sin compasión. Para su buena suerte el apestoso niño fue inteligente entendió el menaje y discretamente se hizo a un lado.

— ¡Edward amor, los bebés se movieron! ¡Ven toca! —me llamó con una de sus pequeñas manitos, mientras dos lágrimas de felicidad comenzaban a rodar por sus sonrosadas mejillas.

Me arrodillé frente a ella, Bella tomó mis manos y las puso, donde hace unos segundos los bebés la habían pateado. Acaricié su vientre con adoración y esperé expectante a que la patearan nuevamente, con mi corazón bailando de una indescriptible emoción por sentir a nuestros hijos por primera vez.

—Vamos bebés, muévanse para papi…—les pidió adorable, con su voz desbordando infinito amor.

Y no bastó que sintieran la angelical voz de su madre cuando una pequeña patadita se sintió.

— ¿Lo sentiste amor? —preguntó sollozando de la emoción.

—Sí —apenas y me salía la voz.

La abracé con fuerza, con amor, apoyé mi cabeza en su vientre y ella acarició mi cabello con ternura. Un amoroso beso dejé donde uno de los bebés la pateó.

—Los amo, sean buenos y no pateen fuerte a mami. ¿Sí? —una nueva patadita se sintió.

— ¡Edward también les gusta tu voz! —reímos juntos, era un momento precioso, increíble.

Sebastián entendió que tenía que dejarnos solos y discretamente se despidió, aunque Bella siempre tan bondadosa y buena le permitió sentir a nuestros bebés antes de irse. A su favor, debo reconocer que al parecer el chico le tenía bastante aprecio a mi esposa, porque el también rió y se emocionó al sentirnos. Luego se fue deseándonos suerte para mañana, para que al fin pudiésemos saber que eran nuestros bebés.

Enamorados y felices nos fuimos a la cama. Esa noche me quedé dormido con la cabeza apoyada en el vientre desnudo de mi Bella, cantándoles a mis bebés, mientras ella tiernamente deslizaba sus manos por mi cabello.

Nos levantamos muy temprano para ir al hospital, teníamos cita con Annie a primera hora de la mañana.

—Bien chicos, entonces… ¿Listos para saber que son estos caprichosos bebés? —preguntó Annie creando expectación, ella sabía de nuestra constante pelea.

Por el tono de voz que utilizó se notaba que esta vez ella ya lo sabía, y yo por más que miraba el monitor donde estaban nuestros hijos, no les veía absolutamente nada…

—Sí —contestamos juntos. Nuestras manos estaban entrelazadas, besé su frente y nos dimos una mirada retadora y divertida.

—Okey…estos adorables bebés son…—hizo una pausa y juro que me pareció escuchar el redoble de tambores— ¡Niños! ¡Felicitaciones chicos serán padres de unos preciosos varoncitos!

— ¡Lo sabía! —Exclamó mi Bella desbordando felicidad—. Mis preciosos mini Edward, igualitos a ti amor, mi Edward y mi Anthony…—pronunció los nombres con completa adoración, lágrimas de felicidad inundaban sus ojos.

Al escuchar sus alegres y emocionadas palabras una hermosa visión me atacó…

Mi Bella con dos preciosos bebés en sus brazos, mirándome con mis mismos ojos, pero con el brillo adorable y curioso de los de ella; me vi con ellos elevando comentas en nuestro prado, al igual como lo hacía Carlisle conmigo y con Emmett, yendo a ver un partido de los Red Sox contra los Yankees, enseñándoles a tocar el piano. Curando las raspaduras de sus rodillas después de cometer alguna travesura.

Mi corazón latió emocionado, al darme cuenta de cómo iba en esta vida dejando huella y ya no me importó que no fueran mis mini Bella. Aquellos niños serían nuestro legado, y eran el fruto del inconmensurable amor que nos profesábamos mi preciosa mujer y yo.

—Los amo mi amor, ustedes son mi vida entera, me faltarán días para hacerlos felices. —Atrapé sus labios en un sonoro y mordelón beso sumándome a su felicidad—. Y no quiero que se llame Edward —aclaré divertido.

Estaba más que claro que esa sería nuestra nueva y divertida pelea…

—Ya veremos señor Cullen, ya veremos —acarició mi rostro y ahora ella atrapó mis labios con pasión.

Antes de irnos Annie nos llenó de una montaña de recomendaciones, teníamos que venir a control cada quince días y mi Bella necesitaba descansar más, mucho más, aunque todo marchara perfecto y nuestros bebés estuvieren creciendo sanos y fuertes.

Tomados de las manos salimos de la consulta de Annie en dirección a la oficina de Carlisle a contarle la buena nueva.

Estábamos a punto de llegar a su oficina, cuando al final del pasillo divisé aquella acabada silueta…y sentí terror de que mi Bella lo viera.

Hace dos semanas me había enterado que estaba aquí por mera casualidad, exactamente al igual que ahora, me lo había encontrado de frente en los pasillos de cuidados intensivos. Ver en lo que se había convertido, lo que quedaba de él, era impactante, absolutamente deprimente, sobre todo para mi muy embarazada esposa.

Era cierto y debía reconocerlo, aun al ver como estaba, jamás sería de mi agrado, pero aún así me compadecía enormemente de su estado, no era la vida que le deseara a alguien para terminar sus días, más con la mirada que me dio esa mañana. En sus ojos ya no estaba plasmado el impresionante odio que me tenía, es más, hasta creo que lo vi elevar levemente las comisuras de sus labios.

En un acto completamente irracional, salté en frente de ella y le bloqueé el paso, la abracé rápidamente para besarla intentando evitar que lo viera, no quería que nada perturbara a mi Bella. Ella correspondía mis besos como siempre, entregándose a la sensaciones, con pasión y entusiasmo, pero alzó su ceja derecha en aquel gesto inquisidor y tan suyo.

— ¿Qué pasa Edward? —preguntó al ver que no la soltaba e intentaba besarla de nuevo cuando terminamos el beso.

Bella había pillado que algo le ocultaba…

—Nada amor, solo que estoy tan feliz, que no aguanté las ganas de besarte —solté nervioso sin poder procesar bien. ¡Diablos! nunca en la vida me había salido una mentira tan patética y tan mala.

Bella al darse cuenta de mi evidente y pobre mentira trató de escapar de mis brazos, pero afiancé mi agarré a su cintura para continuar bloqueándole el paso.

—Edward Anthony Cullen… ¿Si nada pasa? Entonces… ¿Me puedes explicar por qué estamos bailando aquí en el pasillo? —preguntó aun con su ceja alzada.

Reí de sus perspicaces ocurrencias y miré de reojo al final del pasillo, gracias a Dios, aquel individuo ya había desaparecido.

— ¿Bailando? —Pregunté haciéndome el desentendido—. Son ideas tuyas amor, me ofendes yo que solo quería besarte. —Me hice el sentido—. Ahora mejor vamos a ver a Carlisle que nos debe estar esperando.

Tomé su mano nuevamente para comenzar a caminar, pero ella se plantó en el lugar.

—Edward Cullen, me estás mintiendo y si no me dices en este segundo que es lo que sucede, caminaré hasta el final del pasillo para averiguar por mi misma que diablos me escondes, y ruega a Dios, que no sea alguna de las locas y enamoradas mujeres que acostumbran a perseguirte y me lo has ocultado nuevamente, porque esta vez, la dejaré peor que a la zorra de Tanya, me importa un comino de quien se trate, en esta ocasión la dejaré pelada.

No pude evitar reír a carcajadas por sus erradas clarividencias, más aun imaginándome a alguna inocente enfermera calva, presa de la furia de mi celosa mujer.

—No veo que te causa tanta gracia —decida comenzó a caminar en la prohibida dirección.

— ¡No! Espera amor…—la detuve con terror.

Estaba tan resuelta en salir de sus dudas, que era mil veces mejor que le contara yo, a que permitiera que viera como estaba.

—Estoy esperando Edward… —insistió impaciente con sus manos puestas en su cintura y golpeteando el suelo con uno de sus pequeños pies.

—Está bien. —Acepté rendido—. Ven, vamos a mi oficina, este no es lugar adecuado para lo que te tengo que decir.

La verdad temía que al contarle se sintiera mal, por lo que decidí que decirle la verdad aquí en el hospital, era la mejor opción para prevenir cualquier cosa.

Cuando llegamos a mi oficina me senté en mi butaca de cuero y senté a Bella en mis piernas en un gesto claro de protección, rogándole a Dios que no se alterara demasiado, al escuchar lo que le tenía que contar. En su estado cualquier cambio de ánimo, subida de presión o cualquier cosa por el estilo, era peligroso.

—Verás amor… ¿Recuerdas…? —y comencé mi relato.

Cuidadosamente le fui contando que es lo que había sucedido el día de nuestra boda, obviamente saltándome lo detalles escabrosos y observando cada gesto de mi Bella, atento hasta en los latidos de su corazón, para saber cuándo sería necesario detenerme. Tal y como lo esperaba, mi Bella se afectó mucho y lloró por largo rato desconsolada en mis brazos.

—No puedo creerlo Edward —sollozaba con su cabecita apoyada en mi pecho.

—Ya amor, tranquila…lo importante ahora es que nunca más nos molestarán. —Intentaba calmarla acariciando suavemente su espalda— ¿Estamos juntos y felices verdad?

—Lo sé Edward…es que… aun me parece increíble tanta maldad…—levantón su rostro y me miró con sus preciosos ojos castaños con tal tristeza que me estremecía el alma— ¿Amor?

— ¿Si, princesa? —pregunté acunando su rostro con mis manos.

—El… el… —hasta le costaba tomar valor para preguntar— ¿El está aquí, verdad?

—Sí amor, pero no creo que sea conveniente que…

—Solo preguntaba —cortó inmediatamente mis preocupaciones, cosa que agradecí silenciosamente, porque si se le ocurría visitarlo ahora como estaba, aquello no lo permitiría, ni en un millón años.

—Tengo una idea, que se que te alegrará. ¿Quieres que nos vayamos todo el fin de semana a nuestra cabaña del prado? —sus ojos brillaron chispeantes e ilusionados al escuchar la pregunta, pero al segundo, nuevamente se volvieron acuosos y lloró aun con más tristeza.

— ¿Qué? ¿Qué dije amor? No llores así por favor —rogué desesperado pensando en qué diablos había dicho tan malo

—Es que… es que… —dijo hipando— ¿Cómo vamos a ir al prado si yo, ya no estoy para caminar tanto? —y soltó nuevamente el desconsolado llanto.

Sonreí enternecido, era tan linda mi Bella.

— ¿Cómo crees que iremos? No llores amor. Aquí, tu príncipe encantado, te cargará más que dichoso hacia nuestro castillo —ofrecí orgulloso y besé la punta de su nariz secando sus lágrimas.

— ¿Me cargarás? —Preguntó sorprendida abriendo sus ojos enormes— Pero estoy tan gorda… y pesada y… —nuevas lágrimas rodaron por sus sonrojadas mejillas.

—Shh… —La callé— Tonterías amor, no quiero escuchar salir de esos labios nunca más que estás gorda, fea o algo referente a tu peso. Estás hermosa, la mujer más hermosa del universo y es solo mía —la estreché fuerte y posesivo hacia mí.

Al fin logré que una tímida sonrisa adornara su bello rostro.

—Así me gusta, solo quiero hacerte feliz.

—Te amo Edward.

—Yo mas, mi consentido gatito, yo mas.


Al día siguiente traté de avanzar con mi trabajo lo más rápido, dentro de lo que mis capacidades me lo permitían, además de intentar escapar de la insistencia de las locas mujeres de la familia que querían raptar a mi Bella de día de compras para arrasar con el centro comercial comprando de todos para los bebés, ahora que ya sabíamos que eran niños.

Al fin pasado el medio día logré escaparme del hospital y ahora aquí estaba, con mi Bella en mis brazos, con Emmy jugueteando un poco más adelante, caminado hacia la cabaña por la mitad del prado.

Era un bello y cálido día, ya casi llegábamos a la primavera. Nuestro prado había florecido nuevamente en todo su esplendor, dándonos la bienvenida un manto de flores blancas, rosadas y lilas, iluminadas por los brillantes rayos del sol.

— ¡Está precioso Edward! Gracias por traerme —me agradeció dándome un juguetón beso en los labios.

—De nada amor, además yo también extrañaba estar aquí contigo.

—Debe estar muy sucia, hace prácticamente un mes que no venimos.

—Bella Cullen, esta semana te has empeñado en ofender mis habilidades de buen marido —le reproché divertido, pero la verdad algo sentido.

Bella rodó los ojos y asintió, como si se estuviese auto regañando frunciendo adorable su seño.

—Obvio, como no lo pensé antes. De seguro que la mandaste a limpiar y a comprar de todo —afirmó más para sí misma, que para mí.

—Exacto —confirmé pagado de mi mismo.

—Lo siento amor, creo que mis revolucionadas hormonas ya no me dejan pensar bien.

Reí por sus comentarios, aunque era verdad tenía el ánimo muy cambiante y susceptible.

—No importa princesa, aun así te amo. —Besé su frente y continué caminado—. Creo que mandaré hacer un camino lateral que de justo por detrás de la cabaña —dije lo que iba pensando en voz alta sin medir lo que aquello provocaría.

— ¡Viste lo sabía!... estoy muy pesada —hizo un adorable puchero y sus ojos se llenaron de lágrimas cosa que pasaba cada cinco minutos por estos días.

— ¡Dios amor dame un espiro! No lo dije porque estés gorda o peses mucho, no sé qué fijación te ha dado con eso. —la regañé—. Solo se me salió lo que venía pensando, porque me gustaría venir más seguido. Sé que te hace feliz venir y para ti será incómodo que te cargue cuando ya tengas casi nueve meses.

—Edward… —afianzó su agarre a mi cuello, besó mis labios y enterró su cabeza en el hueco de mi garganta suspirado.

—Okey, ya no quiero conversar de eso. —Corté la conversación, no tenía ganas de discutir con mi Bella por tonterías—. En su castillo princesa —la dejé con cuidado en el piso, en la entrada de nuestra cabaña y no la solté hasta que sentí que sus pies estuvieron firmes en el suelo.

—Gracias gallardo caballero…—agradeció coqueta acariciando mi pecho y colgándose de mí cuello y para ambos el mal momento se esfumó.

Nuestro fin de semana en la cabaña fue refrescante y perfecto, solo mi Bella y yo, olvidándonos del mundo, de la presión de vida diaria, de los estudios, del trabajo, de la familia. Pasamos horas recostados en la hierba jugando a adivinar las formas de las nubes, al igual como lo hacíamos cuando éramos novios, comimos solo cosas deliciosas dejando aunque sea por dos días la estricta dieta de mi Bella.

Mirando la puesta de sol conversamos de nuestra vida, del futuro y de nuestros niños.

—Bonifacio —solté sabiendo que la haría rabiar.

Me entretenía picándola con nombres horribles. Estábamos eligiendo el nombre que le pondríamos a los gemelos, balancéanos acurrucados en el columpio de terraza que estaba afuera de nuestra habitación. Edward por el momento iba absolutamente descartado.

— ¡Edward estoy hablando en serio! —palmeó mi pecho.

— ¡Auch! ¡Yo También! —reí a carcajadas.

— ¿No había un nombre más espantoso que el de un viejo lleno de verrugas? —reí nuevamente.

—Mmm no, entonces… —pensé otro nombre más feo aun—. Silvestre.

—Ese es un nombre de gato. —Negó haciendo una mueca de asco—. Más vuelo Cullen. —me ordenó enfurruñada.

—Nombre de gatito enfurruñado —la ataqué llenándola de besos e hice cosquillas en su pancita.

— ¡Edward! ¡Para! —me pedía intentando quitar mis manos para que no le hiciera más cosquillas.

Reímos juntos a carcajadas.

—Quiero que uno se llame Anthony —me pidió con fervor tratando de recobrar el aliento, mirándome con sus ojos castaños brillando ilusionados. Imposible de resistir.

—Está bien —consentí, me enternecía tanto que Bella quisiera que nuestros hijos llevaran mi nombre.

Una sonrisa de oreja a oreja apareció en sus apetecibles labios.

—Okey, entonces con Anthony no hay discusión ¿Cierto? —preguntó para asegurarse.

—Sí, amor no hay discusión.

Bella apoyó la cabeza en mi pecho, coló su mano por debajo de mi camiseta para acariciar mi estómago y yo nos seguí balanceando.

—Thomas es un lindo nombre…—dijo suspirando mientras contemplábamos el mar de azul profundo.

Me quedé pensando que le encontraba toda la razón, cuando unos extraños golpes en la puerta de entrada de la cabaña interrumpieron nuestro momento.

Miré extrañado a Bella preguntándome quien sería. Primero porque no lo vimos venir y segundo porque las únicas personas que sabían llegar hasta aquí, era nuestra familia.

— ¿Por qué no vas a ver quién es amor? —me animó sonriendo culpable.

—Bella Cullen. ¿Qué es lo que estás tramando? —la acusé.

—Algo que te hará muy feliz, así que mueve tu preciosa humanidad y ve abrir esa puerta —ordenó en un tono que no daba lugar a réplicas, así que simplemente hice lo que me pidió.

Jamás en la vida se me pasó por la mente lo que me esperaba tras abrir la puerta.

Ahí estaba parado mi hermano Emmett, sonriendo tímido, apenas se le marcaban sus hoyuelos, su celeste mirada era ilusionada, pero cautelosa, llevaba un coloreado cometa en sus manos. Rose estaba parada unos metros más atrás.

—Eddie. ¿Quieres venir a elevar cometas con Memmett? —me preguntó sin darme tiempo para hablar, llamándose como le decía yo, cuando era pequeño.

Tomé el puente de mi nariz y suspiré cansado, pero con mi corazón latiendo fuertemente en mi pecho de la emoción. ¡Diablos era imposible resistirse a esto!

Esperé unos segundos antes de contestar.

—Está bien —accedí sin demostrar de verdad como me sentía y salí de la cabaña caminando con Emmett en dirección al medio del prado.

Cuando pasé por el lado de Rose ella saltó a mis brazos besó mi mejilla y susurró un emotivo “gracias”. Yo solo asentí, ni siquiera podía procesar bien mis ideas, ya no me sentía capaz de continuar esta pelea con Emmett.

— ¿Tú lo tiras y yo lo elevo hermano? —ofreció con cautela seguramente esperando una nueva arremetida mía en su contra.

—Sí —aprobé sin mirarlo, tomé el comenta y comencé a tomar distancia de Emmett para darle metros al hilo.

Cuando estuve a unos quince metros me detuve y lo enfrenté.

Emmett me miraba sonriente, animándome a que lo lanzara al aire y mientras observaba a mi hermano inevitablemente unos hermosos recuerdos de cuando tenía unos cinco años vinieron a mi mente…


—Memmett mi cometa está malo, no lo puedo elevar —me quejé enfurruñado, haciendo un puchero y extendiéndole mí juguete multicolor.

—No está malo Eddie, solo tienes que saber cómo elevarlo. ¿Quieres que te enseñe hermano? —ofreció contento, desordenando mi cabello aun más de lo que ya estaba.

— ¡Sí! —exclamé feliz, dando saltos de alegría.

Mi hermano era genial, el mejor hermano del mundo y era mi héroe. Todo lo que no sabía hacer, el siempre me lo enseñaba, además de cuidarme de las niñas tontas del jardín que les gustaba darme besos y jugar de mi cabello, aquello no me gustaba nada de nada…

— ¡Vamos Eddie lánzalo al aire ahora! —me animó como siempre alegre y así comenzamos nuestro juego que se prolongó por toda la tarde.

Eso había sido siempre Emmett para mí, mientras fui pequeño, mi pilar, mi fiel amigo y ahora me daba cuenta que él continuaba siendo todo eso y quizás más. Él había salvado a mi Bella de morir congelada en este mismo lugar donde ahora hacía un nuevo intento para que yo lo perdonara.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no voté ninguna, si no Emmett me jodería de por vida de que era un marica. Le di una lacónica sonrisa, tomé vuelo y lancé la cometa por los aires y caminé nuevamente donde estaba Emmett comenzando a elevarlo.

Nos mantuvimos un rato en silencio, solo con el sonido del viento haciéndonos compañía, hasta que el cometa estuvo lo suficientemente alto y estable, luego Emmett amarró el hilo a una piedra y nos sentamos en el prado.

—Sí que la jodí. ¿Verdad? —dijo de pronto rompiendo el silencio, mirando el horizonte.

—Bastante…mucho a decir verdad.

—Lo sé, no fue mi intensión, solo la estaba protegiendo a ella…si la hubieses visto como estaba, morada y solo susurraba tu nombre…

—No quiero recordar eso Emmett —lo corté, me estremecía de terror de solo imaginarlo.

—Tienes razón…aquello ya es parte del pasado.

—Sí.

Un nuevo silencio se hizo entre nosotros, pero no era incomodo, era placentero. Era como si el viento que bailaba entre nosotros acariciando nuestros cuerpos estuviese ayudando a sanar nuestras heridas para llevárselas lejos, donde la enemistad ya no tenía cabida.

— ¿Me podrás perdonar algún día Edward? —preguntó con tristeza, la podía palpar en cada una de sus palabras.

Me giré para enfrentarlo, su mirada era tan arrepentida y sincera.

Tenía que reconocerlo, extrañaba las locuras de mi hermano. Me hacía mucha falta su desbordante alegría y optimismo, lo quería en mi vida, en la de Bella, en la de mis hijos y al darme cuenta de todo eso, obtuve la respuesta.

—Hermano, ya te he perdonado…—y lo abracé, lo abracé con todas mis fuerzas, por todos estos meses que lo había extrañado.

—Te quiero Edward.

—Y yo a ti Memmett.

No alcanzamos a separarnos cuando escuchamos unos gritos de alegría, mi Bella y Rose habían estado observando toda la conversación escondidas detrás de un árbol. No pude más que reír, Bella jamás dejaría de ser curiosa.

—Mujeres, que nada se les escape —comentó Emmett rodando sus ojos.

—Sí, y hay una, a la cual que tengo que regañar por ser tu cómplice —dije divertido— ¡Bella Cullen sal de detrás de ese árbol que ya te pillé dónde estás!

— ¡No estoy! —gritó riendo junto con Rose.

Y después de más de tres meses volvíamos a ser los mismos de siempre.

Le agradecería por siempre este día a mi Bella, de seguro si ella no hubiese intervenido, mi disgusto con Emmett y Rose habría durado mucho mas de la cuenta, pero mi maravillosa esposa era así, en su pura alma no había cabida para el rencor. Aun me quedaba mucho que aprender de ella.

Ya por la noche estábamos nuevamente de vuelta en el departamento, después de nuestro perfecto fin de semana. A pesar que fueron días muy refrescantes y lindos había algo que me inquietaba, desde que nos subimos al auto, Bella estaba muy extraña, muy callada.

Entré a la nuestro cuarto después de darle la comida a Emmy y la encontré sentada en la cama ya cambiada de ropa. Su mirada era algo triste, llevaba puesta una de mis camisetas que usaba para hacer deporte cuando estaba en la marina, “U.S Navy” decía justo en su centro con letras negras a la altura de sus pechos, le llegaba hasta la mitad de los muslos dándome una privilegiada vista de sus torneadas y delgadas piernas.

¡Diablos que sexy se veía! ¡Demasiado sexy para su propia seguridad! Mi miembro palpitaba impaciente dentro de mi pantalón clamando por atención, reclamando por su dueña.

Desde que le había dado por usar mis camisetas para dormir, tenía que hacer uso de todo mi autocontrol para no saltarle encima y poseerla como una animal y enterrarme duro y profundo dentro de ella. Ya llevábamos varios días sin hacer el amor y si vestía así, me lo ponía muy difícil.

No es que no la deseara, todo lo contrario, Bella me volvía absolutamente loco, solo me contenía porque notaba que ella cada día que pasaba se cansaba más y si a eso le sumamos que Annie me había advertido que debía ser cuidadoso y que eventualmente cuando Bella cumpliera seis meses de embarazo ya no podríamos hacer mas el amor, porque existía el riesgo de que se adelantara el parto y los bebés nacieran prematuros y como para eso ya quedaba poco, muy poco, solo estaba siendo precavido antes de cuenta.

—Amor me iré a dar un baño. ¿Te bañas conmigo? —la invité llegando hasta ella ofreciéndole mi mano para ayudarla a pararse de la cama.

Bella al escuchar mis palabras estiró la camiseta nerviosa intentando tapar en algo sus piernas y con aquel gesto me lo dijo todo; aun seguía con el cuento de que estaba gorda y fea, a pesar de la cantidad de veces que se lo había negado. No la tomaría en cuenta, ya que al parecer las palabras ya no le servían, con hechos le demostraría lo hermosa que la encontraba y cuanto la deseaba.

— ¿Baño? ¿Los dos? —preguntó nerviosa mordiéndose el labio inferior.

—Con quien más podría bañarme si no es contigo amor. —Le dije tierno, tirando de su mano suavemente para que me acompañara—. ¿Qué clase de pregunta es esa Bella?

— ¿Una pregunta? —contestó poniéndose de pie.

La abracé por detrás y así nos encaminé al baño, para no darle chance de escapatoria.

Abrí la ducha, regulé el agua, cuando estuvo perfecta, me concentré en hacer sentir hermosa a mi amada mujer.

Me acerqué hasta ella que se balanceaba nerviosa cambiando su peso de un pie a otro mientras observaba todos mis movimientos, besé sus labios y comencé a quitarle la camiseta, acariciando sus piernas, subiendo lento y abrasadoramente por sus caderas.

Cuando la tela llegó a la altura de su vientre me detuvo tomando mis manos.

— ¿Qué pasa amor? ¿No te quieres bañar conmigo? —pregunté acariciando la suave piel de sus nalgas atrayéndola hacia a mí, todo lo que su pancita nos lo permitía.

—Sí, quiero…pero es que…

— ¿Qué?

— ¿Edward aun me deseas? —me preguntó con sus ojos comenzando a inundarse de lágrimas.

—Tonta Bella. —Dije enternecido, abrazándola—. Nunca he dejado de desearte, te deseo como un loco, mañana, tarde y noche. ¿Por qué piensas eso amor? ¿Acaso hice o dije algo que te hizo sentir así?

—Más bien fue lo que no hiciste —afirmó triste, con un dejo de dejo de desilusión en el tono de su voz.

Sonreí internamente, ahora sí que comprendía todo. Mi Bella pensaba que yo ya no la deseaba por la cantidad de días que llevábamos sin hacer el amor e ahí, la fuente de todas sus inseguridades. No le contesté, simplemente la besé con toda la pasión y el deseo que sentía por ella y nuevamente comencé a quitarle la camiseta.

—Nada sacas con esconder tu cuerpo de mí, usando mis camisetas, solo logras que te desee aun más, de lo que ya lo hago. Te vez sexy, endiabladamente sexy, tanto que provocas que quiera arrancarla de tu cuerpo rompiéndola en mil pedazos —ronroneé en su oído, terminando de quitarle la molesta ropa que no me dejaba admirar su precioso cuerpo.

No había en este mundo imagen más hermosa que la que tenía frente a mis ojos.

Mi amada esposa casi desnuda para mí, llevando solo unas pequeñas bragas, sus pechos redondos y firmes, mas llenos, esperando erectos a que los adorara con mi boca, con mi lengua, su hermoso vientre por donde regaría montones de amorosos besos.

Deslicé mis labios por la longitud de su cuello aspirando como un drogadicto su embriagador perfume hasta llegar a sus pechos, atrapé un pezón succionando suavemente y luego lo rodeé en una caricia ardiente con mi lengua, provocando que Bella gimiera de placer y enredara sus dedos en mi cabello jalándolo suavemente. Gruñí de la más pura y pecaminosa satisfacción, aquello me volvía completamente loco.

Con mi mano derecha atendí el otro pecho masajeando, apretando levemente su pezón, mientras con mi otra mano comenzaba a bajar la última prenda que impedía que estuviese completamente expuesta para mí.

—Esta noche, me perderé suavemente en tu estrecha calidez, y con cada embestida te demostraré cuanto te amo.

Atrapé nuevamente sus labios en un beso suave y profundo que nos hizo gemir de lujuria al deleitarnos con el sabor entre mezclados de nuestras bocas, jadear frente a la anticipación de lo que vendría. Mi lengua buscaba la de ella codiciosa, ardiente, quería devorarla por completo.

Las manos de mi Bella al fin cobraron vida propia y con premura comenzó a quitar mi ropa, que caía al suelo una a una, para hacerle compañía a la suya, hasta que ambos quedamos completamente desnudos.

La pegué a mi cuerpo con cariño y nos arrastré a la placentera sensación que nos brindaba el agua tibia recorriendo nuestros cuerpos.

Lenta y amorosamente comencé a lavar su cuerpo a recorrer cada centímetro de su nívea piel, suave como el satén.

—Amo cada curva nueva que aparece en tu cuerpo. —Recorrí con infinito amor y delicadeza su vientre con mis manos—. Aquellas que solo hacen que te vea más hermosa, y que te ame más que ayer, porque esos cambios en tu preciosa anatomía son el resultado de cuanto nos amamos, aquí, creciendo sanos y fuertes en tu interior.

Bella me miraba con sus ojos cristalinos y tiernamente acariciaba mi cabello.

—No quiero escuchar salir de tus labios nunca más que no te deseo, porque te deseo con locura mi amor, solo te estaba cuidando, aunque tenga que morir día a día por no poder perderme en las profundidades de tu cuerpo.

Bajé por su vientre dejando un camino de abrasadoras caricias hasta llegar a su intimidad donde lenta y provocadoramente comencé a masajear. Un involuntario gemido escapó de los labios de Bella cuando mis dedos rozaron febriles aquel sensible botón de placer.

—Ámame Edward. —suplicó—. Ya no lo aguanto más, te extraño, quiero sentir tu cuerpo fundiéndose dentro del mío.

Besé sus labios en una caricia tierna y sugerente y di por terminado nuestro baño.

Sequé su cuerpo con rápida delicadeza, la tomé en brazos, la llevé hasta nuestra cama y la recosté con ternura como si se tratara del más frágil pétalo de una rosa.

Con ardientes y apasionados húmedos besos comencé a adorar cada centímetro de su cuerpo, hasta llegar al lugar más oculto, aquel donde solo yo había estado, y nunca habría nadie más, porque mi preciosa mujer sería mía por toda la eternidad. La fui amando a fuego lento sin dejar porción de piel por explorar, para que no le quedaran dudas de cuanto la deseaba.

Poco a poco fui haciendo un tatuaje de candorosas caricias, con mi lengua con mis manos, hasta que quedé recostado detrás de ella con mi pecho pegado a su espalda. Tomé una de sus piernas, la levanté un poco para poder acomodarme en su entrada y suavemente comencé a acariciar su húmeda y cálida intimidad con la mía hasta que lento y delicado la penetré.

Gemimos juntos extasiados de la enceguecedora sensación de convertir nuevamente nuestros cuerpos en uno solo, rendidos a la inmensa pasión que tenía nuestro amor.

Comencé a moverme lentamente. Salía por completo y la volvía a embestir suave, quería prolongar el momento, quería demostrarle cuanto la amaba y todo lo que me hacía sentir. Entrelacé nuestras manos por sobre su vientre, busqué sus labios y la besé con tanto amor que me sentí desfallecer.

—Te extrañé como un loco. —Jadeé en sus labios—. Te amo, te amo tanto mi Bella —le repetía una y otra vez entre cada embestida.

Nuestra danza de amor era perfecta, sublime, nuestros cuerpos se buscaban, y al encontrarse se adoraban, haciéndonos arder en llamas. Lentamente fuimos apagando la hoguera que nos consumía. Nunca dejamos de besarnos, de mantener entrelazadas nuestras manos por sobre su vientre, de jadear en la boca del otro mil veces te amo y así juntos amándonos encontramos aquel rocé sublime y perfecto que nos llevó al paraíso, al paraíso de perdernos una vez más en la indescriptible sensación de unir nuestros cuerpos.

—Te amo —susurré en su oído, antes de que nos quedáramos profundamente dormidos, en la misma posición que hicimos el amor.

—Yo con toda mi alma mi Edward…

*
*
*

Desperté al no sentir a mi Bella protegida entre mis brazos, no había sensación más maravillosa en este mundo que dormir con su pequeño cuerpo entrelazado con el mío, y sentir como nuestros bebes se movían cuando suavemente acariciaba su pancita mientras dormía. Sonreí al imaginar donde estaba, de seguro la encontraría parada con la cabeza metida dentro del refrigerador atacando el helado de chocolate. Ese era el único antojo que mi preciosa esposa tenía y casi todas las noches escapaba sigilosamente de mí, para satisfacer sus caprichos.

Caminé en silencio, para pillarla infraganti en sus travesuras. Me gustaba observar cómo se relamía sus labios con el más el mas pecaminosos de los deleites, como su lengua acariciaba con placer la cuchara, y cerraba sus ojos por unos momentos degustando con satisfacción el sabor de la deliciosa y helada crema.

Asomé mi cabeza por la puerta de la cocina, cual felino a punto de capturar a su presa, pero la realidad con me encontré no era para nada divertida como yo me esperaba, era más bien como el mismo apocalipsis y juro que jamás en la vida hubiese estado preparado para la aterradora y desoladora imagen que mis ojos veían.

El helado de chocolate estaba tirando en el piso comenzando a derretirse, mi Bella estaba doblada de dolor, sus delgados bracitos abrazaban su vientre, un charco de agua estaba a sus pies y gotas de sangre resbalaban por sus piernas, su precioso rostro de princesa estaba bañado en lágrimas.

¡Oh Dios mío! ¡No por favor! ¡No! ¡No! Negué con demencia.

Corrí hasta ella rogado una silenciosa plegaria al cielo… mi Bella, mis niños, no por favor…

— ¡Edward! —un doloroso sollozo salió de sus labios— Nuestros bebés amor…

—Tranquila mi gatito. —Sequé sus lágrimas tratando de sonar calmado, pero a quien engañaba estaba aterrado—. Nada les pasará, te lo prometo ahora mismo iremos al hospital, espérame aquí unos segundos no demoro nada.

— ¡No me dejes sola Edward! —Rogó con pavor. Nuevas lágrimas bañaban su rostro—. Me duele…

—Nunca amor. —Prometí al borde de la locura, besando su frente, acariciando su rostro—. Ya verás que todo va bien, que no les nada, nada…

La senté en una de las sillas de la cocina, y salí a toda velocidad para vestirme y buscar unas mantas.

Ni siquiera fui consciente de lo que me puse, corrí nuevamente hasta la cocina y con manos temblorosas la envolví con todo el cuidado que mi desesperación me lo permitía. La tomé en brazos, la estreché hacía a mí en un abrazo que sentí que se me iba la vida y salimos en dirección al hospital.

No era capaz de retener nada, todo me parecía que avanzaba en cámara lenta, como una tétrica película vieja con un devastador y mortal final, como anticipo de lo que vendría. Manejaba como un loco, sin respetar las luces ni los altos, lo único que me importaba era mi Bella que se retorcía de dolor en el asiento del acompañante y veía como las mantas se comenzaban a bañar en sangre.

Intentaba hilar ideas cuerdas mientras hablaba por teléfono, pero más que órdenes exactas eran desgarradores gritos desesperados, para Annie, para mi padre, para las enfermeras de urgencias, mi Bella se estaba desangrando y yo sabía exactamente lo que aquello indicaba. En el minuto que ella dejara de existir la vida ya no tendría sentido para mí.

¡No! Negué nuevamente, mi Bella tenía que vivir, tenía que vivir…

Cuando llegamos a urgencias, todo pasó tan rápido que apenas fui capaz de darme cuenta, fue como un devastador huracán dejando solo destrucción y desolación a su paso.

Rápidamente me arrebataron a mi Bella de mis brazos, para llevarla hasta el quirófano y la seguí corriendo como un autómata sintiendo que de un pequeño y delgado hilo dependía mi vida. Ya había perdido a mi Bella una vez en mis brazos, una segunda vez no sería capaz de resistirlo.

No sé qué cara habrá visto Annie en mí, o quizás mi Bella ya no tenía esperanza, pues no mandó a que me sacaran de la sala de operaciones. Las órdenes de la doctora para las enfermeras me comenzaban a parecer lejanas, casi ya no escuchaba los pitidos de la maquinas, que intentaban que mi Bella se aferrara a la vida.

La realidad frente a mi ojos de pronto era borrosa, solo acompañada de terroríficos y escalofriantes ecos.

“¡Necesita sangre tipo O!”

“¡Hay que sacarle los bebés ahora!

“¡Se están ahogando con el cordón!”

“¡Doctora está muy débil, no lo resistirá!”

Ya no escuchaba nada, solo podía ver el rostro de mi hermosa princesa y sentir su pequeña mano entrelazada con la mía.

Nuestras miradas bañadas en lágrimas se conectaron y me permití perderme unos segundos en aquella achocolatada mirada, que me adoraba, aquella de la cual era prisionero mi corazón.

¿Sería esta la última vez me perdería en su dulce mirada?

¡No! ¡No! Negué con demencia, con mi corazón amenazando en estallar en mil pedazos del incontenible dolor y desolación, no permitiéndome creer que esto nos estaba sucediendo a nosotros, teníamos una vida por delante, si hace tan solo unas pocas horas éramos felices en los brazos del otro mientras hacíamos el amor…

—Bella amor, por favor, por favor, por favor. —Sollocé desamparado como un niño pequeño sintiendo como mi alma abandonaba mi cuerpo, dejándome completamente vacío, ya que ella era mi alma, ella era mi vida—. Se fuerte, no me dejes, no podré vivir sin ti, moriré, esta vida no tiene sentido si no la puedo vivir a tu lado, Bella por favor…—le suplicaba con un rio de lágrimas de sangre resbalando por mis mejillas.

—Edward… —pronunció mi nombre en dulce e imperceptible susurró, como si aquel fuese su último aliento. Levantó su pequeña manito y acarició mi rostro.

Imágenes de lo que había sido hasta ahora nuestra maravillosa vida atravesaron por mi mente como un anticipo de lo que vendría, indicándome que ahora en delante de solo hermosos recuerdos viviría.

La primera vez que la tuve entre mis brazos, nuestros apasionados besos, las interminables noches mientras la hice mía, sus manos acariciando mi cabello, nuestra boda; aquella vida hermosa que solo tendría junto a ella, junto al amor de mi existencia…


“¡Doctora la perdemos!”

“¡Saquen a los bebés ahora!

Apenas y se escuchaban los latidos de su corazón.

—Cuídalos Edward, por mí, por nosotros…—me pidió mientras observaba como se apagaba el brillo de sus ojos.

—No Bella, los cuidaremos juntos amor, no te mueras mi vida, no podré hacerlo sin ti. ¿Siempre juntos recuerdas?…—imploré llorando destruido, en un último intento que si le recordaba nuestra promesa ella no me dejaría.

Pero aquello fue solo una efímera ilusión.

Aferré su manito entre las mías y llené de besos su hermoso rostro de muñeca, sus hermosos y sonrojados labios de los cuales ya se había esfumado el color.

—Siempre viviré aquí…—musitó tocando mi pecho, me sonrió por última vez y un perpetuo te amo escapó de sus labios con el último latido de su corazón.

 


Mensaje de mi querida Vicko TeamEC:

Hola, queridas lectoras: Me complace hoy anunciarles, que mi hechizo he lanzado aquí..., que si a alguien ha de culparse, esa debe ser a mí. Las ideas malvadas, la ficción y el final; pertenecen sólo a Sol..., pero yo también la he venido a inspirar. Lo siento mucho por los lamentos, lo siento mucho en verdad... pronto se lanzará un nuevo hechizo que algo bueno traerá. Me despido de ustedes, fieles seguidoras de éste fic..., no sin antes decirles lo mucho que me alegra verlas aquí.

Brillo de estrella, luz de luna... que tenga la vida más bella, como ninguna (Hechizo para las lectoras de Mi Corazón Siempre Será Tuyo de SolCullen)


Hola mis hermosas!!! se que me demore! y quizas me quieran matar!!!! esta vez acepto de todo!!!!!! Espero sus votitos y comentarios!!!!!!!

Las quiero sol!

 

Capítulo 29: Solo un beso a la luz de la luna. Parte 1 Capítulo 31: Capitulo final Segunda parte: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 3

 


 


 
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