Mi corazón siempre sera tuyo (+18)

Autor: solcullen
Género: Romance
Fecha Creación: 11/08/2011
Fecha Actualización: 11/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 100
Comentarios: 536
Visitas: 365409
Capítulos: 32

Fic recomendado por LNM

 

La lluvia caía sin cesar, golpeaba fuertemente mi ventana, el viento azotaba fuertemente las copas de los árboles, ya sin hojas. Era invierno, un crudo y frío invierno, pero más frío se había vuelto su corazón... Y aquí estaba yo, perdida en mis pensamientos, como cada día preguntándome: ¿cómo un amor tan grande podía haber terminado en esto? Juntos, pero tan lejos a la vez... ¿Será que esta lucha constante terminará alguna vez? ¿Será que alguna vez el corazón de mi gran amor, Edward Cullen, Mi Edward, volverá a latir por mí otra vez?Mi nombre es Isabella Swan y esta es mi historia...

 

 

 

La historia es completamente salida de mi imaginación, los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

 

 

Este Fic. esta protegido por derechos de autor por Safe Creative. ¡NO APOYES EL PLAGIO!

 

NO DOY AUTORIZACIONES, PARA SU PUBLICACIÓN, EN NINGUNA PÁGINA DE FACEBOOK, BLOGS O SIMILARES. LAS ÚNICAS PÁGINAS AUTORIZADAS, SON: LUNANUEVAMEYER Y FANFICTION.NET. GRACIAS POR LA COMPRESIÓN.

 

Las invito a pasar por mi nuevo Fic. "El Chico de Ipanema"

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 23: Te necesito ahora

Nota: Donde las frases cambian de color, como siempre esta el link de la canción 

 

En el capitulo anterior…

 

Acaricié su cabeza con mucho amor, mientras le comenzaba a cantar una canción que brotó de lo más profundo de mi corazón, los sentimientos más sinceros y puros que sentía por ella, aquellos que callé tontamente todos estos meses no sé porque…

 

 

♪Sigues siendo tú, la única en mi vida, mi refugio mi salida, la que cura mis heridas♪

 

♪Sigues siendo tú, mi eterna compañía, la fuerza que me guía, cuando no hay un buen día♪

 

♪Sigues siendo tú, solo tú♪

 

♪Aun sigues siendo tú, la que me enseño amar, aun sigues siendo tú con quien quiero despertar hasta el final. Aun sigues siendo tú todo lo que yo soñé y que nunca imagine amar así. Ante dios te juro, sigues siendo tú…♪

 

 


Capítulo 23: Te necesito ahora

 


Bella’s POV

 


Maldita oscuridad placentera, en donde no tendría que sufrir nunca más el desamor, penumbras que me permitirían escapar de aquel infierno de sentir esta infinita pasión. Vivir en las tinieblas sería mi eterna condena, por ser una enamorada del amor; por permitirme estúpidamente vivir aquel sueño y amar con aquel prohibido ardor.

 

Oscuridad, tómame en tus brazos, ayúdame a olvidar aquel amor no correspondido, a sanar mi destrozado y traicionado corazón. Anestesia mi alma, duérmela en la más profunda y absoluta inconsciencia, congélala en los recuerdos, de lo que algún día fue un gran amor.

 

Más alguien, cantaba tristemente….

 

♪Sigues siendo tú, mi amante fiel, mi amiga, a quien le entregaría, sin pensar toda mi vida♪

 

Su voz, era tan seductora y atrayente, que no me permitía viajar por aquel camino de oscuridad, camino donde esperaba encontrar el descanso eterno de paz y tranquilidad…

 

♪Sigues siendo tú, perfecta sin medida, mi luz, mí ser, mi vida. A quien siempre amaría♪

 

Aquella voz melodiosa y perfecta, no podía ser más que la de un ángel y aquel hermoso ángel, le cantaba a su amor con las palabras más bonitas y sinceras que jamás había escuchado; era una maravillosa declaración, de completo amor y devoción. Cada nota que entonaba, se escuchaba dolorida, se notaba que sufría mucho, al igual que yo.

 

¿Quién sería capaz de hacer sufrir a un ser tan inmaculado y perfecto?

 

Sentí unas ganas incontenibles de reconfortar tan solo un instante su gran dolor. ¿Sería tan valiente para salir de mi oscuridad, y así poder acariciar su hermoso rostro, esculpido por la misma mano de Dios?

 

♪Sigues siendo tú solo tú♪

 

Mi fuerza de voluntad flaqueaba, necesitaba salir imperiosamente de aquella oscuridad. Ya no importaba mi sufrimiento, la urgencia que sentía por curar sus heridas era más fuerte, pero esta oscuridad en la que yo misma me había sumergido, me absorbía más y más.

 

♪Aun sigues siendo tú, la que me enseño amar, aun sigues siendo tú con quien quiero despertar hasta el final. Aun sigues siendo tú todo lo que yo soñé y que nunca imaginé amar así. Ante dios te juro, sigues siendo tú♪

 

El ángel mientras cantaba, lloraba desconsolado y yo quería con todas mis fuerzas abrazarlo, cobijarlo entre mis brazos, para ayudarle a reparar sus alas resquebrajadas y rotas. Un ser tan perfecto y sublime no debería sufrir con tal intensidad.

 

♪sigues siendo tú a quien amaré♪

 

Cuando de pronto, una cálida y tranquilizadora sensación me invadió… ¡El ángel tenía mi mano entre las suyas!

 

Mi corazón latió con frenesí, amenazando con volver a la vida, al sentir su piel suave como la seda acariciar la mía. Con infinito cuidado llevó mi mano a su mejilla, y con ella detallé cada curva de su armonioso rostro, era una sensación indescriptible, nuevamente me sentí viva. Estaba en el mismo cielo, ya no estaba más en el infierno de mis tormentos.

 

♪Aun sigues siendo tú cada nuevo amanecer, aun sigues siendo cada parte de mí ser♪

 

Repasé nuevamente su rostro con mi mano y el precioso ángel al sentir mi amorosa caricia, entrelazó nuestros dedos y besó tiernamente mis labios. Una corriente eléctrica que bien conocía, recorrió todo mi cuerpo de la cabeza a los pies…

 

♪Una y mil veces, volvería a apostar por ti, sin ti no habría nada no sabría vivir♪

 

♪Siempre has sido tú♪

 

¡No! ¡No! ¡No!… No puede ser… ¡No!… Gritó mi alma con desesperación. Dos gruesas lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas…

 

Aquella voz, no era de mi precioso ángel, esa piel perfecta y suave como la seda, era la piel del asesino de mi corazón; y él era el mismísimo demonio, que había destrozado mi vida sin compasión.

 

Edward…

 

Comencé a llorar desconsolada, mientras Edward continuaba cantando aquellas hermosas palabras de amor, que ahora ningún significado tenían para mí…

 

♪Aun sigues siendo tú, la que me enseño amar, aun sigues siendo tú con quien quiero despertar hasta el final. Aun sigues siendo tú todo lo que yo soñé y que nunca imaginé amar así♪

 


Las terribles imágenes azotaron mi conciencia...

 


Edward, el hombre que ahora me sostenía entre sus cálidos y protectores brazos, así como tanto lo había anhelado, me había engañado de la forma más cruel y vil, destrozando todos mis sueños de niña…

 


Todo se arremolinaba en mi mente, amenazando con perder nuevamente la conciencia…

 


Mis desesperados e insensatos actos, intentando recobrar aunque sea la más mínima migaja, de lo que fue nuestro amor, por sentir aunque sea por un segundo, que este hermoso sueño no fue una mera ilusión. Por estúpida, tonta e ilusa enamorada, me había llevado casi a la muerte a mí y a mí…

 


¡Jesús! En un acto reflejo y completamente protector, llevé la mano que tenía libre a mi vientre. ¡No! ¡No! ¡Dios! ¿Qué, había hecho? Yo casi… yo casi… Sollocé aun más fuerte, ni siquiera me atrevía a pensarlo.

 

Y ahora Edward, estaba aquí conmigo, y me tenía protegida entre sus fuertes brazos, en mi lugar preferido de todo el mundo, justo como cuanto lo había soñado y esperado, pero ¿qué sentido tendría todo eso ya? Si ya no quedaba nada, absolutamente nada por que luchar.

 

Las borrosas imágenes de Emmett gritando desesperado, Alice llorando conmigo en sus brazos, doctores y enfermeras vociferando órdenes hasta que perdí la conciencia y Edward… Edward llorando destrozado, suplicando que no lo dejara…

 

Pero lamentablemente, no era así como quería estar despierta, mi corazón, ya no lo soportaba más…

 


♪Ante Dios te juro, ante Dios te juro, ante Dios te juro, sigues siendo tú…♪

 

Las palabras de Edward eran tan hermosas, cada frase pronunciada por su aterciopelada voz, estremecía tanto mi alma, que mi voluntad amenazaba con flaquear. El que me tenía abrazada con todas sus fuerzas, era mi Edward, el de siempre.

 


El que me hacia todas esas promesas maravillosas, el que me juraba que yo era su único amor, el que quería pasar el resto de sus días junto a mí, y el que secaba mis lágrimas con sus labios con absoluta devoción, era mi amado Edward, el amor de mi vida.

 


—Bella, amor, no llores gatito. Por favor, se que estás despierta, abre tus ojos para mí princesa. Te amo mi vida, por favor no llores más, no quiero que sufras, me tienes que escuchar —me rogaba con su voz torturada.

 


Pero ya no podía rendirme al maldito hipnotismo de su aterciopelada voz, y menos a aquellos hermosos y penetrantes ojos verdes, que me estremecían con aquella mirada de absoluta devoción; ni permitir que aquellas palabras echaran raíces en mi corazón.

 


Ya no podía, ya no quería...

 


Maldije mil veces por querer salir de la oscuridad, pero como el maldito demonio que era, siempre me tenía que venir a tentar; para hacerme flaquear, para hacerme caer de rodillas frente a sus encantos.

 


—Mi amor, no llores más. Por favor, te hará mal —me suplicó muy preocupado, tomando mi rostro delicadamente con ambas manos.

 

¿Por qué me hacia esto? ¡Por qué! ¿Con qué derecho se presentaba aquí como mi Edward de siempre? Después de todo lo que me había hecho, solo para aumentar aún más, el terrible dolor; para alargar esta agonía que me consumía por dentro.

 

Pero aunque tuviera el alma desgarrada en mil pedazos, tenía que ser fuerte, no podía arrancar de esta situación por más que lo quisiera. Tendría que enfrentar mi cruel destino, aquel donde la palabra Edward y yo, ya nunca más sería una sola, aquel donde amarnos estaría prohibido, donde nunca más sentiría el suave roce de sus labios sobre los míos; las tiernas caricias de sus grandes manos suaves como el satén recorrer mi cuerpo.

 

Nunca más podría perderme en el calor de su piel y embriagarme hasta el cansancio de su maravilloso y adictivo olor, que nubla todos mis sentidos, donde nunca más tendría el privilegio de escuchar de sus labios, aquellos te amo, que hacen latir como un loco mi corazón.

 


Lentamente abrí mis ojos, como si así pudiera atenuar en algo, el terrible sufrimiento que sería encontrarme con su hermoso rostro de ángel, y aquellos ojos verdes que estremecían mi alma.

 


¡Dios mío! ¿Por qué tenía que ser tan malditamente hermoso?

 


Aun en la penumbra, podía deleitarme con sus hermosas y masculinas facciones. Se veía cansado, como si no hubiese dormido en varios días, grandes ojeras enmarcaban sus bellas esmeraldas y su barba tenía apenas unos días, haciéndolo ver más sexy y hermoso, si es que se podía.

 


Edward me observaba con sus ojos cristalinos y su rostro torturado, anticipando seguramente lo que ahora iba a pasar. Su mirada se veía tan pura y sincera, como siempre los espejos de su alma, que sería aun más difícil rechazarlo, porque mi corazón lo amaba con tal intensidad, que rayaba en la locura y me era imposible verlo sufrir.

 


—Gatito —susurró tiernamente, dejó un dulce besos en mis labios y me sonrió con aquella sonrisa que detenía mi corazón por segundos.

 

Su contacto me quemaba, me ardía hasta lo más profundo de mí ser, no quería que sus labios tocaran los míos; me herían, su roce dejaban llagas de lacerante dolor después de que los suyos habían probado el sabor de otros labios.

 

— ¡Edward, vete! ¡No tienes nada que hacer aquí! —sollocé tratando de alejarme de él cómo pude, intentando inútilmente arrancar de entre sus brazos, pero me ceñía fuerte hacia él.

 

—Princesa por favor escúchame, te lo ruego, no creas nada de lo que viste. Primero escúchame, ¿sí?

 

—Edward, por favor te lo suplico, no me hagas sufrir más. Ya no puedo, no puedo… —Le supliqué llorando desconsolada— ¡Vete, no quiero que me toques! ¡No quiero que me mires! ¡Tu mirada me quema, me duele! ¡Vete! ¡Vete y olvídate que existo de una vez! Olvídate de todo…

 

La cara de dolor que puso Edward, al escuchar mis palabras de rechazo, me partió el alma.

 

—Bella, no nos hagas esto gatito. ¿Cómo me pides que te olvide amor, si te amo con toda mi alma? —Me estrechó hacia él, fuertemente, acariciando mi cabello desesperado—. ¿Y qué pretendes que haga con todo el amor que siento por ti? ¿Qué me olvide de todo? ¿Qué me olvide del amor de mi vida? ¿Qué me olvide de todo lo que vivimos? ¿Cómo si nada de esto, hubiese sucedido?

 

Me preguntaba abatido. Dos lágrimas comenzaban a rodar por sus perfectas mejillas, cristalinas gotas que intentaba secar con su mano temblorosa, como si fuera un niño pequeño. Verlo así, me provocaba una infinita ternura, por la cual mi voluntad, estaba a punto de convertirse en polvo.

 

—Tienes que escucharme, ya te perdí una vez, no te perderé de nuevo. Nunca, no de esta forma —sentenció con la voz firme, pero atormentada.

 

— ¿Qué quieres que escuche Edward? ¿Me vas a decir acaso que aquel hombre que sale en las fotos no eres tú? —lo acusé nuevamente, intentando con todas mis fuerzas, resistir para no lanzarme a sus brazos.

 

—Amor yo… —pero Edward, no terminó la frase, bajó su mirada avergonzado, haciendo que mi corazón se oprimiera de dolor.

 

Con ese simple gesto, me lo estaba confirmando. La pequeña esperanza que tenía, de que las terribles fotos fueran falsas, se esfumó en un segundo tan efímero como vino aquella ilusión.

 

— ¡Lo sabía Edward! Vete, déjame sola. ¡Ya no te quiero ver nunca más en mi vida! ¡Me das asco! —le grité sin control, con mi alma rota en mil pedazos, ya no lo soportaba más. Nuevas lágrimas nublaron mi vista.

 

Pero Edward continuaba sin irse, solo se levantó de la cama y me miró con el infinito dolor que le provocaron mis palabras.

 

Me observó unos instantes con sus ojos llenos de lágrimas. Era espantoso verlo así, destruido, disminuido; aquel ser hermosamente bello rogaba por un instante de mi bondad, aquella que el mismo mató, pero de su impresionante capacidad de persuasión no me podía fiar.

 

—Lo sé y tienes toda la razón en sentirlo, porque no te puedo negar que soy yo, pero amor, te lo juro por lo más sagrado, te juro que yo no me acosté con Tanya. No sé, qué fue lo que pasó, yo no hice nada, yo…yo…

 

—No jures en vano Edward, que tú mismo no lo puedes negar —ya no encontraba más argumentos para no rendirme a sus suplicas.

 

Si me continuaba insistiendo, sabía que sucumbiría, ya no toleraba verlo rogar un minuto más.

 

—Amor, por favor tan solo dame una oportunidad. Escúchame, por lo que más quieras.

 

— ¿Qué quieres que escuche Edward? ¿Cómo me engañaste de la forma más vil, a un mes de nuestro matrimonio? ¿Qué destruiste todas mis ilusiones, que destruiste mi vida? ¿Eso es lo quieres que escuche?

 

—Por favor, por favor, Bella te lo suplico…

 

¡Dios! ¿Por qué me haces esto?Tan solo dale una oportunidad. Quizás, tan solo quizás, te dice la verdad…

 

Y sus ruegos sonaban tan sinceros, que no me quedó más que claudicar…

 

—Está bien te escucho…—le dije suspirando absolutamente rendida.

 

Sus ojos se abrieron chispeantes, llenos de ilusión y sonrió melancólicamente. Inspiró profundo para armarse de valor.

 

—Hace dos días era el hombre más feliz del mundo, por fin, después de mucho tiempo mi vida, nuestra vida la vi con mucha claridad. Comprendí que gracias a mis egoístas elecciones, te estaba haciendo infeliz y yo también lo era, me sentía vacio y mucho, sentía que a pesar de tenerlo todo, todo cuanto había soñado, no tenía absolutamente nada.

 

Hizo una pequeña pausa y continuó:

 

—Salí a correr como todos los días por la playa y sin darme cuenta llegué a nuestra casa, a la casa que había elegido para ti mi amor y sin poder evitarlo, me senté en la arena a contemplarla.

 

No entendía muy bien para donde iba, o que tenía todo esto que ver, con que me hubiese engañado con Tanya, pero decidí dejarlo continuar.

 

—Sentado ahí, a mi mente vino una de las escenas más tristes que pude imaginar. —Suspiró tristemente y siguió—. Te vi tan solita en aquel jardín que tanto te gustó, hermosa, adorable con tu pancita, acariciando con inmenso amor a nuestro bebé. —sonrió con aquella sonrisa que robaba mi alma, seguramente imaginándome embarazada…

 

¿Será, que ya estaba confirmado, después de tantos exámenes que seguramente me habían hecho? ¿Será, que Edward sabía algo? No, imposible, ya me lo hubiese dicho. Mi corazón latió desbocado de tan solo pensarlo…Una hermosa noticia, en una terrible circunstancia…

 

—Te veías tan bonita, pero tan triste esperándome ahí, solita, con tu mirada perdida hacia el mar, por lo que no pude soportar imaginar que esa sería tu vida de ahora en adelante, si continuábamos por el camino que yo estúpidamente había trazado para los dos.

 

>>De pronto, vi todo con una deslumbrante claridad, esa no era la vida que quería para nosotros, así jamás seríamos felices. Esta dolorosa separación por la que nos hice pasar, ya no tenía sentido, ya nada tenía sentido en la vida, si no la podía compartir junto a ti. Ver tu hermoso rostro todos los días al despertar, ver nuestros hijos crecer, compartir el día a día junto a ti, era algo que ya no estaba dispuesto a continuar sacrificando y al fin comprendí, que no quería perderme de nada y que solo sería feliz, si estaba todos los días junto a ti mi hermosa princesa.

 

No lo podía creer, ni siquiera sabía si estaba escuchando bien. Cuanto lo soñé, cuanto supliqué, por escuchar estas palabras…

 

—Al fin, después de muchos meses me sentí libre y tomé la decisión que debí haber tomado hace mucho…Renuncié, renuncié a todo por ti mi amor, por nosotros, por aquella familia hermosa con la que ambos soñamos formar.

 

Avanzó nuevamente hacía mí, me tomó dulcemente de las manos y las besó con infinito amor. Cerré mis ojos llorando desconsolada, mientras mi respiración se volvía agitada, mi Edward, mi adorado Edward había renunciado a todo por mí. Entonces, ¿por qué me había engañado de la forma más vil? ¡Por qué!

 

—Cuando tú y Alice me llamaron esa tarde para saber si celebraría Halloween con ustedes, les mentí, estaba tan emocionado, quería darte una sorpresa; iba de camino al aeropuerto a comprar un pasaje que me trajera de vuelta, ese mismo día si es que era posible. Estaba desesperado por volver, hice muchos planes, moría por besarte, por tenerte entre mis brazos de nuevo, para siempre, como siempre debió ser, hasta le iba a pedir a Charlie que te dejara vivir conmigo apenas yo regresara, aunque me quisiera colgar —sonrió con tristeza.

 


>>Después de comprar el pasaje, volví al departamento, arreglé todas mis cosas y luego salí a despedirme de Lilian, Charlotte y Peter. Alrededor de la media noche estaba de regreso y me llamó mucho la atención que todas las luces del departamento estuviesen encendidas. Entré con sigilo y me encontré con la desagradable sorpresa, de que Tanya me esperaba dentro.

 

Su rostro de contrajo en una mueca de absoluto desagrado y asco al pronunciar el nombre de aquella maldita mujer.

 

—Como siempre, insistió e insistió que la escuchara, y ahí es donde estuvo mi error mi amor, el que jamás me podré perdonar, porque por estúpido que fui, casi te pierdo para siempre. Por mi culpa ahora estás aquí y te hice sufrir enormemente. Sé, que fui un tonto, nunca debí confiar en ella. La maldita zorra algo me dio amor, te lo juro, por lo más sagrado; créeme por favor, yo no me acosté con ella.

 


Cerró sus ojos y se tomó fuertemente el puente de su nariz, luego inspiró profundamente y continuó.

 


—Después de eso, solo tengo vagos recuerdos, solo que tenía mucho sueño, que me despedí de ella y me fui a acostar. Luego de eso, no recuerdo nada más, hasta el ayer por la mañana, cuando desperté con un horrible dolor de cabeza, sintiéndome muy mal y apenas pudiendo recordar la noche anterior.

 

Sus palabras sonaban tan sinceras.

 

El hombre que tenía parado frente a mí se parecía tanto a mi Edward, aquel del que me había enamorado como una loca. Algo muy dentro de mí me decía, más bien clamaba porque le creyera, porque olvidara todo y fuésemos felices. Mi amado Edward estaba aquí conmigo y ahora jamás se iría, nunca más me volvería a sentí sola, nunca más lo extrañaría como una demente tratando de sobrevivir el día a día sin su presencia, sin sus caricias y sus tiernos besos.

 

Pero, lamentablemente, no podía creerle. Él mismo no lo pudo negar, estuvo con Tanya; nuevamente se dio tiempo para ella y, aunque quizá ella lo haya engañado, había algo que no me podía negar: Edward creía que no se había acostado con Tanya, pero no tenía la certeza de lo que había pasado y eso era algo que no le podía perdonar. Mucho me había hecho sufrir ya con sus rechazos, con su desamor, con su trato duro, frío e insensible hacia mí, haciéndome sufrir día a día; de ese Edward se podía esperar cualquier cosa. Ya no confiaba en él, la poca confianza que me quedaba él la destruyó al recibir a la maldita zorra de Tanya en su departamento.

 

—Lo siento Edward, pero no puedo, no puedo creerte…—susurré apenas, con la voz dolida, mirando las sábanas.

 

No podía enfrentarlo, no podía mirarlo, la lucha que tenía por lanzarme a sus brazos y creerle con todo mi corazón me estaba matando y si lo miraba por un instante me rendiría.

 

—Mírame Bella, mírame a los ojos y dime que no me crees. Por favor princesa, sabes que sería incapaz de hacer algo semejante, sabes que te amo, que te amo más que a mi vida, tú eres mi vida, por favor gatito, por favor.

 

¡Dios mío Edward! No sabes cómo necesito creerte…Quiero creerte con todo mi corazón, pero esas simples palabras no te ayudan en nada, solo ayudan a que me den más fuerzas para despreciarte una vez más…

 

— ¿Sabes que es lo que sí se, Edward? Que cada una de las promesas que me hiciste las rompiste, todas mis ilusiones, todos mis sueños. Prometiste que nunca me dejarías, me hiciste creer que sin mí no tenías razón para vivir, se te olvido que prometiste amarme hasta el fin del tiempo, se te olvido que me robaste el corazón y lo rompiste una y otra vez sin compasión. Aun así y todo, tenía la certeza que mi sitio era a tu lado, pero ya no puedo más Edward, por favor vete, no insistas más. Te lo imploro ¡vete! ¡Vete!

 

— ¡No puedo! ¿Qué no lo entiendes? No puedo vivir sin ti, al fin me he dado cuenta, no puedo pasar un segundo más de mi vida sin ti. Bella te lo suplico, no nos hagas esto.

 

—Ya viviste mucho meses sin mi Edward, sobrevivirás… “La que no sabe, como sobrevivirá sin ti, soy yo amor” —Espeté con odio y jugué mi última y dolorosa carta, mirándolo directamente a los ojos, fulminándolo con la mirada—. ¡Fuera de aquí! ¡Te odio! ¡Nunca más en mi vida quiero volver a saber de ti! ¡Fuera! ¡Fuera! ¿Qué, no me oyes?

 

Su hermoso rostro de ángel se crispó de dolor, pero recompuso el gesto rápidamente.

 

— ¡No me importa todo lo que me desprecies! ¡No me importa todo lo que me odies! No descansaré hasta que me creas. — Sentenció con sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Ya lo veras! No te desharás tan fácilmente de mí. ¡Lo juro Isabella Swan! como que me llamo Edward Cullen, ¡en un mes más serás mi esposa y jamás, jamás me volveré a separar de ti!

 

Se acercó a mí sin darme tiempo de reaccionar, estampó sus labios sobre los míos en un sonoro e intensó beso y salió de la habitación dando grandes zancadas, sacando el celular del bolsillo de su pantalón.

 

— ¿Papá? Soy Edward. Necesito hablar contigo. Urgente, es importante —le oí decir demandante apenas traspasó el umbral de la puerta. Después, solo pude escuchar el eco de sus pasos en el desierto pasillo y su aterciopelada voz alejándose más y más.

 

Lloré como nunca había llorado, nunca pensé que sería capaz de tratar de esa forma a Edward. Lloré porque no sabía si estaba haciendo lo correcto, lloré porque una parte de mi le creía y mas lloré por aquella que no le quería creer y lo necesitaba con toda mi alma y mi corazón. Entre sollozos, vi que entró una enfermera y algo me inyectó, pronto comencé a sentir mucho sueño y empecé a quedarme dormida, nerviosa, pensando en la promesa de Edward, conjeturando que es lo que haría. Pronto caí en un hermoso sueño, donde Edward y yo, aun éramos felices.

 

 

 

Lamentablemente al otro día, abrí mis ojos demasiado temprano para recordar que todo lo vivido no era un mal sueño, si no mi cruda realidad; y yo, lo único que necesitaba imperiosamente era dormir, para así no recordar y no pensar en absolutamente nada más. Me sentí muy sola y aunque me costara reconocerlo sabía muy bien porque… Edward ya no estaba aquí…, mi cabeza ya no descansaba en su fornido pecho oyendo los fuertes y tranquilizadores latidos de su corazón, ni nadie acariciaba mis cabellos tiernamente.

 


Nuevas lágrimas rodaron por mis mejillas y suspiré tristemente con mi mirada perdida hacia la nada, acostumbrándome o lo que parecía que sería mi nueva condición, llorar. Apenas y amanecía, los tenues rayos del sol despuntaban en el cielo, tornándolo de un precioso rosa, luminosos hazes, que se colaban suavemente por mi ventana.

 

Me permití mirar la habitación donde me encontraba unos instantes. Pulcra, blanca, en el arrimo que se encontraba frente a mí, había un enorme oso de peluche blanco, con unos tiernos globos en forma de corazón amarrados en una de sus patas, en todos ellos rezaba la palabra “te amo”. Un florero colmado de unas enormes y hermosas rosas rojas, acompañaban a mi felpudo amigo…

 

—Edward… —susurré su nombre suspirando tristemente.

 

No sé cuanto rato estuve con mi mirada perdida observando cómo cambiaban los colores del cielo, hasta que una enfermera entró y al verme despierta, inmediatamente salió.

 

Solo minutos después entró una doctora por la puerta. Era una mujer alta, imponente, de cabellos y ojos negros como la noche más oscura, de facciones suaves y tez clara. Intenté reincorporarme en la cama para saludarla.

—Buenos días Bella, me da mucho gusto me hayas despertado, soy Makenna, la doctora a cargo de tu caso —me saludó amablemente acercándose hasta mí y extendiendo su mano en forma de saludo.

 

—Buenos días —saludé tímida correspondiendo su saludo con la mano que tenía libre del molesto suero.

 

— ¿Cómo te sientes Bella? ¿Tienes algún malestar? —preguntó comenzando a auscultarme con su estetoscopio para escuchar mi corazón.

 

¿Pero que le iba a contestar, si ni siquiera yo sabía cómo me sentía? Solo tenía este inmenso agujero en mi pecho que sangraba y dolía horriblemente, pero que no tenía ninguna relación con lo que ella quería escuchar; además de aquellas molestas nauseas que no me dejaban en paz.

 

—Bien supongo —contesté bajito con la voz ronca.

 

— ¿Estás segura? ¿No sientes ningún tipo de dolor? ¿Entumecimiento de alguna extremidad quizás? ¿Dolor en el pecho? ¿Nauseas?

 

“Sí, doctora, me duele el pecho, y no se imagina cuanto”, tuve ganas de contestar.

 

—Bueno, siento náuseas.

 

—Sí, lo sé, me lo imagino. —Cuando dijo esto, me dio la impresión, que vi una pequeña sonrisa asomarse por sus labios—. Bien Isabella, tenernos que hablar seriamente. —Anunció solemne y yo solo pude asentir.

 

Acercó la silla que descansaba en una de las esquinas de la habitación y se sentó junto a mí. Me dio una mirada amable y comenzó:

 

— ¿Supongo que no recuerdas bien como llegaste hasta aquí?

 

¡Dios! ¿Por qué querría hablar de eso? ¿Había algo, de lo que yo, me había perdido?

 

—Algo —contesté sin dar mayor información mirando las sábanas, no me atrevía a mirarla a la cara.

 

—Verás, las condiciones en que llegaste a urgencia….

 

Ella fue dejando en claro, punto a punto todo lo que había sucedido conmigo y mientras lo relataba, cada minuto que pasaba estaba más avergonzada de mí actuar irresponsable y muy afligida, por todo lo que le hice pasar a mi familia. Fue un relato escueto, me dio la impresión que no me quería dar mayores detalles, seguramente para no alterarme después de haber tenido un paro cardiaco; el que yo misma, era incapaz de asimilar que había tenido.

 

—Lo importante es que ahora, estás fuera de peligro. Según como evoluciones durante estos días, te daré el alta y podrás ir a casa.

 

— ¿Tendré que estar más tiempo hospitalizada? —pregunté con terror, pensando que de este lugar no podría escapar de Edward y sus promesas de que no me dejaría en paz.

 

—Sí, lo siento, ya me dijeron que le tienes aversión a los hospitales. —Me sonrió, guardó unos minutos silenció observándome con ojos escrutadores y nuevamente habló—. Bella, lo que te tengo que decir ahora es muy importante y te ruego por favor, que intentes no alterarte, si fuera por mí, esperaría unos días más para decírtelo, pero lamentablemente con esto no se puede esperar; aunque supongo que ya lo sabes o te lo imaginas.

 

No fui capaz de abrir la boca, ¿qué más malas noticias podría escuchar ya? Inspiró profundamente y lo soltó.

 

—Bella, estás embarazada.

 

Apenas escuché sus palabras, en un acto casi reflejo llevé mis manos a mi vientre, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón latió amenazando con salir de mi pecho de la emoción. Un bebé, un hermoso y lindo bebé igualito a mi Edward… Si ya me parecía, que lo podía ver en mis brazos, con su pelo broncíneo y sus penetrantes ojos verdes; su seño fruncido observándome, adorable, igualito a su padre.

 

Sin poder evitarlo, mi mente viajó hace un poco más de un año atrás...

 

Flashback

 

— ¡Por qué, le dijiste que estoy embarazada! —le reproché enfurruñada.

 

—Mi vida, lo dije para que no le saltaras encima a la cajera para matarla y además para que viera que tengo una sola dueña —soltó como si nada, guiñándome ojo, siempre coqueto. Se notaba que gozaba más de la cuenta con la situación.

 

— ¡Tú tienes la culpa Edward Cullen!, por ser tan malditamente bello y sexy. La muy estúpida no dejaba de comerte con los ojos, pero eso no lo justifica —lo acusé, aun sabiendo que con eso, solo lo divertiría aun más.

 

Sentía que me salía humo por las orejas. Si tan solo, me hubiese dejado arrancarle un par de mechas, a la estúpida zorra esa.

 

— ¿Me encuentras Bello y sexy? —preguntó divertido el muy engreído, mostrando todos sus perfectos y blancos dientes, sonriendo como si estuviera en un comercial de pasta de dientes.

 

— ¡Oh, vamos Edward! Te conozco hace mucho ¿sabes? ¿A quién quieres engañar “dios del sexo Cullen”?

 

— ¡Que! —exclamó sin dar crédito de que yo estuviese enterada de su “maravilloso” y “enorgullecedor” apodo.

 

“Gracias Emmett”, pensé y sonreí internamente.

 

—“Cariño. ¿Es necesario que lleves tantos dulces? Le puede hacer mal al bebe” —me quejé nuevamente intentando imitar pobremente su voz, lo que provocó que nuevamente se riera a carcajadas.

 

—Mi hermosa Bella y si así fuera, ¿qué tiene de malo? ¿No quieres tener hijos? ¿No te gustan los niños? —al preguntar curioso su mirada se torno brillante, soñadora, me observó como si yo fuera el más precioso de los tesoros haciéndome estremecer hasta lo más profundo de mi corazón

 

—Eh, bueno sí, pero es que nunca lo había pensado en realidad. ¿Y a ti? —y como iba a pensarlo, si hasta donde yo recordaba, Edward era mi primer novio y aun era virgen… “pero solo hasta hoy Bella, solo hasta hoy”.

 

—Yo quiero tener por lo menos seis —anunció feliz sonriéndome como si los pudiese ver.

 

— ¡Seis! —exclamé atragantándome con el vino, sin poderlo creer. ¡Dios! ¡Como, quería tener tantos hijos!

 

—Y todos contigo mi amor, pero eso será más adelante…

 

Y yo aun sin poderlo creer, también lo deseé con todas mi fuerzas, desde lo más profundo de mi corazón…”Y todos igualitos a ti, mi adorado Edward, todos igualitos a ti”, pensé.

 

Fin Flashback

 

Comencé a llorar desconsolada, acariciando mi vientre con ternura; aunque ya lo sospechaba, esta no era la forma de la cual quería enterarme que sería madre. Nunca, ni en mis peores sueños, pensé que recibiría esta noticia absolutamente sola y peor aún, después de todo lo que había sucedido con Edward.

 

Pero mi bebé era un pedacito de Edward y mío y lo amaba con toda mi alma nada más que por eso, por aquella noche en la playa cuando Edward me amó con completa y absoluta adoración. Aquella noche que sentí, que estaría atada a Edward de por vida, y ahora entendía muy bien porque.

 

Ahora éramos solo mi bebé y yo, pero ¿qué le diría a Edward ahora? Sabía bien que él quería ser papá desde hace mucho, tenía más que claro que esa, era una de las cosas que más lo ilusionaba. ¿Cómo podría negárselo ahora, aunque no se mereciera nada?

 

Cuanto soñé con la perfecta imagen de Edward, recorriendo tiernamente con sus grandes y suaves manos mi pancita, para después llenarla de dulces besos; Edward con nuestro bebé en sus brazos, sonriéndome con aquella sonrisa que me robaba el aliento y detenía mi corazón por segundos.

 

—Tranquila Bella, intenta no alterarte, no le hace bien ni a ti, ni al bebé; por mucho han pasado ya los dos. Además debes alegrarte, es un milagro que aquella pequeña cosita está viva después de todo —me dijo la doctora con voz apacible, intentando calmarme pasando una de sus manos, suavemente por mi hombro.

 

Mi corazón se encogió tan solo pensarlo. Mi pobre bebé aferrándose a la vida con uñas y dientes, y yo como la estúpida que soy por poco nos mato a los dos; por ir a buscar aquel amor que precisamente ahí no encontraría, y que ya no tendría nunca más. –Porque, tú no lo quieres así-. Me recordó la voz de mi conciencia para torturarme aun más.

 

Sequé mis lágrimas en un pobre intento de calmarme, tenía que tratar de estar entera para mí bebe, ya no podía ser más aquella madre histérica, loca y tonta que había sido hace unos días atrás.

 

—Bien Bella, ahora que estás más calmada los pasos a seguir son los siguientes: primero te derivaré con dos doctores, con Robert Packer, psiquiatra y Royce King quien será tu ginecólogo. El te dará las indicaciones que debes seguir de ahora en adelante, para que cuides de ti y del bebé. En unos momentos más, una enfermera te vendrá a buscar, para que vayas a tu primera cita con él —anunció dando por terminado su informativo discurso. Se levantó de la silla y se dirigió hacia la salida.

 

—Sí, doctora, muchas gracias —contesté intentando sonreír, pero me era tan difícil.

 

Un momento… ¿Psiquiatra? ¿Para qué diablos necesito un loquero? ¿Pensarán que estoy chiflada? -¿Y cómo no? Después de lo que hiciste…

 

— ¡Makenna! —La llamé interrumpiendo su andar—. ¿Para qué, necesito un psiquiatra?

 

Ella se detuvo ante mi pregunta, justo antes de salir, se acercó a la cama nuevamente y me miró dudosa sin entender nada.

 

—Haber, creo que nos estamos entendiendo mal. —Hizo una pausa como analizando sus palabras, miró hacia el techo unos segundos y nuevamente habló—. El hermano de Edward, cuando te ingresó en la urgencia, dijo que te habías intentado suicidar y que él llegó justo a tiempo, antes de que te lanzaras por el acantilado.

 

— ¡Qué! ¿Qué, yo qué? —grité, sin poderlo creer.

 

¡Dios, Emmett y su gran bocota! ¿Qué, jamás aprenderá?

 

— ¿Perdón? —preguntó con el seño fruncido sin entender, por lo que me apresuré en aclarar el mal entendido en el que me había metido Emmett.

 

Ya no quería ni imaginar, cuanto habrán sufrido todos pensando que me quise matar y Edward, mi pobre Edward… - ¡Que te importa Edward! ¡Que sufra! ¡Es lo único que se merece, el muy desgraciado! -. Me reprendió la voz de mi conciencia, pero es que no lo podía evitar.

 

—Doctora, yo jamás me he intentado suicidar, solo fui a ese lugar por razones personales. Fue un momento en que no razonaba bien, y sin darme cuenta, me pilló la fuerte tormenta; cuando quise regresar, ya me fue imposible, solo eso. Nunca en la vida, ha sido mi intención, tirarme por aquel acantilado. Perdone por favor a mi cuña… a Emmett. —me corregí inmediatamente. “Tonta Bella, mil veces tonta”—. Él, a veces, suele exagerar las cosas, o simplemente darlas por hechas a su modo.

 

Sus ojos se abrieron como platos y su boca se convirtió en una perfecta “o”.

 

—Ya veo, entonces todo ha sido un mal entendido. —Carraspeó incomoda—. Bueno, en ese caso, solo te derivaré al ginecólogo.

 

—Gracias —agradecí suspirando aliviada, ya que lo único que me faltaría ahora, era tener que ir a un loquero, para sumar una nueva desventura, a mi enorme lista de desgracias

 

—Bueno, entonces ahora, si te dejo. Que descanses Bella, en la tarde paso nuevamente a ver cómo estás.

 

“¡No! ¡No dejes que se vaya! Aun no decides, si les dirás o no, a Edward del bebé.”

 

— ¿Doctora?

 

— ¿Si, Bella? ¿Necesitas algo más?

 

—Sí, necesito pedirle un favor —afirmé con temor, pensando en que quizás, me diría que no.

 

—Claro, si es que puedo —me contestó sonriendo amable.

 

—No quiero que nadie, se entere de mi embarazo —declaré con voz suave, pero segura.

 

Ella entrecerró sus ojos analizando la situación unos segundos y luego habló:

 

—Bueno Bella, si eso es lo que tú quieres, no te lo puedo negar, eso va en la confidencialidad paciente doctor, pero también como tu doctora, déjame aconsejarte. El embarazo en la mujer es una época muy bonita, así como también sensible y no es recomendable que lo pases sola. Además, por mucho tiempo tampoco lo podrás esconder, pero si eso es lo que deseas, por el momento te apoyaré.

 

Dicho esto, acarició levemente una de mis manos, y dijo algo que literalmente me mató.

 

—Espero de todo corazón, que las cosas se arreglen entre tú y Edward. El, ha sufrido mucho con todo esto que te pasó, y no se ha despegado de ti por un segundo desde que llegaste aquí; ni siquiera para comer.

 

La miré sin entender. ¿Cómo es que ella lo sabía? ¿Acaso Edward le habrá dicho algo?

 

—No me mires con esa cara Bella, que no hay que ser adivino para darse cuenta, es más que obvio. Hace unas horas, no había como sacarlo de aquí y ahora no lo veo pegado a ti como si fuesen uno solo; por lo que me deduzco, que tu decisión de esconder tu embarazo es por eso, aunque conociéndolo, no creo que tengas éxito. Es más, creo que te sorprenderás. —Sonrió de manera pícara y palmeó mi mano—. Adiós Bella, nos vemos más tarde.

 

Y se fue sin más, dejándome muda y con una tremenda incógnita en mi cabeza. ¿Qué me habrá querido decir?

 

La doctora no alcanzó a salir por la puerta y cerrarla suavemente, cuando esta se abrió de par en par, golpeándose contra la muralla. Edward entró al cuarto a toda velocidad, sus verdes ojos estaban colmados de lágrimas y su expresión mortificada; en un segundo mis dudas se disiparon. Era un hecho, Edward nos había oído y Makenna, lo había visto.

 

— ¿Qué haces aquí? Creo que te dejé bien claro ayer, que no te quería volver a ver nunca más en mi vida —espeté con todo el odio que me sentí capaz, mirando en otra dirección; para no rendirme a su mirada triste y cristalina, e intentar mantenerme firme.

 

— ¿No tienes nada que decirme? —preguntó exigente.

 

— ¿Decirte? ¿Yo? No sé, de qué me hablas Edward, y tampoco sé que haces aquí, vete. ¿Qué, no lo entiendes? —pero sentía todo lo contrarío.

 

Quería que me estrechara en sus brazos, que me llenara de besos. Quería decirle con todo el amor que sentía por él, la alegre noticia que seríamos papás, justo como lo soñamos meses atrás, pero mi tonto orgullo me lo impedía; sin embargo no pude evitar recordar…

 

Flashback

 

— ¿Princesa? —me llamó con su aterciopelada voz, cauteloso, mientras jugaba a hacer figuras imaginarias en mi espalda desnuda con sus suaves y largos dedos.

 

— ¿Si?

 

— ¿De verdad quieres? —preguntó ilusionado, sin decir realmente lo que quería preguntar. Quizás tenía temor de haber entendido otra cosa.

 

Me levanté un poco me apoyé en un codo y descansé mi cabeza en la palma de mi mano, para mirarlo directamente a los ojos y viera que era verdad lo que le iba a decir. Aunque para ser sincera con Edward no me servía de nada mentir, siempre me pillaba.

 

—Sí, Edward, con toda mi alma. Lo he sentido aquí mientras me hacías el amor, y ha sido un sentimiento inexplicable, hermoso —dije mostrándole mi corazón con un dedo.

 

—Amor, me haces el hombre más feliz el mundo, lo sabes. Siempre te he dicho que quiero tener muchos hijos contigo, que seamos una familia grande, hermosa y feliz…

 


Fin Flashback

 

Las palabras fuertes y seguras de Edward me sacaron de mis hermosos recuerdos que ahora más que nunca solo me parecían ensoñaciones.

 

—No. No lo entiendo, y creo que te dije muy claro, que no te desharías de mí tan fácilmente. Ahora, ¿estás segura que no tienes nada que decirme? ¿Algo que me involucre a mí también? — preguntó nuevamente, siempre insistente, con sus ojitos brillando de ilusión. Pobrecito aun sabiéndolo, él quería, que yo fuera quien se lo confirmara.

 

—No —contesté sin ninguna convicción, rehuyendo de aquella mirada que me miraba con completa veneración; colmada de amor, suplicando que no le mintiera.

 

—Bella, amor, por favor, no me hagas esto. Sabes cuánto lo deseo, cuánto lo he soñado; ambos lo soñamos amor, no me quites esa felicidad. Desde que estamos juntos, sabes que muero por tener hijos contigo, además, no debes pasar por esto sola.

 

—Eres un descarado Edward, yo no te he hecho nada, ni te estoy quitando nada. El único que destrozó todo lo que teníamos, fuiste tú —lo acusé lo mas mordaz que pude, pero ni yo me lo creía.

 

— ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no me lo habías dicho? — preguntó mirándome con sus ojitos resplandecientes, llenos de anhelo. Se acercó lentamente hacia mí, seguramente con temor a un nuevo rechazo, puso su mano arriba de mi vientre de forma extremadamente delicada y lo acarició tiernamente.

 

Sin poderlo soportar más, cerré mis ojos y me rendí un momento a aquella tierna muestra de perpetuo amor; un solo momento tuve de ella, y me sentí absolutamente completa. Un halo de tranquilidad, se instaló en mi corazón, como si mi bebé y yo, reconociéramos las suaves manos de su padre como nuestras, pero no podía, por más que quisiera, no podía flaquear.

 

— ¡Te dije, que no me tocaras! —aparté su mano bruscamente, no lo resistía mas. Si continuaba aceptando sus caricias, me derrumbaría en sus brazos y lo perdonaría.

 

—Bella, no nos niegues esta oportunidad. Por favor gatito, quiero estrecharte en mis brazos y llenarte de besos, cuidarte y mimarte como te lo mereces. No me niegues a nuestro hijo, por favor — me rogó mortificado.

 

—Yo no te estoy haciendo nada, que tú no te hayas buscado Edward, así que deja el drama, que no sé de qué hijo me hablas.

 

¡Dios! Apenas y me reconocía a mí misma.

 

—Amor por favor. —Volvió a la carga acercándose peligrosamente, con una mano acarició nuevamente mi vientre y con la otra tomó mi rostro y lo elevó para que lo mirara directo a los ojos—. Mírame princesa. Mírame a los ojos y dime si te he engañado, si alguna vez he dejado de amarte. —Susurró casi encima de mis labios exhalando su perfecto aliento en mi rostro, nublando todos mis sentidos, haciendo que mi cabeza diera vueltas.

 

Sus labios rozaron tiernamente los míos y ya no había nada que hacer, estaba a punto de rendirme a mi verdugo, hasta que…

 

—Buenos días linda, aquí traigo tu desayuno. Después que te lo tomes, vengo a buscarte para llevarte a tu cita con el doctor Royce King —anunció alegre una enfermera entrando a la habitación, haciendo que nos separáramos en el acto. Era pequeñita y rubia, parecía una muñeca.

 

Edward frunció el seño muy enojado, y algo dudoso le preguntó:

 

— ¿Royce King, el ginecólogo?

 

—Sí. ¿Por qué? —preguntó ella, amable, sin entender bien. Y a decir verdad, yo tampoco entendía para donde iba.

 

— ¡Mi Bella, no irá a ninguna cita con ese hombre! —exclamó enfurecido.

 

—Lo siento, pero la cita ya está hecha, son órdenes de la doctora Makenna —le contestó ella sin tomar en cuenta sus reclamos.

 

— ¡Me importa un carajo lo que haya ordenado Makenna! ¡Ese degenerado no le verá… la…la…LAS…LAS…! ¡LAS PARTES ÍNTIMAS A MI MUJER! —Rugió feroz—. ¡Ni pondrá sus asquerosas manos sobre ella y mi bebé! —El ataque de celos que le estaba dando era monumental, jamás lo había visto tan enojado y celoso como ahora, daba la impresión que tendría un ataque de ansiedad aquí mismo.

 

Debo reconocer que a pesar de cómo me sentía, aquello me provocó una infinita ternura y tuve que apretar mis labios para no soltar unas buenas carcajadas. Se veía adorable con el seño tan fruncido, que tenía sus pobladas cejas casi juntas; amaba a mi celoso cavernícola.

 

Pero lamentablemente para él, no iba a darle alas.

 

— ¡Yo no soy tu mujer! y si la doctora Makenna me recomendó ese doctor, ¡a ese doctor iré! —le rebatí inmediatamente. El ya no tenía ningún derecho de gobernar sobre mi vida.

 

— ¡Eres y serás, siempre MI MUJER! ¡MIA! ¡MIA! ¡Me oíste bien! —me silenció furioso. Sus verdes esmeraldas a punto de salir de sus cuencas, bufando como una animal.

 

No puede más que abrir la boca, para volverla a cerrar. Era imposible discutir con él, cuando le daban aquellos ataques de celos.

 

Caminó con pasos sensuales hacia la enfermera, se paró enfrente de ella y se acercó lentamente poniendo su rostro a su altura. Luego, exhaló todo su aliento al preguntar con aquella voz endemoniadamente sensual que tenía:

 

— ¿Cuál es su nombre linda? —le sonrió con aquella sonrisa que bien sabía volvía loca a las mujeres, jugó con un mechón del cabello de ella y se lo llevó a su nariz para aspirar su olor.

 

La pobre enfermera solo pestañeó varias veces sin poderlo creer y su boca se desencajó hasta el piso, babeando literalmente su celeste uniforme, y para ser sincera, no creo que solo haya mojado su uniforme después de aquello.

 

Edward era un maldito, sabía muy bien el efecto que provocaba en las mujeres y por supuesto que sabía ocuparlo a su antojo, cuando se trataba de salir beneficiado.

 

—Ja-ja-jane —contestó tartamudeando, juro que vi sus piernas temblar.

 

—Gusto en conocerte Jane. —Anunció arrastrando las palabras de manera totalmente sexual—. Doctor Edward Cullen. —Anunció pasando un brazo sobre sus hombros y los dirigió a ambos hacia afuera de la habitación—. Ahora usted y yo, tenemos mucho de qué hablar. —Dijo esto cuando cruzaron el umbral de la puerta.

 

¡Un momento! ¿Doctor Edward Cullen? ¡Dios! ¿Qué tramaría ahora Edward para no dejarme en paz?

 

Suspiré cansada y abatida intentando tomar mi desayuno. No tenía hambre, y mucho menos ganas de comer, pero por mi bebé lo intentaría.

 

Mientras estuviese internada, no tendría escapatoria y la necesitaba con todas mis fuerzas. Sabía muy bien que con Edward rondando por aquí, me sería muy difícil mantener mis emociones y sentimientos a raya; y, ¿qué podía hacer? No lo podía negar, a pesar de lo que él me había hecho, lo seguía amando con toda mi alma y mi corazón.

 

La mañana pasó lentamente. Edward y la enfermera nunca más volvieron, aunque eso me alivió hasta cierto punto, me sentí muy cansada por todas las emociones vividas, por lo que pronto me quedé dormida.

 

Una suave caricia en una de mis manos me despertó.

 

—Hola —me susurró bajito mi mejor amiga sonriéndome tristemente.

 

—Alice perdóname —fue lo único que pude decir, bajando mi mirada avergonzada.

 

—Perdóname tú a mí, nunca debí dejarte ir —dijo comenzando a llorar, y me abrazó dulcemente con sus delgados bracitos.

 

—No te culpes Alice, la tonta fui yo, que se me ocurrió ir al prado, con la fuerte tormenta que había —volví a culparme.

 

No era justo que Alice se culpara, ella mucho más que una amiga para mí; era la hermana que nunca tuve, la que siempre estaba para mí apoyándome.

 

—Okey, ya no quiero recordarlo más. —Cerró los ojos y negó con su cabeza, como si estuviese intentando expulsar el recuerdo—. Lo importante ahora, es que ya estás bien. —Sonrió nuevamente recuperando su inagotable energía y su buen humor—. Mira las cosas que te traje, Bella.

 

Y como por arte de magia, apareció una enorme maleta.

 

—Traje tus pijamas, perfumes, cosméticos y algunos libros para que entretengas, mientras estés aquí —anunció saltando en su puesto feliz, para después abrir la maleta y ponerse a guardar todas las cosas en el closet que había en la habitación.

 

—Alice. ¿Crees que serán necesarias tantas cosas? —Le reproché asombrada, ya que sacaba y sacaba, cosas de su interior—. Con mi cepillo de dientes y de pelo, más un par de pijamas hubiese estado bien.

 

— ¡Por Dios Bellita! ¿Qué nunca aprenderás? No puedes estar con esa horrible bata de hospital y toda desarreglada —exclamó rodando los ojos.

 

Alice cariñosamente ayudó a cambiarme la bata, por unos de aquellos pijamas llenos de gatos que “curiosamente”, Edward amaba y aun no entendía el por qué. La reproché con la mirada mientras me ayudaba, pero ella olímpicamente me ignoró, haciéndose la desentendida. Dejó mi cabello perfectamente arreglado en suaves ondas que caían por mi espalda, me maquilló un poco y me puso perfume.

 

— ¡Quedaste perfecta Bellita! —Exclamó llena de felicidad dando saltitos—. Y ahora, el toque final.

 

Abrió su enorme cartera de diseñador, y de su interior, sacó mi colgante de corazón y mi anillo de compromiso. Por instinto repasé mi cuello y mi mano; tan perdida estaba en mi amargura, que ni siquiera cuenta me había dado, que no los tenía.

 

—Te los sacaron cuando ingresaste a urgencias —me informó abriendo el broche del colgante, para luego acercarse a mi cuello e intentar colocármelo.

 

—Alice, no los quiero —la detuve susurrando con la voz ahogada. Recordar cómo habían sido regalados, me provocaba un inmenso dolor, apenas y podía mirarlos.

 

Ella me observó, abriendo enormes sus verdes ojos de gato, no dando crédito a mis palabras. Era más que obvio, que Alice le creería a Edward.

 

— ¡No lo puedo creer! ¡Seguirás con esto! —Exclamó incrédula—. Bella, no te hagas esto amiga, sufrirás mucho; tampoco se lo hagas a Edward. ¿Por qué no confiaste en él? ¿No era mejor hablar primero con Edward, antes de llegar a esto? Aclarar, como Edward, llegó a aparecer en esas malditas fotos. ¿Y no dar todo por sentado?

 

La pregunta de Alice, me recordó la enorme bocota de Emmett. Aunque le agradecía con el alma, que me haya encontrado, esta vez había rebasado todos los límites, preocupando a todos en demasía; incluso a Ed… -¡Ash! No lo nombres Bella. Que muera de preocupado el muy desgraciado, es lo mínimo que merece.

 

—Lo siento Alice, pero no puedo. Edward, ya me ha defraudado muchas veces y…

 

Pero no pudimos terminar de hablar, porque en ese mismo instante, hicieron todos juntos, acto de aparición. Alice me dio una mirada triste, dejó el anillo y el colgante en la mesa de noche y susurró...

 

“Por si cambias de opinión, y por tu bien, eso espero…”

 

Todos me abrazaron y me besaron tiernamente, mi mamá y Esme lloraron emocionadas un buen rato de verme ya despierta y bien. Cuando ya los ánimos estuvieron más calmados, aproveché de aclarar el “pequeño” mal entendido en que me había metido Emmett.

 

Aquello provocó reacciones diversas. Emmett pedía disculpas avergonzado, acto que Rose apoyó, Charlie y Renée lo fulminaron con la mirada, Jasper negaba con la cabeza y Alice lo regañó fuertemente, aludiendo a su actuar de unos días y el escándalo que le había hecho Edward, sin siquiera dejarle explicar nada; regaño que Charlie sin más, secundó. Esme, se mantuvo al margen observando aquella pequeña discusión.

 

Era un hecho, esta situación tenía a mi familia divida y aquello me entristecía en demasía.

 

Sin embargo, lo que más me afectó, y no me podía resignar a creer; era que por lo visto, Charlie y Renée, le creían a Edward. Acto imposible de procesar, por cierto, después de todas aquellas amenazas de muerte que papá le hizo y que prometió cumplir a cabalidad, si es que algo me llegase a suceder.

 

Después de la pequeña discusión, el ambiente se relajó, y la metida de pata de Emmett, ahora se había convertido en motivo de diversas bromas; burlas para las cuales, el se defendía como podía, aludiendo a su heroico rescate. Aunque toda esta alegría, no me parecía más, que una falsa máscara para mantener a la infartada en paz y de eso estaba más que segura.

 

Nadie preguntó por Edward, cosa que me alivió inmensamente, ya que no tenía ganas de dar ningún tipo de explicación de cómo estaban las cosas ahora entre él y yo, pero aunque no me lo preguntaron, era obvio que lo sabían; por algo Edward no se encontraba ahora aquí junto a mí.

 

Después de que todos se fueron, intenté distraerme un rato leyendo uno de los libros que me había traído Alice, pero tontamente, no podía elegir otro que no fuera, “Sensatez y sentimientos”; como si no lo hubiese leído nunca… Edward… Edward… resonaba una y otra vez dentro de mi cabeza, a medida que avanzaba las hojas. Lo cerré ofuscada y prácticamente lo tiré a la mesa de noche. ¿Será que Alice me había traído ese libro premeditadamente?

 

Por más que intentaba acallar aquel doloroso eco en mi cabeza, sin obtener resultados, el verdadero Edward de mis tormentos, hizo acto de aparición como si lo hubiese estado llamando con mi mente, en ese mismo momento.

 

¡Ay Dios mío! ¿Por qué siempre tienes que ser tan cruel conmigo? Justo ahora que trato de recoger mi corazón a pedazos, me sientas de espectadora, justo en primera fila frente a la mismísima estatua de Adonis andante, parlante, obstinada y convincente sin igual, vestido impecable de médico; con aquel sexy uniforme que se adhiere a su cuerpo como segunda piel, dejándome ver aquel monumental cuerpo del pecado. Y que ahora, más encima, pretende dárselas de mi doctor, y venir a examinarme.

 

Intenté mantenerme lo mas indiferente que pude, como si semejante aparición no me hubiese afectado en lo más mínimo, pero, ¿a quién, quería engañar? Si hasta el muy engreído, sonrió con aquella maldita sonrisa sexy, al ver como mis ojos se habían abierto más de la cuenta.

 

Se acercó a mí con su típico andar elegante y felino, se puso el estetoscopio en sus oídos y se dedicó a escuchar mi corazón, mientras la maldita maquina del holter a la que estaba conectada, no me ayudaba en nada en mantener firme mi pobre actuación, cuando rozó mi piel con el frió metal y su suave mano.

 

— ¿Qué haces aquí Edward? —pregunté con todo el desdén que fui capaz.

 

—Trabajo aquí. ¿Qué no lo ves? —anunció suficiente mostrándome su credencial.

 

— ¿Aquí? —pregunté horrorizada. Ahora sí, que no se me iba a despegar.

 

—Te dije que dejé todo, que había vuelto por ti, pero tú no me quieres escuchar. No pensaba comenzar a trabajar inmediatamente, quería que nos casáramos primero, que disfrutáramos de nuestra luna de miel, pero en vista y considerando como me pones las cosas, no me quedo más que hablar con Carlisle y comenzar hoy mismo.

 

—Eres un descarado. ¿Cómo te atreves a venir a examinarme? Eres pediatra —lo increpé nuevamente.

 

— ¿Y qué? —Dijo suficiente, encogiéndose de hombros—. Todos los recursos me valen, si eso significa que tengo más tiempo para estar contigo, me escuches y me creas de una vez.

 

— ¿No dejaras de insistir verdad?

 

—No.

 

— ¿Por qué me haces esto Edward? ¿Qué no ves que mi pobre corazón ya no le resiste más? ¿Qué no ves que, por más que quiera, no te puedo perdonar?

 

—Pues yo escucho, que late fuerte y muy bien. —Contestó tomando mis súplicas en broma, guiñándome un ojo coqueto—. Además, no me importa que no me quieras perdonar, no pierdo nada con tratar.

 

Se sacó el estetoscopio de sus oídos y lo colgó en su cuello…

 

¡Dios, que sexy se veía!

 

—Ahora señorita, vengo a llevarla a su cita con el ginecólogo, para que conozcamos a nuestro bebé.

 

— ¡Tú! —exclamé más fuerte de lo normal.

 

—Sí, yo —respondió de lo más resuelto, como si fuera algo totalmente obvio.

 

— ¡Edward Cullen, eres imposible! ¿A quién chantajeaste ahora?

 

Me miró unos segundos sin decir nada y sonrió con pesar. Nuestras miradas se conectaron, y sin palabras ambos entendimos lo que Edward acostumbraba a contestarme en estas circunstancias, cuando lo regañaba por ser tan malditamente insistente y convincente… “Pero así me amas”…

 

— ¿Yo? —Preguntó inocentemente—. Yo, no he chantajeado a nadie, solo usé mi maravilloso poder de convencimiento y que de algo me sirva que las mujeres me encuentren tan hermoso y sexy. ¿No crees?

 

Siguió tomándome el pelo el muy engreído, no pude más que rodar mis ojos y negar con la cabeza. Era un hecho, me volvería loca, este Edward y para peor, este sí, era mi Edward; el mismo que dejé aquel día en el puerto, llevándose mi corazón, por el que rogué día a día y noche tras noche volviera junto a mí.

 

—Y ser el hijo del director del hospital —mascullé cabreada.

 

—Sí, también eso —admitió descaradamente sonriendo pícaro mostrándome todos sus perfectos y relucientes dientes.

 

¡Diablos! ¿Ahora qué haría? Ya no podía seguir negándoselo, sería algo completamente absurdo dado las circunstancias, pero tampoco le daría el privilegio de aceptarlo sin más. Estaba siendo muy mala con él, lo sabía y hasta quizás un poco o bastante tonta intentando aun negar lo evidente, pero aunque mi parte racional me decía que era algo de lo más absurdo, mi corazón y mi orgullo no lo podían aceptar.

 

Edward me desconectó lenta, cuidadosa y cariñosamente de todas las máquinas, mientras lo hacía, sus ojos repararon en las preciosas joyas que aun descansaban en la mesa de noche y que por cierto, no me pensaba volver a poner. La máscara de dolor, que adornó su hermoso y masculino rostro de ángel, no sé a quién le dolió más, si a él o a mí.

 

Una vez estuve lista, salió de la habitación unos minutos y volvió con una silla de ruedas.

 

Sin preguntar, levantó las mantas y le dio una mirada pícara a mi pijama -maldita Alice- pensé. Me tomó en brazos tiernamente como a una novia y yo como la tonta enamorada que soy, no pude más que dejarme llevar, esconder mi cara en el hueco de su cuello y aspirar su embriagador y masculino aroma, rindiéndome al maravilloso contacto de estar nuevamente entre sus brazos.

 

Me sentó en la silla cuidadosamente como si fuera el más delicado pétalo de una rosa y dejó un tierno beso en mi frente.

 

— ¿Tienen frío amor? —preguntó lleno de preocupación, y yo solo pude derretirme en la silla, de solo escuchar el tono de su voz y como preguntó, incluyéndonos a los dos.

 

—Un poco —contesté como niña pequeña, hipnotizada por su abrasadora mirada.

 

Edward, abrió el closet donde Alice me había dejado millones de cosas, tomó una manta y mis zapatillas de levantarse de Hello Kitty. Me cubrió con ella siempre cuidadoso y me puso las zapatillas juguetón, haciéndome cosquillas en la planta de mis pies, provocando que aquella placentera y conocida corriente eléctrica, recorriera todas mis terminaciones nerviosas.

 

—Ahora sí, estás lista gatito. Vamos —anunció sonriendo de manera hermosa.

 

Me reprendí mentalmente, mientras Edward me guiaba por los blancos pasillos. No podía seguir aguantando su cercanía, momentos atrás estuve a punto de sucumbir a sus encantos, pero es que me enternecía tanto ver como lo intentaba y lo intentaba, a pesar de todos mis desplantes y rechazos. Además, me derretía su forma de actuar, si seguía así, terminaría creyéndole y lanzándome en sus brazos sin más.

 

Por lo demás, tampoco entendía su actitud. Cualquier persona que se jactara de no haber hecho nada, estaría más que molesta y herida por mi desconfianza, pero a Edward, parecía simplemente no importarle; y eso era, lo que ahora me estaba haciendo desconfiar aun mas en él, y pensar que estaba actuando así, solo por el sentimiento de culpa que lo consumía por lo que me había hecho…-O quizás, tan solo quizás, es porque te ama tanto, que no le importa lo que pienses de él, solo no te quiere volver a perder- ¡Maldición, que confusión! La lucha interna que llevaba, era terrible.

 

Tomamos el ascensor hasta el quinto piso, las puertas se abrieron dejando ver un celeste letrero colgado del techo, con las especialidades médicas de este piso. “Ginecología”, se podía leer en el tercer lugar.

 

—No pienses que te dejaré entrar —anuncié indiferente, cual reina de hielo, lo que provocó que Edward detuviera nuestro andar en seco, me rodeó, se puso en cuclillas frente a mí y me miró a través de sus espesas y largas pestañas cobrizas.

 

La mirada que me dio, literalmente me desarmó y no pude evitar sumergirme en aquel mar esmeralda, donde me perdería todos los días de vida, si de mí eso dependía. Edward suspiró tristemente. Apenas podía respirar, ante aquella mirada tan intensa, que derretiría hasta los hielos eternos con su calor; me hizo sentir tan pequeña ante él, que me puse a temblar y caí rendida a sus pies.

 

Mi cerebro era incapaz de procesar nada más. Mis labios cobraron vida propia, se acercaron buscando sus labios, un imán, un irresistible magnetismo clamaba por ellos, los pedía a gritos.

 

Susurré su nombre tartamudeando, prácticamente rozando sus labios.

 

—Ed-Edward…

 

—Bella…

 

Dijo mi nombre con tanta devoción, que juró que mi corazón se recompuso, de una sola vez de la emoción, se escuchaba tan bonito pronunciado de sus labios; aquellos que se acercaron a los míos apenas rozándolos. Exhalamos agitados mutuamente en la boca del otro, creo que hasta podía escuchar el enloquecido latir de nuestro corazón.

 

Pero no tuve el suficiente valor, mis labios se morían por acariciar los suyos, pero no pude; solo cerré mis ojos, y volteé la cara para apartar mis labios de los suyos.

 

—Está bien… —acepté en un estrangulado susurró, ya no quería luchar más con esto. ¿Qué iba hacer? No se lo podía negar, no a él.

 

—Gracias —susurró también, secando tiernamente mis lágrimas y besó mi frente.

 


Llegamos a una hermosa sala de espera pintada en tonos pastel. Sus murallas estaban adornadas, con cuadros de adorables bebes en tonos sepia, había dos grandes sofás de cuero, puestos en forma de L. Dos parejas esperaban ahí sentadas, por ser atendidas; las señoras tenían un vientre tan enorme, que daban la impresión que iban a reventar en cualquier minuto. -¿Será que yo me veré igual y parece un dirigible a punto de explotar?

 

Como siempre, y para no perder la costumbre, Edward parecía leer mi mente…

 

—Nunca. Ya te lo dije una vez, serás la mamá más linda del universo, ya muero por verte con tu pancita —susurró en mi oído, haciendo que se me erizaran todos los vellos de la nuca, justo cuando paramos enfrente de la enfermera, que estaba en la recepción.

 

—Buenas tardes. —Edward, saludó amable a la chica—. Soy el Doctor Edward Cullen, y traigo a esta hermosa señorita, a su cita con la Doctora Annie Anderson

 

—Mucho gusto Doctor Cullen. Si, la doctora, ya me lo había dicho. Pase por favor, ella los está esperando.

 

—Gracias.

 

—De nada, cuando guste —contestó la muy ofrecida, dándole una mirada de absoluta lujuria, si hasta me dio la impresión, que se relamió los labios -estúpida regalada- pensé con odio.

 

Ya no quería ni imaginar, cómo estaban las demás enfermeras del hospital. Casi las podía ver, buscando alguna excusa para ir a la consulta de Edward, (como las zorras calenturientas que eran) para conocer al nuevo y sexy Doctor Cullen.

 

Edward, como siempre, ni siquiera una mirada le dirigió; solo sonrió y negó con la cabeza.

 

Cuando entramos, la doctora saludó cariñosamente a Edward, se notaba que se conocían desde hace tiempo. El me presentó, como si aun, fuera su prometida; a sabiendas de que ahí dentro, no le podría rebatir nada. No íbamos hacer una escena, frente a ella.

 

Ella nos invitó a tomar asiento delante de su escritorio.

 

Luego de tomar todos mis datos, comenzó con las preguntas de rutina. Me preguntó cuando fue mi último periodo, y cuando yo creía mas menos que había quedado embarazada, a lo que ambos respondimos al mismo tiempo “el trece de septiembre”; lo que provocó, un sepulcral silencio. Sin poderlo evitar, nos perdimos unos instantes, en la mirada enamorada del otro; en nuestro propio mundo y sin necesidad de palabras, recordamos aquella hermosa noche, donde nos entregamos con la luna y las estrellas, como testigos silenciosos de aquella estremecedora intensidad.

 

La doctora, carraspeó varias veces, para llamar nuevamente nuestra atención.

 

—Perdón —musité avergonzada, bajando la mirada, colorada con un tomate.

 

—Bien chicos. Entonces, según lo que me dicen, Bella tiene cinco semanas de embarazo. Ahora necesitamos saber, que todo esté bien con su bebé, para eso le tendré que hacer una ecografía transvaginal.

 

Creo que mis ojos se salieron de las cuencas, al escuchar el examen, ya que Edward, tomó de mi mano y la acarició tranquilizadoramente.

 

—Tranquila Bella, que no te dolerá. —Anunció Annie, con voz serena—. El examen, tiene ser de esa forma, porque no es recomendable hacer una ecografía abdominal con el poco tiempo que tienes de gestación, y no queremos causar ningún daño al bebé. Además la ecografía abdominal, requiere que por lo menos tengas ocho semanas de embarazo, y no podemos esperar; ya que debido al severo trauma, por el que ambos han pasado, es conveniente que revisemos el estado del embrión. —Explicó levantándose de su asiento—. Sígueme por aquí Bella. Edward, espéranos unos minutos, reviso a Bella y te dejo pasar para que juntos conozcan a su bebé.

 

—Gracias Annie —respondió Edward, sonriéndole amable.

 

—No me agradezcas Edward, ya sabes, cómo decirte que no, si te conozco desde que eras un niño travieso y tierno.

 

Pasamos a la sala continua. La doctora me mandó a quitarme el pijama y ponerme una bata para revisarme.

 

Juro que ni en mis peores sueños, hubiese querido pasar por esto, era absolutamente vergonzoso. La única vez que había visitado el ginecólogo anteriormente, había sido cuando me dio las pastillas anticonceptivas, -que por cierto, olvidaste tomar- para regularizar mi periodo, y claro que esa vez no me examinó, porque aun era virgen; pero ahora entendía, más que bien, porque Edward hizo semejante escándalo hoy por la mañana.

 

No hubo parte del cuerpo que lo doctora no me toqueteó, seguro que si me hubiese examinado el famoso Doctor Royce King, en este minuto estaría tres metros bajo tierra, asesinado por mi celoso cavernícola, de tan solo imaginar donde tuvo metida sus manos.

 

Después de que terminó su revisión, me puso una sábana desde la cintura hacia abajo, e invitó a pasar a Edward.

 

Edward, se acercó con pasos lentos, como un pequeño niño castigado, evaluando seguramente cuanto podría acercarse sin que yo lo rechazase nuevamente. Se situó junto a mí, pero sin invadir mi espacio.

 

Sentí que la doctora introdujo algo dentro de mi cuerpo con delicadeza, no me dolió, aunque estaba muy nerviosa.

 

—Tranquilízate Bella, que apenas lo sentirás.

 

Poco a poco, se comenzó a ver una pequeña mancha en el monitor.

 

—Bien papás, les presento a su bebé. —Anunció la doctora, sonriéndonos muy alegre—. En este minuto, es tan pequeñito, que no es más grande que una semilla de sésamo.

 

Miré la pantalla y mi corazón se desbordó felicidad. Esa pequeña manchita era mi bebé, y aunque no comprendía nada de lo que miraba ahí, estaba vivo; aferrándose a la vida, para venir a este mundo a hacernos inmensamente felices.

 

Mi emoción fue tan grande, que no pude evitar llorar de felicidad y soñé con el día, cuando al fin lo pudiese tener entre mis brazos. Pequeñito, con sus mejillas rosadas y aquel extraño cabello cobrizo, sonriéndome adorable, jugando con un mechón de mi cabello; observándome con adoración, con la misma que me miraba su hermoso padre, con aquellos luceros verdes, abrasadores e intensos.

 

Miré a Edward y el tampoco estaba mejor que yo. Con sus ojos anegados de lágrimas, miraba la pantalla sonriendo emocionado, inmensamente conmovido, no le salía ninguna palabra; su mirada se encontraba perdida en aquella pequeña manchita.

 

Al verlo así, simplemente no pude luchar más. En un acto completamente irracional, tomé de su mano y entrelacé nuestros dedos. Necesitaba sentirlo junto a mí, con toda mi alma.

 

Al sentir mi contacto, Edward apartó sus ojos de la pantalla, para mirarme con absoluta adoración, me estrechó fuertemente hacía él y besó tiernamente mis labios.

 

—Te amo, los amo. —Susurró en mis labios, con total devoción—. Nunca. Nunca, dejaré de amarlos, ahora ustedes son mi vida.

 

—Te amo, Edward —le dije con mi corazón a punto de explotar de amor, ya tendría tiempo para arrepentirme de mi estúpido acto después.

 

Miramos unos instantes más a nuestro bebé, abrazados, completamente emocionados, mientras la doctora continuaba explicándonos que partes ya estaban formadas, y poco a poco las que vendrían.

 

—Okey, eso es todo chicos. Bella, ya te puedes vestir. Como ven, gracias a Dios, está todo en perfecto orden, creciendo sano y fuerte.

 


Antes de irnos, la doctora me recetó ácido fólico y muchas vitaminas, ya que me encontró que estaba un poco baja de peso. También mencionó, que no había ningún impedimento para que tuviésemos relaciones sexuales, lo que hizo que nuevamente mis mejillas se encendieran furiosamente y Edward me echara una mirada de reojo pícaro. Me citó nuevamente dentro de tres semanas más, para que pudiésemos escuchar los latidos de su corazón; ya que aun, era muy pronto para eso.

 

Cuando llegamos a la habitación, Edward me tomó en sus brazos, nuevamente me acostó en la cama con infinito amor y me conectó otra vez a todas las máquinas, con delicadeza e infinita paciencia.

 

—Estás lista gatito. ¿Necesitas algo amor? —preguntó siempre tierno, besando mi frente.

 

—Sí, Edward. Necesito que hablemos de algo importante —anuncié fríamente.

 

El, me miró asustado, seguramente adivinando mis intensiones.

 

—No quiero que se lo digas a nadie —sentencié seria.

 

—Bella. ¿Por qué haces esto? —preguntó amargamente, como si le hubiese dado su sentencia de muerte.

 

—No quiero que tener que dar explicaciones a nadie, menos ahora, después de como están las cosas entre los dos. Quiero dejar pasar un tiempo, asimilar mejor la situación y ver qué haré de ahora en adelante —traté de explicarle lo más fría e indiferente, como si no me doliera esta decisión en lo absoluto.

 

—Pero Bella…

 

—Por favor Edward, por el momento no. Es cierto que esto ambos lo soñamos, y de verdad que no me puedo sentir más feliz, pero así no era como soñé que fueran las cosas; aun me cuesta asimilarlo y mientras eso no pase, quiero que respetes mi decisión de guardar silencio.

 

—No lo puedo creer, estás negando a nuestro hijo… —Dijo inmensamente dolido—. Estás renunciando a nuestro amor. Bella, ¡por Dios, me volveré loco! ¿Qué, no lo ves? —se jaló su cabello alborotado totalmente frustrado.

 

—No estoy negando nada, solo te pido que respetes mis decisiones, y esperemos a que las cosas se calmen —repetía como una autómata, el discurso que había ensayado mentalmente mientras veníamos hacia acá. Palabras que por cierto, ni yo misma me creía, pero por el momento no me sentía capaz de enfrentar nada y a nadie más.

 

— ¡Es que no veo, que haya nada que esperar! Bella, por favor, no te entiendo. ¿Qué pasó entonces allá en la consulta? No lo niegues, que tú también lo sentiste —preguntó inteligentemente, buscándome por donde no se lo pudiera negar.

 

—Edward, una cosa es lo que pasó en la consulta y otra es lo que conversamos ahora —contesté intentado salir del paso.

 

—Pero, porque tú quieres.

 

—Sí, y así lo quiero ahora. No te voy a negar que aun te amo con todo mi corazón y que ya sospechaba que estaba embarazada, porque olvidé tomar las pastillas anticonceptivas mientras estuvimos en Martha’s Vineyard, pero para confirmarlo, quería que estuvieras conmigo, felices, a días de nuestro matrimonio; y no como ahora, que solo tengo millones de recuerdos e infinitas promesas rotas —dije con el corazón en la mano, esta dedición me dolía tanto o más que a él.

 

— ¡No quiero, y no lo puedo aceptar! —Gritó desesperado, jalando nuevamente su cabello—. Bella estás así, porque tú quieres. ¿Por qué te niegas a aceptar la verdad? Aquella, que en lo profundo de tu corazón te dice que no te estoy mintiendo, que todo fue una trampa. ¡UNA! ¡MALDITA! ¡TRAMPA!

 

Al escucharlo aseverar con tanta convicción y seguridad como se sentía mi roto corazón, no lo aguanté más, y sin asco le largué absolutamente todo lo que había sufrido estos meses desde que él se fue. Ya no lo podía seguir guardando un minuto más, quemaba, me hería…

 

— ¡Oh, cállate Edward! ¡QUE NO SABES NADA! ¡NADA! No te atrevas siquiera a mencionar, como se siente mi corazón, porque no tienes ni la más mínima idea —lo acusé con un grito doloroso, que salió desde el fondo de mi alma.

 

>>Toda mi vida, absolutamente toda, giraba en torno a ti. Te hiciste tan indispensable en mi vida que no imaginas, cuanto sufrí, cuanto lloré extrañándote, añorándote todos los días, las largas y espantosas noches que pasé sin sentir tus besos, tu calor; necesitándote tanto, como el aire que respiro.

 

>>Día a día, contando mis pasos, rogando porque el suelo no se derrumbara cuando comenzaste a cambiar, suplicando por tener por tan solo un segundo más, a mi Edward; aquel que me pintó el cielo de los más hermosos colores, pero cada día que pasaba, solo los convertías en tormenta. Aun así, me presté para jugar el juego que tú quisiste, mientras comenzabas a cambiar todas las reglas, haciendo que me preguntara atemorizada, que versión de ti, encontraría por el teléfono; soportando tu frialdad, el tormentoso desamor. Tú enfermiza necesidad de dar amor, y luego volverlo a quitar sin compasión.

 

>>Pero es mi culpa, muchos me lo advirtieron y no los quise escuchar. Fui una tonta ilusa, ahora lo sé, lo veo todo muy claro después de que me has traicionado… Soy demasiado joven para involúcrame en algo así, pensar en casarme, formar una familia junto a ti, sin importarme nada más; dejarlo absolutamente todo por ti, pero yo fui la tonta, debí haberlo sabido.

 

>>Sin embargo, no pude evitar ilusionarme y pensar que todo resultaría. ¿Y cómo no?, si te amaba con toda mi alma. Lo veo todo tan claro ahora, debiese haber escuchado los consejos, así no me hubiese involucrado en este iluso juego, con tan solo con diecinueve años. Creyéndote todas tus promesas, aun sabiendo muy bien quien eras, que no eras un hombre de fiar; que todas las mujeres terminaban con el corazón destrozado, y ahora yo… yo, soy solo una más, de tu enorme lista de conquistas. ¿Y de qué me puedo quejar ahora, si yo lo quise así? Me involucré y aguanté y aguanté, rogando día a día, porque volvieras a ser mi Edward de siempre y mira lo que logré, con mi estúpido actuar: solo un corazón roto en mil pedazos y ahora con mi embarazo, ya nada tiene vuelta atrás.

 

Su masculino y hermoso rostro, se crispó de dolor al escuchar cada una de mis palabras. Su mandíbula se apretó fuerte, sus ojos reflejaban el indescriptible sufrimiento, que le había provocado mi confesión.

 

Permaneció en silencio por un momento que me pareció interminable, observándome con aquella dolorida mirada. De seguro ahora, se sentía mucho más culpable que antes. Inspiró profundo, para luego soltar todo el aire de golpe, y habló:

 

—Bella, amor. Se, que fui un estúpido y no merezco tu perdón, pero por favor princesa, no dudes de mi amor. ¿Cómo te puedes comparar con aquellas mujeres que para mí no fueron nada? Absolutamente nada.

 

—No te tortures más Edward, ya no es necesario. Te libro de toda culpa, aquí lo única culpable soy yo, por ser una enamorada del amor —le dije sinceramente, para ver si en algo podía aplacar su dolor. Después de todo, aun lo amaba con locura y a pesar de mis palabras, me era insoportable verlo sufrir así.

 

— ¿No me darás ni siquiera el beneficio de la duda? ¿Qué, acaso te olvidaste ya, de las infinitas veces que te dije que te amaba? ¿Las innumerables veces, que te dije que tú eras mi vida?

 

—Ahora, son solo palabras al viento para mí. Lo siento, Edward.

 

— ¡Diablos Bella no me hagas esto! Dime, dime qué puedo hacer para recuperar tu corazón, haré lo que tú me pidas amor, tenerte cerca y no tenerte me está matando princesa. Mi vida, no es vida si no te tengo a mi lado, si no los tengo a mi lado; moriré sin ustedes, dime que tengo hacer para que me perdones. Ya no puedo más Bella, por favor…—suplicó rendido, con sus ojos llenos de lágrimas, su aterciopelada voz quebrada.

 

—Edward, no sigas por favor. No insistas…

 

—Quieres pruebas. Es eso, ¿cierto?

 

Pero ya no tenía fuerzas para contestar nada más.

 

— ¡Bien! No descansaré, hasta que me creas. No me resigno a vivir esta vida si no la puedo compartir con ustedes, con mi familia, con lo que más amo en esta vida. —Sentenció, con miles de sentimientos bullendo dentro de su ser—. Tendrás tus pruebas. Ya te lo dije una vez, y ahora te lo repito. No me detendré, hasta que me entere de la maldita verdad…

 

Y salió dando grandes zancadas y un fuerte portazo.

 

 

 

*
*
*
Una semana pasó y ahora me encontraba sentada en la cama, perfectamente arreglada, esperando por Alice, quien se encargaba que me dieran el alta.

 

Las cosas con Edward seguían exactamente igual. Aun me resistía a creer en su versión, sobre todo porque aun, no me daba ningún argumento convincente, como para que pudiese creerle.

 

Por lo que, después de dos días de suplicar por que le creyera, se aburrió de rogar y cambio su curso de acción. Sentenció que me conquistaría de nuevo, a como diese lugar, si no era capaz de obtener mi perdón. Por lo que a estas alturas, mi habitación, parecía una florería; además de jurarme continuamente, que no descansaría hasta obtener la verdad, de aquella maldita noche, que destrozó nuestras vidas.

 

Edward venía todas las tardes y se quedaba junto a mí, hasta muy tarde; prácticamente se iba todos los días a media noche.

 

Yo trataba de ignorarlo con todas mis fuerzas, rehuyendo de aquellas perturbadoras miradas, que detenían mi corazón por varios segundos. Me hacía la dormida, mientras se sentaba junto a mí y me leía aquellas cartas que escribió y que nunca me envió, porque según él, sus palabras le sonaban frías y vacías.

 

Pero a pesar de eso, en todas ellas me decía que me amaba con toda su alma y que contaba los días para estar nuevamente junto a mí.

 

A veces, era imposible contener la emoción, y una que otra lágrima se me escapaba. Sobre todo cuando las dejaba en la mesita de noche, besaba mi frente tiernamente y se iba caminando a paso lento, prácticamente arrastrando sus pies suspirando pesado con su cabeza gacha.

 

— ¿Estás lista? —Preguntó Alice entrando en la pieza como un huracán—. Aquí traigo los papeles de tu alta, ya nos podemos ir.

 

— ¡Qué bien! ¡Ya no aguanto ni un minuto más aquí! —exclamé bajándome de la cama.

 

— ¿Bella? —preguntó dudosa.

 

— ¿Si?

 

— ¿No esperarás para despedirte de Edward? —preguntó como quien no quiere la cosa.

 

¡Dios como insistían!

 

Toda la semana había sido lo mismo. Mis padres, Jasper que solía mantenerse al margen aconsejándome que era lo mejor, incluso Thomas que había venido dos veces, hasta Riley, que me había llamado todos los días muy preocupado, prometiéndome que el ayudaría a averiguar la verdad; prácticamente rogándome que no dejara a su amigo. Qué decir de Alice, se notaba a leguas, que desde hace días algo tramaba con Edward, ya que andaba de lo más extraña.

 

Solo Rose y Emmett se habían mantenido al margen. Estaba segura, aunque nadie me lo haya dicho, que entre ellos y Edward la relación estaba totalmente quebrada; lo que me entristecía en verdad, ya que a pesar de sus tontas y cotidianas discusiones, Edward y Emmett se amaban con toda el alma.

 

—No insistas Alice por favor, esto ya lo hemos hablado muchas veces esta semana —le contesté algo cabreada de volver a lo mismo, una y otra vez.

 

—Está bien, no te diré nada más, pero tengo el presentimiento de que algo me escondes y no me lo has querido contar —anunció suficiente, siempre con aquella maravillosa cualidad para ver debajo del agua.

 

No le contesté nada, haciéndome la desentendida. Aun no me sentía preparada para hablar de mi embarazo, aunque fuera Alice, aun me encontraba muy herida.

 

Llegó un enfermero con una silla de ruedas, me senté en ella sin ganas, Alice tomó mi maleta y salimos de la habitación en dirección a la salida.

 

Mientras recorríamos los pasillos del hospital, algo me decía que lo que estaba haciendo estaba muy mal, que después de esto me arrepentiría y con creces; pero por el momento, no era capaz de ver nada más, que mi tormentoso despecho.

 

Cuando llegamos a la puerta, el enfermero esperó a que Alice fuera a por su Porsche. Una vez estacionado frente a nosotros, le di las gracias y a pasos rápidos caminé hasta la puerta del copiloto, abriéndola y montándome dentro del auto con una agilidad inusitada para mí. Mi corazón latía tan fuerte, que amenazaba con salirse de mi pecho, ya veía que por aquella puerta, en cualquier segundo aparecía Edward.

 

Y no bastó que lo pensara, para que Edward apareciera corriendo hacia nosotros, justo en el momento que Alice ponía el auto en marcha. Me mantuve silenció, observándolo por el espejo retrovisor, viendo como él me llamaba. Nos fuimos alejando más y más, dejando ahí clavado en la entrada del hospital, a mí Edward; a mi amor, a mi vida, llamándome con su rostro desencajado de dolor

 

—Adiós mi amor…—solo pude musitar.

 

 

 

Narrador’s POV

 

Después de tres semanas de tortuosa separación Edward y Bella, literalmente, ya no podían mas. Estar tan lejos y a la vez tan cerca, los mataba, por lo que este alejamiento les pesaba infinitamente más, que los dos mil kilómetros que antes los distanciaban.

 

Edward, comenzaba a preguntarse si debía continuar con todo lo que planeaba. Sabía que era una locura, la fecha del matrimonio se acercaba peligrosamente y aun no conseguía el perdón de Bella.

 

Alice, lo había ayudado en todo, y a pesar de no habían transformado todo en sí, había sido algo difícil cambiar todo de lugar, aunque no imposible. Las sorpresas para Bella, estaban casi listas. No quería perder la esperanza, que a pesar de que quedara una semana, las cosas casi por un acto de magia, se arreglarían.

 

Sus intentos habían sido infructuosos y solo Dios sabía cuánto lo había intentado, pero Bella seguía empecinada a cal y canto. Simplemente, no quería saber nada de él, y eso le dolía como si mil lanzas atravesaran su fuerte corazón.

 

Lo había intentado todo, pero sus esfuerzos, habían sido en vano. Ni siquiera le había ayudado que Charlie, en un acto cien por ciento fuera de toda razón, hubiese apostado por aquel amor que meses atrás Edward profesó por su hija; ella simplemente no quería escuchar nada y por cierto, a nadie.

 

Suspiró tristemente apoyando su frente en el frio cristal, acompañado de su amigo inseparable estas últimas semanas, en aquellas noches, de absoluta e irrevocable soledad y tortura. Jack Daniel’s.

 

Levantó la botella, la llevó a sus labios y le dio un buen trago. Quemaba, pero ese ardor, era apenas un pequeño dolor en su desolado corazón. Sabía que no estaba bien, nunca había tomado en exceso, y ahora por más que tratara de adormecer sus sentidos con litros y litros de alcohol, el dolor jamás se iba; es más, irremediablemente se hacía más intenso.

 

La extrañaba como nunca la había extrañado, la extrañaba con locura. “Mi Bella, mi gatito” susurró tristemente caminando hacia su habitación. Apenas entró, no pudo evitar recordar, la dolorosa sorpresa con la que se había encontrado hace una semana atrás.

 

Venia llegando del hospital, cansado, abatido, ya que por más que lo había intentado, aun seguía sin poder averiguar, qué había pasado aquella noche que destruyó su vida. Caminó directo hacia el baño, necesitaba imperiosamente una relajante ducha, pero cuando entró al cuarto, un destello proveniente de encima de la cama llamó su atención. Se acercó hacia el lecho, y cuando sus ojos se encontraron con lo que descansaba arriba de ella, su corazón explotó en mil pedazos de desilusión.

 

Ahí, en la cama, yacían el anillo de compromiso de Bella y el colgante de corazón que él, con todo el amor del mundo le había regalado. Para dar la última estocada a su dolor, junto a ellos, se encontraban las escrituras del departamento; el que él, había comprado para ella, para ambos, los papeles estaban pasados a nombre de Edward.

 

Los tomó, y los rompió en mil pedazos, con ira contenida. Sabía muy bien, quien había ayudado a hacer ese trámite a Bella; era increíble que Emmett, se siguiera comportando así con él.

 

Tomó el anillo y el colgante de corazón, y los guardó con delicadeza, como el más preciado tesoro, con el anhelo de que más pronto que tarde, las preciosas joyas volvieran a descansar en el precioso cuerpo de su dueña; de donde no debieron, salir jamás.

 

Moría por estrecharla entre sus brazos, por llenar su precioso rostro en forma de corazón de dulces y amorosos besos, y por sobre todo acariciar tiernamente su pancita aun plana.

 

Jamás, ni en sus peores sueños, pensó que tendría que pasar por esto, y eso era lo que más lo angustiaba. Esa fue una de las poderosas razones para presentar su renuncia; por lo cual dejó todo, y ahora, no podía siquiera saber cómo estaba Bella y el bebé.

 

La angustia le corroía las entrañas, de pensar en su Bella queriendo pasar este embarazo sola. Ella no le había dicho a nadie y el tampoco, ¿cómo decirlo, si ella misma se lo había pedido? Le había negado compartir, la noticia más hermosa, que podría recibir un hombre en esta vida; sobre todo cuando lo había soñado tanto, pero solo con ella y junto a ella.

 

También tenía la certeza que la noticia explotaría pronto.

 

Sabía, que era un secreto a voces, en los pasillos del hospital. Las enfermeras, rara vez eran capaces, aunque su ética no se lo permitiera, de guardar tal tipo de secreto. Aun se preguntaba, como el rumor, no había llegado hasta los oídos del director del hospital, pero Carlisle más pronto que tarde se enteraría. El mismo tampoco había contribuido a guardar el secreto, cuando su secretaria lo sorprendió, comprando artículos para bebés por internet.

 

Y esa, era una forma realmente triste, para que todos se enteraran.

 

Pero a pesar de todo eso, sería papá. Su corazón, latía desbocado al pronunciar la palabra “papá”, su imaginación volaba, e incluso iba mucho más allá; soñaba con una hermosa pequeñita. Quería tener otro gatito enfurruñado de nariz respingona, ojos chocolates, de hermoso y ondulado cabello castaño. Sonreía como un tonto, al imaginarla caminando hacia él, con pasitos torpes y extendiendo sus bracitos para que la tome entre sus brazos, mientras sonriente lo llamaba “Papi, papi”.

 

Bella, por su parte, no se encontraba mejor. Sabía que de amor nadie muere, pero ella, se sentía muerta en vida, desde que tomó aquella absurda, y a esta altura, incomprensible decisión.

 

Encerrada en su habitación, había permanecido prácticamente estas dos semanas desde que la dieron de alta, dejando a su Edward mirándola tristemente desde la puerta del hospital, hasta que se perdió de vista.

 


Se encontraba perdida entre aquellas notas musicales, que le recordaban como se sentía exactamente ahora. Muy miserable y muy sola.

 

♪Picture perfect memories, scattered all around the floor♪
(Recuerdos de imágenes perfectas, dispersos por todo el piso)

 

♪Reaching for the phone cause, I can't fight it any more♪
(Tratando de alcanzar el teléfono por que ya no puedo luchar más)

 

Miró entre la penumbra de su cuarto, a su alrededor. Sabía que no era sano torturarse de tal manera, pero es que no lo podía evitar, no podía estar tan solo unos pocos minutos sin recordar, sin perderse en aquellos hermosos recuerdos que tenía de Edward. Sus fotos, sus cartas, con las más románticas confesiones de amor, se encontraban repartidas por toda la habitación; aquello era su mayor tesoro, solo así lograba sentirse con Edward, aunque para ser honestos, eso no bastaba, aquello era muy, pero muy poco…

 

Su vista pasó, de su celular que estaba tirado en el piso, a su mano izquierda, ahora desnuda. Por mero instinto, la llevó hasta su cuello, donde ya no descansaba el enorme diamante que simbolizaba el precioso corazón de su Edward. Ya no se podía engañar más, ella siempre lo supo, su corazón era puro y sincero, siempre lo fue.

 

Se levantó de la cama y caminó con pasos tristes hacia la ventana acariciando tiernamente su vientre.

 

Los copos de nieve caían suavemente, como si quisieran detener el tiempo para congelarla a ella y sus recuerdos -Edward- susurró, suspirando enamorada, pensando que estaría haciendo él en estos instantes. ¿La extrañaría tanto, como lo extrañaba ella?

 

Los corazones de Edward y Bella estaban tan conectados, que el de Edward, latió fuertemente al creer sentir que lo llamaba en un triste susurro su amada Bella. Nuevamente caminó hacia la ventana y observó la ciudad con la mirada perdida, como si de pronto, de tanto mirar, la angelical imagen de Bella se fuese plasmar frente a él, y convertirse en realidad.

 

Ambos se mantuvieron con su mirada extraviada, observando el cielo con añoranza de revivir aquellos días, cuando todo eran hermosas ilusiones y felicidad. Como si estuvieran juntos, como aquella noche hace muchos meses ya en el pub, una fuerza inevitable los hizo cantar, llamándose, como si el otro lo pudiese escuchar.

 

Edward y Bella:
♪And I wonder if I ever cross your mind♪
(Y me pregunto si alguna vez he pasado por tu mente)

 

Bella:
♪For me it happens all the time♪
(A mí me sucede todo el tiempo)

 

Edward y Bella:
♪It's a quarter after one, I'm all alone and I need you now♪
(Es la una y cuarto, estoy sola(o) y te necesito ahora)

 

♪I said I wouldn't call but I lost all control and I need you now♪
(Dije que no llamaría, pero he perdido todo el control y te necesito ahora)

 

♪And I don't know how I can do without, I just need you now♪
(Y no sé cómo puedo estar sin ti, solo te necesito ahora)

 

Y era verdad, esta dolorosa separación, ya no la aguantaban ni un minuto más. Ya nada tenía sentido, si no estaban juntos, pero sentían mucho miedo. Bella, de reconocer, que ya no le importaba saber la verdad; y Edward, de que ella, lo volviese a rechazar.

 

Edward:
♪Another shot of whiskey, can't stop looking at the door♪
(Otro trago de whiskey, no puedo dejar de mirar la puerta)

 

Edward, miró la botella que una sostenía en una de sus manos y no pudo evitar sonreír ante tal ironía, parecía que todo estaba confabulado para recordarle como se sentía.

 

♪Wishing you'd come sweeping in the way you did before♪
(Deseando que vengas arrasando, de la manera que lo hiciste antes)

 

Edward y Bella
♪And I wonder if I ever cross your mind♪
(Y me pregunto si alguna vez he pasado por tu mente)

 

Edward
♪For me it happens all the time♪
(A mí me sucede todo el tiempo)

 

Así, sin siquiera ellos vislumbrarlo, la canción que ambos escuchaban les dio el valor que habían perdido.

 

Edward, necesitó hablar Bella con todas sus fuerzas. Sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y el debate interno que tenía por llamarla era un verdadero horror; ella no le contestaba sus llamadas…

 

Bella, increíblemente casi el mismo tiempo levantó el teléfono del piso, su corazón latió como un loco, mientras se debatía si llamar a Edward o no…

 


♪It's a quarter after one, I'm a little drunk and I need you now♪
(Es la una y cuarto, estoy un poco ebrio y te necesito ahora)

 

♪I said I wouldn't call but I lost all control and I need you now♪
(Dije que no llamaría, pero he perdido todo el control y te necesito ahora)

 

Ninguno de los, tenía nada que perder, ni tampoco la voluntad de aguantarlo más. Aquella, era ahora dirigida, solo por su corazón. Así, tratando de recomponer su alma en mil pedazos, tomaron el coraje, que todos estos días les faltó…

 

♪And I don't know how I can do without, I just need you now♪
(Y no sé cómo puedo estar sin ti, solo te necesito ahora)

 

♪I guess I'd rather hurt than feel nothing at all♪
(Si, prefiero lastimarme que no sentir nada en absoluto)

 

Ambos con su corazón latiendo desbocado, con manos temblorosas marcaron el teléfono de su ser amado, rogando, suplicando porque atendiera.

 

Ninguno de los dos, supo quien llamó a quien, pero solo con oír su respiración, fue lo que les bastó para sentirse al fin completos y bien, como siempre debió ser.

 


♪It's a quarter after one, I'm all alone and I need you now♪
(Es la una y cuarto, estoy sola y te necesito ahora)

 

♪And I said I wouldn't call, but I'm a little drunk and I need you now♪
(Y dije que no llamaría, pero estoy un poco ebrio y te necesito ahora)

 

♪And I don't know how I can do without, I just need you now♪
(Y no sé cómo puedo estar sin ti, solo te necesito ahora)

 

♪I just need you now♪
(Solo te necesito ahora)

 

Presos de un incontenible fervor, dijeron al mismo tiempo, en un susurro esperanzado…

 

—Bella…

 

—Edward…


 

Ok, aquí esta antes de las dos semanas!!! Espero los haya gustado, merezco algún comentario un nuevo votito??? No saben lo que me emociona leerlos me hacen muy feliz.

 

Muchas gracias a todas las que me leen, ya no queda mucho para llegar al final eso creo!!!!!

 

Ani muchas gracias nuevamente por las canciones!!! Te adoro. Y a mis adoradas que torturo hasta altas horas de la madrugada cuando me da la locura!!!!!! Las amo!!!!!

 

Chicas he tratado de contestar algunos comentarios, pero me sale error, me imagino porque no son usuarios.

 

Cota muchas gracias por tu sugerencia, pero ya lo tenía casi entero espero haber cumplido tus expectativas.

 

La quiero

SOL

 

Facebook :solcullen, ahí nos vemos!!!!!

 

Capítulo 22: Aun sigues siendo tú Capítulo 24: Cásate Conmigo

 


 


 
14430584 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10748 usuarios