Mi corazón siempre sera tuyo (+18)

Autor: solcullen
Género: Romance
Fecha Creación: 11/08/2011
Fecha Actualización: 11/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 100
Comentarios: 536
Visitas: 365394
Capítulos: 32

Fic recomendado por LNM

 

La lluvia caía sin cesar, golpeaba fuertemente mi ventana, el viento azotaba fuertemente las copas de los árboles, ya sin hojas. Era invierno, un crudo y frío invierno, pero más frío se había vuelto su corazón... Y aquí estaba yo, perdida en mis pensamientos, como cada día preguntándome: ¿cómo un amor tan grande podía haber terminado en esto? Juntos, pero tan lejos a la vez... ¿Será que esta lucha constante terminará alguna vez? ¿Será que alguna vez el corazón de mi gran amor, Edward Cullen, Mi Edward, volverá a latir por mí otra vez?Mi nombre es Isabella Swan y esta es mi historia...

 

 

 

La historia es completamente salida de mi imaginación, los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

 

 

Este Fic. esta protegido por derechos de autor por Safe Creative. ¡NO APOYES EL PLAGIO!

 

NO DOY AUTORIZACIONES, PARA SU PUBLICACIÓN, EN NINGUNA PÁGINA DE FACEBOOK, BLOGS O SIMILARES. LAS ÚNICAS PÁGINAS AUTORIZADAS, SON: LUNANUEVAMEYER Y FANFICTION.NET. GRACIAS POR LA COMPRESIÓN.

 

Las invito a pasar por mi nuevo Fic. "El Chico de Ipanema"

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 31: Capitulo final Segunda parte: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 3

Aclaración: Este no es un final alternativo solo es la continuación del otro. Ya saben los de los link! besos y nos vemos abajo.

 

Capítulo Final segunda parte: Solo un beso bajo la luna. Parte 3

 

“Bella, mi vida era como una noche sin luna antes de encontrarte, muy oscura, pero al menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones...Y entonces tú cruzaste todo mi cielo como un meteoro. De pronto, se encendió todo, todo estuvo llenos de brillantez y belleza”

Edward Cullen
Luna Nueva

 


Edward’s Pov

“Bella, mi Bella” pensé con el corazón desgarrado, ni siquiera me atrevía a susurrar su nombre, dolía demasiado…

Me abracé a la almohada y lloré desconsolado. Aun estaba impregnado su perfume a fresas y ella ya no estaba, la cama se había convertido en un frio mausoleo sin ella a mi lado. ¿Y qué haría ahora para que con él tiempo no se esfumara aquel aroma que embriagaba todos mis sentidos y me volvía absolutamente loco?

No abrí mis ojos. No podía, no quería vivir esta vida…no sin mi Bella…

Mi corazón latió enloquecido tan solo pensarlo, tan enloquecido que supliqué porque estallara en mil pedazos, para así no tener que enfrentarme a esta cruda realidad, donde el cuerpo de mi amada esposa nunca más tendría entre mis brazos.

¿Por qué no estallaba de sufrimiento el muy maldito para morir y así poder ir en busca de mi amado gatito?

Eso era lo que más deseaba, morir…

Morir para poder estar con ella, no me importaba donde, solo con ella y así poder perderme nuevamente en el adictivo sabor de sus labios, en la candidez de sus ojos, en las caricias de sus pequeñas manitos, besar la punta de su respingona naricita, su suave cabello repartido por mi pecho…

—Bella…maldición como me duele…Bella…—en mi voz solo había dolor, un terrible e incurable dolor.

¡Dios ahora sí que explotará mi corazón!, pensé con cierta emoción por ir a su encuentro, pero no podía morir, se lo había prometido a ella, al amor de mi existencia.

Me levanté de la cama como un autómata, era un muerto en vida…

Caminé por el pasillo, mis lágrimas aun resbalaban por mis mejillas, gotas de agua salada que llegaban hasta mi garganta y quemaban, haciendo lacerantes llagas que estaba más que seguro que permanecerían tatuadas en mi semblante por lo que me restara de vida. Después de mi Bella no había nada, nada.

Abrí la puerta de la habitación de mis hijos y sentí que lo poco que me quedaba de felicidad abandonaba mi cuerpo, al encontrarla completamente vacía…

¿Dónde están mis niños? Pensé con desesperación, hasta que…

“¡Emmy ve a buscar Coco!”

Esa angelical voz…

Esas alegres carcajadas…

Eran…

Eran de mi Bella…

Corrí por el pasillo como un loco, ya no era consciente de nada solo de aquellas musicales carcajadas que eran las dueñas de la esperanzada en mi vida, dueñas de todo. Mi corazón latió tan fuerte dentro de mi pecho que amenazaba con salir volando de la emoción.

— ¿Bella? —pregunté con terror de que fuera nada más que una alucinación de mis más profundos y desesperados deseos.

Cuando llegué al living me paré en seco y el aire se atascó en mi garganta por unos segundos, al ver a mi precioso ángel…

Restregué mis ojos con mis manos temblorosas comenzado a sentir como revivía mi alma, suplicando que no fuera nada más que una hermosa fantasía, pero cuando los abrí nuevamente, ahí estaba ella, y me pareció mil veces más hermosa y la amé infinitamente más de lo que ya la amaba.

—Perrito hermoso de mami. ¿Me ayudarás a cuidar a tu hermanitos cierto?

Estaba sentada en el sofá grande del living, con sus piernas cruzadas, llevando mi camiseta de U.S Navy con un pote de helado de Ben and Jerry’s en su mano. “Chocolate Therapy” su favorito. Relamía la cuchara cerrando sus ojos con completo deleite y gracias al cielo aun estaba embarazada, muy embarazada.

Emmy se subió al sofá dejó a Coco en su regazo y juguetón quiso meter la lengua dentro de su helado.

— ¡Emmy! —Rió a carcajadas elevando el pote lejos su alcance— No te daré helado, es mío…—le dijo como niña consentida le sacó la lengua y luego dejó un beso en la punta de su nariz. Emmy respondió a su muestra de afecto lamiendo su cara.

— ¡Puaj Emmy! —Rió otra vez, tomó al dinosaurio y lo tiró lejos para que Emmy lo fuera a buscar.

Al fin la realidad me dio de lleno en la cara y fui el ser más feliz de este planeta de vivirla. Mi Bella estaba aquí. Viva. Alegre y hermosa…

Todo había sido un sueño…un aterrador y vívido sueño…

Quería perderme en sus brazos, pero no me atrevía a tocarla, aun tenía terror de que se fuera a desvanecer.

— ¿Edward? —Me llamó sacándome de mi estado catatónico y sus castaños ojos se clavaron en mí con preocupación— ¡Dios mío! ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras amor? —preguntó dejando el helado en una de las meses laterales y haciendo un intento rápido por pararse.

No me había dado cuenta que las lágrimas aun inundaban mis mejillas…

No lo aguanté más y corrí hasta ella, caí de rodillas y tomé con mis manos aun temblorosas su rostro de princesa. Lo acaricié con adoración, contemplándola con amor, necesitaba cerciorarme que estaba aquí, que era real; era como si el miedo que sentía me obligara a memorizar a fuego cada detalle, cada sensación y textura de su piel, aquella que conocía tan bien.

Después llené de infinitos besos sus mejillas, sus ojos, su frente, y finalmente atrapé sus labios absorbiendo su aliento, su adictivo sabor que se entremezclaba con mis lágrimas. La besé como si fuera mi último respiro, como si fuera el último beso que le daría en mi vida. Sus labios acariciaron los míos con ternura, intentando calmar mi desesperación mientras sus pequeñas manitos comenzaron a secar mis lágrimas con adoración.

— ¿Qué tienes amor? —susurró en mis labios aun con preocupación, cuando le di un pequeño respiro.

—Bella… —sollocé nuevamente como niño pequeño.

Mis labios viajaron repartiendo besos por todo su cuerpo hasta llegar a su vientre el cual colmé de amorosos besos y caricias. Luego apoyé mi cabeza en su regazo y me abracé a ella con todas mis fuerzas como si en aquel abrazo se me fuera la vida y lloré, lloré desconsolado.

Mi Bella era real, estaba aquí…

—Bella... Estás viva amor, estás viva —repetía como un loco desesperado—. Nunca más me dejes amor, estaba muriendo sin ti…—tragué pesado, mis lágrimas sabían tan amargas.

—Edward… —susurró con compresión, mi adorada mujer me conocía tan bien—. No me iré amor. ¿Ves? estoy aquí, estamos aquí. Ven…—me regaló una deslumbrante y tranquilizadora sonrisa, tomó dulcemente de mis manos y me guió para que me acostara en el sofá, con mi cabeza apoyada en sus piernas y suavemente comenzó a acariciar mi cabello, a rascar mi cabeza.

¡Dios mío! La contemplaba y no podía dejar de llorar, las imágenes del maldito sueño me atacaban sin compasión, mi Bella muerta, desangrada, fría como un tempano de hielo, su última promesa de amor…

—No…—imploré nuevamente con mi corazón contraído de dolor, de tan solo un segundo de recordarlo.

—Tranquilo amor mío, solo fue un mal sueño. ¿Me quieres contar? —besó mis labios con delicadeza. Negué con la cabeza, no me sentía capaz de recordar—. Mi hermoso príncipe, no llores mas, cual sea la razón que te tenga tan triste ya no existe —comenzó a besar cada una de mis lágrimas con devoción.

—Bella…es que tú…tú… los bebés… —sollocé inconsolable y aferré nuevamente su pequeño cuerpo al mío, que se convulsionaba de dolor.

—Shh…—secó mis lágrimas deslizando sus suaves manos con infinito amor por mis mejillas—. Ya pasó, ya pasó…estoy aquí contigo —besó la punta de mi nariz.

—Prométeme que nunca, nunca me dejarás, esta vida no es vida sin ti, no puedo ni quiero vivir sin ti, moriré día a día si tú no estás, si ustedes no están. Por favor amor, lo prometimos, prométemelo nuevamente, por favor, por favor…—supliqué con desesperación.

—Lo prometo mi Edward…

—Y júrame por lo más sagrado que si te sientes mal, me lo dirás corriendo, no perderás ni un instante…

—Lo juro amor…no llores mas bebé…

—Te amo mi Bella, te amo con toda mi alma —me aferré aun mas a ella aspirando su perfume, como si su adictivo aroma fuera la droga necesaria para calmar a mi adicción a ella, a la mujer de mi vida.

—Y yo a ti, Edward…

Bella me calmó por largo rato, no sabría decir cuánto, solo era consciente de sus amorosas caricias, de su mirada chocolate clavada en mi, contemplándome con dulzura. Nunca dejó de besarme, de adorarme hasta que mis lágrimas lentamente fueron cesando. Sus devotas caricias que eran lo único que necesita para consolar mi desgarrada alma y mi desolado corazón.

— ¿Amor? —pregunté ya más calmado haciendo imaginarios círculos sobre su pancita con la yema de mis dedos—. No vayas a la universidad mañana, llamaré al trabajo inventaré algo, pero quédate conmigo por favor, te necesito así mismo como ahora, solo necesito tenerte entre mis brazos —supliqué, la inmensa necesidad que tenía de ella se podía palpar en cada una de mis palabras.

—Siempre amor. —Prometió solemne con una sonrisa hermosa atravesando por sus labios—. Ahora vamos a dormir gatito regalón —jugó conmigo con aquel sobre que nada me gustaba, para mejorar mi ánimo.

Reí, era tan buena y linda mi mujer.

Me puse de pie y con infinita delicadeza la tomé entre mis brazos y nos llevé hasta nuestra habitación

Perdido en los suaves movimientos de sus pequeños dedos en mi cabello, con su cuerpo protegido por el mío y con mi cabeza descansando en su pecho me quedé nuevamente dormido, en un profundo y hermoso sueño, donde por siempre mi Bella y mis hijos estarían para siempre conmigo.


Bella’s Pov

El invierno al fin se había ido, dando paso a la primavera que llegó en todo su esplendor. Los techos y jardines congelados de aquel manto brillante y helado fueron reemplazados por un sinfín de hojas verdes en todas sus tonalidades y formas, y por millones de tulipanes multicolor. Todo había florecido, así como florecía cada día más mi vientre y mi corazón.

Ya tenía siete meses de embarazo, un muy cuidado y maravilloso embarazo.

Desde aquella noche donde mi Edward tuvo ese terrible sueño, la sobreprotección de mí amado marido aumento a niveles incalculables, pero aquello en vez de volverme loca solo enternecía mi alma de contemplar el infinito amor que él tenía por nosotros. Eso solo hacía que lo amara y admirara más, mucho más, si aquello era posible.

Nuestro bienestar se había vuelto en su obsesión, por lo que en el tiempo que yo estudiaba en casa, mi talentoso Edward también lo usaba para estudiar. Comenzó a llegar con enormes libros de ginecología a la casa los cuales concentrado leía sentado en el living, con su seño totalmente fruncido, con Emmy a sus pies asintiendo cada cierto rato para sí mismo. Se veía tan adorable.

Así mismo como ahora, estaba sentada al piano intentando escribir algo medianamente decente para mi clase de composición que a esta altura, solo me parecía que tenía borrones en el pentagrama, y retazos de goma de borrar repartidas por toda la cubierta del piano. Mi Edward leía. La verdad estaba absolutamente tentada en llevar escrita mi nana, total el profesor no lo sabía. Una sonrisa traviesa y maliciosa atravesó por mis labios tan solo pensarlo.

Definitivamente esto de la composición a mí, no se me daba, no así como a mi adorado Edward. Creo que después de esta enriquecedora experiencia estaba casi decidida en convertirme en maestra de piano, más que en concertista.

—Te está quedando hermosa amor —me animó Edward desde el sillón, rodé los ojos. Edward era la persona menos objetiva del mundo cuando de mi se trataba.

Lamentablemente mis ingeniosas ideas me delataron.

Tanta era la tentación de hacerlo, que en vez de tocar las horribles notas que estaba escribiendo, tecleé las primeras notas de mi nana y mis pocas honestas intensiones se vieron al descubierto en un segundo…

— ¡Bella Cullen! —Exclamó divertido cerrando el libro de golpe y dejándolo a un lado—. Ni lo pienses…—se paró de un salto y sonrió con aquella sonrisa provoca infartos llegando hasta mi lado sentándose conmigo al piano.

— ¿Qué? No sé de qué me hablas Edward… ¿Tocas el piano para nosotros un rato? —pregunté sonriendo inocente mostrándole todos mi dientes, para desviar su atención, obviamente como siempre no me resultó.

—Pequeño gatito tramposo. —acarició mi vientre y atrapó mis labios riendo—. Ven que estoy loco por mostrarte algo, después conversaremos sobre qué haremos con tus fechorías.

¡Dios como era de consentidor este hombre! Algo había en su voz que me entregó la certeza que me ayudaría, lo que me hizo sonreír como una niña mal criada y engreída.

—No abuses. —Me advirtió besando la punta de mi nariz y negando con la cabeza viendo que había adivinado sus intensiones —. Consentida.

—No es mi culpa…—me defendí, además siempre me decía no abuses y al fin yo sin pedirlo el ya me estaba consintiendo.

—Lo sé. Ven…

Tomó de mi mano y nos llevó hasta los sillones donde hizo que me recostara con delicadeza. Se sentó junto a mí y levantó mi camiseta dejando al descubierto mi vientre.

—Estás tan bonita amor —pronunció las palabras con absoluta adoración abarcando mi panza con sus enormes y suaves manos. Besó mi ombligo ya plano haciéndome cosquillas.

Rodé mi ojos, no lo rebatiría esta era la discusión de todos los días.

—Esto me enseñó Annie hoy, no te asustes que nada pasará, tampoco te dolerá… —sonrió fascinado como si fuese un niño dentro de una juguetería. Sus dos preciosas esmeraldas brillaban de alegría. Me daba tanta ternura verlo así.

Tomó mi panza con un poco mas de fuerza y fue palpando, apretando con la yema de sus dedos con infinito amor, muy concentrado, tanto que sus cejas estaban casi juntas, hasta que una hermosa sonrisa apareció en sus perfectos labios como si hubiese encontrado un tesoro. Lo miré sin entender bien, que es lo que hacía.

—Quería ser el primero en hacer esto, quería que estuviésemos solo los dos. Toca amor. —Tomó una de mis manos y la puso donde antes él la tenía—. Aprieta despacito —me instó— ¿Lo sientes?

¡Dios no podía ser cierto! ¿Se podía hacer eso? Pensé sorprendida.

—Edward eso… es… es… —ni siquiera me atrevía a decirlo, era precioso e irreal.

—Una de sus cabecitas… —completó la frase por mí sonriendo extasiado. Palpó el lado izquierdo de mi vientre repitiendo los movimientos hasta que se detuvo— Aquí está la otra. Están frente a frente —me informó con sus ojos brillando como dos refulgentes estrellas.

Mis bebés tan lindos serían los mejore hermanos, si ya se estaban mirando, pensé alucinada. Mis ojos se llenaron de lágrimas ya me parecía que podía ver a mis pequeños mini Edward jugando con su hermoso padre corriendo por el prado; los tres iguales, los tres perfectos.

—Edward… —susurré enternecida, de cómo se esforzaba todos los días por aprender algo nuevo—. ¿Podemos tocar mas partes? —pregunté entusiasmada de poder tocar a mi bebés.

—Claro a amor, a ver busquemos sus pies…

En eso estaba mi querido marido, cuando una luz de alerta, de furiosa alerta se prendió en mi interior.

—Edward Cullen, me dices que esto te lo enseñó Annie hoy ¿cierto?

—Sí.

— ¿Y me puedes decir con quién diablos practicaste? —pregunté furiosa, bajándome la camiseta y sentándome en el sillón, con ganas de estrangular a Edward y a la zorra que seguramente se prestó más que encantada para que el “doctor Cullen” aprendiera.

—Este amor…yo… bueno…— ¿Edward Cullen se había quedado sin palabras? ¡Bingo! Lo había pillado—. No fue nada Bella —aclaró restándole importancia—. Solo quería aprender para que pudiéramos tocar a nuestros bebés. Además sabes que quiero ser…

—Mira Edward, esto lo hemos hablado muchas veces. —lo corté, no dejaría que comenzara con sus argumentos malditamente convincentes—. No quiero que seas ginecólogo y punto. Ni siquiera me puedo imaginar la enrome lista de mujeres, zorras y libidinosas que tendrás de pacientes. Si ya las tienes haciendo fila para que revises a sus hijos. No quiero imaginar las películas que se pasarán con tus largos dedos en… en…en… ¡Ahí! —No lo podía ni nombrar, hervía de la rabia tan solo imaginarlo—. ¡Bueno en eso! —me crucé de brazos enfurruñada.

— ¿Qué hacen mis largos dedos? —preguntó jugando seductor acercándose a mí para darme un beso mordelón.

—Engreído… —lo acusé mirando hacia otro lado.

—Amor, sabes que muero por ser tu doctor, yo quiero cuidarte, yo quiero recibir a todos nuestros hijos, necesito asegurarme de que nada les pasará.

¡Ay! ¿Cómo me negaba? Sus intenciones eran tan lindas.

¡Piensa en los dedos Bella! En la fila de mujeres esperando que “tus dedos” las exploren ahí… Me recordó la voz de mi conciencia.

— ¡Y yo no quiero que toques a ninguna mujer! Nada, ni lo más mínimo. ¡Eres mío! —afirmé tajante, sin darle lugar a réplicas, pero era Edward y era tan malditamente insistente.

—Solo practicaré contigo.

—No.

—Por favor… —rogó haciendo un adorable puchero. Tramposo pensé.

—Sí, seguro haríamos un par genial, ya nos veo llegando a una de tus prácticas y la explicación que darás… “No doctor, lo siento, pero como ve, yo solo práctico con mi esposa. Vamos amor súbete a la camilla y abre las piernas”. —me burlé haciendo una pobre imitación de su aterciopelada voz— Y me imagino también que cuando el doctor controle lo que estás haciendo te encantará que me mire mis partes intimas.

Edward bufó de frustración y sus verdes esmeraldas se ennegrecieron fieras de tan solo imaginarlo. Sabía que dándole por el lado del celoso cavernícola ganaría. Ya olía el triunfo.

—Okey, lo acepto, claro que no quiero…—una sonrisa suficiente apareció en mis labios—. Tú, también eres mía —me tomó de la cintura y me sentó en su regazo dándome un abrazos posesivo y territorial.

—Entonces amor, por el momento creo que con Annie estaremos bien. Aunque aun no te he perdonado por andar poniendo tus manos sobre otras mujeres.

—Bella ya te dije que no fue nada. ¡Por Dios soy doctor!

—Pero de niños doctor Cullen, de niños, así que no te perdonaré —jugué con él, enfurruñándome como le gustaba.

—Amor, no te enojes ¿Sí? Solo quería que pudiéramos tocar a los bebés, además así puedo saber en qué posición están y si todo está bien.

¡Ay qué tierno era!

—Te perdonaré solo con dos condiciones.

—Lo que quieras amor es tuyo…—estuve a punto de reírme a carcajadas por lo que iba a hacer.

—Primero que me muestres otra vez, como tocar a los bebés —enumeré con mis dedos.

—Hecho. ¿Y lo segundo? —al ver la sonrisa que atravesó por mis labios, inmediatamente supo lo que le iba a pedir.

—Termina mi tarea de composición por mí, ya no la quiero hacer está fea, además quiero quedarme contigo así —pasé mis brazos por su cintura y lo abracé fuerte hacia a mí, todo lo que mi pancita me lo permitía.

—Eres una tramposa Bella Cullen. —Besó la punta de mi nariz— He creado un monstruo, sabes que si me lo pides así no me puedo resistir. Te amo mi pequeña consentida.

—Y yo a ti, mi consentidor Edward.

Sus labios atraparon los míos en una caricia dulce y apasionada y como siempre nos pasaba, nos perdimos en el sabor de nuestros besos, en el placentero roce de nuestras lenguas que se buscaban deseosas.

— ¡Dios niños! ¿Hay algún momento en que nos los pille besándose? —Nos regañó la señora María en broma—. Si Edward no se está comiendo a Bella, Bella se está comiendo a Edward.

Reímos en nuestros labios.

—No te quejes nana, que tú eras la que me ayudaba a escapar de Charlie a las seis de la mañana, ves este es el resultado —Edward me dio un juguetón y sonoro beso en los labios— No puedo evitarlo —sonrió con esa maldita sonrisa sexy que tenía llenándome el rostro de traviesos besos.

— ¿Yo? No sé de qué me hablas niño. —se aguantaba la risa haciéndose la desentendida—. Ya, menos conversación que la cena está servida —nos apuraba llamándonos con la manos.

No pudimos más que reír, la señora María era tan cariñosa y divertida, ahora pasaba más tiempo aquí en el departamento que en casa de mis padres, de seguro y lo más probable que definitivamente se quedara trabajando con nosotros. La verdad Edward y yo la queríamos mucho y eso era algo que realmente deseábamos.

—Amor aun te queda —mi Edward paciente esperaba a que dejara de jugar otra vez con mi ensalada. Juro que las odiaba, cada vez que llevaba el tenedor a mi boca inmediatamente tomaba jugo de fresas.

—No quiero más…—rogué haciendo un adorable puchero—. Además de postre hay fresas, quiero fresas.

Justo en ese momento apareció mi nana para salvarme del monstruo de las verduras verdes, o sea Edward.

—Aquí están tus frutillas mi niña —quitó el plato de enfrente mío y aparecieron unas deliciosas y rojas frutillas.

—No me ayudes tanto nana —gruñó Edward.

—De nada, cuando gustes. —Desordenó su cabello—. Ah se me olvidaba, esta mañana te llegó esto a la casa de tus padres —metió la mano al bolsillo de su delantal y me lo extendió.

Un sobre albo, pequeño y sencillo apareció frente a mis ojos. Estaba dirigido para “Bella Swan” a lo cual le fruncí el ceño, no tenía remitente. Lo di vuelta entre mis manos con cierta sensación de deja vú.

— ¿Quién te lo manda amor? —preguntó extrañado también al ver mi nombre.

—No sé, no dice —contesté con cierto resquemor, nada bueno me recordaban los sobres sin remitente.

—Amor no creo que sea buena idea que…

Pero mi Edward se quedó con sus palabras a medio camino y antes de darle tiempo de reaccionar, sin pensarlo mucho más rasgué su orilla y saqué su contenido. Ya no había nada que temer.

Un papel tan pulcro como el sobre había en su interior doblado en dos. Lo desplegué y al ver lo que ahí estaba escrito no lo podía creer.

“Perdóname por favor”

Ni una palabra más, ni una palabra menos. No tenía firma, pero no la necesitaba aquella caligrafía la conocía más que bien.

Esto no podía seguir así. Hace ya dos meses que me había enterado de todo, y aun no podía dejar de pensar en ello. Por más que intentaba entender las razones que lo llevaron a destruir su vida, intentando desbaratar la mía, no lo entendía; tantas veces le había dicho que jamás lo amaría, que mi vida seria por siempre Edward. Mi alegre amigo se convirtió en un ser amargado, siniestro, de negra alma y a pesar de todo aquello me daba mucha lástima. Era extraño, no sentía rencor, pero tenía una extraña necesidad de decirle adiós.

Le extendí la nota a Edward, que se notaba que estaba haciendo esfuerzo sobrehumano por no arrancármela de las manos. No esperaba mejor reacción que la que tuvo, al leer las simples palabras. Su mirada se volvió fiera, frenética, sus puños firmemente cerrados tanto así que se veía traslucida la piel de sus nudillos, hasta podía escuchar el rechinar de sus dientes.

— ¡Lo mataré! Si el desgraciado no murió al caer por el acantilado, juro que esta vez, yo lo mataré —rugió furioso luego de unos segundos.

Golpeó la mesa con un puño, tan fuerte que hizo saltar los platos y los cubiertos, luego se jaló el cabello exasperado y se puso de pie.

—Edward…

—No amor, esto no se quedará así. No me importa en qué estado esté ahora, ni cómo quedará de por vida. No lo quiero cerca de ti, de nuestros niños, ni siquiera por una miserable nota. A mí me tendrá que dar cuentas el muy hijo de…

— ¡Edward! ¡Escúchame por favor! —lo corté—. Yo…yo…yo necesito verlo… —solté de una vez lo que venía pensando ya hace días.

— ¿Qué? —preguntó incrédulo alargando la e y con sus ojos a punto de salir de sus cuencas de la impresión. Me miró como si me hubiese vuelto loca.

—No —dijo tajante, con una increíble vehemencia para no darme lugar a réplica— Nunca. Jamás. Sobre mi cadáver.

—Edward lo necesito en verdad, esta nota solo me ha dado el valor que me faltaba para reconocerlo.

—No.

—Sé, que no lo entiendes, pero hay algo que me dice que debo ir y aclarar las cosas con él.

— No Bella, tú no lo entiendes. Te puede hacer mal, a los bebés, por ningún motivo irás.

—Edward…—insistí.

— ¡Isabella te he dicho que no! —Gritó furioso—. Y esa, es mi última palabra —se dio la media vuelta y salió del comedor dando un tremendo portazo a las puertas francesas que separaban el living del comedor, haciendo cimbrar todas las pequeñas ventanitas cuadriculadas.

Obviamente mis ojos se llenaron de lágrimas, si Edward me había llamado Isabella es porque estaba realmente muy enojado. Era muy extraño verlo reaccionar así, al menos conmigo, eso me indicaba que realmente había logrado sacarlo de sus casillas.

Apoyé mis antebrazos en la mesa y descansé mi cabeza sobre ellos dejando resbalar libremente las lágrimas por mis mejillas. Entendía su enojo y debía reconocer que hasta a mí me parecía una idea bastante irracional y absurda, pero juro que sentía que era algo que tenía que hacer.

Quizás tenía las hormonas tan alborotadas que ya no podía razonar bien. ¿Realmente necesitaba ir a hablar con él? No lo sabía realmente pero algo me decía que debía cerrar ese capítulo de mi vida.

No en vano, había muerto gente en el camino, debido a su irracional obsesión y locura. Así como no en vano uno de nuestros hijos se llamaría Thomas. Era cierto a ambos nos gustaba el nombre, pero quizás si Thomas no hubiese arriesgado su vida, hoy no estaría aquí y lo más probable que Charlie y yo hubiésemos también terminado muertos en aquella loca carrera, de la cual gracias a Dios ni siquiera me enteré que había sucedido y gracias a Thomas nos habíamos librado.

Mis bebés se movieron inquietos. Acaricié mi vientre intentando calmarme.

—Sí que se enojó papi ¿Cierto bebés? —sollocé fuerte. Creo que ni siquiera me afectaba tanto verlo así de enojado, como que me dijera Isabella.

Era definitivo me había convertido en una consentida de primera. Cerré mis ojos y suspiré tristemente no me gustaba discutir con Edward.

Unas grandes manos acariciaron mi vientre cariñosamente…

—Perdón amor, no debí gritarles de esa forma —se disculpó hablando suavemente.

Abrí mis ojos y ahí estaba mi Edward, en cuclillas frente a mí mirándome a través de sus espesas pestañas cobrizas.

—Es que me aterra pensar que te afecte tanto cuando veas como está, algo les pase sabes que me moriría —inspiró profundamente— pero si quieres ir, iremos, yo te acompañaré —secó tiernamente mis lágrimas con la yema de sus dedos.

— ¡En serio? —pregunté incrédula, mis ojos se abrieron enormes por la sorpresa.

—Sí, y no me preguntes más porque creo que tus alborotadas hormonas me están comenzando a afectar. Debo estar realmente loco para consentir esto.

Reí por su comentario, mi Edward era único.

—Gracias amor.

—Siempre juntos. ¿Recuerdas?

—Sí. —Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez—. Me dijiste Isabella —le reproché hipando.

—Tonta Bella. —Sonrió paciente— Por muy enojado que esté siempre serás mi Bella.

*
*
*

Caminé por lo blancos pasillos tomada de la mano de mi Edward, iba nerviosa, ni siquiera sabía bien que le diría, pero era algo que sentía que tenía que hacer. Necesitaba guardar para siempre estos dolorosos recuerdos bajo siete llaves.

Edward sujetó para mí una de las pesadas puertas dobles que daban al precioso patio interior que había dentro del hospital.

El sol brillaba por todo lo alto, haciendo ver el cuidado patio resplandeciente y hermoso, sus árboles florecidos de pequeñas florecitas rosadas y blancas y los naranjos narcisos de sus jardineras estaban abiertos en todo su esplendor, así era la primavera en Boston siempre hermosa.

Seguimos el camino entre los jardines tomados de las manos, hasta que debajo de la sombra de un árbol, sentado en una silla de ruedas, acompañado de una joven enfermera lo vi…Jacob.

Una manta tapaba sus piernas y una venda cubría parte de su cabeza, también tenía vendada sus manos. Su mirada perdida, mirando las esponjosas y blancas nubes de cuento que paseaban esporádicas por el cielo, como si estuviese jugando a adivinar sus formas.

— ¿Estás segura de esto amor? —Preguntó mi Edward algo inseguro, no quería que nada me inquietara—. Aun sigo pensando que no es buena idea.

—Sí, es algo que tengo que hacer Edward, si no lo hago no podré dar vuelta la página, no podré estar tranquila, solo quiero olvidar todo esto de una vez por todas.

—Está bien. —Aceptó resoplando rendido—. Aquí estaré por si me necesitas —besó mi frente protectoramente, acarició mi pancita y uno de mis bebés al sentir las amorosas manos de su padre, me dio una pequeña patada.

Edward, al sentirlo sonrió de manera maravillosa.

—Hoy están muy inquietos —al decirlo se acercó a mi vientre y dejó un dulce beso donde uno de mis bebes me había pateado. No pude más que acariciar su cabello con ternura.

Me acerqué a paso lento hasta donde estaba Jacob, que continuaba con su vista perdida en el cielo, primero quería evaluar su reacción al verme, ya que si era demasiado hostil, simplemente volvería por donde vine y dejaría las cosas así.

Me detuve unos metros antes de llegar hasta él para que me viera.

Verlo así de destruido, era realmente penoso e impresionante. Inválido, parte de su rostro quemado y sus grandes manos con aquellas enormes vendas por donde apenas sobresalían sus dedos, era increíble que haya sobrevivido a semejante accidente. Inevitablemente mis ojos se llenaron de lágrimas, ya nada quedaba del chico que había sido mi mejor amigo.

La primera que reparó en mi fue la enfermera, una chica morenita de mirada dulce, algo le dijo a su oído y por fin Jacob me miró.

Sus negros ojos se abrieron inmensos y se volvieron cristalinos e incrédulos como si no diera crédito a que me encontraba aquí frente a él. Me examinó de los pies a la cabeza, para centrase finalmente en mi abultado vientre.

Di dos pasos más hasta él, quedándome a una distancia considerablemente buena para hablar, ni tan lejos, ni tan cerca.

—Hola Jacob —sonreí levemente saludando con cautela.

—Nunca pensé que te vería otra vez y menos que te dejaría venir —expresó con cierto resentimiento sin contestar mi saludo.

Era increíble que aun después de todo siguiera con la antipatía contra Edward.

—Te lo dije muchas veces Jacob. Edward es la persona más bondadosa que existe en este mundo y tú jamás lo quisiste conocer —lo reproché.

Toda la situación se había vuelto absurda, había venido por una cosa y él me hablaba como si jamás hubiese pasado nada y estuviéramos hablando del tiempo. Quizás Jacob había perdido lo poco y nada que le quedaba de cordura.

—Bueno eso ya no importa. Ya estoy pagando mis culpas ¿Qué no lo ves? —hizo una ademán con una de sus vendadas manos sobre sus piernas.

—Lo siento —y en verdad lo sentía, quedar inválido y con la mitad del cuerpo quemado no era algo que le desearas ni a tu peor enemigo.

—No lo sientas, es lo mínimo que me merezco. —me contradijo. En su voz había un dejo de cierta culpa.

Guardó silenció unos segundos

— ¿Eres feliz? —soltó de pronto cambiando de tema.

Dudé si debía realmente contestarle con sinceridad, sería como refregarle en su cara sus miserias. Al fin, decidí que la verdad aunque dura, siempre era mejor que vivir por años perdido en las tinieblas.

—Sí, mucho. Mucho más de lo que nunca imaginé —involuntariamente sonreí al darme cuenta de la veracidad que con pronuncié las palabras.

—Bien, al menos que este así, ha valido la pena —miró sus manos con infinita amargura.

—Jac…—lo iba a rebatir no había venido a hacerlo sentir mal por cómo se encontraba, pero no me dejó continuar.

—Jamás te pierde de vista ¿No? —sonrió con ironía clavando sus negros ojos en Edward.

—Ahora menos —contesté acariciando mi pancita.

—Y veo que tampoco pierde el tiempo —recalcó con cierta envidia.

De pronto, su ánimo cambio en un abrir y cerrar de ojos y silenciosamente comenzó a sollozar.

—Bella. —susurró apenas con la voz estrangulada—. Perdóname, perdóname por favor —suplicó con tanto fervor que me dio la impresión que si pudiese caminar en este momento lo tendría arrodillado frente a mis pies.

— ¿Crees que es tan fácil Jacob? Trataste de destruir mi vida sin ninguna razón y ahora porque me pides perdón ¿Yo te tengo que perdonar sin más? —lo increpé comenzándome a molestar.

— ¿Entonces a que has venido? ¡Has venido a enrostrarme tu felicidad! —su voz sonó con absoluta convicción.

Al escuchar sus doloridas palabras tan alejadas de la verdad, obtuve la respuesta. Nada más tenía que hacer en este lugar.

Lo miré profundamente, no era así como quería recordarlo. Destruido, convertido ni en una centésima parte de lo que un día fue mi entrañable amigo, mi compañero de juegos y travesuras, mi inseparable Jacob. Ahora solo quedaba un despojo humano de corazón frío y con la mente un poco perdida.

—Jacob… he venido, a decirte adiós…

Me acerqué hasta él, me incliné, besé su mejilla y susurré en su oído: “espero que algún día seas feliz, te lo deseo de todo corazón. Adiós Jake”

No alcancé a terminar la frase cuando sentí una de las manos de Edward entrelazarse protectoramente a mi mano derecha y discretamente nos retiramos en silencio. Atravesando el precioso y cuidado jardín deseé fervientemente que mis deseos para Jacob se convirtieran en realidad, y algo me decía que aquella linda chica que lo cuidaba y lo miraba con infinita ternura, no solo curaría las heridas de su cuerpo, sino que también curaría las heridas de su alma y su corazón.

Esa sería la última vez que vería Jacob Black en mi vida.
*
*
*

— ¡Dios estoy enorme! —exclamé mirando mi reflejo en el espejo mientras cepillaba mi cabello. Ya no me podía mirar los pies.

Tenía treinta y dos semanas de embarazo, pero parecía como si estuviese de término y hasta el minuto todo marchaba perfecto. Mis preciosos bebés median cuarenta y dos centímetros y pesaban un kilo y seiscientos gramos cada uno, por lo que en dos semanas más si es que no se adelantaban, Annie nos había explicado que me inducirían el parto, ya que no era aconsejable que este tipo de embarazos llegara más allá de las treinta y seis semanas.

Había sido un embarazo hermoso.

Edward se había lucido, aunque la verdad conociendo como era tampoco esperaba menos de él. Cada día que pasaba me sentía más amada y más mimada, no alcanzaba a abrir la boca y ahí ya estaba mi Edward, para cumplir mis deseos o para algo tan simple como acomodar una almohada. Estábamos ansiosos por tener a nuestros bebés en nuestros brazos.

Fuimos creciendo juntos en este aspecto. Ambos estábamos llenos de dudas y de miedos, los que son absolutamente normales cuando te enfrentas a algo desconocido. Por las noches nos acurrucábamos juntos en nuestra cama y Edward leía para todos, incluyendo bebés, que al sentir la aterciopelada voz de su padre siempre se movían inquietos, “Que se puede esperar cuando está esperando”; aunque a decir verdad, creo que siempre intuí que Edward estaba más que claro en todos los aspectos después de haber estudiado esos enormes libros de ginecología y realmente leía para mí. Aún así, me parecía adorable.

—No es cierto, estás hermosa —entró mi Edward como un huracán en el baño a rebatir mi falta de autoestima por estos días.

Lo miré enfurruñada a través del espejo, Edward estaba ciego parecía un globo a punto de explotar. Peor aún, era que apareciera su divina humanidad semidesnuda frente a mí, aquel torso desnudo de infarto y esos pantalones del pijama que se afirmaban de sus caderas de aquella manera tan sexy dejando entre ver su camino de la felicidad ¡Madre de todos los cielos era infernalmente sexy! Y yo no me podía sentir más discordante.

Sus preciosas esmeraldas estaban clavadas en mí, llenas de aquel inmenso amor que me profesaba, mirándome como si yo fuera la octava maravilla del mundo.

—No me mires con esa cara Bella Cullen, que no me convencerás de lo contrario, esto lo hemos discutido muchas veces. —Dijo como si pudiera adivinar el curso de mis pensamientos— Eso solo tu vientre amor. ¿Ves? —me abrazó por la espalda y deslizó sus manos por encima de mi camisón de seda para que se acentuara a mi figura, para ejemplificar su punto.

—Edward…—quise replicar pero no me dejó.

—Shh. —me calló dándome vuelta y besando mis labios—. Hermosa —susurró sobre en ellos en una caricia sensual e incitante.

Suspiré en sus labios y los atrapé con premura, lo deseaba, lo deseaba con locura, cada día parecía que las ansias que sentía por tenerlo dentro de mi cuerpo iban en aumento, creciendo exponencialmente al infinito y más allá.

Comenzaba a perderme en el adictivo sabor de sus besos, en el maravilloso roce de su lengua con la mía, cuando Edward soltó un excitado gemido de frustración y lentamente terminó el beso.

—Bella…

—Lo siento. —Musité azorada—. Es que te extraño tanto.

—No lo sientas amor, yo también te extraño mucho, no imaginas cuanto. Si la próxima vez, te dejo embarazada de gemelos, juro que me haré la vasectomía. No pienso estar más de un mes sin hacerte el amor otra vez —dijo con tal convicción, que si no lo conociera tan bien, estuve a punto de creerle.

— ¿Ya no quiere tener seis hijos doctor Cullen? ¿Y tú mini Bella? —jugué con él coqueta, acariciando el suave vello de su pecho.

—Okey, lo acepto, no me haré ninguna cosa, pero es que en verdad estoy tan… —bufó— Olvídalo, mejor vamos a dormir —ofreció tomando de mi mano y salimos del baño.

¡Diablos! como odiaba esta situación. Hace dos meses que no hacíamos el amor. Era peligroso ya que podía estimular el trabajo de parto y que los bebés nacieran prematuros, por lo que se nos había prohibido cuando cumplí los seis meses. Claro que eso, no nos había impedido jugar, pero aquello no era lo mismo. Lo necesitaba a él, a mi Edward amándome con aquella abrasadora pasión por completo.

—Te amo Edward —dije bostezando.

—Estás cansada gatito, hoy estudiaste mucho —Edward acarició mi cabello y besó mi frente.

—Ya ni siquiera dormir es lo mismo. —Me quejé como niña mimada haciendo un puchero—. Extraño dormir en tu pecho.

Edward abrió las mantas para mí y me metí a la cama.

—Yo también lo extraño amor, ya queda menos. —me animó sonriendo paciente, acostándose junto a mí, nos puso de lado con mi espalda pegada a su pecho— Pero también me gusta dormir así, protegiéndote con mi cuerpo y acariciar toda la noche tu pancita —coló su mano por debajo de mi camisón y jugó a hacer figuras imaginarias con la yema de sus dedos, con la otra quitó delicadamente unos mechones de cabello que habían caído sobre mi cara.

Debía reconocer que a pesar de todo a mí también me gustaba.

—A mí también me gusta —consentí, pegándome a él todo lo que pude.

—Descansa amor.

— ¡Hace calor! —me destapé dejando caer las mantas encima de Edward, necesitaba sentir la brisa fresca que entraba por la ventana.

Edward como siempre protector, rió de mis caprichos y me tapó de nuevo, pero solo con la sábana.

—No quiero que te resfríes.

Giré mi rostro para verlo. ¡Como me derretía lo tierno que era!

—Gracias Edward.

— ¿Por qué?

—Por amarme como lo haces, consentirme, cuidarme y haberme permitido estudiar a pesar de tus aprensiones.

—Solo quiero que seas feliz nada más. Estoy tan orgulloso de ti, a pesar de todos mis esfuerzos por protegerte, me has demostrado que eres una mujer fuerte, se que lograrás todo lo que te propongas en la vida, te admiro —dejó un largo y sonoro beso en mi frente.

Mis ojos se llenaron de emocionadas lágrimas al escuchar sus palabras.

—Duerme amor mío —me estrechó tierna y fuertemente hacia él, y así abrazados mientras Edward me cantaba suavemente mi nana, nos quedamos dormidos.

En la madrugada un fuerte dolor en mi vientre me despertó. Mi panza se puso muy dura, mi respiración se volvió agitada intentando contener el espasmo que duró algunos segundos y de pronto se esfumó.

¿Sería realmente una contracción?

Me quedé esperando un buen rato que se repitiera nuevamente, pero nada pasó.

Annie nos había explicado que siempre había muchas falsas alarmas y que generalmente era porque el bebé estaba muy grande y al acomodarse se confundía el dolor con una contracción. Y bueno yo no tenía uno, tenía dos, y como los dolores no continuaron, no quise despertar a Edward, suficiente ya se preocupaba por mí, como para no dejarlo descansar por algo sin importancia. Bien sabía que las contracciones tenían que ser constantes en lapsus consecutivos de tiempo, por lo que no había nada por lo que alarmarse, no me podría como las locas mujeres de las películas por muy asustada que estuviese.

*
*
*

—Me llamas apenas termines —me pidió mirándome con aprensión, mientras me ayudaba a sentarme.

Sí, mi protector marido había vuelto a su labor de llevarme y traerme para todos lados, sobre todo ahora, que no debía hacer ningún esfuerzo. Cuando para él era absolutamente imposible, lo hacía Alice, si no Emmett y así continuaba la lista según su escala de valores.

Además debo reconocer que tampoco me gustaba que me trajera a clases, ardía de la rabia al ver las devoradoras miradas que le daban a Edward mis compañeras que andaban estupendamente arregladas mientras yo parecía una pelota; lo único que disfrutaba de todo eso, es que mi Edward ni atención les prestaba y yo lo aprovechaba de besar más de la cuenta, para que vieran que mi sexy marido tenía ojos solo para mí y para nadie más.

—Sí, amor —Edward se puso a mi altura, besó mis labios y con una de sus grandes manos acarició a nuestros hijos.

— ¡Hola Bella!, Edward —saludó alegre Sebastián llegando hasta nosotros.

—Sebastián —respondió su saludo, como siempre parco, sin un dejo de emoción en su voz. Lo miré con reproche, pero mi adorable marido como siempre se hizo el desentendido.

— ¿Cómo están Tommy y Tony hoy?

—Thomas y Anthony —lo corrigió Edward.

—Muy inquietos —contesté pasando una mano por mi enorme vientre y riendo, esta era la discusión de todos los días.

—Deben estar felices de no escucharnos hablar de los grandes compositores de la música nunca más —afirmó con seguridad y Edward rodó los ojos.

—Y felices también de que es nuestro último día —agregué.

—Sí, hay que celebrar —afirmó feliz mi Edward, daba la impresión que él estaba más feliz que nosotros de que hubiese terminado al fin el semestre.

Justo en ese momento entró la profesora Goff.

—Bueno me voy, suerte y te amo.

—Yo más —estiré mis labios y mis brazos para que me besara y me abrazara por última vez.

Me dio un último sonoro y casto beso en los labios y se fue.

Lo quedé mirando como siempre embobada de su andar elegante y felino. “Buenos días señorita Goff” saludó como siempre educado cuando pasó por su lado y juró que como todos los días la para nada disimulada señora le pestañeó más de la cuenta y Edward al sonreírle ella inmediatamente se derritió. Bueno y quien no.

Cuando estaba a punto de salir del salón, sin girarse hacia nosotros dijo:

—También estás invitado Sebastián.

— ¡Lo sabía me ama! —Exclamó riendo a carcajadas tomó asiento junto a mí, y chocó su hombro con el mío.

La verdad es que Edward, solo lo toleraba algo más, desde que hace unos meses conoció a la novia de Sebastián, Kim. Pero no le quitaría la ilusión a mi amigo.

La señora Goff repartió las pruebas y así el último examen del semestre comenzó.

“La fecunda obra de Johann Sebastian Bach es considerada como la cumbre de la música barroca…”

Hilaba mis ideas escribiendo sin parar; ya solo me quedaba la mitad del examen cuando el mismo dolor de la madrugada me atacó y esta vez no había sentido a mis bebés moverse.

— ¡Ay! —Jadeé soltando el lápiz y tocando mi panza que otra vez se había puesto muy dura. ¡Dios, sí que dolía!

— ¿Bella estás bien? —preguntó susurrando Sebastián.

—Sí —musité respirando profundo con mis ojos cerrados, rogando que se me pasara el dolor, pensado “ahora no por favor”.

—Creo que mejor llamo a Edward.

— ¡No! —exclamé más fuerte de lo normal para estar en medio de un examen. Justo en ese momento el dolor cedió.

— ¿Pasa algo señorita Cullen, Señor Smith ?

“Señora”, le he dicho mil veces que es señora, pensé dándole una mirada envenenada a la profesora.

—No, señorita Goff —contestamos al mismo tiempo.

—Bella, llamaré Edward, si algo te pasa juro que me las cortará y no llegaré jamás al día del padre.

—Por favor Sebastián, quiero terminar, sabes lo importante que es para mí, ya me queda menos de la mitad, si me duele otra vez prometo que lo llamaré. ¿Sí? —lo miré con ojos suplicantes.

—Está bien —aceptó no muy convencido y mirándome con temor, como si fuera a explotar o a desangrarme aquí mismo.

Felizmente mientras terminaba el examen, el dolor no volvió.

*
*
*

—Uno por Thomas. —Me daba de comer mi Edward como si fuera niña pequeña—. Otro por Anthony.

Mis ravioles de setas estaban deliciosos, pero los dolores de hoy en la mañana me habían dejado algo preocupada y ahora estaba inapetente.

— ¡Emmett no piques comida del plato de Bella! —lo reprendió Edward pinchando su enorme mano con el tenedor.

— ¡Auch! ¡Eso duele hermanito! —Se quejó quitando su mano y sobándosela— La culpa la tiene Belly Bunny, que se le antojan esos platos que no se come y luego me pega los antojos a mí —se defendió sonriendo mostrando sus adorables hoyuelos.

“Belly Bunny” ese era mi nuevo sobre nombre, ya que Emmett aseguraba, que después de que naciera Thomas y Anthony, estaría embarazada de por vida o al menos hasta que mi Edward obtuviera al fin a su anhelada mini Bella.

Por fin todo había vuelto a la normalidad entre ellos, y así era como me gustaba observarlos. Felices, como los mejores amigos, con sus constantes, insignificantes y divertidas peleas; aquellas con las cuales, sin necesidad de decirlo se demostraban cuanto se amaban.

—Pozo sin fondo. —Lo acusó Edward pinchando un nuevo raviol de mi plato—. Ya te comiste dos porciones de espaguetis.

Emmett solo se encogió de hombros e intentó seguir robando comida de mi plato, sin prestar atención a los regaños de su hermano menor.

—Ahora por mí —me pedía mi Edward, mirándome con aquella mirada abrasadora, brillante, llena de amor, aquella que me derretía por completo. Con su mano libre acariciaba sin cesar mi vientre. Era tan adorable.

Estábamos en mi restaurante favorito, celebrando que había terminado mi primer semestre satisfactoriamente, sin que a Edward le diera un infarto; bueno la parte del infarto, mi protector marido no la sabía, pero así es como nuestra familia se refería.

Todas las personas que más amaba estaban aquí hoy junto conmigo, como siempre lo hacíamos, compartiendo todos juntos algún evento importante de nuestras vidas. Incluso estaba Thomas y Ángela que había llegado tan solo hace dos días de Nueva York; ellos habían terminado de sumarse definitivamente al clan. Solo faltaba Riley y Charlotte, para que el cuadro que tenía frente a mis ojos estuviese absolutamente perfecto. Ambos habían prometido que vendrían a Boston a penas nacieran los bebés.

Todos habían llegado nuevamente con una montaña de regalos para felicitarme, aunque la verdad, creo que era la excusa para seguir comprándole más cosas a los nuevos consentidos de la familia, como si entre el hermoso Baby Shower, que me habían organizado hace unas semanas las chicas y su comprador compulsivo padre, que todos los días llegaba a casa con un regalo diferente y que casi me parecía que se estaba equiparando con Alice, no tuviesen las suficientes cosas ya. Tenían tantas cosas de bebés, que me daba la impresión que hasta les podría poner una tenida distinta todos los días prácticamente de por vida.

—Bella el cuarto de los bebés les ha quedado hermoso. —Nos felicitó Esme—. Realmente es un sueño.

—Gracias Esme, pero hay que darle el crédito a Edward y a Alice. Yo la verdad, no les pude ayudar mucho más que en decidir los muebles que me gustaban.

—No digas esas cosas cariño, es compresible, lo importante es que tu y los bebés están bien y que cada día queda menos para que tengamos a esos adorables niños en nuestros brazos.

— ¿Y ya decidieron quien podrá entrar al parto? —preguntó ilusionada Renée.

— ¡Si, yo quiero! —exclamó Rose.

— ¡Y yo! —la secundaron Emmett y Alice al unísono.

¡Maldición! No sé, en qué momento se me salió, todo el asunto de los partos modernos. Partos lo más natural posible, solo en la habitación del hospital, y con todos los familiares cercanos que quieras junto a ti. Realmente había que estar loco para estar con las piernas abiertas de par en par, semidesnuda y desear tener público para todo aquello.

—Chicos no abrumen a Bella y Edward —salió en nuestra defensa mi conciliador suegro, seguramente al ver la cara que Edward y yo teníamos.

—En los aprietos que metes a nuestra hija mujer. —Reprendió Charlie a mi madre—. Edward, hija lo que ustedes decidan estará bien.

—Gracias Charlie. Lo siento familia, pero solo seremos mi Bella y yo —aclaró Edward, besó mi frente y me estrechó hacia él.

Se escuchó una general desilusión.

—Gracias —musité apoyada en su pecho.

—Es solo nuestro momento amor —dejó un beso en el tope de mi cabeza.

— ¡Familia tengo una importante noticia que darles! —anunció Alice poniéndose de pie de un salto siempre con su desbordante energía, golpeando con el tenedor su copa para hacer silencio y dándole una enamorada y cómplice mirada a Jasper. Una deslumbrante sonrisa atravesaba por sus labios.

Cuando se hizo silencio, creó un poco de expectación y luego exclamó desbordando emoción.

— ¡Mi Jasper y yo estamos embarazados!

Alice no alcanzó a terminar la frase y los gritos de alegría no se hicieron esperar llamando la atención de las demás personas que estaban comiendo dentro del restaurante. Una lluvia de abrazos, felicitaciones y besos los atacó y ahora nuestro almuerzo era una doble celebración, nuevas botellas de champagne y lágrimas de emoción.

Alice se acercó hasta a mí para que no tuviese que pararme, sus pequeños y delgados brazos me abrazaron con infinita ternura.

—Alice estoy tan feliz por ti —lloraba emocionada, pensando en lo bonita que se vería con su pancita y que ella también tendría la fortuna de pasar por una de las experiencias más hermosas e inigualables de esta vida y ser tan feliz con su Jasper, así como yo lo era con mi Edward.

—Gracias Belly estoy tan emocionada, ya quiero que pasen los meses para tener a mi Isabella en mis brazos, ya lo verás, nuestros hijos serán los mejores amigos, así mismo como nosotros.

— ¿Isabella? —pregunté sorprendida, y lloré mil veces más emocionada de lo que ya estaba.

Que honor me estaba haciendo mi entrañable amiga, más que una simple amiga, mi hermana.

—Jamás en la vida podría llevar otro nombre —afirmó sonriendo con sinceridad y lloramos juntas por otro rato. Las malditas hormonas, obvio.

— ¿Y ya sabes que será niña madame Alice? —preguntó Edward divertido para picarla.

—No me desafíes Cullen, mira que tus predicciones, no fueron para nada exactas con tus hijos. —le contestó Alice sacándole la lengua como niña pequeña, luego una sonrisa suficiente se estampó en sus labios— Sigue esperando a tu mini Bella, porque te aseguro que no la tendrás por un buen tiempo.

Edward al escucharla abrió los ojos como platos y yo pensé con terror, ¿Cuántos hijos más tendría que tener, para cumplir los anhelos de mi amado Edward? Al final solo el tiempo lo diría.

—Ya era hora, realmente comenzaba a pensar que tu compañero venía fallado de fabrica hermano —bromeó Emmett a Jasper, como siempre guasón, sin importar quien estuviese presente y tampoco el lugar donde estábamos.

Jasper, con aquella paciencia infinita que lo caracterizaba, no le prestó la más mínima atención al comentario de su amigo, en vez de eso, escuché que le dijo “paga” y Emmett de mala gana le pasó cien dólares por debajo de la mesa. Quien sabe que habrían apostado en esta ocasión, pero algo me decía que tenía que ver con el “supuesto infarto” que Edward iba a tener y evidentemente no tuvo. No pude más que reír ante situación.

— ¡Emmett! —Rose lo regañó dándole un pellizco en su brazo— Los Hale no venimos fallados de fabrica, al que parece que le falla algo dentro del cerebro es a ti.

Pobre Rose realmente ella tenía muchas ganas de casarse y formar una familia, pero mi querido cuñado no tenía la más mínima intención de comprometerse.

— ¡Auch osita eso duele! —Se quejó sobándose el brazo—. Y no, no me fallaba absolutamente nada, soy un alma libre nada más —observó sonriendo, como siempre, quitándole el hierro a la situación.

La conversación siguió centrada en como crecía la familia, entre bromas divertidas y alegría.

—Están felices —observó Edward sonriendo al sentir como los bebés se movían sin parar.

Solo asentí, la verdad un dolor muy parecido al de hoy en la mañana comenzaba a extenderse por todo mi vientre.

—Tu pancita está muy dura. —Observó Edward con preocupación, al notar la tensión tocando mi vientre y la expresión en mi rostro—. Creo que llegó la hora de irse a casa.

Nos despedimos de todos, no sin antes volver a felicitar a Alice y a Jasper.

Edward manejó todo el camino intentando mantener la calma, pero lo conocía muy bien, iba preocupado y a decir verdad yo también. ¿Sería que los bebés ya querían nacer?

— ¿Tienes calor amor? ¿Quieres algo? —preguntó tierno acomodando mis almohadas.

—Sí, mucho. Solo cambiarme de ropa, ponerme una de tus camisetas y hielo picado en un vaso.

—Voy por el hielo, espérame aquí, cuando vuelva, te ayudo a sacarte la ropa —me dio un beso en la frente y salió en dirección a la cocina.

¡Dios que calor tenía! y eso que aun estábamos en primavera, menos mal que ya no estaría embarazada para cuando llegara el verano.

Me paré con cuidado de la cama para abrir las ventanas, necesitaba sentir la brisa fresca de la tarde, pero no alcancé a llegar hasta los ventanales franceses, ya que una nueva contracción aun más fuerte que las anteriores me atacó, haciéndome encoger del dolor e inmediatamente sentí agua correr por mis piernas. Se me había roto la fuente.

— ¡Edward! —lo llamé con terror, con mis ojos llenándose de lágrimas.

¿No me deberían haber venido muchísimas contracciones antes?

— ¿Qué pasa gatito? —entró corriendo a la habitación con el vaso de hielo en la mano, al ver el panorama que tenía frente a sus ojos sus verdes esmeraldas casi se le salen de sus cuencas.

Dejó el vaso encima de la cómoda y a la velocidad del rayo estuvo junto a mí.

—Edward, la fuente…los bebés…—sollocé intentando explicar asustada.

—No llores amor, no te asustes. —Secó mis lágrimas con sus pulgares, tomando mi rostro delicadamente con ambas manos y poniéndose a mi altura— Todo saldrá bien, ya verás, todo saldrá bien. Solo se han adelantado un poco —me calmaba tiernamente, pero una sonrisa nerviosa escapó de sus labios, de seguro esta situación le traía recuerdos de su espantoso sueño.

Edward me ayudó a cambiarme de ropa mientras hablaba con Annie explicándole mi situación y a la vez hacía mi maleta, menos mal que la de los bebés había quedado lista ayer. Al fin luego de unos quince minutos estábamos arriba del auto en dirección al hospital, con Edward conduciendo lo más tranquilo que sus ocultos nervios se lo permitían y con mis contracciones comenzando a ser más seguidas. Su mano derecha entrelazada a la mía por sobre mi vientre.

— ¡Ay duele! —me quejé encogiéndome en el asiento del volvo.

—Tranquila amor, ya queda poco para que lleguemos al hospital. En cuanto lleguemos y Annie vea cómo estás, lo más probable es que te pongan anestesia y el dolor pasará, te lo prometo amor, yo me encargaré de que nada te duela mi princesa.

—Espero, porque me duele mucho Edward —lloriqueé rogando porque la contracción pasara luego.

Cuando llegamos a urgencias un batallón de personas nos estaban esperando en la puerta.

—Todo está listo como lo pidió doctor Cullen, la doctora Anderson los está esperando —informó una enfermera recibiendo mis cosas, otra me ayudaba junto con Edward a sentarme en una silla de ruedas.

Avanzamos a toda velocidad por los pasillos hasta la habitación donde nos esperaba Annie.

— ¡Edward, Bella! Veo que los gemelos no se quieren hacer esperar —nos saludó llegando hasta nosotros.

—Así parece —contesté preocupada.

—Tranquila cariño, en unos cuantos minutos sabremos cómo va todo —palmeó una de mis manos en un gesto tranquilizador.

En un santiamén las enfermeras ya me tenían vestida con la típica bata de hospital y conectada a miles de monitores acostada encima de una enorme cama. Sonreí al observar mí alrededor, y no me extrañaba en lo absoluto los que mis ojos veían. Ni siquiera en estos momentos los celos cavernícolas de Edward parecían ceder, y ahora entendía muy bien cuando hablaba con Annie mientras aun estábamos en el departamento y le decía algo como “recuerda en lo que quedamos”. No había un solo hombre en la habitación y obviamente aquello jamás pasaría.

Annie ya estaba revisando como estaba todo, Edward estaba junto a mí, acariciaba dulcemente mi cabello, dejaba besos en mis labios y tomaba de mi mano. Mano que estrangulaba cada cierta cantidad de minutos, pero él como siempre adorable, ni siquiera se quejaba. En sus ojos estaban reflejados la incertidumbre y el miedo, se notaba que estaba haciendo un esfuerzo sobre humano, por mantener la calma y no comenzar a gritar órdenes.

—Annie. ¿Cómo está mi Bella y mis niños? —escapó de sus labios, cuando ya no lo pudo contener más.

—Bien chicos, esta es la situación. —Informó en tono profesional, mi corazón latió a mil por hora de los nervios—. El trabajo de parto va muy rápido, ambos bebés están en posición longitudinal con la cabeza hacia abajo, por lo que felizmente tendremos un parto normal, aunque aún tendremos que esperar un par de horas hasta que Bella termine de dilatarse. Edward suspiró aliviado y su semblante se relajó.

—Y el dolor Annie. ¿Aún es tiempo de ponerle la anestesia cierto? No quiero que a mi Bella sufra ningún tipo de dolor —sus ojos brillaron y me dio la impresión que daría cualquier cosa por ponerse en mi lugar para que así yo no tuviese que sufrir absolutamente nada.

—Sí, Edward aun es tiempo. —Afirmó sonriendo paciente a sus aprensiones—. Ahora mismo mandaré a llamar a la doctora Visolani para que le venga a colocar la epidural.

—Gracias, gracias, gracias —solté sin poderlo evitar, el alivio, se podía palpar en mis palabras.

Todos en el cuarto rieron al escucharme.

—Tranquila amor que ya pasará —besó mi frente y acarició mi pancita con tanto amor, que si no hubiese estado aquí tirada en la cama apunto de parir hubiese saltado en sus brazos a comérmelo a besos.

Pasaron unos diez minutos más cuando se abrió la puerta y entró una doctora. Era morena y de cara amigable, debía tener un poco más de unos cincuenta años. Sus ojos brillaron vivaces al vernos.

— ¡Quién lo diría! Hace veinticinco años ayudé a nacer a este diablillo y míreme ahora, aquí estoy para ayudar a nacer a sus hijos. Hola cariño soy la doctora Athenodora Visolani —palmeó con cariño mi mano libre de la vía con suero y me regaló una amable sonrisa— Edward —asintió hacía él y le guiñó un ojo.

—Hola Athenodora, está es mi Bella —me presentó devolviéndole una juguetona sonrisa.

—Encantada de conocerte Bella, espero que estos niños no te estén haciendo sufrir como este sátrapas hizo sufrir a Esme —indicó a Edward y el solo rodó los ojos.

—Hola doctora. No, para nada, hasta el momento todo va impresionantemente rápido.

—Cuando me alegro mi niña, porque pobre de mi querida Esme. ¡Veinte horas de trabajo de parto! ¡Veinte! —Recalcó cada silaba de veinte— Desde antes de nacer supimos que este jovencito sería un bandido. Si me aun me parece que lo veo haciendo travesuras en los pasillos del hospital y mira ahora nada más, a punto de ser padre —miró a Edward y sus ojos brillaron con orgullo.

—Athenodora no quiero ser grosero, pero le pondrías de una vez la anestesia a mi Bella —la urgió impaciente.

—Ah y mal genio. —recalcó—. Espero que tus niños no saquen el genio del padre.

No pude más que reír, al parecer la doctora Visolani lo conocía más que bien, aunque no estaba de acuerdo con ella. “Para mí, sería más que perfecto que sacaran el carácter de mi Edward” pensé justo cuando una nueva contracción me atacó.

— ¡AY! —apreté fuerte la mano de Edward, intentando respirar hasta que pasara el dolor.

— ¡Ves lo que te digo! —gruñó mi adorable marido.

Juro que si no me ponía la bendita inyección ahora, Edward saltaría a clavarle los colmillos a la yugular y yo también.

—Tranquila mi niña en unos diez minutos más, nada te dolerá.

Prometo que no fui capaz de mirar el tamaño de esa aguja, era simplemente enorme y aterradora, así que si quería dejar de sentir dolor, solo me concentré en la verde mirada de mi Edward que me contemplaba como si tuviese ganas de que nos fundiéramos en uno solo para que mi dolor fuera su dolor, en sus cálidas y tiernas caricias en mi rostro.

— ¿Te sientes mejor amor? ¿Sientes las contracciones sin dolor? —preguntó preocupado al cabo de un rato.

—Sí, mucho menos, gracias —contesté mas aliviada, de verdad que el dolor había ido bajando de intensidad bastante rápido.

Cuando la doctora Visolani se aseguró que la anestesia había hecho su efecto y que todo estaba más que perfecto, se marchó dejando un cálido beso en la mejilla de ambos y deseándonos suerte.

De pronto, sentí unas imperiosas ganas de que Edward me abrazara, me sentí indefensa, desde hoy se vendrían enormes cambios para nuestra vida.

— ¿Edward? —lo llamé con ilusión.

— ¿Si amor? —preguntó sonriendo tierno, por el tono de mi voz él sabía que algo le iba a pedir.

—Acuéstate conmigo hasta que todo comience…

—Pero gatito tienes que estar cómoda, no creo que sea buena idea —negó mi petición apesadumbrado, se veía que no tenía ganas de decirme que no.

—Solo estaré cómoda si me tienes en tus brazos, por favor te necesito…

—Annie me colgará…

—Cuando nos a importando lo que diga el resto…

—Está bien, pero solo por unos momentos. ¿Sí?

—Sí.

No había nada mejor en esta vida que estar así, en mi lugar favorito de todo el mundo, en los brazos de mi Edward con mi cabeza apoyada en su pecho escuchando los fuertes y tranquilizadores latidos de su corazón…

— ¿Mejor? —Preguntó tierno, besando mi frente y acariciando mi espalda.

La enfermera nos miró, pero no dijo nada, es más hasta podía vislumbrar que en su mirada al vernos había un dejo de ternura.

—Sí —contesté en apenas un susurro.

—No tengas miedo amor, ya verás como todo va bien.

—Mira quien lo dice —me reí de él, cerrando mis ojos rendida a la placentera sensación de sus largos dedos jugado con mi cabello.

—Okey, lo acepto. —rio despacito—. Será fuerte el cambio amor, pero estaremos juntos, siempre, al igual que ahora.

No podría precisar cuánto rato más pasó, solo que nos quedamos abrazados, con Edward conteniéndome en un perfecto silencio, que solo era interrumpido por el maravilloso sonido de los latidos del corazón de nuestros hijos.

Annie entró dos veces más a revisar como iba todo, nada nos dijo al vernos así, solo se preocupó de cerciorarse que todo marchaba bien y en los tiempos esperados. Mis contracciones eran cada vez más seguidas hasta que la tercera vez que me revisó, anunció con una sonrisa que hizo latir como un loco mi corazón.

—Bien chicos, creo que estamos listos, estos preciosos bebés no quieren esperar ni un minuto más por darse a conocer. ¿Preparados?

—Sí —contestamos los dos juntos.

—Edward si quieres, ya que veo que Bella está tan cómoda, te puedes quedar abrazándola suavemente, pero de pie y sin ayudar cuando tenga que pujar. ¿Está claro?

—Sí —contestó seguro mi Edward que ya se había instalado como Annie le había dicho y se lo agradecí en el alma, porque necesitaba tanto sentirlo conmigo.

Annie, les dio unas cuantas órdenes más a las enfermeras que no entendí y ellas la flanquearon.

—Bella cuando venga la contracción tienes que respirar profundo y luego pujar yo te indicaré cuando ¿Entendido?

—Sí —susurré apenas de los nervios que tenía, apreté fuerte la mano de mi Edward y el besó mi frente, en un beso largo y amoroso y nos miramos profundamente a los ojos.

El momento con que tanto habíamos soñado al fin estaba aquí...

—Okey, señores aquí vamos. Bella. ¡Puja!

Inspiré profundo sintiendo la contracción y pujé con todas mis fuerzas con mi mano fuertemente entrelazada a la de Edward…

—Bien Bella, descansa, lo estás haciendo muy bien…

Cuando me recosté nuevamente Edward acomodó mi cabello y acarició mi cabeza.

—Respira princesa. ¿Estás bien? ¿Te duele algo amor?

—Sí, amor tranquilo estoy bien —contesté serena para bajar sus niveles de ansiedad, intentando recuperar el aliento.

—Aquí viene otra —anunció Annie— ¡Puja Bella!

Y al igual que la anterior tomé aire y pujé…ya faltaba menos, mis ojos se comenzaban a llenar de lágrimas de felicidad, ya venían mis mini Edward.

— ¿Edward? —lo llamé con la voz ronca por el esfuerzo, mientras pujaba.

— ¿Qué tienes amor? —preguntó con la voz desbordando preocupación.

—No llamamos a nadie —contesté soltando todo el aire y recostándome otra vez.

Risas relajadas se escucharon por toda la habitación, pero para mí solo existía la risa hermosa, masculina y aliviada de mi Edward.

Lo miré y me perdí unos segundos en su hermoso rostro de ángel, en sus preciosos ojos verdes como el jade que se comenzaban a llenar de lágrimas, una sonrisa esplendorosa estaba dibujada en sus perfectos labios.

—Nos matarán… —afirmó riendo y una lágrima de felicidad escapó por uno de sus ojos y rodó por su mejilla—. No me importa, te amo, solo somos nosotros y será así por siempre…—. Besó mi frente con devoción.

Una enfermera al escucharnos se ofreció en mandar a llamar a Carlisle para avisarle.

—Vamos Bella, concentración, que ya falta poco. Comienzo a ver su cabeza. —Llamó nuestra atención Annie—. A la cuenta de tres puja. Uno. Dos. Tres… ¡Puja!

Y pujé otra vez con todas mis fuerzas, con mi corazón latiendo fuerte en mi interior de la emoción, mi precioso hijo mayor ya venía…

No sé cuantas veces más pujé, solo sé, que en cada una de ellas jamás cerré mis ojos, quería verlo todo, no quería perderme de nada, y por sobre todas las cosas, necesitaba mirarlo a él, al amor de mi vida, que con su penetrante y cristalina mirada que me adoraba, me daba el aliento y las fuerzas que necesitaba para traer a nuestros hijos a la vida.


— ¡Ahora sí lo veo! —Nos informó emocionada Annie—. Bien Bella, descansa unos segundos que ya nos queda lo último y será un parto maravilloso, haremos algo muy bonito. Cuando el cuerpo del bebé ya esté casi por completo afuera, Edward te ayudará a levantar tu torso y quiero que juntos con sus manos tomen el bebé y te lo lleves al pecho.

— ¿Nosotros? —pregunté recobrando el aliento, apenas pudiendo contener la emoción, las lágrimas ya comenzaban a rodar por mi rostro.

—Sí, amor, nosotros terminaremos de ayudar a nuestros hijos a nacer —confirmó Edward con su aterciopelada voz quebrada colmada de amor y besó mis labios con infinita ternura.

— ¡Bien papás aquí vamos! La última vez Bella, con todas tus fuerzas. ¡Lo has hecho muy bien linda! ¡Puja!

Inspiré profundo nuevamente y pujé y no bastó que hiciera un poco más de fuerza cuando un maravilloso y angelical llanto se escuchó. Era el llanto más hermoso que había escuchado en toda mi vida.

—Ahora Edward, ayuda a levantar a Bella…—nos indicó Annie con premura.

Edward me rodeó con infinita delicadeza, me incorporó y sus enormes y suaves manos se entrelazaron a las mías. Mi corazón latía tan fuerte que amenazaba con salirse de mi pecho de la emoción.

—Aquí está nuestro pequeño Anthony amor…—susurró Edward con una incontenible emoción y juntos tomamos su pequeño y frágil cuerpecito ayudándolo a nacer y delicadamente lo recostamos sobre mi pecho.

—Mi Anthony…—sollocé mientras lágrimas de felicidad caían libremente por mis ojos aferrando su pequeño cuerpecito hacía mi, casi con miedo de hacerle daño, se veía tan frágil e indefenso— Eres la pequeña cosita más hermosa que he visto en mi vida y te amo, te amo con toda mi alma. Besé su pequeña cabecita con infinito amor.

Apenas tenía abiertos sus ojitos, pero un destello verde creí ver, que me hizo emocionar mil veces más de lo que ya estaba; al parecer una escaza pelusita cobriza cubría su cabeza. Y lloré de felicidad sin consuelo, era igualito a mi Edward como tanto lo había soñado.

—Es precioso amor, los amo con locura, los amo tanto —Edward también besó su cabeza con infinito amor y luego dejó un dulce beso en mis labios.

Solo un momento lo observamos extasiados. Era indescriptible, no había palabras para poder describir lo que en este momento sentía, solo tenía la certeza que era feliz, inmensamente feliz, como jamás lo había sido en mi vida.

Una de las enfermeras vino a llevárselo para revisar que todo estuviese perfectamente bien y apenas lo sacó de mi pecho un instinto de protección me atacó lo quería conmigo, no quería que se lo llevaran de mi vista.

—Edward, mi Anthony…—sollocé estirando mis brazos hacia él.

—Tranquila amor, el estará bien, lo revisaran, lo limpiaran, lo vestirán y lo te lo entregaran tan buen mozo como yo —jugó conmigo para calmar mis crecientes nervios, besando la punta de mi nariz y acomodando mi cabello.

—Engreído…—lo acusé riendo.

—Pero, así me amas. —Tomó mis manos entre la suyas y las besó con infinito amor clavando su penetrante y abrasadora mirada en mí—. Gracias, estoy tan orgulloso de ti, mi maravillosa y fuerte Bella.

—Amor…—sollocé nuevamente de la emoción por sus preciosas palabras.

— ¿Estás cansada amor? ¿Te sientes bien? —preguntó como siempre protector.

—Solo un poco y me siento bien, nada me duele.

—Cuanto me alegra escuchar eso. —dijo de pronto Annie que aun seguía trabajando en mí en silencio, revisando como iba todo—. Porque este otro varoncito ya pronto comenzará a nacer.

Mi corazón nuevamente latió como un loco de la emoción al escucharla, cada vez faltaba menos para que tuviera a mis dos preciosos bebés entre mis brazos.

Mi Thomas nació quince minutos exactos después de su hermano, a las 8:42 de la tarde y completamente idéntico a su precioso gemelo, ambos eran idénticos a su buen mozo padre. Su parto fue tan hermoso, como el de Anthony, lleno de palabras de amor, y lágrimas de felicidad, pero lo más importante nunca me faltó la contención de mi Edward, que se portó gallardamente y a la altura como siempre, haciendo un esfuerzo sobre humano por mantener su incontrolable sobreprotección a raya, para no incomodarme, para no ponerme más nerviosa. Todo aquello me hizo amarlo aun más si es que aquello era posible.

Ahora al fin éramos una familia y sentí que sería feliz por siempre acompañada de los hombres de mi vida. Mi Edward, mi Anthony y mi Thomas.

Miraba a Edward absolutamente embelesada y hasta con un dejó incontrolable de celos. ¡Dios que hermoso se veía! Parecía una imagen de película. Ahí estaba mi Edward, orgulloso, con nuestros hijos en sus brazos, sonriendo con esa sonrisa que era capaz de detener el tráfico, posando para sus primeras fotos. Por supuesto que las enfermeras que se las tomaban prácticamente se babeaban, he ahí la fuente de mis celos, pero a la vez aquello me hacía sonreír, ese hermoso hombre era mío, solo mío.

Una foto más y Edward, dejó a nuestros hijos nuevamente en mis brazos. Nuevas lágrimas resbalaron por mi mejillas al contemplarlos, al tener sus pequeños cuerpecitos, calentitos, pegados a mí. Eran irreales, eran hermosos, y eran míos. Mis minis Edward.

—Te dije que serían igualitos a ti —afirmé examinando sus rasgos extasiada. Edward solo rió y dejó un beso en mi frente. Nos abrazó a los tres y nos quedamos en un perfecto silencio, mirando a nuestros pequeños milagros.

Mis pequeños bebés. Al mirarlos no te cabía duda que eran dos niños, no solo por el color de su ropa, si no porque sus pequeños rostros eran tan masculinos, como el de Edward. Me perdí en observar sus facciones, su nariz, sus cejas cobrizas, su pequeña boquita, la pelusita que adornaba sus cabecitas, hasta aquellos sexys lunares made in Edward Cullen, traían estampados en su cuello, aquellos que volverían loca a mas de una mujer, al igual que a mí. Eran la réplica absolutamente perfecta de Edward.

Edward parecía jugar con sus deditos, pero en realidad se notaba que se los estaba contando, como si necesitara asegurarse que todo estaba perfecto. Los besaba uno a uno, cuando una algarabía se escuchó fuera del cuarto y de pronto una amenaza de muerte...

“¡Edward Cullen estás muerto, esto no se le hace a una mujer embarazada!”

Nuestra familia había llegado y por lo visto haciéndose notar. Reímos y nos miramos cómplices, pensando en lo que le esperaba al pobre de Jasper, las hormonas de nuestra querida Alice sí que estaban alborotadas.

“¡Hermano sal de ahí y dejen de hacer sus cositas! De seguro le saltaste encima a mi Bellita a los dos segundos ahora que no tiene ocupada su pancita”

— ¡Dios mío! Que nunca aprenda —bufó Edward rodando los ojos y se escucharon las risas de las enfermeras y la de Annie que terminaba conmigo por ahí abajo, al sur de mi cuerpo— Mejor llevo a estos pequeños a conocer a la familia antes de que echen abajo la puerta.

No pude más que reír, estaba segura que esto no cambiaría hasta el final de los tiempos.

Una enfermera ayudó a Edward a poner cuidadosamente a ambos bebés en sus brazos y con una sonrisa orgullosa salió del cuarto a hacer la presentación oficial de Anthony y Thomas Cullen a la familia.


Cuatro meses después…


—Estás listo para dormir mi pequeño hermoso —besé su pequeña frente y lo dejé en su cuna arropándolo, Anthony me miró con su seño fruncido, succionado furiosamente su chupete, idéntico, pero idéntico a Edward. Sonreí como una tonta al mirarlo— Ya sé, eres un consentido, te quieres dormir en los brazos de mami. ¿O estás esperando a papi? Sí, yo creo que estás esperando a papi.

Lo tomé en brazos nuevamente y caminé con él hasta sentarme en la mecedora. Suavemente nos comencé a mecer, tarareándole despacito su nana, concentrada en su esmeralda mirada mientras lentamente sus párpados se comenzaban a cerrar. Thomas ya estaba dormido en su cuna.

Hoy los había acostado más temprano, ya que tenía una sorpresa preparada para Edward, que no tardaba en llegar del hospital.

Estos meses habían sido hermosos, y de muchos, pero muchísimos cambios. Desde que los bebés habían llegado a compartir nuestras vidas, todo había dado un giro de ciento ochenta grados…

No era fácil cuidar a dos bebés, no señor, pero poco a poco nos habíamos ido acostumbrando. Constantes desvelos, pañales y llantos, donde el chupete el cual te niegas a usar, se convierte en tu mejor amigo; la incertidumbre de no saber si lloran porque les duele algo, están incómodos o simplemente tiene hambre. Aquella aprensiva sensación de que no puedes dejar de observarlos mientras duermen, porque te da la impresión de que van a dejar de respirar.

Edward era mil veces más aprensivo que yo, y al principio cada vez que los escuchaba llorar, sacaba su estetoscopio y los comenzaba a examinar, ventajas de tener un pediatra en casa. Al fin como conclusión, para la que terminábamos riendo, era siempre la misma, “tienen hambre”.

No había nada más maravilloso en esta vida que alimentar a mis bebés. Amaba como sus pequeñas manitos se aferraban a mi pecho masajeando despacito y sus verdes ojitos se conectaban con los míos, como si es ese instante yo fuera la única persona que existía en el mundo para ellos. Edward siempre nos miraba extasiado y después me ayudaba con ellos acostándolos en su pecho y sobando su espalda con infinito amor y cuidado.

Habíamos intentado dentro de todo lo posible en repartir nuestras tareas, y así habíamos ido saliendo adelante. Lo que más nos ayudó, fueron los días hermosos de vacaciones de verano que habíamos tenido en casa de mis suegros en Martha’s Vineyard, donde al fin pudimos dedicarles tiempo al cien por ciento solo los dos, sin interrupciones de todos queriendo dar indicaciones y tampoco del trabajo.

Solo hace unos días habíamos vuelto de nuestras relajantes e instructivas vacaciones…

Anthony poco a poco fue cerrando sus ojos hipnotizado por las preciosas notas que su padre también había compuesto para ellos. Me paré de la mecedora con cuidado de no despertarlo y lo dejé en su cuna, lo arropé, besé su frente, luego besé también la frente de Thomas que aun dormía plácidamente succionando su chupete, y salí de la habitación a esperar a mi Edward, llevándome el monitor para no perderles segundo.

Todo estaba perfectamente dispuesto, el departamento decorado e iluminado con infinitas velas con aroma a vainilla repartidas por doquier, dándole un aire romántico e íntimo, las fresas con chocolate, el champagne helado.

Edward no tardaba en llegar, por lo que me di rápidamente un baño y me puse aquel conjunto de infarto que ni yo me atrevía a mirar. Era espantosamente pecaminoso, una pequeña braga de color azul, el favorito de Edward, casi trasparente que se amarraba a los lados de finas cintas de satén, la parte de arriba un babydoll con corpiño de la misma tela y la parte de gasa debajo del busto, caía vaporosa, abierta por el medio hasta llegar a tocar mis caderas. Unos zapatos de tacos suicidas acompañaban el conjunto para darle el toque perfecto.

Sonreí al mirarme al espejo mientras me maquillaba suavemente como siempre, sabía perfectamente lo que haría Edward con esa abertura por el medio, me la arrancaría en mil pedazos y realmente esperaba que lo hiciera, aquello me excitaba por sobre manera.

Estos últimos meses aquello se había convertido en su fascinación, mucho más de lo que era antes. Se defendía diciendo que tenía mucha pasión aun contenida, luego de los largos meses que estuvimos sin hacer el amor. No había noche que el fuego no se encendiera entre nosotros, desde que pudimos volver a convertir nuestros cuerpos en uno solo.

Pero hoy era un día, o más bien una noche especial. Hoy se cumplían dos años, desde que tuve la fortuna de encontrarme con mi Edward y perderme como una tonta enamorada por primera vez en el calor de sus protectores brazos.

Miré la hora, solo unos minutos faltaban para que Edward apareciera por la puerta de entrada. Me di los últimos toques, un poco de perfume en lugares estratégicos y salí corriendo a esperarlo al hall de entrada.

Serví una copa de champagne y me apoyé de forma sexy en el marco de la puerta que separaba el living del vestíbulo, justo cuando oí que la puerta se abrió.

Sonaron las llaves del Volvo que dejó en el arrimo de entrada y se demoró unos segundos seguramente colgando su chaqueta y soltando su corbata. Luego comenzó a paso firme a caminar hacia mí.

—Buenas noches doctor Cullen. —Saludé seductora en cuanto estuvo frente a mí—. ¿Le apetecen unos masajes y una copa de champagne?

Las verdes esmeraldas de mi Edward se ennegrecieron al instante, de la más pura, y pecaminosa lujuria. Estas recorrieron mi cuerpo de arriba abajo sin ningún pudor.

—Buenas noches señora Cullen —saludó con la voz ronca, llegando hasta a mí y atrapando mis labios en un beso voraz.

Una de sus manos se coló por dentro de la abertura del babydoll en una caricia abrasadora y posesiva abarcando mi abdomen hasta llegar a mi cintura la cual apresó con sus largos dedos atrayéndome hacia él, como siempre territorial.

—Me encantaría. —Soltó mis labios por segundos, para después morder y tirar suavemente mi labio inferior—. ¿Sabes lo que has provocado no? —susurró exhalando su aliento casi encima de mis labios comenzando a recorrer mi cuello con la punta de su nariz inspirando haciendo estremecer absolutamente todas mis terminaciones nerviosas.

—Sí —susurré soltando el aliento, rendida como siempre a sus expertas caricias.

Un gemido involuntario escapó de mis labios cuando con la mano que tenia presa mi cintura, descendió lento y apretando suave con la yema de sus dedos, hasta instalarse en mi trasero abarcando por completo una de mis nalgas atrayéndome hacia él, pegando su intimidad a la mía, para demostrarme como lo tenía.

Luego tomó la copa de champagne y la bebió de un sorbo.

—Esta noche te haré el amor sin compasión —amenaza con gusto a promesa ardiente, que moría porque cumpliera.

Me separé un poco de él, y caminé hacia atrás tirando de su corbata. Edward me siguió como siempre con su andar elegante, seductor y felino.

— ¿Los niños? —preguntó con esa mirada abrasadora que sentías que era capaz de hacerte arder en llamas.

¡Ay Dios! cada vez que pronunciaba esa palabra me derretía por completo. Edward era un padre tan amoroso y preocupado.

—Durmiendo —sonreí con ternura al pensar en mis angelitos.

—Bien —acortó la distancia que nos separaba y esta vez me dijo tierno acariciando mi rostro con una de sus grandes manos— ¿Me acompañas a darles el beso de las buenas noches?

—Sí, vamos —accedí, era obvio que Edward jamás dejaría de pasar a saludar a sus príncipes.

Me giró y sus brazos me rodearon como si estuviese presa por una jaula, pegando por completo su irreal y excitada humanidad a la mía. Acomodó mi cabello en uno de mis hombros, dejó un húmedo beso en mi cuello que mando un delicioso y a la vez doloroso espasmo directo a la parte más íntima de mí ser.

Así nos dirigió a la habitación de nuestros hijos, dejando un camino de ardientes besos, bajando por mi cuello hasta llegar a mi hombro. Con los dientes bajó uno de los tirantes del babydoll y luego lamiendo lento devolvió el camino hasta llegar a atrapar el lóbulo de mi oreja con los dientes y susurrar:

—Exquisita, te vez angelicalmente pecaminosa, muero por arrancar ese insulto de tela en mil pedazos y enterrarme una y otra vez dentro de ti, duro y profundo, para que mañana cuando yo no este, recuerdes que yo he estado ahí. Pero mi primero me darás ese masaje que me has prometido…por todo mi cuerpo…

¡Ay madre mía! Y yo que con tanta promesa ardiente ya me había olvidado del masaje, solo quería que me arrancara la ropa y me hiciera el amor aquí mismo en el pasillo.

Entramos al cuarto de nuestros bebés en completo silencio. Sigilosamente nos acercamos a sus cunas. Edward los contempló con absoluta adoración unos segundos, luego me soltó y se acercó a Thomas, con cuidado de no despertarlo, depositó un tierno y largo beso en su frente y le susurró te amo. Después lo mismo hizo con Anthony y salimos de la habitación.

Detrás de la puerta fue otra cosa…

Edward en un rápido movimiento me apresó con su cuerpo contra una de las murallas del pasillo. Su boca llena de ardiente necesidad buscó la mía y me besó de aquella forma que debería estar absolutamente prohibida. Su lengua buscaba codiciosa la mía, la enredaba, la rozaba, era como si me estuviera haciendo el amor lento y profundo con ella.

Sus labios soltaron los míos, dándome un respiro y sus manos viajaron ardientes por mi espalda hasta llegar a mis muslos, los cuales acarició con ardor. Apresando el izquierdo, lo levantó y lo apoyó en su cadera y su maravillosa, dura y erecta longitud rosó deliciosamente a través de la ropa la mía.

—Edward…masaje… —solté excitada ardiendo por aquel placentero roce que me estaba volviendo completamente loca.

Mis manos en un ágil movimiento desataron su corbata dejándola caer al suelo. Luego comencé a desabotonar con premura los botones de su camisa, moría por contemplar, lamer y acariciar aquel torso de infarto, por enterrar mis dedos en aquel sexy y escaso vello.

Avanzamos por el pasillo dejando un camino de ropa. Camisa, pantalones, calcetines y zapatos, quedaron atrás, hasta que llegamos a nuestra habitación donde ya estábamos en iguales condiciones, solo con nuestra ropa interior.

Me arrodillé frente a Edward, para quitarle la última prenda, para así, poder contemplar aquel cuerpo del dios del pecado.

Lentamente la fui bajando, hasta liberar su masculinidad, erecta, enorme y dura solo para mí. Suavemente quité su bóxer rozando con la yema de mis dedos toda la extensión de sus delgadas y hercúleas piernas.

Una vez que estuvo completamente desnudo para mí, lo observé sin contemplaciones, relamiéndome los labios.

¡Dios era tan bello que dolía! Y era mío y lo devoraría por completo.

—Recuéstate boca abajo amor —le ordené deseosa.

Edward hizo lo que le pedí, se recostó justo en el centro de la cama con sus piernas algo separadas y sus brazos descansaron por encima de su cabeza, que reposaba de lado en la almohada y cerró sus ojos.

Tomé uno de los aceites para masajes que había dejado sobre la mesa de noche, me subí a la cama y me senté a horcajadas sobre su apetecible y mordible trasero.

¡Jesús! La vista era completamente gloriosa.

Esa masculina espalda que tenía debería estar absolutamente prohibida, podía provocar ataques al corazón. Cada músculo en tensión, sus sensuales lunares, como la columna dividía la espalda en dos partes perfectamente marcadas y torneadas, haciéndola ver más sexy aun, si aquello era posible.

Eché aceite en mis manos y las froté para calentarlo, luego lentamente fui subiendo con ambas manos desde su espalda baja, junto con mi lengua lamiendo toda la extensión de su columna vertebral hasta llegar a sus hombros donde amasé con la yema de mis dedos.

Edward respiró pesado y ronroneó de placer. Ronroneo que me hizo humedecer.

Lenta y sugerentemente fui masajeando, explorando la piel sedosa de su espalda, adorando, lamiendo, mordiendo suavemente esos lunares que me volvían loca.

Cada masaje con la yema de mis dedos iba acompañado en perfecto compás con el vaivén de mi cuerpo. Rosaba mi intimidad en su pequeño, redondo y firme trasero, roce que me tenía en llamas.

Un camino de besos húmedos fui dejando desde su cuello por toda le extensión de espalda. Sexys gruñidos se escapaban de los labios de Edward, y cuando llegué a su trasero no lo pude evitar, clavé mis colmillos en la apetecible carne, justo encima de aquel escondido lunar.

—Bella —gruñó en advertencia. Edward se estaba dejando adorar, pero se notaba que se moría por atacar.

—Date la vuelta —le ordené dándole una palmada en el trasero y levantándome un poco para facilitar su labor.

Y ahí apareció mi Edward en todo su esplendor. Sus ojos febriles, negros, felinos, aquellos que me prometían silenciosamente llevarme al cielo y al infierno al mismo tiempo.

Me senté nuevamente a horcajadas sobre él, justo encima de su dura longitud, rosándolo suavemente con mi húmeda intimidad. Rocé placentero y perfecto que nos hizo gemir a los dos con el más mínimo contacto.

Me eché un poco mas de aceite en las manos y repetí la operación. Gateé sensualmente por su torso, dejé un mordelón beso en sus labios y lentamente comencé a bajar, degustando con mi lengua, con mis manos.

Como acto casi reflejo las manos de Edward se posaron en mis nalgas abarcándolas por completo con sus grandes manos, acercándome hacia él, moviéndome suavemente sobre su erecto miembro.

—Me matas Bella, estás tan húmeda, tan caliente…—gruñó.

Lamí lentamente su torso, deleitándome con su suave textura, de sus músculos, un ardiente camino fui dejando hasta llegar a su vientre bajo, metí mi lengua en su ombligo y un mordico dejé en su camino de la felicidad, hasta que llegué a su erecta masculinidad, que era la gloria.

Lentamente rodeé su cabeza con mi lengua y lo masajeé con una de mis manos, las caderas de Edward involuntariamente se elevaron, pidiendo en un grito silencioso lo que quería. Suavemente fui degustando su enorme longitud sin dejar de mirar su rostro.

Observar a Edward mientras lo complacía era absolutamente el paraíso de las lujurias. Sus ojos cerrados, sus cejas casi juntas que le daban aquella expresión fiera, sus labios entre abiertos húmedos en una mueca de placer, de los cuales escapaban sexys y roncos gemidos.

Succioné con un poco mas de fuerza y Edward ya no lo aguantó más, en un rápido movimiento levantó su torso me tomó de la cintura y me tendió hacia atrás en la cama con algo de fuerza. Una sonrisa ladina y traviesa atravesó por sus labios, sus ojos eran dos llamas ardientes salidas de las mismas profundidades del infierno. Agarró la abertura de mi babydoll por el medio y sin previo aviso lo rajó en dos.

—Así me gusta completamente expuesta para mí. Mía —nuevamente sin darme tiempo de reaccionar sus dedos se enredaron en las cintas de mis bragas y sin más las arrancó de un tirón.

Se relamió los labios al contemplarme desnuda y su boca viajó a atacar mi cuerpo sin compasión.

Sus suaves labios comenzaron a hacer un ardiente tatuaje en mi piel y de un momento a otro todo fue labios, lamidas, mordidas, caricias ardorosas y posesivas, que me estaban llevando tres metros sobre el cielo y mas allá.

Mis manos como siempre viajaron a enredarse en su sedoso cabello, jalándolo, cosa que a Edward lo hacía gruñir sobre mi piel, sobre mi pecho que adoraba, succionaba y yo ofrecía arqueando mi espalda.

¡Dios, sus caricias me iban a matar!

Cuando sentí que ya no lo aguantaba un minuto más, su lengua codiciosa llegó a explorar mi intimidad, lenta, ardorosamente enredándose en aquel punto que en cualquier momento me haría desfallecer de placer.

— ¡Edward por favor! —supliqué gimiendo extasiada por la sensaciones que su experta lengua me provocaba. Lo quería dentro de mí, lo necesita dentro de mí.

Tanta era la necesidad que tenía de él, que lo tomé de los hombros y en un rápido movimiento lo giré y lo dejé acostado de espaldas en la cama. Trepé cual leona por su cuerpo hasta llegar a la parte donde más lo necesitaba, rocé suavemente unos segundos nuestros sexos sintiendo por completo su dura longitud, jugando con ella, hasta que suave y lentamente, la introduje en mi interior, placentera y sanadora sensación que nos hizo gemir por la increíble sensación.

—Cabálgame duro mi diosa —ordenó Edward en un gruñido cargado de erotismo, llevando sus manos a mis caderas para marcar el ritmo.

Duro y profundo lo comencé a amar, bailando sensualmente a través de su eje, que ardorosamente me penetraba entregándome el más enloquecedor de los placeres. Mi mirada ardiente fundida con la suya, conectada con el encuentro de nuestros cuerpos, con el vaivén de mis movimientos, con el sonido del choque de nuestra piel.

Edward levantó su torso, que sudoroso rozó con el mío, sus manos se aferraron posesivas a mis nalgas y sus labios buscaron adorar mis pechos, en los cuales ardientes lamidas y mordidas dejaba.

—Edward…más…—supliqué en cualquier momento desfallecería de placer—. Ámame duro…—gemí en un arranque incontenible de pasión.

Un rugido casi animal arrancó del pecho de Edward y nuevamente me recostó en la cama, llevó una de mis rodillas a sus hombros y apoyado en sus manos mirándome febril, directamente a los ojos, comenzó a arremeter contra mí sin darme compasión.

— ¿Así? —ronroneó con esfuerzo con su seño fruncido, casi jadeando encima de mis labios.

—Sí… —gemí rozando mis labios con los suyos.

—Te extrañé como un loco…el día entero…

—Y yo a ti…Más Edward…—supliqué otra vez cuando sentí que iba a caer en el abismo del placer.

Sus embestidas se volvieron rápidas, profundas y duras, y con su mirada conectada con la mía, me llevó a arder en el fuego de la pasión gritando su nombre con veneración. Espiral de placer que con un par de arremetidas mas, el también acompañó, haciéndonos caer rendidos con nuestros cuerpos sudorosos, en los brazos del otro, en un abrazo de total entrega y adoración.

—Eres malvada —susurró riendo en mi cuello intentado recobrar el aliento.

— ¿Por qué? —pregunté sin entender acariciando suavemente su cabello.

—Yo que venía pensando hacerte tiernamente el amor y me encuentro con el diablo vestido de mujer.

Reí, lo abracé con fuerza dejando un amoroso beso en su frente, era tan lindo.

—No importa, porque tengo toda la noche para demostrarte con suaves caricias cuanto te amo.

Besó mis labios acariciándolos amorosamente y esta vez todo fue besos amorosos y amor, solamente infinito amor…

*
*
*
Desperté al no sentirme protegida entre cálidos los brazos de mi Edward, giré sobre mi cuerpo para mirar la hora en el reloj del buró, era pasada la media noche. Sonreí al imaginar donde estaba, esto se había convertido en una costumbre de todas las noches; así era mi Edward, un completo profesional a la hora de consentir y ahora sus amorosos gestos y aquel inmenso amor que tenía para entregar lo había multiplicado por mil.

Me levanté en silencio, tomé la camisa de Edward del piso, me la puse embriagándome como siempre con su adictivo olor y comenzando a abrochar sus botones caminé descalza por la mullida alfombra para salir de nuestro cuarto intentando hacer el menor ruido en dirección a la habitación de nuestros bebés.

La puerta estaba entre abierta, me asomé con sigilo para no interrumpir el momento, la imagen que se presentaba frente a mis ojos era simplemente preciosa. Ahí estaba mi consentidor Edward con Thomas en sus brazos calmando su llanto, sonreí como una tonta enamorada al contemplarlo. Solo llevaba puesto su pantalón del pijama que se afirmaba de una manera mortalmente sexy de sus caderas, mecía tiernamente a nuestro pequeño, pegado a su marmóreo torso desnudo.

No pude más que suspirar, la escena era como en esos posters que contemplas embobada cuando eres adolescente, donde un apuesto modelo lleva a un adorable bebé en los brazos y alucinas pensando “¡Dios con ese hombre yo me quiero casar!”

Así era mi vida. Yo estaba casada con aquel modelo, pero ese hombre era mi perfecto, posesivo, celoso cavernícola y adorable Edward.

—Shhh, ya mi pequeño, no queremos despertar a mami ¿cierto? —le susurraba bajito, tranquilizándolo con su hechicera voz, mientras lo continuaba meciendo suavemente, a lo que Thomas respondió estirando unos de sus bracitos y tocó con su pequeña manito una de de sus mejillas.

Edward sonrió contemplándolo con sus verdes ojos brillantes, completamente embelesado y yo lo estaba aun más, se veían tan hermosos.

Luego la mano traviesa de Thomas soltó su mejilla y viajó hasta el cabello de Edward y lo apuñó para tirar de sus alborotadas hebras, a lo que mí adorado marido respondió haciendo una mueca divertida y ahogada de dolor para no despertar a Anthony que aun dormía plácidamente en su cuna.

Tuve que llevar mis manos a la boca para contener la risa. ¡Dios! ¡Como me derretía este hombre!

—Eres un pequeño travieso, te gusta jalar el cabello de papi al igual que mami. —Susurró haciéndole cosquillitas en su pancita—. Claro que no te contaré en que situaciones le gusta a tu mami jalar el cabello de papi. —Dijo pícaro y sonrió con aquella sonrisa torcida que me quitaba el aliento y detenía mi corazón por segundos—. Quizás en unos quince años mas hablaremos de eso, ahora duérmete pequeño —dejó un dulce beso en su frente.

¡Edward! pensé rodando los ojos, por Dios las cosas que les decía a los niños. Ya no quería ni imaginar cuando estuviesen grandes y todo lo que aquello que vendría si salían iguales de carácter a su sexy e irresistible padre.

Decidí dejarlo en la intimidad con sus hijos, Edward adoraba pasar horas y horas contemplándolos. Le gustaba conversarles, contar sus deditos y a cada uno le daba un besito mientras lo hacía como si aun no lo pudiera creer; morder suavemente sus gordos piececitos y llenar su pancita de pequeños y juguetones besos hasta hacerlos reír.

Fui hasta la cocina por un vaso de jugo, se me había pasado totalmente el sueño; volví al living, puse música a un volumen moderado y caminé hasta el frente de chimenea para disfrutar de su calor, mientras me entretenía admirando las fotos que habíamos ido colocando en porta retratos a medida que pasaban los meses, encima de ella.

Era como una línea del tiempo de nuestra historia. Edward y yo de novios, fotos de nuestra boda, luna de miel, mis distintas etapas del embarazo, Thomas y Anthony, todas llenas de los más hermosos recuerdos, iluminados solamente por la luz de luna, que se colaba esplendorosa a través de la ventana.

Una romántica y conocida canción comenzó a sonar, sonreí e inevitablemente suspiré comenzando a recordar…

Aquel lluvioso día de otoño, en la cafetería del instituto, donde hace tantos años atrás comenzó todo…

“¡Hola! ¿Sabías que eres lo más lindo que he visto con ese pelo lleno de trencitas? Pareces un gatito enfurruñado”.

Quien pensaría que con esas simples palabras, mi corazón ilusionado de niña quedaría por siempre prendado en el fulgor de su adolescente mirada, aquel día donde por siempre se ataron nuestras almas, para convertirse en una sola, sin ser capaces si quiera de vislumbrarlo…

Unos penetrantes ojos verdes vinieron a mí mente, que camuflados por titilantes luces de neón me observaban abrasadores, aquel verde mar donde quise quedarme sumergida de por vida. Unas grandes y suaves manos tomando tímidamente por primera vez mi cintura.

La maravillosa sensación de haber encontrado mi lugar en este mundo, perdiéndome en el calor de sus fuertes y protectores brazos, cuando nuestras vidas se reencontraron en un día como hoy, hace ya dos años. Sumidos en los preciosos compases de esta misma canción, me perdí en aquella adictiva corriente eléctrica que hasta el día de hoy, me recorre de los pies a la cabeza, con tan solo sentir un instante su presencia…

La ilusión de un dulce y primer beso de amor…

Cerré mis ojos y con la yema de mis dedos repasé mis labios. Aun podía evocar perfectamente lo que sentí aquella vez, cuando sus labios rozaron suavemente por primera vez los míos, en aquel fugaz beso robado. Me sentí morir e ir a cielo en tan solo un segundo.

Me estremecí levemente, sonreí al saber perfectamente porque era, detrás de mí, estaba parado silenciosamente mi Edward. Con una de sus manos acarició mi cabello, lo acomodó encima de uno de mis hombros y rodeó mi cuello abarcándolo por completo en una sensual caricia.

—Hola. ¿Quieres bailar? —susurró seductor con su aterciopelada y sexy voz en mi oído, exactamente igual que la primera vez que me invitó a bailar.

Mi corazón latió enloquecido al darme cuenta de lo que estaba sucediendo, al ver que mi Edward también recordaba este día. Me giré lentamente para enfrentarlo, emocionada y con mis ojos amenazando con desbordarse por la emoción contenida, me perdí en aquel mar esmeralda que me miraba con aquel inconmensurable amor, en su deslumbrante sonrisa.

Asentí, y tímidamente apoyé mis manos en sus hombros, Edward rodeó en un roce sugerente mi cintura con sus grandes y suaves manos y me estrechó fuerte hacia él hasta que mi cabeza quedó apoyada en su pecho desnudo y nos comenzó a mecer suavemente al ritmo de la música.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó de la misma forma que aquella noche cuando nos reencontramos y nos enamoramos como dos locos, sintiéndonos incapaces de separarnos nunca más.

—Bella. ¿Y tú? —respondí musitando, encantada por el romántico y vívido juego.

—Edward, el mismo que está enamorado de ti, desde hace muchos años atrás, desde el día que te convertiste en mi gatito enfurruñado. ¿Hoy no arrancarás de Satanás? —preguntó guasón recordando cómo había arrancado de él, la primera vez que me habló.

—De estar protegida entre tus brazos jamás —contesté con convicción, comenzando a sollozar en su pecho.

Era tan perfecto y detallista mi Edward, definitivamente un día me mataría de tanto amor.

—Además no eres Satanás, eres un ángel, mi ángel —rectifiqué con voz estrangulada por la emoción que me embargaba. Mis traicioneras lágrimas comenzaban a mojar la sedosa piel de su hercúleo torso.

—Eso no era lo que pensabas años atrás —apuntó jugando con unos mechones de mi cabello y luego dejó un beso en el tope de mi cabeza y me estrechó fuerte hacia él haciéndome sentir tan amada que se me llegaba a estremecer el corazón.

—Te amaba en silencio, siempre lo hice. —Confesé entre llorosos suspiros—. Pero es que era imposible que…

—Amor, te lo dije esa noche… —cortó mi discurso y levantó mi mentón dulcemente con una de sus manos y me miró directo a los ojos con aquella penetrante mirada que hacía que me derritiera de verme reflejada en ella tan solo un segundo—. “Se la única por la que llevo esperando la vida entera” —pronunció la misma frase que, esa noche en un ruego silencioso supliqué que fuese para mí.

—Edward… —sollocé más fuerte, pasando mis brazos por su cintura y me apreté con todas mis fuerzas a él, aun sumergida en su profunda mirada.

—Esa noche, moría por comerte a besos. —acarició mis labios en un tierno roce y frotó su nariz con la mía—. Quería besarte hasta desgastar tus labios, pedirte que te quedaras conmigo para siempre, perderme en la calidez de tu cuerpo, hacerte el amor como un loco una y otra vez.

Sus labios atraparon los míos en su beso amoroso y demandante, su lengua buscó codiciosa la mía, besándome de aquella forma que debiese estar prohibida, haciéndome sentir que en que en aquel beso se le iba la vida. Terminó el besó soltando lentamente mi labio inferior, juntos suspiramos embriagados de la maravillosa sensación y unimos nuestras frentes.

—Gracias Edward, gracias por regalarme esta vida tan maravillosa. Gracias por cada uno de los momentos vividos…

La noche que comenzó todo…

— ¿Bella?

— ¿Si?

— ¿Tienes novio?

—No —contesté sin entender para donde iba.

Al escuchar mi respuesta su mirada se iluminó como el más precioso día de verano y esbozó esa perfecta sonrisa torcida que me paraba el corazón.

—Ahora sí… —anunció con una seguridad deslumbrante, se acercó a mí, me dio pequeño y dulce besos en labios y se fue corriendo como alma que lleva el diablo— ¡Adiós gatito enfurruñado! —gritó a lo lejos…

Aquella tarde maravillosa, mientras mirábamos la puesta sol, me pidió que fuera su novia…

— ¿Bella?

— ¿Si, Edward?

—Soy el hombre más feliz del mundo desde que te encontré. No sabes la cantidad de veces que soñé con volverte a ver, para mirar por un instante tus hermosos ojos y hoy al fin sin poder creerlo estás aquí entre mis brazos. Quiero hacerte feliz y quiero estar junto a ti para siempre, ya no concibo un día de mi vida si tú no estás a mi lado, me eres indispensable para vivir. Ya sé que es una locura, que es muy pronto, pero Bella yo te amo ¿Quieres ser mi novia?

Me giré en sus brazos, y lo miré con mis ojos llenos de lágrimas, profundamente emocionada ante tal declaración de amor y le contesté firme y claro…

—Sí, sí quiero.

Nuestro compromiso de amor en la playa…

—Bella nos amamos y es lo único que importa, jamás, jamás nos separaremos. Aunque exista un mar de distancia entre nosotros, yo siempre te seguiré amando, más que a mi vida y mas allá, si es que existe otra, para toda la eternidad mi princesa te lo prometo —besó mis labios—. Te prometo que siempre estaremos juntos, pase lo que pase, vaya, donde vaya, esté donde esté, siempre podrás mirar el cielo y recordar que lo estoy conquistando por ti mi amada Bella, mi mujer, mi vida, mi mundo, mi todo —besó mi frente con devoción, tiernamente.

— ¿Siempre juntos? —pregunté ilusionada, mientras una luz de esperanza comenzaba a crecer en mi corazón.

—Sí, mi amor, para toda la eternidad. No me alcanzará vida para amarte como te amo, como nos amamos princesa. —Sus hermosos ojos verdes estaban cargados de amor, llenos de ilusión—. Te prometo que cuando todo termine y ya sea piloto, te vendré a buscar y estaremos justos para siempre mi Isabella Cullen.

Nuestra primera despedida en el prado…

—Tengo miedo —susurré tristemente.

— ¿Miedo? ¿Por qué amor?

—De perderte para siempre —dije muy bajito mientras mis ojos se comenzaban a llenar de lágrimas.

Edward se levantó junto conmigo y quedamos sentados frente a frente, me observó unos minutos atravesando mi alma con su penetrante mirada.

—Amor. —Habló tomando mi cara con ambas manos, suavemente mirándome directo a mis ojos—. ¿Recuerdas lo que te prometí en la playa? recuerdas que te dije que pasara lo que pasara y esté donde esté, nos amaríamos siempre para toda la vida y más allá si existe otra, te prometí que volvería por ti ¿verdad? —me miró con un inmenso amor, sus hermosas esmeraldas se volvieron cristalinas mientras intentaba ser fuerte por los dos.

—Lo sé Edward, lo sé, pero es que te extrañaré tanto, tengo miedo de que me olvides, no sé qué haría sin ti —confesé cerrando mis ojos y los apreté fuertemente para que no viera el dolor que había en ellos.

—Mírame Bella. —ordenó—. Quiero que me mires cuando voy a decir esto. ¿Es que acaso no te he dicho suficientes veces que te amo? que eres mi vida, que eres todo para mi, ¿no te lo he demostrado quizás? —preguntó preocupado, casi ofendido, como si realmente no hubiese hecho ninguna de esas cosas.

No pude más y me lancé a sus brazos a llorar sin consuelo.

—Edward has hecho todo eso y mucho mas, perdóname amor he sido una tonta, no sé realmente porque tengo miedo, solo debe ser que te extrañaré tanto, porque tú también eres mi vida, eres todo para mí, yo también te amo más que a mi vida —dije sollozando sin parar.

—No tengo nada que perdonarte pequeña, yo también te extrañaré, no sabes cuánto, pero ten presente que aunque estemos lejos mi amor siempre estará contigo. No llores más amor, esto es solo un adiós, no un hasta siempre.

El día que me pidió que fuera su esposa en aquel paseo de ensueño…

— ¿Lista?

—Sí —contesté firme y segura, ya quería ver que había preparado para mí.

Quitó despacio sus manos de mis ojos y susurró en mi oído.

—Sorpresa princesa.

Poco a poco fui aclarando mi vista y cuando esta ya no estuvo borrosa, mis ojos no daban crédito a lo que veían.

Un hermoso globo aerostático estaba en el medio del claro, era de un rojo intenso con forma de corazón en el medio de él estaba escrito con letras enormes y blancas “Edward y Bella se aman por siempre”. Mis ojos se tornaron cristalinos, mi corazón latió desbocado, sentí mis piernas temblar. Edward estaba definitivamente loco, esto superaba con creces cualquier sorpresa que me hubiese dado antes. Este era mi Edward, el de siempre, el que me amaba con locura, sin medida y sin razón.

Dos gruesas lágrimas cayeron por mis mejillas y Edward me tuvo que sostener para que no cayera al piso de la impresión. Tomó mi rostro con ambas manos con si del más delicado cristal se tratara y me miró directamente a los ojos con sus preciosas esmeraldas que brillaban hermosas como el sol, era tan intensa su mirada que hasta sentí que se me paraba el corazón de tanto amor.

*
*
*
Se separó un poco de mi, tomó de mis manos y me miró unos instantes inconmensurables a los ojos con su penetrante y abrasadora mirada. Mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho, latía absolutamente sin control, todo lo que me había dicho cada palabra, era simplemente perfecta, era la más hermosa declaración de amor.

—Y ahora estoy muriendo día a día por dejarte aquí, pero quiero sepas que te amo con toda el alma, más que al principio, más que ayer y te amaré cada día más si eso es posible. Nunca lo dudes y nunca lo olvides ¿sí?

Estaba nervioso, inspiró varias veces para armarse de valor y clavó una de sus rodillas al suelo…

¡No podía ser cierto! ¡Cómo no me había dado cuenta antes! Edward me iba pedir lo que llevaba soñando por meses. ¡Dios! ¡Que mis lágrimas no impidan ver el rostro de mi hermoso y adorado Edward!

—Isabella Marie Swan. ¿Me harías el extraordinario honor de aceptarme como esposo? Prometo amarte todos los días de mi vida, por siempre y para siempre, por toda la eternidad.

¡Dios! me estremecía el alma lo lindo que era mi Edward, quería que yo lo aceptara como esposo, si eso era con lo que venía soñando desde que estamos juntos. No pude contener más mis lágrimas, estas comenzaron a caer sin cesar por mis mejillas, mientras Edward me miraba ansioso a través de sus espesas y largas pestañas cobrizas.

Vi que metió una mano a unos de los bolsillos de su pantalón y sacó una cajita de terciopelo negro la abrió y la puso frente a mí.

Era el anillo más hermoso que había visto en toda mi vida, simplemente perfecto; me llevé las manos a mi pecho de la impresión el diamante era enorme.

Con manos temblorosas lo tomé, luego miré a mi Edward que aun esperaba en la misma posición por mi respuesta, lo miré con todo el amor que sentía por él y le regalé una deslumbrante sonrisa.

—Sí, es lo que más quiero, quiero que seas mi esposo y que ames todos los días por lo que duren nuestras vidas. Te amo Edward, tú siempre has sido y serás el único amor de mi vida.


Aquella noche de luna plateada que me regaló su corazón…

Abrí con cuidado sus pétalos, como si fuera un delicado cristal y mi corazón latió desbocado cuando mis ojos se encontraron con el tesoro escondido que había en ese pequeño lugar.

Con dedos temblorosos lo tomé. Una delicada cadena de la cual pendía un hermoso diamante en forma de corazón hizo presencia ante mí; el corazón era hermoso, tan hermoso como el puro y sincero corazón de mi Edward. En el broche de la cadena había otro pequeño corazón de oro blanco con una pequeña inscripción.

“Mi corazón siempre será tuyo”
Te amo gatito
Edward

Y tal como él me lo había dicho, Edward me estaba regalando simbólicamente su corazón.

No pude más de la emoción y me eché en sus brazos para besarlo con todo mi amor.

—Te amo mi amor, te amo con toda mi alma.

—Y yo mas, mi hermosa Bella. Mucho más.

Aquella tarde irreal cuando me llevó a volar y terminamos como dos locos haciendo el amor…

—Abre los ojos amor —me pidió tiernamente tomando mis manos para ayudar a levantarme de la silla y me instó a dar unos pasos adelante.

Poco a poco los abrí y si pensaba que mi corazón ya latía desbocado, poco era en comparación como latió amenazando salirse de mi pecho al ver la imagen que tenía frente a mí.

Ahí estaba mi Edward sonriéndome con aquella sonrisa torcida que tanto amaba, mirándome con su penetrante y abrasadora mirada, vestido impecablemente con su buzo de vuelo, su casco tomado de una de sus enguantadas manos de forma desinteresada.

Mi mundo literalmente se detuvo…Edward me llevaría a volar…

¡Dios! si ayer me había sentido en Pearl Harbor hoy definitivamente me sentía en Top Gun, hasta la famosa y romántica canción juro que podía escuchar resonando fuerte en mi interior.

Edward tomó mí mano la besó y me preguntó:

— ¿Confías en mi?

—Sí, siempre —contesté caminando hipnotizada atrapada en su penetrante mirada.

—Ya es hora que mi hermoso gatito, no tema más por mí —dijo ayudándome a subir las escaleras para ingresar al avión.
*
*
*
— ¿Donde estamos amor?

—Justo donde sueño con tenerte cada vez que aterrizó aquí —me contestó ronroneando sensualmente en mi oído, mientras sus manos acariciaban abrasadoramente mis muslos.

—Edward… —gemí al sentir que atrapaba lujuriosamente el lóbulo de mi oreja con sus dientes.

—Quiero hacerte el amor aquí y ahora —susurró ardientemente colando una de sus enormes manos dentro de mi camiseta de tiritas hasta masajear uno de mis pechos.

¡Ay Dios! No sé como lo hacía, pero estaba a punto de tener un orgasmo y eso que aun no me desvestía.

Sin poderlo resistir más me di la vuelta me senté a horcajadas encima de él y lo besé furiosamente, nuestras leguas comenzaron una apasionada lucha sin ganador ni final.

Cuando tomamos la decisión de tener hijos…

— ¿Princesa? —me llamó con su aterciopelada voz cauteloso mientras jugaba a hacer figuras imaginarias en mi espalda desnuda con sus suaves y largos dedos.

— ¿Si?

— ¿De verdad quieres? —me preguntó ilusionado, sin decir realmente lo que quería preguntar, quizás tenía temor de haber entendido otra cosa.

Me levanté un poco y apoyé mi cabeza en la palma de mi mano para mirarlo directamente a los ojos y viera que era verdad lo que le iba a decir, aunque para ser sincera con Edward no me servía de nada mentir, siempre me pillaba.

—Sí, Edward con toda mi alma, lo he sentido aquí mientras me hacías el amor y ha sido un sentimiento inexplicable, hermoso — dije mostrándole mi corazón con un dedo.

—Amor, me haces el hombre más feliz del mundo, lo sabes, siempre te he dicho que quiero tener muchos hijos contigo, que seamos una familia grande, hermosa y feliz…

Aquella tarde en el prado cuando unimos nuestras almas ante Dios…

Tomó mis manos entre las suyas y desde lo más profundo de su alma pronunció las palabras por las que llevaba esperando escuchar desde el día que mi vida se convirtió en la suya…

—Yo Edward Cullen, te tomó a ti Isabella Swan, como mi esposa, prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y enfermedad y amarte y respetarte por todos los días de mi vida —dijo con sus ojos cristalinos, con la sonrisa más hermosa y victoriosa que jamás había visto atravesando por sus labios.

Mi Edward había dictaminado al fin, las palabras por las que moría por escuchar, con la cuales me convertía en su esposa para toda la eternidad. Su aterciopelada voz sonó segura y mientras sus labios las recitaban me sentí en el paraíso, en mi paraíso personal llamado Edward Cullen.

Inspiré profundo cuando llegó mi turno. La incontenible emoción me embargaba mientras silenciosas lágrimas de felicidad rodaban por mis mejillas, esta sería la promesa amor eterno, la más pura, la más verdadera, la que decía cuanto amaba a mi Edward.

—Yo Isabella Swan, te tomó a ti Edward Cullen, como esposo y prometo serte fiel en lo próspero y en la adverso, en la salud y enfermedad y amarte y respetarte por todos los días de mi vida.

Una gloriosa sonrisa bailó en sus labios al escucharme decir que lo hacía mío para toda la eternidad, mientras tiernamente tomaba mi rostro con ambas manos y secaba mis lágrimas traicioneras con sus pulgares y en su silencioso susurro me pedía “no llores gatito”

Y me regalo el prado…

— ¿Te gusta? —preguntó ilusionado mirándome con sus ojos brillando como dos resplandecientes estrellas.

—Edward…tú…tú… —balbuceé apenas, mientras dos incontenibles y gruesas lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas— estás loco Edward…esto es…es…—ni siquiera podía encontrar las palabras correctas para describirlo.

—Es tuyo… —afirmó tiernamente acunando mi rostro con ambas manos secando mis lágrimas con sus pulgares—. Nuestro…no llores amor —me pidió poniendo su rostro a mi altura para mirarme directo a los ojos y besar dulcemente mis labios.

Nuestra idílica y accidentada luna de miel…

—Te lo advertí, ahora sufrirás mi castigó —rugió dando nuevos latigazos al piso, lo que provocó que riera más fuerte.

—No te rías —advirtió intentado el también contener su risa y un nuevo latigazo se escuchó.

Al verlo divertido, haciendo lo posible por no reír, no pude contener más mi risa y estallé a carcajadas al punto de las lágrimas, carcajadas que él, inevitablemente también acompañó.

—Así no se puede jugar contigo. —refunfuñó riendo intentando pobremente retomar su papel de amo dominador—. ¡Me has aburrido rasgaré tus bragas y te cogeré sin compasión hasta que pierdas la conciencia!

— ¡Por favor! —rogué gritando sin control, ruego que se escuchó mas como un desesperado lamento, encontraste con la necesidad que sentía por él—. ¡Por favor amo seré buena! —y ya a esa altura las lágrimas rodaban por mis mejillas.

Edward sonrío pícaro, con aquella sonrisa animal, presta para atacar y cuando vi que se iba a lanzar en picada olvidando el famoso juego para hacerme el amor, pasó algo que jamás en toda mi vida si no lo hubiese vivido, se me habría ocurrido que algo así nos sucedería.

— ¡Alto ahí y suelte a la señorita! ¡Es una orden! —gritó la policía irrumpiendo en el cuarto como un torbellino sin siquiera pedir permiso.


La maravillosa tarde en que al fin nos convertimos en una familia…

—Aquí está nuestro pequeño Anthony amor…—susurró Edward con una incontenible emoción y juntos tomamos su pequeño y frágil cuerpecito ayudándolo a nacer y delicadamente lo recostamos sobre mi pecho.

—Mi Anthony…—sollocé mientras lágrimas de felicidad caían libremente por mis ojos aferrando su pequeño cuerpecito hacía mi, casi con miedo de hacerle daño, se veía tan frágil e indefenso— Eres la pequeña cosita más hermosa que he visto en mi vida y te amo, te amo con toda mi alma. Besé su pequeña cabecita con infinito amor.

—Cada uno de esos recuerdos, los viviría una y otra vez y nada cambiaría, porque aquellos son lo que me permitieron tenerte ahora así, para siempre protegida entre mis brazos. Te prometo amor, que me faltarán días para hacer nuestra vida aun más maravillosa, solo para ti mi amada princesa, dueña de mi corazón y mi vida, de todo lo que soy…

—Edward… —sollocé abrazándolo con toda mi alma, con todo mi corazón. Era tan lindo.

—Y me faltarán noches para amar tu cuerpo bajo la luz de luna, para adornarlo con apasionados besos y amorosas caricias, solo como tú te mereces amor. Te amo mi Bella, te amo con toda mi alma.

Y con un beso profundo y apasionado volvimos a fundir nuestro amor…

Nunca olvidaría aquella noche, donde por primera vez, en mi corta vida me permití vivir, ser feliz, entregándome ciegamente a esta incierta aventura, sin saber exactamente donde ella me llevaría…Ahora tenía la certeza que en aquel camino algo escabroso lo había obtenido todo. Amistad, familia y lo más importante, amor…

Aprendí muchas cosas y una de las más importantes, es, que en esta vida no existen los imposibles, solo es imposible lo que no se intenta y quizás si el resultado no es el esperado, al menos te queda la satisfacción de haberlo intentado. Aprendí a amar con todo mi corazón y entregar mi alma sin condición.

Quizás algunas personas pensarán que amar con aquella loca intensidad es cuando también mas se sufre y tal vez tengan razón. Solo puedo decir a eso, que sin sufrimiento no hay alegrías y sin dependencia no hay redención. Esa libertad que obtienes al tener la convicción de que aquello por lo que tanto has luchado y entregado vale la pena, que es aquello con lo que tanto has soñado.

Así lucharía día a día y lo que me resta de vida, por mi Edward, por nuestros hijos y por los que vendrían, por aquella hermosa familia que Edward y yo habíamos formado. Sabía que el camino no sería fácil, pero mientras permaneciéramos juntos, tenía la certeza que sería perfectamente capaz de enfrentarlo.

Mi vida era vacía hasta que llegó Edward a iluminarla con su preciosa alma, como una brillante estrella fugaz atravesando esplendorosa el manto aterciopelado del firmamento.

Muchas veces Edward me había dicho que yo le había enseñado a amar, pero lo cierto de aquellas maravillosas palabras, es que él lo había hecho conmigo; con su exacerbado instinto de protección, bondad, entereza, incalculable amor y hasta con sus celos cavernícolas que a veces me volvían loca.

El me había enseñado a amar, sin medida y sin razón…

Mi nombre es Isabella Cullen y esta es mi historia. La historia de dos almas enamoradas que, caminando juntas, aprendieron que la distancia no es un impedimento cuando amas de verdad con el corazón. Donde la constancia y dejando los sentimientos más puros de tu alma al descubierto puedes conseguir ese amor por el cual eres capaz de desgarrar tu corazón…

Perdida en su mirada esmeralda, en aquella en la cual me perdería hasta el último día de mi vida, recostada sobre el cuerpo de mí adorado Edward mientras él jugaba a hacer figuras imaginarias en mi espalda desnuda, decidí hacerle un regalo, el mismo que él me había hecho con la promesa más pura y hermosa de amor…

— ¿Edward?

— ¿Si gatito? —preguntó sonriendo con su sonrisa torcida, aquella sonrisa que hacía latir como un loco mi corazón, para después detenerlo por algunos segundos.

Sus ojos brillaron expectantes, como dos resplandecientes estrellas. Mi mirada se perdió en aquel verde esmeralda que me adoraba y pronuncié las palabras desde lo más profundo mi corazón…

—Mi corazón siempre será tuyo. Ayer, hoy y por siempre…

FIN


“Soy quien soy gracias a ti. Tú eres todas mis razones, todas mis esperanzas y todos los sueños que he albergado, y no importa lo que nos depare el futuro: para mí cada día que estoy contigo es el más importante de mi vida. Siempre seré tuyo. Y, amor mío, tú siempre serás mía”

De Noah a Allie
Diario de una pasión
Nicholas Sparks

 

 


Bueno chicas aqui esta el capitul final!!! me encantaría que todas las chicas que me leyeron me pudieran comentar!!!! seria realmente un hermoso regalo para mi!!!!!! Votos!!!!!!!! si creen que me los merezco y si alguien quiere ayudarme a recuperar los perdidos por las nuevas reglas mejor!!!!

Bueno mis chicas hermosas hemos llegado al final de la aventura. Espero les haya gustado el capitulo y estén con lágrimas en los ojos al igual que yo, aun me parece increíble que haya puesto la palabra fin.

¡Qué increíble año! ¡Y qué recuerdos!

Pensar que todo partió porque estaba mortalmente aburrida en casa, nadie actualizaba lo que leía y según yo ¡No encontraba nada bueno para leer!

Así partió todo y aquí estoy simplemente para decir gracias. Gracias por leerme, por seguirme fielmente hasta ahora, gracias por los días de espera y la comprensión.

Gracias por las personas que este año y esta aventura me permitió conocer, cada una de ellas que se grabó a fuego en mi corazón, las que me alentaron a seguir, regalándome una sonrisa, con un tirón de orejas, con múltiples carcajadas de madrugada conversando alguna burrada. Las que comprendieron mis enfurruñamientos y también se sumaron a mi perversión y a mi empalagosa cursilería.

Infinitas gracias a cada una de ellas, que me regalaron una maravillosa canción con la que alucinaba hasta altas horas de la madrugada o gritaba por msn o por skype ¡Es perfecta! ¡Es perfecta! ¡Esa me sirve!

Gracias por los fragmentos y párrafos que iban y venían y que algunas pacientemente leían. Gracias por las lágrimas, las risas que le regalaron a mis días, por ese entrañable abrazo que al fin pude dar y también por los que me faltan por dar y tengo la certeza que daré.

Gracias a todas las chicas hermosas que me alentaron con sus comentarios, que a veces se emocionaban, se enojaban y como ahora que me querían matar. Cada uno de ellos que me alentó a seguir, con sus hermosas palabras y halagos, algunos que me emocionaron muchísimo.

A mis amigas de facebook, que pasan por el grupo a pedir adelantos y le dan me gusta a cuanta locura se me ocurra!!! Las quiero son geniales.

Por último a mis lectoras silenciosas, que aunque se mantengan en el anonimato, se que están ahí por sus nuevas visitas, como siempre apoyándome.

A todas mis chicas hermosas, espero verlas por mis nuevas locuras y como diría mi adorado Edward…

“Esto no es un adiós, es un hasta siempre”

Las quiere Sol.


Feliz Navidad y Próspero año nuevo!!!!

Infinitas gracias a:

Princess Cullen, Cecille Cullen, Luna Azul Cullen, Ale1972, Silmo, Andrealice, Bellsamy, Flori, Bibi, Veronikice, Anicullen17, Vyanka, Aliceashleycullen, Vickoteamec, Mari584, Albacullen, Bellsgloom, Katitaw, Mayamasencullen, Nataliarendon2121, Sabrii_Cullen, Eco7, Jazylove, Alienacullen, Gabbyta300485, Mythaway, Samluna, Monsecullen, Alicecullenswan, DannyMasenCullen, Martha, Lesten, Dannyfer, Rbblack, Titiswan, Jessecullen, Ingridcollen, Reina_Dark, Diego_Cullen, Alicehale, Leidy95, Solmiocullen, Orpha, Pekislautner, Cota, Spcullen, Ginnadecullen, Vanessaswancullen, Gyf21,Ferna.F, Jovi, AndreBella, Minelcullen, Zairamicaelaruth1998, Cibel, Nickgol, Mileycullen, Brenda Ferreira, Spcullen, Sereny'sc, Melrivers, Merce0410, Gladys Lutz, Carocullen92, Yaricullen, Elenita4_cullen, Nuris Fuentes, Vanessaswancullen, Alexisswan, Astridcullen, Angelnegro, Makennacullen, Brenditwiligth, Ari-lok-rob, Maycullen, Rosse_cullen, Monica_swan38, Melli, Maria Ignacia, Monellita88.

Capítulo 30: Capitulo Final: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 2 Capítulo 32: Aviso, Información y Adelanto!

 


 


 
14430158 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10748 usuarios