Mi corazón siempre sera tuyo (+18)

Autor: solcullen
Género: Romance
Fecha Creación: 11/08/2011
Fecha Actualización: 11/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 100
Comentarios: 536
Visitas: 365436
Capítulos: 32

Fic recomendado por LNM

 

La lluvia caía sin cesar, golpeaba fuertemente mi ventana, el viento azotaba fuertemente las copas de los árboles, ya sin hojas. Era invierno, un crudo y frío invierno, pero más frío se había vuelto su corazón... Y aquí estaba yo, perdida en mis pensamientos, como cada día preguntándome: ¿cómo un amor tan grande podía haber terminado en esto? Juntos, pero tan lejos a la vez... ¿Será que esta lucha constante terminará alguna vez? ¿Será que alguna vez el corazón de mi gran amor, Edward Cullen, Mi Edward, volverá a latir por mí otra vez?Mi nombre es Isabella Swan y esta es mi historia...

 

 

 

La historia es completamente salida de mi imaginación, los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

 

 

Este Fic. esta protegido por derechos de autor por Safe Creative. ¡NO APOYES EL PLAGIO!

 

NO DOY AUTORIZACIONES, PARA SU PUBLICACIÓN, EN NINGUNA PÁGINA DE FACEBOOK, BLOGS O SIMILARES. LAS ÚNICAS PÁGINAS AUTORIZADAS, SON: LUNANUEVAMEYER Y FANFICTION.NET. GRACIAS POR LA COMPRESIÓN.

 

Las invito a pasar por mi nuevo Fic. "El Chico de Ipanema"

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 29: Solo un beso a la luz de la luna. Parte 1


Capítulo 29: Solo un beso a la luz de la luna. Parte 1

 

Bella’s Pov

Me estaba devorando a Edward, literalmente devorando. Su perfecta anatomía me volvía loca y hacía que quisiera tener su suave piel bajo mi lengua todo el día.

Su seño estaba fruncido, sus ojos cerrados, apretados, su nariz algo arrugada que le daba aquel aspecto fiero que era malditamente sexy. Sus labios húmedos y entre abiertos de donde escapaban gruñidos e inteligibles palabras debido al placer que le estaba proporcionando con mis labios y mis manos.

— ¿Aprendí bien maestro? —pregunté engreída introduciendo su enorme longitud nuevamente en mi boca.

Sabía que lo estaba llevando al límite, estaba a punto de perder la cordura.

— ¡Diablos si! —Gimió fuerte, esforzado y ronco cuando succioné con fuerza su glande y con mi otra mano acariciaba sus testículos apretando levemente haciendo que elevara sus caderas inconscientemente—. Mas que bien… amor me…ya…no…

Aceleré mis lamidas, recorría su enorme erección degustándola con ardor, ayudada por una de mis manos. Esta vez quería probarlo y por más que me lo pidiera no me apartaría.

—Bella. —Intentó decir soltando mi cabello, el cual afirmaba cariñosamente con una de sus manos, posándola en uno de mis hombros para detenerme—. Para amor…

—No Edward. Quiero probarte, quiero devorarte por completo —demandé ardiente sin darle oportunidad de réplica, continuando mi labor sin darle un segundo más de compasión.

No bastó que solo pronunciara esas palabras y Edward se dejó ir, en un ronco y sexy gruñido que salió de lo más profundo de su pecho y yo no me podía sentir más que satisfecha y feliz, de complacer a mi hombre, a mí marido. Por lo demás hacerlo me excitaba tanto, que mientras lo hacía sentía que ardería en combustión espontanea, de ver la cara del más puro goce carnal de Edward.

Lamí hasta que Edward dejó de gemir, lamí poseída por aquel sabor neutro e inexplicable que me volvió completamente loca. Ahora entendía perfectamente a Edward cuando decía que yo era exquisita, el también lo era.

Completamente extasiada por el elixir de su cuerpo, como si estuviera bajo efecto de alguna droga alucinógena, gateé hasta el lentamente, con su cuerpo entre mis extremidades, relamiéndome los labios, mientras Edward intentaba calmar su respiración en profundas y alucinadas exhalaciones.

—Exquisito —susurré ocupando las mismas palabras que él decía, atrapando sus labios, mi lengua buscando la suya en un beso ardiente y apasionado.

Los brazos de Edward se ciñeron a mi cuerpo, posesivos, rodeándome por completo, hasta que estuvimos piel con piel. Levantó su torso de la reposera en que estábamos tumbados dejándome abrazada a él con piernas y brazos, se puso de pie y sin separarnos un milímetro, nos introdujo caminando lento a la piscina.

El vaivén del agua junto al roce de nuestros cuerpos producía una sensación deliciosa.

—Te dije que andarías desnuda para mí toda esta semana, y ahora aun menos te dejaré vestir, después de lo que me has hecho. Quiero tener tu cuerpo entrelazado con el mío todo el día, quiero estar dentro de ti, mañana, tarde y noche.

— ¿Entonces fui una buena alumna? —jugué con él, comenzando a rozar suavemente mi intimidad con la suya, que nuevamente comenzaba crecer para convertirse en esa perfecta arma para ofrecer placer.

—Muy buena, más que buena, perfecta —ronroneó en mis labios abandonándolos para bajar dejando un camino de febriles y húmedos besos, por mi mentón, cuello, hasta llegar a mis pechos.

—Edward —susurré cuando atrapó uno de mis pezones con sus dientes, para luego rodearlo lentamente con su cálida lengua.

Su mano derecha viajó hacia el sur, seductora por mi espalda hasta enterrarse en una de mis nalgas para acercarme demandante hasta su intimidad, que ya estaba nuevamente más que preparada para atacar. Con la otra le daba atención a mis pechos alternándolos uno en uno, mano, labios y lengua.

Mis brazos rodeaban su cuello, mis dedos enredados en su sedoso cabello y mi torso echado hacia atrás, entregada completamente al placer que sus ardientes besos y caricias me brindaban. El agua nos llegaba hasta un poco más arriba de la cintura

—Me vuelves loco —gruñó atrapando nuevamente mis labios, enredando codiciosamente su lengua con la mía, ahora con ambas manos tomándome posesivamente de las nalgas— te amo, te amo tanto —pronunció las palabras con fervor y suavemente se introdujo en mi interior.

Nos comenzamos a amar lento, sin prisa, disfrutando de la deliciosa sensación de tener unidos nuestros cuerpos. Edward me ayudaba a subir y a bajar por su dura longitud en cada profunda y certera embestida, nuestras miradas conectadas, sumergidas en la mirada enamorada del otro, estremeciéndonos en ese mar de enloquecedoras y abrasadoras sensaciones.

En un rápido movimiento nos separó y me dio la vuelta pegando su pecho a mi espalda, ahora ambos estábamos mirando en dirección hacia el mar con el atardecer como el perfecto escenario, para nuestro apasionado acto de amor.

Apoyé mis manos en el borde de la piscina, Edward tomó mis caderas y nuevamente me penetró con algo de más urgencia, haciendo que gimiéramos juntos al convertir nuestros cuerpos en uno solo otra vez. Sus manos bajaron acariciando dulcemente mis brazos hasta llegar a mis manos donde las entrelazó cariñoso dejando suaves besos en mi cuello, en mi mejilla comenzando a moverse en arremetidas duras, lentas y profundas.

—Quiero oírte. Gime, gime fuerte para mí amor. —jadeó ronco y demandante en mi oído al compás de sus embestidas. Petición ardiente que me hacía perder la cabeza—. Aquí nadie te escucha, quiero oír cómo te mato de placer.

—Gime para mi tu también, me vuelve loca escucharte amor —pedí comenzando a gemir su nombre, alto como él me lo había pedido.

Y dimos rienda suelta a nuestra pasión.

Nos amamos como dos locos, presos del desbordante amor que nos profesábamos. Por cada embestida era un jadeo, un te amo, un beso devoto, furtivo, con nuestras manos aun entrelazadas, nuestros cuerpos danzaron el baile más perfecto de ardiente y lujuriosa entrega.

— ¡Edward! —grité su nombre cuando un enceguecedor orgasmo me atacó, al que mi amado marido siguió en un par de estocadas mas, con un sexy gruñido y sin soltar mis manos nos rodeó con ambos brazos en un abrazo tan lleno de emoción que sentí que en aquel simple gesto se le iba la vida.

—Te amo —susurró dulcemente sin dejar de rodear mi cuerpo buscando mis labios.

Tierno beso que correspondí aun extasiada de sentir a mi Edward en mi interior.

—Como yo a ti —dije atrapando sus labios nuevamente.

Nos quedamos por un buen rato en la misma posición, abrazados normalizando nuestras respiraciones, en un cómodo silencio, hasta que el sol se escondió en el mar para dar la bienvenida a una plateada y enorme luna llena.

— ¿Así que me mantendrá desnuda toda esta semana señor Cullen? —pregunté juguetona dándome vuelta en sus brazos colgándome de su cuello.

—Eso pretendo señora Cullen. —Contestó como siempre seductor, sonriendo con aquella sonrisa ilegal, la provoca infartos—. Ya mucho te he compartido con el resto del mundo, por eso ahora estamos aquí. Esta semana que nos queda eres mi prisionera.

Nos encontrábamos en el Caribe, específicamente en una villa privada en la isla de Saint Barth, habíamos llegado esta mañana. Las tres semanas que llevábamos de luna de miel habían sido un verdadero sueño, solo mi Edward y yo viviendo en nuestro pequeño y perfecto mundo, pero ahora tenía un poco de nostalgia de que estos días que me parecían estar viviendo en el paraíso llegaran a su fin.

Edward había planeado la más perfecta luna de miel que una mujer puede desear. Nada se le había escapado y después de pasear por los lugares más románticos del mundo y navegar surcando el mar Mediterráneo, visitando las costas de Italia y Francia, atravesamos el océano Atlántico, para llegar a nuestro último destino, en el cual ahora, mi sexy e insaciable marido, me hacía ardientes promesas una más atrevida que la otra.

— ¿Prisionera?

—Sí, completamente mía.

—Edward ya soy tuya —afirmé sonriendo por sus ocurrencias. Era tan lindo.

—Lo sé, pero nunca me es suficiente —y lo entendía a decir verdad, a mi me pasaba exactamente igual.

—Entonces. ¿No me llevarás a probar el exquisito helado de chocolate que de seguro hacen en esos elegantes restaurantes que vi en el pueblo cuando nos traían aquí? —Pregunté con fingida desilusión, como niña pequeña—. Ya he comido muchas verduras verdes, he sido una niña muy buena —le informé con mi mejor sonrisa, conteniendo la cara de asco.

—No, aquí tenemos todo lo necesario. Ya te lo dije, prisionera —insistió recalcando cada sílaba del prisionera ciñendo aun mas nuestro abrazo, sin tomar en cuenta mi cometario sobre mi estricta alimentación la cual se había convertido en su obsesión.

¡Demonios! Tendría que intentarlo de otra forma…

—Y si prometo comérmelo arriba de tu cuerpo y lamerte nuevamente por completo —ofrecí juguetona, sabiendo lo que pasaría después de oír mis palabras.

—Vamos por ese helado —gruñó en mis labios son sus ojos flameando de la más negras de la lujurias y nos sacó casi volando de la piscina. “Tramposa”, murmulló divertido.

*
*
*

—Soy tan feliz Edward. —Anuncié suspirando, apretándome más a su cuerpo—. Ha sido una hermosa luna de miel, me quedaría aquí contigo para siempre —entrelacé mis manos a las suyas las que dulcemente acariciaban mi vientre.

Edward dejó un beso en mi cuello y sentí sus labios esbozar una sonrisa. Estábamos en la orilla de la playa sentados en la arena con el cálido mar mojando nuestros pies admirando el paradisiaco paisaje, mi cuerpo protegido dentro de su cuerpo mi espalda pegada a su pecho.

—Yo también amor. Me gusta estar aquí contigo, donde ningún baboso, está mirando con cara de hambre a mi mujer. —expresó como siempre celoso—. Creo que nunca más te llevaré a Italia, esos italianos son unos imbéciles descarados.

No pude más que reír, se enfurruñaba adorablemente tan solo un segundo de solo recordarlo.

— ¡Que! No me parece gracioso —siguió con su molestia.

— ¡Edward no puedo creer que aun estés enojado por eso! —exclamé divertida, tan solo imaginar la cantidad de veces que se había puesto celoso y en cada una me dio la impresión que le saldría humo por las orejas y llamas por la nariz.

—Nunca más —sentenció con tanta vehemencia que de seguro mis pies nunca más pisarían Italia.

—Exagerado —lo acusé girándome en sus brazos y besé la punta de su nariz para ayudar a relajar sus crecientes celos.

—No lo soy, ese idiota aun tiene sus manos pegadas a sus muñecas y no está acompañando a los peces en las profundidades del canal solo porque tú me lo impediste…

Flashback

Después de dejar París y haber recorrido sus más emblemáticos y románticos lugares, una visita más a mi abuela Marie y concluir nuestra estadía con una cena de ensueño desde las alturas del restaurant emplazado en la torre Eiffel, nos hallábamos en Italia específicamente en Venecia.

Hace un día que nos encontrábamos aquí. Como ni Edward ni yo habíamos tenido la oportunidad de estar antes en Venecia, no así como en París, nuestro primer día fue algo así como de reconocimiento.

Paseamos por la impresionante plaza de San Marcos, maravillándonos con su majestuosa arquitectura; visitamos la torre del reloj, donde nos deleitamos desde sus alturas con una perfecta vista de Venecia, donde te podrías perder todo el día, suspirando por su belleza; y después fuimos a la Basílica homónima a la plaza, que era un verdadero museo de arte vivo debido a su variedad de estilos y materiales, con intrincados mosaicos que decoraban su interior.

Por la noche asistimos a una entretenida fiesta de máscaras, al más puro estilo del carnaval de Venecia que ofrecía nuestro hotel, el Cipriani. Bailamos hasta altas horas de la madrugada, lo pasamos realmente genial.

—Creo que mejor dejamos para mañana el paseo en góndola. —Ofreció mi Edward sobando cariñosamente mi espalda en círculos, intentando en algo aliviar mi malestar—. Quizás es mejor que hoy nos quedemos aquí y descanses amor.

Llevaba más de media hora metida en el baño, devolviendo hasta lo que había comido el año pasado, agarrada del excusado como si fuera mi tabla de salvación y mi Edward siempre tierno e insistente, aquí estaba conmigo queriendo vivir mi embarazo junto a mí, con todas sus implicaciones.

—No amor, ya se me pasará, de verdad que tengo mucha ilusión de ir, es una de la cosas que más quiero hacer —me levanté sintiéndome algo mejor para lavar nuevamente mis dientes.

Solo esperaba que esta fuera la última vez, para que pudiéramos salir. No sé por qué hoy las náuseas estaban más acentuadas que otros días, me imaginaba que quizás era porque eran dos bebés.

—Podemos ir mañana gatito —sugirió mirándome preocupado y fijamente a través del espejo con aquellos estremecedores ojos verdes.

—Pero yo quiero ir hoy —contesté lo mejor que pude con el cepillo de dientes metido dentro de mi boca mientras me lavaba furiosamente.

Después de esperar al menos una hora donde Edward, me examinó por todos lados para cerciorarse de que solo eran las simples nauseas matutinas de todo embarazo, terminó aceptando no muy convencido de que ahora me sentía bien, por lo que salimos a disfrutar de un nuevo día.

Alegres y efusivos gondoleros, ofrecían sus servicios, vestidos con su típico traje de pantalón oscuro, su camiseta a rayas azules y blancas y aquel sombrerito simpático que los caracterizaba rodeado con un cinto rojo.

Debo decir que si escuchar a Edward hablar francés era sexy, escucharlo hablar en italiano, era como para no hacer ningún bendito paseo en góndola, volver corriendo al hotel, encerrarlo en la habitación para no dejarlo salir de ahí jamás, amarrarlo a la cama y violarlo hasta el cansancio mientras me susurra ardientes palabras en italiano. Por lo que procuraría, que no pronunciara palabra delante de ninguna mujer que no fuese en inglés, si no yo me encargaría de mantener sus labios ocupados.

Una vez pactado el recorrido comenzó nuestro paseo.

El gondolero como buen italiano siempre galante y adulador, tomó de mi mano sin siquiera pedir permiso para ayudarme a subir a la embarcación y justo en ese momento, fue donde comenzó el odio hacia los italianos de mi Edward.

En un gesto nada cortés Edward apartó la mano del joven que debía tener un par de años más que él y le dio una mirada de “ni te atrevas o quedarás sin mano”, gesto para el cual no pude más que sonreír y rodar mis ojos, no tenía remedio. El chico solo se encogió de hombros y tomó su posición detrás de nosotros.

Abrazados en el cómodo asiento nos comenzamos a encantar con la belleza de una de las ciudades más románticas del mundo.

Apenas comenzamos a recorrer el gran canal, mas góndolas nos hicieron compañía, y el sonido de un acordeón inundó el ambiente del precioso día soleado. En ese instante fue cuando nuestro paseo se convirtió en la escena perfecta de una película de amor cuando los gondoleros comenzaron a cantar con sus voces graves de barítono ´O sole mio.

Me abracé aun más a mi sol personal suspirando como tonta enamorada, mientras mi vista se perdía de su sonriente rostro de ángel que besaba mi frente, a los pequeños canales, en la magnífica y blanca arquitectura bizantina de sus edificios, sus angostas y pequeñas callejuelas unidas por torneados y esculpidos puentes.

Palabras para describirlo simplemente perfecto, tan perfecto que ni siquiera me alcancé a percatar cuando el paseo ya había terminado.

Caminamos por las adoquinadas calles tomados de la mano en dirección al palacio Ducal, íbamos a conocer uno de los lugares más emblemáticos de Venecia, el puente de los suspiros.

Estábamos admirando su vista desde el exterior, cuando el celular de Edward sonó, al parecer era del trabajo. Mientras él contestaba, solté su mano y caminé unos pasos más adelante, imaginando como sería haber vivido en esa época y haber recorrido el espectacular palacio para caminar directo a tu muerte, de solo pensarlo me provocaba escalofríos. De ahí su nombre “suspiros”, porque lo último que los reos contemplaban suspirando antes de su hora fatal al pasar por la impresionante y blanca estructura barroca, era el cielo y el mar.

Las góndolas continuaban pasando por debajo del puente, llenas de turistas por donde mismo hace unos instantes habíamos estado nosotros. Una pareja de novios llamó mi atención; ¿Habría algo más romántico que casarse en una góndola? A decir verdad sí. Nuestra boda lo había sido infinitamente más.

Los seguí con la mirada, se veían tan enamorados y felices que no pude evitar no querer perderlos de vista, por lo que di un paso más hacia adelante. Craso error, ya que el paso fue en falso y perdí el equilibrio; aterrada cerré los ojos y llamé a Edward esperando que me salvara, para que mi cuerpo no aterrizara directo en las frías aguas del canal.

Y obtuve la salvación, pero no de quien esperaba…

Unos fuertes y desconocidos brazos me rodearon y pegaron mi cuerpo al suyo evitando la desgracia; mi espalda adherida a su pecho sin dejar un centímetro de distancia y sus manos se ciñeron como dos tenazas a mi cintura.

— Non potevo permettere che quella bella signora giovane ha subito una disgrazia. Mi è caduto nell'amore, sposarmi bella dama.(1)

Susurró mi salvador seductoramente en mi odio, palabras que con suerte entendí, ya que ni siquiera había alcanzado a recobrar el equilibrio, cuando un furioso rugido y un par de letales y asesinos ojos verdes se clavaron en mí y luego en el hombre que aun continuaba sosteniéndome en aquel férreo y a esta altura, incómodo abrazo.

—Si rimuove il disgustose grinfie di mia moglie e i miei figli!(2) —demandó Edward quien sabe qué cosa como un energúmeno.

Luego las grandes y suaves manos de mi adorado y celoso esposo me rescataron de donde estaba presa. Sus ojos frenéticos, convertidos en dos piras del mismo infierno, me recorrieron de los pies a la cabeza, como asegurándose que ninguna parte del cuerpo me faltara; acto seguido centró nuevamente su atención en mi salvador y lo vi venir… Edward lo iba a lanzar dentro del canal.

—Sei morto!(3) —lo amenazó caminado hacia él intimidante.

El pobre hombre lo miraba aterrorizado sin poder comprender que mal había hecho comenzando a caminar hacia atrás.

¡Ay por todos los cielos! ¿Cómo me hacía esto? Si ya era sexy escucharlo hablar italiano en una situación normal, ahora escucharlo así de furioso, todas mis terminaciones nerviosas cobraban vida reclamando por su dueño con una sola mísera palabra salida de sus perfectos y apetecible labios. ¿Cómo diablos lo regañaría ahora?

—Amor, no —lo llamé tomando una de sus manos para impedir una desgracia y termináramos los dos en la estación de policía, pero no me escuchaba— ¡Edward Cullen! ¡Alto ahí! —grité logrando que al fin Edward girara su rostro hacia mí.

Sus cejas estaban casi juntas de la ira y de los enceguecedores celos que lo poseían, sus ojos parecían los de un felino a punto de dar muerte a su presa, y sus apetecibles labios se habían convertido en una fina y rígida línea. Momento que el pobre hombre, al que ni siquiera pude darle las gracias y poco recuerdo por estar mirando a Edward alucinada, aprovechó para escapar de las fauces de mi celoso cavernícola.

— ¡Edward termina de comportarte como un hombre de las cavernas! —Lo reprendí— ¿No ves que si no fuera por el amable caballero mi hubiese caído al canal?

Edward bufó frustrado, y tuve que contener las ganas de lanzarme a sus brazos y comérmelo a besos de lo malditamente adorable que se veía, no iba darle alas a esos celos.

—Amable hombre que te estaba pidiendo matrimonio y ahora se ha escapado de su tortura por tu culpa —me acusó.

¿Matrimonio? ¿Eso era lo que me había dicho? ¡Estos italianos eran unos descarados increíbles! Tuve que morder mi labio inferior para no estallar en carcajadas, con razón su furia.

— ¿Que acaso el idiota no ve que eres casada? ¿Qué estás embarazada? —me rodeó con sus brazos y me atrajo hacia él.

Una de sus manos acarició dulcemente mi vientre y luego se agachó poniendo su rostro a su altura y dejó miles de pequeños besos.

—Tú eres “mi” mujer y estos son “mis” bebés y no permitiré que cualquier idiota que se cruce por delante de ustedes los venga a toquetear.

Sentenció enfurruñado, jamás iba aceptar que se había extralimitado.

— ¡Por Dios Edward! ¿Qué esperas? Qué ande con un cartel colgado por delante que diga: “No tocar propiedad de Edward Cullen” o “No tocar Bebés de Edward Cullen. ¡Si apenas se nota que estoy embarazada!

—Definitivamente esa no es una mala idea —sus ojos brillaron posesivos de tan solo imaginarlo.

— ¡Edward!

— ¡Que!

—Por lo demás si tú no hubieses estado distraído hablando por teléfono, nada de esto habría pasado. ¿Por cierto con quien hablabas? —indagué interesada, por saber quién era tan importante para que se distrajera así tan de repente.

—Con Renata —soltó sin más.

— ¡Renata! ¿Y para qué diablos te llamaba esa gorda, fea, narigona y con cara de tonta? —pregunté intentado mantener mi furia a raya, largando sin control todos sus “maravillosos” adjetivos calificativos para describirla de una sola vez.

—No es gorda, tampoco narigona —refutó conteniendo las carcajadas al escucharme como la había llamado. Sabía cuánto la odiaba.

¡Ash! Si continuaba defendiéndola, el que sí terminaría en la profundidades del canal sería el.

La idiota de Renata era la secretaria de Carlisle. La muy descarada tuvo la desfachatez de aparecer en el departamento la semana antes de la boda, aludiendo que a Edward le había faltado firmar unos papeles y que Carlisle los necesitaba urgente. Y si a todo eso le sumamos que preguntó por el doctor Eddie y después cuando Edward apareció a firmarlos se babeó dejando un charco de proporciones en el piso del hall de entrada, asumamos que de ese momento no era una de mis personas favoritas.

¿Qué acaso la estúpida no conocía los teléfonos? ¿Era necesario que se tuviese que venir a meter a nuestra casa? La respuesta era no, absolutamente no.

—Perfecto. —Mascullé—. Yo casi me caigo al canal y tu distraído hablando con ese adefesio, menos mal que el amable caballero estaba justo ahí para socorrerme —contesté con fingido dolor, a este juego podíamos jugar los dos.

—Bella Cullen. Se lo que estás intentando hacer, no desvíes el tema.

¡Ay qué bello sonaba Bella Cullen! ¿Alguna vez dejaría de derretirme al escucharlo pronunciado por sus labios? Jamás, de eso estaba completamente segura.

—Edward —susurré completamente hipnotizada del fulgor de su mirada y el nuevamente me rodeó con sus brazos rindiéndose también al escuchar como lo llamaba.

—Mi Bella, no te enojes. Solo llamaba para preguntar una duda pequeña de trabajo, no molestará más. —Acarició dulcemente mis labios con los suyos—. Ahora vamos por esos carteles que mientras permanezcamos en Italia creo que serán absolutamente necesarios.

Fin Flashback

—Aun sigo pensando que nos hicieron falta —ronroneó como siempre seductor, me tomó suavemente por la cintura para recostarme en la arena y se puso encima de mi cuerpo.

—Tonto —sonreí por ocurrencias era increíble que aun insistiera en eso. Acaricié su cabello.

—No lo soy. —Se defendió como niño pequeño—. Solo cuido lo que es mío.

—Mmm, creo entonces que tendré que hacer algo al respecto. —Accedí con una idea ya en la mente, iba a consentir a mi celoso Edward, estaba más que segura que la idea le encantaría—. ¿Le gustaría al señor Cullen que me tatúe nuevamente una de mis caderas? —Ofrecí coqueta, para que no adivinara lo que realmente tenía en mente.

Aunque pensándolo bien, esa tampoco era una mala idea.

Sus ojos flamearon lujuriosos tan solo recordarlo. Se apoyó en una mano para levantarse y con la otra bajando un poco la parte de abajo de mi bikini, recorrió con sus largos dedos la porción de piel donde meses atrás rezaba “propiedad de Edward Cullen”.

—Que sexy te veías…—gruñó despacito, mirando ardientemente el lugar, pero su mirada candente pasó en un segundo a ser dulce y tierna al distraerse mirando mi ya no tan plano vientre.

Lo abarcó completamente con su gran mano e hizo figuras con la yema sus dedos que me provocaron cosquillas.

—Están más grandes —observó con una sonrisa hermosa atravesando por sus labios— muero porque los meses pasen volando y tenerlos entre mis brazos.

— ¿Tenerlos? —jugué con él, al ver que uso una connotación masculina en sus palabras.

— ¿No te rendirás cierto? —preguntó negando con la cabeza.

—No, porque quiero que sean igualitos a ti —contesté estirando los labios para que me besara.

—Y yo a ti. —Me dio un beso mordelón—. Bueno espero que en un mes más veamos quien tiene la razón —anunció en tono triunfante.

—Ya veremos…—dije sonriendo, no tenía arreglo era tan engreído—. Espero se quieran mostrar porque ya no quiero comprar más cosas de color neutro.

—Nos volvimos locos comprando cosas ¿verdad?

—Corrección, te volviste loco comprando cosas, sobre todo en Roma y en Mónaco.

—Mmm Roma. —susurró recordando seductor, moviendo provocadoras sus caderas hacia las mías—. Creo que ahora mismo podríamos repetir y esta vez terminar lo que pasó en Roma…

 

Flashback


No había palabras para describir, como amé y adoré Roma desde el primer minuto, cada lugar que visitábamos era único, mágico. Este era nuestro cuarto día en ella y aun nos faltaba por recorrer y conocer, no teníamos un itinerario fijo, solo lo que nosotros quisiéramos o más bien lo que yo quisiera como decía Edward. El viaje hasta aquí había sido un completo sueño.

Las sorpresas no terminaron y una de las más grandes me la llevé el día que dejamos Venecia. Cuando creí que iríamos al aeropuerto en dirección quien sabe dónde, pasó todo lo contrario; en vez de tomar un taxi, ahí en el embarcadero de afuera del hotel estaba esperándonos un sonriente chico que no recordaba muy bien su nombre, pero claramente tenía la seguridad que era parte de la tripulación del yate de mis suegros.

—Buenos días Santiago. —Saludó alegre y educado mi Edward— ¿Todo listo? —creo que mi boca llegó hasta el suelo de la impresión.

—Todo listo señor Cullen —afirmó seguro, para después posar su mirada en mi— Señora Cullen —saludó atento haciendo una pequeña venia, yo seguía sin poder cerrar la boca y decir palabra.

— ¿Amor? —me llamó Edward al ver que me había quedado clavada sin avanzar un paso.

— ¿Viajaremos en Yate? —balbuceé tontamente, frente a lo evidente.

— ¿Que creías? ¿Qué te continuaría paseando de aeropuerto en aeropuerto? —cuestionó haciéndose el ofendido, ya que no había cosa que le gustara mas en el mundo a Edward, que sorprenderme, y nuevamente como siempre lo había hecho y con creces.

—Edward —solté enternecida abrazándome a él con toda la fuerza que poseía.

—Lo que sea necesario amor, para cuidar de ti y de nuestros bebes —besó mi frente y me ayudó a subir a la lancha que nos llevaría al puerto donde nos esperaba el yate y el resto de la tripulación.

Así nuestro paseo por el Mar Adriático comenzó.

Compartir este viaje con Edward había sido simplemente maravilloso. Cada recuerdo, cada lugar, un simple gesto, una caricia, las sinceras sonrisas, estarían por siempre grabadas en mi memoria y todos aquellos hacían que me enamorara aun mas de mi hermoso marido, aunque aquello pareciera imposible. Nuestro amor iba creciendo día a día.

Edward siempre protector, preocupado hasta de los más mínimos detalles, atento, tanto así, que me parecía que su capacidad para adivinar mis pensamientos aumentaba con el pasar de los días, consintiendo hasta el más mínimo de mis no nombrados caprichos.

De sus celos ni hablar en aquello era incorregible, pero a decir verdad a mí me encantaban, porque con ellos también me demostraba cuanto me amaba, con aquel loco amor que no conocía límites, así tanto como lo amaba yo. Además debía reconocer que me divertían en demasía las tontas peleas que de aquellos surgían, pero aun más me gustaba como terminaban.

Nunca faltó el momento para demostrarnos nuestro amor. “Amantes insaciables” en eso nos habíamos convertido, parecía que jamás terminaríamos de saciarnos uno del otro, nunca era suficiente, la necesidad era tanta que llegaba a doler el alma.

Rodeamos la irreal costa de Italia, flanqueada de pequeñas ciudades costeras que parecían detenidas en el tiempo, admirándonos de sus antiguas e históricas construcciones distribuidas sin sentido, que a la vez le daba un aire de perfección a cada lugar. Hicimos dos pequeñas, pero infaltables paradas en la isla de Malta y en Sicilia, preciosas islas llenas de cultura y cuna de tesoros arqueológicos, para después continuar nuestro recorrido por el Mar Tirrieno hasta llegar a Civitavecchia, puerto de cruceros y ferris, ubicado a ochenta kilómetros de Roma desde donde partiríamos nuestra nueva travesía.

En esta ocasión, no nos esperaba un nuevo chofer para llevarnos hasta Roma, nos esperaba un Ferrari de furioso color carmesí.

Edward sonrió alucinado y sus ojos brillaron como los de un niño abriendo sus regalos el día de navidad; como le gustaba la velocidad a mi adorado marido. Nunca me había asustado su alocada conducción, confiaba en su destreza ciegamente, aunque ahora que estaba embarazada me daba la impresión que lo hacía bastante más despacio.

Lo mejor de todo era ver la despampanante sonrisa que se estampaba en su hermoso y masculino rostro cuando disfrutaba de hacer cosas que a él le gustaban.

Recorriendo un serpenteante camino costero, Edward nos llevó hasta Roma en menos de una hora.

Ahora específicamente estábamos de compras, solo faltaban dos semanas para navidad, por lo que hoy habíamos decidido que Roma sería el lugar perfecto para comprarle unos lindos regalos a toda nuestra familia, incluso para Emmett y Rose, aunque aquello Edward lo aceptó a regaña dientes. Esperaba que la navidad fuera una buena oportunidad para que de una vez, ellos se reconciliaran.

Recorrimos unas angostas y antiguas calles llenas de las más exclusivas y pintorescas tiendas, tan pintorescas que parecía que en ellas podrías encontrar absolutamente de todo. Tanto así que cuando estuvimos llenos de bolsas con los regalos para todos, incluso para nuestros bebés, pequeños y adorables enteritos, diminutos gorritos, adornos para su cuarto y un sinfín de cosas más, nos topamos de frente con una tienda que jamás pensé encontrar en este lugar. Un Sex Shop.

Edward lo miró detenidamente con una sonrisa deshonesta atravesando por sus labios, sus ojos se volvieron oscuros y brillaron abrasadores.

— ¡Lo sabía! —lo acusé.

— ¿Qué? —preguntó con un aire tan inocentemente culpable que hasta una aureola me dio la impresión que apareció flotando sobre su cabeza.

— ¡Sabía que sabías mucho mas de sexo! —exclamé en un horrible juego de palabras, comenzando a indignarme.

—Pero amor ¿Qué querías que hiciera? Eras una inocente niña cuando comenzamos nuestra relación y yo no pervierto niñas castas e inocentes —se defendió guasón, estaba gozando completamente con esta situación.

—Claro, seguro. —Afirmé sarcástica—. Como si no lo hubieses hecho ya —me crucé de brazos enfurruñada.

—Amor —dijo tierno atrapándome dentro de sus brazos —Lo puedo hacer aun más, mucho más —ofreció seductor, divertido, susurrando en mi oído una promesa cargada de pasión y lujuria.

Y sin más que decir me arrastró dentro del Sex Shop.

Creo que jamás había estado tan roja en mi vida como en aquella incursión “pervirtamos a mi adorable esposa Bella”. Después de estar media hora colorada como un tomate mirando con los ojos muy abiertos cada cosa que vendían ahí dentro y mi sexy marido prácticamente paseándose en su elemento, y a veces dándome una mirada presumida de “yo lo tengo mejor” cosa que me era imposible rebatir, compramos lo necesario para el juego propuesto por mi Edward y así como entramos a la tienda me sacó casi volando en dirección a nuestro hotel.

Cuando llegamos con suerte le dijimos Buon pomeriggio(4) al botones que abrió la cristalina puerta de marco dorado para nosotros y prácticamente corrimos a los elevadores. Justo en ese preciso momento llegó uno. No alcancé a poner pie dentro cuando Edward en un rápido movimiento me acorraló en uno de sus muros contra el frió espejo provocando que se me cayeran al piso las bolsas de la impresión.

Tomó mis muñecas y las apresó con una sola mano por sobre mi cabeza y con la otra acarició uno de mis muslos de forma ascendente y nada decente hasta posicionarse en mi trasero.

¡Ay madre mía! Con aquel simple rocé sentí que me ardería en las profundidades del infierno y eso que el juego apenas comenzaba.

—Has sido una sumisa muy desobediente —gruñó fiero en mi oído, respirando profundamente mi aroma acariciando la piel de mi cuello con su nariz.

—No amo, prometo que seré buena, se lo suplico —rogué con fingido terror del supuesto castigo que me daría Edward.

—Partiré recostándote en mis piernas para castigarte con una buena zurra, te daré nalgadas hasta que en tu apetecible trasero queden marcadas mis manos, para cada vez que te sientes recuerdes que jamás debes desobedecerme —amenazó dándome una para nada dolorosa, pero sonora palmada en mi trasero.

—Buenas tardes —saludó una señora de mediana edad interrumpiendo nuestro juego, provocando que nos separáramos en el acto.

¡Diablos! ¿En qué momento las puertas del ascensor no se habían cerrado? ¿Tan perdidos estábamos en nuestro coqueteo que no la habíamos oído entrar?

Edward recogió las bolsas que habían caído al piso y se puso a mi lado devolviendo las buenas tardes, como siempre educado.

¿Nos habrá escuchado?

Y claro que nos había escuchado.

La señora que iba vestida como la señorita Rottenmeier la siniestra institutriz del cuento infantil de Heidi, pasaba sus ojos de Edward a mí y viceversa una y otra vez. A mí me miraba con lástima y a Edward con absoluto terror como si hubiese visto al mismo diablo en persona, mientras Edward y yo luchábamos con todas nuestras fuerzas para contener las carcajadas al ver con la cara con que nos observaba.

La campañilla del ascensor sonó anunciando la llegada a nuestro piso y cuando nos bajábamos Edward hizo lo que menos me esperaba.

—Con esa ropa serías la perfecta sumisa para mi, gozaría dándote un buen par de duros azotes —soltó descarado guiñándole un ojo.

Adiós a mi educado Edward.

La pobre mujer se estremeció y soltó un grito ahogado de terror llevando sus manos al corazón, justo cuando las puertas del elevador se cerraron.

No pude más que estallar en carcajadas junto con él, ni siquiera lo pude reprender, la cara de pánico que la señora remilgada puso después de escuchar sus palabras fue tan divertida que aquello no tenía precio.

—Estás loco Edward —dije aun riéndome tomando de su mano comenzando a caminar hasta nuestra habitación.

—Sí, estoy loco, pero loco de amor por ti —afirmó apoderándose de mis labios en un beso voraz que estremeció todas mis terminaciones nerviosas y así nuestro juego nuevamente comenzó.

—Espérame sentada en la cama —ordenó apenas cruzamos la puerta de nuestra habitación tomando su papel de amo dominador.

Sin replicar hice lo que me pidió pensando que ideas estarían cruzando por su mente.

Me senté en la orilla de la cama mirando en dirección a la puerta esperando que por él. A los pocos minutos su divina presencia, hizo acto de aparición. A pasos sensuales se acercó hasta mí, venia descalzo, vestido solo con sus jeans dándome una privilegiada vista de su torso desnudo, su pelo estaba más alborotado que nunca dándole un aire malditamente sexy y fiero.
En una de sus grandes manos traía el látigo y las esposas que habíamos comprado.

Caminó hasta posicionarse frente a mí y dejo el látigo y las esposas encima de la cama.

—Ahora harás lo que yo ordene, no quiero que hables, ni tampoco te muevas si yo no te lo pido. Si me desobedeces te castigaré duramente con el látigo. ¿Entendido?

—Si amo —contesté fascinada de verlo así de posesivo.

Con esas simples palabras ya estaba a punto de tirármele encima y rogarle para que me hiciera el amor salvajemente, pero no arruinaría nuestro juego.

En silencio comenzó a quitar mi ropa con deliberada lentitud.

Primero quitó mis zapatillas, calcetines, luego mis pantalones, volviéndome loca con el roce sugerente que de la yema de sus dedos provocaba sobre mi piel; acariciando, pero sin acariciar haciendo que las sintiera repartidas por todas las partes de mi cuerpo.

Poco a poco fui quedando expuesta a su merced, hasta que me dejó en ropa interior.

Incontrolables gemidos se escapaban de mis labios debido a los calcinadores roces; me era imposible mantener la boca cerrada. Si a eso le sumamos como me miraba, con aquella mirada que prometía que amaría con ardor y sin medida, la tarea comenzaba a convertirse en titánica.

— ¡Silencio! —Demandó feroz, tomó el látigo y lo atizó violento contra el piso—. Te lo advertí, no me desobedezcas.

—Sí —afirmé intentando contener las risa que me provocaba la situación, cualquiera que lo viera pensaría que era una demonio castigador, como si realmente me fuera a dar latigazos.

— ¿Si qué? —presionó.

—Si amo.

—Así me gusta señora Cullen, así, siempre obediente —ronroneó pasándome el empuñadura del látigo por una de mis mejillas bajando lentamente por la piel de mi cuello hasta llegar a mis pechos donde acarició mis pezones por encima de la ropa interior.

¡Ay Dios! si me hacía eso ¿Cómo mantendría la boca cerrada?

Luego, delicadamente me recostó en el centro de la cama, tomó las esposas, apresó mis muñecas y me dejó prisionera al respaldo de la cama, completamente expuesta para él.

Con la punta del látigo comenzó a recorrer casa centímetro de mi piel. Las abrasadoras sensaciones viajaban por todas mis terminaciones nerviosas sin darme tregua, recorrían mis venas hasta alojarse en mi lugar más íntimo, provocándome deliciosos espasmos de placer. ¿Cómo era posible que hiciera todo eso con unos simples roces? Lo necesitaba, lo necesitaba con locura.

Pero cuando la punta del látigo llegó hasta mi vientre me provocó el efecto contrario; me dieron tantas cosquillas que inevitablemente comencé reír.

—Te lo advertí, ahora sufrirás mi castigó —rugió dando nuevos latigazos al piso, lo que provocó que riera más fuerte.

—No te rías —advirtió intentado el también contener su risa y un nuevo latigazo se escuchó.

Al verlo divertido, haciendo lo posible por no reír, no pude contener más mi risa y estallé a carcajadas al punto de las lágrimas, carcajadas que él, inevitablemente también acompañó.

—Así no se puede jugar contigo —refunfuñó riendo intentando pobremente retomar su papel de amo dominador— ¡Me has aburrido rasgaré tus bragas y te cogeré sin compasión hasta que pierdas la conciencia!

— ¡Por favor! —rogué gritando sin control, ruego que se escuchó mas como un desesperado lamento, encontraste con la necesidad que sentía por él — ¡Por favor amo seré buena! —y ya a esa altura las lágrimas rodaban por mis mejillas.

Edward sonrío pícaro, con aquella sonrisa animal, presta para atacar y cuando vi que se iba a lanzar en picada olvidando el famoso juego para hacerme el amor, pasó algo que jamás en toda mi vida si no lo hubiese vivido, se me habría ocurrido que algo así nos sucedería.

— ¡Alto ahí y suelte a la señorita! ¡Es una orden! —gritó la policía irrumpiendo en el cuarto como un torbellino sin siquiera pedir permiso.

Edward estupefacto sin poder creer lo que sus ojos veían, soltó el látigo que cayó provocando un golpe seco y sordo en el piso y saltó como un gato a cubrirme con el edredón, y luego se giró enfurecido a increparlos.

— ¿Se puede saber? ¡Qué diablos significa esto! —inquirió furioso dándome un fugaz mirada comprobando nuevamente de que no se me viera nada.

— ¿Cómo que qué diablos significa esto? —Preguntó el oficial en inglés con un marcado acento italiano— Hemos recibido una denuncia de que usted ha estado torturando a esta señorita y no lo niegue, lo hemos pillado infraganti con el látigo en la mano, la tiene esposada a la cama y además mírela nada mas, la pobre niña tiene su rostro bañado en lágrimas, está aterrada de sus amenazas —lo acusó frente a las supuestas irrefutables evidencias.

Sin poder evitarlo solté una carcajada ¿Había escuchado algo más estúpido en toda mi vida? Los policías me miraron como si me hubiese vuelto loca.

De pronto una pequeña y delgada figura salió por detrás de los tres oficiales y no era nada más y nada menos que la señorita Rottenmeier. Inmediatamente con Edward nos miramos incrédulos, menudo lio en que nos había metido la vieja chismosa.

— ¡Por Dios! —Exclamó Edward tomándose el puente de la nariz para contener la ira que lo embargaba más y más— La niña que usted se atreve acusar que torturo es mi esposa y es mejor que salgan de nuestra habitación en este mismo instante si no quieren quedar sin trabajo desde mismo momento. No tienen idea con quien se están metiendo —amenazó tan letal que llegaba a dar escalofríos.

— ¿Es cierto eso señorita? —Indagó el oficial intimidado, pero sin dar señales de querer dar su brazo a torcer.

—Sí, el señor tiene razón, es mi esposo, y ahora serían tan amables de salir de la habitación para que nos podamos vestir y luego podamos aclarar este mal entendido en condiciones normales —respondí tranquila, no había nada que temer, además tampoco quería dejar espacio para dudas, no fuera que por una tontera termináramos los dos en la delegación.

— ¡Pero yo lo escuché como la intimidaba! —Salió a meter la cuchara la Rottenmeier—. ¡A mí también me amenazo!

Reí nuevamente a risotadas al escucharla. ¡Por favor! ya quisiera la remilgada esa que una décima parte de la amenaza de Edward hubiese sido verdad.

—Y usted señora —rugió— mejor se calla y desaparece su cotilla humanidad a otra parte, si no quiere que entable una demanda contra usted, por injurias y calumnias y le aseguro que nunca más volverá a ver la luz de sol.

La vieja santurrona y escrupulosa dio un nuevo respingo de terror y se paró detrás de los oficiales nuevamente, asomando su cabeza por sus espaldas.

—Ya escucharon a mi esposa, fuera de la habitación ¡Ahora! Les doy dos segundos. Uno, d…

—Está bien, los esperamos afuera —aceptaron rendidos dejando a medias el conteo, y finalmente traspasaron el umbral de le puerta cerrándola tras ellos.

Fin del Flashback

—Fue tu culpa por bocazas —lo acusé divertida.

— ¿Mi culpa? —preguntó haciéndose el desentendido.

—Sí, tuya. Bueno al menos tendremos estadía gratis en Roma de por vida —reí recordando al gerente del hotel que tiritaba nervioso al ver a mi Edward furioso, amenazando con las penas del infierno a él y a la policía por semejante acusación e impertinencia.

El pobre hombre que se deshacía en disculpas, por el suceso acontecido y por la forma impertinente que le policía había irrumpido en nuestro cuarto.

—Y yo. ¿Qué tengo que ver, con que la señorita Rottenmeier sea una vieja frígida mal cogí...?

— ¡Esa boca Dr. Cullen! —lo callé tapando sus labios con una mano.

Mano que quitó en un segundo y la apresó por sobre mi cabeza.

—La misma con la que devoraré todo tu cuerpo en este mismo instante —prometió candente y con una velocidad alucinante con su mano libre desató la parte de arriba de mi bikini, la lanzó por algún lugar de playa y atacó mis pechos con su húmeda y cálida lengua.

— ¡Oh! ¡Dios Edward! —solté arqueando la espalda, soltándome de su agarré y llevando mis manos a su cabeza para enredar mis dedos en su sedoso cabello.

— ¡Silencio! —demandó riendo.

—Si amo —contesté obediente riendo junto con él.

—Creo que tendremos que buscar otro juego señora Cullen. Uno donde mis ardientes caricias no le provoquen tanta risa —propuso juguetón comenzando a rozar suavemente su excitada anatomía contra la mía.

—Yo creo que con las esposas y el látigo por hoy estaremos bien…

Continuará…

 

Adelanto:

 

Bella’s Pov

Caminé por lo blancos pasillos tomada de la mano de mi Edward, iba nerviosa, ni siquiera sabía bien que le diría, pero era algo que sentía que tenía que hacer. Necesitaba cerrar este capítulo de mi vida.

Edward sujetó para mí una de las pesadas puertas dobles que daban al precioso patio interior que había dentro del hospital.

El sol brillaba por todo lo alto, haciendo ver el cuidado patio resplandeciente y hermoso, sus árboles florecidos de pequeñas florecitas rosadas y blancas y los naranjos narcisos de sus jardineras estaban abiertos en todo su esplendor, así era la primavera en Boston siempre hermosa.

Seguimos el camino entre los jardines, hasta que debajo de la sombra de un árbol, sentado en una silla de ruedas, acompañado de una joven enfermera lo vi…


 

(1) No podía permitir que tan hermosa señorita sufriera una desgracia. Me he enamorado, cásese conmigo bella dama.

(2) ¡Quita tus asquerosas garras de mi mujer y de mis hijos!

(3) ¡Estas muerto!

(4) Buenas tardes.

Les gusto??? Votitos?? Comentarios??? Recuerden que ahora solo valen los votos de los usuarios resgistrados!!! hago un llamado aunque no es obligacion!!! chicas hermosas con las nuevas reglas perdimos mas de 110 votos de usuarias que no estaban registradas!!!! seria genial que algunas se animaran a ayudarme a recuperarlos!!!!

Hola Chicas!!! aqui otra vez tarde como siempre espero les guste el capitulo, la verdad a mi no mucho. Pero bueno es lo que salio y ya. Les subi una parte porque la proxima semana comienzo a trabajar y ya no tendre tanto tiempo, aunque ya tengo avanzado algo y ahora si que estamos en la recta final y no hay mas!!!!

Nuevamente gracias a todas las personas hermosas!!! que me han acompañado este año!!! las adoro a todas!!!

Tambien las invito a pasar por mi nuevo fic será una historia muy cortita y algo mas divertida y caliente : El Chico de Ipanema, le dejo el link:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3386


 

Capítulo 28: Después de ti no hay nada. Parte 2. Capítulo 30: Capitulo Final: Solo un beso bajo la luz de la luna. Parte 2

 


 


 
14431402 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10749 usuarios