Para mi querida Vero, feliz cumpleaños hermana...
Como siempre las frases que cambia de color esta la canción...
Capitulo 28: Después de ti no hay nada. P 2
Bella’s Pov
A medida que la vegetación se hacía más espesa, mi corazón latía con más y más fuerza como si reclamara impaciente el llamado del corazón de mi Edward. Apenas sabía si podría controlar las ganas incontenibles de correr junto a él al altar, de solo imaginar lo hermoso que se vería enfundado en su smoking negro mortalmente elegante y sexy, regalándome aquella sonrisa torcida dueña de todos mis sueños, la cual había cautivado mi corazón.
Cuando la limusina al fin detuvo su acompasado andar, mis ojos prácticamente se salieron de mis cuencas y mi corazón estoy segura se detuvo por más de dos segundos al ver el espectáculo que tenía frente a mis ojos.
Aquí estaba, frente al camino de árboles que llevaba a nuestro prado.
Los impresionantes y añosos árboles que me daban la bienvenida al encuentro de mi amor, habían sido cortados formando un sobrecogedor arco decorado con miles de lucecitas blancas dándole un aspecto irreal y de ensueño. Sus ramas y sus troncos estaban adornados con intrincadas guirnaldas de las rosas rojas más bellas y grandes que había visto alguna vez, parecía como si fuese a caminar hacia el cielo, mi cielo, mi Edward.
El chofer bajó de la limusina y abrió la puerta, Charlie descendió y luego me ayudó a bajar justo para encontrarme con mi mejor amiga regalándome una tranquilizadora y deslúmbrate sonrisa.
— ¿Lista? —preguntó con sus ojos verdes brillantes, llenos de alegría.
—Sí —contesté segura devolviendo su sonrisa. Creo que nunca en mi vida había estado más lista para algo.
Alice arregló mi vestido y acomodó nuevamente mi velo bajo la atenta mirada de mi padre.
—Estás perfecta. —Anunció suficiente—. Ahora, entraré yo, y cuando escuches la música, entras tú ¿de acuerdo?
—Sí —asentí ansiosa.
Me inspeccionó por última vez, me sonrió y se fue caminado con su típico andar de bailarina.
Había llegado el momento por el cual había esperado tanto tiempo. Charlie sonrió nervioso y me miró dulcemente ofreciéndome su brazo galante, besó mi frente. Inspiré profundamente, y emocionada tomé el brazo de mi padre, lo apreté fuerte, para demostrarle en tan simple agarre cuanto lo amaba. Hoy dejaba de ser la niña de papá aunque en el fondo de mi corazón sabía que siempre lo sería para él.
Con pasos trémulos comenzamos a avanzar por el arco de árboles y flores, que parecía salido de un cuento de hadas y con cada paso que daba, mi corazón latía tan fuerte que en cualquier minuto amenazaba con salir de mi pecho.
Unas suaves y sentimentales notas de un piano en perfecta armonía con las de unos románticos violines abrazaron mi alma acompañando mi andar por la mullida alfombra verde colmada de pétalos de rosas rojas y blancas.
Me permití por tan solo unos segundos volver a observar el lugar, y mi corazón se sobrecogió. Mi Edward, mí adorado Edward y sus misteriosas sorpresas había creado un sueño y nuevamente este día se grabaría como el más hermoso recuerdo en mi memoria. Por un momento me sentí como en un sueño de una noche de verano solo faltaban las hadas y las mariposas revoloteando por el lugar, pero en esta ocasión yo era la protagonista de mi cuento de hadas donde mi príncipe encantado me esperaría al final del pasillo, sonriéndome como siempre precioso en el altar.
Terminamos de caminar por aquel mágico túnel que me acompañaba al encuentro de mi amor, para encontrarme con nuestro prado en todo su esplendor. El sol comenzaba a perderse en el mar tiñendo el cielo de los más refulgentes rosas, lilas y anaranjados.
Comenzamos a avanzar por entre las bancas que se entre mezclaban con la vegetación repletas de invitados, que estaban decoradas con los más espectaculares centros de flores y al mirar hacia el altar mi corazón dio un salto de terror ¿Dónde estaba mi Edward?
Lo busqué ansiosa con la mirada, perdiéndome entre las suaves notas caí, aquella melodía…
¡Oh, Dios mío!....sentí que mi corazón se detuvo por unos segundos de la impresión. Aquella forma de acariciar apasionadamente las teclas de marfil podía ser solo una persona…Edward…
Tuve ganas de salir corriendo por el pasillo al encuentro de mi adorado Edward, pero al escuchar su aterciopelada voz me quedé estática y la incontenible emoción atacó todos mis sentidos.
Ahí al final del largo pasillo estaba mi Edward, sentado al piano a un lado del altar adornado con el más hermoso arco de rosas rojas, cantándome, llamándome a su encuentro con la más bella declaración de amor.
Con cada palabra acariciaba mi alma y mi corazón. Mi mirada al fin se encontró con la suya, con aquella abrasadora mirada color esmeralda que era dueña de todo lo que era y de todo lo que sería en mi vida.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar el sentido juramento.
Nuestro amor era tan puro, profundo e incalculable que cada frase expresaba como era y sería por siempre nuestra relación. Dependiente, desbordante pasión, y por sobre todas las cosas incalculable amor.
Con pasos determinados y firmes, sosteniendo su mirada comencé a caminar hacia el altar entre emocionados sollozos de algunas de las mujeres presentes, y como siempre nos sucedía el universo desapareció para nosotros cuando nuestras miradas se conectaron. Nuevamente éramos solo Edward y yo viviendo nuestro pequeño y perfecto mundo, escribiendo una nueva primera página del resto de nuestros días.
Una pequeña lágrima promesa de eterna felicidad escapó por uno de mis ojos y rodó lentamente por mi mejilla.
El pasillo se me comenzaba a hacer interminable, lo único que quería era llegar hasta sus brazos y poder besar su hermoso rostro de ángel, de aquel ángel que nuevamente me confesaba sus más profundos sentimientos en la promesa más pura de amor.
Su aterciopelada voz se escuchaba hermosa, emocionada, cada nota, cada compás se hacía más conmovedor, más intenso…
—Mi Edward —susurré con irreprimible emoción. ¡Dios! El era mi vida, era todo para mí…
Así mismo como decían las emotivas frases de la canción, mi vida, mi alma solo dependían de aquel ser hermosamente imposible, que estaba ahí mirándome con absoluta adoración. Porque después de mi Edward, así como rezaban sus más sentidas palabras no abría nada….
¡Ay Dios, Edward!… como me amas con aquella dolorosa y devastadora intensidad, así como te amo yo con cada suspiro de amor, cada día, cada hora, cada minuto de mi vida, mi hermoso Edward, mi adorado Edward. Dueño de mi vida y de mi corazón por siempre, solo tú, nadie más que tu…
Mi corazón latió con más fuerza aun, al mismo compás de mi agitada respiración, solo unos pocos metros y estaría en los brazos de mi amor…
La aterciopelada voz de Edward terminó en un sensual susurro, con una profunda y emocionada exhalación, mientras sus largos y prodigiosos dedos acariciaron las últimas notas en sentimentales trinos y delicadas escalas pentatónicas que dieron por terminada la canción.
Se puso de pie y caminó con su el andar elegante y felino para tomar su posición en el altar. Se irguió orgulloso con sus manos juntas en su espalda y me sonrió de manera esplendorosa mostrándome todos sus blancos y relucientes dientes, mientras la misma melodía continuó sonando suavemente de fondo.
Caminé los últimos pasos, absolutamente hipnotizada por el fulgor de su mirada, hasta que por fin estuve frente a mi milagro personal quien ofreciéndome su mano, me regaló una dulce sonrisa.
Charlie en un gesto más antiguo que el mundo tomó mi mano la besó y la puso encima de la mano de Edward.
—Sé que la harás muy feliz —afirmó visiblemente conmovido mirándolo directo a sus ojos y en un acto inesperado jugueteó con su alborotado cabello como si Edward fuera un niño— te quiero hijo —luego besó mi frente y se fue a sentar junto a Renée.
Edward como siempre caballero me ayudó a subir el escalón que me faltaba para situarnos frente al altar y una vez estuve junto a él no lo pude resistir mas, me lancé a sus brazos abrazándolo por la cintura apoyando mi cabeza en su pecho. Tenía tantas ganas de decirle tantas cosas, pero no pude más que maravillarme con la indescriptible sensación de estar entre sus brazos y perderme en el embriagador perfume de su cuerpo, como el primer día, ese masculino olor mezcla de perfume con sol, mi sol.
—Gracias amor —susurré bajito y levanté mi mirada buscando la suya y sus labios.
—Estás hermosa —susurró bajito también— perfecta —dijo atrapando tiernamente mis labios con los suyos.
Comenzaba como siempre a perderme en su aditivo sabor cuando…
—Ejem, ejem —alguien carraspeó— Edward, Bella ¿Podríamos comenzar con la ceremonia por favor? —preguntó muy serio el padre Marco con un dejo de diversión encubierta en sus palabras, provocando la risa entretenida de todos los invitados.
—Perdón —nos disculpamos juntos tomando nuestro lugar frente al altar, provocando más risas. Yo ruborizada hasta las orejas y Edward pagado de sí mismo como siempre.
El padre Marco inspiró profundamente y con voz solemne habló:
—Queridos hermanos nos hemos reunido el día de hoy, para unir a esta joven pareja en sagrado matrimonio…
Y así comenzó la ceremonia.
Por más que intentaba concentrarme en sus palabras me era absolutamente imposible. Apenas y era consciente de que Riley estaba parado un poco más atrás al lado derecho de Edward y mis damas de honor, Alice, Charlotte y Angie a mi lado izquierdo, preciosas todas en su furioso vestido rojo con corte de sirena.
Lo único que mi mente era capaz de procesar y mis ojos capaz de ver eran a Edward. Su enorme y suave mano entrelazada con la mía haciéndome cariño en el dorso de mi mano con su dedo pulgar, su ardiente mirada puesta sobre mí, adorándome, amándome. Lo sexy y arrebatador que se veía, por lo que me era imposible no sumergirme en aquel mar esmeralda donde veía reflejada mi mirada enamorada, de los fugases besos que dejaba en el tope de mi cabeza y que de cuando en cuando se robaba de mis labios.
Trazos de nuestra historia de amor llegaron de la boca del sacerdote a mi mente y nuevamente olvidándome donde estaba, apoyé mi cabeza en su hombro suspirando profundamente y esta vez Edward fue más allá, levantando mi mentón con su otra mano y sin previo aviso atrapó nuevamente mis labios más que juguetonamente.
— ¡Edward, por el amor de Dios! paciencia hijo, ¿puedes dejar por un segundo respirar a Bella? aun no llegamos a esa parte —lo regañó nuevamente divertido provocando la risa de la audiencia y alguna que otra exclamación de ternura.
—Perdón —se disculpó nuevamente riendo por lo bajo, suficiente, sin un rastro de vergüenza por sus ilícitas travesuras.
¡Ay como amaba a mi infantil y engreído Edward!
Repitan después de mí, pronunció el padre Marco cuando una irreal y conmovedora música se hizo dueña de la atmósfera…
Edward se irguió orgulloso preparándose para lo venia. Me pareció infinitamente más alto e infinitamente más guapo, mi milagro personal venido desde el mismo Olimpo para darle luz a mis acaecidos días, cuando no tenía idea de lo que era el amor.
Tomó mis manos entre las suyas y desde lo más profundo de su alma pronunció las palabras por las que llevaba esperando escuchar desde el día que mi vida se convirtió en la suya…
—Yo Edward Cullen, te tomó a ti Isabella Swan, como mi esposa, prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y enfermedad y amarte y respetarte por todos los días de mi vida —dijo con sus ojos cristalinos, con la sonrisa más hermosa y victoriosa que jamás había visto atravesando por sus labios.
Mi Edward había dictaminado al fin, las palabras por las que moría por escuchar, con la cuales me convertía en su esposa para toda la eternidad. Su aterciopelada voz sonó segura y mientras sus labios las recitaban me sentí en el paraíso, en mi paraíso personal llamado Edward Cullen.
Inspiré profundo cuando llegó mi turno. La incontenible emoción me embargaba mientras silenciosas lágrimas de felicidad rodaban por mis mejillas, esta sería la promesa amor eterno, la más pura, la más verdadera, la que decía cuanto amaba a mi Edward.
—Yo Isabella Swan, te tomó a ti Edward Cullen, como esposo y prometo serte fiel en lo próspero y en la adverso, en la salud y enfermedad y amarte y respetarte por todos los días de mi vida.
Una gloriosa sonrisa bailó en sus labios al escucharme decir que lo hacía mío para toda la eternidad, mientras tiernamente tomaba mi rostro con ambas manos y secaba mis lágrimas traicioneras con sus pulgares y en su silencioso susurro me pedía “no llores gatito”
Después el padre Marco bendijo nuestros anillos y nos los entregamos repitiendo:
—Bella.
—Edward.
—Recibe esta alianza en señal de mi amor y mi fidelidad hacia ti —recitamos juntos, sin dejar de mirarnos a los ojos y poniéndonos nuestros anillos al mismo tiempo, símbolo de aquella unión indisoluble, dejando un tierno beso donde descasarían para siempre las sencillas y doradas alianzas.
Y finalmente…
—Por el poder que Dios me ha conferido los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Edward ahora “sí” puedes besar a la novia —expresó el padre Marco con alegría.
Nuevas risas y exclamaciones de felicidad se escucharon, pero para mí nadie de los presentes aquí existía, solo aquel hombre que tenía enfrente, mi esposo, como siempre hechizando todos mis sentidos con aquella penetrante mirada que me hacia estremecer hasta la más profunda fibra de mi ser.
—Mi Bella —susurró acariciando mi mejilla, lento, acunándola tiernamente con una de sus suaves y enormes manos, saboreando el momento.
Lentamente perdidos en nuestra mirada enamorada nos fuimos acercando. Su otra mano de deslizó sensual por mi cintura hasta situarse en mi espalda baja y con aquel roce delicado y sugerente, silenciosamente me reclamaba como su suya, atrayéndome hacia él. Mis manos viajaron etéreas por su pecho hasta llegar a enredarse en el sedoso cabello de su nuca y cuando sus labios dulcemente se apoderaron de los míos en ese preciso instante el mundo desapareció con aquel beso que sellaría por siempre nuestro compromiso ante Dios.
Nuestros labios se fundieron en un dulce y amoroso beso donde nuestras lenguas danzaron acariciándose en la más pura promesa de amor, donde por fin éramos uno solo mi Edward y yo. Temblando juntos en juramento silencioso mutuamente nos entregamos nuestra vida, nuestra alma y nuestro corazón.
—Te amo —susurró con sus labios aun coqueteando con los míos y al escuchar su aterciopelada voz, me cerní sobre él sin poder evitarlo en una posición nada decente para hacerlo enfrente a seiscientos invitados provocando que Edward soltara una provocadora risa.
Lentamente fue terminando el beso, ya que yo estaba absolutamente perdida en el tiempo y en el espacio, en el dulce y adictivo sabor de sus labios, en el embriagador olor de su cuerpo. Dio un último casto y tierno beso en mis labios, besó mi frente con absoluta devoción por unos segundos y nos giró sin soltar mi cintura hacia los invitados que estallaron en sinceras exclamaciones de alegría y aplausos.
Busco entre los invitados a nuestra familia, Charlie con expresión impasible, pero sus ojos brillantes delataban lo emocionado que estaba, Renée secándose sus lágrimas con un pañuelo, Carlisle y Esme mirándonos con una sonrisa espontánea y alegre, así como el resto de los invitados.
De pronto una horda de brazos y besos nos atacó, y con Edward hacíamos lo posible por no separarnos al aceptar esa lluvia de cariño que se filtraba entre nosotros. A pesar de todas las felicitaciones y palabras de felicidad, solamente lo podía ver a él, a mi buen mozo y sexy marido y parecía que a Edward le estaba pasando exactamente lo mismo.
Pero a pesar de la increíble cantidad de abrazos, Edward se las arregló para jamás soltar mi mano y mantenernos lo más cerca que aquella situación nos lo permitió, hasta que poco a poco la cantidad de gente se dispersó, hasta solo quedar Edward, Alice y yo.
— ¿Lista para nuestra fiesta señora Cullen? —preguntó mi Edward, acariciando con su aterciopelada voz con absoluta adoración cada palabra del “señora Cullen” y ¡dios! pronunciado de sus labios sonaba más que bien, parecía que el canto de unos ángeles pronunciaban aquel nombre que estaba vez era absoluta realidad y me derretía al escuchar tan solo la primera sílaba de mi nuevo nombre.
—Lista —contesté pasando mis brazos por su cuello y poniéndome en punta de pies para ahora si alcanzar sus labios y besarlo como quería hace un rato, ahora que no había espectadores, ni un cura presente, viendo como Edward me daba aquellos besos que deberían estar absolutamente prohibidos, para las locas enamoradas como yo.
Edward rodeó mi cintura con sus fuertes brazos y me levantó del piso para que pudiera alcanzar sus labios. Nuestros labios se comenzaban a acariciar y ambos soltamos un necesitado gemido cuando nuestras lenguas se reencontraron impacientes y deseosas perdiéndonos en la abrumadora de un intensidad de un beso profundo y necesitado, hasta que…
—Ah, no, no señor, Edward Cullen, te prohíbo que les des esos besos a Bella, que conociéndote, eres muy capaz de saltarte la fiesta y pasar directamente a la sorpresa final —lo reprendió Alice con sus manos puestas en su cintura y con un pie golpeteando el piso impaciente.
Edward, soltó una divertida y resignada sonrisa en mis labios, y susurró un “después” cargado de prometedora lujuria que me hizo estremecer y sentir que el mundo desaparecía bajo mis pies.
—Primero tienen una sesión de fotos que tomar mientras los invitados toman su lugar en la fiesta —anunció en su papel de organizadora de bodas— ¿Qué fotos piensan mostrarle acaso a la inmensa cantidad de hijos que pretende tener Edward? ¿Ah?
—Que pretendemos tener Alice —rebatió pícaro. Sin soltar mi cintura comenzamos a caminar.
Mientras caminábamos junto a Alice, un séquito de personas apareció de la nada para acompañar nuestro andar, dentro de ellas Victoria y James. Increíble, si hasta me había olvidado que ellos existían y más ahora al escuchar hablar a Alice de aquella sorpresa final.
¿Qué más habrá planeado Edward?
Miles de mariposas revolotearon en mi estómago tan solo imaginarlo, pero como siempre mi flamante y recién estrenado marido parecía adivinar el curso de mis pensamientos, me estrechó más hacia él y se puso a mi altura para susurrar en mi oído “ni pienses que te lo diré, gato curioso” lo que me hizo sonreír y negar con la cabeza, ya que por más que lo intentara, no le sacaría palabra, solo hasta que él lo decidiese.
—Sí, sí, ya me di cuenta —le contestó Alice trayéndome nuevamente a su divertida discusión— que empezaron muy bien, ahora caminen ¿Si? Que los invitados a esta altura ya deben estar con su primera copa de champagne en las manos.
— ¡Dios!, como organizadora de bodas te pones en plan tirano, otra cosa más que tengo que anotar para no dejarla pasar y cobrártela después —refunfuñó mi Edward algo cabreado.
— ¿Otra? —preguntó Alice con su mejor cara de inocencia batiéndole las pestañas como si fuera un angelito recién caído del cielo, si hasta la aureola flotando encima de su cabeza me dio la impresión que le vi aparecer.
—No te hagas la tonta Alice Hale, porque para sacarle ese vestido a Bella tendré que comenzar a desabrochar los botones prácticamente desde ahora y…—pero mí enfurruñando Edward no pudo continuar con sus alegatos, porque apenas escuchamos la palabra “botones” estallamos en carcajadas mirándonos cómplices diciéndonos con la mirada “te lo dije”.
—Oh, Edward, no seas enojón te aseguro que con tanto botón se te ocurrirá algo bastante mejor…
—Claro que se me ocurrirá —ronroneó como animal en celo en mi oído, pasando uno de sus largos dedos por toda la extensión de mi columna vertebral haciendo el recorrido de los botones desde el cuello hasta mi espalda baja, acto que me provocó mucho más que un simple estremecimiento— pagarás por tu complicidad —amenazó, con una promesa ardiente, y yo ya estaba que le gritaba ¡Ráptame Edward, ráptame ahora! Como me hacía esto sabiendo como tenía las hormonas.
Llegamos hasta debajo unos inmensos árboles donde estaba todo preparado para la sesión de románticas fotos al atardecer supervisadas por la mirada experta de Victoria y su sumiso ayudante James.
Aunque la verdad estaba muy emocionada porque se veía que quedarían hermosas, con cada flash, se me pasaba por la mente que nos estábamos demorando un poco más de la cuenta cada vez que recordaba las palabras que me decía repetitivamente Victoria cada vez que nos juntábamos para hablar de la boda hace meses atrás, “¡Ay que ganas de conocer a tu novio!” “cuéntame, ¿es cierto lo que dicen de él? ¿Qué es todo un Adonis?” “¿tendrías una foto para mostrármelo?” zorra, pensé afianzando mi agarré a la cintura de mi hermoso marido mientras apoyaba la cabeza en su pecho suspirando para una nueva y romántica pose.
—Y ahora chicos una última, para inmortalizar el momento dándose un beso con vista al mar, frente a los acantilados —anunció victoria al fin.
El sol casi se escondía completamente en el mar, para dar la bienvenida a una inmensa luna llena, acompañada de un manto de terciopelo negro adornado de millones y brillantes estrellas. Los más hermosos colores se reflejaron en el mar debido al sublime contraste, y suspiré como una tonta enamorada al contemplar la bella escena entre los brazos de mi Edward.
Mis labios buscaron los suyos, con mi velo jugueteando con el viento, pensando en cómo me gustaría todos los días de mi vida observar este momento, todas las tardes junto a mi Edward, junto a nuestros hijos. Bueno al menos quedaría inmortalizado este bello momento que mi tierno Edward me había regalado para siempre trasladando nuestra boda de sueños hasta aquí y el prado permanecería en este mismo lugar para visitarlo cuantas veces yo quisiera.
— ¿Qué tienes amor? ¿Por qué esa mirada de melancolía? —preguntó Edward al ver como mi mirada se perdía en el fin del ocaso.
—Nada Edward, solo pensaba en el hermoso momento, y en lo que me gustaría contemplar este atardecer todos los días de mi vida. Gracias amor por traer nuestra boda hasta acá, jamás olvidaré este mágico momento.
— ¿Por lo guapo que saldré en las fotos? —bromeó juguetonamente sonriendo con esa sonrisa malditamente sexy que tenía, para después frotar su nariz con la mía.
Nuevos flashes se escucharon seguramente aprovechando de inmortalizar el espontaneo momento, creo que hasta escuché algo como “sublime, se ven tan hermosos”.
—Es un engreído señor Cullen —contesté abrazándolo fuertemente en un silencioso agradecimiento.
—Pero así me ama señora Cullen —correspondió mi abrazo, besando el tope de mi cabeza y dijo— lo tendrás para siempre amor, para siempre…
Cuando iba a preguntar a que se refería, un camino de antorchas se encendió de manera impresionante justo en el mismo instante que se escondió el último rayo de sol y Alice ordenó comenzando a sacar mí velo.
—Bien ahora si estamos listos para que hagan acto de presencia en su fiesta —dejándome con la duda aun bailando por mi mente, pero cuando nuevamente iba a preguntar…
—Vamos amor —me tomó Edward de la mano entrelazando nuestros dedos para comenzar a caminar por el camino de antorchas— supongo que necesitas sentarte un rato y comer algo ¿estás cansada gatito? —Preguntó tiernamente deteniendo su andar para bajar su rostro a la altura de mi vientre y susurrar muy bajito pasando una de sus manos por mi aun inexistente pancita dulcemente— ¿tienen hambre bebes? —lo que me hizo rodar los ojos y derretirme a la vez, estaba tan loco y era tan adorable, que en un segundo logró que me olvidara que es lo que venía pensando y no pudiera hacer nada más que dejar un beso de adoración en su cabeza.
Caminamos hacia una impresionante, blanca y elegante carpa, apostada justo en medio del prado y apenas entramos una lluvia de cálidos aplausos nos acogió dándonos la bienvenida a nuestra fiesta al compás de la marcha nupcial. Nuevos besos, abrazos y felicitaciones fuimos recibiendo mientras avanzábamos entre los invitados, hasta llegar a tomar nuestro lugar hasta la mesa central donde un mozo impecablemente vestido nos esperaba con dos copas de champagne junto a nuestros padres, para hacer el brindis inicial.
Con Edward tomamos nuestras copas las alzamos y millones de exclamaciones de “por los novios” y a coro miles de voces clamaban por un beso de los recién casados. Entrelazamos nuestras copas y brindamos junto con ellos, champagne que por cierto no probé y cumplimos su deseo con un tierno, mordelón y casto beso. Después de eso mi copa fue reemplazada casi por arte de magia por un jugo de frambuesa y la recepción comenzó.
El desfile de platos empezó, mientras me dedicaba a contemplar extasiada, la maravillosa decoración del lugar caminando del brazo de mi Edward entre los invitados. Era exactamente como la había soñado, solo que ahora estábamos en el prado con una espectacular vista de los acantilados y la bahía de Boston.
Largos manteles blancos adornaban las circulares mesas engalanadas con los más espectaculares candelabros, engarzados de los arreglos más hermosos de rosas rojas. Por la cubierta de la mesa esparcidos pétalos y frutos del bosque, la mesa impecablemente puesta, las sillas vestidas de lino blanco adornadas con un lazo rojo de cual colgaban cristales rojos y transparentes de todos los portes y formas.
Una enorme pista de baile ubicada justo en medio estaba rodeada por una infinidad de mesas, y al final de esta por donde la carpa estaba cerrada una impresionante orquesta que tocaba una suave música haciendo la combinación perfecta con la tenue y romántica iluminación de las velas.
Saludos y más saludos de parientes que jamás has visto, a los que Edward me presentaba orgullosamente sin soltar mi cintura ni siquiera por un segundo “esta es mi Bella” y cada vez que lo pronunciaba me atraía un poco más hacia él, como si sintiera que cada uno de los invitados me quisiera arrancar de sus brazos. Yo hacía lo mismo con los parientes que recordaba o me hacía que recordaba y terminaba rápidamente la conversación sin ser grosera si alguna prima lejana de esas que no tenías la más mínima intención de invitar, le daba el amor algo más que descaradamente con mi Edward.
— ¿Está en plan de gato celoso señora Cullen? —preguntó gozando absolutamente con la situación.
—Usted tampoco lo hace nada de mal señor Cullen, no me iré a ninguna parte ¿sabe? —contesté coquetamente pasando ambos brazos por su cintura.
—Es que no te quiero compartir con nadie ahora que eres completamente mía —dijo posesivo rodeándome con ambos brazos— estás demasiado hermosa esta noche y uno nunca sabe si algún loco me quiera robar a mi preciosa mujer.
— ¡Edward! —lo reprendí divertida por sus ocurrencias.
— ¡Bella! —Oí que me llamaban sacándome como siempre de mi perfecto mundo— ¡Estás hermosa! ¡Ven y dame un abrazo! — Exclamó mi querida Angie.
Edward me soltó esta vez de buena gana, para que pudiera abrazar a mi querida amiga, no la veía desde mi cumpleaños y desde ahí que no hablaba con ella, ni siquiera para preguntarle al fin como habían ido las cosas con Thomas. Había sido muy ingrata con mi Angie, bueno con todos a decir verdad, desde que me sumergí en esa absurda amargura. Nos fundimos en un cálido y entrañable abrazo.
Después de dejar un sonoro beso en mi mejilla saltó a los brazos de Edward.
— ¡Dios Bella! Está cada día más guapo tu amante Top Gun —dijo descaradamente sin ninguna vergüenza como si Edward no estuviera aquí, recordando como lo había bautizado hace más de un año atrás— felicitaciones Edward, se que serán muy felices.
Realmente mi amiga no tenía remedio.
— Gracias Angie, pero ¿Amante Top Gun? —preguntó Edward mirándome alzando un ceja engreídamente suficiente.
¡Ay dios en los problemas que siempre me metía!
Aunque debía reconocer que si no fuera por aquella loca idea de ir a mirar a esos hombres aceitosos y semidesnudos, quizás, hoy yo no estaría aquí, recién casada con el amor de mi vida, con mi sueño de niña. — ¿Más guapo que yo Angie? —bromeó haciendo acto de presencia Thomas, dispersando mis dudas sobre ellos— felicidades chicos estoy muy feliz por ustedes, serán muy felices, son el uno para el otro— me abrazó dulcemente y luego abrazó a Edward y algo susurró en su oído, que el semblante de mi Edward palideció.
Iba a preguntar qué es lo que sucedía, cuando en dos segundos fuimos rodeados por todos los chicos y Thomas apartó unos metros más allá a Edward para poder conversar a solas. Solo faltaba Emmett y Rose para que el grupo estuviese completo, pero sabía que hoy guardarían distancias, lo que me entristecía, pero a la vez entendía. Seguramente hoy respetarían el espacio de Edward ya que también era su día.
Las chicas alababan sin parar nuestros vestidos y felicitaban a Alice por el hermoso trabajo que había hecho con el mío, me hacían girar en mi propio puesto para contemplar los delicados detalles. Ya prácticamente tenían a Alice haciendo sus vestidos de novia y eso que ni siquiera aun, sonaban campanas de boda para ellas.
Intentaba seguir la animada conversación, pero no me dejaba de inquietar las cambiantes expresiones que hacia Edward con sus labios y con sus cejas, como jalaba su cabello con frustración, al escuchar atento las palabras que le decía Thomas. Pasaba de la rabia, al terror, del desazón, al desconcierto, hasta que por último el alivio, todas juntas, en unos pocos segundos, y por más que trataba de oír alguna bendita palabra de lo que hablaban, no podía dilucidar siquiera alguna.
Luego Edward estrechó su mano con el más puro de los agradecimientos, cosa que me pareció muy rara y nuevamente relajó su semblante y se nos unieron junto a nosotros a la amena conversación.
Me abrazó por la espalda pasando protectoramente sus grandes manos por mi cintura para posicionarse tiernamente acariciando mi vientre, pegó su pecho a mi espalda, besó mi cabeza con un casto beso por unos segundos y luego apoyó su mentón en mi hombro susurrando un “te amo, los amo, son mi vida”.
En aquel abrazo pude palpar la desesperación de su acto, como si nos tratara de proteger con su vida, con su cuerpo, como si tuviese terror de que desapareciéramos.
— ¿Qué tienes amor? ¿Qué te dijo Thomas, que te puso así? —susurré muy bajito para que solo él me pudiese escuchar, preocupada por su reacción.
—Nada gatito, nada que nos importe ahora. Prométeme que no me preguntarás, por favor, no quiero que nada arruine este momento, confía en mí, ahora todo estará bien, más que bien.
La verdad me moría por preguntar, pero si mi Edward me lo pedía, lo dejaría pasar, no quería que nada arruinara este hermoso día. Solo algo me decía, que por lo visto Thomas me había estado cuidando silenciosamente otra vez sin que yo lo supiera y obviamente esto tenía que ver con Heidi y Jacob, pero si Edward me pedía que confiara en el, eso es lo que haría, siempre, a ojos cerrados. Nada de lo pudiese suceder con aquellos malos seres me debería importar, quizás esto tenía que ver con que al fin dejarían de intentar arruinar nuestras vidas.
— ¡Ay Charlotte! —Exclamó Lilian trayéndome devuelta a la conversación— ¡Mira qué lindo se ve Edward acariciando sus bebes! —dijo como si se estuviera derritiendo en ese mismo instante mientras nos observaba.
— ¡Se ven tan adorables! —la secundó su gemela, colgándose del brazo de Riley batiéndole las pestañas enamorada, lo que provocó que Edward riera a sonoras carcajadas.
—Riley, hermano creo que tus días de soltero están prácticamente contados.
—Lo que pasa Edward, es que tu eres mala influencia para estas mujeres, ahora todas se querrán casar y tener bebes. Chicas es la última vez que venimos a Boston —dijo Peter con seriedad, pero en broma.
—Angie tápate los odios tú no quieres escuchar esto —le ordenó Thomas con terror— chicos mejor dejemos solos a los hombres casados, que esta conversación no nos conviene — dijo haciendo como que se arrancaba.
—Ya no tienen escapatoria —sentenció Jasper guasón.
— ¡Una boda doble! —chilló Charlotte sin prestarles atención aplaudiendo y dando saltitos. Parece que en una semana ya estaba totalmente influenciada por Alice.
— ¡Si una boda doble en la playa! —La apoyó Lilian— Alice tienes que hacer nuestros vestidos.
— ¡También el mío! —se incluyó Angie a la locura.
—Mas que encantada —aceptó Alice, brindando con ellas, halagada por su talento y chocaron todas juntas sus copas.
Su idea iba creciendo cada minuto más y más, cosa que enfrascó a los hombres en una liada y divertida conversación, donde mi Edward era el único culpable de todos sus males, a lo cual el rebatía divertido riendo a carcajadas, y yo lo miraba embelesada por cada sonrisa que su hermoso rostro de ángel me regalaba, mirándome cómplice de vez en cuando.
Las chicas en cambio se centraron en los bebes, querían quedar embarazadas juntas, para que todos nuestros hijos pudieran jugar y tuviesen más o menos la misma edad.
Realmente después de eso no sé en qué momento pasamos a conversar de posiciones sexuales para quedar embarazada, a hablar de posiciones sexuales nada decentes que tenía que practicar con Edward en la luna de miel, como si Edward no supiera las suficientes ya.
¿Será que lo verían casto y adorable por lo tierno que era? Me reí sola, por mi ocurrencia ¡Diablos! ¿Quién podría tener pensamientos castos con Edward? ¿Será que aun se sabría muchas más?
—Edward, Bella, chicos a su mesa, que la cena va a comenzar —apareció Victoria por entre los invitados en plan profesional para continuar con los ritmos planeados de la fiesta.
Edward me dirigió dulcemente de mi cintura, por entre los invitados que también tomaban posición en sus mesas, mientras el ejército de trajeados meseros comenzaban a llenar nuevamente sus copas de champagne. Nuevas felicitaciones y abrazos recibimos por el camino hasta que llegamos a nuestra mesa, donde ya nos esperaban nuestros padres que conversaban entretenidos.
Corrió mi silla como el perfecto caballero que era para que tomara asiento, dejó un tierno beso en mis labios y se fue caminando con su andar elegante y felino hasta el escenario donde estaba la orquesta y tomó posición justo al centro.
La orquesta dejó de tocar y los cientos de invitados al verlo parado justo al centro del escenario frente al micrófono, guardaron un silencio sepulcral. Un mozo apareció ofreciéndole una nueva copa de champagne, mi Edward la tomó, se irguió imponente y orgulloso en su impresionante altura preparándose para hablar, con su mirada siempre abrasadora y amorosa puesta sobre mí.
¡Ay Edward, me vas a hacer llorar! ¡Lo sé!
—En esta tarde tan especial para mí y para mi Bella, primero que todo quiero partir agradeciendo a las personas, que después de un difícil camino ayudaron a que hoy pueda estar parado aquí adorando a mi preciosa mujer —inspiró profundo y siguió— Papá, mamá, Charlie, Renée, gracias por confiar en mí, gracias por no dudar un segundo del hombre que soy y del amor infinito que siento por Bella.
Suspiros emocionados se escucharon por doquier, mientras Charlie tomaba amorosamente mi mano. Esme y Carlisle que miraban emocionados a su hijo entrelazaron sus manos y Renée se apoyaba en el hombro de Charlie soñadoramente.
—Supongo que ahora puedo decirte papá ¿no Charlie? —bromeó Edward, con su sonrisa pícara pasando su mano libre por su alborotado cabello, para distender un poco el emocionado ambiente que se había creado.
Juro que esta vez escuché suspiros, pero enamorados, que de seguro provocaron más de un desmayo. ¡Demonios porque tenía que ser tan malditamente sexy! ¡Pero es mío! ¡Mío!
—Ni lo sueñes, ya sabes, aun permaneces amenazado de muerte —contestó Charlie siguiendo su juego provocando las risas de los presentes.
—Riley hermano —los ojos de Edward brillaron al mencionar a su entrañable amigo e hizo una pausa debido a la emoción que aquello le provocó— no tengo palabras, simplemente gracias.
— ¡Te amo mi vida! —gritó Riley desde la mesa donde estaban sentados los chicos. Originando más risas.
—Alice —le sonrió a nuestra querida amiga mirándola con adoración— ¿Qué haría sin ti Alice? Me faltaran días para agradecer todo lo que has hecho por nosotros. Te quiero Tink, mi mejor amiga, más que eso… mi hermana —las palabras salieron con los sentimientos más puros venidos desde lo profundo de su corazón.
Alice lo miró con sus ojos llorosos y le lanzó un amoroso beso silencioso y a mí ya me tenía al borde de las lágrimas contagiándome con su emoción.
Y finalmente posó nuevamente su abrazadora esmeralda mirada en mí.
—Cuando tenía dieciséis años, una linda niña de respingona nariz, de curiosos y vivaces ojos castaños hizo prisionero para siempre mi corazón.
Así como tú hiciste prisionero el mío, chico engreído y sexy de broncíneo cabello alborotado y penetrante mirada verde como el jade, pensé con mi corazón latiendo a mil por hora, mientras le confesaba al mundo entero nuestra historia de amor.
—Y hoy, sin aun poderlo creer, aquella preciosa niña es mi hermosa esposa, mi Bella, mi mundo, mi vida, la persona que me enseñó el significado del amor.
Edward me sonrió de manera maravillosa con sus ojos colmados del más puro amor hacia mí, y yo como una tonta enamorada que era de mi adorable esposo, no pude más que derramar silenciosas lágrimas que rodaron libremente por mis mejillas hasta llegar a la comisura de mis labios, lágrimas que nunca más serían amargas, desde ahora solo sabrían a felicidad.
—Prometí amarte por siempre y que jamás volvería a dejarte, por eso desde hoy, me faltarán horas del día para llenar tu rostro de dulces besos y para demostrarte cuanto te amo. Te prometo amor que para siempre tendrás esos hermosos atardeceres que tanto anhelas protegida entre mis brazos. Te amo, te amo, con toda mi alma.
Hizo una pausa de unos segundos, alzó su copa y nuestra mirada cristalina se conectó sumergida en la otra, fundidas por siempre, esmeralda con chocolate.
—Quiero proponer un brindis por mi hermosa esposa. Bella, mi corazón siempre ha sido y será tuyo, ayer, hoy y por siempre.
Pronunció las últimas palabras con aquella aterciopelada voz que se coló por mis poros y avanzó abrasadora por cada centímetro de mi piel, hasta alojarse justo en el centro mi corazón.
Sin poder evitarlo mis pies cobraron vida propia mientras emocionadas lágrimas aun rodaban por mis mejillas. Me puse de pie, tenía una necesidad imperiosa de abrasarlo, de darle un profundo y sentido beso en el cual le dijera que mi corazón también sería de él, por siempre. Todo el mundo había desaparecido, para mí no existía nadie más que el.
Hipnotizada y a paso presuroso, comencé a caminar por la pista de baile hacia mi Edward, mientras aun todos los presenten brindaban. El, al ver mi reacción, dejó su copa y avanzó a paso presuroso a mi encuentro y nos fundimos en un emocionado abrazó justo en el centro.
Las luces se apagaron, una hermosa melodía comenzó a sonar y miles de lucecitas brillantes y pequeñas que tenían el aspecto de luciérnagas comenzaron a girar en torno a nosotros.
— ¿Ahora adivina el pensamiento señora Cullen? —Preguntó divertido con sus ojos brillando de felicidad, mientras comenzaba a mecernos al ritmo de la música— esa es solo una facultad mía —reprochó como siempre engreído.
— ¿Por qué? —pregunté sin entender, aturdida de estar entre sus brazos mientras me decía señora Cullen con aquella sexy voz.
—Porque era tarea de su marido invitarla para nuestro primer baile —sonrió con una sonrisa esplendorosa, con aquella que era capaz de detener el tránsito.
—Edward…—reí suspirando, derritiéndome en sus brazos girando al compás de You make me feel my love de Adele.
De pronto, nuevas luces iluminaron el techo y las cortinas de la carpa fueron totalmente cerradas y en ellas comenzaron a verse reflejadas en todas direcciones, como una hermosa y romántica película antigua, fotos de toda nuestra historia de amor.
Miles de Bellas y Edwards bailaban reflejados, juntos y felices hasta en el lustroso y vitrificado piso de la pista de baile y mi adorado esposo me cantaba adorándome, hechizándome como siempre, con su frente apoyada en la mía.
♪I could make you happy; make your dreams come true. Nothing that I wouldn't do, Go to the ends, of the Earth for you. To make you feel my love, to make you feel my love♪ (Podría hacerte feliz, y tus sueños realidad, no hay nada que no haría. Iría al fin del mundo por ti, para hacerte sentir mi amor, para hacerte sentir mi amor)
—Dilo otra vez —susurré absolutamente prendida de su profunda mirada.
— ¿Qué? —su sonrisa se ensanchó, el lo sabía, siempre sabía lo que yo quería.
—Dilo…
—Señora Cullen —ronroneó atrapando juguetonamente mis labios— señora Cullen —dijo otra vez— y yo ya no podía estar más extasiada, sentía que entre sus brazos flotaba.
—Te amo Edward.
—Como yo a ti, amor —besó mi frente y apoyé mi cabeza en su pecho para seguir meciéndonos perdidos en nuestro propio mundo hasta que el mágico momento terminó.
Después de nuestro primer baile como el señor y la señora Cullen, vino la cena.
Jugaba muy poco educadamente con mi comida en el plato haciendo como que comía. Bajo la escrutadora mirada de Edward, que con ojos de águila seguía todos mis movimientos, me comenzaba a preguntar como habíamos elegido algo tan malditamente sofisticado y nauseabundo, y en que minuto de la vida había encontrado esto exquisito, realmente ya no me sentía capaz ni siquiera de tenerlo al frente y sentía que me comenzaba a poner verde.
Edward sonrió y negó con su cabeza, le hizo una seña el maître que estaba apostado cual soldado detrás de nosotros y en un dos por tres desapareció el nauseabundo plato y apareció frente a mí, una enorme copa de helado de chocolate, con chipas de chocolate, bañado en salsa de chocolate y crema, delicioso.
— ¿Mejor? —preguntó con una mueca suficiente atravesando por sus perfectos labios.
—Si —asentí como niña pequeña y dejé un beso en su mejilla— gracias amor.
—Sabía que esto sucedería, eres una pequeña consentida —me acusó— no te acostumbres —sentenció sin ninguna convicción.
Pero la verdad, era que Edward, no se podría resistir jamás a consentirme por el resto de sus días.
La cena transcurrió tranquila, con una entretenida conversación con nuestros padres. Conversamos de nuestros bebes, de la luna de miel, cosa que obviamente no le sacaron a Edward palabra y estaban felices porque volveríamos de nuestro viaje justo dos días antes de navidad.
Cuando llegábamos al postre y yo aun me relamía los labios de mi maravillosa copa de helado de la que mi perfecto y sexy marido se había preocupado, apareció un tímido y cabizbajo Emmett junto con una muy molesta Rose.
—Perdón que los interrumpa, pero los queremos felicitar —dijo con suave y sentida voz, sus ojos celestes se veían avergonzados.
Con Edward nos pusimos de pie y cuando Emmett, lo iba abrazar Edward lo detuvo extendiéndole la mano.
Emmett la tomó con una mueca de tristeza atravesando por sus labios al ver el duro rechazo y dijo:
—Que seas muy feliz hermano te lo deseo de todo corazón, te lo mereces y perdóname por favor, te extraño —dijo esperanzado de que quizás esta vez Edward lo perdonara.
—Gracias Emmett, pero no es el momento y no tengo ganas de conversar sobre esto, a decir verdad es lo que menos me interesa ahora —contestó letal Edward convirtiendo todas sus esperanzas en polvo.
—Edward…—le reproché, tampoco era momento que se pusiera a discutir con su hermano.
— ¿Eres muy cruel sabes? Primero le quitas la posibilidad de ser tu padrino, a mi de ser una de las damas de honor y ahora esto ¿hasta cuándo continuarás enojado con nosotros Edward?
—Rose, no…—intentó decir Emmett, pero Edward lo cortó.
—Hasta que se me venga la real gana, y tú menos que nadie tienes derecho a opinar sobre esta situación, bruja instigadora.
— ¡Edward por favor, para! —Ahora lo corté yo— Gracias Rose, gracias Emmett —les agradecí sinceramente abrazándolos, Edward jamás era mal educado con nadie y esta tampoco sería la primera vez.
—Que seas muy feliz Belly, te quiero —dejó un beso en mi frente, tomó la mano de Rose que me dio una mirada triste, me susurró un silencioso te quiero y se perdieron entre los invitados.
—Bueno que son las bodas, sin algún problema de familia —dijo Edward como si nada hubiese pasado ayudándome a sentarme nuevamente.
El triste y difícil momento se desvaneció rápidamente, debido al efervescente ambiente de alegría y yo solo me quedé rogando que esta pelea, terminara más pronto que tarde.
La noche había avanzado rápidamente, y la fiesta estaba en su punto culmine. Ya había perdido la cuenta de con cuantas personas había bailado y Edward me había rescatado como el celoso cavernícola que era, como siempre, no queriéndome compartir con nadie y a decir verdad, si hubiese reparado por un segundo en que la novia era el centro de atención de la fiesta, juro que hubiese convencido a Edward no sé cómo, de que nos casáramos los dos solos en Las Vegas aunque su enfurruñamiento hubiese durado de por vida.
No alcanzaba a bailar más de dos canciones con la misma persona cuando mi Edward aparecía hermoso y celoso del mismísimo Olimpo para rescatarme y traernos de vuelta por unos minutos a nuestro paraíso personal, donde nos perdíamos bailando en los brazos del otro como si nada más existiese alrededor de nosotros.
Cada vez que hacía acto de presencia me daba la impresión de que su pelo estaba cada vez mas alborotado, de seguro por sus celos cavernícolas se lo jalaba incesantemente, lo que lo hacía verse mortalmente sexy y más con la pajarita desarmada colgando por el cuello de la camisa que estaba desabrochada, dándole un aire salvaje y desenfrenado.
El hermoso y blanco pastel de seis pisos, también adornado con rosas rojas, ya lo habíamos cortado, bajo la atenta mirada de todos los invitados y millones de nuevos flashes nos segaron cuando nos dimos de comer el uno al otro. La liga Edward ya me la había sacado y el poseedor de aquel trofeo cuando Edward la lanzó a los hombres solteros, fue nada más y menos que Riley, que le dio de lleno en su cara para caer justo en sus manos.
El espectáculo que habíamos dado, creo que la remilgada sociedad de Boston jamás lo olvidaría.
Edward mortalmente furioso porque no quería que nadie me viera las piernas, reclamando, haciéndole honor a su apodo de “celoso cavernícola”, alegaba que le pertenecían a él y que nadie le vería las piernas a su mujer. Prácticamente se quedó a vivir bajo mi vestido intentando taparme con su cuerpo para que nadie me viera y yo estaba roja como un tomate.
Si a eso le sumamos que, primero respiró cerca de mi intimidad incitándome, luego la atrapó rozando mi pierna con sus dientes y después la bajó lentamente por mi pierna dando mordelones besos, acariciando con sus labios y dientes toda su extensión por su interior, casi me mata de excitación. Luchaba con todas mis fuerzas mordiéndome mi labio inferior de no poner los ojos en blanco, debido a aquel roce lujurioso y sugerente que me transportaba directamente al nirvana.
—Es hora de irnos —señaló Edward pasando sus manos alrededor de mi cintura entrelazándolas en mi espalda baja, dejando un beso nada casto en mi cuello, interrumpiendo un nuevo baile, menos mal que esta vez bailaba con su padre.
Carlisle sonrió al ver a su posesivo hijo y se retiró discretamente sin decir una palabra.
— ¿Ahora? —pregunté pasando mis manos por su cuello, para comenzar a bailar con él, a nuestro propio ritmo sin prestarle mucha atención a la música solo al sublime roce de nuestros cuerpos.
—Vámonos, no aguanto un segundo más, que me continúen robando a mi mujer. Además, aun tengo otra sorpresa que darte y ya quiero tenerte solo para mi, toda, por completo, desde este mismo instante —ronroneó posesivo en mis labios, tomando con ambas manos un puñado de género de mi vestido atrayéndome más hacia él y atrapar mis labios en un beso voraz.
Beso al cual me entregué con cuerpo y alma ya que me sentía exactamente igual que Edward. No importaba cuanta gente hubiese a nuestro alrededor y que quizás nuestros besos comenzaran a tener una connotación algo más que cariñosa, yo también necesitaba a Edward solo para mi, tampoco lo quería compartir con nadie más.
Lentamente fuimos terminando el beso del cual terminamos los dos absolutamente embriagados, Edward me dio una mirada cómplice y sin preguntar ni decir nada mas, entrelazó nuestras manos y caminó con paso decidido hasta nuestros padres, hacia donde estaban bailando los cuatros juntos en la pista de baile.
Nos despedimos entre cariñosos abrazos y miles de “cuídense” “pásenlo bien” “quiero millones de fotos de la luna de miel” “cuida a mi niña y a mis nietos” y mil quinientas recomendaciones más, como si no estuviésemos lo suficientemente grandes ya.
Sugerencias para las Edward y yo rodamos las mismas mil quinientas veces los ojos. Era totalmente absurdo, si había algo que Edward no tenía y no lo sería jamás era ser irresponsable, tanto que hasta a veces agotaba que quisiera tenerlo todo controlado y que todo lo hiciese absolutamente perfecto.
Y emprendimos camino a nuestra noche de bodas.
Cuando salimos de la carpa, un túnel de personas nos esperaba a la salida, y una lluvia de arroz y bendiciones nos recibió bajo el manto de una noche estrellada y una luna plateada. Mas despedidas, abrazos, caras sonrientes, aplausos y alguna que otra broma nada casta se escuchó a viva voz.
Al final de la hilera de personas estaba nuestra querida amiga Alice.
—No te puedes ir sin tirar el ramo —apuntó dulce, con sus ojos nostálgicos y brillantes, con una de sus pequeñas manos me lo extendió.
No alcancé a tomarlo cuando ya tenía un batallón de mujeres detrás peleando por ubicarse en un mejor lugar y en primera fila, Angie, Charlotte, Lilian y Rose. Sonreí al verlas en sus posiciones listas para el ataque, si hasta pude imaginarlas con su armadura de guerra, presta para el combate.
Tomé vuelo con mis brazos y Alice canturreó, entre gritos excitados y expectantes…
— ¡A la una!... ¡A las dos!... ¡Y a las!… ¡tres!… —y mi ramo voló por los aires…
Una multitud de brazos se alzaron hacia el cielo, en una lluvia de empujones, tirones de pelo, y nada bonitas exclamaciones, pero solo uno fue el ganador, Rose. Nos miramos cómplices con aquella mirada que te lo dices todo sin decir ninguna palabra, y un beso al aire le lancé a mi amiga, cuando la multitud de enfurruñadas mujeres se dispersó.
—Está todo listo Edward —anunció Alice aun con aquella mirada brillante y nostálgica estampada en sus ojos.
—Gracias Tink, por todo… —su aterciopelada voz sonó cargada de emoción y la abrazó estrechándola fuerte hacia él, a lo que Alice correspondió pasando sus brazos por su cintura, cerrando sus ojos muy apretados.
—Te dije que todo saldría bien… —susurró y soltó una pequeña y musical risa—serán muy felices, los adoro —estiró uno de sus delgados brazos para acercarme hasta ellos y nos fundimos los tres en un sentido abrazo, ambas dos rodeadas por los largos brazos de Edward.
Alice besó mi mejilla, se pudo de puntas de pies para besar la de Edward y se fue con su andar de bailarina en dirección a la fiesta. Justo cuando iba a entrar a la carpa se dio vuelta y gritó.
— ¡Y no me compres regalos Edward Cullen! porque ya sé que eso es lo que ahora mismo estás pensando —esbozó una amplia y soñadora sonrisa— ¡gracias por elegirme como una de las madrinas de uno de tus dos minis mis!… —soltó una alegre carcajada y volteó nuevamente y se fue saltando feliz hacia dentro de la fiesta.
—Minis Bellas —masculló enfurruñado entre dientes lo que me hizo sonreír.
—No se enoje “doctor Malito” —dije tomando su rostro con ambas manos jugando con él— ¿Le dijiste algo a Alice? —pregunté curiosa, ya que el tema de los padrinos de los bebés era un tema que apenas habías conversado y tampoco le habíamos dicho a nadie, pero de lo que si estábamos cien por ciento seguros que uno de ellos sería Alice.
—No nada, pero ya sabes cómo es “madame Alice” —negó con la cabeza resignado quitándose la chaqueta y me la puso como si fuera una niña pequeña— vamos amor, que se está poniendo muy helado y no quiero que te enfermes, además quiero demostrarte lo que este “doctor malito” es capaz de hacer —una sonrisa suficiente atravesó por sus labios ¿Qué sería lo que pensaría?
Me abrazó por la cintura y comenzamos a caminar por entre medio de las antorchas. Cuando pensé que iríamos en dirección al camino que llevaba a Boston a pasar nuestra noche de bodas donde fuera que Edward la hubiese planeado, pasó todo lo contrario, comenzamos a rodear la carpa por un nuevo camino de antorchas que no había visto cuando había llegado, hacia el otro extremo del prado.
Pero no alcancé a ver nada más, porque Edward soltó mi cintura y se puso detrás de mí, y tapó mis ojos con sus grandes manos.
— ¡Edward!…
—Shhh… —me calló tiernamente— tranquila amor, créeme, esto es absolutamente necesario para poder darte tu otra sorpresa.
Cuando iba a replicar…
—Y no dejaré que te caigas —sentenció con voz dulce y segura.
Caminamos lentamente por unos minutos guiados por un cuidadoso Edward, no sabría decir cuántos, pero no fue un tramo excesivamente largo. Mi corazón palpitaba impaciente en mi pecho, curioso, mis sentidos estaban totalmente agudizados al tener cubierta la vista, podía sentir la leve brisa de mar acariciar mi rostro, oír el romper de las olas en las rocas y el viento meciendo las copas de los árboles, mientras pensaba que cosa me tendría preparada, si ya después de este día que me había regalado, al igual que el paseo en globo que dimos meses atrás, nada lo superaría.
¿Será que me llevará a dar una vuelta en globo otra vez? ¿A esta hora? Mi corazón latió aun más desbocado tan solo pensarlo.
Hasta que de pronto nos detuvimos…
— ¿Lista? —preguntó con voz suave y emocionada.
—Sí.
—Abre los ojos gatito —y sacó sus manos de mis ojos.
Me costó unos segundos enfocar mi vista debido a la suave presión que ejerció sobre mis ojos, hasta que la vi…
Ahí frente a mis ojos había una cabaña que parecía salida de un cuento de hadas. Era de una planta, dividida en tres secciones cada una coronda por un alto techo a dos aguas revestido de pequeñas tejitas verdes. Sus ventanales franceses amplios y blancos, de semicircular dintel cada uno separado entre sí por pilares revestidos en piedra, una romántica puerta doble de madera en la sección de al medio te invitaba a que entraras.
La irreal casita tenuemente iluminada estaba enclavada en una de las laderas del prado, rodeada de inmensos arboles con una vista espectacular hacia al prado y el mar.
La miré por unos instantes ensimismada sin entender muy bien, hasta que lo recordé…
“Lo tendrás para siempre amor, para siempre”
“Te prometo amor, que para siempre tendrás esos hermosos atardeceres que tanto anhelas protegida entre mis brazos. Te amo, te amo, con toda mi alma”
Mis piernas temblaron haciéndome perder el equilibrio de la impresión, el aire se atascó en mis pulmones y juro que mi corazón se detuvo por unos segundos, al darme cuenta de lo que estaba sucediendo y si no fuera por mi Edward que rodeó mi cintura con unos de sus brazos me doy de lleno con la cara en el piso.
¡Dios no podía ser cierto! ¿Qué locura había cometido mi adorable Edward?
— ¿Te gusta? —preguntó ilusionado mirándome con sus ojos brillando como dos resplandecientes estrellas.
—Edward…tú…tú… —balbuceé apenas, mientras dos incontenibles y gruesas lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas— estás loco Edward…esto es…es…—ni siquiera podía encontrar las palabras correctas para describirlo.
—Es tuyo… —afirmó tiernamente acunando mi rostro con ambas manos secando mis lágrimas con sus pulgares— nuestro…no llores amor —me pidió poniendo su rostro a mi altura para mirarme directo a los ojos y besar dulcemente mis labios.
—Es que Edward, esto…esto… sobrepasa los límites de todo, no…no… me puedes regalar…—ni siquiera me atrevía a decirlo— regalar… el prado, te tiene que haber cos…—intenté hablar con palabras atropelladas entre mis sollozos, pero al ver el curso para donde iban, inmediatamente me cortó poniendo un dedo en mis labios.
—Shhh…nada, absolutamente nada vale más para mí, que ver sonreír tu dulce rostro de princesa, ver brillar tus ojos de gatito curioso, y tenerte aquí protegida entre mis brazos amándote para siempre, contemplándote como tus hermosos ojos castaños se pierden en aquellos atardeceres que tanto amas —me estrechó fuerte hacia él, y no pude más que rendirme descansando mis manos y mi cabeza en su fornido pecho mientras nuevas lágrimas de felicidad bajan por mis mejillas sin control.
—Yo no tengo nada para darte… —musité suspirando triste.
—Mírame Bella —me ordenó suave— todo, todo me lo das…el solo hecho de existas y me ames, para mi es más que suficiente, más que suficiente amor.
¡Oh, Dios! uno de estos días este hombre me matará de tanto amor…
Me sonrió con aquella sonrisa torcida que hacía perder todos mis sentidos mostrándome todos sus perfectos y relucientes dientes y sin previo aviso me tomó en brazos cargándome como a una novia y dijo:
—Ahora señora Cullen ¿Nos hace el honor? —preguntó caminando hacia la puerta conmigo en sus brazos hacia la puerta para que la abriera.
Edward se inclinó un poco para que la alcanzara, estiré uno de mis brazos y mi mano temblorosa tomó la manilla de la puerta, la giré y lentamente la abrí.
Con mi corazón latiendo sin darme tregua dentro de mi pecho y aun pareciéndome estar inserta dentro de un sueño con mi vista la recorrí, intentado empaparme de todos sus delicados detalles.
Entramos a un pequeño y lindo vestíbulo que estaba iluminado solo por la luz de unas grandes velas color crema, que estaban puestas arriba de la mesa de recibidor de caoba madera. Un gran espejo de cristal biselado con marco del mismo color colgado arriba de esta. Dos grandes, altos y ocres jarrones adornados con rosas rojas, flanqueaban cada lado el arrimo. Las paredes eran revestidas de piedra, hacia nuestra derecha una puerta doble francesa y hacia nuestra izquierda un pasillo. El piso era de una elegante, lustrosa y vitrifica madera que estaba lleno de pétalos de rosas.
Edward me dejó delicadamente en el piso, tomó mi mano, me sonrió y juntos la comenzamos a recorrer primero en dirección hacia la puerta francesa.
Al abrir la puerta la atmósfera era romántica e irreal, también habían muchísimas velas encendidas por doquier y el piso también esta esparcido con pétalos de rosas.
La estancia que se presentaba frente a nosotros tenía techos altos con vigas a la vista y los enormes ventanales nos brindaban una espectacular vista del prado y el mar iluminados por la luna llena. El living y el comedor estaban separados por un pequeño desnivel que hacía cada espacio independiente uno de otro.
En el comedor había una mesa rectangular estilo vintage con seis sillas tapizadas de un furioso rojo, del techo colgaba una romántica e intrincada lámpara de lágrimas. Arriba de la mesa nos esperaba champagne helado, todo tipo de frutas y chocolates.
En el living había un cómodo sofá de tres cuerpos de color crema acompañado a sus lados de dos sillones individuales, y una mesa de centro entre ellos. El sofá enfrentaba a una encendida chimenea de piedra donde en su encimera estaba lleno de marcos de fotos de nosotros. Una mullida alfombra de largo pelo color blanco debajo de los muebles y grandes cojines multicolores en el piso justo enfrente de la chimenea.
En una de las esquinas del comedor estaba la puerta que llevaba a la cocina que era de justo y perfecto tamaño, decorada con muebles de madera nativa y una pequeña isla en su centro de negro mármol.
Mientras recorría la cabaña sentía que flotaba, como si yo no fuese la que estuviese viviendo este momento, era como si estuviese inserta en uno de los capítulos de Extreme Makeover home edition. Nuevas lágrimas caían por mis ojos y mientras me abrazaba a Edward agradeciéndole sin parar, me comenzaba a preguntar ¿Habría en este mundo algo imposible para Edward? ¡Dios su tenacidad era realmente impresionante!
Devolvimos el camino, atravesamos el vestíbulo para caminar por el pasillo que llevaba a nuestro cuarto.
Nuestra habitación era de ensueño. Al igual que el resto de la casa parecía no tener paredes solo inmensos ventanales con vista hacia el mar y el claro, la luz que la alumbraba también era provista solo por una impresionante cantidad de velas. Una gran y romántica cama de blanco y vaporoso dosel estaba justo en el medio acompañada a cada lado también de mesitas de noche estilo vintage, su cobertor también era blanco y arriba de esta habían muchísimos cojines de todos los portes y formas. A los pies de la cama un banquillo tapizado de blanco y celestes flores y una mesa redonda con dos sillas con el mismo tapiz puesta estratégicamente en una de las esquinas para tomar desayuno.
La chimenea también estaba encendida haciendo el ambiente cálido, acogedor y perfecto.
Y por último el vestidor y el baño. El vestidor era justo para dos personas cuadrado revestido totalmente de muebles de madera color crudo, dónde nos esperaba colgada y perfectamente estirada nuestra ropa de mañana Alice pensé sin poderlo evitar. El baño tenía elegante azulejos de piso azul y sus murallas también eran solo ventanas, una gran bañera de forma rectangular apostada en una de sus esquinas, un mueble del lavado de cristal para dos y un enorme espejo de marco dorado empotrado de muralla a muralla detrás de este.
— ¿Estás cansada princesa? —preguntó tiernamente mi Edward cuando entramos a nuestra habitación nuevamente.
—Algo, pero no mucho la verdad —contesté sinceramente, la verdad eran tantas las emociones vividas este día, que sentía aun la adrenalina recorrer por mis venas.
Era como si todo el día hubiese estado arriba de la montaña rusa y no me lograra bajar aun.
— ¡Qué bien! —Exclamó sonriendo, con una sonrisa coqueta bailando por sus labios— porque la noche aun no comienza para nosotros amor —anunció persuasivo, sentándome en el banco que estaba a los pies de la cama para quitar delicadamente mis zapatos, después me quitó su chaqueta y luego quitó los suyos.
Nos fuimos nuevamente al living donde esperaba a Edward mirando las fotos que estaban encima de la chimenea, mientras el descorchaba el champagne.
—Todo el día he esperado por este momento —susurró seductor en mi oído exhalando su aliento, rodeó mi cuello una de sus grandes manos deslizándola posesivo con la palma abierta por toda su extensión hasta llegar a mi hombro, el cual atrapó con sus dientes suavemente, provocando que un latigazo de placentera excitación recorriera mis venas hasta alojarse en la parte más íntima y profunda de mi interior.
Me giré para enfrentarlo. Las ardientes llamas se reflejaron en su abrasadora mirada que me adoraba. Me extendió una copa de rosado champagne y esta vez acarició el contorno de mi rostro dulcemente. Alcé ambas cejas mirando la copa sin entender.
—Solo una —sonrió comprendiendo mi duda— Annie dijo que te daba permiso solo por esta noche —acarició mis labios con los suyos en un suave roce, atrapó mí labio inferior y lentamente se fue separando de mí, hasta que lo soltó.
Tomé la copa y brindamos juntos.
—Por la mujer más maravillosa de este mundo, mi esposa, mi Bella —susurró tierno, chocó la copa con la mía provocando un melodioso tintineo.
—Te amo Edward, yo aun estoy sin palabras, yo soy tan feliz, yo… —le hablé desde lo más profundo de mi alma, pero la emoción no permitía que me salieran las palabras y nuevas lágrimas de felicidad inundaron mis ojos.
—No llores gatito, solo comencemos a disfrutar nuestra vida, comienza a disfrutar de este hermoso lugar que es tuyo, nuestro…
Bebimos el champagne, sentados al calor de la chimenea que estaba en la sala, comenzando lentamente así el juego de la seducción. Esta noche no había prisas, ahora teníamos toda la vida por delante para amarnos Edward y yo.
El burbujeante líquido me producía cosquillas y mezclado con el sabor de las fresas y los besos de Edward era un cóctel de lo más excitante, adictivo. Edward me daba de comer sujetando las fresas con sus dientes y yo hechizada mordía la otra mitad, para después fundirnos en apasionados, mordelones y juguetones besos.
Lentamente el champagne se fue acabando así como nuestros besos y caricias se comenzaron a hacer un poco más candentes y sugerentes.
—Voy a amar hasta el más recóndito centímetro de tu piel, quiero perderme esta noche un millón de veces en tu estrecha calidez —gruñó suavemente volviendo a enredar su lengua con la mía.
¡Madre santa! Como me volvía loca cuando me hacía todas aquellas promesas lujuriosas, tanto que enterré aun mas mis dedos en su alborotado cabello atrayéndolo más hacia mí provocando que Edward soltara una sonrisa en mis labios.
—Después de que te haga el amor, voy a lavar devotamente cada parte de tu hermoso cuerpo, y luego te haré el amor nuevamente, lento y profundo. Quiero que sientas suavemente la placentera sensación de tenerme dentro, y mientras lo hago, quiero que repitas una y otra vez mi nombre —acarició mi mandíbula con su nariz inspirando mi perfume hasta llegar al lóbulo de mi oreja el cual lamió y luego atrapó con sus dientes.
¡Ay dios! ¡Qué hombre sexy! Si hazlo, por favor, por favor…
Y así, como él me lo pidió, con la voluntad abandonando mi cuerpo y elevándose hasta el cielo, susurré su nombre en gemido necesitado y ardiente cerrando mis ojos, echando mi cabeza hacia atrás entregándome a sus caricias.
—Edward…
—Bella…—pronunció mi nombre con estremecedor fervor.
En un rápido movimiento se puso de pie conmigo en sus brazos y se fue caminando conmigo hasta el cuarto. El olor a vainilla y a rosas era la atmósfera del romántico ambiente solo iluminado por la tenue y titilante la luz de la velas.
Me depositó en el piso con cuidado y no me soltó hasta que sintió que mis pies estaban firmes en el suelo, dejó un beso en mi frente y como un felino acechando a su presa me rodeó lentamente hasta quedar a mi espalda.
Sus largos dedos se enterraron en mi cabello, masajearon mi cabeza y lentamente comenzó a sacar las horquillas que sujetaban mi peinado, cariñosamente con sumo cuidado, sin tirar ni la más mínima hebra de cabello. Una a una fueron cayendo al piso y cuando mi cabellera estuvieron libre de ellas, desató las trenzas que se unían atrás de mi cabeza y peino mi cabello con sus largos dedos con total y absoluta contemplación.
Cuando terminó su amorosa tarea, tomó mi pelo y lo acomodó en mi hombro derecho, dejando un húmedo y dulce beso en mi nuca.
—Hmm… estos botones…—suspiró pesado— ¿Qué hacer con esta inmensa cantidad de botones? —preguntó con una promesa cargada de erotismo rodeando abrasadoramente mi cintura con una de sus grandes manos y pegando mi espalda a su pecho— prometí castigarte por esta cantidad de botones que lo único que me provoca es querer arrancarlo de tu glorioso cuerpo, para después comérmelo a besos— la mano que tenía en mi vientre subió lentamente acarició uno de mis pechos abarcándolo por completo con su mano y siguió su camino hasta llegar a mi mandíbula, la cual tomó con suavidad y giró mi rostro para darme un apasionado beso mientras con su otra mano con un dedo rozó desde mi nuca bajando por mi columna lentamente recorrió todo el camino de los botones hasta llegar a mi espalda baja haciendo que se erizaran todos los vellos de mi piel y un abrazador calor recorriera todas mis terminaciones nerviosas hasta alojarse en un estremecedor y placentero espasmo, provocando que soltara un incontrolable gemido, como si pudiera sentir sus largos dedos explorando sin compasión mi intimidad.
¡Dios como con un simple roce podía provocarme todo eso!
Sus labios dejaron mis labios, bajó por mi mentón dejando un camino de húmedos besos rodeando mi cuello hasta llegar al primer botón de mi vestido. Lo desabotonó rozando con la yema de sus dedos mi piel, luego otro y otro y por cada botón que desabrochaba un húmedo beso cargado de pasión y lujuria, indicio de lo que vendría dejaba sobre mi columna con su amoroso castigo, dibujando así un tatuaje de, labios, lamidas y excitantes y suaves mordidas, que se gravaban como el más puro y abrasador fuego en mi piel.
—Perfecta, tienes una piel tan hermosa amor…—ronroneó con fervor, colando ambas manos por dentro de mi vestido una vez que estuvo completamente desabotonado.
Posesivas y ardientes recorrieron toda mi espalda con su lengua lamiendo toda mi columna vertebral hasta llegar a mis hombros y lentamente lo fue bajando por mis brazos hasta que cayó por completo haciendo un ruido sordo y seco en el piso dejándome en mi blanco, pequeño y casto conjunto de ropa interior de encaje.
—Pecaminosamente virginal, pecaminosamente sexy —gruñó seductor en mi oído pegando su excitada anatomía a mía, tomándome de mis caderas haciéndome soltar un jadeo.
Sus largos dedos se deslizaron expertos por mis ligas y con dedos ágiles las desenganchó de mis medias de seda. Sonreí al adivinar cuáles eran sus intenciones, pero yo también me moría por tocar por acariciar su delgada musculatura, por recorrer cada curva de su ser, por enterrar mis dedos en su sedosa piel.
Juguetonamente me di la vuelta y me alejé de él caminando hacia atrás.
—Esta con mucha ropa aun señor Cullen —señalé dándole una provocativa y coqueta mirada, mordiéndome el labio inferior sabiendo que eso lo volvería loco.
— ¿Me está provocando señora Cullen? —preguntó acortando la distancia que nos separaba a pasos provocativos, siguiéndome el juego.
— ¿Yo? —contesté aun caminando hacia atrás.
—Sí, usted.
—No…—dije inocentemente.
—Ya verás pequeño y sexy demonio —amenazó divertido caminado hacia a mí a toda velocidad.
Por más que traté de escapar por todo el cuarto, obviamente no pude, Edward me cogió de la cintura y me llevó volando por los aires mientras yo gritaba como una loca riendo a carcajadas.
— ¡Edward bájame! —reí con más ganas cuando caímos suavemente juntos arriba de la cama.
Nos quedamos mirando fijamente, perdidos en la mirada del otro, jadeando en la boca del otro, intentando normalizar nuestra respiración. Edward acarició mi rostro dulcemente y susurró con su aterciopelada voz.
—Te amo tanto Bella, tanto, no imaginas cuanto…—pronunció las palabras con infinito amor y luego me besó. Nuestros labios se fundieron en un profundo y apasionado beso, colmado de amor, donde nuestras lenguas se acariciaban en una dulce y demandante danza, entrelazándose, buscándose necesitadas de perderse en el adictivo placer de aquel maravilloso roce.
Mis manos viajaron hasta los botones de su camisa necesitaba sentir su piel contra mi piel. Una vez que la tuve completamente abierta con ambas manos tiré la suave tela para sacarla de dentro del pantalón y avariciosas se colaron para explorar aquel marmóreo torso esculpido por la misma mano de Dios.
Dibujé todos los músculos de su abdomen, delineé con los dedos aquella perfecta V que apuntaba el camino hacia gloria, luego lentamente fui subiendo para acariciar su pecho enterrando mis dedos en aquel ligero y sensual vello que lo cubría, que lo hacía verse aun más sexy si es que se podía. Recorrí sus clavículas con un suave roce hasta llegar a sus fuertes hombros, necesita sacar su camisa, quería recorrer con mis manos cada músculo, cada centímetro de piel de aquella espalda que me volvía absolutamente loca, tan solo un segundo de imaginarla arremetiendo hacia mí en una perfecta y sublime tensión.
Edward a su vez me fue adorando con lenta contemplación. Sentía sus manos por todo mi cuerpo, sus caricias eran suaves e incitantes, pero sin llegar a tocar ningún lugar en específico realmente y aquello me estaba haciendo perder la cabeza. Tocaba, pero sin tocar, entregado a aquella tarea amorosa y perfecta donde lentamente me fue amando. Me daba la impresión que estaba esperando que estuviésemos los dos, en las mismas condiciones.
Sin despegar nuestros labios fui empujando su camisa por sus brazos, acaricié sus bíceps, sus ante brazos, hasta llegar a sus muñecas, donde algo me detuvo. Edward soltó un gruñido de frustración, yo tampoco quería dejar de besar sus labios.
Se puso de rodillas en la cama dándome una espectacular vista de su irreal humanidad.
Su camisa abierta dejaba ver parte de su esculpido cuerpo, los pantalones a las caderas dejando ver parte de su camino de la felicidad y su bóxer. El cabello mas alborotado aun, sus mejillas algo sonrojadas, labios entre abiertos, húmedos y turgentes y sus ojos brillando en la más pura ardiente de las de lujurias.
Me puse de rodillas frente a él y tomé sus grandes manos entre las mías cuando vi lo que iba hacer.
—Yo quiero hacerlo amor —lo detuve cariñosamente cuando vi que comenzaba a quitar los gemelos de los puños de su camisa.
Quité uno a uno, lo besé en las palmas de sus manos y en sus muñecas y luego dejé los gemelos en la mesa de noche. Nuevamente retomé mi tarea y comencé a deslizar su camisa por sus brazos hasta que finalmente, se la quite por completo y fue a dar hasta el piso para hacerle compañía a mi vestido
Nuevamente nos quedamos mirando a los ojos y esta vez con algo de más urgencia juntamos nuestros labios en un beso necesitado y ardiente. Pasé mis manos por debajo de sus brazos para acariciar su espalda y Edward dejó mis labios haciendo un camino de enardecidos besos por mi cuello hasta llegar al monte de mis pechos que sobresalía de la ropa interior mordisqueando y succionando suavemente.
Una de sus manos recorrió mi espalda bajando ardiente, posesiva y presurosa hasta agarrar una de mis nalgas, amasándola enterrándole los dedos pegándome hacia él, para comenzar a rozar mi intimidad con la de él. La otra como siempre experta, desabrochó mi brasier de maneja magistral liberando mis pechos que esperaban erectos por aquellos licenciosos y calientes besos.
Con su boca tomó uno de mis pezones y lo succionó haciendo un ruido exquisito de completo deleite que avanzó abrasador por mi interior hasta convertirse en una punzada de placentero dolor en mi intimidad, haciendo que humedeciera mis bragas aun más.
Lo comenzaba a necesitar con locura por lo que sin ningún reparo y en un gesto más bien demandante acaricié su enorme y dura erección por encima de la tela y después me presté para comenzar a quitar su pantalón.
—Te quiero dentro de mi Edward… —gemí en su oído enterrando mis dedos en su cabello, mientras él le daba atención a mi otro pecho con su lengua y yo comenzaba a bajar sus pantalones junto con su bóxer, provocando que Edward soltará un sexy gruñido y atrapará mi pezón con sus dientes.
Se separó nuevamente de mí para ayudarme con la tarea de quitar sus ropas y cuando quedó totalmente desnudo y expuesto frente a mí, me recosté en la cama invitándolo que viniera por mí con una sensual mirada.
¡Madre santa! ¿Puede haber en esta vida algo más, perfecto y hermoso?
Se arrodilló frente a mí y cariñosamente separó mis piernas posicionándose entre ellas. Tomó mi ligero y lo deslizó lentamente mis piernas y por algún lugar de cuarto lo lanzó. Luego quitó cada una de mis blancas medias acariciando con sus largos dedos toda su extensión. Besó cada uno de mis pies con absoluta devoción cuando terminó.
Sin soltar mi pie derecho comenzó a lamer con su lengua suave y cálida desde mi tobillo, por el interior de mi pierna, subiendo por el muslo hasta llegar a mi intimidad donde lamió por sobre la ropa interior.
—Edward, por favor —supliqué.
El juego de la seducción había sido muy largo, necesitaba que me hiciera el amor por sobre todas las cosas.
—Estás tan húmeda —susurró haciendo a un lado la ropa interior con sus dedos y su lengua se abrió camino explorando mis pliegues— exquisita como siempre —ronroneó pasando su lengua por mi entrada y fue subiendo hasta llegar a mi clítoris el cual lamió y luego atrapó con los dientes tirándolo suavemente.
— ¡Oh Dios! —Escapó de mis labios— Edward —supliqué llamándolo otra vez.
Levantó su rostro y me sonrió seductor para continuar ascendiendo por mi cuerpo.
Se detuvo unos minutos en mi vientre dejando millones de amorosos y tiernos besos que me provocaban cosquillas y yo no pude más que acariciar su cabello dulcemente, era tan tierno mi Edward. Pero bajó ese halo de ternura aun estaba su mirada oscurecida de incontenible e irrefrenable pasión. Retomó su camino le dio atención a ambos pechos hasta que estuvo completamente encima de mí rozando su erección contra mi centro, sin dejar que soportara ni el más ínfimo gramo de su peso.
Me dio un casto y húmedo beso, me miró a los ojos profundamente y luego sonrió travieso cuando sentí que una de sus manos acariciaba mis caderas de manera licenciosa y luego sin avisar y de improviso agarró mis bragas y me las arrancó de un tirón.
¡Dios que hombre!
—Yo tampoco aguanto un segundo más sin hacerte el amor —pronunció las palabras ardientes encima de mis labios, besó mis ojos, besó mi frente tiernamente por algunos segundos mientras poco a poco se iba acomodando en mi entrada y lenta y suavemente se fue introduciendo en mi interior.
—Edward —gemí trastornada de placer cuando lo sentí completamente dentro, llenándome, conquistándome.
Y así la danza más antigua y perfecta de erótico amor comenzó. Nuestras caderas se encontraban en perfecta sincronía, siendo la banda sonora de la habitación el sublime encuentro de nuestros cuerpos. Por cada profunda y suave arremetida, era un suspiro, un jadeo, un aliento contenido para después soltar incontrolables y acalorados gemidos, un simple, pero devastador te amo.
—Bella —jadeaba en mis labios sin dejar de besarlos— mi Bella, mía, al fin mía, mía —repetía vehemente con cada suave y profunda embestida, acariciando mi rostro.
—Edward… Edward…—pronunciaba su nombre sin control, perdiéndome, yendo hasta el cielo junto al amor mi vida.
Me abracé a él, con piernas y brazos como si en aquel abrazo se me fuera la vida y lo estreché fuerte hacia mí, suplicándole en su oído por más. Necesitaba más de él, de su cuerpo entrelazado con el mío, de su pasión, quería que me enloqueciera de amor.
Poco a poco el vaivén de nuestros cuerpos comenzó a hacerse más urgente, mas febril. Edward se apoyó en sus manos para mirarme directo a mi ojos. Pequeñas gotas de sudor caían por su fruncida frente, su rostro en una hermosa y pecaminosa mueca de carnal placer, llamas flameando en sus verdes ojos, mientras observaba mi cuerpo como se estremecía de placer con cada fogosa y certera embestida.
—Te amo… —jadeó besando nuevamente mis labios y apoyó su frente sobre la mía.
La sublime y maravillosa sensación de hacer el amor sabiendo que al fin estaríamos juntos para siempre, nos catapultó al cielo y nos llevó mucho más allá. Dejando desnudas nuestras almas como ofrenda hacia el otro, caímos en el abismo del placer, y una devastadora sensación nos envolvió, con la que llegamos al paraíso, el paraíso que solo puedes encontrar cuando amas con todo el corazón.
—Te amo Edward, te amo mi amor —le dije tomando su rostro de ángel con ambas manos y besé dulcemente sus labios, mientras Edward continuaba moviéndose lentamente en mi interior para absorber los últimos latigazos de placer.
—Mi Bella, mía —susurró en mis labios dejándose de mover frotando su nariz con la mía.
Así nos quedamos abrazados, con nuestros cuerpos sudorosos y extasiados de tanto amor, dándonos pequeños besos y amorosas caricias, intentado normalizar nuestra respiración, el enloquecido latir de nuestro corazón.
Luego de eso todo fue amor y más pasión. Edward tal y como lo prometió, lavó cada parte de mi cuerpo con devoción e infinita dulzura en un relajante y exquisito baño de burbujas, donde terminamos nuevamente haciendo el amor abrazados, prácticamente sin separar ningún centímetro mi piel de su piel.
La noche avanzó en la penumbra de las velas y el olor a vainilla hasta que pronto nos saludó el amanecer. Perdida en el embriagador perfume de su cuerpo y en el calor de sus brazos, me fui quedando dormida en un vaporoso y rosado sueño en el que mañana, quién sabe dónde estaría, pero de lo que si estaba completamente segura, es que comenzaría el primer día del resto de mi vida y mientras fuera junto a Edward cada experiencia sería simplemente maravillosa. * * * Los rayos del sol despuntaban por todo lo alto cuando abrí mis ojos y aquellos se encontraron con una maravillosa vista, mi Edward tendido de lado absolutamente desnudo, contemplándome mientras dormía. Repasé con mis ojos aquel templo del pecado e inevitablemente imágenes de la noche anterior vinieron a mi mente que me hicieron estremecer del más puro e incontenible placer.
—Buenos días señora Cullen ¿Le gusta lo que ve? —preguntó seductor al ver que lo estaba observando descaradamente.
—Buenos días señor Cullen, sí, me gusta, y mucho —contesté sonriendo, centrando toda mi atención en una sola parte de su anatomía, que también parecía que me daba más que feliz los buenos días.
Me estiré como un gato para alcanzar sus labios y con mis dos manos puestas en su pecho lo empujé para que quedara recostado de espaldas y me senté a horcajadas sobre él.
—Ahora señor Cullen —erguí mi torso y tomé sus dos manos entrelazando sus dedos con los míos— lo primero que hará hoy son sus deberes de buen esposo, por lo me hará en este mismo instante el amor —ordené divertida comenzando a restregar mi intimidad por la erecta longitud de la suya.
Edward cerró sus ojos unos segundos entregándose a la deliciosa fricción y de pronto los abrió, letales, oscurecidos de la mas pecaminosas de las lujurias, como su hubiese despertado un ser salvaje que habitaba en su interior.
—Usted lo pidió señora Cullen y yo estoy hecho para cumplir sus órdenes —gruñó expeliendo fuego en sus palabras levantó su torso y me rodeó con ambos brazos pegando su pecho con mi pecho, dejándome prisionera dentro de ellos.
Sus labios atraparon los míos en un beso apasionado y mordelón, su lengua reclamaba demandante la mía y mi voluntad nuevamente se convertía en polvo, al besarme de aquella manera que debería estar absolutamente prohibida para las locas enamoradas perdidas como yo. Edward otra vez haría conmigo lo que quisiera. ¿Y ahora te quejas? Me regañó la voz de mi conciencia ¡Ay madre santa había despertado al dios del sexo Cullen!
En un rápido movimiento me echó hacia atrás y me tumbó de espaldas y ahora estaba sobre mí, tomando el control absoluto de todos mis sentidos.
—Primero que todo, te voy hacer el amor con mi lengua, voy a lamer todo tu cuerpo, voy a saborearte entera —promesa descarada y carnal me que hizo humedecer sin siquiera haber pasado aun, un milímetro de su lengua por mi piel.
Comenzó succionado el lóbulo de mi oreja y lo tiró suavemente con sus dientes. Lentamente comenzó a bajar por mi cuello lamiendo toda su extensión dejando placentero y coqueto camino de fuego con su lengua cálida y suave como seda hasta que se encontró con mis pechos. Rodeó enloquecedoramente cada pezón, los enroscaba con su lengua sin compasión, pasando de uno de otro para que no quedara ninguno de los sin su debida atención.
Dejó mis pechos y fue bajando por el medio de mi abdomen, metió su lengua en mi ombligo, mordisqueó suavemente la piel de mi vientre y luego la besó suavemente varias veces.
Su viaje continuó hacia el sur de mi cuerpo y cuando creí que llegaría al lugar donde más lo necesitaba, serpenteó con su lengua rodeando el hueso de mi cadera derecha, para seguir por descendiendo por mi muslo. Tomó mi pierna y la levantó para pasar su lengua por la delicada piel de detrás de las rodillas y reanudó su recorrido hasta llegar a morder delicadamente mi tobillo.
Cuando pensé que la placentera tortura había terminado sonrió con aquella sonrisa sexy destroza bragas y anunció:
—Aun no he comenzado amor…—aclaró con voz ronca y seductora.
¡Ay Dios, por todos los cielos! ¡Si no me hace el amor ahora mismo moriré!
Gritaba en mi mente incapaz de balbucear palabra coherente cuando sacó su lengua de su boca cual serpiente, relamió sus labios dejándolos húmedos y brillantes, se acercó nuevamente a mis pies y pasó su lengua por su planta provocando que un latigazo de placer me recorriera de la cabeza a los pies hasta alojarse en mi intimidad como una deliciosa contracción de placer.
— ¡Oh, Dios! —solté algo cuasi coherente por fin.
—Edward, amor, mi nombre es Edward —gruñó posesivo.
Sonreí, como le encantaba escuchar su nombre en esta situación. Engreído.
Soltó mi pie derecho y tomando solo el izquierdo se lo llevó hasta su boca y juro que sentí miles de pequeños orgasmos con lo que comenzó a hacer. Lamió y succionó cada uno de los dedos de mi pie, como si les estuviese haciendo el amor realmente con su lengua.
Mi cuerpo de retorcía de placer, apretaba las sábanas, soltaba ininteligibles palabras, me estaba volviendo loca.
— ¡Edward por favor! —supliqué prácticamente gritando.
El escuchar mis desesperados ruegos dejó los dedos, besó mi empeine y comenzó a subir por mi pierna repitiendo la tarea que había hecho con la derecha, pero esta vez al llegar a la rodilla se fue lamiendo por el interior de mi muslo hasta llegar a mi intimidad donde se detuvo respirando mi aroma.
—Hueles tan bien, tu olor me vuelve loco —susurró ardiente y lentamente con su lengua comenzó a lamer mi clítoris llevándome a la más negras de las locuras.
Los movimientos circulares que hacía sobre él, me estaban haciendo ver estrellas de todos los colores. Estaba a punto de alcanzar mi clímax cuando la deliciosa tortura se torno implacable, rugió como animal en celo metiendo dos de sus largos dedos en mi estrecha y lubricada cavidad.
—Vente, quiero ver cómo te vienes para mi amor —tan solo bastó escuchar aquella caliente petición y no lo pude aguantar más, un potente y devastador orgasmo me atacó.
Sentía que mis extremidades estaban convertidas en gelatina y mi cabeza desconectada de mi cuerpo mientras intentaba normalizar mi respiración.
Edward se acostó a mi lado y me besó profundamente con pasión y al sentir mi sabor entremezclado con el suyo, me volví totalmente loca y le devolví el beso de manera demandante y voraz, beso que le indicaba que aun lo necesitaba, pero esta vez a él dentro de mi interior.
—Ahora —sentenció en mis labios— voy hacerte el amor. Me dio la vuelta y me acostó boca abajo. Se levantó de mi lado y arrodilló detrás de mí. Con una de sus rodillas fue separando mis piernas para poder quedar él entre medio de mis piernas, luego paso tierno y delicado un brazo por debajo de mi caderas y las levantó dejándome apoyada en mis rodillas y mis antebrazos.
¡Oh por Dios, oh por Dios! ¡Anda en plan posesivo! ¡Oh por Dios!
Sentí la punta de su miembro acomodarse suavemente en mi entrada y lentamente me fue penetrando hasta que estuvo totalmente en mi interior. Pero no se movió, el brazo que aun se mantenía por debajo mis caderas levantó mi torso y ambos nos movimos hacia atrás para dejarme sentada arriba sus piernas, con Edward debajo sentado sobre tobillos, con mis piernas a cada lado de sus piernas. Mi espalda pegada en a su pecho
— ¡Edward! —exclamé sorprendida por la posición.
—Tenemos que practicar para cuando tengas mas pancita amor —susurró tierno en mi oído acariciando mi vientre y levantando sus caderas invitándome a que comenzara moverme.
—No creo que pueda hacer tanta acrobacia, como las que me acabas de hacer, cuando este gorda como una ballena —rebatí empezando a moverme tímidamente, apoyando mi cabeza en su hombro y alzando el rostro para mirarlo.
Edward me miró dulcemente.
—Primero, no serás una ballena, serás la mujer embarazada más linda de mundo y segundo, lo sé, pero ¿no crees que por mientras tenemos que aprovechar de jugar?
—Edward… —solté enternecida.
A veces era tan impredecible. Después de aquella devastadora lujuria que se había apoderado él, yo que pensé que me iba hacer el amor de manera salvaje y fiera, si hasta lo vi castigándome con un par de buenas nalgadas y finalmente había decidió esto.
Su brazo se quedó rodeando dulcemente mi cintura mientras comenzaba a acostumbrarme a esta nueva posición. Era sumamente placentera podía sentir absolutamente por completo la erección de Edward en mi interior y el rocé era mucho más intenso.
Me ayudaba cariñosamente con su otra mano puesta en mi cadera a subir y a bajar mientras sus caderas buscaban también ansiosas las mías. Lenta y tiernamente nos fuimos entregando el uno al otro besando nuestros labios, Edward llenándome de besos en mi espalda en mi cabeza.
Sus arremetidas comenzaron a ser más urgentes, más profundas y rápidas, rodeó mi cuerpo con ambos brazos y una mano bajó a acariciar mi clítoris con aquellos magistrales y largos dedos del pecado.
— ¡Edward! mas amor…mas…mas —exigí en un gemido ardiente, quería que me hiciera en amor con más intensidad.
— ¿Así? —gruñó en mi oído amentando la potencia de sus embestidas.
—Sí, por favor, así…—gemí cuando sentí que mis paredes se comenzaban a estrechar a punto de llegar a mi orgasmo.
Prontamente la pasión nos consumió, segando absolutamente todos nuestros sentidos. Perdidos en el roce maravilloso de nuestros cuerpos llegué a tocar el cielo con mis manos, donde segundos después me acompañó Edward en un erótico gruñido de éxtasis total.
* * * Esto era absolutamente fantástico abstraídos del mundo, sin nadie más a nuestro alrededor, solo la hermosa vista del atardecer reflejado en el mar, nuestro prado y el acompasado latir de nuestro corazón.
Nuestro primer día de casados había sido divertido, tranquilo y hermoso.
Lo primero que hice después de levantarnos fue recorrer nuevamente nuestra cabaña, pero esta vez con la luz del día permitiendo que me extasiara con cada rincón, con cada detalle. Obviamente otra vez lloré por un buen rato, emocionada de tener un marido tan maravilloso y de lo hermosa que era, con mi Edward otra vez secando mis lágrimas como siempre paciente.
Juntos recorrimos el prado buscando el lugar perfecto, para cuando llegara el día que construyéramos nuestra verdadera casa, aquella donde cupieran todos los hijos que deseaba tener mi adorado Edward y los que yo más que gustosa le daría. Planeamos todos sus rincones, el cuarto de los niños, hasta donde queríamos que estuviese su puerta de entrada, vislumbrando cada minuto de nuestro futuro, jugando como dos adolecentes, para después terminar tirados en la mullida hierva riéndonos, besándonos apasionadamente.
Después de nuestra excursión, empeñada en cumplir mis labores de buena esposa, decidí incursionar en la cocina, a lo que Edward por supuesto se negó aludiendo que deberíamos cocinar los dos, pero después de un rato de réplicas y varios irresistibles pucheros, terminó rindiéndose y aceptó. La verdad aun me preguntó cómo es que se comió con una sonrisa en los labios aquel menjunje en que convirtió, porque definitivamente solo yo podía arruinar algo tan simple como cocinar pasta. Que sentimiento más raro e inexplicable era el amor.
Y ahora recostada entre sus brazos, suavemente nos balanceábamos en el columpio de terraza que estaba afuera de nuestra habitación. Tapados con una manta, observábamos cómo lentamente se escondían los rayos del sol.
— ¿Me dirás ahora donde vamos? —susurré adormilada de la calidez de estar recostada entre sus brazos.
—Mmm —pensó unos segundos— bueno creo que no tiene caso seguir ocultándotelo, si de todas maneras te enterarás cuando lleguemos al aeropuerto, pero no me preguntes por el resto gatito curioso —me advirtió riendo y besó mi frente— vamos a Paris.
Abrí mis ojos como platos con mi corazón latiendo emocionado, me giré para mirarlo y solté casi sin pensarlo
— ¡Iremos a ver a mi abuela Marie! —exclamé más que pregunté.
Edward sonrió en asentimiento. Este era un tema del cual casi no habíamos hablado ya que me entristecía demasiado, ella había estado muy enferma y el médico no le había dado autorización para venir a nuestra boda.
—Sí, iremos de visita relámpago, es como decirlo…algo especial tu abuelita… —frunció el seño como si estuviera recordando algo, para después soltar una carcajada descarada.
¡Diablos! Conociendo a mi abuela quizás que cosas habían conversado…Enrojecí de tan solo pensarlo. Abracé fuerte a mi Edward y en sus labios musité un sentido “gracias” ¿Es que acaso alguna vez dejaría de sorprenderme?
Salimos de nuestra cabaña a las cinco y media de la tarde, caminamos tomados de las manos por la hierba en dirección al camino, dejando nuestro nido de amor atrás, dónde perpetuamente permanecería, incluso cuando ya tuviéramos nuestra casa, esperándonos para siempre, cada vez que tuviésemos la necesidad de intimidad y una perfecta velada romántica.
El Bmx 5 de Edward, nos esperaba a la salida del bosque, con muestras maletas perfectamente arregladas para emprender nuestro viaje. Llegamos a aeropuerto de Boston pasadas las seis de tarde, nuestro vuelo salía a las siete y media.
Seis horas de vuelo nos esperaban, a las ocho de la mañana estaríamos en Paris hora de Francia. Así que ya perfectamente instalados en nuestros cómodos asientos de primera clase, en pleno vuelo y conmigo algo enfurruñada de cómo miraba la estúpida y regalada azafata a mi Edward, haciéndole pestañeos, muecas extrañas y ofreciéndole mil y una cosas, a la que sin reparos le pregunté si tenía un tic o alguna mugre dentro del ojo, logrando que Edward soltara una fuerte carcajada, ahora me parecía que estaba algo lejos de él.
Me giré para contemplarlo y lo mismo hizo el. Lentamente me fui quedando dormida perdida en su mirada verde esmeralda, pensando que la butaca me comenzaba a parecer muy grande y en algún momento de la noche me pasaría a su asiento para acurrucarme junto a él…
— ¡Dios qué vergüenza! ¿Les viste la cara con que nos miraban? —preguntaba con mi rostro al rojo vivo enterrado en su pecho mientras esperábamos nuestras maletas aparecer por la cinta transportadora.
—Corrección, con la que aun nos miran… —dijo con una sonrisa descarada y suficiente estampada en sus labios.
— ¡Edward! —lo regañé dándole una sonora palmada en su pecho.
— ¡Oye! Tú tienes la culpa, por pasarte a mi asiento en la mitad de la noche.
—Y tú tienes la culpa por ser tan… tan… cal… ¡tan eso! —lo acusé algo exasperada.
—Yo no vi que protestara señora Cullen, cuando la rapté para llevármela al baño y menos cuando estuvimos dentro de él —ronroneó seductor en mi oído.
Engreído…
Debía reconocer que había sido una experiencia de lo más excitante y muy, pero muy placentera, aunque los baños de los aviones los deberían hacer absolutamente más grandes.
—Lo mejor fue la cara de la estúpida azafata cuando salimos del baño —consentí comenzando a reír al recordar lo azorada que estaba al vernos salir.
—Celosa…
—Mira quien lo dice… —contesté sacándole la lengua como niña pequeña, lo que lo hizo reír a sonoras carcajadas, que no pude más que solo acompañar.
Una vez que recogimos nuestras maletas, salimos del aeropuerto y un trajeado hombre de gorra y bigote nos estaba esperando con un cartel que rezaba en sus manos “señor y señora Cullen”.
Edward lo saludó en perfecto francés, nos ayudó con nuestro equipaje y nos fuimos en dirección al auto que nos esperaba a la salida.
Nos montamos en el Mercedes Benz negro, el chofer guardó nuestras maletas y se fue manejando en dirección a la ciudad.
— ¿Estás cansada amor? Si quieres podemos ir al hotel primero y después una vez que estés más repuesta, podemos ir a visitar a Marie —ofreció dulcemente.
—No, la verdad que dormí bastante bien, además si ella te pidió que pasáramos a penas bajáramos del avión, es mejor no contra decirla, realmente no te imaginas como es —reí negando con la cabeza, era tan especial mi abuela.
Edward le señaló la dirección al chofer, que a toda velocidad nos condujo hasta las calles de Paris.
La cuidad del amor nos recibió en un soleado día de otoño. Los jardines, los árboles y sus hojas de anaranjados colores nos daban la bienvenida y como sorpresa hermosa todas las calles ya estaban perfectamente decoradas con motivos navideños.
Hasta que finalmente el auto se debuto en un elegante y antiguo edificio de siete pisos frente a los Campos Elíseos. Edward le ordenó al chofer que se llamaba Pierre que llevara nuestras maletas al George V, que sería el hotel donde nos hospedaríamos y que el mismo lo llamaría cuando necesitáramos que nos viniese a buscar.
Un elegante conserje nos dio la bienvenida y subimos hasta el quinto piso donde se encontraba el departamento de Marie.
La visita a mi abuela Marie fue por decirlo de algún modo especial. Al verla ahí como siempre elegante sentada en una de sus poltronas luis XV, con su corto pelo blanco perfectamente ondulado, mirándome dulcemente con sus ojos color miel, no pude más que correr a sus brazos como niña pequeña, estaba tan feliz de verla mejor, de verla bien.
Le presenté a Edward que la besó dulcemente en una de sus mejillas, feliz de conocerla en persona, saludo el cual correspondió más que halagada y coqueta, lamentado no tener cincuenta años menos, para conquistar a semejante Adonis, aumentando así el “pequeñísimo” ego de marido, a lo que Edward le sonreía más que complacido y coqueto también.
Tomamos desayuno junto a ella, en su opulento departamento que te hacía sentir que estabas dentro del palacio de Versalles, servido por su relamido mayordomo de guantes blancos.
Quiso saber todos los detalles de la boda, así que se la contamos con lujo y detalle en una divertida y amena conversación. Luego de dos horas sin ningún pudor nos echó, alegando que ya nada teníamos que hacer con una vieja y si ella tuviese un marido tan buen mozo y sexy estaría haciendo algo “bastante” más interesante que estar ahí encerrada en su departamento. Alegatos para los que Edward reía y yo estaba roja como un tomate de escuchar semejantes declaraciones de su boca, a alguien tenía que salir Renée.
Nos despedimos de ella entre besos y abrazos prometiéndole que pasaríamos a visitarla antes de que dejáramos Paris.
Pierre nos recogió en la puerta del edificio y nos llevó hasta nuestro hotel, que nada lejos quedaba del departamento de mi abuela.
Una vez registrados, nos fuimos directo a nuestra habitación donde ya esperaban nuestras maletas.
La suite era descomunalmente enorme, era tan grande como nuestro departamento y también te daba la impresión de que estabas viviendo dentro de un palacio. Estaba decorada de dorados muebles antiguos y relucientes lámparas de lágrimas, el piso era de brillante mármol, tenía comedor, living y terrazas privadas y en nuestra habitación había una cama digna de un rey.
Lo primero que hicimos fue darnos un baño en el jacuzzi del dorado baño, donde mis locas hormonas nuevamente suplicaban por el cuerpo de mi sexy marido, por lo que terminamos haciendo el amor una vez más, esta vez de manera bastante más apasionada y salvaje.
Luego de nuestro apasionado encuentro, nos vestimos con ropa cómoda y salimos del hotel tomados de las manos felices y enamorados a recorrer Paris.
Así nuestro primer día de luna de miel comenzó…
Caminamos por las adoquinadas calles de Montmartre, enamorados y fascinados, con todo lo que nos presentaba frente a nuestros ojos. Disfrutamos de mirar las pinturas de los múltiples artistas que se repartían por doquier y Edward insistió e insistió, para que uno de ellos me dibujara.
Odisea para él a decir verdad, ya que me tentaba cada cinco segundos de la risa y me costaba mantenerme quieta en la posición que él me pedía, además la vista que tenía de mi enamorado y sexy marido, que me miraba con completa adoración sacándome fotos sin parar, no me dejaba concentrar, por lo que el pobre y paciente pintor bufaba de cuando en cuando exasperado, a lo que yo respondía haciéndole muecas como niña pequeña cada vez que no me miraba, muecas paras las que por cierto habían nuevas fotos.
Una vez que mi retrato estuvo listo, con mi Edward, más que feliz asegurando que lo pondría en su oficina, o en el “santuario de Bella” como lo decía yo, seguimos recorriendo el “barrio de los pintores”.
Almorzamos en un pequeño y romántico café entre miradas cómplices y millones de besos apasionados, para después seguir caminando por sus pequeñas e inclinadas calles, donde el tiempo no parecía existir. Daba la impresión que el lugar no había cambiado por décadas o incluso por siglos, dándole un encanto mágico y especial que se percibía en cada esquina.
Para concluir nuestra visita por Montmartre fuimos a conocer la basílica del Sagrado Corazón, esperándonos relucientemente blanca e imponente en la parte alta de la colina. Interminables escaleras había que caminar hasta a ella, así que cuando íbamos por la mitad, Edward sin importarle la impresionante cantidad de turistas que junto a nosotros las subían, me tomó por sorpresa y me subió a su espalda cual mono araña para terminar el recorrido.
Era un hecho, Edward me convertiría en una insoportable consentida.
Al llegar arriba la vista de Paris era simplemente espectacular, y qué decir de su interior, se te llegaba a sobrecoger el corazón y al ver tanta majestuosidad y belleza, llegabas a comprender perfectamente a Alice y a Jasper, cuando les dio aquel ataque de irrefrenable amor, definitivamente este era un precioso lugar para casarse.
Después del hermoso paseo, nos fuimos al hotel porque Edward insistió que debía descansar aunque sea por unas horas.
Así que después de un reponedor sueño y un relajante baño, ahora me encontraba elegantemente vestida, con mi Edward imposiblemente hermoso enfundado en un traje negro, en una romántica cena a la luz de la velas disfrutando de Paris, paseando por el rio Sena.
Los tonos rosas y lilas del cielo eran el marco perfecto, cuando el sexteto de violines y chelos que acompañaban nuestra velada comenzó a tocar “la vida en Rosa”.
Edward me ofreció galantemente su mano y me invitó a bailar. Me estrechó como siempre fuertemente dentro de sus brazos y suavemente nos comenzamos a mecer al ritmo de la música haciéndome sentir que flotaba entre nubes de rosado algodón, perdiéndome completamente hechizada, en la abrasadora y penetrante mirada de mi Edward.
Ciertamente sabía que la vida no era color de Rosa, que tenía muchos más matices, algunos más oscuros que otros, pero por mientras, me perdería en el resplandeciente rosado, porque si la vida me hacía vivir todos aquellos diferentes colores, los viviría más que encantada, porque los viviría junto al amor de mi vida, mi Edward y siempre después de aquellas tormentas, ahí estaría nuevamente el rosando, donde por toda la vida, mi Edward y yo continuaremos amándonos.
Con la perfecta vista de la torre Eiffel, encendida con millones de brillantes luces acompañándonos, mientras dulcemente acariciábamos nuestros labios, comenzábamos a escribir un nuevo capítulo del libro de nuestras vidas.
♪Cuando me toma en sus brazos, me habla en voz baja, veo la vida en rosa♪
OK chicas aquí esta el esperado capitulo. Espero que me dejen muchos comentarios!!!!!!!!!!! como lei por ahi en un fic y cipiare descardamente jejejjejejee "que me dejen comentarios esa casi tan bueno como que el celoso cavernícola te amenace con hacerte el amor salvajemente"
Chicas ya llegamos al casi al final y debo dar las gracias a todas las hermosas que me han acompañado en esta travesía. Si me quieren dejar un votito por favor solo toma un minuto! ahora solo se aceptaran votos de usuarios registrados!!!!!!!!!
las quiero y besos!!!!
Aviso: para leer el ultimo capitulo que viene deben leer otra vez el capitulo 2 le hice un pequeño cambio a una canción es para que puedan entender el final mejor.
Despues de el final pienso hacer 2 epilogos uno de Bella y otra de Edward ¿Que opinan?
Gracias por su apoyo
las quiere SOL.
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