Nota: Donde la frase cambia de color está el link con la canción para que las escuchen.
Capítulo 2: El primer encuentro
Bella’s POV
—Angie me quiero ir —rogué con mi mejor cara de mortificación.
— ¡Ay Bella no seas aguafiestas! Quedémonos otro rato ¿sí? —me miró con cara de cordero degollado.
—Angie por favor…
— ¡Bella no seas cabezota! Quien dice que en este mismo instante, no está entrando el amor de tu vida por esa puerta; además me dijeron que los chicos que vienen aquí son espectaculares —me miró muy sonriente, pero confiada en que iba a ganar la partida.
—Angie tu cada día estas más loca. ¿Cuándo te volviste vidente? Está bien, pero solo un rato —acepté rendida.
¿Cómo podía negarme? Ella era un encanto de amiga, siempre conmigo, siempre apoyándome.
Luego de volver a llamar a Seth por una nueva ronda de tequilas, las chicas y yo fuimos a bailar un rato. El lugar ya se estaba llenando de hombres de todos los portes, tipos y edades.
Mientras estaba bailando animadamente con las chicas fue cuando sentí que era observada mientras una canción que me encantaba empezaba a sonar, Lovefool de The Cardigans.
Comencé a bailar con más ganas, pero continué teniendo esa extraña sensación que era observada, cuando de repente vi un hermoso par de penetrantes ojos verdes me miraban. Pestañeé para enfocar mejor y poder ver de donde provenían aquellas hermosas orbes verdes, pero ya no estaban, −te estás volviendo loca− pensé.
Seguí bailando pretendiendo no tomarle importancia, pero luego de unos instantes, aquellos mismos ojos me observaban desde la barra del club. Lo único que quería era ver el dueño de aquellos ojos, pero como por arte de magia volvían a desaparecer, − ¡uf los tequilas!− susurré.
Pasé mi mano por mi frente en un pobre intento de aclarar mi mente de aquella inquietante mirada que me perturbaba, pero no tuve éxito, ya que un electrizante y placentero escalofrío recorrió toda mi columna vertebral hasta la punta de mis pies, cuando sentí su maravilloso aliento susurrar en mi oído.
—Hola. ¿Quieres bailar?
Era una voz endemoniadamente sexy, aterciopelada, que hizo que mi corazón diera dos saltos y todo mi cuerpo reaccionar como nunca antes lo había hecho.
Me di la vuelta sigilosamente para ver al dueño de aquella hermosa voz que me seducía como ninguna otra, y lo primero que vi, fueron aquellos ojos verdes que creía que me observaban. -¡No estoy loca! ¡Gracias Dios!- fue lo primero que pensé. Luego me dispuse a observar al dueño de aquellos ojos que me robaban el aliento...
¡Dios no podía ser cierto!
Era el hombre más hermoso que había visto en mi vida, parecía un ángel caído del cielo, un verdadero dios griego. Alto, de porte regio e imponente, tenía la mandíbula fuerte, varonil, el cabello color bronce, alborotado que le daba un aire sexy y de misterio; nariz recta, unos labios que invitaban a ser besados y unas cejas pobladas que enmarcaban perfectamente su penetrante mirada.
Y yo aquí paralizada, aun sin poder respirar, pestañar, ni creer que me estaba hablando a mí. Tan solo pude asentir como una tonta, absolutamente deslumbrada por su increíble belleza, mientras él me observaba atentamente esperando mi respuesta.
La música en un instante cambió, comenzaba a sonar "Just a Kiss" de Lady Antebellum.
Se acercó a mí con pasos elegantes, como un felino acechando a su presa y me tomó suavemente por la cintura. Tenía manos grandes y fuertes, sus largos y suaves dedos, acariciaban la poca piel expuesta que dejaba mi top, mandando miles de descargas eléctricas que recorrían hasta la fibra más íntima de mí ser. Yo como pude, puse mis manos en sus hombros y comenzamos a bailar, sin aun poder creer que estaba bailando con el mismísimo Adonis en persona.
Olía increíblemente, era una extraña mezcla de perfume con sol. Sí, ese sol que ilumina todo después de la tormenta. Sus penetrantes ojos verdes me contemplaban como si trataran descifrar mis más ocultos pensamientos y yo lo miraba hipnotizada tratando de resistirme al embrujo que ellos me provocaban. Cuando de pronto algo hizo clic en mi mente y en ese mar de pensamientos en que me perdía lo vi.
¡Dios mío! ¡No puede ser verdad! ¡Edward Cullen! ¡Estaba bailando con Edward Cullen! ¿Dios me morí y me fui al cielo? me preguntaba sin poder salir de mi estado de asombro.
Edward Anthony Cullen, el Casanova del colegio, al cual dejé de ver cuando mis padres decidieron cambiarme de instituto. Edward Cullen en persona, estaba bailando conmigo y por supuesto como era de esperarse el tiempo hizo que se convirtiera en un hombre aun más bello.
Aun lo recuerdo…
Tenía 12 años y el 16 cuando lo dejé de ver. Claro que eso era lo único que todas las chicas del instituto hacían por Edward, idolatrarlo y suspirar por él. Todas soñaban con caer en sus brazos incluso las mayores, pero también pobre de la que lo hacía, ya que no terminaba con nada más que el corazón destrozado, ya que jamás tomaba a nadie en serio.
Me parece que fue ayer cuando mis compañeras descubrieron que había tres pobres tontas, que eran todas a la vez novias del “señor don perfecto”. El muy descarado les mandó a todas ellas las mismas “cartas de amor”. Aun recuerdo la terrible desilusión de las pobres chicas y la bofetada que le dieron en medio del patio del instituto, pero él como siempre, ni se inmutó, y siguió en sus acostumbradas andanzas como si nada.
Pero lo que más recuerdo de él, más que cualquier cosa, es ese día que siempre guardé como un tesoro en mi corazón.
Fue aquella mañana lluviosa en la cafetería del instituto, cuando Lauren decidió jugar a la barbie Bella y trenzó todo mi cabello en pequeñas trencitas pegadas a mi cabeza que caían por mi espalda. Estaba comprando un jugo, cuando en un acto imposible de procesar, ahí estaba Edward Cullen hablándome, diciendo que yo era lo más hermoso y tierno que había visto en su vida con ese pelo lleno de trencitas, que parecía un “gatito enfurruñado”
Creo que si pestañeé mil veces para salir de mi estado de asombro fue poco, mis mejillas se tiñeron inmediatamente de rojo y no pude más que contestar un tímido gracias para salir arrancando de la cafetería lo más rápido que mi patosidad me lo permitía, con mi corazón latiendo desbocado por aquella declaración.
Y ahora increíblemente aquí estaba yo, bailando con Edward Cullen, sin saber que decir o cómo reaccionar. ¿Me recordaría? ¿Le diría que lo conozco? Absolutamente no, mejor guardo silencio y espero a ver cómo se comporta.
Tenía ganas de que me tragara la tierra para no estar envuelta en sus brazos, pero es que esos brazos fuertes que me sostenían, eran tan cálidos y me estrechaban hacia él, como si en aquel abrazo se le fuera la vida. La sensación era algo inexplicable, nunca en mi vida había sentido algo tan real, nunca me había sentido tan bien; era como si al fin hubiese encontrado mi lugar en el mundo, era el único lugar donde me sentía plena y segura, quien lo diría, en los protectores brazos del peligroso Edward Cullen.
Fuera de toda razón y presa de un impulso irrefrenable, sin pensarlo apoyé mi cabeza en su pecho para sentir los fuertes y acompasados latidos de su corazón. En un acto casi reflejo, él me acercó más a cuerpo, si es que se podía, y apoyó su mejilla en mi cabeza susurrando parte de la canción…
“Be the one I’ve been waiting for my whole life” *
Provocando que mi corazón latiera aun más enloquecido, cuando aluciné que iba dirigida a mí, aquella hermosa frase de la balada.
Así estuvimos dos canciones más, donde el mundo se detuvo a nuestro alrededor; solo éramos Edward y yo, hasta que de pronto, me habló:
— ¿Cómo te llamas? —preguntó con su aterciopelada y sexy voz.
— Bella. ¿Y tú? —Como si no lo supiera— pensé.
—Edward—. Se presentó sonriéndome con una sonrisa torcida, las más hermosa y sexy que había visto en mi vida.
Sonrisa que provocó que mi corazón se detuviera por segundos, para luego comenzar a latir más enloquecido que antes, si es que aquello era posible.
— ¿Bella quieres sentarte un rato? Te invito algo de beber.
¡Ay no! ¿Y ahora qué hago? ¿Podré seguir fingiendo que no sé quién es? ¿Será mejor que arranque a mil kilómetros por hora de este peligroso hombre?
—Sí, me gustaría gracias — ¿Qué estás haciendo?- me advirtió la vocecita interna de mi ángel bueno -¡cállate!- lo silenció el ángel malo.
—Vamos —puso su mano en mi cintura y me condujo en busca de algún sillón que estuviera desocupado.
Algunos momentos nos tardamos en encontrar uno, ya que debido a lo “cómodos” que eran, invitaban a hacer “algo más” que solo conversar. Había muchas parejas dándose apasionados besos y ardientes caricias.
¿Será que me lleva a los sillones para hacerme lo mismo?
Y no faltó que pensara eso, para que corazón latiera aun más enloquecido, amenazando con salir en cualquier momento de mi pecho.
— ¿Qué quieres tomar? —me preguntó caballerosamente, cuando encontramos un lugar para sentarnos.
—Una Coca Light.
—Está bien, espérame aquí voy y vuelvo, no te vayas —me advirtió sonriendo divertido y desapareció entre la gente en dirección a la barra.
Estaba muy nerviosa. ¿Y ahora que iba a pasar? ¿Querría realmente conversar?
Mis manos sudaban y ya se estaba demorando un poco, quizás se arrepintió…- ¡Eso! Imposible que un hombre como él, quiera estar contigo.
Cuando ya estaba dispuesta a pararme e irme apareció Edward, con su andar elegante y felino, como un dios griego bajado del mismísimo Olimpo a mi paraíso personal.
—Disculpa la demora, es que había mucha gente.
—No importa, gracias —contesté, mientras él, dejaba la bebida frente a mí y se sentaba peligrosamente cerca.
—Y Bella cuéntame. ¿A qué te dedicas? —me preguntó como si fuera algo de lo más interesante de escuchar.
—Bueno, ahora mismo estoy de vacaciones, pero en unas semanas más entraré a estudiar economía en Harvard. ¿Y tú?
—Me acabo de graduar de la escuela de medicina en Dartmouth. ¡Gracias a Dios! —lo dijo como si fuera el peor de los castigos.
Quien lo diría, así que resulto ser un “cerebrito” igual que yo… y sobre todo, habiendo terminando a la edad que tenía. ¿Con qué otras sorpresas me encontraría?
—Lo dices como si fuera el peor de los castigos —le dije riendo un poco en broma, pero tuvo el efecto contrario, sus ojos se tornaron duros, para luego esbozar una pequeña sonrisa con ojos soñadores.
—Y lo es créeme. Solo estudié medicina porque mi padre así lo quería. El es un neurocirujano muy reconocido, y bueno su hijo menor no podía ser menos, pero ahora que al fin me he graduado, podré luchar por lo que he siempre he soñado.
Sus ojos brillaron con una intensidad que derretían mi alma, parecía tan decidido a conseguir su sueño, que enterneció mi corazón. Al parecer, él no era quien yo creí hace un tiempo atrás; un niño tonto, frívolo y engreído.
Al pensarlo, sin querer se me escapó un suspiro que me hizo sonrojar
— ¿Te pasa algo Bella?
Traté de componerme lo mejor que pude para no delatar mis pensamientos y le contesté.
—Creo que te entiendo. Yo ni siquiera sé si me gusta la economía, siempre me ha gustado mucho la música y el arte, pero para mi padre, esas no son profesiones aceptables.
— ¿Te gusta la música? —Me interrumpió preguntando sorprendido—. Yo toco el piano. —confesó alegremente.
Quedé estupefacta, no lo podía creer, Edward era una caja de sorpresas
— ¿Bella? —me llamó al ver que no le contestaba.
—Oh, sí perdona, es que me quedé pensando que yo también toco el piano, aunque hace años que ya no estudio, por lo que cada día que pasa, toco más mal. Siempre tuve la esperanza de estudiar en Julliard, pero como vez, las cosas no siempre son como un quiere —le conté con pesar, volviéndome a sonrojar debido a mis declaraciones.
Nunca solía hablar de este tema con nadie y menos con alguien a quien recién venia conociendo, técnicamente.
En ese momento levantó su mano y acarició mi mejilla con sus suaves dedos, con tanto cuidado como si fuera el más delicado pétalo de una rosa y me dijo mirándome directamente a los ojos, consiguiendo desarmarme por completo: —Eres adorable cuando te sonrojas.
—Gracias —musité apenada.
—Algún día podríamos tocar juntos si quieres —ofreció con una sonrisa endemoniadamente sexy.
Apenas escuché su proposición, no pude más que comenzar a alucinar nuevamente.
Me imaginé sentada junto a Edward frente a un hermoso piano de cola negro, tocando juntos una hermosa melodía en la sala de música de “nuestra” casa. Podía ver a Edward pasando la mano juguetonamente por detrás de mí, para llegar a tocar las teclas de mi lado y así apretarme más junto a él. Juró que hasta lograba sentir el roce de sus manos por mi cintura. Cuando de un momento a otro, sin previo aviso, dejaba de tocar para comenzar a mirarme con los ojos obscurecidos de pasión y luego juntar nuestros labios, besándome de una forma que debería estar absolutamente prohibida, mientras que las manos que se aferraban tiernamente a mí cintura, se colaban suaves exploradoras por dentro de mi…
— ¡Basta! —Me reprendió mi ángel bueno— ¡Qué rayos estás pensado Bella! ¡Déjala! —Le contestó el malo— ¡Que no ves que está buenísimo! ¡Quién no tiene esos pensamientos junto a la estatua de Adonis hecha persona!
Tuve que sacudir mi cabeza para poder aclararla, esta situación me estaba matando. Era muy difícil estar cerca de él, sin imaginarme cosas, y lo menos que quería era hacerme falsas ilusiones para no tener que sufrir después. Es que era tan difícil, y más aun por cómo me miraba; con esa mirada abrasadora que me penetraba el alma, como si yo fuera el único ser existente para él en la tierra.
Decidí que lo mejor era cambiar el tema a algo que no incluyera hacer algo juntos, para poder tranquilizarme.
—Y dime Edward. ¿Cuál es ese sueño que quieres cumplir? Si es que puedo preguntar —su mirada se volvió soñadora, pensó unos segundos su respuesta y tomó un trago de whisky como si necesitara darse algo de valor, luego esbozó una sonrisa tímida y habló.
—Quiero ser piloto de un avión de combate. —Dijo sonriendo de forma orgullosa—. Por eso, cuando acaben mis vacaciones en cuatro semanas más, me iré a enlistar a la marina aunque mi padre me desherede. Ya he hecho todas las averiguaciones y cumplo con todos los requisitos para convertirme en un oficial de la armada, partiendo por mi título universitario—. Concluyó de forma seria.
—Entiendo —solo pude contestar, me había quedado sin palabras, no sabía que decir.
¿Quién podría cambiar la carrera de doctor para ser piloto de algún avión de combate, helicóptero o algo parecido? Realmente entendía a la familia de Edward.
—No te preocupes. —Me dijo sonriendo tristemente al ver que no le decía nada más—. Comprendo tu silencio, realmente casi nadie me entiende, piensan que estoy loco, pero es un sueño que tengo de niño, desde que mi mamá me llevó a una feria aérea y me enamoré de los aviones. Desde pequeño me imaginé surcando el cielo en ellos y poder ver la inmensidad de todo desde esa perspectiva, sentir la adrenalina recorrer por tu cuerpo al rebasar la barrera del sonido.
Se notaba que le apasionaba por sobremanera el tema, tanto así, que hasta llegaba a perderse en sus propios pensamientos. Su sonrisa al imaginarse era impagable, se notaba que eso lo haría inmensamente feliz.
—Bueno por ahora, basta de hablar de mí. —Dijo de repente— ¿Quieres bailar?
— ¡Claro! —acepté gustosa.
Me tomó de la mano y nos dirigimos a la pista de baile.
Cada minuto que pasaba bailábamos más cerca. Edward era un excelente bailarín, por lo que él controlaba toda la situación. Nuestros movimientos eran cada vez más sugerentes y sensuales, cada minuto que pasaba estaba sorprendentemente cerca, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo. Su aliento me rozaba el cuello, haciendo que se me erizaran todos los vellos de la piel.
Cerca, más cerca, cuando lo vi venir…
¡Va a besarme! ¡Oh Dios mío, va a besarme! Sus ojos miraban hambrientos mis labios ¿Dios que hago? ¡Piensa Bella! ¡Piensa! Cuando de repente…
— ¡BELLA! —gritó Ángela, lo que provocó que Edward se separara de mí al instante.
— ¡Uf ahí estás! ¿Dónde te habías metido? ¿Viste la hora que es? Si no nos vamos pronto, tu madre nos va a matar. Menos mal, que eras tú la que no quería salir hoy, y mira que llevo bastante rato buscándote. —me reprendió hablando rápidamente, prácticamente sin respirar.
—Angie…
—Angie, nada Bella. —Me dijo negando con una mano—. ¿Qué no escuchas, lo que te estoy diciendo? ¿Desde cuándo eres tan irresponsable? Sabes bien lo que pasará, si no llegamos a la hora —y siguió con su interminable discurso, que a esta altura no sabía si agradecerle por su interrupción o matarla.
—Angie, termina. —La intenté callar mientras Edward miraba divertido, como mi queridísima amiga seguía con su perorata sin sentido, sin percatarse de su presencia—. Angie este es Edward—. Cuando por fin lo vio, se calló al instante y abrió sus ojos como platos.
—Ho-ho-hola —saludó tartamudeando, mirándolo absolutamente encandilada, para después lanzarme una mirada pícara a mí y luego a Edward.
Ya me imaginaba la tortura que sería el regreso a casa y peor aún, toda la noche sin dejarme dormir, con sus interrogatorios de cómo conocí a Edward.
—Hola Angie. —La saludó amablemente y le dijo—. Deja que me despida de tu amiga, e inmediatamente después se pueden ir.
—Okey, pero que sea rápido. ¡Ya son las dos! —y se alejó unos metros para darnos privacidad.
Edward se giró hacia mí y me miró por unos segundos con una mirada que no supe descifrar, pero me daba la impresión que no quería que la noche terminara, porque para ser sincera, yo tampoco lo quería.
— ¿Bella tienes como irte? ¿Necesitas que te vaya a dejar? —me preguntó en un tono demasiado tierno y protector. Si seguía así, me derretiría aquí mismo.
—Gracias Edward, pero no es necesario, ando en mi Jeep.
— ¡Oh! Ya veo. —Dijo algo desilusionado—. Bueno, al menos deja que te deje sana y salva en tu Jeep.
Guardó silencio por unos segundos. Sus ojos se tornaron tiernos e inseguros, se notaba que se debatía por preguntar algo.
— ¿Bella?
— ¿Sí?
—Quizás te parezca un atrevido o que es muy pronto, pero realmente me ha gustado conocerte… y…y me encantaría verte de nuevo, para salir... no sé… donde tú quieras…para conocernos mejor… ¿Tú…? ¿Tú…? ¿Me… darías tu teléfono? —preguntó adorable, atropellándose con sus propias palabras.
¡No lo podía creer! el señor “Don perfecto” Edward Cullen estaba… ¿Nervioso? ¡Se veía tan encantador!
— ¡Claro! —sin más solté, ya no soportaba ver a ese ser tan perfecto, debatiéndose en una lucha interna.
Luego de que guardara mi número de teléfono en su celular, me tomó de la mano y se encaminó con nosotras al estacionamiento sonriendo divertido de las miradas realmente descaradas, que Angie y sus amigas le daban.
—Edward, fue un gusto conocerte —le dije tímida, cuando llegamos a mi Jeep.
—Créeme, el gusto fue mío. Te llamaré…—me contestó con vehemencia, pero mirándome con cierta melancolía. Abrí con el mando de las llaves los seguros para que las chicas pudieran ingresar al jeep; cuando me disponía hacer lo mismo, Edward abrió la puerta para mí y la sostuvo.
Me giré para enfrentarlo.
Estaba muy nerviosa. ¿Qué le diría ahora? ¿Espero tu llamada? ¿Un simple adiós? Al fin, sin poderme decidir, resolví que lo mejor, era ponerme de puntitas para besarle su mejilla como despedida. No alcancé a rozar su cara cuando él hizo lo que menos esperaba en el mundo.
— ¿Bella?
— ¿Sí?
— ¿Tienes novio?
—No —contesté sin entender para donde iba.
Al escuchar mi respuesta, su mirada se iluminó como el más precioso día de verano, y esbozó esa perfecta sonrisa torcida que me paraba el corazón.
—Ahora sí. —Anunció con una seguridad deslumbrante, se acercó a mí, me dio pequeño y dulce besos en labios y se fue corriendo como alma que lleva el diablo— ¡Adiós gatito enfurruñado! —Gritó a lo lejos.
¡Oh, por Dios! ¡Me había reconocido!
Por supuesto los gritos adentro del vehículo no se hicieron esperar, y yo, yo… estaba en shock.
*Se, la única, por la que llevo esperando la vida entera.
Les gusto???? merezco algún votito??? algún hermoso comentario???
Besos Sol :)
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