Una noche traicionada (2)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/04/2018
Fecha Actualización: 17/06/2018
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 6
Visitas: 49527
Capítulos: 28

La apasionante historia entre Bella y el misterioso E continúa.

E sólo quiere una noche para adorarla y traspasar los límites del placer con ella, pero desde el instante en que sus miradas se cruzaron nació un intenso romance entre estos dos polos opuestos que se necesitan y se rehúyen al mismo tiempo. Cargado de misterios y secretos, E deberá dar un paso adelante para mantener a Bella a su lado. El enigmático E tiene muchas cosas que contar…

«Tengo una petición»

«Lo que quieras»

«Nunca dejes de quererme»

 

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer la historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada.  

 

 


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Capítulo 27: Capítulo 26

Nota al pie:

 

No hay nada como preparar un café perfecto, pero yo no lo conseguiré sin la ayuda de una cafetera ultramoderna, y salir del apartamento de Edward sin él no es una opción en estos momentos.

Voy en bragas con una de sus camisetas negras. Echo un vistazo por toda la encimera de la cocina buscando un hervidor de agua..., pero no encuentro ninguno. De hecho, no encuentro prácticamente nada: ni una tostadora, ni tablas de cortar, ni trapos de cocina ni ninguno de los artículos que se pueden encontrar en cualquier cocina. Todo el espacio disponible está vacío.

Decido que la obsesión por el orden de Edward debe de haberlo llevado a esconderlo todo y empiezo a abrir los armarios en busca del hervidor. Busco en todos los armarios de pared, abriéndolos de uno en uno y, cuantos más abro, más me desespero. Todo lo que contienen está almacenado de una manera exageradamente perfecta, aunque eso me facilita la inspección. Sin embargo, sigo sin encontrar el hervidor. Cierro el último armario con el ceño fruncido y empiezo a golpetear con los dedos la encimera vacía. Pronto me olvido del misterio del hervidor ausente cuando empiezo a sentir un cosquilleo en la piel. Mis dedos se detienen y sonrío, de espaldas a la puerta. Y el cosquilleo se va transformando en un torbellino de chispas internas.

—¡Bu! —susurra contra mi cuello haciendo estallar todas y cada una de mis terminaciones nerviosas. Sus manos firmes se deslizan por debajo de mi camiseta, me agarran de la cintura y me dan la vuelta. Me encuentro cara a cara con un Edward desnudo y soñoliento—. Buenos días. —Sus labios también se mueven adormecidos, y me hipnotizan momentáneamente.

—Buenos días.

Sonríe y se inclina para reclamar mi boca.

—Menudo susto me acabo de llevar —dice pegado a mis labios, mordisqueándose los suyos a cada palabra.

—¿Por?

—Porque he entrado en mi vestidor. —Se aparta y me mira mientras yo aprieto los labios, avergonzada y sintiéndome la mar de culpable. Joder, está... tranquilo. Me relajo, pero me extraña su reacción. Él ladea la cabeza—. Aunque supongo que ahora es mejor llamarlo el armario de los trapos.

—Te lo repondré todo —le prometo con sinceridad, pensando en que probablemente no me alcance con el dinero que tengo guardado de mi madre—. Lo siento.

Desliza la mano hasta los rizos que me cubren la nuca y me atrae hacia adelante hasta que sus labios rozan mi frente.

—Ya te he perdonado. ¿Buscabas algo?

—Un hervidor de agua —respondo levantando la vista, aún sorprendida de que esté tan calmado.

—No tengo.

—Y ¿cómo preparas bebidas calientes?

Deslizo las manos por sus brazos hasta sus hombros y él me levanta y me coloca sobre la encimera.

No responde. Me deja sobre la superficie y se dirige al fregadero. Siento curiosidad, pero no la suficiente como para convencer a mis ojos de mirar lo que está haciendo, ya que están fijos en la increíble visión de su trasero, que se contrae a cada paso que da. Inclino la cabeza pensativa, con una sonrisa de satisfacción, y, entonces se vuelve privándome de la imagen de sus bizcochitos.

—Tierra llamando a Isabella. —Su tono suave desvía mi vista hacia su torso hasta que alcanza a ver un atisbo de sonrisa. Hace un gesto con la cabeza para indicarme que mire, y veo que pulsa un botón sobre un grifo cromado de última tecnología. El vapor empieza a ascender inmediatamente por encima de su cabeza—. Agua hirviendo instantánea.

Pongo los ojos en blanco y apoyo las manos en mi regazo.

—Qué ordenado —murmuro con aire burlón—. Seguro que te measte encima de la emoción cuando te enteraste de que lo habían inventado.

Frunce los labios en un intento de contener una sonrisa.

—Es una idea magnífica, ¿no te parece?

—Sí, para los maniáticos obsesivos como tú, que odian el desorden, es perfecto.

—No es necesario que te pongas insolente.

Cierra el grifo e inmediatamente saca un trapo de debajo del fregadero para secar las gotas de agua que su pequeña demostración ha dejado atrás. No me pasa desapercibido que no ha replicado a mi referencia al trastorno obsesivo-compulsivo, y no me molesto en decirle que sí es necesario que me ponga insolente, prefiriendo provocarlo un poco más.

—Estoy orgullosa de ti —le digo mientras le echo un vistazo a toda la cocina con interés, consciente de que me estará observando con curiosidad.

—¿En serio?

—Sí. Me has colocado en tu encimera, haciendo que ahora esté un poco menos ordenada, y te has expuesto a algunos riesgos. —Vuelvo a fijar la vista en su figura inquisitiva y desnuda.

—Soy bueno evaluando y minimizando riesgos. —Da unos pasos hacia mí, y su mirada se vuelve sedienta—. Pero necesito saber cuáles son los riesgos para poder hacerlo.

—Tienes razón —digo asintiendo y obligándome a no mirar más debajo de su cuello. Detecto por su mirada ardiente que se está poniendo duro. Si miro, me rendiré, y me lo estoy pasando demasiado bien pinchándolo—. Te diré cuál es el riesgo.

—Hazlo, por favor —susurra con voz grave y seductora.

Se me erizan los pezones.

Me quito lentamente la camiseta, apoyo las piernas desnudas sobre la encimera y me tumbo boca arriba, con todo el cuerpo estirado sobre la superficie de mármol. Me cuesta permanecer relajada teniéndolo desnudo y tan cerca, y me cuesta todavía más cuando siento el frío mármol en mi piel. Sofoco un grito de la impresión y giro la cabeza a un lado para verlo.

Está sonriendo, y eso hace que expulse todo el aire almacenado en mis pulmones rápidamente para igualar su felicidad.

—A mí esto no me parece ningún riesgo. —Sus ojos descienden desde mi cara hasta los dedos de mis pies y ascienden por todo mi cuerpo de nuevo. La lujuria que veo en su mirada me golpea entre las piernas como una maza. Me retuerzo ante la evidente intención que exuda cada poro desnudo de su cuerpo—. Me parece más bien una oportunidad.

Atrapo mi labio inferior entre los dientes y sigo los pasos que le faltan para llegar hasta mí con la mirada.

—Levanta las piernas —me ordena suavemente, y su instrucción hace que la presión de mis dientes aumente sobre mi labio—. Ahora, Isabella. —Ese tono autoritario es suficiente.

No siento vergüenza, ni reticencia, ni pudor. Elevó las rodillas hasta que apoyo las plantas de los pies sobre la encimera. La idea de su tacto inminente me consume. Estoy vibrando de la cabeza a los pies. Desliza los dedos por la parte superior de mis bragas y me las quita bajándolas poco a poco por mis muslos. Me da un toque para que levante los pies cuando llega hasta ellos. A continuación dobla pulcramente la pequeña prenda de algodón y la deposita con cuidado a un lado antes de colocar las manos sobre mis muslos y separármelos. Trago saliva y cierro los ojos, aguardando su siguiente movimiento.

—¿Con los dedos o con la lengua?

—Me da igual —exhalo entre gemidos entrecortados. Cualquier cosa me vale—. Pero tócame ya.

—Pareces desesperada.

—Lo estoy —admito sin ninguna vergüenza.

Me tienta hasta volverme loca de deseo y desesperación y entonces me tortura con sus artes de idolatría. Es una sensación insoportable y maravillosa a la vez.

—Con los dedos —decide, y tienta mi entrada acariciando con el pulgar mi carne caliente. Arqueo la espalda con violencia y lanzo un grito—. Así puedo besarte si quiero.

Abro los ojos y veo que está apoyado sobre un brazo encima de mí, con el rostro sobre el mío, y con su mechón rebelde sobre la frente. Permanezco quieta y soporto la agonizante espera hasta que vuelva a tocarme mientras él observa mi rostro. Y entonces sucede, y levanto la cabeza sin pensar para atrapar sus labios. Sólo me ha introducido medio dedo, y mis ansiosos músculos hacen todo lo posible para aferrarse a él, tensándose fuertemente, pero él lo saca y separa nuestras bocas. Gimo con desesperación y apoyo la cabeza de nuevo sobre la encimera mientras jadeo y me retuerzo.

—Tú no estás al mando, mi dulce niña —me advierte con petulancia, lo que despierta de nuevo mi impaciencia.

—Siempre dices que harás todo lo que yo quiera. —Uso su propia promesa en su contra, aunque sé perfectamente que no se estaba refiriendo a los actos sexuales.

—Coincido. —Acerca los labios a los míos todo lo posible sin llegar a tocarlos—. Pero no me has dicho qué es lo que quieres.

—A ti —respondo sin vacilar.

—A mí ya me tienes. Dime qué quieres que te haga —contesta él a la misma velocidad, haciendo que me ruborice al captar su intención. ¿Quiere que le dé instrucciones?—. Vamos, Bella. Considéralo como una norma de procedimiento para asistir nuestra evaluación y reducción de riesgos.

Su tono destila un aire burlón que hace que me ruborice todavía más, pero despierta mi descaro. De modo que, tras una larga inhalación de oxígeno para aumentar mi confianza, localizo ese descaro y me aferro a él con las dos manos para asegurarme de que no desaparezca.

—Penétrame —digo.

—¿Con qué? —pregunta con socarronería.

—Con los dedos —exhalo, viendo al instante que no sólo quiere instrucciones. Quiere que le dé órdenes exactas, paso por paso.

—Ah, ya entiendo —responde ocultando lo mucho que lo divierte esto y bajando la mirada hacia la mano que mantiene suspendida sobre mis muslos—. ¿No debería comprobar antes tu... —frunce los labios y piensa durante un segundo— estado?

¡Maldito sea! Estoy gruñendo de necesidad, y mis dedos se disponen a hacer el trabajo como él no se ponga a ello pronto.

—¡Edward, por favor!

Me sumo en la oscuridad, cerrando los ojos con desconsuelo. Estoy al borde de la desesperación, y la presión entre mis piernas empieza a latir con ansia.

—Céntrate, Bella.

Me separa las piernas de nuevo cuando intento cerrarlas para contener las pulsaciones.

—¡Me lo pones muy difícil! —grito sacudiendo el cuerpo.

Apoya sus dos grandes palmas contra mis hombros para sostenerme en el sitio. Abro los ojos y lo tengo pegado a mi nariz, con un resplandor triunfante en sus profundos y satisfechos ojos azules. Levanto la mano, me aferro a su pelo y tiro de él con frustración.

No causa ningún efecto. Aparta mis dedos de sus oscuras ondas y me coloca la mano en el vientre mientras me la aprieta levemente con una expresión de advertencia en su rostro serio.

—Me encanta tu descaro —susurra con los labios suspendidos sobre los míos, tentándome, y aunque sé que no va a recompensarme con un beso de infarto, mi cuerpo responde y se eleva en vano intentando atraparlos de todos modos.

—¿Quieres saborearme? —farfulla, permitiendo únicamente una ligera fricción entre nuestras bocas y denegándome el contacto pleno—. ¿Quieres saborearme y perderte en mí para siempre?

—¡Sí! —Mi frustración aumenta y él continúa negándome el contacto que le estoy exigiendo.

—¿Recuerdas quién puede saciar esta inexorable necesidad?

—Tú —gimo mientras me retuerzo con el breve contacto de sus dedos en mi abertura.

Se aparta de mí rápidamente, y su expresión de santurrón se transforma en otra cosa. No sé muy bien en qué, pero sólo puedo compararla con la gloria. Parece como si hubiera encontrado oro. Para cualquier otra persona, su rostro parecería totalmente inexpresivo, pero para mí expresa un millón de palabras de felicidad. Edward Masen está feliz. Está satisfecho. Y sé perfectamente que eso no le había sucedido en la vida.

—No quiero ser sólo el hombre que te proporciona orgasmos que te dejan sin sentido.

Esa afirmación interrumpe mi placer y mis reflexiones, y al instante advierto que la felicidad ha desaparecido de sus ojos. Estoy muy confundida.

—Siempre dices eso —respondo en voz baja, relajándome ante su incertidumbre.

Me he jurado hacer que se sienta como algo más que una máquina del placer andante y parlante, pero él parece satisfecho con las alabanzas que obtiene de mí cuando lo hacemos. De hecho, lo exige, calentándome hasta volverme loca y regodeándose en mis súplicas. Se lo merece, joder, merece una medalla, pero nunca me había planteado que a lo mejor hago que se sienta utilizado. Le gusta que le suplique que me toque. Hace que se sienta deseado.

Necesitado.

Me muero por dentro al considerar la terrible idea de que les diga esa misma frase a todas las mujeres con las que ha estado. ¿Les suelta esas palabras cautivadoras a todas?

Probablemente sí. Es su trabajo. ¿Hace que se sientan tan bien como me hace sentir a mí? Sé que sí.

Edward se vuelve taciturno en el calor del momento, y arde de deseo armado con un cinturón y una cama con dosel.

—¿Muestras tanta pasión a todas las mujeres con las que has estado?

Mi propia pregunta me coge por sorpresa, principalmente porque sólo pensaba meditar sobre ella en silencio. Mi subconsciente anhela una respuesta.

—Todo lo que obtienes de mí me sale de manera natural, Isabella Taylor. Nunca antes me había sentido fascinado por nadie. Nunca me había entregado por completo a nadie. A ti te lo doy todo. Todas y cada una de las partes de mi ser. Y rezo cada segundo del día para que no pierdas la fe en mí, aunque yo sí lo haga. —Presiona los labios con ternura contra los míos y los deja así durante lo que me parece una eternidad, infundiéndome fuerza e intensificando mi amor por él—. Mantenme en este magnífico lugar de luz a tu lado. —Me suelta y me mira con ojos suplicantes—. No dejes que vuelva a caer en la oscuridad, te lo suplico.

Asimilo sus palabras, inmovilizada bajo su clara mirada azul. Oír cómo reafirma sus sentimientos y se expresa tan bien debería llenarme de alegría, pero no me pasa desapercibida la parte negativa de su afirmación: «Aunque yo sí lo haga».

Soy perfectamente consciente de las últimas acciones de Edward. Determinadas palabras provenientes de la gente equivocada podrían volver a sumirlo en la oscuridad, y sólo mi fuerza puede sacarlo de ella de nuevo.

—Acaríciame —ordeno con ternura—, con los dedos. —Le cojo la mano y la guío hasta el lugar donde se unen mis muslos—. Después métemelos y sácamelos con suavidad.

Asiente sin mediar palabra y apoya la mano sobre la encimera mientras inicia sus caricias.

Me quedo sin aliento.

—Deja que te saboree —susurra acercando el rostro al mío.

Mi respuesta es automática, instintiva. Levanto la cabeza y sello nuestras bocas con un gruñido mientras rodeo su cuello con los brazos. Todos mis músculos se preparan y se tensan, y separo un poco más los muslos para facilitarle la tarea. Me acaricia con movimientos medidos y relajados. Desliza dos dedos por mi sexo y presiona de manera deliciosa. Apenas si puedo respirar, y mi beso se vuelve cada vez más intenso conforme aumenta mi placer.

Sofoco un grito mientras chupo su labio inferior antes de apoyar la cabeza sobre el banco de la cocina.

Tiene la mirada perdida, y su respiración agitada iguala la mía mientras mantiene el constante movimiento de sus dedos sobre mi sexo palpitante.

—Joder, Isabella.

Deja la cabeza colgando cuando por fin atraviesa el umbral de mi entrada con los dedos, ejerce más presión sobre sus caricias y se introduce en mí exhalando un suave gemido.

Elevo el pecho con un grito delirante.

—¡Edward!

—¡Joder! Me encanta oír cómo gritas mi nombre.

Saca los dedos y vuelve a metérmelos de nuevo. La intensidad de sus movimientos no sólo la delatan mis incesantes gritos y gemidos, sino también la tensión de su rostro. Combato la apremiante necesidad de cerrar los ojos con fuerza, desesperada por perderme en un oscuro placer, pero más aún por mirarlo. Sus adictivos ojos, nublados por el deseo, son una visión maravillosa, pero me siento obligada a renunciar a ella cuando se inclina y atrapa mi erecto pezón con el calor de su boca. Eso me provoca una sobrecarga sensorial y empiezo a temblar.

—¡Joder!

Mis manos aplican presión en su cabello y lo empujo contra mi pecho. Mis caderas comienzan a elevarse para recibir el bombeo de sus dedos. Todas mis terminaciones nerviosas vibran de manera incontrolada, sacudo la cabeza y pierdo la razón. Empiezo a sentir que se aproxima el clímax. El placer que domina mi ser se concentra en un punto, listo para estallar.

Y, con un mordisco en el pezón y una pequeña rotación de sus fuertes dedos dentro de mí, sucede.

El mundo deja de rodar sobre su eje. La vida se detiene. La mente se me queda en blanco.

Oigo un gruñido distante y, cuando he superado la primera descarga de placer, dejo caer la cabeza a un lado agotada. Abro los ojos y veo a Edward sobre mí, mirándome mientras continúa acariciándome suavemente entre las piernas hasta que me recupero. Su gruesa erección late y se eleva orgullosa desde su entrepierna.

No digo nada, principalmente porque no tengo energía, aunque sí tengo la suficiente como para alargar el brazo y agarrarlo. Deslizo el pulgar por su cabeza hinchada para extender la gota de semen que emana de la punta. Edward sisea y los músculos de su pecho se tensan con fuerza al sentir mi tacto. Su sexo late incesantemente, y veo cómo su corazón golpea en su pecho. Basta con que deslice la mano contraída alrededor de su miembro para llevarlo al límite. Me aparta la mano de en medio y eleva el resto de su férrea longitud hasta mi vientre, gruñendo y meneando la cabeza mientras se corre encima de mí. La calidez de su esencia me cubre y hace que mi cuerpo se relaje de nuevo sobre el mármol con un suspiro de satisfacción.

Estoy flotando en un mundo mágico de perfección.

—¿Tienes sueño?

Su voz grave me acaricia los oídos y murmuro mientras cierro los ojos. Saca la mano de entre mis muslos y la apoya sobre mi vientre. Entonces extiende su leche por todas partes, hasta mis tetas y por mis piernas. Estoy cubierta. Y no puede importarme menos. Se inclina y me besa los labios, animándome a abrirlos para él. Dejo que colme mi boca con sus atenciones. Podría quedarme dormida aquí mismo, sobre la sólida encimera.

—Vamos. —Tira de mí para incorporarme y se coloca entre mis piernas separadas sin interrumpir nuestro beso. Me apoya los brazos sobre sus hombros, me agarra del trasero y me levanta—. Ayúdame a preparar el desayuno.

—¿En serio? —espeto.

Él se vuelve y me mira confundido.

La encimera, la ropa... yo. Y ¿ahora quiere que lo ayude a preparar el desayuno en su perfecta cocina, donde las tareas se llevan a cabo con precisión militar? No estoy segura de estar preparada y, sinceramente, interferir en sus hábitos obsesivos hasta ese punto me asusta un poco.

—No le demos demasiada importancia —me advierte.

Pero es importante. Tremendamente importante.

—Prepáralo tú —le digo, sintiéndome algo abrumada. Ya me ha dado bastante. No quiero forzar las cosas.

—No te librarás tan fácilmente. —Me besa la mejilla para infundirme seguridad, me deja en el suelo y me da la vuelta de manera que mi espalda queda pegada a su pecho. Luego apoya la barbilla sobre mi hombro—. Pero antes, vayamos a lavarnos un poco.

Me empuja hacia adelante con las manos sobre mi vientre y me guía hasta que estamos delante del fregadero y abre el grifo. Humedece una toalla, vierte en ella un poco de detergente líquido y me la pasa por delante. Después se arrodilla para limpiarme las piernas. Me esfuerzo por no echar la cabeza atrás y gemir pidiendo más.

Después de lavarnos las manos juntos, se inclina sobre mí y limpia la pila mientras yo lo observo sonriendo.

—A la nevera —murmura, y me empuja suavemente hasta que estamos delante de las enormes puertas de espejo. La desnudez de Edward está oculta, pero la mía no—. Menudas vistas. —Me da un mordisquito en el hombro, con los ojos fijos en los míos, y desliza la mano por mi estómago hasta mi entrada. Contengo el aliento y pego la mejilla a un lado de su rostro, retorciéndome—. Eres tan cálida y apetecible — susurra, y entonces lame la marca del mordisco que me ha dado en el hombro y extiende mi humedad con cuatro dedos. La deslizante fricción sobre los nervios de mi clítoris me obliga a gemir mientras observo cómo se nublan sus ojos—. Mi dulce niña sigue palpitando.

Pego el trasero a su entrepierna, lo que provoca que Edward imite mis sonidos de éxtasis.

—Querías darme de comer —le recuerdo, estúpida de mí. Prefiero mil veces su veneración a la mundana tarea de comer.

—Correcto, pero no puedo prometer que no vaya a aprovechar al máximo tu tentador estado mientras preparamos el desayuno.

Entonces comienza a trazar círculos alrededor de mi clítoris lentamente, acelerando la pulsación.

«¡Que Dios me ayude!»

—Edward. —Cierro los ojos brevemente, me aparto y mi cuerpo se dobla sobre sí mismo para escapar de su tacto inconcebiblemente habilidoso.

Él pega la boca a mi oreja.

—Puede que a partir de hoy adopte la costumbre de preparar nuestras comidas con mi hábito pegado a mi pecho.

Si lo hace de verdad, puede que no volvamos a comer jamás. Mi necesidad por él es mi perdición, y me dispongo a volverme.

Pero no voy a ninguna parte.

—De eso nada. —Pega la mano contra la suave piel de mi vientre y sus dedos ascienden lentamente hasta que descansan sobre la comisura de mi boca. Nuestras miradas se encuentran mientras extiende mi propia humedad por mis labios—. Lámelos.

Aunque su orden debería hacer que me negara tímidamente, lo que hace es multiplicar mis ansias. Obedezco y le lamo muy despacio los dedos mientras él me mantiene donde estoy, más con sus ojos sedientos que con la mano con la que me agarra firmemente.

—Está bueno, ¿no te parece?

Asiento, pero me inclino más a pensar que la carne que está debajo de la humedad sabe mejor.

—Ya basta por ahora. —Retira los dedos y desliza las manos por debajo de mis brazos hasta que alcanza las mías—. Esto podría llevarnos algo de tiempo.

—Sólo si no mantienes las manos quietas —respondo en voz baja, deseando no tener que ir a trabajar para que pudiéramos estar preparando el desayuno todo el día.

Eleva nuestras manos y entrelaza nuestros dedos para que abramos la nevera juntos.

—Tú no querrías que lo hiciera, así que esta discusión no tiene sentido.

—De acuerdo.

La nevera de Edward se abre y veo los estantes de comida perfectamente organizada.

Principalmente hay fruta o algo igual de sano y agua embotellada. Acerca nuestras manos a la cesta de fresas, y yo sonrío.

—¿Vamos a desayunar chocolate?

—Eso sería tremendamente poco saludable.

—¿Y?

Me mordisquea el lóbulo de la oreja mientras saca la fruta del frigorífico.

—Desayunaremos fresas con yogur griego.

—No suena tan apetecible —protesto, y seguro que también es light.

Pasa de mí, y la línea recta de sus labios me indica que deje de quejarme sin la necesidad de emitir una advertencia verbal. Un leve toque de sus caderas sobre mis lumbares seguido de sus pasos hacia atrás hace que mis pies retrocedan imitando sus pies y alejándonos del reflejo de las puertas de la nevera. Sus ojos están fijos en los míos, me abrasan la piel desnuda, y permanecemos así hasta que se ve obligado a darnos la vuelta. Avanzamos por la cocina como si fuéramos uno. Sacamos una tabla de cortar de un armario, dos cuencos de otro, un escurridor de un tercero y, finalmente, un cuchillo de un cajón antes de colocarlo todo en perfecto orden sobre la encimera. Nuestras manos trabajan unidas, aunque es Edward quien instiga cada movimiento. Yo me dejo llevar alegremente porque así no puedo hacer nada mal.

Tararea su dulce melodía en mi oreja distraídamente. Parece muy tranquilo, cosa que me llega al alma. Está feliz y contento, como si el hecho de que yo prepare el desayuno como él quiere y siga sus pasos fuese lo más maravilloso del mundo. Y es posible que lo sea para Edward. Me ayuda a levantar el cuchillo y me cubre la mano con la suya mientras coge una fresa y la coloca en la tabla de cortar. Entonces guía mi mano para elevar el cuchillo y apoya el filo en la parte superior para quitarle el rabito. Deja el trozo cortado en una esquina, parte el fruto rojo y carnoso por la mitad y me da un cariñoso beso en la mejilla antes de meter los trozos en el escurridor.

—Perfecto —me elogia, como si él no hubiese participado en la cadena de movimientos precisos que acabamos de realizar.

Sin embargo, eso hace que el mundo perfecto de Edward siga girando sobre su eje perfecto, de modo que le sigo la corriente con gusto. Coge otra fresa, manteniendo la barbilla sobre mi hombro. Decir que la cercanía de su constante respiración en mi oreja mientras tararea es reconfortante es quedarse corta. Esto debe de ser lo más cerca que uno puede estar del cielo mientras sigue en la tierra.

—He pensado que hoy podrías quedarte conmigo —dice en voz baja, guiando mi brazo hacia la fresa.

Una leve presión de mi mano parte la carne y revela su jugoso interior, que hace que se me haga la boca agua. No se me ocurriría cometer la estupidez de robar un pedazo, no bajo la vigilancia de mi maniático Edward, de modo que me quedo boquiabierta cuando veo que coge una de las mitades y se la lleva a la boca. Frunzo el ceño y sigo su dirección. Me distraigo momentáneamente al ver cómo abre lentamente los labios antes de introducir el pedazo entre ellos. Aunque sólo momentáneamente. El enfado me saca de mi embelesamiento.

—Eso es...

No consigo seguir objetando. La boca de Edward me acalla. Mastica y el jugo inunda nuestro beso, convirtiéndolo en el más sabroso del mundo. Edward y fresas...

—Mmm —murmuro de placer mientras el zumo de la fruta resbala por mi barbilla.

—Coincido —susurra, e interrumpe nuestro beso para lamerme el hilo de humedad, cumpliendo así su papel autoimpuesto de limpiar nuestro desastre. Puede que esto le proporcione placer, pero en cierto modo sigue siendo una forma de ordenar, por lo que no es de extrañar que se preste voluntario para hacerlo.

—Hoy tengo que ir a trabajar —murmuro bajo su penetrante mirada.

Estoy caliente, y pasar un día entero encerrada en el apartamento de Edward, apartada del mundo, es algo imposible de resistir, pero no puedo faltar al trabajo otra vez.

Me besa la nariz con un suspiro de conformidad. De demasiada conformidad.

—Lo entiendo, pero prométeme que no irás por ahí tú sola. —Su ruego transforma mi sensación de felicidad y comodidad en preocupación. Me están siguiendo—. Yo te llevaré y te recogeré.

—¿Cuánto tiempo esperas tener que hacerme de carabina? —pregunto.

Aunque estoy más que preocupada por las revelaciones de una sombra indeseada, también entiendo que Edward no puede cuidar de mí eternamente.

—Sólo hasta que establezcamos de quién se trata y por qué lo hace. —Vuelve a apoyar la barbilla en mi hombro y a cortar las fresas.

—¿Establezcamos, quiénes?

Noto que vacila unos segundos antes de contestar.

—Tú y yo.

Me pongo recelosa. Detesto estarlo. El recelo es algo peligroso, y también despierta mi curiosidad. Detesto la curiosidad, probablemente más que el recelo.

—No puedo decidir nada a menos que me proporciones información, cosa que no vas a hacer, de modo que sólo tú puedes tomar las decisiones.

—Bueno, así es como debe ser —dice de manera casual, lo que acrecienta mi recelo y mi curiosidad—. No quiero que tu preciosa cabecita se preocupe por ello —afirma mientras corta otra fresa con el cuchillo y me besa en la sien—. Vamos a dejar el tema aquí.

—¿Dónde? —pregunto poniendo los ojos en blanco. Acaba de ponerme en mi sitio, más o menos, pero no puedo evitar mostrarme sarcástica.

—No es neces...

—Edward. —Suspiro—. ¡Relájate!

Por cada paso que damos hacia adelante, retrocedemos un millón.

—Estoy muy relajado. —Presiona la entrepierna contra mis lumbares y me muerde el cuello, haciendo que me retuerza y me ría, y de este modo contradice mi anterior pensamiento.

—¡Para! —grito riéndome.

—Jamás.

Pero sí que para, y yo dejo de reírme al instante también, irguiendo la cabeza para escuchar.

—¿Eso ha sido el timbre? —pregunto intrigada. Nunca antes había oído el sonido.

—Creo que sí. —Edward parece tan interesado como yo.

—¿Quién será?

—Bueno, vamos a averiguarlo.

Me quita el cuchillo de la mano y lo coloca en paralelo con la tabla de cortar antes de soltarme. Después, ordena la encimera con premura pero con exactitud y recoge mis bragas dobladas y mi camiseta.

Me coge de la mano y recorre el apartamento velozmente. Llegamos a su dormitorio en un santiamén. El timbre suena de nuevo y él masculla entre dientes algo sobre el alboroto. Se pone un bóxer negro limpio, saca los montones de camisetas negras de su cajón y empieza un nuevo montón; comienza a girar cada una de las malditas camisetas mientras el timbre suena de fondo con insistencia. Yo permanezco callada y observo cómo se inquieta cada vez más mientras se pone la camiseta. Me coge las manos y me besa los nudillos.

—Dúchate.

Me besa la frente y desaparece, dejándome plantada en medio de su vestidor, con la curiosidad como única compañera. Me carcome por dentro, y no estoy preparada para quedarme sola y volverme loca, de modo que me pongo las bragas y una camiseta y sigo a Edward en silencio mientras sus largas y fuertes piernas recorren rápidamente el trayecto hasta el recibidor.

Edward abre la puerta de entrada con violencia, una violencia que parece multiplicarse por mil cuando ve a quien sea que se encuentra al otro lado. No veo nada; la alta constitución de Edward me bloquea la visión, pero a juzgar por la frialdad que emana de su exquisito físico, no queremos ver a esa persona.

—Lárgate ahora mismo o quédate y concédeme el placer de que te parta todos los huesos del cuerpo.

El odio que destila su tono es profundo. Aterrador. ¿Quién es? Veo que la espalda de Edward se agita, y casi empieza a salirle humo por las orejas. Va a perder los estribos en cualquier momento. Joder, ¿no ha escuchado nada de lo que hemos hablado? Simplemente no puede controlarlo.

—Me quedaré.

Mi corazón se acelera al oír la voz de ese hombre. ¿Ha venido a buscarme? Edward cierra los puños con fuerza, lo que hace que se le hinchen las venas de los brazos. Mierda, se está preparando para atacar. Me acerco, dividida. ¿Intervengo o me quedo al margen?

—Como quieras —responde Edward como si tal cosa, como si no estuviera decidido a asesinar a nuestro invitado.

—Lo que quiero es que desaparezcas para que mi chica pueda pensar por sí misma sin tu influencia.

Edward da un paso adelante. Es amenazador, y es lo que pretende. Mi ansiedad aumenta, así como mi ritmo cardíaco.

—Voy a decirlo sólo una vez —advierte con el puño cerrado—. Nunca he hecho que Isabella haga nada que no quiera hacer. Su sitio está conmigo. Ella lo sabe. Yo lo sé, y tú deberías asimilarlo también. Si yo voy a alguna parte, ella viene conmigo.

Reúno el valor y me acerco hasta Edward. Deslizo la palma por su espalda antes de sortearlo y colocar mi cuerpo delante del suyo. Un ojo morado, una mejilla magullada y un labio partido me reciben.

—Gregory —digo nerviosa, sintiendo las preocupantes vibraciones de Edward. Está rígido contra mi espalda—. ¿Estás bien?

Sus ojos marrones se suavizan ante mi presencia, y su expresión se torna casi de alivio.

—De maravilla —bromea al tiempo que le lanza una mirada asesina a Edward—. Tenemos que hablar.

Una fuerte mano me agarra de la nuca y empieza a masajearme. Si es un intento de aliviar mi ansiedad, fracasará estrepitosamente. Es un torbellino que me inunda de manera incontrolada. Nada conseguirá reducirla, y mucho menos eliminarla.

—Habla, entonces —ordena Edward.

—A solas —sisea Gregory, erradicando cualquier esperanza que pudiera albergar de que había venido a solucionar las cosas con Edward. Me siento impotente.

—El infierno se congelará antes de que deje a Isabella a solas contigo.

—¿Temes que te abandone?

—Sí. —Su respuesta rápida y brutalmente sincera me deja perpleja, y es evidente que a Gregory también, porque no replica.

Los ojos de mi amigo me absorben durante unos momentos hasta que encuentra algo que decir.

—¿Quieres hablar conmigo a solas? —dice, y su pregunta hace que se me tensen todos los músculos del cuerpo.

Quiero hacerlo. No tengo miedo de lo que pueda decir ni de que intente convencerme de que deje a Edward, cosa que probablemente haga. Estaría perdiendo el tiempo, y Gregory ya debe de haberse dado cuenta a estas alturas. Ya ha recibido dos palizas por entrometerse, dos palizas importantes. No creo que quiera una tercera.

—¿Y bien? —dice al ver que sigo en silencio, pensando en cómo manejar la situación. O en cómo manejar a Edward.

Mi rostro inexpresivo mira de repente a Edward cuando éste me da media vuelta. La ira y el estrés han desaparecido, y sus ojos están claros y preocupados.

—¿Quieres pasar un momento a solas con tu amigo?

Me quedo de piedra, totalmente atónita. Asiento, incapaz de articular palabra debido a mi asombro. Edward asiente también, exhala un largo suspiro y me besa en la nariz mientras su palma acuna mi nuca. ¿Está preparado para darle a alguien la oportunidad de interferir?

—Voy a darme una ducha —dice tranquilamente—. Tómate el tiempo que necesites.

Su extraña actitud me ha cogido por sorpresa, y sé que a Gregory también. Prácticamente puedo oír su estupefacción a través de los latidos de su corazón. Me dispongo a asentir de nuevo, pero entonces pienso en lo violento que debe de sentirse Gregory en el apartamento, y yo también, en realidad. Con Edward al acecho, listo para atacar en cuanto lleguen a sus oídos palabras que desapruebe, no conseguiré relajarme.

—Iremos a la cafetería —digo, menos segura de lo que me habría gustado. Se me cae el alma a los pies cuando veo que Edward empieza a negar con la cabeza con preocupación—. Estaré con Gregory —añado con ojos suplicantes pero con pocas esperanzas de convencerlo. Mi amigo debe de estar preguntándose a qué viene todo esto. No puedo contarle lo de mi perseguidor, no después de todo lo que ha pasado—. Por favor. —Dejo caer los hombros, abatida.

Los sentimientos encontrados que lo invaden se reflejan claramente en su rostro.

—De acuerdo —accede a regañadientes, y me quedo tan asombrada que casi me caigo de culo. A continuación aparta sus ojos cálidos de los míos y se endurecen cuando se posan sobre Gregory—. Confío en que la protejas con el mismo cuidado y atención que yo.

Casi me atraganto y me quedo mirando su rostro perfecto y serio con la boca abierta, sabiendo que Gregory lo estará mirando con la misma cara. La verdad es que no ayuda en nada a su causa. Yo lo entiendo. Lo comprendo. Veo más allá de su postura estirada y oigo más allá de sus confusas palabras. Pero los demás, no.

—¿Qué? —pregunta Gregory con una mezcla de diversión y absoluta exasperación en su tono.

Edward se crispa y entorna los ojos.

—No me gusta repetirme.

—¡Joder! —Mi amigo se echa a reír—. ¿De dónde coño has sacado a este capullo?

—¡Greg! —exclamo dándome la vuelta y retrocediendo hacia el pecho de Edward para evitar lo inevitable.

—¡Es que esto es muy fuerte!

—¡Fuerte va a ser la paliza que te voy a dar! —espeta Edward atravesando con la mirada a mi ya molido amigo.

—¡Basta! —grito levantando las manos violentamente—. Por favor..., ¡ya basta!

Quiero decir un millón de cosas, tanto a Gregory como a Edward, pero, ante el riesgo de complicar aún más la situación, respiro hondo para tranquilizarme y cierro los ojos para reunir algo de paciencia.

—Gregory, espérame en la cocina —digo señalándola—. Edward, tú ven conmigo. —Lo agarro de la mano y empiezo a tirar de él—. ¡Tardaré diez minutos! —grito por encima del hombro sin darles a ninguno de los dos la oportunidad de protestar.

No voy a dejarlos a solas. Acabaría encontrándome un charco de sangre y huesos.

—Te esperaré en el descansillo —espeta Gregory, y cierra dando un portazo tan fuerte que tiemblan las paredes del apartamento.

Edward empieza a farfullar y me obliga a detenerme.

—¿Acaba de cerrar de un golpe mi puta puerta? —Sus ojos se tornan feroces y se dispone a volverse con un gesto descompuesto de disgusto—. ¡Acaba de cerrar de un golpe mi puta puerta!

—¡Edward! —grito plantándome delante de él—. ¡Al dormitorio! ¡Ahora! —Se me ha agotado la paciencia y me siento tan furibunda que el calor se me ha subido a la cara. Ahora está siendo quisquilloso porque sí—. ¡Que no tenga que repetírtelo! —Estoy temblando. He llegado a mi límite con esos dos bulldogs, que dejan que su ego les impida ver lo que realmente importa: ¡yo!—. ¡Voy a tomarme un café con Greg!

—Vale —dice malhumorado—, pero como alguien te haya tocado un solo pelo para cuando vuelvas, no respondo de mis actos.

—Estaré bien.

¿Qué cree que me puede pasar?

—Más le vale asegurarse de ello —resopla.

«¿Qué?»

—¡Pareces un capullo engreído!

—Isabella. —Se inclina y pega la nariz a la mía con los ojos brillantes de fervor, mientras que los míos irradian frustración—. Ya sabes lo que pienso de la gente que se entromete, y ya sabes cómo me siento cuando hacen que te sientas mal. Te juro que le partiré el espinazo como te devuelva con algún daño, ya sea físico o emocional.

Todo mi cuerpo se desinfla dramáticamente. Lo hago adrede, para que vea lo mucho que me frustra.

—No quiero que te calientes la cabeza después. —Desliza la mano hasta mi nuca y tira de mí hacia adelante, reduciendo así el minúsculo espacio que separaba nuestras bocas y sellando nuestros labios.

—No lo haré —le prometo, dejando que disipe todo mi enfado. Eso lo tengo ya más que superado—. Y, después de todo lo que me has hecho pasar durante las últimas veinticuatro horas, Edward, voy a tomarme un café con mi amigo.

Frunce los labios contra los míos.

—Como gustes. —Después de esa declaración no tiene más remedio que aceptarlo. Me envuelve con los brazos y se aparta de mi boca para poder enterrar el rostro en mi pelo rubio y rebelde. Es como si supiera que «lo que más le gusta» puede infundirme algo de fuerza. Nunca falla—. Confío en tu fuerza, mi niña maravillosa.

Lo abrazo y dejo que él me estreche con fuerza. O con más fuerza todavía. Puede que me haya cabreado mucho con lo que ha pasado desde que ha aparecido Gregory, pero mis fuerzas no han flaqueado. Jamás renunciaré a lo nuestro.

—Debería ducharme.

Me suelta y me retira el pelo por detrás de los hombros para poder verme la cara.

—No me prives de ti durante demasiado tiempo.

Sonrío y me aparto de él con ternura. Me dirijo a la ducha y me preparo mentalmente para otra sesión de intromisión por parte de mi mejor amigo.

 

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Hola chicas, cómo están, espero hayan tenido una buena semana. ^_^

Bien, les tengo una buena y una mala noticia: la mala es que este es el penúltimo capítulo y ya sólo nos queda el último capítulo para terminar Una noche traicionada y por consiguiente se acerca el final de esta historia con la tercera parte del libro, :( estoy un poco triste por eso, que ya pronto se acabe esta historia, pero me estoy adelantando a los hechos todavía no subo la tercera parte y ya me estoy poniendo triste, aún tenemos historia para rato. ^^;

Y la buena: es que ya tengo la tercera parte de la historia lista para subirla, así que estaré subiendo la tercera parte del libro el mismo día que se termina. Y se vienen muchas, muchas sorpresas con la tercera parte, y el último capítulo va a estar cargado de mucha adrenalina y emociones intensas, bueno al menos así me paso a mí, pero no les digo más ya ustedes lo descubrirán el domingo. XD 

Y por supuesto me gustaría saber qué les ha parecido la historia en general. ^_^

Bien, chicas, eso es todo por ahora, espero hayan tenido un buen término de semana y que tengan un buen fin de semana.

Nos vemos el domingo para el último capítulo, actualizare lo más temprano posible para no hacerlas esperar tanto. ^_^

Besos y abrazos. ^^;

 

 

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