EL VENGADOR (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 20/10/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: NO
Votos: 22
Comentarios: 213
Visitas: 26131
Capítulos: 16

UN PIRATA SIN ESCRUPULOS…

El aristócrata inglés Edward Cullen, conocido como El Diablo, atacaba sin piedad a todas las naves que cruzaban el océano Atlántico buscando vengarse por los cinco años de brutal cautiverio que había pasado a bordo de un barco español. Cuando su barco abordó el Santa Cruz, encontró la ocasión perfecta para llevar a cabo esa venganza: una inocente dama española, recién salida del convento, cuyo cuerpo podía hacer suyo para de ese modo humillar a su gente. Pero pronto Edward se encontró dividido entre el deseo de venganza y la pasión que ella le provocaba.

 

Una extraña cautiva….

 

La vida de Isabella Swan cambió de forma traumática cuando su padre le informó que había acordado su matrimonio con el poderoso gobernador de Cuba, y que por lo tanto tenía que dejar el convento en el que había vivido hasta ahora y en el que era feliz. Su situación no mejoró con el repentino abordaje que sufrió su barco en aguas del Caribe. Pero aunque temía por su suerte a manos de aquel poderoso y temible pirata, Isabella luchaba contra el desbordante deseo que él le inspiraba, con aquellos ojos azules como el mar y aquel cuerpo flexible cuyos músculos parecían sacados de la estatua de un dios griego. Por más que se estuviera haciendo pasar por monja, las encendidas emociones que sentía entre los fuertes brazos de Edward eran cualquier cosa menos santas, y fueron consumiendo la cólera que los separaba hasta que no tuvieron más remedio que rendirse a sus sentimientos...

 

Adaptacion de los personajes de Crepusculo con el libro "Pirate's arms" de Connie Mason

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Capítulo 8: SIETE

La lengua de Edward deambulaba lenta y cálidamente por la piel del estómago de Isabella. Ella gemía y trataba de escabullirse, para volver a encontrarse sin darse cuenta cada vez más pegada al tormento de su boca. Trató de negar los sentimientos que le brotaban de dentro, pero le falló la voluntad. Él tenía las manos entre sus muslos y seguía subiendo, con los dedos húmedos de ella.

—¿Qué me estáis haciendo? —le gritó con desmayo. La embriagadora seducción de aquellas manos y aquella boca estaba pulverizando sus sentidos, y la reconciliaba con el hecho de que Edward estaba decidido a salirse con la suya. E incluso cuando ya no podía contener un ansia extraña, siguió teniendo la curiosidad suficiente como para querer enterarse de todo lo que él le estaba haciendo, de todo lo que estaba pasando entre ellos dos.

Edward soltó un gruñido y levantó la cara.

—Haces demasiadas preguntas. —Y deslizó un dedo en su interior, avanzando con sus besos cadera abajo.

—¡Edward! ¿Qué estáis haciendo? Decídmelo.

Él suspiró profundamente.

—Te estoy poniendo a tono. Cuanto más húmeda estés, menos daño te va a hacer cuando me meta por fin dentro de ti. Eres muy pequeña, querida; intenta relajarte.

Isabella ahogó un puchero.

—Si no queréis hacerme daño, entonces no me hagáis esto.

—Eso es como pedirme que deje de respirar.

Sintió la provocación de los besos de Edward entre los muslos. Sus caricias sembraban en ella fuego líquido, tan íntimas, tan absorbentes, que se puso a temblar. Él empezó a mover el dedo de dentro a fuera, primero despacio, luego más deprisa. Ella gemía y se contorsionaba contra la ardiente presión de su mano, aguijoneada por asombrosos fragmentos de éxtasis.

—Enseguida, querida, enseguida —dijo él con voz cantarina. Entonces encontró con la lengua aquel botón sensible escondido entre sus lozanos pliegues y ella se enardeció, gritando su nombre en jadeante súplica. Innombrable era el esplendor que se estaba disparando en ella—. Ahora. —Edward respiraba entrecortadamente—. Ah, sí, ahora.

Subió hacia ella, contemplando su rostro asombrado.

—Voy a meterme dentro de ti, Isabella. Puede que esta parte te duela, pero seré todo lo suave que pueda.

Al principio ella no entendió lo que decía, pero en cuanto lo hizo sacudió la cabeza con fuerza.

—¡Nooooo! Sois demasiado… Yo soy demasiado… Eso no va a poder ser.

—Confía en mí —la tranquilizó él—. Ocurre todos los días. Hay niñas que se casan con trece años y sobreviven a esto. La mayoría acaba disfrutando de ello. Y ahora, querida, mírame: quiero verte la cara mientras te penetro.

Unió al de ella su cuerpo, mientras su carne tensa y resbaladiza se abría cuidadosamente paso. Su mirada de plata se trabó en la de Isabella mientras hacía cuña con su enorme fuerza entre los muslos desplegados de ella. Empujó hacia su interior la punzante protuberancia de su sexo, luego hizo una pausa y volvió a empujar. Isabella se puso rígida, tratando de deshacerse del peso de él, desesperándose por evitar aquel empalamiento.

—Relájate, querida —susurró él con los labios pegados a los suyos. Luego arqueó las caderas y volvió a empujar, traspasando el vello púbico de Isabella—. ¡Ya estoy dentro! —exclamó, exultante.

Dolor. Implacable. Prolongado. Las lágrimas se le agolparon en los ojos. Le supieron a sal.

—¡P… para! Me estás matando. —Tensó y arqueó el cuerpo en un intento de quitarse a Edward de encima.

—Calma —musitó él—, calma. Te prometo que no te va a doler mucho tiempo. —Hizo unos movimientos tentativos, y Isabella se estremeció. ¿Es que no había forma de escapar a aquel tormento?

—Cómo duele, oh, Dios, cómo duele.

—Ahora no puedo parar, querida.

Le apartó con la mano el pelo moreno de la frente húmeda y la besó con ternura, dándole tiempo para que se acostumbrara a aquella intrusión en su cuerpo de virgen. Siguió besándola hasta que ella empezó a relajarse y a devolverle los besos, y entonces empujó hacia dentro, despacio, y luego hacia fuera. Ella gimió, pero no opuso resistencia a aquel balanceo sutil.

Estaba asombrada de la suavidad de Edward, del tierno cuidado con que la estaba tratando. Dudaba que el hombre al que estaba prometida hubiera sido tan cariñoso, tan atento con ella en su noche de bodas. Se sentía casi como si fuera la novia de Edward.

A Edward le brillaba la frente de sudor, del que también se le iba empapando el cuerpo en su lucha contra el impulso de penetrarla hasta el final. No debería preocuparse tanto por la comodidad o el placer de Isabella, se dijo a sí mismo. Debería hacer lo que le exigía el cuerpo y al demonio con aquella mujer. Ella era española. Y era la hija del hombre al que él tenía todos los motivos para despreciar.

Pero también era una dulce inocente a la que estaba utilizando para saciar su sed de venganza al mismo tiempo que su lujuria. ¡Dios! Algunas veces se odiaba a sí mismo.

—¿Edward? —exhaló ella, despacio.

Él supo lo que ella quería preguntarle.

—Quiero llevarte al clímax —le dijo—. Quiero darte placer. ¿Te duele mucho todavía?

Ella sentía la plenitud de su virilidad en su interior y soportaba aquel sutil movimiento con el que él la iba penetrando más a fondo. Tan lento, tan cuidadoso, tan suave. Tan seductor. El dolor le rondaba aún los márgenes de la consciencia, pero se estaba desvaneciendo velozmente.

—Ya no me duele tanto, pero… no sé cómo llegar al clímax.

—Yo te voy a llevar a alcanzarlo. No te resistas a sentirlo, y vendrá. Eres de sangre caliente, Isabella, lo sospeché desde el principio. Muévete hacia mí. Ah, eso es —dijo, sujetándola de las caderas para clavarse más hondo—. Sigue moviéndote, no te pares.

De pronto, tocó algo dentro de ella. Algo que ella no sabía que existía. Ella soltó un respingo y se arqueó hacia él, invitando a su endurecida prolongación a adentrarse aún más, mientras él se estremecía y se tensaba, hacia dentro y hacia fuera, una y otra vez. Se movía despacio, luego con desenfreno, luego otra vez despacio, penetrando y retrocediendo, ágil, seguro, magistral.

Isabella se dio cuenta de que el dolor había desaparecido, sustituido por una punzada nueva, más placentera. Una punzada que la abrasaba como fuego en las venas. Cerró los ojos y dejó que aquel sentimiento la invadiera, la desbordara. Ya le venía. Estaba cerca, muy cerca. Alzándose, girando, arremolinándose. Un dulce esplendor se elevó desde su punto de unión en ondas concéntricas. Ya le venía… Gritó y estalló en una explosión de algo que de tan increíble resultaba indescriptible. Llamarlo sin más placer habría sido no hacerle justicia.

Entonces Edward empezó a empujar con urgencia, con la tensión tan a flor de piel que sus brazos parecían barras de acero. Levantó a Isabella hacia él, llevándose sus pechos a la boca. Parecía vagamente consciente de que a ella le había ocurrido algo asombroso, pero ahora estaba enfocado en su propio placer. Se estremeció contra ella y, en su resbaladiza humedad, volvió a estremecerse y rindió su semilla. Entonces se quedó quieto.

Sintió que algo le empujaba, y soltó un gruñido. Se sentía débil y desvalido como un gatito. Sorprendido todavía por el más increíble clímax al que había llegado en su vida, Edward se percató de que seguía tumbado encima de Isabella. Reticente, se salió de su cuerpo y se tendió junto a ella.

—¿Estás bien? —le preguntó, solícito—. ¿Te ha dolido demasiado?

—Sí, me has hecho daño —le dijo Isabella. El rostro le ardía de vergüenza al añadir—: Pero… pero el dolor no me ha durado mucho. ¿Qué ha pasado? Nunca había sentido nada parecido. ¿Qué me has hecho? —¿Habría sido don Aro un amante tan tierno como Edward? Tenía sus dudas.

Edward le dedicó una sonrisa lobuna.

—Te he llevado al clímax. ¿No ha sido tan maravilloso como te había dicho?

Isabella se quedó pensativa.

—Ha sido… agradable. —Acababa de decidir que él se pasaba de arrogante—. ¿Les pasa a todas las mujeres? ¿Podría llevarme a sentirlo cualquier hombre?

Edward apretó el ceño. ¿Sólo agradable? El pensamiento de que otro hombre, cualquier hombre, pudiera darle placer a Isabella le irritaba. No; le enfurecía. Él había sido el primero, y ella le pertenecía.

—Edward…

—Ah, sí, tus preguntas. Bueno, todas las mujeres pueden llegar al clímax, pero eso no ocurre siempre. Depende en gran parte del hombre. Y sobre tu segunda pregunta, no lo sé. Es posible que otro hombre te pueda proporcionar placer.

—¿Me estás diciendo que en… en esto eres mejor que otros hombres?

—Dios, qué inocente eres.

—Ya no —dijo Isabella con pesar.

—No, ya no. Nunca se ha quejado nadie de mis técnicas. Parece que a la mayoría de las mujeres les gusta mi forma de hacer el amor.

A Isabella no le apetecía oírle hablar de las otras mujeres con las que se había acostado.

—¿Me vas a devolver ahora a mi padre? ¿Te has puesto ya en contacto con él para fijar mi rescate?

—Todavía no, pero lo haré muy pronto. Entretanto, voy a seguir disfrutando de ti mientras progresan las negociaciones. Cuando me haya saciado de ti te devolveré a tu padre.

Isabella se incorporó bruscamente.

—Has hecho lo peor que me podías hacer. He perdido mi inocencia. ¿Para qué te puedo servir ahora? Déjame volver a casa a arrepentirme de mis pecados en paz y soledad. Ya no puedo casarme ni retirarme en el convento. Espero que mi padre me admita en el santuario de su casa para arrepentirme allí de mis pecados.

Edward sintió que la ira se despertaba en su interior.

—¡Tus pecados! Pero si tú no has hecho nada. No tenías nada que hacer contra mí. Sabías que era sólo cuestión de tiempo que te hiciera mía.

—El pecado ha sido mío. Yo no tenía que haber disfrutado.

La tensión de Edward se aflojó. Una sonrisa le rondaba las comisuras de los labios.

—Tú eres inocente de verdad, Isabella. No has tenido elección. Yo estaba decidido a arrancarte una respuesta, y eso he hecho. Rebasando todas mis expectativas.

Ella le miró dubitativa. Habría deseado que él no la estuviese observando con aquellos ojos despiertos e inteligentes. Tenían la habilidad de sondearla en lo más hondo para encontrar ese punto vulnerable que ningún hombre antes había tocado. Y eso ella no lo podía soportar. Deliberadamente se volvió, dándole la espalda.

—Vete, déjame calibrar mis pecados en privado.

Aquello hizo que Edward se enfadara. La obligó a volver la cara hacia él.

—No. A partir de ahora y hasta que te libere, tu cama va a ser la mía, y conmigo dentro. Ya he tenido bastante de esos infernales rezos tuyos. Quiero volver a amarte. Ahora.

—¿Es que no me has hecho ya daño suficiente?

—Ya te he dicho que no te va a volver a doler.

—No estoy hablando de dolor físico.

Edward plegó una ceja.

—No me vas a negar que te he dado placer.

—Tú no lo entiendes, ¿verdad? Sí, me has dado placer, pero eso no es nada en comparación con lo que le has quitado a mi honra. Para ti no soy más que un instrumento de venganza. Te vas a saciar de mí y luego me mandarás lejos. ¡Placer! ¡Ja! Ni aunque me dieras placer todas las noches podrías compensarme por lo que me has arrebatado.

—Le das un valor excesivo a tu virginidad. Nunca he querido hacerte daño a ti personalmente. Pero eres española —dijo, como si eso lo explicara todo.

—¿Por qué tienes ese odio a los españoles? ¿Qué te han hecho?

Fue como si su pregunta hubiera abierto un dique dentro de él.

—¿Que qué me han hecho, dices? Me robaron cinco años de mi vida. Mataron a mis padres y a mis hermanos menores. Me hicieron esclavo, me azotaron y me mataron de hambre. Desde el día en que nos abordaron, mi vida se convirtió en un infierno. El barco en el que estuve prisionero era de la flota de tu padre.

Isabella abrió los ojos con incredulidad.

—¡No! ¡Él no habría consentido una cosa así a bordo de un barco suyo!

—Pero qué ingenua eres —gruñó Edward—. Esas cosas ocurren todo el tiempo. ¿Quieres ver una muestra del trabajo que me hicieron tus compatriotas?

Volvió hacia ella la espalda, mostrándole gruesas cicatrices que se entrecruzaban en un dibujo que sólo un látigo habría podido producir. Y tenía que haber sido en más de una ocasión. Isabella se tapó la boca con la mano.

—¡Dios! ¡No!

—Míralo bien, Isabella, para no tener que seguir preguntándote por qué odio a los españoles.

Incapaz de soportar la visión de la espalda severamente maltratada de Edward, ella apartó los ojos.

—Lo siento mucho.

—Yo también. ¿Crees que tengo yo la culpa de querer usarte para castigar a tu padre?

—De lo que tienes la culpa es de meterme a mí en esa venganza tuya contra mi país y contra mi padre. Ahora que ya has conseguido llevarme a la perdición y humillar a mi familia, te sugiero que me dejes marchar.

—No. Todavía no. La venganza es sólo una de las razones por las que estás en mi cama. Te deseo. Te he deseado desde el momento mismo en que te vi rezando de rodillas. Sé que tú me odias, pero no soy capaz de evitarlo. Tienes que ser una bruja para producir ese efecto en mí. Todavía no ha llegado el momento de devolverte a tu casa, querida.

Ella volvió la cara hacia él, con los ojos oscuros centelleando de emoción.

—Te equivocas, Edward. Yo no te odio. Te compadezco. Puedo entender el odio que sientes por mis paisanos e incluso perdonarte, como haría Dios. Me has dado a probar la pasión, pero yo sigo anhelando la paz y la armonía del convento, donde los asuntos mundanos no alcanzaban a tocarme. A mi vuelta, quizá pueda convencer a mi padre de que haga una generosa donación a la orden. Si lo hace, volverán a aceptarme aunque esté en pecado. Voy a rezar para que eso ocurra.

¿Que le compadecía? Lo último que Edward quería de ella era compasión.

—Tú no estás hecha para el convento.

—¿Y para qué estoy hecha?

Sorprendido por aquella pregunta, Edward sopesó con cuidado la respuesta.

—Por el momento, para quedarte aquí en mi cama. El Vengador ya está preparado para hacerse a la mar otra vez. Lo voy a enviar con el señor Hale al mando mientras yo me quedo en Andros ocupándome de mis negocios. Él le llevará a tu padre la demanda de rescate y esperará a que él le haga entrega del pago por tu liberación. No debería llevar más que un par de meses.

—Edward, yo…

—Isabella, no hay nada más que decir —Edward no quería pensar en el día en que tuviera que mandar a Isabella a su casa. Sabía que ese día iba a llegar antes de lo que a él le hubiera gustado, y por eso prefería concentrar su atención en la mujer que tenía en sus brazos. Volvería a hacerla suya una y otra vez, y cuando el Vengador volviera se la enviaría a su padre, bien usada.

Isabella soltó un grito de protesta cuando Edward tiró de ella, haciéndola apretarse contra él. La enmudeció con la boca, besándola hasta dejarla sin aliento para negarse a él. Y ella entonces respondió a sus besos, correspondiéndole con un ardor renovado, conmocionada de ver que ella misma quería repetir aquello. Edward la había dejado entrever algo que nunca hubiera esperado llegar a experimentar.

Le había iniciado en un placer que desgarraba el alma. Y algo más profundo. Algo que ella estaba reacia a reconocer. Pero entonces todos sus pensamientos se detuvieron, mientras las manos y la boca de Edward trazaban signos mágicos sobre su piel. Esta vez no sintió dolor cuando él se deslizo en su interior y empezó a moverse con exquisita suavidad. No sintió más que el espléndido despertar de su cuerpo y un clímax explosivo que la dejó hechizada.

 

 

Jasper Hale y toda su tripulación salieron al día siguiente en el Vengador, dejando en tierra a Edward y a los que solían quedarse en la isla atendiendo la plantación. Dos días después de que el Vengador partiera de Andros, el Gloria de la Reina zarpaba hacia Inglaterra cargado de madera.

Durante los largos y calurosos días, Edward trabajaba con los nativos, dejándole a Isabella tiempo de soledad de sobra para pensar en él, y en el placer carnal que él le proporcionaba. Los pecados de Isabella eran muchos, pero el más grave de todos era que disfrutaba pasando las noches en la cama de Edward. A pesar de lo mucho que él odiaba a los españoles, con ella no había sido brutal; más bien al contrario. Era siempre cuidadoso y atento, y siempre se preocupaba de proporcionarle placer antes de buscar el suyo propio. Ella ya no era la inocente que había sido un día. Había aprendido muchísimo sobre los besos y la excitación y el clímax. Especialmente sobre el clímax, que, según había descubierto, era un estado al que la mayor parte de los hombres y las mujeres aspiran por encima de cualquier otro.

¿Odiaba todavía a Edward? Algunas veces sí, lo admitía. Pero, más a menudo, otro sentimiento le dejaba poco espacio para el odio. Un sentimiento que la ayudaba a comprender lo intrincado de las relaciones entre los hombres y las mujeres. Se había dado cuenta de que lo que sentía por Edward estaba en un plano más alto que la satisfacción física. Isabella prefería no buscarle nombre. Además, qué odio podía sentir hacia un hombre que tenía razones más que suficientes para despreciar a los responsables de la muerte de su familia. Él tenía que ser muy joven cuando su familia fue asesinada y lo cogieron como esclavo. El odio había arraigado en él tan profundamente como para dedicar su vida a vengarse de sus enemigos.

Haciendo el amor con Edward durante las noches cálidas y mullidas de Andros, Isabella vislumbraba el paraíso. Pero después, cuando él finalmente se quedaba dormido, acurrucado junto a ella, exhausto de satisfacción, ella se sumía en el peor infierno imaginable. Sabía que cuando la devolviera a su padre él la olvidaría como si nunca la hubiese conocido. Ella no significaba nada para él. La estaba utilizando para humillar a su padre. Y aun así, cuando él se volvía hacia ella en lo oscuro de la noche, se envolvía deseosa en sus brazos, consciente de que iba a tener por delante largos años de soledad para poder arrepentirse.

 

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UUUUY ESTE ARROZ YA SE COCIO JAJAJA HASTA AQUI LLEGO LA DETERMINACIO Y LA LUCHA DE ISABELLA, PERO NO TODO SERA MIEL SOBRE OJUELAS ESTA A PUNTO DE OCURRIR ALGO QUE LO CAMBIARA TODO. QUIEREN SABER DE QUE SE TRATA?????????? AQUI LES DEJO UN PEDACITO DE CAPITULO DE MAÑANA

 

Edward se levantó él mismo dolorosamente del suelo, con las facciones sombrías.

—¿Qué queréis de mí? Para devolverle a Isabella la inocencia lo que necesitaríais es un milagro.

Paul volvió a abalanzarse hacia Edward, pero Jared se interpuso entre ellos.

—Os vais a casar con mi hermana, Capitán —le informó fríamente Jared—. El padre Ricardo estará encantado de celebrar la ceremonia.

Edward le lanzó a Isabella una mirada perpleja.

—¿Casarme? ¿Queréis casarme con vuestra hermana? ¡Por todos los demonios!

—Os casarán enseguida, Capitán —continuó Jared con suavidad—. Pero no temáis, que la boda no va a durar mucho. Y tampoco habrá viaje de bodas. Por fortuna para Isabella, cuando os ejecuten en La Habana se quedará viuda, y así don Aro y ella podrán casarse según el plan original. Pero antes tendréis que hacer testamento dejándole todos vuestros bienes mundanos a vuestra desconsolada viuda. Dicen los rumores que sois inmensamente rico.

 

 

JAJAJA SE QUE SE ESTARAN PREGUNTANDO ¿COMO ES QUE ISABELLA TIENE HERMANOS? ¿COMO LLEGARON A ANDROS? ¿COMO CAPTURARON A EDWARD TAN FACIL? PUESSSSSSSS TODAS ESTAS RESPUESTAS Y MUCHAS MAS, ESPERENLAS MAÑANA POR ESTE MISMO CANAL A LA MISMA HORA. BESITOS GUAPAS.

Capítulo 7: SEIS Capítulo 9: OCHO.

 
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