Fueron pasando los meses, hasta llegar el mes de Septiembre, en concreto el día 13, el día de mi boda con Edward. Estaba muy nerviosa, me encontraba en casa de Alice. Estaba con ella y con mi mejor amiga: Jessica. Ambas estaban ya peinadas y vestidas, mientras que a mí solo me habían peinado entre las dos. Jessica iba con el pelo suelto y con voluminosas ondas. Llevaba un vestido largo negro de palabra de honor y con elegantes encajes que cubrían su escotado pecho. Alice iba con un precioso vestido marrón de palabra de honor, de encaje y largo con un lazo amarillo que le atravesaba por la cintura. Iba con el pelo suelto y una brillante peineta que la cogía parte del pelo en el lado derecho.
-¡Alice date prisa! Va a llegar la hora y no voy a estar vestida- la dije preocupada y agobiada intentando coger el vestido de novia, el cual estaba colgado en lo alto.
-Chuusss, chussss- tranquila Bellita, que ya voy….- me dijo Alice cogiéndome las manos para impedir que liara alguna debido a mi estrés y nerviosismo.
-Buufff…., perdona Alice, estoy atacada- le decía a Alice mientras esta me cogía el vestido y me lo iba poniendo.
-¡Eeeeeeeee….! ¡Que viene Edward!- gritó Jessica mientras cerraba la puerta de un portazo para que mi futuro marido no me viera vestida de novia.
-Jessica cállate…- le dijo Alice a mi amiga- vas a despertar a la niña- se refería a mi preciosa hija, la cual estaba dulcemente dormida en el carro con su vestidito blanco. Me quedé varios segundos mirándola, pues aquella mirada era la única que me tranquilizaba.
Me miré al espejo y me vi-sinceramente- bastante guapa, nuca como antes me había visto. Mi vestido era palabra de honor ajustado hasta la cintura, donde tenía una preciosa caída. Llevaba una horquilla con brillantes que me sujetaba la parte izquierda de mi pelo. Solo me faltaba el ramo, que estaba encima de la cama. Era blanco, al igual que el vestido. Alguien llamó a la puerta, era mi padre. Estaba vestido con un elegante traje y tenía un pañuelo entre las manos.
-Hola papá- le dije mientras me abalanzaba sobre él para darle un fuerte abrazo.
-Bella… estás preciosa- me dijo cogiéndome de la mano y haciéndome que diese una vuelta completa para que pudiera verme.
-Gracias papá… ¿qué haces con ese pañuelo?-le dije mirándolo fijamente.
-Es por si…. Por si… por si me echaba a llorar al verte…- dijo avergonzado guardándolo en uno de sus bolsillos. Me reí. – Ya veo que mi princesita ha crecido, y ya es una mujer con una niña y apunto de casarse- dijo mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
-Oh papá… por mucho que crezca, siempre seré tu niña Bella, y siempre te querré- le dije abrazándole. Estaba apunto de llorar.
-Es una lástima que tu madre no esté aquí, para poder verte- me dijo mi padre.
-Lo sé- le contesté cerrando los ojos- nadie la echaba tanto de menos como yo en ese mismo instante. Recordaba sus besos, su dulzura, sus ganas de luchar, sus abrazos, sus historias de cuentos… lo echaba todo de menos, pero seguro, que desde algún lugar me estaría viendo, y estaría orgullosa de mí, tanto como yo de ella.
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