Me levanté por la mañana y miré el calendario, era Martes, hoy era el día en el que vendría Edward. Me duché y me fui al trabajo algo más que contenta. Fue un gran día. Edward llegaría a eso de las 10 de la noche y yo iría a buscarle al aeropuerto. La tarde pasó lenta, cené y por fin llegaron las 9, hora en la que salí de mi casa corriendo rumbo al aeropuerto. Había muchísimos coches, así que estuve un buen rato para poder aparcar. Por fin entré en la Terminal a la que llegaría Edward en menos de 5 minutos.
El vuelo procedente de Madrid, está aterrizando en este mismo momento.
Al cabo de dos minutos vi a lo lejos al amor de mi vida, a la persona que había extrañado durante dos semanas, a Edward. Vino corriendo hacia mí, y yo fui corriendo hacia él. Estábamos apenas a 10 metros y estaba a punto de abrazarle de nuevo. Entonces chocamos y él me cogió fuertemente por la cintura alzándome y presionando sus labios contra los míos.
-Bella- dijo sin parar de besarme- No sabes cuánto te he echado de menos mi amor- continuó besándome y sin dejar de agarrarme por la cintura, cosa que agradecía no sabe cuánto. Yo también le había extrañado mucho, más de lo que él se imaginaba. Continuó besándome hasta dejarme sin aliento.
-Vámonos a casa- separé escasos milímetros mis labios de los suyos. Lo que más deseaba en ese momento era irnos cuanto antes a casa y poder abrazarle y besarle todo cuanto no había podido durante dos semanas.
Llegamos a casa y soltó la maleta rápidamente para cogerme por la cintura y llevarme rápidamente al cuarto. Me tumbó en la cama dejándome debajo de él.
-Te amo- su dulce susurro en mi oído me provocó un cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo- Te voy a hacer mía esta noche- nuestras respiraciones se volvieron más aceleradas.
-Te quiero, Edward- su boca estaba a escasos milímetros de la mía. Podía oler su dulce aliento. Rozó mis labios con suavidad hasta que dejó de ser un roce y se convirtió en un apasionado beso en el que nuestras lenguas jugueteaban desesperadamente. Le había echado tanto de menos…
Comenzó a desabrocharme el vestido sin parar de besarme. Enredé mis manos en su pelo cobrizo y eché la cabeza para atrás, con los ojos cerrados por el placer provocado por sus caricias, para que pudiera besarme el cuello, cosa que no dudó en hacer ni un segundo. Me besó el pecho por encima de mi sujetador negro de lencería mientras me acariciaba los muslos y las nalgas. Yo levanté mis manos para poder desabrocharle la camisa, pero él no me dejó, pues me cogió ambas manos y me las depositó unidas por encima de mi cabeza
-Déjame- me susurró al oído- Déjame que sea yo quien te haga mía
Me quedé debajo de él semidesnuda, solo con mi negra y sexy lencería. Me lamió y besó el cuerpo desde el lóbulo de mi oreja hasta mi abultado vientre, donde se encontraba el fruto de nuestro amor y deseo, nuestro bebé. Me hizo gemir. Me quitó lentamente el tanga y luego el sujetador. Me lamió los pechos, que estaban más hinchados debido al embarazo, succionándome los pezones y haciéndome gemir y gritar su nombre.
-Edward- suspiré con los ojos cerrados debido al placer que me otorgaban sus caricias y sus besos.
No podía mover mis manos, pues Edward las tenía aferradas. Dejó de besarme, pero no de mirarme y sonreírme con esa risa torcida suya que tanto que excitaba. Comenzó a quitarse la ropa hasta quedarse completamente desnudo ante mis ojos. Pude ver como su miembro se endurecía y se levantaba. Continuó besándome y me introdujo uno de sus dedos en mi intimidad, haciéndome arquear la espalda con un fuerte gemido.
-Edward- grité mientras este me metía y sacaba su dedo
-¿Me has echado de menos?- me preguntó a escasos centímetros de mi boca con tono juguetón.
-Si- le contesté con un gemido
-¿Cuánto?- me rozó los labios y me introdujo su duro miembro de un golpe
-Mucho- le respondí con un fuerte gemido e intentando deshacerme de sus manos que sujetaban las mías, para poder acariciarle.
-¿Cuánto?- me volvió a preguntar adentrándose de nuevo en mí.
-Mucho, MUCHÍSIMO- le respondí con un fuerte gemido.
Sus movimientos se volvieron más acelerados y ambos gritábamos el nombre del otro.
Edward me hizo suya muchas veces en esa misma noche, pues no paramos ni un segundo. Le había echado mucho de menos y ahora le tenía conmigo, cosa que había que aprovechar al máximo.
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