Una noche traicionada (2)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/04/2018
Fecha Actualización: 17/06/2018
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 6
Visitas: 49572
Capítulos: 28

La apasionante historia entre Bella y el misterioso E continúa.

E sólo quiere una noche para adorarla y traspasar los límites del placer con ella, pero desde el instante en que sus miradas se cruzaron nació un intenso romance entre estos dos polos opuestos que se necesitan y se rehúyen al mismo tiempo. Cargado de misterios y secretos, E deberá dar un paso adelante para mantener a Bella a su lado. El enigmático E tiene muchas cosas que contar…

«Tengo una petición»

«Lo que quieras»

«Nunca dejes de quererme»

 

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer la historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada.  

 

 


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Capítulo 7: Capítulo 6

Gregory y yo no nos estamos ayudando mutuamente a superar nuestros problemas. La noche siguiente, para intentar seguir con nuestras vidas, salimos a cenar a un pequeño restaurante italiano. Ha estado muy bien, pero el vino se nos ha subido a la cabeza y estamos en la entrada de Ice, riéndonos como tontos y un poco tambaleantes. Mi yo borracha tiende a la venganza y sabe que Edward Masen revisará las grabaciones de las cámaras de seguridad en cuanto regrese.

Voy a hacerle el visionado mucho más interesante.

—¿Cómo sabes que no está? —pregunta Gregory de camino al final de la cola. Esta vez, nuestros nombres no están en la lista de invitados.

—Me envió un mensaje antes de que se me rompiera el móvil —digo. No puedo hablarle de Charlie.

—¿Cómo se te rompió?

—Se me cayó.

Le enseño mi tarjeta de socia de Ice para distraerlo y que no me pregunte por la defunción de mi teléfono.

Gregory sonríe y me la quita de las manos. La inspecciona.

—No parece gran cosa.

Me encojo de hombros y se la quito cuando llegamos a la puerta. El portero me lanza una de esas miradas pero no me niega el acceso. Eso sí, llama a Eleazar para notificarle que estoy aquí. Sin embargo, me siento osada y valiente, seguro que gracias a las tres copas de vino que me he tomado durante la cena. Ninguno de los dos ha obligado al otro a ir al club de Edward.

Simplemente hemos acabado aquí al mencionar yo que tenía una tarjeta de socia y que podíamos entrar gratis. Ninguno de los dos ha protestado. Yo, porque me siento cruel y no se me ocurre otra forma de hacerle daño, y Gregory porque sé que en silencio está rezando para que Ben esté esta noche en el club. ¿Cuánto tiempo vamos a seguir torturándonos?

Nos da la bienvenida Feel so Close de Calvin Harris, vamos a la barra y pedimos champán, a lo tonto. ¿Qué estamos celebrando? ¿Qué somos unos idiotas? Ignoro la fresa que hay en mi copa y doy algunos sorbos mientras inspecciono los alrededores esperando que Eleazar aparezca por alguna parte. No obstante, pasan los minutos y no hay ni rastro de él.

Gregory no me dice que beba despacio, creo que porque está decidido a ahogar sus penas en alcohol. Es una situación delicada para ambos porque la combinación de alcohol y las ganas que tenemos de curarnos el corazón garantiza que nos vamos a meter en líos. Hay cámaras por todas partes. También hay hombres que no me quitan el ojo de encima. Soy como un halcón intentando llamar la clase de atención que normalmente me incomoda. Respiro hondo, apartó de la mente todos los pensamientos relacionados con desgracias y me pierdo entre la élite de Londres. No me privo de nada. Acepto copas, hablo segura de mí misma y dejo que los hombres me cojan de la cintura o me acaricien el trasero cuando se acercan a hablarme al oído con el pretexto de que la música está muy alta. Pierdo la cuenta de cuántos hombres me besan en la mejilla, y Gregory, que me vigila un tanto receloso, sonríe cada vez que sucede.

Se acerca cuando dejo a un tipo alto y pijo.

—Se te ve en tu salsa —dice—. ¿Qué ha cambiado?

—Edward Masen —respondo como si nada, y me termino el champán.

Gregory me pasa otra copa y aprovechamos el tiempo a solas para inspeccionar los alrededores. Vemos a la gente echar la cabeza atrás entre risas y mucho beso en la mejilla. En realidad, Gregory y yo no encajamos en este ambiente elitista.

Pero Ben sí.

Y está aquí.

Sé lo que debo hacer. Debería coger a Gregory y sacarlo de este sitio, pero justo cuando consigo convencer a mi cerebro borracho, Ben nos divisa y se aproxima.

«Mierda», maldigo para mis adentros mientras sopeso mis opciones. El estado de embriaguez no me permite pensar lo bastante rápido. Antes de que haya podido rescatar a mi amigo, tenemos a Ben delante y Gregory se revuelve incómodo. Todavía estoy enfadada y me enfado aún más cuando Ben me mira con las cejas en alto. Cojo aire para dedicarle otra tanda de insultos, pero se me adelanta y comienza a pedir disculpas. Cierro la boca en el acto y miro a uno y a otro, preguntándome cómo acabará la cosa.

—He sido un capullo —dice Ben en voz baja para que sólo nosotros podamos oírlo. Sigue sin salir del armario—. No quiero que nadie se entere antes de que yo esté preparado para... compartirlo.

—Y ¿eso cuándo será? —salta Gregory.

No me lo esperaba. Estaba segura de que se derretiría ante Ben. Es una agradable sorpresa.

Ben se encoge de hombros y baja la vista hacia la copa de champán que lleva en la mano.

—Necesito tiempo para prepararme, Greg. Me juego mucho.

—Te juegas más fingiendo y posponiéndolo. —Mi amigo me coge del codo—. Hemos terminado —dice empujándome hacia la pista de baile.

Yo lo dejo hacer. Me vuelvo y veo a Ben de pie, solo y un tanto perdido, hasta que se le acerca una mujer exuberante y le echa los brazos al cuello. Entonces vuelve a ser el Ben sonriente y solícito. La poca simpatía que sentía por él se esfuma al instante.

—Estoy orgullosa de ti —digo cuando llegamos a la pista de baile y suena Jean Jacques Smoothie.

Gregory sonríe y se libra de nuestras copas. Me coge y me da vueltas.

—Yo también. Vamos a bailar, muñeca.

No protesto, pero mientras me hace dar vueltas en la pista de baile soy consciente de que la enorme sonrisa de Gregory y su imagen despreocupada están dedicadas a Ben, que está hablando con otra mujer junto a la pista de baile, aunque no consigue prestarle atención. No le quita ojo de encima a mi amigo. La cosa marcha. Ahora sólo falta que Gregory aguante y no deje que Ben vuelva a meterse en su vida.

Cumplo mi papel a la perfección. Me río con Gregory y me dejo llevar. Me da vueltas y se restriega seductor contra mi cintura. De repente, la música cesa con brusquedad, sin que suene siquiera la siguiente canción. La gente deja de bailar y mira alrededor, sin saber muy bien qué hacer. Sólo se oyen conversaciones especulativas.

—¿Se habrá ido la luz? —digo.

Es una pregunta muy tonta porque la iluminación sigue en su sitio.

—No lo sé —contesta Gregory confuso—. A lo mejor ha saltado la alarma de incendios.

A mi alrededor todo son siluetas inmóviles, confundidas por el silencio. Hasta el portero ha entrado a ver qué es lo que ocurre. El discjockey se encoge de hombros y mira al guardia de seguridad que tiene al lado y que le pregunta qué ha pasado.

No me encuentro bien, y tengo una sensación rara en el estómago. Se me eriza el vello de la nuca y de repente lo único que oigo son las palabras de Charlie. Busco la mano de Gregory.

Me siento vulnerable y desprotegida. No puede ser que se deba sólo a un simple corte de luz.

—¿Qué pasa? —pregunto mirando a todas partes, buscando... No sé muy bien lo que busco.

—No lo sé. —Gregory se encoge de hombros. No parece en absoluto preocupado.

Entonces, el club vuelve a llenarse de música y todo el mundo se relaja.

—Creo que el disc-jockey se ha quedado sin trabajo.

Me mira y se le borra la sonrisa en cuanto me ve la cara.

—Bella, ¿qué te pasa?

La letra de la canción se abre paso entre el alcohol y es como un puñetazo en el estómago... de los que te dejan sin respiración. Enjoy the Silence. Se me cierran los ojos.

—¿Bella? —Gregory me sacude ligeramente. Abro los ojos y miro en todas direcciones—. ¿Isabella?

—Perdona. —Me obligo a sonreír y a fingir que no pasa nada, pero el corazón me va a romper el esternón, decidido a salírseme del pecho. «Está aquí»—. Tengo que ir al servicio.

—Te acompaño.

—No, de verdad. Ve a por otra copa. Te veo en la barra.

Gregory se rinde con facilidad y me deja ir sola al baño mientras él pide otra ronda. Sólo que no voy al servicio. En cuanto mi amigo me pierde de vista, voy hacia la entrada del club, bajo corriendo la escalera y me adentro en el laberinto de pasadizos subterráneos de Ice.

Charlie me dijo que echara a correr, aunque no hacia la boca del lobo. Corro como alma que lleva el diablo y me pierdo tantas veces que grito de frustración. Todavía oigo la música, la letra me angustia, me hace recordar, y vuelvo sobre mis pasos para probar una ruta distinta.

Cuando veo el teclado numérico en la puerta del despacho de Edward, siento alivio y terror, pero avanzo con decisión. No sé el código ni sé qué me voy a encontrar... Ni qué voy a hacer en caso de encontrar algo, de encontrarlo a él.

No me hace falta el código. La puerta está entornada y, con un leve empujón, la abro de par en par.

Fuegos artificiales estallan en mi interior.

Está de pie en mitad de la estancia, impasible y vestido con traje, observándome entrar en su despacho. Se me llenan los ojos de lágrimas y me cuesta respirar. Lo miro. Me mira. Me tiemblan las rodillas. La música es incesante. Me lo como con los ojos. Lleva el traje oscuro impecable, el pelo un poco más largo. Los suaves rizos asoman por detrás de sus orejas. Ni una palabra, sólo contacto visual de alta intensidad. Ni su expresión ni su lenguaje corporal revelan qué está pensando. Tampoco hace falta que me lo diga, ya se encargan sus ojos de hacerlo. Echan chispas. Ha estado observando los monitores de seguridad. Ha estado mirando cómo infinidad de hombres ligaba conmigo. Cojo aire, preocupada. Ha estado viendo cómo aceptaba sus insinuaciones y los animaba a continuar.

—¿Has dejado que alguno te saboree?

Da un paso adelante y yo retrocedo por instinto.

No va a ser un reencuentro feliz. Tiene narices que me pregunte una cosa así cuando él ha estado en el extranjero con otra mujer. Se me está pasando la sorpresa de verlo aquí y empiezo a enfadarme.

—Eso no es asunto tuyo.

Está celoso, y eso me gusta.

Su mandíbula perfecta tiembla.

—Si lo haces en mi club es asunto mío.

—No volverá a ser asunto tuyo.

—Te equivocas.

Niego con la cabeza y retrocedo un poco más, pero mi cuerpo no coopera y me tambaleo ligeramente.

—Estoy bien.

Recorre con mirada de disgusto mi cuerpo, cubierto con un vestido corto y ajustado.

—Estás borracha.

Ignoro su acusación porque acabo de recordar algo.

—Lo que significa que no puedes follarme.

—¡Cállate, Isabella!

—Porque quieres que recuerde cada beso, cada caricia, cada...

—¡Bella!

—Excepto que no quiero recordar cada momento. Quiero olvidarlos todos.

Parece que le van a explotar las venas del cuello.

—No digas cosas que no sientes.

—¡Vaya si lo siento!

—¡Cállate! —ruge, y doy dos pasos más atrás.

Su ferocidad me hace enmudecer. Me recupero deprisa, pero he abierto tanto los ojos que seguro que muestran el susto que me he llevado. Me asusta haber venido, me asusta que esté aquí, y me asusta que esté tan cabreado que echa humo. Aunque yo lo haya provocado no tiene derecho a ponerse así. Yo sabía lo que me hacía, y él, también.

—Le dijiste a Eleazar que me dejara entrar si aparecía por el club, ¿no es así? —De repente lo veo todo muy claro. Se imaginaba lo que iba a hacer—. Le dijiste a Eleazar que me vigilara.

—Tengo más de doscientas cámaras de seguridad para eso.

—¡Cómo te atreves! —le espeto.

La sangre me hierve en las venas, pero no es de deseo por estar tan cerca de Edward Masen.

Pensé que iba a llevarse una sorpresa al verme, pero no. Resulta que se lo esperaba.

Da otro paso al frente pero yo mantengo la distancia. Estoy en el pasillo, aunque eso no parece importarle. Cubre la distancia que nos separa de dos zancadas, me pone la mano en la nuca y me lleva a su mesa. Me sienta en su sillón de trabajo y veo ante mí cientos de imágenes del club, todas de hombres pululando a mí alrededor. Me da un poco de vergüenza, pero a la vez estoy encantada. Mi objetivo era torturarlo de la única forma que sé. Y parece que lo he conseguido. El hombre sin emociones está furioso. Me alegro. Sólo que esperaba estar muy lejos cuando él viera las imágenes.

—Hay cinco hombres muertos en esas pantallas —ruge agachándose a mi lado y pulsando un botón del mando a distancia. Las imágenes cambian, pero siguen siendo de mí con otros hombres—. Aquí hay seis.

Repasa las grabaciones y va añadiendo hombres a la lista de los que piensa asesinar.

—¿Te parece bonito?

—Ninguno me ha saboreado —digo con calma.

—¡Pero se morían por hacerlo! ¡Y tú no has hecho nada para disuadirlos! —me grita al oído, y pego un brinco. Es una mole de rabia. Tiene razón. Tiene un pronto que no es para tomárselo a broma—. ¿Es que no tienes el menor respeto por ti misma?

Eso me sienta como un tiro.

Creo que voy a matar a alguien.

—¿Respeto? —Lo empujo con ambas manos con toda la mala leche que llevo dentro y sale dando tumbos hacia atrás. Me sorprende mi propia fuerza—. Y ¿tú me hablas de puto respeto?

Abre los ojos, sorprendido al ver que mi pequeño cuerpo echa humo y que tengo una boca muy sucia.

—¡¿Estás de broma?! —le grito en la cara conteniéndome para no cruzársela. Pero le pego otro empujón en el pecho.

Esta vez me sujeta por las muñecas y me da la vuelta. Mi espalda choca contra su cuerpo y no puedo mover las manos. Su boca está en mi oreja y su aliento arde de rabia. El deseo me consume pese al enfado. Lo odio.

—Tú sí que estás de broma, Isabella Taylor. —Me besa en la mejilla y luego me da un mordisco que me deja jadeante—. Tú sí que estás de broma. Sabes que no puedes ganar esta batalla, mi niña.

—Soy más fuerte de lo que crees —jadeo y aprieto los párpados con fuerza. Sé que mis palabras no la tienen.

—Eso espero. —Sus dientes se cierran en el lóbulo de mi oreja, pongo el trasero en pompa y lo pego a su entrepierna. Gimo. Él ruge—. Necesito que seas fuerte por mí.

Me da la vuelta y me agarra del culo. De un tirón, se mete entre mis piernas y me empotra contra la pared de su despacho mientras con una mano me mantiene firmemente sujeta por el trasero y apoya la otra en la madera, junto a mi cabeza. Ni siquiera pestañeo. Nada es capaz de matar el deseo que se apodera de cada átomo de mí ser.

Sus ojos azules buscan los míos un instante. Memoriza cada detalle de mi rostro. Luego nuestras bocas chocan con un grito. Acepto su beso violento. Enredo los dedos en sus rizos y arqueo el cuerpo para sentirlo más cerca. Me empuja contra la puerta sin dejar de gemir y farfullar. En cierto modo, sus caricias me tranquilizan, pero también me asustan porque me traen malos recuerdos de nuestro encuentro en el hotel. Empiezo a revolverme, le tiro de la chaqueta pero malinterpreta mis gestos, cree que estoy tan impaciente como él y continúa besándome.

—¡Edward! —Aparto la cara, pero él se las apaña para encontrar mi boca de nuevo en un nanosegundo. Esto se está descontrolando y me entra el pánico—. ¡Edward!

—Me encanta tu sabor.

—¡Edward, por favor!

—¡Joder! —ladra para encontrar la fuerza necesaria para soltarme.

Me deslizo hacia el suelo, se aparta y se enjuga el sudor de la frente con el puño de la camisa. Parece perplejo. Ambos estamos jadeante y sudorosos.

—No.

Recojo el bolso del suelo, echo a correr y salgo por la puerta a toda velocidad. Tengo que tranquilizarme antes de encontrar a Gregory.

—¡Isabella!

Me vuelvo. Se está poniendo la chaqueta.

—¡No! —grito—. ¡Se ha acabado, Edward!

No me ha venerado. Si dejo que vayamos a más, no va a venerarme. Lo único que hará será follarme. Ha luchado contra sus deseos todo este tiempo. Está agotado y desesperado. Saco la tarjeta de socia de Ice del bolso y se la tiro. Sigo su descenso hasta el suelo, frente a sus pies.

—He dicho que no vas a volver a saborearme, ¡y lo he dicho muy en serio!

—Acabo de saborearte y quiero más. Quiero más horas. Muchas horas más.

—¡Me estás jodiendo la vida!

—Antes te limitabas a existir. —Sus palabras son arrogantes, pero su tono de voz es muy dulce—. Te he devuelto a la vida, Edward.

—Sí, para que otro hombre me saboree.

El horror en su mirada no me produce ningún placer. No habrá otro hombre. Voy a volver a encerrarme a cal y canto y a tirar la llave al mar porque lo que siento ahora es una devastación total. Estoy vacía, sin vida. Ningún hombre puede devolvérmela, ni siquiera Edward.

—Retíralo. —Me levanta un dedo en señal de advertencia—. ¡Retíralo!

Permanezco callada. Su pecho sube y baja ante mis ojos.

—Sé que soy lo peor, Isabella. —Respira más despacio, baja el brazo y se toma un minuto para recuperar la compostura. Le tironea la ropa, como si pudiera suavizar su carácter con la misma facilidad con la que quita las arrugas de su camisa—. Voy derecho al infierno.

Me tiembla el labio inferior al ver cómo se congelan sus ojos azules. El frío que inunda su despacho hace que se me pare el corazón.

Da un paso adelante.

—Sólo hay una persona capaz de salvarme.

Me atraganto con un sollozo, pero su expresión no revela nada. No veo más que su gélida mirada. Y no me gusta. ¿Me está pidiendo ayuda? El trastorno obsesivo-compulsivo, los modales insufribles y la actitud de estreñido. Las mujeres, la humillación, el sexo repugnante y los cinturones y las reglas...

No. No puedo con todo.

—No soy lo bastante fuerte para ayudarte — murmuro. Las palabras de Charlie dan vueltas en mi cabeza y me marean. Edward es una ruina de hombre—. No tienes arreglo.

Echo a correr.

Mis piernas me llevan lejos de mi angustia y del hombre al que no creo que nada ni nadie pueda ayudar. Recorro los pasillos a la carrera, el terror me ayuda a escapar. Por fin salgo del laberinto subterráneo del club de Edward y, cuando veo la salida, no sé si largarme o adentrarme en el club, donde Gregory me está esperando.

Tengo que encontrarlo. Me abro paso entre la multitud, tropiezo y doy empujones. La gente grita y maldice cuando derramo sus copas o los aparto de mi camino.

Al fin encuentro a Gregory.

—¿Dónde te habías metido? —me pregunta cuando me detengo junto a él.

Me mira confuso. Estoy pálida y tengo la cara bañada en sudor. Me pone una copa en la mano con cuidado y su preocupación se torna enfado. Entonces, la copa desaparece y Gregory mira por encima de mi hombro.

—Tengo que irme —gimoteo cogiéndolo de la mano—. Tengo que irme, por favor.

—¿Qué hace él aquí? —Deja la copa en la barra y tira de mí.

Se asegura de tropezar contra Edward, que me coge de la muñeca y me aparta de mi amigo.

—¡Quítale las putas manos de encima! —ruge Gregory. Está temblando de pies a cabeza—. He dicho que la sueltes.

—Yo voy a pedirte lo mismo —responde Edward con un susurro amenazador. Me tira del brazo—. No hemos terminado.

—Hemos terminado —replico.

Me suelto y empujo a Gregory para que sigamos andando, aunque sé que Edward no va a darse por vencido. Ben se acerca, preocupado, pero se retira en cuanto ve a Edward. Eleazar intenta interceptar a Edward, pero su buena acción se ve recompensada con un empellón que casi lo tira al suelo.

—Edward, hijo, no es el momento ni el lugar —dice Eleazar entre dientes, mirando nerviosamente a toda la gente que hay en el club.

—¡Que te jodan! —le espeta él.

Sólo oigo gritos. Edward echa sapos por la boca. Eleazar echa sapos por la boca. Gregory echa sapos por la boca. La ira se está comiendo la felicidad del club y yo sólo quiero escapar.

El portero nos esquiva cuando salimos zumbando del club y abre unos ojos como platos cuando ve de quién vamos huyendo.

—¡No la dejes marchar! —ruge Edward, y el portero salta como si tuviera un resorte.

Nos alcanza y se me echa al hombro, pero estoy demasiado estupefacta para protestar, sólo oigo a hombres que maldicen.

Disparan insultos a diestro y siniestro. Mi ángulo de visión es limitado y tengo que revolverme para soltarme de los feroces brazos del portero.

—¡Dámela! —La voz de Edward es pura amenaza, y noto que unas manos me cogen de la cintura.

—¡Suéltala, Dave! —grita Eleazar.

—¡En cuanto me dejéis en paz! —aúlla el portero. Me rescata de las mil manos que se ciernen sobre mí y me lleva al otro lado de la calle. Me deja en el suelo y me inspecciona—. ¿Estás bien, preciosa?

Me arreglo la falda del vestido. Estoy desorientada y me siento vulnerable.

—Sí —musito, pero vuelven a agarrarme con ferocidad de la cintura y siento que se desata una tormenta eléctrica en mi interior.

Levanto la vista, Gregory está a varios metros. Me ha cogido Edward, y el terror que me produce su contacto me transforma en una posesa que pega manotazos y patalea.

—¡Suéltame!

—¡Jamás!

Gregory aparece a mi lado al instante. Tiran de mí hacia un lado y hacia otro, los dos gritan, ninguno cede. Es una guerra de egos.

—¡Parad de una vez! —vocifero, pero mi grito no produce el menor efecto.

Mi cuerpo sigue volando de un hombre a otro hasta que Edward me pasa un brazo por la cintura, me levanta del suelo y me pega a su pecho. Mis ojos quedan a la altura de los suyos y lo primero que noto es el brillo letal que desprenden. No hay ni rastro de las pequeñas chispas que me fascinan. Éste es otro hombre. No es el hombre disfrazado de caballero ni el Edward cariñoso que me adora. Es otra persona.

—¡Te voy a matar! —ruge Edward, y se lleva un derechazo de Gregory en la barbilla.

El puño me roza la mejilla de camino a su objetivo. Edward se tambalea y Gregory aprovecha el momento de confusión para reclamarme y liberarme de sus brazos. Sin embargo, no tira de mí con la suficiente fuerza, me desplomo y me doy con el bordillo en la frente.

—¡Mierda! —El dolor me atraviesa, me marea y me desorienta aún más.

Alzo la vista y veo que Edward está derribando a Gregory. Lo tira al suelo. Los dos hombres ruedan como animales. Vuelan los puñetazos y los insultos inundan la noche, hasta que Eleazar y Dave intervienen y los separan.

Y yo me he pasado todo ese tiempo hecha una bola patética en la acera, sangrando por la frente y llorando. Estaban tan decididos a ganar que se habían olvidado de por qué estaban peleando. Aquí estoy yo, herida, con la cara llena de sangre, y ninguno de los dos se ha dado cuenta mientras Eleazar y Dave los sujetan y ellos se revuelven como culebras.

—¡No te acerques a ella! —le grita Gregory a Edward, y deja de resistirse contra Eleazar.

—¡Cuando me muera!

—¡Entonces tendré que matarte!

Gregory se zafa de Eleazar y se abalanza de nuevo sobre Edward. Lo tira a él al suelo y también al portero. Hago una mueca de dolor al oír el choque de los nudillos contra la piel, la sangre que chorrea y la ropa al rasgarse. Aunque Gregory está fuerte, Edward le lleva ventaja, se nota el entrenamiento.

Lo he visto dispensar esa clase de golpes antes, sólo que entonces la víctima era un saco de boxeo que colgaba de las vigas de un gimnasio. No mi mejor amigo. Se han olvidado de mí, ni siquiera han advertido que me he hecho daño y que estoy tirada en la acera. Se están portando como unos cavernícolas, chocando las cornamentas sin pararse a pensar.

En mi confusión, consigo ponerme de pie mientras el espectáculo continúa. Doy un par de pasos titubeantes. Tengo que detenerlos, pero alguien me coge del brazo y me aparta. Es Eleazar, que me lleva hacia la calzada. Para un taxi y me mete dentro.

—Eleazar, tengo que detenerlos.

—Ya me encargo yo. Es mejor que te vayas de aquí —dice tajante.

—Sepáralos, por favor —le suplico mientras cierra la puerta.

Asiente y me tranquiliza. Se acerca a la ventanilla y le da al conductor un billete de veinte.

—Llévela a urgencias.

Y desaparece hecho una furia.

El conductor se aleja de la escena de película de terror que he causado y me mira por el retrovisor. Me toco la cabeza. Hago una mueca sin parar de llorar, más de rabia que de dolor.

—¿Te encuentras bien, muchacha?

—Estoy bien, de verdad. —Busco un pañuelo de papel en el bolso y me rindo cuando el taxista me da uno a través de la pequeña abertura del cristal—. Gracias.

—De nada. Vamos a llevarte al hospital.

—Gracias —musito con un hilo de voz. Me recuesto en el asiento y contemplo las luces borrosas de Londres por la ventanilla.

El taxista me deja en urgencias y me da su número para que lo llame en cuanto haya terminado. Voy al mostrador, dejo mis datos y me siento entre las hordas de borrachos de sábado noche, todos heridos; algunos protestan, otros vomitan.

Cuatro horas más tarde sigo en la sala de espera. Se me han dormido las posaderas y me duele la cabeza. Me levanto y voy al baño. Llevo el vestido azul hielo empapado de sangre.

Cuando me miro en el espejo veo que es peor de lo que imaginaba. Llevo el pelo pastoso y la mejilla derecha cubierta de sangre seca. Estoy tan mal por dentro como por fuera. Me miro durante demasiado tiempo, sin molestarme en arreglarme un poco. Vuelvo a la sala de espera y oigo mi apellido. Hay una enfermera buscando a alguien.

—¡Aquí! —la llamo y corro hacia ella, agradecida porque mi penitencia en este lugar infestado de borrachos ha llegado a su fin—. Yo soy Isabella Taylor.

—Vamos a curarte eso. —Me sonríe con amabilidad y me conduce a un cubículo.

Corre la cortina y me sienta en la cama.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta con el ceño fruncido, mirándome la cara ensangrentada.

—Me he caído —murmuro en voz baja. Más o menos es verdad.

—Está bien —dice sacando una gasa estéril de su envoltorio—. Esto te va a escocer un poco.

Se me escapa el aire de los pulmones cuando me la pone en la cabeza y me susurra como a una niña pequeña: —Ea, ea... Es muy escandaloso, pero no es nada. Bastará con un poco de pegamento.

Qué alivio.

—Gracias.

—Deberías optar por otro tipo de calzado —sonríe mientras mira mis tacones altos. Luego sigue aplicando pegamento.

Sentada en el borde de la cama, escucho a la enfermera. De vez en cuando asiento o contesto a sus preguntas. Me lava la cara pero no hay nada que hacer con mi pelo. Me lo recojo como puedo con una goma que he encontrado escondida en las profundidades de mi bolso. El vestido está para tirar. Yo también estoy para tirar.

Me examinan a fondo y comprueban que no tengo una conmoción cerebral. Me dan el alta y tengo que buscarme la forma de volver a casa. No llamo al taxista tan amable de antes porque llega uno en cuanto las puertas del hospital se abren y me golpea el aire gélido de la madrugada. Me estremezco, me llevo los brazos al cuerpo intentando conservar el calor y dejar de tiritar y me meto en el taxi. Antes de que pueda cerrar la puerta, alguien se mete por medio.

Una mano se posa en mi nuca y saltan chispas.

—Te vienes conmigo.

 

Capítulo 6: Capítulo 5 Capítulo 8: Capítulo 7

 
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