Una noche traicionada (2)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/04/2018
Fecha Actualización: 17/06/2018
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 6
Visitas: 49581
Capítulos: 28

La apasionante historia entre Bella y el misterioso E continúa.

E sólo quiere una noche para adorarla y traspasar los límites del placer con ella, pero desde el instante en que sus miradas se cruzaron nació un intenso romance entre estos dos polos opuestos que se necesitan y se rehúyen al mismo tiempo. Cargado de misterios y secretos, E deberá dar un paso adelante para mantener a Bella a su lado. El enigmático E tiene muchas cosas que contar…

«Tengo una petición»

«Lo que quieras»

«Nunca dejes de quererme»

 

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer la historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada.  

 

 


Actualizaciones: Lunes, miércoles y viernes

 

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Capítulo 5: Capítulo 4

 

Al día siguiente vuelvo a casa andando del trabajo. Me desvío un par de veces para pasar por mis sitios favoritos. Como siempre, se agradece la diversión, pero cuando paro en un puesto ambulante a comprar una botella de agua, la foto en la portada de un periódico me catapulta a la casilla de salida. La entrevista fue hace semanas, ¿por qué han tenido que publicarla precisamente ahora? Se me acelera el pulso sólo con mirar la fotografía de ese hombre tan atractivo, y la sangre me retumba en los oídos al leer el titular: EL SOLTERO MÁS CODICIADO DE LONDRES ABRE EL CLUB MÁS EXCLUSIVO DE LA CIUDAD.

 

Cojo el periódico y me quedo mirando la entrevista. Me asaltan recuerdos de momentos felices, cuando admitió lo que sentía por mí, cuando dejó de huir de sus sentimientos. Le dijo a aquella periodista descarada que el titular que tenía en mente ya no era el adecuado. Seguro que saltó de alegría al descubrir que Edward Masen vuelve a estar soltero. Duele demasiado, y si leyera la entrevista seguro que aún sería peor, así que me obligo a dejar el periódico en su sitio y me olvido de coger la botella de agua que acabo de comprar.

 

Está en todas partes. Me quedo mirando al suelo, pensando hacia dónde debo ir. Estoy tan aturdida que cruzo la calle sin mirar y recibo un bocinazo de un coche que casi me atropella.

 

Ni siquiera salto para esquivarlo. Aunque me pasara por encima, no sentiría nada.

 

Se detiene a unos pocos metros de mí. No me suena el Lexus, pero sí la matrícula. Dos letras. Sólo dos letras.

 

C. S.

 

Se abre la puerta del conductor y sale un hombre al que no conozco que se quita la gorra para saludarme antes de abrir la puerta trasera, sostenerla e indicarme que suba al coche. Sería una tontería negarme. Me encontrará por mucho que me esconda, así que obedezco. Mantengo la cabeza gacha y trato de contener las lágrimas. No necesito comprobar si hay alguien en el vehículo. Porque así es. He sentido el poder que emana de él incluso antes de subir. Ahora que lo tengo al lado, es embriagador.

 

—Hola, Isabella. —La voz de Charlie es tal y como la recordaba: suave, reconfortante.

 

Sigo con la cabeza baja. No estoy preparada para esto.

 

—Al menos podrías tener la deferencia de mirarme a la cara y saludarme esta vez. Aquella noche en el hotel parecías tener mucha prisa.

 

Me vuelvo lentamente y asimilo todo el refinamiento de Charlie Swan, mientras refresco los recuerdos distantes que he almacenado en lo más remoto de mi memoria durante años y años.

 

—¿Qué mosca os ha picado a los de tu clase con los modales? —pregunto cortante mientras sostengo la mirada de sus brillantes ojos cafés. Parece que todavía brillan más que antes, la mata de pelo gris los convierte en metal líquido.

 

Sonríe y se acerca. Coge mi diminuta mano entre las suyas.

 

—Habría sido toda una decepción no recibir una coz.

 

Sus manos son tan reconfortantes como su hermoso rostro. No quiero que lo sean, pero lo son.

 

—Sabes que detesto decepcionarte, Charlie —suspiro.

 

El conductor cierra la puerta y se apresura a sentarse tras el volante. Arranca el coche.

 

—¿Adónde me llevas?

 

—A cenar, Isabella. Parece que tenemos mucho de lo que hablar.

 

Se lleva mi mano a los labios y me besa los nudillos. Luego la deposita en mi regazo.

 

—El parecido es increíble —dice en voz baja.

 

—Calla —mascullo mirando por la ventana—. Si es de eso de lo que quieres hablar, no me queda más remedio que rechazar tu invitación.

 

—Ojalá ése fuera el único tema de conversación —responde muy serio—. Pero cierto caballero, joven y rico, encabeza la lista.

 

Cierro los ojos despacio y, si fuera posible, cerraría también las orejas. No quiero oír lo que Charlie tiene que decirme.

 

—Tu preocupación es del todo innecesaria —replico.

 

—Eso lo decidiré yo. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras te arrastran a un mundo al que no perteneces. Me costó mucho alejarte de él, Isabella. —Me acaricia la mejilla con los nudillos y me observa con atención—. No lo permitiré.

 

—No tiene nada que ver contigo.

 

Estoy harta de que todo el mundo crea que sabe lo que me conviene. «Yo soy la dueña de mi destino», me digo como una idiota. En cuanto el vehículo se detiene en un semáforo en rojo intento abrir la puerta para echar a correr, pero no llego muy lejos. La puerta no se abre, y Charlie me coge del brazo con fuerza.

 

—No vas a escapar del coche, Isabella —afirma con rotundidad mientras el Lexus se aleja del semáforo—. No estoy de humor para tus rebeldías esta noche. Eres exactamente igual que tu madre.

 

Doy un tirón para recuperar mi brazo y me hundo en el mullido asiento de cuero.

 

—No la menciones, por favor.

 

—¿Sigues odiándola con la misma intensidad?

 

Miro con frialdad al antiguo chulo de mi madre.

 

—Y ¿qué esperabas? Prefirió meterse en tu turbio mundo a estar con su hija.

 

—Tú estás a punto de meterte en un mundo mucho más turbio —afirma.

 

Cierro la boca y el corazón me late el doble de rápido.

 

—No voy a meterme en ninguna parte —susurro—. No voy a volver a verlo.

 

Me sonríe afectuosamente y niega con la cabeza.

 

—¿A quién intentas convencer? —me pregunta, y con razón. En mis palabras no había el menor rastro de convicción—. Quiero ayudarte, Isabella.

 

—No necesito tu ayuda.

 

—Te aseguro que sí. Mucho más que hace siete años —dice tajante, casi con frialdad.

 

Me ha dejado helada. Recuerdo el mundo turbio de Isabella. Es imposible que ahora necesite su ayuda más que entonces.

 

Se aleja de mí, saca su móvil del bolsillo interior de la chaqueta, marca un número y se lo acerca a la oreja.

 

—Cancela todos mis compromisos para esta noche —ordena.

 

Luego cuelga y vuelve a meterse el teléfono en la chaqueta. No me mira durante el resto del trayecto y me pregunto qué pasará en la cena. Sé que voy a oír cosas que no quiero oír, y también sé que no puedo hacer nada para evitarlo.

 

El chófer detiene el Lexus frente a un pequeño restaurante y me abre la puerta. Charlie asiente, me dice que me baje sin palabras y yo obedezco sin chistar. Sé que protestar no conduciría a nada. Le sonrío al conductor y espero a que Charlie se reúna conmigo en la acera. Se abotona la chaqueta, lleva la mano a mi cintura y me conduce hacia adelante. Se abren las puertas del restaurante y Charlie saluda prácticamente a todos aquellos con quienes nos cruzamos. Los comensales y el personal sienten el aura de su presencia. Asiente y sonríe hasta que nos acompañan a una mesa reservada al fondo, lejos de las miradas y los oídos curiosos. Un elegante camarero me entrega la carta de vinos, sonrío para darle las gracias y tomo asiento.

 

—Agua para la señorita —ordena Charlie—, y lo de siempre para mí.

 

Ni lo pide por favor ni da las gracias.

 

—Te recomiendo el risotto —dice entonces sonriéndome desde el otro lado de la mesa.

 

—No tengo hambre.

 

Tengo un millón de nudos en el estómago, por los nervios y por la rabia. Soy incapaz de comer.

 

—Estás en los huesos, Isabella. Por favor, concédeme la satisfacción de verte tomar una comida en condiciones.

 

—Mi abuela ya se encarga de recordarme que tengo que comer. No necesito que me lo recuerdes tú también.

 

Dejo la carta en la mesa y cojo la copa de agua que acaban de servirme.

 

—¿Cómo está la increíble Marie? —pregunta aceptando la copa de líquido oscuro que le ofrece el camarero.

 

No era tan increíble cuando Charlie me envió de vuelta con ella. Recuerdo que habló de mi abuela un par de veces durante mi escapada, pero por aquel entonces yo estaba ciega, demasiado obsesionada como para interesarme por los detalles de su relación con ella.

 

—¿La conoces? —pregunto.

 

Me muero de curiosidad otra vez. Cómo odio ser tan curiosa.

 

Se echa a reír y es un sonido muy agradable, suave y ligero.

 

—Jamás la olvidaré. Era el primero al que llamaba siempre que Renée desaparecía.

 

Se me llena la boca de bilis al escuchar el nombre de mi madre, pero oírlo hablar de mi abuela me hace sonreír para mis adentros. Es valiente, nada ni nadie la intimida, y sé que Charlie no era una excepción. El tono con el que habla de ella me lo confirma.

 

—Está bien —contesto.

 

—¿Los sigue teniendo bien puestos? —pregunta con una sonrisa en los labios.

 

—Más que nunca. Aunque no estaba en su mejor momento cuando me llevaste de vuelta a casa aquella noche, hace siete años.

 

—Lo sé —asiente comprensivo—. Te necesitaba.

 

Los remordimientos no me dejan respirar y me desmorono por dentro. Ojalá pudiera cambiar el modo en que reaccioné al descubrir el diario de mi madre y el dolor de mi abuela.

 

—Lo superamos —añado—. Sigue teniendo muchas agallas.

 

Sonríe. Es una sonrisa de afecto.

 

—Nunca nadie me ha hecho cagarme en los pantalones, Isabella, excepto tu abuela.

 

No puedo ni imaginarme a Charlie cagándose en los pantalones.

 

—Aunque en el fondo sabía que yo tampoco era capaz de controlar a tu madre, no más que ella o que tu abuelo.

 

Charlie se relaja en su silla y pide dos risottos en cuanto aparece de nuevo el camarero.

 

—¿Por qué? —pregunto en cuanto éste se esfuma. Debería habérselo preguntado hace años. Hay muchas cosas que debería haberle preguntado entonces.

 

—¿A qué te refieres?

 

—¿Por qué mi madre actuaba de ese modo? ¿Por qué nadie podía controlarla?

 

Charlie se revuelve en su asiento, está claro que la pregunta lo incomoda. Sus ojos cafés evitan los míos.

 

—Lo intenté, Isabella.

 

Frunzo el ceño. Se me hace raro que un hombre tan prolífico esté tan incómodo.

 

—¿El qué?

 

Suspira y apoya los codos en la mesa.

 

—Debería haberla enviado lejos mucho antes, como hice contigo en cuanto descubrí quién eras.

 

—¿Por qué?

 

—Porque estaba enamorada de mí.

 

Observa mi reacción, pero no creo que vea nada porque me ha dejado en blanco. ¿Mi madre estaba enamorada de su chulo? Entonces ¿por qué se acostaba con toda la ciudad?

 

Porque... Un pensamiento cobra forma rápidamente y pone fin a mis preguntas silenciosas.

 

—Tú no la amabas —susurro.

 

—La amaba con locura, Isabella.

 

—Entonces ¿por qué...? —Me dejo caer contra el respaldo—. Te estaba castigando.

 

—A diario —suspira—. Todos los días.

 

Eso no me lo esperaba. Estoy hecha un lío.

 

—Si os amabais, ¿cómo es que no estabais juntos?

 

—Quería cosas de mí que yo no podía darle.

 

—Que no querías darle.

 

—No, que no podía darle. Tenía responsabilidades, Isabella. No podía abandonar a mis chicas y dejarlas caer en las garras de algún cabrón amoral.

 

—Así que abandonaste a mi madre.

 

—Y la dejé caer en las garras de un cabrón amoral.

 

Trago saliva. Mis ojos miran a todas partes bajo la luz suave del restaurante, intentando comprender lo que me ha dicho.

 

—Tú lo sabías. Allí estaba yo, buscando respuestas, y ¿resulta que tú las tenías desde el principio?

 

Aprieta los labios y dilata las fosas nasales.

 

—Eras muy joven, no te hacía falta conocer todos los detalles sórdidos.

 

—¿Cómo pudiste dejarla marchar así?

 

—La mantuve cerca durante años, Isabella. Fue desastroso dejarla suelta en mi mundo. Me mantuve al margen y vi cómo ahogaba a los hombres con su belleza y su espíritu indómito. Los vi perderse por ella. Me partía el corazón a diario y ella lo sabía. No podía soportarlo más.

 

—Así que la desterraste.

 

—Y a diario desearía no haberlo hecho.

 

Me trago el nudo que se me ha formado en la garganta. Es posible que lo que Charlie acaba de contarme sea otra pieza más del rompecabezas, pero sigue habiendo un agujero enorme en mi corazón. Con o sin la tortuosa historia de amor, la realidad es que ella abandonó a su hija. Nada de lo que Charlie me diga lo justifica. Miro al hombre maduro y apuesto al que mi madre amaba y, aunque suene a locura, puedo entenderlo. Aunque la verdadera locura es que fui a buscarla, que intenté comprenderla. Cogí su diario y localicé a los hombres sobre los que había escrito, desesperada por comprender qué le resultaba tan fascinante. Lo único que encontré fue consuelo en su chulo. El poco tiempo que estuve con Charlie a los diecisiete años me bastó para ver a un hombre compasivo que se preocupaba por los demás. Le cogí cariño enseguida, y sé que yo le importaba. Era muy guapo, pero no había deseo ni atracción física, aunque no puedo negar que en cierto modo lo quería.

 

—¿Cómo es que no supiste quién era? —pregunto. Sobreviví una semana sin que Charlie me descubriera. Recuerdo su cara, lo enfadado que estaba. Sé que me parezco tanto a mi madre que asusta, ¿cómo es que no me reconoció?

 

Respira hondo, casi con frustración.

 

—Para cuando tú apareciste, yo llevaba quince años sin ver a Renée. El parecido era tan asombroso que no me dejaba pensar con claridad, y no me paré a contemplar la posibilidad de que fueras su hija. Luego lo pensé pero no me cuadraba. —Arquea las cejas, acusándome—. Ni por el nombre ni por la edad.

 

Desvío la mirada avergonzada. Es humillante y perturbador. Hay cosas que es mejor no desenterrar, y mi madre es una de ellas.

 

—Gracias —susurro con un hilo de voz cuando llega el risotto.

 

Charlie deja que el camarero monte todo el ceremonial unos instantes antes de despacharlo con un gesto.

 

—¿Por?

 

—Por haberme enviado de vuelta con la abuela. —Lo miro y me coge la mano—. Por haberme ayudado y por no haberle contado nada.

 

Ése fue el truco. Charlie amenazó con visitar a mi abuela. Nada me daba más miedo en el mundo porque, como poco, la habría matado del susto. En aquel momento la pobre lo estaba pasando fatal. Por lo que ella sabe, me escapé para huir de la dura realidad que me había descubierto el diario de mi madre. No podía hacerla sufrir aún más. No después de todo lo que había pasado, primero con su hija, luego con la pérdida del abuelo.

 

—Pero leí su diario. —Las palabras se me escapan en un momento de confusión—. Así fue cómo te encontré.

 

—¿Un pequeño cuaderno negro? —pregunta con un toque de resentimiento.

 

—Sí. —Casi me emociono al ver que sabe de qué le hablo—. ¿Conocías su existencia?

 

—Por supuesto que sí. —Tiene la mandíbula tensa, y me hundo aún más en mi silla—. Tuvo la amabilidad de dejarlo una vez sobre mi mesa para que lo leyera antes de dormir.

 

—Ah... —Cojo el tenedor y empiezo a hurgar en el arroz, que no me apetece nada.

 

Cualquier cosa con tal de escapar de la tremenda amargura que emana de Charlie.

 

—Tu madre podía ser muy cruel, Isabella.

 

Asiento. De repente veo muy claro por qué escribió aquel diario. Le gustaba escribir todos aquellos pasajes describiendo un sinfín de encuentros con un sinfín de hombres con todo lujo de detalles. No era porque le gustara lo que hacía. O puede que sí, ¿quién sabe? Pero lo escribió para torturar a Charlie. Le gustaba saber el daño y la rabia que provocaba al hombre al que amaba.

 

—De todos modos... —suspira—, es agua pasada.

 

Menudo insulto.

 

—¡Puede que para ti lo sea! —le espeto—. ¡En cambio, para mí, el hecho de que me abandonara sigue siendo un misterio con el que tengo que vivir todos los días!

 

—No te tortures, Isabella.

 

—¡Pues lo hago!

 

Me ofende que se tome mi abandono tan a la ligera. Intentar convencerme de que el hecho de que me hubiese abandonado no tenía importancia fue mucho más fácil que hacer frente a la dura realidad. Una historia de amor atormentado no mejora las cosas ni me ayuda a comprender nada.

 

—Tranquilízate. —Charlie se inclina sobre la mesa y me acaricia la mano para consolarme, pero la retiro. Hay muchas cosas de mi vida que me enfurecen, y siento que todo escapa a mi control.

 

—¡Estoy tranquila! —grito, y él se apoya entonces en el respaldo de su silla con una mirada de desaprobación en su apuesto semblante—. Estoy tranquila.

 

Vuelvo a hurgar en mi risotto.

 

—¿Crees que está viva?

 

El hombre que hay sentado a la mesa frente a mí deja escapar un tremendo suspiro cargado de dolor.

 

—Yo... —Se revuelve en su silla y desvía la mirada—. Yo...

 

—Dímelo —le ruego con calma, preguntándome por qué me importa tanto. Sea como sea, para mí está muerta.

 

—No lo sé. —Coge el tenedor y lo hunde en el plato—. Renée tenía el don de volverme loco de frustración y deseo, y es posible que haya hecho enloquecer a alguien lo suficiente como para que la estrangule, créeme.

 

Deja el tenedor sobre la mesa. La conversación le ha quitado el hambre. Yo hago lo mismo.

 

—Parece que era una buena pieza. —Lo digo porque no se me ocurre qué otra cosa puedo decir.

 

—No tienes ni idea —suspira él, casi sonriente, igual que si estuviera recordándola—. Pero centrémonos en el presente.

 

Borra de la mente los recuerdos y se pone muy serio, como si estuviera en una reunión de negocios. Imagino que así era como trataba a mi madre. Basta con hablar de ella para que este hombre duro y poderoso se torne vulnerable.

 

—Edward Masen —dice entonces.

 

—¿Qué pasa con él? —Levanto la barbilla altiva, como si no tuviera importancia.

 

—¿De qué lo conoces?

 

—¿Y tú de qué lo conoces?

 

Tras la vaga explicación de Edward todavía siento más curiosidad que antes. Tantas advertencias, tanta preocupación... ¿A santo de qué?

 

—Es una ruina de hombre.

 

—Eso no responde a mi pregunta.

 

Charlie se acerca y yo retrocedo recelosa.

 

—Ese hombre vive en la oscuridad, Renée. Mucho más que yo. Juega con el diablo.

 

Trago saliva con fuerza y el dolor me atraviesa el corazón. No consigo pronunciar palabra y, aunque quisiera hacerlo, no creo que pudiera mover mi lengua de trapo.

 

—Sé lo que hace y cómo lo hace —continúa Charlie—. Por algo es el chico de compañía más famoso de Londres, Isabella. Me costó mucho mantenerte lejos de mi mundo; no voy a permitir que caigas a ciegas en las tinieblas de Edward Masen. Llevo muchísimo tiempo en este negocio. Se me escapan pocas cosas, si es que lo hace alguna. Y si algo sé con certeza... —Se interrumpe un instante y se crea un incómodo silencio entre ambos— es que te destrozará.

 

Parpadeo ante la seguridad de su sentencia. Me muero por contarle que Edward se ha desvivido por mí, que con él sólo he conocido ternura... Salvo por aquella noche en el hotel. La noche en la que Charlie me encontró huyendo del lugar en el que Edward me había maniatado al poste de la cama y me había tratado como a una de sus clientas. No sé qué fue peor: si la frialdad impasible que me demostró o el modo en que sus hábiles dedos y su lengua experta me torturaron con exquisitez hasta que me hicieron correrme.

 

—Gracias por avisarme —digo. Son las únicas palabras que consiguen atravesar mi dolor.

 

—Sin duda eres hija de tu madre, Isabella.

 

—¡No digas eso! —grito. Charlie retrocede en su asiento pero no contraataca. Se limita a beber un sorbo de su copa y a esperar a que me tranquilice—. No me parezco en nada a mi madre. Ella abandonó a su hija por un hombre que no la quería.

 

Se inclina hacia adelante con los ojos cafés centelleantes.

 

—Era imposible que Renée Taylor y yo mantuviésemos una relación. No pienses ni por un instante que no intenté hacer lo que era mejor para ella. O para ti.

 

Ver a Charlie enfadado es tan poco habitual que me ha pillado desprevenida. Nunca lo había visto perder la compostura.

 

Bebe otro sorbo de su copa antes de continuar: —E igual de imposible que una relación entre Edward Masen y tú.

 

—Lo sé —suspiro. Las dichosas lágrimas se acumulan en mis párpados—. Eso ya lo sé.

 

—Me alegro, pero el hecho de saber que una cosa es mala no nos impide seguir deseándola, ir a por ella. Yo no le convenía a Renée, y aun así no se daba por vencida.

 

—¿Quieres dejar de compararme con mi madre, Charlie, por favor? —Niego con la cabeza; no estoy preparada para escuchar la cruda realidad por más tiempo—. Debería volver a casa. La abuela estará preocupada.

 

—Llámala —dice él señalando mi bolso—. Estoy disfrutando con tu compañía y aún no hemos pedido ni postre ni café.

 

—Tengo el móvil estropeado. —Es la excusa perfecta para escaparme. Me pongo de pie, recojo mi mochila del suelo—. Gracias por la cena.

 

—No veo ni rastro de gratitud en tu tono, Isabella. ¿Cómo voy a contactar contigo?

 

Esa pregunta me preocupa.

 

—¿Por qué ibas a querer contactar conmigo?

 

—Para asegurarme de que estás a salvo.

 

—¿De qué?

 

—De Edward Masen.

 

Pongo los ojos en blanco y se me olvida con quién estoy hablando.

 

—He sobrevivido hasta ahora sin tu supervisión, Charlie. Estaré bien.

 

Doy media vuelta y echo a andar, rezando para no volver a verlo. La cena ha sido toda una revelación, pero no ha hecho más que remover el dolor del pasado que, sumado a la desolación de los últimos días, es la gota que colma el vaso.

 

—No sobrevivirás si Edward Masen sigue en tu vida, Isabella.

 

Freno en seco sobre mis Converse y se me hiela la sangre en las venas. No me atrevo a mirarlo por temor a la cara que debe de estar poniendo. «No forma parte de mi vida», me digo.

 

Oigo cómo retira su silla hacia atrás y sus pasos cuando echa a andar, pero mantengo la vista al frente hasta que él me rodea y mira desde lo alto mi patética estampa.

 

—Reconozco a una mujer cautivada por un hombre cuando la veo, Isabella. Lo vi en tu madre y lo veo también en ti.

 

Me coge la barbilla gacha y me la levanta. Hay un toque de comprensión en su mirada marrón.

 

—Sé que estás dolida y enfadada, y esas emociones pueden hacerte cometer tonterías. Su conducta en los negocios es cuando menos cuestionable. Y deberías saber que está pasando unos días en Madrid. —Me reta con la mirada para que le pida más detalles. No me hacen falta: está con una clienta.

 

—Soy una mujer sensata —me limito a musitar. Percibo la incertidumbre en mi propia voz. Creo en mi fortaleza tan poco como Charlie, a pesar de que sé que todo lo que me ha dicho es la cruda realidad.

 

Tiene motivos para preocuparse.

 

—Sé cuidar de mí misma.

 

Me besa en la frente y sus delicados labios suspiran.

 

—Te hacen falta más que palabras, Isabella —dice. A continuación me quita la mochila de los hombros y me conduce hacia la salida del restaurante—. Te llevaré a casa.

 

—Prefiero pasear —respondo apartándome.

 

—Isabella, sé razonable. Es tarde y de noche. —Vuelve a sujetarme, ahora con más fuerza que antes—. Además, así podremos parar en una tienda y comprarte un móvil nuevo.

 

—Puedo comprármelo yo sola —mascullo.

 

—Es posible, pero me gustaría regalártelo. —Levanta las cejas a modo de advertencia y sus ojos cafés se oscurecen cuando abro la boca para protestar—. Y es un regalo que vas a aceptar.

 

No discuto más. Sólo quiero irme a casa e intentar procesar lo que Charlie me ha contado y lo que no, así que dejo que me saque del restaurante y me lleve hasta el coche sin decir palabra.

 

Paramos en una tienda y me compra el último modelo de iPhone. El conductor de Charlie me deja en casa, en la esquina, para que la abuela no me vea bajando del coche.

 

—Asegúrate de cargarlo. —Me ordena Charlie mientras cierra la caja—. Me he guardado el número y te he metido el mío en la agenda.

 

—¿Para qué? —Me cabrea que se entrometa en mi vida.

 

—Para poder dormir por las noches. —Me entrega la caja y señala con la cabeza la puerta para que me baje—. Te diría que le dieras recuerdos de mi parte a Marie, pero no creo que sean bien recibidos.

 

—No lo dudes ni por un momento.

 

Salgo del Lexus y me vuelvo para cerrar la puerta. La ventanilla empieza a bajar y me agacho para ver a Charlie. Le brillan los ojos cafés, está reclinado en el respaldo, por lo que destaca su amplio torso. Es increíble que esté en tan buena forma a los cuarenta y pico.

 

—Probablemente saldría con un bate de béisbol y destrozaría tu coche de ricachón.

 

Echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Sonrío.

 

—Me lo imagino —dice—. Me alegro de que haya vuelto a ser lo que era.

 

Sonríe unos instantes más antes de ponerse de nuevo muy serio. Yo también lo estoy.

 

—Recuerda lo siguiente, Isabella.

 

No quiero preguntar el qué, y no lo necesito, porque coge aire para terminar la frase cuando me ve titubear. Me lo va a decir aunque yo no quiera oírlo.

 

—Tu cuerpo sabe de forma instintiva cuándo estás en peligro. Si notas que se te eriza el vello de la nuca, un escalofrío entre los hombros o que algo te da mala espina, sal corriendo.

 

La ventanilla sube y la mirada seria de Charlie desaparece. Me quedo tal cual en la calzada. Sus palabras retumban en mis oídos.

 

 

 

Capítulo 4: Capítulo 3 Capítulo 6: Capítulo 5

 
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