Una noche traicionada (2)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/04/2018
Fecha Actualización: 17/06/2018
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 6
Visitas: 49585
Capítulos: 28

La apasionante historia entre Bella y el misterioso E continúa.

E sólo quiere una noche para adorarla y traspasar los límites del placer con ella, pero desde el instante en que sus miradas se cruzaron nació un intenso romance entre estos dos polos opuestos que se necesitan y se rehúyen al mismo tiempo. Cargado de misterios y secretos, E deberá dar un paso adelante para mantener a Bella a su lado. El enigmático E tiene muchas cosas que contar…

«Tengo una petición»

«Lo que quieras»

«Nunca dejes de quererme»

 

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer la historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada.  

 

 


Actualizaciones: Lunes, miércoles y viernes

 

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Capítulo 25: Capítulo 24

Son más de las nueve de la noche y estoy agotada ante el torrente de emociones, pero mi mente vengativa me impediría dormir. El resentimiento me anima a clavar el cuchillo y a retorcerlo sin parar. Las cuatro llamadas perdidas de Charlie no han ayudado a mi estado mental. En todo caso, han alimentado mi sed de venganza. No me cabe la menor duda de que estoy a punto de darle la razón de una vez por todas. Soy la hija de mi madre.

Ya no tengo mi tarjeta de socia de Ice, pero eso no me detendrá. Nada lo hará. Me salto la corta cola y me planto ante el portero, que suspira con exasperación antes de proporcionarme acceso sin mediar palabra. Paso por su lado y me dirijo a una de las barras. Observo mi entorno, la música y el ambiente desenfadado. La música de esta noche es bastante oscura.

Ahora mismo suena Insomnia, de Faithless. Muy apropiada.

—Champán —pido, y apoyo el culo contra la barra mientras observo la luz azul que predomina en el club de Edward.

Está atestado de la élite londinense. Las típicas masas de juerguistas bien vestidos ocupan cada espacio disponible, pero a pesar de la cantidad de gente que me rodea en todas las direcciones, sé que las cámaras de seguridad estarán centradas en mí, y sólo en mí. Edward ya habrá avisado a Eleazar, y no me cabe duda de que el portero ya habrá advertido al gerente de mi llegada.

—¿Señorita?

Me vuelvo y acepto la copa de champán. Paso de la fresa y me lo bebo de un trago. Pido otra inmediatamente. Me dan una nueva y, cuando me vuelvo, veo que Eleazar cruza la pista de baile en mi dirección. Parece furioso y, sabiendo lo que está a punto de suceder, desaparezco en medio del mar de gente y me dirijo hacia la azotea.

Mientras asciendo por los escalones de cristal esmerilado, miro por encima del hombro y sonrío al ver que Eleazar está justo en el lugar que acabo de abandonar, mirando a su alrededor confundido. Se inclina sobre la barra y habla con el camarero, que se encoge de hombros antes de atender a un cliente que espera. Eleazar golpea la barra de cristal con el puño y se vuelve para buscarme por el club. Satisfecha, continúo mi camino hasta que giro la esquina y atravieso el umbral de la pared gigante de cristal y me encuentro entre un montón de gente que ríe, bebe y charla sin reparar en las fantásticas vistas.

Bebo un trago de champán y espero. No tengo que aguardar demasiado. Pillo a un chico mirándome desde el otro lado de la terraza y sonrío tímidamente antes de apartar la vista de él y disfrutar del paisaje.

—¿Estás sola?

Me vuelvo para mirarlo a la cara. Viste unos vaqueros oscuros y una camisa blanca. Mis ojos recorren toda la longitud de su cuerpo hasta que llego a su rostro. Es bastante atractivo.

Está recién afeitado y tiene el pelo castaño y corto, más largo por la parte superior y con la raya al lado.

—¿Y tú? —pregunto, relajando la postura y llevándome la copa a los labios.

Sonríe un poco y me dirige hasta el final de la azotea apoyando la mano ligeramente en mi zona lumbar. No siento chispas invadiendo mi cuerpo cuando me toca, pero es un hombre, y eso es lo único que necesito.

—Me llamo Alec. —Se inclina y me besa en las mejillas—. ¿Y tú eres...?

—Bella. —Miro hacia la cámara y sonrío mientras él se toma su tiempo para presentarse.

—Encantado de conocerte, Bella —dice mientras se aparta—. Me encanta tu vestido.

No me extraña que le guste. Es ceñido y corto.

—Gracias.

—De nada —responde con ojos brillantes.

Pasamos un rato charlando y yo le correspondo cuando sonríe y se ríe con bastante facilidad, pero no porque me sienta atraída por él. Es porque sé que las cámaras están fijas en mí desde todas las direcciones, grabándolo todo y almacenándolo para que Edward lo vea cuando vuelva de París.

—¿Te gusta seguir algún tipo de protocolo?

Me cuesta evitar arrugar la frente con confusión.

—¿Te refieres a si me gustaría que me llevases a cenar o directamente a la cama?

Sonríe con suficiencia.

—Las dos cosas me parecen bien.

Mi confianza flaquea unos instantes, pero pronto la controlo de nuevo.

—Consideraremos que la fresa es la cena —digo.

Inclino mi copa y cojo la fruta. Me aseguro de masticarla lentamente y de tragármela más despacio todavía.

Él hace lo propio e imita mis acciones con una sonrisa cómplice.

—Son unas vistas fantásticas. —Señala con su copa vacía hacia el espacio abierto que hay más allá y miro siguiendo su indicación.

—Sí —contesto—, pero se me ocurre una manera mucho mejor de pasar el resto de la noche.

Mi atrevimiento debería sorprenderme, pero no es así. Tengo una misión, una misión peligrosa. Edward no es el único que lleva puesta una máscara. Esto es demasiado fácil.

Miro de nuevo a Alec con ojos seductores y él se acerca y desciende lentamente el rostro hacia el mío hasta que nuestros labios se rozan.

En un intento de mantener mi fría seguridad, cierro los párpados y evoco imágenes de Edward. Es triste y patético, pero es la única manera de llevar a cabo mis crueles actos. Los labios de Alec no me ayudan a cumplir mi objetivo; no tienen nada que ver con los de Edward, pero no me detengo. Dejo que me bese y me deleito únicamente sabiendo el daño que esto le hará al hombre que amo, al hombre que sé que me ama, pero que es demasiado cobarde como para luchar por lo nuestro.

—Vayamos a mi casa —murmura Alec contra mis labios poniéndome la mano en el culo.

Yo asiento e, inmediatamente, me coge de la mano y empieza a guiarme para salir de la azotea. Edward Masen ha reavivado una imprudencia latente. He demostrado que Charlie tenía razón. Soy la hija de mi madre, y eso debería ponerme frenética, pero en lo único que pienso es en la fría realidad de mi vida sin Edward en ella. Es un hombre plagado de complicaciones y desafíos, pero lo necesito, a él y a todos los obstáculos que lo acompañan.

Bajamos la escalera. Alec va delante. Llegamos a la planta baja y se abre camino entre la multitud, ansioso por escapar del barullo de la gente y de tener un poco de intimidad. Pero entonces se detiene y me sorprende besándome de nuevo y murmurando en mi boca con un suspiro:

—Puede que haga eso unas cuantas veces más antes de que salgamos de aquí —dice mientras restriega suavemente la entrepierna contra mi vientre.

No protesto, principalmente porque estoy encantada de ver que hay una cámara justo encima de nosotros, de modo que rodeo sus anchos brazos con el cuello y dejo que haga lo que quiera, como diciendo: «Me parece bien».

Separa a regañadientes su cuerpo del mío, reclama mi mano y continúa para detenerse sólo unos pasos más adelante. Sin embargo, esta vez no me besa.

—Disculpa —dice mientras intenta sortear a alguien que se interpone en su camino.

No veo de quién se trata, pero no me hace falta.

—No vas a marcharte con la chica. —La voz ronca de Eleazar hace que me desinfle detrás de Alec, pero también acrecienta mi determinación.

Alec se vuelve para mirarme.

—No le hagas caso —digo con firmeza, y lo empujo por la espalda para animarlo a seguir.

—¿Quién es?

—Nadie.

Tomo la delantera y tiro del perplejo Alec. Eleazar no puede detenerme, y eso destrozara aún más a Edward.

—¡Bella, déjate de juegos!

El rugido furioso de Eleazar hace que me detenga.

—¿Quién ha dicho que esto sea un juego? —inquiero secamente.

—Yo. —Da un paso adelante y mira con ojos de advertencia a un desconcertado Alec, que ya me ha soltado la mano.

El chico se echa a reír.

—Vale, no sé qué lío os traéis entre manos, pero yo no pienso meterme en él.

Se marcha y nos deja a Eleazar y a mí mirándonos con furia el uno al otro.

—Un chico listo.

—¿A ti qué te importa?

—No me importa.

—Entonces ¿por qué intervienes?

—Porque te vas a meter en un lío.

—Encontraré a otro —le espeto, lo empujo a un lado y me dirijo a la barra de nuevo con piernas temblorosas—. Champán —pido cuando llega mi turno por fin.

Eleazar aparece delante de mí al otro lado de la barra, echando al camarero que se disponía a servirme.

—No te vamos a servir más alcohol.

Aprieto los dientes con fuerza.

—¿Por qué no te metes en tus asuntos?

Se inclina sobre la barra, también apretando los dientes.

—Si supieras el daño que estás haciendo, te dejarías de tanta tontería, encanto.

¿Yo? ¿Daño? Mi temperamento alcanza límites peligrosos. Si antes actuaba por resentimiento, ahora es por rabia pura y absoluta.

—¡Ese hombre me ha destrozado la vida!

—¡Ese hombre está engrilletado, Bella! —grita haciéndome recular—. Y, a pesar de lo que podáis haber pensado, no puedes liberarlo.

—¿De qué?

No me gusta el tono ni la mirada de Eleazar. Parece demasiado convencido.

—De sus cadenas invisibles —dice casi susurrando, pero oigo las palabras perfectamente por encima de la música ensordecedora y de la multitud.

La garganta se me empieza a cerrar. No puedo respirar. Eleazar observa mientras asimilo su afirmación, probablemente preguntándose qué estoy cavilando. No lo sé. Está hablando en clave. Está insinuando que Edward es un hombre débil e impotente, y eso no es verdad. Es muy poderoso, física y mentalmente. He experimentado ambas cosas.

Permanezco en silencio. La mente me da vueltas y mi cuerpo empieza a temblar, sin saber qué hacer a continuación. Me siento agobiada en la oscuridad, y mis malditos ojos empiezan a amenazar con derramar lágrimas de desesperanza.

—Vete a casa, Bella. Sigue con tu vida y olvida que alguna vez conociste a Edward Masen.

—Eso es imposible —sollozo, y mi cara se inunda al instante, incapaz de seguir conteniendo mi dolor.

El cuerpo de Eleazar se desinfla a través de la niebla acuosa que inunda mi visión y de repente desaparece, pero mi cuerpo no se mueve, y me quedo plantada en el bar, perdida e inútil.

—Ven conmigo.

Siento una mano que me coge suavemente del brazo, me aleja de la atestada barra y me guía a través del club y por la escalera que da al laberinto que se esconde bajo el club. La información que me ha proporcionado Eleazar, por vaga y críptica que sea, indica que esto no es decisión de Edward.

Me tambaleo y tropiezo delante del gerente, casi desorientada, y cuando llegamos frente al despacho de Edward, introduce el código, abre la puerta y me guía hasta la mesa. A continuación me sienta con cuidado en la silla.

—No quiero estar aquí —murmuro lastimosamente, ignorando el confort que siento al estar en uno de los espacios perfectos y ordenados de Edward—. ¿Para qué me has traído aquí?

Debería haberme metido en un taxi y haberme mandado a casa.

Eleazar cierra la puerta y se vuelve hacia mí.

—En la mesa hay algo para ti —dice sin ningún entusiasmo, e intuyo que es porque no quiere que tenga lo que sea que es.

Paseo la vista por la brillante superficie blanca. Veo el teléfono inalámbrico en su sitio de siempre y, en el centro de la mesa, un sobre, perfectamente colocado, con la parte inferior en paralelo con el borde de la mesa. Sólo Edward podría haberlo dejado ahí.

El instinto me lleva a hundirme en el respaldo de la silla de piel, poniendo distancia entre ese trozo de papel inofensivo y yo. Estoy recelosa y segura de que no voy a querer leer lo que contiene.

—¿Es suya? —pregunto sin apartar la vista del sobre.

—Sí —suspira Eleazar—. Se ha pasado por aquí de camino a la estación de St. Pancras.

No miro a Eleazar, pero sé que acaba de exhalar un torrente de aliento receloso. Levanto lentamente las manos y cojo el sobre, que tiene mi nombre completo escrito en la parte delantera con una letra que reconozco. Es la de Edward. Por mucho que intente controlarlo, no puedo evitar temblar mientras extraigo la nota. Intento en vano estabilizar la respiración, pero mis acelerados latidos lo hacen imposible. Despliego el papel y me froto los ojos para recuperar la claridad de visión. Entonces contengo el aliento.

Mi dulce niña:

¿Que cómo sabía que acabarías aquí? Esta noche se han apagado las cámaras de seguridad a petición mía. Si decides permitir que otro hombre te disfrute, me lo tengo merecido, pero no soportaría ser testigo de ello. Imaginármelo ya me tortura bastante. Verlo me mataría. Te he hecho daño, y espero arder en el infierno cuando llegue allí por ello. De todos los errores de mi vida, tú eres lo que más lamento, Isabella Taylor. No lamento haberte venerado ni haber disfrutado de ti. Lamento la imposibilidad de mi vida y mi incapacidad de darte un para siempre. Debes confiar en mí y en la decisión que he tomado, y saber que lo he hecho con todo mi pesar. Me mata tener que decirlo, pero espero que consigas olvidarme y que encuentres a un hombre digno de tu amor. Yo no soy ese hombre.

Mi fascinación por ti nunca morirá, mi dulce niña. Puedo privar a mis ojos de verte, y negarle a mi boca tu sabor. Pero no hay nada que pueda hacer para reparar mi corazón roto.

Eternamente tuyo,

EDWARD MASEN

—No —sollozo, y todo el aire contenido en mis pulmones sale despedido de mi boca con dolorosos jadeos.

La inicial del apellido de Edward se emborrona cuando una lágrima cae sobre el papel y hace que la tinta se corra por la página. Yo debo de tener el mismo aspecto que la letra manchada y distorsionada.

—¿Te encuentras bien? —La voz de Eleazar interrumpe mis caóticos pensamientos, y levanto mis ojos pesados hacia otra persona que se oponía a nuestra relación.

Todo el mundo está empeñado en separarnos, como yo lo estuve en su día. Y, después de cómo se ponía Edward cuando temía que yo perdía la fe en nosotros, ahora lo ha hecho él.

—Lo odio —digo tal y como lo siento, con total sinceridad.

Esta carta no ha aliviado mi dolor. Sus palabras son contradictorias, lo que me hace más difícil aceptar su decisión. Su decisión. Y ¿qué hay de la mía? ¿Qué hay de mí y de mi disposición a aceptarlo y a dejar que me llene de la fuerza que necesito para ayudarlo? ¿O no tiene solución? ¿Está tan sumido en las profundidades del infierno que no puedo ayudarlo a salir de él? Todos estos pensamientos y preguntas sólo consiguen transformar mi dolor en odio. Después de todo lo que hemos soportado, no debería tomar esta decisión él solo. Dejo caer la carta sobre la mesa y me levanto al instante. Se está escondiendo. Llevaba escondiéndose toda la vida..., hasta que me conoció. Me mostró a un hombre que estoy segura de que nadie más ha visto. Se agazapa tras unos modales que ocultan a un capullo brusco y arrogante, y tras unos trajes que ocultan al Edward relajado que es cuando nos perdemos el uno en el otro. Es un fraude, tal y como dijo él mismo.

Una neblina roja me envuelve y recorro su mesa tambaleándome en dirección al mueble bar, al otro extremo de la habitación. Prácticamente me dejo caer sobre éste. Estoy unos instantes observando las botellas y los vasos perfectamente ordenados, respirando con dificultad.

—¿Bella? —Eleazar parece estar cerca y muy alarmado.

Grito enloquecida y paso el brazo por la superficie, arrojando todos los objetos que adornan el mueble al suelo con un fuerte estrépito.

—¡Bella! —Eleazar de pronto me agarra de los brazos y se esfuerza por retenerme mientras yo continúo chillando y forcejeando con él como una poseída—. ¡Cálmate!

—¡Suéltame! —grito.

Consigo soltarme y corro hacia la salida del despacho de Edward. Mis piernas se mueven deprisa, al ritmo de mi corazón, y me alejan de la perfección de Edward, por la escalera, y hasta el aire de la medianoche. Me lanzo a la calzada dándole a un taxi sólo dos opciones: parar o arrollarme. Me meto dentro.

—A Belgravia —jadeo.

Cierro la puerta de golpe y veo cómo Eleazar sale corriendo de Ice, agitando los brazos frenéticamente en dirección al portero mientras observa cómo me alejo. Me dejo caer sobre el respaldo de piel y le doy a mi corazón tiempo para recuperarse, con la frente apoyada en el cristal mientras veo pasar el Londres nocturno.

Es cierto que Londres proyecta su sombra negra.

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