Una noche traicionada (2)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/04/2018
Fecha Actualización: 17/06/2018
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 6
Visitas: 49584
Capítulos: 28

La apasionante historia entre Bella y el misterioso E continúa.

E sólo quiere una noche para adorarla y traspasar los límites del placer con ella, pero desde el instante en que sus miradas se cruzaron nació un intenso romance entre estos dos polos opuestos que se necesitan y se rehúyen al mismo tiempo. Cargado de misterios y secretos, E deberá dar un paso adelante para mantener a Bella a su lado. El enigmático E tiene muchas cosas que contar…

«Tengo una petición»

«Lo que quieras»

«Nunca dejes de quererme»

 

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer la historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada.  

 

 


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Capítulo 28: Capítulo 27

Nota al pie.

 


Perdón por la tardanza, aquí les dejo el capítulo final.

 

Salgo del apartamento de Edward y me encuentro a Gregory apoyado en la pared del descansillo, mirando el móvil.

—Hola —digo, y cierro la puerta.

Levanta la vista y se aparta de la pared con una tensa sonrisa.

—Hola, muñeca.

Sólo con escuchar esas palabras me dan ganas de llorar.

—¿Qué nos ha pasado? —pregunto.

Gregory mira hacia la brillante puerta negra y después a mí.

—Que apareció ese tío que detesta tu café.

—Es muchas más cosas que el tío que detesta mi café —contesto tranquila—. Y sólo odió mi primer café, así que, técnicamente, ya no podemos seguir llamándolo así.

—Soplapollas.

—Eso está reservado para Ben. ¿Lo has visto últimamente?

Sus anchos hombros se ponen rígidos. Se siente culpable.

—No estamos aquí para hablar de mi desequilibrada vida sentimental.

Casi tropiezo como resultado de su osadía.

—Mi vida sentimental no está desequilibrada —replico.

—¡Relájate! —Se coloca delante de mí en dos pasos—. ¡Ése de ahí dentro —dice señalando la puerta de Edward— está desequilibrado, y te lo está pegando!

Me pongo a la defensiva y el rostro se me descompone de la rabia.

—No pienso escuchar esto.

Doy media vuelta y me dispongo a abandonar nuestra «charla» para ir a buscar el consuelo de mi desequilibrado, obsesivo-compulsivo, perseguido por sus demonios, posesivo, dolido, drogadicto, excélebre chico de compañía y caballero a tiempo parcial. Es cierto que está algo desequilibrado, pero es mi Edward, con sus manías y sus problemas. Y lo amo.

—¡Isabella, espera! —Gregory me agarra del brazo con cierta brusquedad, pero me suelta en cuanto grito—. ¡Mierda! —maldice.

Me vuelvo y me froto el brazo con el ceño fruncido.

—¡Contrólate!

Parece realmente nervioso.

—Perdona, es que no quería que te fueras.

—Pues dímelo.

Fija sus ojos marrones en mi brazo.

—Espero no haberte dejado ninguna marca. Me gustaría conservar intacto el espinazo.

Aprieto los labios para evitar sonreír ante su chiste mordaz.

—Estoy bien.

—Joder, menos mal. —Se mete las manos en los bolsillos y baja la vista avergonzado—. ¿Empezamos de nuevo?

Siento un tremendo alivio.

—Por favor.

—Genial. —Levanta la vista con sus ojos marrones llenos de remordimiento—. ¿Damos un paseo y hablamos? No me siento cómodo criticando al tío que odia tu café cuando está tan cerca.

Pongo los ojos en blanco, me agarro de su brazo y lo guío hacia la escalera.

—Vamos.

—¿Se ha averiado el ascensor?

Me detengo al instante, extrañada ante mí misma. No me había dado cuenta de que estaba adoptando todos los hábitos obsesivos de Edward.

—No.

Gregory arruga la frente también mientras nos dirigimos al ascensor y nos metemos en él en cuanto llega. Su rostro refleja temor, pero no estoy segura de si debo decírselo o preguntarle cómo está, ya que ambos estamos sonriendo ahora, de modo que pruebo algo completamente diferente.

—¿Qué tal el trabajo?

—Como siempre —masculla sin entusiasmo, zanjando en el acto la conversación.

Me esfuerzo de nuevo.

—¿Tus padres bien?

—Estupendamente.

—¿Qué tal van las cosas con Ben?

—Regular.

—¿Ha salido del armario?

—No.

Pongo los ojos en blanco.

—¿De qué hablábamos antes de que conociera a Edward?

Se encoge de hombros mientras la puerta se abre. Salgo primero y busco en mi mente en blanco algo de lo que hablar que no sea Edward y la inevitable intromisión que se avecina. No se me ocurre nada.

Saludo amablemente al portero con la cabeza y, haciendo caso omiso del reflejo del cuerpo de Gregory arrastrando los pies detrás de mí, empujo la puerta y emerjo a un soleado y fresco día londinense. Creía que el inmenso espacio abierto que me rodea me provocaría una sensación de libertad, pero no es así en absoluto. Me asfixio al pensar en el inminente interrogatorio de Gregory, y estoy desesperada por volver corriendo junto a Edward y obtener mi libertad a través de sus besos en su apartamento. A través de «lo que más le gusta». A través de él.

Me vuelvo, suspirando, y encuentro a Gregory con cierto aire incómodo detrás de mí. Es evidente que tampoco se le ocurre nada que decir o hacer. Ha insistido en charlar. Debe de tener cosas que decir y, aunque no deseo escucharlas especialmente, me gustaría que lo soltase ya y decirle que está perdiendo el tiempo... otra vez.

—¿Vamos a tomar café o no? —pregunto señalando la dirección de la cafetería.

—Claro —farfulla malhumorado, como si supiera que está a punto de malgastar saliva.

Se acerca a mí y empezamos a avanzar por la calle. Nos separa una distancia de al menos un metro y la incomodidad rellena ese espacio. Las cosas nunca habían sido así entre nosotros, y no estamos conversando, lo que me proporciona demasiado tiempo de reflexión silenciosa para preguntarme cómo hemos llegado a esto. Nuestra estúpida discusión en mi dormitorio aquel día fue motivo de preocupación, pero parece que la hostilidad entre Edward y Gregory ha disminuido, lo cual es sin duda algo positivo.

Cruzamos una carretera con bastante facilidad, ya que es bastante temprano, y seguimos caminando tranquilamente. Gregory toma aire constantemente para hablar, pero nunca llega a decir nada, y yo busco ansiosa una señal que me indique que estamos cerca de la cafetería. El malestar que nos oprime se está volviendo casi insoportable.

—Sólo dime qué le ves.

Gregory me detiene y yo abro y cierro la boca intentando buscar la mejor manera de explicarlo. En mi mente está clarísimo, pero cuando intento exteriorizarlo no me salen las palabras adecuadas. No tengo por qué justificarme ante nadie, pero de repente es muy importante para mí que Gregory entienda por qué sigo aquí.

—Todo. —Sacudo la cabeza, deseando que se me hubiera ocurrido algo mejor.

—¿Es porque es chico de compañía?

—¡No!

—¿Por dinero?

—No seas idiota. Sabes que tengo una cuenta en el banco repleta de pasta.

—¿Porque es intenso?

—Mucho, pero no tiene nada que ver con eso. No sería Edward si no tuviera sus problemas. Ese hombre es el resultado de la vida que ha tenido hasta ahora. Era huérfano, Gregory. Sus abuelos lo metieron en un orfanato de dudosa reputación y obligaron a su joven madre a volver a Irlanda, dejándolo atrás porque su existencia supondría una vergüenza para la familia.

—Eso no le da derecho a comportarse como un auténtico capullo —masculla arrastrando las botas sobre el suelo de cemento bajo sus pies—. Todos tenemos problemas.

—¿Problemas? —exclamo indignada—. ¡Ser huérfano, indigente, sufrir de TOC y recurrir a la prostitución para sobrevivir no es un problema, Greg, es una puta tragedia!

Mi amigo abre los ojos como platos, y yo frunzo el ceño extrañada.

—¿Indigente?

—Sí, era indigente.

—¿Tiene un TOC?

—No está diagnosticado, pero es bastante evidente.

—¡¿Prostitución?! —grita con efectos retardados.

Soy consciente de mi error inmediatamente. Chico de compañía. No es necesario que Gregory sepa que Edward fue un prostituto normal y corriente y, aunque no haya mucha diferencia, lo último resulta menos horrible. Lo cual es totalmente ridículo.

—Sí. —Elevo la barbilla, retándolo a hacer algún comentario, y pienso en lo que diría si añadiese lo de las drogas a la lista.

Mi estrategia fracasa a todos los niveles.

—¡Vaya, la cosa mejora! —Se ríe, pero es una sonrisa nerviosa—. Y estoy bastante seguro de que es un psicótico también, así que tienes un pirado en toda regla.

—Él-no-es-un-pirado —digo deteniéndome en todas las palabras con los dientes apretados, y siento que empieza a hervirme la sangre—. Tú no lo ves cuando estamos solos. Nadie lo ve. Sólo yo. Sí, puede ser un estirado, y ¿qué más da si le gusta que las cosas estén de una manera determinada? ¡Ni que estuviera matando a alguien!

—Probablemente lo haya hecho.

Reculo disgustada. Las palabras se me acumulan en la punta de la lengua y en el cerebro, sin saber con cuáles empezar a insultar a Gregory.

—¡Vete a la mierda! —Me decanto por esta socorrida expresión y, una vez se la espeto a la cara, doy media vuelta y me dirijo de regreso al apartamento de Edward pisando con fuerza el pavimento.

—¡Bella, venga ya!

—¡Lárgate! —No me vuelvo para mirarlo. Es posible que estalle si lo hago. Pero entonces me viene algo a la cabeza y doy media vuelta de nuevo—. ¿De dónde sacaste la tarjeta de Edward?

Se encoge de hombros.

—De esa tía morena que estaba en Ice la noche de la inauguración. ¡Esa que era un pibón!

«Bree.»

Monto en cólera y la presión se acumula en mi cabeza. «¡Será zorra!» Acelero el paso, preocupada por mi creciente furia. Quiero golpear algo. Con fuerza.

—¡Ah! —grito con voz aguda cuando Gregory me levanta de pronto en el aire cogiéndome en brazos.

Cambia de dirección y cruza de nuevo la calle en dirección a la cafetería, haciendo caso omiso de mi mirada de incredulidad.

—Impertinente —dice simplemente—. Me alegra que te hayas mostrado tan perseverante.

La tensión acumulada desaparece de mi cuerpo y me relajo en sus brazos.

—Lo quiero, Gregory.

—Ya lo veo —admite a regañadientes—. Y ¿él te quiere?

—Sí —respondo, porque sé a ciencia cierta que es así. No lo dice directamente, pero es su manera de ser.

—¿Te hace feliz?

—Más de lo que te puedas llegar a imaginar, pero sería mucho más feliz si la gente nos dejara en paz.

Siento que mi amigo se desinfla bajo mi cuerpo suspendido con un suspiro. Se detiene, me deja en el suelo y me agarra de mis pequeños hombros.

—Nena, tengo una mala sensación. Es tan... —Hace una pausa, se lleva la mano a la frente y se la frota en un claro gesto de preocupación.

—¿Tan qué?

Arruga los labios y deja caer ambas manos a sus costados.

—Oscuro.

Asiento e inspiro hondo.

—Conozco todo lo oscuro que hay en él. Y yo lo lleno de luz. Lo estoy ayudando y, tanto si decides aceptarlo como si no, él me ha ayudado a mí también. Es el hombre de mi vida, Gregory. Jamás renunciaré a él.

—Vaya. —Mi amigo exhala y a continuación hincha las mejillas de aire—. Lo que estás diciendo es muy fuerte, Isabella.

Me encojo de hombros.

—Es la verdad. ¿Es que no lo ves? No me tiene presa ni me obliga a nada. Estoy ahí por voluntad propia y porque es donde tengo que estar. Espero que encuentres a la persona adecuada para ti algún día, y espero que te mueras por él tanto como yo por Edward. Él es especial.

Hago una mueca de dolor para mis adentros al darme cuenta de lo que acabo de decir, y a continuación alejo ese pensamiento de mi mente todo lo posible.

Siento una inmensa paz cuando veo la evidente expresión de asimilación de Gregory. No estoy segura de que lo entienda, y tal vez nunca lo haga, pero con que lo aceptara me bastaría para empezar. No espero que sean amigos del alma. No creo que Edward pueda tener una amistad así de intensa con nadie; no es una persona sociable. No encaja con la gente, y menos aún con los entrometidos. Pero lo mínimo que podrían hacer es comportarse de manera civilizada. Por mí, deberían hallar la manera de hacerlo.

—Lo intentaré —susurra Gregory casi a regañadientes, pero el corazón me da un brinco de alegría—. Si él está dispuesto a intentarlo, yo también.

Sonrío, probablemente sea la sonrisa más amplia que he esbozado jamás, y me lanzo a sus brazos haciendo que se tambalee con una pequeña risita.

—Gracias. Él también se preocupa por mí, Gregory. Tanto como tú. —Decido omitir que probablemente se preocupe más, porque sé que eso no ayudaría a mi causa.

No decimos nada más. Simplemente nos abrazamos con la energía de demasiadas semanas de tiempo perdido, hasta que por fin me separó victoriosa y eufórica. Su disposición, claro está, depende de que Edward acceda, pero no me cabe la menor duda de que lo hará. Mientras Greg prometa no interferir y dejar que sea feliz, todo irá bien. Beso su atractiva mejilla, me agarro de su brazo y nos volvemos para continuar con nuestro trayecto hasta la cafetería.

Entonces me quedo parada.

La sangre abandona mi cerebro y Gregory me sostiene con el otro brazo para que no me caiga.

—¿Bella? ¿Qué pasa?

No conozco el BMW blanco que está aparcado junto al bordillo, pero no es el sofisticado vehículo lo que llama mi atención, sino la mujer que está apoyada en él, observándonos mientras se fuma un cigarrillo. Ya la he visto antes, y jamás olvidaré su rostro.

Irina.

Viste una preciosa gabardina impermeable de color blanco polar como su coche. Lleva los labios pintados de rojo intenso, y su melenita perfecta y recta está tan perfecta como la última vez que tuve el placer de verla. Siento náuseas.

—¿Bella? —La voz de preocupación de Gregory me devuelve a la realidad y arranca mis ojos de la expresión de superioridad dibujada en todo su rostro impecable—. Joder, te has quedado blanca como la cal. —Me pone la mano en la frente—. ¿Vas a vomitar?

—No —respondo débilmente, considerando las altas probabilidades que hay de que lo haga.

Esa mujer despierta mis recelos más que ninguna de las otras de la vida de Edward con las que me he topado. Por una razón, y es que estaba en el apartamento de Edward en mitad de la noche. También estaba bebiendo vino, en casa, y esa idea no se me había pasado por la cabeza hasta ahora. Con ella hay algo diferente, y no me gusta. No me gusta nada. Después de arreglar las cosas con Gregory, lo que menos necesito es que me monte una escena, me suelte alguna advertencia o me menosprecie.

Intentando desesperadamente recomponerme, fuerzo una sonrisa y tiro del brazo de mi amigo.

—¿Vamos a llegar algún día a la cafetería?

—Me estaba preguntando lo mismo. —Sonríe y me sigue. Creo que no se ha dado cuenta de nada, aparte de que me haya dado un algo de repente.

Irina podría fastidiarlo todo y, cuando oigo el sonido de unos tacones caros sobre el pavimento a mis espaldas, sé al instante que está a punto de hacerlo.

—Isabella, ¿no? —ronronea, lo que provoca que se tensen todos los músculos de mi cuerpo.

Tropiezo y cierro los ojos con fuerza con la esperanza de que, si finjo no oírla, tal vez se largue. Lo dudo mucho, pero por intentarlo que no quede. Continúo caminando. Gregory me está hablando, pero no escucho nada de lo que dice, sólo el murmullo distante de su tono en la distancia. A ella, en cambio, sí la oigo: —¿O prefieres que te llamen «niña dulce e inocente»?

El corazón se me para en el pecho y mis pies dejan de pisar la acera. No hay escapatoria.

Y, cuando Gregory mira por encima de su hombro con curiosidad, sé que estoy a punto de vivir una confrontación.

Me vuelvo despacio y la veo a sólo unos pasos detrás de mí. Da una lenta calada a su cigarrillo y me observa detenidamente.

—¿Puedo ayudarte? —pregunto con el tono más relajado y despreocupado que consigo expresar, sin molestarme en mirar y analizar la expresión de Gregory. Sé que será inquisitiva, y de todos modos yo no puedo apartar mi mirada recelosa de esa mujer altiva.

—Ehhh, creo que sí —responde, y tira la colilla de su cigarrillo a la cuneta—. Vayamos a dar una vuelta, ¿te parece? —Alarga el brazo hacia el BMW y, cuando miro, me encuentro al chófer sujetando la puerta abierta.

—¿Quién es ésta? —pregunta por fin Gregory acercándose a mí.

—Sólo soy una amiga —dice Irina respondiendo por mí, aligerando la presión de inventarme una respuesta consistente antes de que Gregory continúe sondeando. Sin embargo, no estoy segura de que su explicación haya colado.

—¿Bella? —Mi amigo me da un toque en el hombro para obligarme a volverme hacia él.

Tiene las cejas enarcadas a modo de interrogación.

—Una amiga —farfullo débilmente mientras mi mente se apresura en calcular mi próximo movimiento.

No se me ocurre nada. Ella me ha llamado «niña dulce e inocente». ¿Edward ha estado hablando con ella sobre mí?

—No tengo todo el día. —Irina interrumpe mis pensamientos con su impaciencia.

—No tengo nada que decirte.

—Pero yo tengo mucho que decirte a ti. Si es que Edward te importa lo más mínimo... —me suelta para provocarme.

Mis piernas me sorprenden transportándome automáticamente hacia el coche, incentivadas por sus palabras y por la posible información.

—¡Bella! —grita Gregory, pero no me doy la vuelta. No necesito verle la cara, y no necesito que me disuada de hacer algo que sé que podría ser tremendamente imprudente—. Isabella, ¿adónde vas?

Me vuelvo y veo que el chófer de Irina intercepta a Gregory para evitar que venga a por mí.

Gregory lo mira con el ceño fruncido.

—¿Quién coño eres tú? ¡Apártate de mi camino!

El chófer levanta la mano y la apoya en el hombro de Gregory.

—Sé inteligente, chico. —Su tono apesta a amenaza, y Gregory se asoma por encima de él, todavía frunciendo el ceño, con su atractivo rostro cargado de confusión.

—¡Isabella!

Empieza a forcejear con el conductor, pero es un hombre corpulento, amenazador.

Me meto en el coche. La puerta se cierra y, unos momentos después, la otra puerta trasera se abre e Irina se acomoda en el asiento de piel. Debo de estar completamente loca. No me gusta esta mujer, y sé que no me va a gustar lo que tenga que decirme. Aun así, me invade un deseo completamente irracional de saber. Si ella sabe algo que pueda ayudar, necesito averiguar qué es. Más información. Información que puede que me rompa el corazón, ya maltrecho, o puede que simplemente acabe con mi persona.

El coche se aleja del bordillo justo cuando Gregory empieza a golpear la ventana de mi lado. Me odio por hacerle esto, pero le hago caso omiso.

—¿Es tu novio? —pregunta Irina alisándose la gabardina.

Estoy a punto de espetarle que mi novio es Edward, pero algo me detiene. ¿El instinto, tal vez?

—Es mi mejor amigo —digo en cambio—. Y es gay.

—¡Vaya! —se ríe—. Qué idílico. El mejor amigo gay.

—¿Adónde vamos? —pregunto para cambiar de tema. No quiero que sepa nada más sobre mi vida.

—A dar un agradable paseo.

Me mofo. Nada que tenga que ver con Irina es agradable.

—Has dicho que tenías información. ¿Qué información? —le espeto. Vayamos al grano.

No quiero estar en este coche, y estoy decidida a salir de él cuanto antes. Tan pronto como esta mujer me informe de por qué estoy aquí.

—Antes de nada, me gustaría que te alejases de Edward Masen.

Es una petición, pero la ha expresado de tal manera que es imposible pasar por alto la amenaza. El alma, el corazón, la esperanza..., todo se me cae a los pies. Pero ahora las palabras de Edward sobre control de daños y distracción cobran sentido. Nadie puede saber lo nuestro, y, aunque me mata, sé lo que tengo que hacer.

—¿Alejarme de él? Si sólo lo he visto unas cuantas veces —repongo.

Siento que estoy a punto de meter la pata y decir la verdad, y eso que sólo acaba de empezar. Irina tiene mucho más que decir, lo intuyo.

—No está disponible.

Frunzo el ceño, centrándome en sus ojos azules que rezuman victoria. Esta mujer siempre consigue lo que quiere.

—Eso no es asunto mío.

—¿Ah, no? —Sonríe. Me pone los pelos de punta—. Estás bastante cerca de su apartamento.

Siento que flaqueo, pero recobro la compostura antes de delatarme.

—Mi amigo vive cerca de aquí.

—Hum...

Abre un bolso estructurado de Mulberry, mete la mano y saca una pitillera de plata labrada. Su gesto condescendiente me encoleriza. Noto que la irritación sustituye a la incomodidad que siento, y llego a la conclusión de que eso es algo positivo. «¡Insolencia, joder, no me falles ahora!» Sus largos dedos seleccionan un cigarrillo de una fila ordenada sujeta por una barra de plata. Cierra la tapa y se lleva el pitillo a los labios rojos.

—Edward Masen no puede perder el tiempo con una niñita curiosa.

Estiro el cuello mientras se enciende el cigarrillo.

—¿Disculpa?

Ella da una larga calada, me observa con aire pensativo y expulsa una columna de humo en mi dirección. Hago caso omiso de la pútrida nube que me envuelve con la vista fija en ella. No pienso amilanarme. Mi descaro hace acto de aparición y llega pisando con fuerza.

—La mayoría de las mujeres se divierten con Edward Masen, «niña dulce e inocente» —dice subrayando de nuevo el término cariñoso con el que Edward se refiere a mí—. Y algunas, como tú, son tan estúpidas que creen que conseguirán algo más. No lo harán. De hecho, creo que dijo que eras «sólo una niñita que tiene más curiosidad de la que le conviene», que cogió tu dinero y se divirtió contigo, pero nada más.

Sus palabras me revuelven el estómago, y se suman a todas las demás reacciones indeseadas que está obteniendo de mí con sus crueles comentarios.

—Sé perfectamente lo que puedo esperar de Edward —digo—. No soy estúpida. Fue divertido mientras duró.

—Hum... —murmura mientras me observa detenidamente y haciéndome sentir tan incómoda que quiero apartar la mirada. No obstante, me mantengo firme y no lo hago—. Nadie lo conoce como yo. Lo conozco bien —asegura.

Me dan ganas de partirle la cara.

—¿Cómo de bien? —No sé a qué ha venido esa pregunta. No quiero saber la respuesta.

—Conozco sus normas —dice—, sus manías, los demonios que lo persiguen. Los conozco todos.

—¿Crees que es tuyo?

—Sé que es mío.

—¿Estás enamorada de él?

Su vacilación me dice todo lo que necesito saber, pero sé que me lo va a confirmar.

—Amo profundamente a Edward Masen.

La presión en mi cuello aumenta, pero no ha dicho que Edward la ame a ella, y eso fortalece mi determinación. No soy una más ni ninguna «curiosa». Puede que al principio sí, pero nuestra recíproca fascinación cambió eso muy deprisa. Él no soporta a Irina. Canceló su cita, y era yo la que estaba ahí para preocuparse por él cuando se sumió en ese estado. No tengo miedo de que esté enamorado de esta mujer. Ella es sólo una clienta. Es evidente que quiere ser algo más, pero para Edward es sólo otra entrometida a la que probablemente heriría si volviera a verla. Quiere lo que no puede tener. Para Irina, Edward Masen es inalcanzable, al igual que para cualquier otra mujer. Excepto para mí. Yo ya lo tengo.

Cuando el coche se detiene junto al bordillo, se vuelve en su asiento de cara a mí y eleva la barbilla para exhalar el humo hacia el techo del vehículo, ahorrándome esta vez la tóxica bocanada. A través de sus capas de maquillaje, detecto un aire pensativo mientras me mira de arriba abajo con ojos de desaprobación.

—Hemos terminado. —Sonríe y señala hacia la puerta, ordenándome en silencio que salga. Lo hago, ansiosa por alejarme de la gélida presencia de esta mujer tan horrible. Cierro de un portazo, me vuelvo y la ventanilla desciende. Está sentada en su asiento, con aspecto pretencioso y como si no pasara nada—. Ha sido una charla agradable.

—No, no lo ha sido —escupo.

—Me alegro de que ambas sepamos en qué situación estamos. No pueden pillar a Edward con niñitas estúpidas. Sería su fin.

Sube la ventanilla, el coche se aleja rápidamente y yo me quedo temblando nerviosa en la cuneta. Me esfuerzo por respirar para controlar el miedo, pero por más que intento relajarme y decirme que sólo está tratando de asustarme, no puedo evitar que pequeños fragmentos de temor se instalen en lo más profundo de mi ser. No, no son pequeños fragmentos. Son meteoros. Inmensos y dañinos. Y me asusta que nos destruyan. ¿Su fin?

Sumida en un torbellino de incertidumbres, me llevo la mano al cuello y empiezo a masajeármelo, pero me detengo un momento al darme cuenta de que hay una razón por la que estoy haciendo esto. Levanto la mano y el vello se me vuelve a poner de punta. Me doy la vuelta en busca de mi sombra. Hay peatones por todas partes. La mayoría de ellos se desplazan rápido, pero ninguno parece especialmente sospechoso. El temor asciende por mi columna, obligándome a enderezar la espalda. Me están vigilando. Sé que me están vigilando. Me vuelvo hacia un lado y el pelo me golpea la cara, después me vuelvo hacia el otro con la esperanza de que algo me llame la atención, cualquier cosa que haga que deje de pensar que me estoy volviendo totalmente loca.

No veo nada.

Pero sé que hay algo.

Irina. Pero se ha marchado. ¿O son sólo las consecuencias prolongadas de su reciente presencia? Es posible; la mujer tiene pinta de dejar una huella indeseada.

Sigo mirando hacia todas partes mientras analizo el entorno que me rodea, y no tardo en darme cuenta de que me han dejado a kilómetro y medio largo de casa de Edward. El pánico se apodera de mí. Me vuelvo y echo a correr a toda velocidad en dirección al bloque de apartamentos de Edward. No miro atrás. Esquivo a la gente y cruzo las calles sin mirar hasta que veo su edificio en la distancia. La visión no me alivia.

Entro volando en el vestíbulo y me meto directamente en un ascensor que estaba abierto.

Pulso el botón de la décima planta varias veces frenéticamente.

—¡Vamos! —grito, y me planteo salir del ascensor y subir por la escalera. La adrenalina se ha apoderado de mí, y seguramente subiría más rápido andando que en este ascensor, pero las puertas empiezan a cerrarse, y me dejo caer contra la pared, cada vez más impaciente—. ¡Vamos, vamos, vamos! —Comienzo a pasearme por el pequeño espacio, como si moverme fuese a hacer que ascendiera más deprisa—. ¡Vamos! —Pego la cara contra las puertas cuando se abren y salgo en cuanto el agujero es lo bastante grande como para que quepa mi cuerpo menudo.

Mis pies apenas tocan el suelo. Corro por el descansillo como alma que lleva el diablo, con el pelo agitándose detrás de mí. Tengo el corazón a punto de estallar de nervios, de miedo, de ansiedad, de desesperación...

La puerta está abierta de par en par, y oigo gritos. Gritos fuertes. Es Edward. Ha perdido los papeles. Mi necesidad de llegar hasta él se dispara. Apenas siento las piernas después del sobreesfuerzo, y cruzo la puerta mirando en todas las direcciones hasta que veo su espalda desnuda. Tiene a Gregory cogido de la garganta y empotrado contra la pared.

—¡Edward! —grito, y mis rodillas ceden cuando me detengo de repente.

Me veo obligada a agarrarme a una mesa cercana para permanecer de pie. Los ojos se me inundan de lágrimas. Todas mis emociones se agolpan y es tanta la presión que siento que ya no puedo contenerla más.

Se vuelve violentamente, con ojos feroces, el pelo alborotado y movimientos salvajes.

Parece una bestia, una fiera peligrosa. Es peligroso. Implacable. Único.

Es el chico especial.

Suelta a Gregory de inmediato, y el cuerpo de mi amigo desciende por la pared mientras jadea y se lleva las manos a la garganta con un gesto de dolor. Mi desesperación no deja espacio en mi mente para sentirme culpable o preocuparme por él.

Las largas piernas de Edward recorren la distancia que nos separa en una milésima de segundo. Sus ojos siguen oscuros, pero el alivio se refleja en esa mirada azul que tanto adoro.

—Bella —exhala con el pecho desnudo tremendamente agitado.

Me abalanzo hacia adelante cuando estoy segura de que está lo bastante cerca como para cogerme y aterrizo en sus brazos abiertos. El estrés que siento se reduce un millón de niveles con el simple hecho de notar su tacto.

—Me han seguido —sollozo.

—Joder —maldice. Suena como si eso le causase un dolor físico—. ¡Mierda! —Me levanta del suelo y me estrecha con fuerza—. ¿Irina?

La ansiedad que destila su voz ronca de nuevo hace aumentar mis niveles de estrés. Está demasiado agitado.

—No lo sé. —Y no hace falta que le pregunte cómo sabe que era Irina. Imagino que ha conseguido una descripción estrangulando a Gregory—. Me dejó a varias calles de distancia. Los sentí después de que se marchara.

Sacudo la cabeza y mantengo el rostro pegado a su cuello. Es absurdo, pero me concentro en inhalar su aroma con la esperanza de que rodearme de todas las cosas que me hacen sentir bien haga que desaparezca este desasosiego. Estoy temblando, da igual lo fuerte que me abrace y, a través de ese movimiento involuntario de mi cuerpo, siento su corazón golpeándome el pecho. Está muerto de preocupación, y eso no hace sino intensificar mi creciente temor.

—Ven aquí —dice con voz áspera, como si no tuviera ya el control pleno de mi peso muerto.

Me lleva hasta el interior de su apartamento mientras yo le clavo las uñas en los hombros.

Intenta brevemente desengancharme de él, pero cuando me niego en silencio aferrándome aún con más fuerza a su cuerpo, lo deja estar y se sienta en el sillón conmigo todavía pegada. Se esfuerza por moverme, colocándome las piernas a un lado hasta que quedo acunada sobre su regazo con la cabeza enterrada bajo su barbilla.

—¿Por qué te has subido a ese coche, Isabella? —pregunta sin ira ni reproche en el tono—. Contéstame.

—No lo sé —admito.

Por estupidez. Por curiosidad. Deben de ser la misma cosa.

Suspira y farfulla para sí.

—No te acerques a esa mujer, ¿me oyes?

Asiento, deseando de corazón no haberlo hecho. No he sacado nada positivo de ello, excepto saber algo que no quería saber y hacerme algunas preguntas dolorosas.

—Me ha dicho que le dijiste que yo no era más que un entretenimiento para ti.

Las palabras, aunque ya están fuera de mi boca, me dejan un sabor amargo.

—No quiero que la veas —dice con los dientes apretados, intentando de nuevo apartarme de su pecho. Esta vez cedo, porque necesito verle el rostro, un rostro perfecto que refleja un millón de emociones distintas—. Es mala persona, Isabella. La peor. Tenía un motivo para decirle lo que le dije.

—¿Quién es? —susurro temiendo su respuesta.

—Una entrometida. —Su respuesta es directa y me dice todo lo que necesitaba saber.

—Está perdidamente enamorada de ti —le digo, aunque sospecho que él ya lo sabe.

Asiente y el gesto hace que se desprenda su mechón rebelde. Desvío la mirada hacia éste brevemente y siento una imperiosa necesidad de apartárselo. Y lo hago. Despacio.

Me agarra de la barbilla y me acerca a su cara hasta que nuestras bocas están a un milímetro de distancia.

—Quiero que tengas muy claro que la odio.

Asiento, y sus ojos se cierran muy despacio. Inspira lentamente y libera el aire de la misma manera.

—Gracias —musita acariciándome la mejilla con la nariz.

Me sumerjo en su evidente agradecimiento y veo la realidad de la situación: son mujeres despechadas; mujeres que dependen de las atenciones que este hombre herido les proporcionaba. Nadie me dijo que mi relación con Edward fuese a ser fácil, pero nadie me advirtió tampoco que sería casi imposible.

Me corrijo al instante: hubo una persona que sí lo hizo.

—¿Qué le has dicho? —pregunta Edward.

—Nada.

Recula.

—¿Nada?

—Dijiste que cuanta menos gente lo supiera, mejor.

Con una expresión de dolor, me estrecha de nuevo contra sí.

—Mi niña lista y preciosa...

Nos quedamos en silencio, y siento que la pesada carga de un millón de preocupaciones desaparece. Tenemos que resolverlas, encargarnos de ellas o lo que sea, pero en este momento me dan igual. Me siento feliz escondiéndome del mundo cruel en el que estamos atrapados, sumergida en el confort que me proporciona Edward, un confort del que he empezado a depender.

—No perderé, Isabella —me jura—. Te lo prometo.

Asiento sin moverme mientras él sigue acunándome con fervor.

—Vaya, vaya.

El arrogante saludo me hiela la sangre, y tanto Edward como yo levantamos la cabeza al instante. No me gusta lo que veo y, definitivamente, no me gustan las arrugas de furia que se dibujan en el atractivo rostro del ser que amo.

—No sirve de nada que te dé un móvil, Isabella, si nunca lo coges.

—Charlie —exhalo, y siento cómo Edward se mueve debajo de mí.

Joder. Gregory, Charlie, un montón de mierda por parte de Irina... La situación no podría ponerse peor. Siento que está a punto de desatarse el caos, y la hostilidad instantánea que emana de Edward con la aparición de Charlie no ayuda a que me relaje. Las cosas pueden ponerse muy feas muy deprisa.

Charlie entra en la habitación con el teléfono en la mano, y le lanza una breve mirada de pocos amigos a Gregory al pasar. El pobrecillo sigue frotándose la garganta en el suelo apoyado contra la pared. Aun así, la llegada del antiguo chulo de mi madre despierta su interés inmediatamente.

Sin darme cuenta, me encuentro de pie, y Edward está todo erguido, sacando pecho como un gorila a punto de atacar.

—Swan —dice prácticamente gruñendo, reclamándome y pegando mi espalda a su pecho desnudo.

Charlie se sirve un whisky. Cavila durante unos instantes antes de seleccionar una botella baja y regordeta que está al fondo.

—Dijiste que me llamarías, Isabella.

Decido pasar por alto su observación y espero conteniendo el aliento a que Edward entre en modo obsesivo ante la visión de un entrometido, de alguien que no sólo se está entrometiendo en esta relación, sino que también ha osado tocar sus botellas perfectamente ordenadas. Va a montar en cólera.

—¿Qué haces aquí? —pregunto.

Charlie se vuelve lentamente y menea el líquido oscuro en el vaso antes de olfatearlo y asentir brevemente con aprobación. Siento que Edward pierde los papeles, y sé que Charlie también lo ha notado, incluso desde el otro lado de la habitación. Pero hace como si nada. Lo está provocando. Sabe lo de su TOC.

—Me ha llamado Edward —responde de manera casual.

—¿En serio? —balbuceo, y me suelto y me vuelvo para mirarlo.

¿De verdad ha invitado a Charlie a interferir?

Las fosas nasales de Edward ondean y vuelve a agarrarme con enfado.

—Creía que te habían secuestrado.

—¿Creías que me habían secuestrado? —repito—. ¿Qué me había secuestrado Irina?

¿Por qué narices iba a hacer eso? Y ¿por qué ha llamado a Charlie? Edward lo detesta, y sé que el sentimiento es mutuo.

Su rostro no refleja ninguna expresión, pero sus ojos exudan un temor puro y absoluto.

—Sí.

Me quedo sin palabras.

Y sin aliento.

Entonces algo me golpea como una bala en la sien.

—¿Le has contado a Charlie lo de mi sombra? —Me preparo para su respuesta, aunque ya sé cuál va a ser.

Edward asiente. De pronto tengo una necesidad imperiosa de elevar las manos y liberar mi cuello de una soga invisible, y acabo palpándome la garganta con frenesí. Edward interviene y me agarra las manos.

—¿Isabella? —La voz sedosa pero cargada de hostilidad de Charlie hace que me vuelva hacia el extremo opuesto de la estancia—. Cuando digo que te recogeré a una hora determinada en un lugar determinado, espero que estés ahí. Y, cuando te llamo, espero que me contestes.

Hago acopio de la poca paciencia y la poca fuerza que me queda para no echar la cabeza atrás de pura exasperación, pero incluso sin ver directamente su falta de respeto, Charlie provoca mi insolencia. Cosa que no me importa, y menos ahora.

—No soy una puta cría —siseo formando puños con las manos bajo la retención de Edward.

Me libero y me alejo de él. La ansiedad desaparece con una sucesión de estúpidos titulares de noticias que me vienen a la cabeza.

—Deberías haber escuchado —dice Edward con voz suave desde detrás de mí, haciendo que me dé la vuelta al instante. Me estoy mareando con tanto giro de sorpresa.

—¿Qué? —grito.

Deduzco por su mirada de acero y la reticencia de su tono que detesta tener que admitirlo.

Sus brazos caen sin fuerza sobre sus costados, hunde sus anchos hombros y su mirada es amenazadora pero de rendición al mismo tiempo. No sé qué pensar de todo esto.

—Si Swan te pide algo, deberías escucharlo, Bella.

Justo cuando pensaba que ya nada podría sorprenderme, va y me dice eso.

—Quería venir a por mí. ¡Estaba contigo! Y ¿debería haberlo escuchado? Y ¿debería haberlo escuchado también cuando no paraba de decirme que me alejara de ti?

Edward desvía la vista y fija una mirada asesina en Charlie, al otro lado de la habitación.

—No lo escuches jamás cuando te diga eso —sisea.

Dejo caer la cabeza hacia atrás y miro al cielo suplicando ayuda, preguntándome a quién y qué debería escuchar.

—¿Por qué crees que Irina podría secuestrarme?

No me puedo creer que esa pregunta haya salido de mi boca. Sé que necesito algo de insolencia para sobrevivir con Edward Masen, pero no un cinturón negro ni... Sofoco un grito cuando de repente comprendo algo.

—Autodefensa.

—Es una necesidad.

—¡¿Por si alguna de vuestras putas celosas intenta secuestrarme?!

—¡Isabella! —grita Edward encolerizado, y yo cierro la boca al instante, sobresaltada.

De repente reparo en Gregory y me centro en él por un momento. Está boquiabierto y sus ojos reflejan inquietud.

—No me puedo creer lo que estoy oyendo —balbucea—. ¿Estamos rodando una escena de El padrino?

Cierro los ojos, me dirijo al sofá y me dejo caer sobre el blando cojín, agotada.

—No me ha retenido en contra de mi voluntad. —Tomo aire y pienso en preguntas dentro de mi mente plagada de tanta locura—. Si te pillan conmigo será tu fin. —Lo miro—. Eso es lo que me ha dicho.

Y aunque antes me ha parecido una advertencia absurda, el rostro serio de Edward y su mirada hacen que vea la realidad. Me siento y trago saliva. No quiero formular la pregunta que tengo en la punta de la lengua.

—¿Tenía ella...? ¿Me ha...? ¿Es ver...? —Hago una pausa para ordenar las palabras en mi mente y luego las dejo escapar con un susurro de aprensión—: ¿Ha dicho la verdad?

Edward asiente, lo que provoca que mi mundo, que ya se estaba desmoronando, se derrumbe por completo. El temor que se había transformado en sorpresa y en ira resurge y me paraliza.

Se me revuelve el estómago. Oigo cómo Gregory sofoca un grito. Siento que Edward se pone tenso. Charlie parece... triste.

¿Irina sabe cuáles son las consecuencias de que Edward deje esta vida? Está engrilletado, y no sólo por las mujeres que forman parte de esta red de hedonismo. Siento náuseas. ¿Su fin?

¿Quién es esa gente?

El sonido de un teléfono móvil atraviesa la tensión en el ambiente, y Charlie contesta sin perder ni un instante. Parece apesadumbrado mientras habla en voz baja con la persona que ha llamado, y se mueve nervioso en el sitio con su traje fino y gris.

—Dos minutos —dice con firmeza antes de colgar y de atravesarme con su mirada plateada. Está lleno de pesar. Se me hace un nudo en el estómago—. Cógela y marchaos —murmura mientras me mira—. De inmediato.

Enarco una ceja confundida y me levanto mirando a Edward. Él asiente como si supiera a qué se está refiriendo.

—¿Qué sucede? —pregunto. No estoy segura de cuánta mierda más puedo tragar.

Edward se acerca a mí y desliza la palma por mi cuello, recurriendo a su táctica de relajarme masajeándome la nuca. Me lo quitaría de encima, pero no puedo moverme. Se vuelve hacia Charlie.

—¿Tienes el paquete?

Charlie se lleva la mano al bolsillo interior y saca un sobre marrón. Cavila durante unos segundos y finalmente se lo entrega a Edward, que se lo coloca debajo del brazo, mete la mano y saca dos pasaportes y un montón de papeleo. Abre uno de los libritos de color vino con la boca por la página de la foto y le echa un vistazo. Soy yo. Me atraganto con nada, incapaz de hablar mientras veo cómo comprueba el siguiente, con una foto suya.

—Tenéis que marcharos ya —insiste Charlie mirando su reloj.

—Vigílala. —Edward me suelta y corre hacia su dormitorio dejándome ahí plantada, ahogándome de pánico. Me estoy asfixiando. Un mundo cruel se cierne sobre mí y hace de mi vida un caos.

—¿Qué está pasando? —pregunto por fin, y mi voz tiembla tanto como mi cuerpo.

—Os marcháis —responde Charlie directamente, esta vez sin emoción en la voz.

—No tengo pasaporte.

—Ahora sí.

—¿Es falso? ¿Por qué tienes un pasaporte mío falso?

Y ¿de dónde lo han sacado? Casi me echo a reír, pero la falta de energía me lo impide.

Estamos hablando de Charlie Swan. Nada es imposible para él. Debería saberlo ya.

Se aproxima a mí con cuidado, con una mano en el bolsillo y la otra en su vaso de whisky.

—Porque, Isabella, desde que descubrí tu relación con Edward Masen, supe que la cosa acabaría de esta manera. No intervine para complicar las cosas.

—¿Acabaría cómo? ¿Qué está pasando? ¿Por qué habláis todos en clave?

Charlie parece considerar algo por un momento antes de mirarme con sus ojos cafés llenos de compasión. Él lo sabe todo acerca de la oscuridad de Edward. Las cadenas que lo atan y su mal temperamento no son los únicos motivos por los que Charlie se había mostrado tan insistente en su empeño por mantenerme alejada de él. De repente lo veo todo claro. Él también conoce las consecuencias de nuestra relación. Sonríe ligeramente, apoya la palma en mi mejilla y me acaricia la piel fría con el pulgar.

—Quizá debería haber hecho esto con Renée —dice con un hilo de voz, casi para sí mismo, y su distinguido rostro refleja la evocación de aquella época—. Quizá debería haberla alejado de aquellos horrores. Haberla apartado de esto.

Observo su semblante lleno de remordimientos, pero no le hago la pregunta evidente, que sería a qué se refiere con esto.

—¿Te arrepientes de ello?

—Todos los días de mi maldita vida.

La preocupación se transforma en tristeza. Charlie Swan, el hombre que amó a mi madre con pasión, vive arrepentido. Es un arrepentimiento intenso y vivo. Un arrepentimiento que lo traumatiza. No se me ocurre ninguna palabra para aliviar su dolor, de modo que hago lo único que me parece que puedo hacer. Alargo los brazos hacia esa bestia poderosa y le doy un abrazo. Es un estúpido intento de hacer disminuir un dolor que durará toda la vida, pero cuando oigo que se ríe ligeramente y acepta mi gesto sosteniéndome con fuerza con su brazo libre, creo que al menos lo he conseguido durante un minuto.

—Ya basta por ahora —dice recuperando su tono autoritario.

Me aparto de él y veo a Edward a unos metros de distancia, de pie junto a Gregory. Mi mejor amigo parece estar en trance, y Edward está extrañamente relajado después de lo que acaba de ver. Lleva puestos un pantalón de chándal gris, una camiseta negra y unas zapatillas de deporte. Se me hace raro verlo así, pero después de la masacre de sus máscaras, supongo que no le queda más remedio. Entonces me llama la atención la bolsa deportiva que lleva en la mano, y me permito un segundo para procesar el momento pasaportes y las palabras de Charlie.

—Marchaos —dice él indicando la puerta con la cabeza—. Mi chófer ha aparcado en la esquina. Salid por la puerta del segundo piso y usad la escalera de incendios. —Edward no se pone en acción, de modo que Charlie prosigue—: Masen, ya hemos hablado sobre esto.

Miro a Edward con confusión y veo que está furibundo. La mandíbula que se esconde bajo su barba incipiente se tensa.

—Acabaré con todos ellos —promete con una voz cargada de violencia.

Trago saliva.

—Isabella. —Charlie pronuncia mi nombre con sobriedad. Es un recordatorio. Edward me mira y, al hacerlo, toma conciencia de la situación—. Sácala de este puto lío hasta que averigüemos qué está pasando. No la sigas arrastrando por el peligro, Masen. Control de daños. —El teléfono de Charlie empieza a sonar de nuevo en su mano y maldice mientras contesta—. ¿Qué pasa? —pregunta mientras mira a Edward. No me gusta la expresión de cautela de su rostro—. Marchaos —dice con urgencia mientras sigue al teléfono.

Edward me agarra y me lleva hacia la puerta en un abrir y cerrar de ojos. Charlie nos acompaña.

Estoy desorientada, confundida. Dejo que me saquen del apartamento sin tener ni la más mínima idea de adónde me llevan.

Llegamos rápido al descansillo, y Edward me guía hacia la escalera.

—¡No! —grita Charlie.

Edward se detiene al instante y se vuelve con los ojos abiertos como platos.

—Vienen por la escalera.

—¿Qué? —ruge Edward, y empieza a sudar de ansiedad—. ¡Mierda!

—Conocen tus debilidades, chico. —El tono de Charlie es aciago, al igual que sus ojos.

—¿Qué está pasando? —pregunto soltándome. Mi mirada oscila entre Edward y Charlie—. ¿Quiénes son ellos? —No me gusta la mirada de precaución que Charlie lanza en dirección a Edward, aunque él no se da ni cuenta. Está empezando a temblar, como si hubiera visto un fantasma, y su piel se vuelve pálida ante mis ojos—. ¡Contestadme! —grito.

Edward da un brinco y eleva sus brillantes ojos azules lentamente. Al ver la angustia reflejada en ellos me quedo sin aliento.

—Son los que tienen las llaves de mis cadenas —murmura con la frente empapada en sudor—. Los cabrones amorales.

Un sollozo escapa de mis labios al asimilar lo que me está confesando.

—¡No!

Empiezo a sacudir la cabeza y mi ritmo cardíaco se dispara. No quiero preguntar. Parece verdaderamente asustado, y no sé si es porque ellos, quienesquiera que sean, vienen de camino, o porque están bloqueando su vía de escape y necesita sacarme de aquí. Mi intuición me dice que es más bien lo segundo, pero es precisamente esa opción la que me inquieta.

—¿Qué es lo que quieren?

Me preparo para la respuesta, haciendo una mueca de dolor al ver cómo se esfuerza por controlar los síntomas de un ataque de ira, y, cuando por fin habla, lo hace en un mero susurro.

—He presentado mi dimisión. —Me mira a los ojos mientras asimilo la gravedad de sus palabras.

Y entonces los ojos se me inundan de lágrimas.

—¿No nos dejarán en paz si nos quedamos? —pregunto con voz entrecortada.

Niega con la cabeza lentamente. El dolor invade su bello y perfecto rostro.

—Lo siento, preciosa mía. —Deja caer la bolsa al suelo y veo que el derrotismo se apodera de él—. Les pertenezco. Las consecuencias serán devastadoras si nos quedamos.

Mi cuerpo se echa a temblar ante la oscuridad de sus palabras. Me escuecen las mejillas cuando me seco la cara intentando encontrar mis fuerzas para reemplazar las que Edward ha perdido. Esto pinta mal, peor de lo que jamás había imaginado. Y pienso caer con él si es necesario. Tomo aliento a duras penas y me acerco hasta él. Recojo la bolsa del suelo y lo agarro de la mano temblorosa. Él se deja, pero en cuanto se da cuenta de hacia adónde nos dirigimos, se pone tenso y oigo su respiración agitada a causa del pánico. Se resiste y me dificulta que tire de él hacia donde necesito que vaya. Pero lo logramos.

Aprieto el botón del ascensor y rezo en silencio para que esté cerca del último piso. Dirijo la vista a la puerta de la escalera cada dos por tres.

—¿Isabella?

Miro hacia un lado y veo que Gregory está junto a Charlie. Parece perdido. Confundido.

Estupefacto. Le sonrío para intentar aliviar su preocupación, pero sé que no lo consigo.

—Te llamaré —le prometo justo cuando las puertas se abren y Edward retrocede, tirando de mí con él—. Por favor, dile a la abuela que estoy bien.

Meto la bolsa en el ascensor, me doy la vuelta y cojo la otra mano de Edward de manera que quedamos unidos por ambas. Entonces empiezo a retroceder lentamente, consciente de que nuestro tiempo se agota, pero más consciente todavía de que esto no es algo que pueda apresurar. Está mirando más allá de mi persona, hacia el habitáculo cerrado. Todo su cuerpo se agita con violencia y es en la intensidad de este momento cuando me pregunto cómo he podido ser tan cruel todas esas veces que he utilizado esta fobia en su contra. Contengo las lágrimas provocadas por mi sentimiento de culpa y sigo retrocediendo hasta que nuestros brazos quedan estirados por completo y el espacio entre nuestros cuerpos es amplio.

—Edward —digo en voz baja, desesperada por hacer que se centre en mí en lugar de en el monstruo que ve a mis espaldas—. Mírame —le ruego—. Mírame a mí —insisto con voz temblorosa por mucho que intente mostrarme serena.

Siento un alivio tremendo cuando da un paso hacia adelante, pero entonces empieza a sacudir la cabeza con frenesí y da dos pasos hacia atrás. No para de tragar saliva, y tiene las manos cada vez más calientes. Las ondas de su precioso pelo pierden volumen con el peso del sudor que emana de su cuero cabelludo, de su frente y de prácticamente todo su cuerpo.

—No puedo —jadea tragando saliva—. No puedo hacerlo.

Miro a Charlie y veo su preocupación mientras comprueba su teléfono y controla la escalera, y, al mirar a Gregory, veo algo que no había visto nunca en mi mejor amigo cuando Edward está presente. Compasión. Me muerdo el labio inferior cuando las lágrimas empiezan a descender por mis mejillas. Sollozo cuando sus ojos me alientan con la mirada. Entonces asiente. Es un gesto casi imperceptible, pero lo veo y lo entiendo. Me siento impotente.

Necesito sacar a Edward de este edificio.

—Vete tú —dice él empujándome hacia el ascensor—. Estaré bien. Vete.

—¡No! —grito—. ¡No, no vas a rendirte!

Me abalanzo sobre él y lo envuelvo con mis brazos, jurando en silencio que no lo abandonaré jamás. No me pasa desapercibido el hecho de que su tensión disminuye cuando lo abrazo.

«Lo que más me gusta.»

«Lo que más le gusta.»

«Lo que más nos gusta.»

Lo estrecho con fuerza, con los labios en su cuello y su rostro en mi pelo. Entonces me aparto y tiro de su mano con más fuerza, rogándole con la mirada que venga conmigo. Y lo hace. Da otro paso lento hacia adelante. Y después otro. Y otro. Y otro. Llega hasta el umbral.

Yo estoy en el ascensor. Está temblando y sigue tragando saliva y sudando sin parar.

Entonces oigo un fuerte sonido procedente de la escalera, seguido de una malsonante maldición de Charlie. Siguiendo mi instinto, tiro de Edward hacia el ascensor, pulso el botón del segundo piso y envuelvo su cuerpo agitado con los brazos, sumergiéndolo en «lo que más nos gusta».

El frenético ritmo de su corazón latiendo en su pecho debe de estar rozando límites peligrosos. Miro por encima de sus hombros hacia el descansillo mientras éste desaparece lentamente conforme se van cerrando las puertas, y lo último que veo antes de quedarnos solos en el aterrador habitáculo es a Charlie y a Gregory, observando en silencio cómo Edward y yo desaparecemos de su vista. Les sonrío a pesar de mi tristeza.

No me sorprendería nada que la fuerza con la que su corazón golpea mi pecho me dejase cardenales. No cesa, por muy fuerte que lo abrace. Mis intentos por calmarlo son en vano.

Sólo tengo que concentrarme en conservarlo de pie hasta que lleguemos al segundo piso, cosa que de momento está resultando sencilla. Se mantiene rígido mientras observo cómo van bajando los pisos en la pantalla digital. Cada número tarda siglos en cambiar. Es como si fuéramos a cámara lenta. Todo parece ir despacio.

Todo menos la respiración y el corazón de Edward.

Siento sus espasmos e intento apartarme, pero no voy a ninguna parte. No va a soltarme por nada del mundo, y de repente tengo miedo de la posibilidad de que no pueda sacarlo del ascensor una vez que éste se detenga.

—¿Edward? —musito en voz baja y calmada.

Es un vano intento de hacerle creer que estoy serena. Ni mucho menos. No responde, y vuelvo a mirar el indicador digital.

—Edward, ya casi hemos llegado —digo empujándolo para obligarlo a dar un paso atrás hasta que su espalda está contra las puertas.

La vibración del ascensor cuando se detiene me hace dar un brinco, y Edward deja escapar un leve gemido y se pega a mí.

—Edward, ya hemos llegado.

Forcejeo contra su feroz resistencia y oigo cómo las puertas empiezan a abrirse. Es sólo en estos instantes cuando considero la posibilidad de que nos estén esperando al otro lado de éstas, y el pánico me invade. Me pongo rígida. ¿Y si están ahí? ¿Qué haré? ¿Qué harán ellos?

El patrón de mi respiración cambia e imita al de Edward mientras me asomo por encima de sus hombros. Empiezan a dolerme los pies de estar de puntillas.

Las puertas se abren del todo y no revelan nada más que un descansillo vacío. Intento escuchar para ver si oigo señales de vida.

Nada.

Empujo el peso muerto de Edward y no consigo moverlo. ¿Cómo se comportará cuando hayamos dejado este espacio? No tengo tiempo de convencerlo de que salga del ascensor, por no hablar del edificio.

—Edward, por favor —le ruego tragándome el nudo de desesperación que tengo en la garganta—. Las puertas están abiertas.

Permanece inmóvil, pegado a mí, y unas lágrimas de pánico empiezan a inundar mis ojos.

—Edward —susurro con voz temblorosa y derrotada. No tardarán en bajar.

Dejo caer mi peso muerto entre sus brazos, pero entonces suena una melodía y las puertas empiezan a cerrarse de nuevo. No me da tiempo a gritarle a Edward que salga. De repente parece cobrar vida, seguramente al oír que las puertas se estaban cerrando. Me suelta al instante y sale pitando como si alguien lo hubiese disparado desde un cañón. Contengo el aliento mientras lo observo. Está empapado, con el pelo pegado a la cabeza y los ojos cargados de temor. Y sigue temblando.

Sin saber qué otra cosa hacer, me agacho para recoger la bolsa y me dirijo a la salida del ascensor, todo esto sin apartar la vista de él mientras mira a su alrededor y se familiariza con el entorno. Y es como si de repente las piezas de mi mundo hecho añicos se unieran y me devolvieran la esperanza. La máscara se cae, llevándose consigo todo atisbo de temor, y Edward Masen regresa.

Me mira con ojos vacíos, ve la bolsa y, antes de que me dé cuenta, ya la está cargando él.

Después reclama mi mano y salgo del ascensor a la misma velocidad. Empieza a correr, forzando a mis pequeñas piernas a moverse a un ritmo vertiginoso para poder seguirlo, y se vuelve cada dos por tres para comprobar que estoy bien y que nadie nos está siguiendo.

—¿Estás bien? —pregunta sin mostrar ningún signo de esfuerzo.

A mí, en cambio, la adrenalina que me alimentaba me ha abandonado. Tal vez mi conciencia haya asimilado la resurrección de Edward y quiera aliviarme de la presión de llevar las riendas. No lo sé, pero el agotamiento se está apoderando de mí y de mis emociones y lucha por liberarse. Aunque no aquí. No puedo desmoronarme aquí. Asiento y sigo avanzando para no entorpecer nuestra huida. Con una expresión de ligera preocupación en su perfecto rostro, se echa la bolsa al hombro conforme nos acercamos a la salida de incendios y me suelta la mano para correr a toda velocidad hasta la puerta. La abre con un estrépito y la luz del día me ciega y me obliga a cerrar los ojos.

—Dame la mano, Isabella —me ordena con apremio.

Alargo el brazo y dejo que tire de mí por la salida de incendios hasta la calle lateral.

Oímos un claxon y veo al chófer de Charlie sujetando la puerta negra abierta. Sorteamos unos cuantos coches, furgonetas y taxis que nos pitan enfurecidos y corremos hacia el vehículo de Charlie.

—Entra.

Edward le hace un breve gesto al chófer con la cabeza y sostiene la puerta en su lugar mientras me ladra esa orden y lanza la bolsa al interior. Sin perder ni un segundo, me deslizo hacia el asiento trasero. Él hace lo propio. El conductor arranca el coche a toda prisa, derrapa al incorporarse a la carretera, y su temeraria manera de conducir me alarma. Es un experto y sortea el tráfico con facilidad y calma.

Y entonces la gravedad de lo que acaba de acontecer me golpea como el peor de los tornados y me echo a llorar. Entierro el rostro en las manos y me desmorono. Demasiados pensamientos se agolpan en mi pobre mente agitada, algunos razonables, como que tengo que llamar a la abuela. ¿Qué pasará con ella? Y algunos menos razonables, como ¿dónde aprendió este hombre a conducir tan bien? Y ¿necesita Charlie a personas que sepan conducir de esta manera?

—Mi niña preciosa.

Su fuerte mano me agarra de la nuca y tira de mí hacia él, hasta que me recuesto sobre su regazo y me acoge entre sus brazos de forma que mi mejilla empapada queda enterrada en su pecho. Lloro sin cesar, de manera desconsolada, sin poder ni querer intentar evitarlo más. La última media hora ha acabado conmigo.

—No llores —susurra—. No llores, por favor.

Me agarro a la tela de la camiseta que cubre sus pectorales hasta que me duelen las manos y he llorado mares de lágrimas de confusión y de angustia.

—¿Adónde vamos?

—A alguna parte —responde, apartándome de su pecho para mirarme a los ojos—. A alguna parte donde podamos perdernos el uno en el otro sin interrupciones ni interferencias.

Apenas puedo verlo a través de la humedad que me nubla la visión, pero lo siento y lo oigo. Con eso me basta.

—¿Y mi abuela?

—Estará bien cuidada. No te preocupes por eso.

—¿Por quién? ¿Por Charlie? —espeto, pensando en todas las desgracias que podrían pasar si Charlie se asoma por casa de la abuela. ¡Joder, lo asesinaría!

—Estará bien cuidada —repite él tajantemente.

—Pero la echaré de menos.

Levanta la mano, desliza los dedos entre mi pelo y me coge de la nuca.

—No será por mucho tiempo, te lo prometo. Sólo el suficiente para que las cosas se calmen.

—Y ¿cuánto tiempo llevará eso? ¿Y si no se calman las cosas? ¿Le afectará esto a Charlie? ¿Él los conoce? ¿Quién es esa gente? —Hago una pausa para respirar. Quiero escupir todas esas preguntas antes de que mi mente agotada desconecte y las olvide—. No le harán daño a la abuela, ¿verdad? —Sofoco un grito cuando algo me viene a la mente de pronto—. ¡Gregory!

—Shhh —me tranquiliza como si no acabara de abandonar a mi mejor amigo en el apartamento de Edward cuando Dios sabe quiénes iban de camino—. Está con Swan. Confía en mí, estará bien. Y tu abuela también.

Siento un alivio tremendo. Confío en él, pero no ha contestado a ninguna de mis preguntas.

—Habla conmigo —le ruego, sin tener que explicarme más.

Sus encantadores ojos azules intentan infundirme seguridad y eliminar mi desasosiego de manera desesperada. Y, curiosamente, funciona.

Asiente y vuelve a estrecharme entre sus brazos.

—Hasta que no me quede más aliento en los pulmones, Isabella Taylor.

Heathrow es un caos. No paro de darle vueltas a la cabeza, mi corazón late con fuerza y recorro con la vista todo el camino hasta la puerta de embarque. Mientras que yo estaba toda nerviosa al facturar y en el control de seguridad, Edward se mostraba completamente sereno, sin despegarse de mí, seguramente en un intento de ocultar mis temblores. No he prestado mucha atención a lo que ha sucedido desde que nos dejaron en la terminal 5. No sé adónde vamos ni durante cuánto tiempo. He llamado a mi abuela con la intención de soltarle algún cuento de que Edward me había preparado un viaje sorpresa, pero ha sido Charlie quien ha cogido el teléfono. El corazón se me ha detenido en el pecho, y sólo ha vuelto a latir cuando la abuela se ha puesto al aparato tan pancha. Hay algo que no he entendido, y sigo sin hacerlo, y es que me ha repetido un montón de veces lo mucho que me quiere antes de hacerme prometer que la llamaría cuando llegásemos allí adónde vamos.

Y todo eso nos lleva a este momento.

Estoy de pie ante la puerta de embarque, mirando la pantalla boquiabierta.

—¿A Nueva York? —exclamo con incredulidad, resistiendo la necesidad de frotarme los ojos para asegurarme de que no estoy teniendo visiones.

Edward no responde ante mi asombro y me guía hacia la señora que nos dejará pasar tras comprobar nuestros pasaportes y tarjetas de embarque... otra vez. Me pongo tensa. Otra vez.

Pero ella sonríe y nos invita a pasar.

—Serías una criminal pésima, Isabella —dice Edward muy serio.

Permito que mis músculos se relajen mientras me guía por el túnel hacia el avión.

—No quiero ser una criminal.

Me sonríe con ojos brillantes. Todos los signos de la criatura aterrada han desaparecido, y mi maniático y refinado Edward vuelve a mostrarse tan maravilloso como siempre. Realmente maravilloso. Suspiro exhalando de manera prolongada y relajada y apoyo la cabeza en su brazo. Levanto la vista y veo a la azafata exageradamente alegre que nos da la bienvenida. Me dan ganas de gruñir de exasperación cuando nos pide que le enseñemos los pasaportes y las tarjetas de embarque. Cualquiera diría que me habría acostumbrado después de los millones de veces que nos los han pedido desde que llegamos al aeropuerto. Pero no es así. Empiezo a temblar de nuevo mientras pasa las páginas y nos mira para comprobar que somos los de la fotografía. Fuerzo una sonrisa nerviosa, convencida de que se va a poner a gritar que son falsos y que va a llamar a seguridad. Pero no lo hace.

Comprueba nuestras tarjetas de embarque y sonríe mientras se los devuelve a Edward.

—Primera clase es por aquí, señor. —Señala a la izquierda—. Llegan justo a tiempo. El comandante nos ha ordenado que cerremos las puertas.

Edward asiente levemente. Yo me vuelvo y veo cómo otra azafata cierra la puerta.

Y toda la sangre desaparece de mi cabeza cuando dirijo la vista hacia la puerta de embarque. Es una ilusión; tiene que serlo. La curiosidad se apodera de mí y doy unos pasos hacia adelante cuando la puerta que se cierra empieza a impedirme la visión, quiero acercarme lo máximo posible, parpadeo todo el tiempo, convencida de que son imaginaciones mías.

Entonces me detengo.

Me quedo anclada en el sitio con la mente en blanco y la sangre helada.

Me estoy viendo a mí misma.

Sí, definitivamente soy yo... dentro de diecinueve años.

 

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Hola, chicas, cómo están, qué tal les está yendo el fin de semana, espero que muy bien. :)

Bueno, chicas, antes que nada quiero agradecerles por haber comentado y por los votos. Los votos, sus comentarios y las visitas siempre me animan a continuar, y, lo digo en serio, chicas, les agradezco mucho que se tomen el tiempo de leer esta historia y comentar, eso, aunque pequeño, siempre es un incentivo para mí, ¡me animan a seguir! Y espero estar haciendo un buen trabajo con la adaptación y estén satisfechas con mi trabajo y sino, pueden decírmelo, con toda confianza. XD

 

¡Ahora sí, chicas, pasemos al capítulo!: ¡ya hemos llegado al final de la segunda parte! ¿qué les pareció? Qué opinan del final, les dije que iba estar lleno de emociones y adrenalina, sobre todo en la parte del ascensor donde Edward se tenía que subir, esa parte me puso los vellos de punta, por un momento creí que no lo iban a lograr, o la parte donde Bella se subió al coche de Irina juro que pensé que le iba a hacer algo a Bella, bueno, en general casi todo el capítulo me tuvo con los nervios de punta, pero la que definitivamente me afecto más fue la parte donde Edward no podía entrar en el ascensor, esa parte me dio cosita y me enterneció, sentí tanta pena por él, :( creí que no iba a poder, pero por suerte Bella encontró el modo de que subiera. :) Al final todo salió medianamente bien, y digo medianamente bien por el final del capítulo, esa parte en especial..., bueno, ¿qué creen que signifique? 

Ahora, bien, me gustaría saber su propia opinión del capítulo final, y saber si les pasó lo que a mí. ^^;

Ahora se viene la tercera parte, hoy mismo subiré los capítulos sólo tendremos que esperar a que activen la historia que espero no tarde demasiado. :D

Bien, chicas, esto de ninguna forma es una despedida, nos vemos pronto con los capítulos de la tercera parte de la historia, espero no tarden mucho en activarla.

La segunda parte es Una Noche Enamorada. :D

Aquí les dejo la sinopsis, a ver qué les parece. ^_^

 

Sinopsis:

 

El desenlace de la historia entre Bella y Edward.

 

Bella nunca antes había conocido el puro deseo. El imponente Edward la ha cautivado, la ha seducido y la adora de formas que nunca había experimentado; conoce sus pensamientos más íntimos y hace todo lo que ella le pide. Él hará cualquier cosa para mantenerla a salvo, aunque para ello tenga que poner en peligro su propia vida. Pero el oscuro pasado de Edward no es lo único que amenaza su futuro juntos… Cuando descubren la verdad sobre el legado de Bella, sale a la luz un inquietante y perturbador paralelismo entre pasado y presente que hace que el mundo de Bella, tal y como lo conoce, se tambalee. Pronto se verá atrapada entre una incontrolable pasión y una peligrosa obsesión que podría destruirlos a los dos…

 

«Tú eres lo único que veo»

 

Y bien, qué les parece el título y la sinopsis, ¿creen que por fin podrán tener su Felices para siempre?

 

Bien, nos vemos pronto chicas.  :D

 

 

 

 

 

 

Capítulo 27: Capítulo 26

 
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