*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16088
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

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Capítulo 8: NO CONFUNDIRSE

 

Aro Vulturi levantó la mirada de la pantalla de su ordenador cuando Edward entró en la oficina el lunes por la mañana.

–¿Y bien? ¿Has conseguido solucionar la situación con la periodista del Seaside Gazette?

Su jefe era igual que él, no perdía el tiempo en rodeos.

Esa era una de las razones por la que trabajaban tan bien juntos.

Edward se sentó en una de las butacas de cuero que había frente a la mesa de Aro.

–Se llama Isabella swan –dijo.

–Continúa.

–Me he casado con ella.

Aro enarcó las cejas.

–¿Tú también? ¿Pero que está pasando aquí? –exclamó.

Al principio, Edward no supo de qué estaba hablando, pero luego recordó que jacob black, el hermanastro de su jefe, le había dicho recientemente que lea Clewater, la hija del fundador de la empresa que Aro había absorbido, estaba embarazada de él y se habían casado en una ceremonia muy íntima en la finca de los Wolf.

Aro se echó hacia atrás en su butaca.

–Ya sé que te pido mucho y que tú siempre te has entregado al trabajo con esmero, pero esto es ir demasiado lejos.

–No me he casado con ella por el trabajo. Hay más.

–Me alegro –contestó aro atendiendo al teléfono móvil–. Es mi padre. Acaba de volver de China, así que voy a hablar con él.

Edward se puso en pie.

–Me voy.

–No hace falta. Quédate y, luego, me cuentas.

Edward se acercó al ventanal y entre las palmeras y más allá de los tejados rojos divisó el océano Pacífico y el club de tenis, que había sido su hogar hasta hacía bien poco.

Intentó no escuchar la conversación entre aro y marco, su padre, con el que había coincidido en un par de ocasiones y al que respetaba y apreciaba. Aun así, no pudo evitar registrar los diferentes tonos de voz de aro, que pasó de interesado a sorprendido y terminó en neutral, el tono que empleaba para ocultar sus sentimientos.

Tras despedirse, aro colgó y dejó el teléfono delante de él, lo miró y frunció el ceño.

–Qué raro.

–¿Ha ocurrido algo en China?

–No, China les ha encantado –contestó aro refiriéndose a su padre y a heidi, su segunda mujer–. Es por la compra de Industrias Wolf. Mi padre se ha puesto de lo más extraño con este tema.

–No creía que le interesaran tus negocios.

–Y no le han interesado en ningún momento, pero ahora me viene con que está preocupado por que yo esté buscando venganza.

Edward carraspeó y aro sonrió.

–Está bien, tal vez tenga razones para estar preocupado por eso, pero hay algo más. Me ha dicho que la venganza hace más daño que otra cosa. Se ha puesto muy profundo y filosófico, que no es nada propio de él.

Normalmente, cuando mi padre quiere decirte algo, te lo dice y punto, pero esta vez se ha dejado algo en el tintero, estoy seguro –contestó aro–. Bueno, volvamos a lo tuyo.Me estabas diciendo que te has casado con nuestro problema en el Seaside Gazette.

–Bella.

–Eso. ¿Y cómo se te ha ocurrido algo así? Siempre has dicho que la vida de soltero era la mejor para ti.

–Sí, así era –contestó Edward.

Era cierto que antes le había ido bien la vida de soltero, una vida superficial y divertida, pero ahora, con Bella y Antony, todo había cambiado. Las emociones se la habían desmadrado y ya no las controlaba. No podía dejar de pensar en ellos. No podía dejar de pensar en Bella.

–La conocía de antes –admitió.

aro asintió, indicándole que continuara.

–Resulta que tuvo un hijo que es mío –añadió.

–¿Estás seguro?

–Sí –le aseguró edward–. Por eso nos hemos casado.

–No sería la primera mujer que endosa un niño.

Edward sintió una repentina irritación.

–bella no es así –contestó con seguridad–. Además, Antony es exactamente igual que yo.

aro se encogió de hombros.

–Bueno, supongo que, entonces, a partir de ahora, hará lo que tú le digas.

–No creo –contestó Edward pensando en Bella, una mujer decidida y de carácter fuerte–. No suele permitir que nadie le diga lo que tiene que hacer –añadió pensando en su propia situación.

No quería cometer el error de decirle a Bella lo que iba a suceder entre ellos en el plano físico, pero lo tenía muy claro. Lo único que estaba haciendo era concederle tiempo para que ella también asimilara que entre ellos seguía habiendo química.

–Estoy seguro de que sabrás apañártelas –lo despidió aro.

Una vez en el pasillo, Edward se cruzó con Jacob, que iba para el despacho de su jefe con una expresión casi soñadora en el rostro.

Edward se fue a su oficina y se sentó. Al instante, se encontró pensando en Bella. La noche anterior habían cenado los tres juntos como una familia en el pequeño comedor de madera. Menos mal que tony no había parado de hablar.

Si hace un par de días le hubieran preguntado qué le habría parecido una cena así, hubiera dicho que no había nada en el mundo que le hubiera gustado menos, pero la verdad era que había sido una bendición comparada con sus solitarias cenas.

Había compartido momentos con su esposa y con su hijo, miradas, caricias, risas… Un mundo nuevo. Sin embargo, no debía dejarse arrastrar y encandilar. Estaba allí por el bien de su hijo y, por extensión, por el bien de Gillian, pero no iba a entregar el corazón.

No iba a permitir que Tony y bella tomaran posesión de él.

Sabía que Bella había visto la fotografía en la que aparecía Daniel  y le agradecía que no hubiera hecho preguntas porque, por muy curiosa que fuera, en aquella parcela de su vida no iba a entrar. La muerte de su gemelo lo había aterrado tanto que había marcado su vida.

Nada después de aquello le había llegado tan hondo.

No quería volver a vincularse de manera tan profunda con nadie, no quería amar tanto a nadie. Eso significaba que había que poner límites, así que iría a casa a ayudar a bañar y dar de cenar a Antony, disfrutaría de leerle un cuento y del abrazo que el niño le daba cuando lo acostaba y, luego, se iría a cenar por ahí. Solo. Sí, podía aprovechar para volver a la oficina y trabajar un rato. Así, iría dejando claro cuál iba a ser su rutina. Quería que Bella lo entendiera cuanto antes.

Mientras apagaba el motor del coche delante de la casa de Bella, se dijo que lo que sentía no era ilusión y que, si lo era, era producto de ir a ver en breve a su hijo, aquel niño que lo había aceptado tan rápida e incondicionalmente.

La ilusión no tenía nada que ver con volver a ver a Bella, que lo había aceptado en su vida porque no había tenido más remedio y que se mostraba reservada y distanciada… excepto cuando se le olvidaba.

Edward se desanudó la corbata mientras caminaba hacia la puerta. La última vez que había visto a Bella aquel día había sido aquella mañana, atando a Antony en su sillita del coche. Y había recordado aquella imagen varias veces a lo largo del día, pues la falda que llevaba dejaba al descubierto unas piernas estupendas.

Bella se había girado y lo había sorprendido mirándola. Al instante, el deseo se había instalado entre ellos, pero ambos se habían apresurado a apartarlo. Edward se había puesto a consultar un correo electrónico en su teléfono móvil y Bella se había incorporado y se había cruzado de brazos mientras le explicaba que llevaba a Tony a la guardería por las mañanas de camino al trabajo y lo recogía, ya comido, al volver a casa para seguir trabajando allí por la tarde, lo que hacía dependiendo de lo que Tony durmiera.

Así que Bella trabajaba todo el día. A Edward no le pareció una vida de calidad. Claro que él hacía lo mismo.

Trabajaba todo el día y, a veces, también por las noches y los fines de semana, paraba para jugar al tenis o ir al gimnasio, alternaba con la gente «correcta», es decir colegas y socios con buenos contactos en política y medios de comunicación. Por supuesto, salía de vez en cuando con alguna mujer, siempre guapa, soltera y superficial. Se iba de vacaciones dos veces al año, una vez en invierno a esquiar a Suiza y otra en verano al Caribe, siempre en hoteles de lujo.

Nunca se había pasado dos horas en la playa recogiendo conchas. Mientras lo hacía, una vocecilla en su interior le había preguntado si su próspera vida no sería también estéril y vacía. Por supuesto, había apartado aquella duda de su mente a toda velocidad.

Edward metió la llave en la cerradura de la puerta de entrada. Se sentía como un intruso, pero la risa de Antony lo impulsó a entrar. Desde el umbral, vio a su hijo y a su esposa.

Aquello era surrealista.

Estaban en la cocina. Tony estaba sentado en su trona, comiéndose un plátano. Bueno, se suponía que debía de estar comiéndoselo, pero buena parte de la fruta estaba espachurrada entre sus dedos. A sus pies, había guisantes por todas partes.

Bella, ataviada con una camiseta que marcaba sus curvas y con el pelo recogido en una cola de caballo, levantó la mirada y sonrió al ver su cara. Sonreía por no reírse, era obvio.

–¿Te estás riendo de mí o conmigo? –le preguntó Edward.

–Más bien, de ti –admitió Bella–. Te tendrías que ver la cara que estás poniendo.

Bella era la única mujer que se había reído de él.

Normalmente, las mujeres se lo tomaban muy en serio, así que aquella nueva conducta resultaba refrescante y provocadora. Tan provocadora que a Edward se le ocurrió que, si se acercara y besara aquellos labios que sonreían de manera socarrona, seguro que Bella dejaba de sonreír.

–Papá –dijo Antony elevando las manitas hacia él.

¿Quería que lo tomara en brazos?

Aquello hizo que Bella se riera a carcajadas. Ante su risa contagiosa y sensual, Edward cruzó la cocina, se acercó a ella y la besó. Sintió su sorpresa, su necesidad y su deseo.

Sus bocas estaban hechas para encontrarse, eran perfectas la una para la otra.

A Edward le hubiera gustado seguir, pero se apartó y, sin mirarla, besó a antony en la frente.

–Voy a cambiarme y ahora vengo, tigre –le dijo saliendo a continuación.

No tendría que haber sido así. Se suponía que, al besarla, bella quedaría desconcertada, pero el que había quedado desconcertado había sido él. Se suponía que él no se iba a deleitar en las sensaciones.

Control.

Edward estaba acostumbrado al control, a controlarse él y a controlar la situación. Ya iba siendo hora de recuperar el control. Tenía que ser Bella quien le pidiera que la acariciara y no al revés, así que, cuando volviera, atendería a Antony y, luego, se iría. Así, le demostraría a bella y se demostraría a sí mismo que era indiferente al deseo pasado y presente.

Un cuarto de hora después, bella estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas mientras tony jugaba con sus trenecitos. Nerviosa, escuchaba a Edward subiendo las escaleras. Lo de besarse no formaba parte del plan.

Estaba enfadada consigo misma porque sabía que había revelado demasiado en aquel beso. Edward la había tomado por sorpresa y Bella no había podido refrenar el deseo. Edward siempre había besado bien. Solamente habían sido unos segundos, pero había sido más que suficiente.

En realidad, había sido un beso demasiado largo porque no tendría que haberse producido jamás. Sin embargo, a la parte de sí misma que no se atenía a razones le había parecido demasiado corto. Aquella parte era la que llevaba demasiado tiempo sola, la que había echado de menos a Edward  y lo que podría haber habido entre ellos.

–Si tienes cosas que hacer, yo me puedo quedar jugando con Antony –comentó Edward desde la puerta.

Se había puesto unos vaqueros desgastados y una camiseta negra y la miraba con ojos que decían demasiado.

–Gracias –contestó Bella poniéndose en pie.

Mientras se cambiaban los sitios, sus miradas se encontraron y el deseo pasó entre ellos. Bella recordó su boca, su sabor, su tacto, lo que había provocado en ella.

¿Habría sentido Edward  lo mismo? ¿Iba a volver a besarla?

Bella sintió calor por todo el cuerpo y se apresuró a salir de la habitación, agarró su ordenador y se fue a la cocina a intentar trabajar. Tal y como había prometido, Edward  ya había mandado instalar wifi. También había contratado, con permiso de Bella, a una asistenta para que su presencia no se tradujera en más trabajo para ella.

Bella se quedó mirando la pantalla del ordenador.

Supuestamente, estaba trabajando en la primera frase de su próximo artículo, pero media hora después seguía mirando la misma pantalla en blanco y recordando las sensaciones que le había producido el beso de Edward.

Su reacción había sido patética y poco disciplinada.

¿Qué le estaba ocurriendo?

Sabía lo que le estaba ocurriendo.

Edward.

Tenía que madurar y ser más fuerte.

Bella se obligó a concentrarse, abrió el documento en el que guardaba el borrador del artículo que había preparado para resumir el último pleno del ayuntamiento, que había versado casi en su totalidad sobre la compra de Industrias Wolf por parte de Aro Vulturi. Lo tenía prácticamente terminado, pero decidió que quería la opinión de aro quería que el nuevo propietario diese su versión de los hechos.

El aludido había rechazado varias veces sus tentativas de entrevista, pero ahora podía pedírselo a Edward. Claro que no habían hablado de sus trabajos. Los dos sabían que ya tenían bastante entre manos como para, además, complicar más las cosas hablando de sus trabajos.

Diez minutos después, decidió dejar de fingir que estaba trabajando y se puso un videojuego. Eligió uno en el que era una heroína que podía machacar cualquier obstáculo que se pusiera en su camino. En aquel mundo todo era mucho más sencillo y estaba muy claro quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos.

Le ayudó a dejar de pensar en Edward.

Edward, que la había dejado.

Edward, que había vuelto a su vida.

Edward, que besaba como los ángeles.

Edward, que también quería retomar su relación física. Física, pero nada más.

Edward, que no compartiría nada más de sí mismo, que jamás le hablaría de su gemelo muerto.

Un cohete estalló y los malos acabaron con ella. Eso le pasaba por distraerse.

Podía averiguar qué le había sucedido a Daniel buscando en Internet, pero no quería cotillear. Además, quería que fuera Edward quien se lo contara. Cuando estuviera preparado. Si es que alguna vez lo estaba.

¿Sería demasiado pedir?

Bella volvió a poner el videojuego e ignoró las risas procedentes del salón, una mezcla de deleite infantil y regocijo masculino.

–¿Sigues jugando a ese juego?

Bella cerró la pantalla. Edward estaba en la puerta con Antony en brazos.

–A veces –contestó.

–Tienes otra consola en el salón, ¿no?

–Eso demuestra que no salgo mucho, supongo –contestó Bella intentando no darle importancia.

En realidad, lo que le estaba pasando era que estaba recordando que solían jugar los dos juntos, cómo competían ya fuera en los juegos de carreras de coches o en los de ciudades futuristas. Antes de empezar la partida, solían apostar y dejar claro qué haría el que perdiera. A los dos les gustaba esa forma de jugar.

Necesitaba dejar de recordar, así que consultó su reloj.

–Hora de bañarse, ¿no? –comentó risueña–. Venga, vamos arriba a desnudarnos.

Edward enarcó una ceja.

–Tú no… tony –le aclaró bella.

Demasiado tarde. Ya estaba recordando una vez que había perdido y había tenido que desnudar y bañar a edward.

–¿Quieres que te ayude? –le preguntó Edward como si no estuviera recordando lo mismo.

–No, no hace falta, gracias –contestó Bella molesta consigo misma.

–Me gustaría hacerlo –insistió Edward.

–De acuerdo –accedió bella tragando saliva.

Edward llevó a tony a la planta de arriba y bella los siguió. Bañaron al niño y lo acostaron. A continuación, le leyeron un cuento hasta que se durmió. Luego, por primera vez, permanecieron en silencio. bella estaba sentada en el borde de la cama y edward en la butaquita.

Lo único que había era silencio y deseo.

«¿Y ahora qué?», se preguntó bella.

Las noches con antony eran estructuradas, relativamente predecibles y fáciles. Las noches con edward eran desconocidas en esta nueva situación. Tenían tiempo por delante. Ellos dos solos.

edward se puso en pie y la miró.

–Voy a salir. Nos vemos mañana.

–Muy bien –contestó Bella  intentando disimular su sorpresa.

Sabía que no tenía derecho a sorprenderse, que Edward  se había casado con ella por Tony, que tenía su vida, de la que ella no sabía nada… podía pedirle que se quedara, que la acariciara… abrió la boca para hacerlo, pero no le salieron las palabras.

Cuando la puerta de la calle se abrió y se cerró seguía allí sentada, mirando a su hijo. Cuando se volvió a abrir y a cerrar, indicando la vuelta de Edward, estaba tumbada en la cama sin poder dormir. Desde allí, lo oyó ponerse el pijama y meterse en la cama, aquella cama que habían compartido en un tiempo en el que todo era sencillo.

¿Pensaría Edward en ella? A veces, le parecía que sí.

Bella levantó la mano y la echó hacia atrás, tocando la pared que los separaba. Las fantasías la estaban llevando a querer rendirse, quería levantarse, dejar su cama, dirigirse a la que habían compartido tan activamente hacía unos años, meterse en ella y apretarse contra el cuerpo de Edward. Tenía la sensación de que unos hilos invisibles la atraían hacia él.

¿Y si se dejara llevar?

Edward la dejaría entrar, incluso se acostaría con ella, pero no se entregaría, no la dejaría llegar a su corazón.

Tampoco era que ella quisiera eso, ¿no? ¿Cómo que no? Bajo el deseo físico que sentía por él latía un anhelo más profundo.

Por eso, no se dejó llevar.

Aquel jueves a media mañana, Bella se encontraba ante el mostrador de Empresas Vulturi, intentando convencer a la inflexible recepcionista de que le dejara pasar a entrevistar a Aro. No le quedaba mucho tiempo si quería incluir en su artículo la opinión personal del aludido, pero, a pesar de que estaba intentándolo por todos los medios, la joven no le había confirmado siquiera que Aro estuviera en su oficina.

Edward estaba dispuesto a contestar a sus preguntas, pero Bella no quería las respuestas edulcoradas de Edward sino las palabras directas de aro, quería ver los ojos de aro cuando contestara a algunas de sus preguntas.

–¿Bella? ¿Ocurre algo? –dijo Edward a sus espaldas visiblemente sorprendido–. ¿Le ha pasado algo a Antony?

–No, Edward, tranquilo, el niño está con la señora coppel

Edward la miró y se pasó los dedos por el pelo. Bella  se dio cuenta de que no era la primera vez que hacía aquel gesto. Era algo que hacía muy a menudo cuando trabajaba. Bella se dio cuenta de que repente de que lo estaba mirando fijamente, comiéndoselo con los ojos.

¡Y de que él también la estaba mirando fijamente, como cautivado!

La recepcionista carraspeó.

–La señorita Isabella quiere hablar con el señor Vulturi.

Edward tomó a bella del codo y señaló con la otra mano hacia los despachos desde donde había venido.

–La señorita Isabella puede hablar conmigo.

 

Capítulo 7: VIVIENDO JUNTOS PERO NO REVUELTOS Capítulo 9: RENDIDOS

 
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