*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16094
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

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Capítulo 2: sorpresas

Capítulo Dos

Bella sintió que el estómago se le ponía del revés.

¿Qué iba a suceder? Solo sabía una cosa: que Edward había reconocido a Antony.

La burbuja que con tanto esmero había protegido estaba a punto de estallar. Siguió a Antony a la cocina. Oía los pasos de Edward detrás de ella y sus pisadas le parecían golpes de martillo. Sin embargo, a pesar de los nervios, reconoció cierto alivio y pensó que ese debía de ser el alivio que sentía el condenado a muerte cuando lo conducían al patíbulo, sabiendo que lo inevitable ya está cerca y es irremediable.

Sabía que Edward era director de relaciones públicas de Empresas Vulturis, sabía que, por tanto, sus artículos podían hacer que se volvieran a ver y que, quizás, hubiera llegado el momento de hablarle de Antony.

Pero no había previsto que aquello sucediera en su casa. Aquella posibilidad nunca se le había pasado por la cabeza. Hubiera preferido haber tenido tiempo para preparar a Edward para el encuentro.

Bella se paró en el centro de la cocina mientras observaba cómo Bella se subía a su trona. Aquel mueble ponía de manifiesto que en aquella casa vivía un niño. Por eso, no había llevado a Edward allí.

Sobre la mesa reposaba una taza de café a medio beber, la suya, y el mismo periódico que había llevado a Edward hasta allí, doblado por el crucigrama, lo que le recordó que hacía diez minutos el mayor problema que tenía en la vida era encontrar una palabra de once letras que fuera sinónimo de incidente.

Hacía diez minutos, tenía el día por delante, un sábado relajado y tranquilo.

Necesitaba moverse, hacer algo, así que les dio la espalda a Edward y a Antony y sirvió un cuenco de cereales para su hijo. Mientras cortaba un plátano, se dio cuenta de que le temblaban las manos. Tras añadir leche, se volvió.

Edward se había sentado en la silla que ella había ocupado anteriormente, enfrente de Antony. Se estaban mirando el uno al otro fijamente. Dos pares de ojos azules exactamente iguales. La curiosidad manaba a partes iguales por ambos lados. Antony solía mirar a la gente con descaro. Ahora comprendía Bella de dónde había sacado aquella capacidad.

Bella dejó el cuenco de cereales delante del niño. Al hacerlo, la leche se derramó por un lado, lo que hizo que apretara los puños y se clavara las uñas en las palmas de las manos. Tenía que tranquilizarse. Tenía que controlarse ella y controlar la situación.

Antony decidió que ya había mirado suficiente al desconocido, así que, agarró la cuchara y comenzó a desayunar. Bella limpió la leche que se había tirado con un trapo y Edward… se limitó a observar atentamente.

No había abierto la boca todavía y, aunque su silencio a Antony  le diera igual, a su madre la estaba sacando de quicio.

–¿Quieres un café?

Edward negó con la cabeza.

Edward era consciente de que su hijo se parecía al padre, pero, ahora que los veía juntos, el parecido se le antojó más flagrante que nunca. Era tan obvio que…

Verlos juntos era lo que más temía y más deseaba en el mundo.

–¿Cómo te llamas? –le preguntó Antony al desconocido.

–Éste es el señor Cullen–contestó Bella antes de que a Edward le diera tiempo de contestar algo confuso o sorprendente, porque había tenido la sensación de que aquel hombre que no quería tener hijos y no quería casarse había estado a punto de contestar «papá»

–Cullen.

– ¿Y tú cómo te llamas?

–Antony  y voy a cumplir tres años. ¿Cuántos años tienes tú?

Edward enarcó las cejas. No estaba acostumbrado a las preguntas tan directas de los niños. Normalmente, el que hacía las preguntas era él. Aquello lo hizo sonreír.

–Tengo treinta y dos años, casi treinta y tres –contestó mirando a Antony–. Eso quiere decir que tenía treinta cuando tú naciste –añadió mirando a Bella.

Aquí no. Ahora no. No es el momento. Ella intentó mandarle aquel mensaje telepáticamente. No delante de Antony.

–El cumpleaños de Antony es el mismo día que el tuyo –comentó.

Edward dio un respingo.

–¿Quieres ver mi tren? –le preguntó el pequeño.

–Sí, claro que sí –contestó Edward, que parecía muy tranquilo.

A continuación, el niño se puso en pie y padre e hijo abandonaron la mesa. Antony precedió a Edward hacia su habitación. Edward se quitó la cazadora de cuero y acompasó su paso al del niño. A Bella no le apetecía nada ir con ellos, pero sabía que debía hacerlo. Por el bien de Antony, por si a Edward se le ocurría decir algo.

Aunque estaba actuando con tranquilidad, estaba blanco de rabia. Claro que Bella sabía que el enfado era para con ella. No creía que fuera a ser capaz de mostrar su enfado delante de Antony. No en vano se le daba tan bien esconder sus emociones.

Así que los siguió y permaneció veinte minutos en la puerta de la habitación de Antony, viendo a Edward tumbado en el suelo jugando con los trenecitos de su hijo. Aquello era tan surrealista como si fuera James Bond quien estuviera con la camisa remangada tumbado en el suelo de la habitación. Edward  dejó que Antony le diera órdenes, lo que no le debía de resultar nada normal, para colocar los vagones y la locomotora y hacerlos avanzar por la vía de plástico azul.

Edward aceptó humildemente el consejo de Antony, el experto en trenes, de cómo debía hacer el sonido correctamente con la boca, de cómo se llamaban los trenes y qué pasaba cuando había un descarrilamiento.

Bella creyó que se le iba a partir el corazón. La imagen era enternecedora.

Y ella que había creído que había hecho lo correcto.

Estaba completamente segura. Había hecho lo mejor para todos, para Edward  porque no quería formar una familia; para Antony porque se merecía algo mejor que un padre que no lo quisiera; y para ella porque no quería atrapar, ni sentirse atrapada, por un hombre que no la quería, que no compartía sus sentimientos y que siempre pondría por delante su carrera profesional ante cualquier otra cosa en la vida y que, por tanto, acabaría rechazándolos a ella y a su hijo.

Siempre había creído que sería capaz de darle a Antony todo lo que necesitara. Sin necesidad de un padre.

¿Pero ahora? Ya no estaba tan segura.

Edward  la miró por primera vez desde que habían entrado en la habitación. La luz, la ternura y el placer que entrado en la habitación. La luz, la ternura y el placer que reflejaban sus ojos se tornó dureza y frialdad.

–¿Estás bien aquí, hijo? –le preguntó a Antony poniéndose en pie–. Voy a hablar un momento con mamá.

¿Hijo? Bella sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Muchos hombres antes que Edward habían llamado «hijo» a Antony. Eso no quería decir nada… a pesar de que él fuera el único hombre para quien aquella palabra podía tener un significado completamente real.

–Mmm –contestó el pequeño sin apartar la mirada del tren con el que estaba jugando.

No había preguntado nunca por su padre. Todavía.

Bella sabía que algún día lo haría, pero esperaba que aquel día tardara en llegar.

Bella sintió pánico. Sabía que Edward se había enfadado, pero, ¿y si quería tomar responsabilidades ahora que sabía de la existencia de Antony? ¿Y si quería quitárselo, arrebatárselo, separarlo de ella? Por cómo era y por su profesión, Edward  siempre elegía bien sus palabras.

No, no podía ser.

Edward la agarró y la metió en la cocina. Vaya, seguía usando la misma colonia. Eternity. Siempre que la olía, pensaba en él. Aquello la tranquilizó. Edward era hombre de costumbres. Seguro que seguía sin querer tener hijos.

Aun así, a Bella le temblaban las piernas y el pulso, así que se sentó a la mesa de la cocina. Mientras Edward  se paseaba furioso de un lado a otro por la estancia, ella se decidió a pasar la yema de los dedos por una raya que había en la mesa de madera.

Edward siempre había sido un hombre apasionado. Le apasionaba su profesión, su vida y, en algún momento, también le había apasionado ella. Bella recordaba perfectamente cómo había sido hacer el amor con él.

Pero ahora aquella pasión se había tornado ira. El hecho de que todavía no la hubiera dejado salir demostraba lo fuerte que era. Bella se dijo que, si le pedía derechos de visita, se los concedería, pero solamente si se comprometía a que fuera para siempre.

Bella se pasó los dedos por el pelo. Edward seguía deambulando furioso por la cocina. Bella hubiera preferido que le hablara, que le dijera algo y que dejara de pasear. Al cabo de un rato, Edward dejó de andar y se paró.

–Es mi hijo.

Fue lo único que dijo.

–¿Cómo has podido?

Bella levantó la mirada hacia él, pero Edward estaba girado de espaldas, mirando por la ventana que había sobre el fregadero.

En completo silencio.

–Creí que era lo mejor –contestó Bella.

–¿Lo mejor? –ladró Edward  volviéndose hacia ella.

Bella se forzó a sostenerle la mirada.

–No querías tener hijos. Me dejaste porque se me ocurrió hablar del tema una vez.

–¿Estabas embarazada cuando lo mencionaste?

–Sí.

–¿Cómo pudo ser?

–¿Te acuerdas que hubo una semana que los dos tuvimos gastroenteritis?

–Sí, yo me enfermé en Boston en un viaje de trabajo y, al volver, te la pasé a ti.

–No se me ocurrió que fuera para tanto, pero interfirió con los efectos de la píldora y me quedé embarazada.

–Y no me… –dijo Edward, girándose de nuevo hacia la ventana–. Soy el padre de ese niño…

Se hizo el silencio de nuevo.

–Se llama antony.

Edward se acercó a la mesa, plantó los puños en ella y se quedó mirándola a pocos centímetros de distancia, pero Bella no permitió que aquel despliegue la intimidara.

–Soy el padre de Antony –repitió con una calma letal mientras una vena le latía aceleradamente en la sien–. ¿Y no has pensado ni una sola vez que tenía derecho a saberlo?

Bella lo había pensado muchas veces, pero el sentido común siempre le había hecho no dar el paso.

–¿Eres mi papá?

Bella sintió repentinamente que el corazón se le caía a los pies.

Edward  la miró como pidiéndole permiso y ella negó con la cabeza.

–Ahora no –murmuró.

–¿Y cuándo? –contestó él sentándose para estar a la altura de Antony–. Sí, soy tu papá.

Bella se quedó mirando a su hijo para ver cómo reaccionaba. Antony frunció el ceño, se quedó mirando a Edward y sonrió.

–Ven a jugar –le dijo.

Edward  miró de nuevo a Bella.

–¿Y si te pongo tu película preferida? –le preguntó ella al niño–. La de los trenes –añadió poniéndose de pie.

–De acuerdo –contestó el pequeño volviendo a su habitación.

Cuando volvió, encontró a Edward exactamente en el mismo lugar en el que lo había dejado, sentado en la silla, con los antebrazos apoyados en los muslos y mirando fijamente hacia la puerta.

–¿Tenías que decírselo? –le preguntó.

–No lo iba a dejar en tus manos –contestó él mirándola–. Tiene derecho a saberlo antes de los dieciocho.

–Nunca ha preguntado.

–Bueno, pues ahora ha preguntado y se lo he dicho.Así no tendrá que llamarme cullen –añadió sonriendo levemente–. Podrá llamarme papá. Tenía derecho a saberlo. ¿Qué querías, que me fuera a buscar un día, dentro de veinte años, preguntándome en tono acusador por qué había crecido sin padre?

–Tú no querías tener hijos.

–Tampoco quería formar parte de un jurado popular y me tocó el año pasado y lo hice y salió muy bien.

–Tony se merece algo más que un padre que está ahí porque no le queda más remedio.

–Es mejor tener un padre así que no tener padre.

–¿De verdad? A mí no me lo parece –contestó Bella con seguridad.

Había sufrido en sus propias carnes la presencia de un padre que, evidentemente, no quería estar donde estaba.

Al final, cuando acabó yéndose, le costó varios años comprender que su actitud, sus acciones y su reticencia a estar con ella no se debían a que ella no se lo mereciera, pero el hecho de que su padre la hubiera rechazado la había hecho ser como era.

–Tener una familia es importante. Se supone que todos necesitamos un padre y una madre.

–Sí, pero solamente si ese padre y esa madre quieren estar ahí por voluntad propia. Solamente si ninguno de ellos rechaza al niño.

Edward se quedó mirándola pensativo.

–Tenía derecho a saberlo y tú me lo negaste. Me has robado dos años y diez meses de la vida de mi hijo.

Bella no dijo nada. Había tomado la mejor decisión que había podido tomar con la información que tenía en el momento de tomarla. Esa información incluía el dato de que Edward no quería una relación para siempre. No quería una relación duradera y, desde luego, no quería un hijo. Lo había dejado claro en su día.

Aunque se había sentido muy sola durante aquellos años, también habían sido los mejores de su vida. Había visto crecer a su hijo, había observado cómo se iba desarrollando su personalidad. Había sido testigo de cada día de la vida del pequeño. Había sido un privilegio y una delicia y sí, era cierto que le había negado a Edward el poder disfrutarlo también.

Sí, le había negado aquel disfrute al adicto al trabajo de Edward Cullen, que no tenía espacio ni tiempo en su vida para un hijo, a Edward Cullen, que había dejado claro que no quería ser padre. Pero que muy claro.

Pero aquel mismo Edward Cullen se había pasado media hora tirado en el suelo jugando a los trenecitos con su hijo.

A Bella le entraron ganas de llorar.

–Si me hubieras llamado una vez, una sola vez… después de que lo dejáramos…

Edward negó con la cabeza.

–No te atrevas a echarme la culpa encima –le advirtió.

–No te estoy echando la culpa, es que…

Edward se puso en pie y fue hacia la ventana.

–Esto lo cambia todo –anunció–. Haz las maletas –sentenció girándose hacia ella.

–¿Cómo?

–Que hagas las maletas. Mi hijo me va a conocer. Va a crecer con su padre formando parte de su familia, así que haz las maletas.

–No entiendo nada –contestó Bella–. No entiendo lo que me dices.

–Te estoy diciendo que nos vamos a casar.

Capítulo 1: REENCUENTRO Capítulo 3: boda en Las Vegas

 
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