*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16092
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3: boda en Las Vegas

Capítulo Tres

¿Casarse?

Debía de haberle oído mal.

Nunca se le había dado bien leer en las expresiones faciales de Edward, pero era obvio que estaba muy serio y aquello la aterrorizó, pero bella decidió que no era el mejor momento para dejar ver ese miedo.

Edward  había cambiado, ya no era el hombre que había conocido.

–Puede que te deba algo –comentó asombrosamente calmada a pesar de que sentía que el mundo se había vuelto loco.

–Pues claro que sí –contestó Edward.

–Sí, puede que tengamos que pensar algo, pero…

–No hay «puedes» ni «peros» que valgan. En cualquier caso, yo ya he pensado lo que vamos a hacer…

Bella recordaba perfectamente lo decidido que era Edward. Le gustaba su confianza en sí mismo y la decisión y seguridad con la que llevaba a cabo las cosas, pero lo que necesitaba en aquellos momentos de él no era eso precisamente, era compromiso y negociación.

Bueno, parecía que le iba a tocar a ella ser la parte razonable.

Seguro que Edward  entraba en razón.

Tenía que entrar en razón.

Bella se puso en pie y se acercó a él. No demasiado, porque la ira que irradiaba la detuvo. Aun así, sabía que Edward era un hombre razonable. En el tiempo en que estuvieron juntos había visto destellos de su lado cariñoso, lo que la había enamorado.

–Puedes venir a ver a tony siempre que quieras. No pienso oponerme a que te lo lleves los fines de semana. Al principio, podemos quedar los tres para que esté tranquilo, pero, en cuanto te vaya conociendo…

–No te quieres enterar –la interrumpió Edward poniéndose en pie y acercándose a ella con su metro noventa–. Ya me he perdido dos años y diez meses de la vida de mi hijo. No pienso conformarme con los fines de semana, pero voy a ser razonable.

Bella cruzó los dedos.

–Tienes dos opciones: te vienes ahora mismo conmigo a Las Vegas y nos casamos, de forma que Tony tenga un padre y una madre –le explicó mirándola con frialdad–.No te preocupes, no pretendo consumar el matrimonio. Lo que una vez sentí por ti hace tiempo que murió – sentenció.

Bella ni parpadeó, no demostró ninguna reacción.

–¿Y la segunda opción que tengo cuál es?

–Vernos en los tribunales –contestó Edward –. Y te garantizo que, entonces, serás tú la que pedirás los fines de semana.

Bella sintió que cualquier esperanza que había albergado hasta el momento se evaporaba.

–No lo harías –balbuceó–. No me lo quitarías.

–No me pongas a prueba, isabella. Tú no has tenido reparo en quitármelo a mí.

Bella sintió un frío helado por todo el cuerpo. Sí, sí lo haría. Aquel hombre no tenía escrúpulos, estaba furioso y tenía mucho dinero.

Ella disponía del sueldo del periódico y siempre podría vender aquella casa que había heredado de su abuela, pero a duras penas podría aguantar el chaparrón. Edward  era rico porque su familia lo era y seguro que no tendría reparo en invertir millones en salirse con la suya.

No había escapatoria.

Edward  se sacó el teléfono móvil del bolsillo.

–Voy a llamar a mi abogado. Tú verás qué quieres que le diga, que interpongan una demanda de custodia o que redacten un acuerdo prenupcial y que nos lo manden por fax a mi avión mientras volamos a Las Vegas.

Bella se quedó mirándolo y Edward le aguantó la mirada.

–Ya sabes lo que te voy a decir.

Edward sonrió.

–Haz las maletas mientras yo hablo por teléfono –dijo satisfecho–. Nos vamos en diez minutos y volveremos mañana.

–De eso, nada.

–¿Ya has cambiado de opinión?

–Es obvio por qué nunca has querido tener hijos. No sabes de qué va esto. En diez minutos es imposible preparar las cosas que necesita Tony para un día. En diez minutos puedo hacer mi equipaje, pero no el suyo. Tony necesita comida, música, cuentos, juguetes, ropa y su mantita. Además, yo estoy sin ducharme. Necesito, por lo menos, una hora.

–Tienes media. Ya compraremos lo que necesitemos.

–No podemos comprar su mantita preferida.

–Por eso te doy media hora en lugar de diez minutos –contestó, pendiente ya de su abogado–. Jasper, sí, es importante.

Bella se puso en pie y subió las escaleras. Aquello no podía estar sucediendo, pero estaba sucediendo. Se duchó, se vistió e hizo el equipaje en una nebulosa.

Edward no dijo nada cuando reapareció a los tres cuartos de hora en la puerta de la habitación, donde él estaba jugando de nuevo con Tony a los trenecitos. Edward se quedó mirándolos con una maleta a cada lado.

Edward la miró de arriba abajo. No miró el reloj y no dijo nada, así que Bella no sabía si no comentaba nada porque estaba Tony o porque había perdido la noción del tiempo.

–Papá, mira –le dijo el niño.

Edward se giró hacia él, pero a Bella le dio tiempo de registrar su sorpresa. Ella también se había quedado de piedra. Tony lo había llamado papá como si fuera la cosa más normal del mundo.

Edward nunca había querido tener hijos y ahora un niño lo llamaba papá y le pedía cosas. Bella cruzó los dedos. A lo mejor Edward  se echaba atrás. Todavía estaba a tiempo.

Lejos de amilanarse, Edward alargó el brazo y le revolvió el pelo a su hijo.

–Vamos, tigre –le dijo, haciéndolo sonreír encantado ante el apelativo–. Mamá nos está esperando –añadió mirando a Bella para ver cómo reaccionaba.

Pero ella estaba tan anonadada que su rostro no reflejó ninguna reacción.

Una vez fuera, Edward  miró la ranchera de Bella y su Aston martin.

–En tu coche no cabemos los tres y, además, la silla de Tony y sus CD están en el mío –comentó Bella.

No le daba ninguna pena que Edward  tuviera que conducir su coche, en lugar del Aston martin, hasta el aeropuerto de Los Ángeles. Eso no era nada en comparación con lo que le estaba pidiendo a ella que hiciera.

Edward negó con la cabeza. ¿Resignación? Bella no estaba segura.

Cuando el avión aterrizó en Las Vegas, Tony estaba dormido. Edward y Bella se pusieron en pie mirándolo. dormido. Edward y Edward  se pusieron en pie mirándolo.

Tony tenía la mejilla manchada de mantequilla de cacahuete, la carita girada hacia un lado y respiraba plácidamente.

–Tú ocúpate de las maletas, ya lo agarro yo –le ordenó Bella–. Si se despierta en brazos de alguien a quien no conoce, puede que se ponga a llorar.

Edward se encogió de hombros. Ahora que ya se había salido con la suya, parecía más tranquilo. ¿O sería que no se quería manchar de mantequilla de cacahuete?

Bella se arrodilló ante la butaca y desabrochó el cinturón de seguridad. Tony se desperezó y abrió los ojos.

Al verla, sonrió y Bella sintió que el corazón se le llenaba de felicidad.

–¿Dónde está papá?

Bella sintió una puñalada de dolor y cerró los ojos.

–Está aquí, cariño –le dijo apartándose un poco para que Ethan viera a Max.

Suponía que Edward la estaría mirando con sorna, pero, al levantar la mirada, lo que se encontró le gustó todavía menos, pues Edward  la estaba mirando con compasión.

Una vez en la sala de espera de la capilla, Tony se puso a jugar, Edward  estaba sentado en una butaca mandando correos electrónicos y atendiendo llamadas telefónicas, y Bella se paseaba por la moqueta roja.

En un momento dado, se abrió la puerta de la capilla y el ayudante del oficiante los llamó. Bella y Edward  recogieron los juguetes lo más rápido que pudieron. Bella agarró a su hijo de la mano y fue hacia la puerta, rezando para que Tony no se diera cuenta de que, por primera vez en casi tres años, era ella la que buscaba tranquilidad en aquel contacto.

El ayudante le puso la mano en el hombro y sonrió.

–No se preocupe, casi todas las novias se ponen nerviosas –le dijo para consolarla.

Pero Bella no se sentía nerviosa sino confusa. Aquella misma mañana estaba en su casa decidiendo entre limpiar el frigorífico o terminar un libro y ahora se iba a casar con un hombre que le había dado un ultimátum.

Bella echó los hombros hacia atrás dispuesta a terminar con aquello cuanto antes. En cuanto Edward  tuviera lo que quería, podría irse a casa y seguir con su vida de siempre.

–Además, está usted muy guapa –añadió el ayudante.

Bella había elegido un vestido plateado que se había comprado hacía dos meses para ir a un cóctel con su amiga Angela. Si se iba a casar, lo iba a hacer bien. Que Tony tuviera, por lo menos, una buena fotografía de la boda de sus padres.

Edward  se colocó a su lado.

–¿Verdad, a que está muy guapa? –le preguntó el ayudante.

–Siempre ha sido muy guapa –contestó Edward  como si le molestara admitirlo.

–Hacen ustedes muy buena pareja –continuó el ayudante sin darse cuenta de la tensión que había entre los contrayentes.

Edward, Bella y Tony entraron en la capilla. Se oía por megafonía una música que Bella no reconoció. Sus tacones resonaban sobre el suelo de losetas de terracota mientras avanzaba reacia entre las filas de sillas de hierro blanco.

–Mamá, me estás apretando demasiado.

–Perdona, cariño –se disculpó Bella aflojando un poco la mano de su hijo.

Ojalá tuviera un ramo para apretarlo bien. Edward  la agarró con firmeza de la otra mano. Bella lo miró por el rabillo del ojo y vio que tenía el ceño fruncido, pero, aun así, se sintió contenta de que la hubiera agarrado de la mano, más segura.

Bella no era de esas mujeres que se habían pasado la vida entera soñando con su boda perfecta, pero, de haber sido así, desde luego, no habría sido aquella.

La oficiante, una mujer de unos veinticinco años y pelo oscuro, los estaba esperando entre dos columnas cubiertas de glicinias.

–Menos mal que no va vestida de Elvis –murmuró Bella.

Edward  elevó casi imperceptiblemente las comisuras de los labios.

A continuación, acomodó a Tony en la primera fila de sillas y le pidió que se mantuviera en silencio y no se moviera durante un ratito.

–¿Por qué? –preguntó el niño.

–Luego te lo explico, ¿de acuerdo? –le dijo Bella acariciándole le rodilla con suavidad y girándose hacia Edward con el corazón latiéndole aceleradamente.

La oficiante hizo una señal y la música dejó de sonar.

–Mamá, tengo hambre –dijo una vocecita.

Bella miró a Edward, que parecía divertido.

–Vamos a ir a comer en breve, tigre –le dijo al niño.

Y eso fue todo. Si hubiera sido Bella quien lo hubiera intentado calmar, Tony habría preguntado, insistido, habría preguntado ¿cómo?, ¿cuándo? Y habría objetado que tenía hambre en aquellos momentos, pero se limitó a fijar su atención en el libro que tenía en el regazo.

–Nos hemos reunido aquí hoy… –comenzó la oficiante.

Bella se dio cuenta de que aquellas palabras no le decían nada. Fijó la mirada en la columna que había más allá del hombro de Edward.

–… en su mano izquierda y repita conmigo.

Aquellas palabras sí que captaron su atención. Edward la tomó de la mano indicada y le puso una alianza en el dedo anular. Se la habían llevado hasta el avión. Eso de ser rico de nacimiento hacía que uno siempre hiciera las cosas como le dieran la gana.

Sí, Edward estaba acostumbrado a salirse con la suya.

Si no que se lo dijeran a ella, que mira dónde estaba.

Edward  le entregó una alianza igual, pero más grande.

Aquella alianza era una de las pocas victorias de Bella aquel día. Si se le podía llamar así. Cuando Edward estaba hablando para encargar la alianza de Bella, ella le había dicho que, si ella tenía que llevar anillo, él también. Edward  había asentido y había encargado dos.

Había sido una pequeña concesión por su parte, pero concesión al fin y al cabo.

Bella repitió las palabras que la oficiante decía y colocó la alianza a Edward en el dedo. Eso de que él también fuera a dejarle claro al mundo que estaba casado le gustaba. No iba a ser solo ella.

–Les declaro marido y mujer.

Por primera vez desde que se había dado cuenta de que Tony era hijo suyo, Edward  se relajó un poco.

–Puede besar a la novia.

Edward  la miró. Ahora era su marido. Bella sintió que aquella idea la desbordaba.

–Gracias –dijo Edward tomándola de ambas manos e inclinándose hacia ella.

Anonadada, Bella aceptó la caricia de sus labios.

Aquello hizo que recordara que aquel hombre era capaz de ser tierno.

Y, durante un segundo, cerró los ojos y sintió que se le pasaba la tensión.

Ya estaba hecho.

Su esposa y su hijo.

Edward salió de la capilla en compañía de Bella y de Tony.

Sí, Bella era su esposa, una esposa con la que se había casado para darle a su hijo una familia y para garantizarse a sí mismo ser parte de ella.

Una esposa por la que esperaba no sentir nada, una esposa a la que había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tomar entre sus brazos porque Bella, siempre tan segura de sí misma, le había parecido… perdida.

Cruzaron el patio de adoquines en dirección a la limusina. Bella llevaba en una mano las imágenes que el aburrido fotógrafo les había tomado. Ninguno de ellos las había mirado.

Edward se preciaba de ser un hombre eficiente que aprovechaba los días al máximo, pero, desde luego, haber comenzado aquel día soltero y sin compromiso y terminarlo casado y con un hijo era una logro incluso para él.

Nunca lo hubiera imaginado. Jamás había pensado en formar una familia porque siempre había querido evitar las responsabilidades que una familia entrañaba, pero una cosa era que no la hubiera querido para él y otra muy diferente que no supiera lo importante que era.

Estaba más que decidido a que Tony, su hijo, la tuviera.

Edward miró al chiquillo, que iba a su lado.

Sin tener que recurrir a una larga y penosa batalla judicial, se había asegurado un lugar legal y permanente en la vida de su hijo. Y a Bella le había quedado claro que no le iba a permitir que se deshiciera de él de nuevo.

El conductor que los estaba esperando ayudó a Bella y a Tony a pasar al asiento de atrás. Edward los siguió.

Bella se situó al final del asiento de cuero. El reposabrazos les servía de barrera física y Tony les hacía las veces de otro tipo de barrera.

Mejor así.

Todavía no estaba de humor para ser amable con la mujer que lo había engañado, pero se le estaba pasando el enfado. En algunos momentos, por supuesto, cuando la había besado, había olvidado por qué estaban allí y había recordado la complicidad que había habido entre ellos, y eso le había hecho albergar la esperanza de que algo nuevo pudiera nacer entre ellos.

Estaban juntos en aquello y Edward estaba decidido a que funcionara.

Según sus condiciones. Como él quisiera que fuera.

Bella sacó de la mochila una cajita con pasas y una rodaja de queso y se lo dio a Tony. Al levantar la mirada, vio que Edward la estaba mirando.

–¿Quieres? –le preguntó–. Tengo más –añadió a punto de sonreír.

Lo peor fue que Edward también estuvo a punto de hacerlo.

Se lo habían pasado muy bien juntos el tiempo que habían sido novios.

–¿Quieres que paremos a comprar algo de comer o puedes esperar a que lleguemos al avión? Lo digo porque allí tenemos de todo.

–No, con esto puede aguantar –contestó Bella–. Gracias por preguntar –añadió.

Edward se encogió de hombros.

–Sólo una vez en mi vida he presenciado el espectáculo de un niño con hambre y sueño, y la verdad, no quiero volver a tener que pasar por esa experiencia, te lo aseguro –contestó consciente de que, de momento, ella sabía más que él de esos temas.

Edward sabía que aprendía rápido, pero aquella nueva situación le había hecho perder pie e iba a necesitar algo de tiempo.

Edward se sacó el teléfono móvil del bolsillo y marcó un número. Había dado el paso necesario para formar parte de las vidas de Bella y de Tony y ahora tenía que integrarlos en la suya.

–Hola, mamá, ¿vais a estar esta noche en casa? Si no tenéis ningún plan especial, me gustaría ir a cenar con vosotros.

Sus padres siempre le decían que no iba suficiente a verlos, que aunque se había vuelto a la costa oeste después de vivir en Nueva York, apenas lo veían. Una exageración. También solían decirle que apenas sabían lo que pasaba en su vida. Eso, tal vez, no fuera tan exagerado.

–Por cierto, voy con un par de personas que os quiero presentar –añadió observando al niño que, sentado a su lado, se comía las pasas una a una sin quitarle ojo de encima–. No hagas nada muy sofisticado, mamá, por favor porque a uno de mis acompañantes le gusta la comida tal cual –añadió mirando a bella, que le sonrió brevemente–. Sí, la otra es una mujer y sí, nos vamos a quedar a dormir –se despidió.

–¿Nos vamos a quedar a dormir? ¿En casa de tus padres? No me parece buen idea, Edward –comentó Bella aterrorizada.

–Ya que estamos en Los Ángeles, vamos a aprovechar para que os conozcáis. Así, conocerán a su nieto. Les encantan los niños. Mi hermana les suele llevar a las suyas. Tiene dos. Así, Tony se ahorra hora y media de coche para volver a Vista del Mar.

Bella abrió la boca y la volvió a cerrar de nuevo. Se debía de haber dado cuenta de que ninguna idea ni excusa iba a hacer que Edward cambiara de parecer.

–No le has dicho quiénes… somos –comentó al cabo de un rato.

Tony alargó el brazo y le ofreció a Edward una pasa que tenía toda la pinta de haber pasado ya por su boquita. Tal vez, según las normas del protocolo infantil, si alguien te ofrece un alimento ya masticado, tienes que aceptarlo, pero Edward no pensaba cumplir esa norma.

–No, para ti, yo no tengo hambre –le dijo. Tony se la ofreció entonces a su madre, que negó con la cabeza. Sólo entonces se la metió en la boca.

Edward volvió a concentrarse en su esposa, aquella mujer a la que le iba a presentar a su familia en breve.

–Basta con que diga que voy a cenar con una mujer. Ya estará llamando a mis hermanos para que vengan a cenar. He creído mejor decirle en persona que eres mi mujer. Además, así estarán todos y solo tendré que contarlo una vez.

contarlo una vez.

–¿Y qué les vas a decir? –quiso saber Bella, pálida y tensa.

–Lo de Tony no va a haber que explicarlo mucho porque, en cuanto lo vean, van a saber que es hijo mío. Hay una fotografía de mí y de mi hermano con más o menos la misma edad en el vestíbulo de entrada. Es nuestro vivo retrato. El pelo, los ojos… aunque yo no iba por ahí ofreciendo a los demás pasas mordisqueadas… en cuanto a ti, ya se me ocurrirá algo.

Bella dio unas cuantas vueltas a la alianza que llevaba en el dedo.

–Cuando estuvimos saliendo, no me los presentaste. Apenas hablabas de ellos.

–Ya –contestó Edward.

Lo había hecho adrede. Le gustaba mantener separadas las diferentes parcelas de su vida. Si les presentaba a sus padres, una mujer se podía creer lo que no era. Y viceversa. Jamás había llevado a su casa a ninguna mujer con la que había estado saliendo. Y bella no había sido ninguna excepción.

Sus padres eran felices juntos y querían que todos sus hijos, sobre todo Edward , encontraran a alguien con quien compartir la vida. Lo querían tanto que Edward había aprendido muy pronto a no decir en casa que salía con una chica. Sobre todo, cuando no era nada serio. Porque, aunque sus padres estaban empeñados en que su hijo conociera ese tipo de vínculo, él lo evitaba por todos los medios.

Sabía que no les gustaría que se hubiera casado con una mujer a la que no conocían y de la que no estaba enamorado.

–No les vamos a decir por qué nos hemos casado.

–¿Quieres decir que no les vas a hablar del ultimátum que me has dado?

–Ni de tu engaño –contestó Edward mientras Bella miraba por la ventana–. Quiero que crean que nuestro matrimonio es de verdad –añadió, observando aquel pelo que siempre le había gustado tanto acariciar–. Quiero que crean que nos queremos –concluyó, viendo que Bella daba un respingo.

–Y, como quieres que sea, tiene que ser así, ¿no? –le espetó, girándose hacia él.

Bella siempre lo había desafiado. Por lo visto, muy a su pesar, la seguía admirando por ello.

–¿Mamá? –dijo Tony con voz quejumbrosa.

–No pasa nada, cariño –lo tranquilizó Bella acariciándole el pelo–. No te preocupes, Edward, no te voy a causar ningún problema. No voy a discutir contigo. Por lo menos, en público, pero que te quede claro que lo hago por Tony, no por ti.

–No esperaba menos de ti. Ya me ha quedado claro que mis sentimientos te importan bastante poco.

Bella ahogó un grito de sorpresa.

–Edward, yo…

Edward esperó con curiosidad a ver si se ponía a la defensiva o a la ofensiva. Estaba preparado para las dos opciones.

Bella aceptó el papel de aluminio que Tony le estaba dando, lo dobló varias veces y lo guardó en el bolsillo de la mochila.

–Si queremos que tus padres crean que estamos felizmente casados, tengo que saber algo sobre ellos. Por ejemplo, cómo se llaman –añadió abriendo de nuevo aquella mochila que a Edward  comenzaba a parecerle la chistera de un mago–. Porque si nuestro matrimonio está basado en el amor, darán por hecho que habremos hablado de nuestras familias –continuó buscando algo dentro de la mochila.

Al hacerlo, el pelo le cayó sobre el rostro y Edward se quedó mirándolo. Por lo visto, a Tony también le llamó la atención porque le agarró un buen mechón y tiró.

–Tony, no hagas eso –lo reprendió su madre, pero el niño se rió y siguió tirando–. Tony, para –insistió Bella poniéndose seria.

Pero Tony no parecía impresionado, así que Edward  le agarró la muñeca y le fue abriendo los deditos uno a uno, obligándole a soltarle el pelo a su madre.

–Gracias –le dijo ella.

–De nada, ha sido un placer –contestó Edward con sinceridad.

Y, efectivamente, había sido un placer volver a tocar aquel cabello tan sedoso. Bella se pasó los dedos por el pelo varias veces y sonrió. Al hacerlo, algo cautivador y vago se instaló entre ellos mientras se miraban a los ojos.

Edward se dio cuenta entonces de que recordaba muchas más cosas de ella, aparte del tacto de su pelo.

Bella volvió a concentrar su atención en la mochila y sacó un cochecito para Tony y un cuaderno y un bolígrafo para ella.

–¿Cómo se llaman tus padres?

–Carlisle y Esme. Mi hermana es Alice y mis hermanos, Emmet, Garret.

Bella lo miró estupefacta.

–¿Y van a estar todos?

¿Reflejaban temor sus ojos?

–No me puedo creer que la formidable Isabella Swan se preocupe por conocer a unas cuantas personas.

–Claro que no –contestó Bella elevando el mentón–. Era solo una pregunta. Necesito saberlo para prepararme bien.

–Todos menos Alice y su familia y Garret.

–¿Y tus hermanos son como tú?

–¿A qué te refieres?

–A que si son adictos al trabajo, directos, desconfiados e introvertidos.

–Vaya, creía que te estabas describiendo a ti misma.

Bella frunció el ceño unos instantes. Inmediatamente añadió.

–Puede que antes fuera así, pero he cambiado. No me ha quedado más remedio.

Edward no le iba a preguntar si los años que habían pasado sin verse habían sido duros para ella. No se lo iba a preguntar porque le había negado la posibilidad de ayudarla.

Pero era cierto que se había dado cuenta de que había cambiado. Bella había desarrollado un lado cariñoso y protector que él no sabía que tuviera. Incluso físicamente había cambiado, pues ahora su cuerpo tenía más curvas.

En eso se había fijado nada más verla.

No quería ni pensar en explorar aquellos cambios.

Aquella misma mañana le había dicho que había aniquilado la atracción que una vez había sentido por ella y necesitaba con todas sus fuerzas que fuera cierto.

Se había casado con ella porque estaba decidido a formar parte de la vida de su hijo, porque quería que su hijo creciera con un padre y una madre y porque, a pesar de que a ella le había dicho lo contrario, no habría sido capaz de quitarle a Antony en los tribunales.

Ni por el niño ni por ella.

Bella descruzó una pierna y cruzó la otra, agarró el borde de la falda y la colocó en su lugar porque se le había subido al cambiar las piernas en el cruce. Edward tenía cada vez más claro que la atracción que había sentido por ella no se había extinguido y que, aunque estaba haciendo todo lo que podía para que no fuera así, le estaba empezando a dar taquicardia.

 

Capítulo 2: sorpresas Capítulo 4: CONOCIENDO A LOS CULLEN

 
14437670 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios