*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16090
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

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Capítulo 7: VIVIENDO JUNTOS PERO NO REVUELTOS

CAPITULO  SIETE

–¿De vuelta aquí? –repitió Bella dando un respingo–.¿Qué cosas vas a buscar?

–No tengo muchas. Mi ropa y algunos libros. Mi piso lo tengo alquilado a un amigo. Vivo en el club de tenis.

–Tu ropa –repitió Bella como un eco–. Pero… no te vas a… ¿no estarás pensando en…?

Edward frunció el ceño.

–Nos hemos casado para que nuestro hijo tenga a sus dos padres, así que lo más lógicos, cómodo y práctico es que vivamos juntos. ¿Qué te habías creído? –contestó Edward  abriendo la puerta.

Bella sintió que el corazón le latía aceleradamente.

Desde luego, no había pensado en aquella posibilidad. Ni se le había pasado por la cabeza. Bueno, más bien, no había permitido que se le pasara, no había querido pensar porque, si lo hubiera hecho, lo habría visto cristalino.

Sabía que Edward  siempre se salía con la suya y que le gustaba que las cosas estuvieran en orden, en su orden, pero lo que acababa de decir era demasiado. Tenerlo cerca permanentemente, verlo, tocarlo, compartir cosas, tal vez querer cosas de él.

Malo, malo.

–Me parece mucho mejor  instalarnos en tu casa que en el club de tenis –continuó Edward, como si no se hubiera dado cuenta de los nervios de Bella o no se la quisiera dar–. Supongo que estarás de acuerdo. Por supuesto, voy a comprar una casa más grande para los tres. De hecho, he visto una en venta en la playa…

–No –lo interrumpió Bella negando con la cabeza.

–¿No qué?

–No nos podemos ir. Sería demasiado para Antony.

Todavía ni siquiera se ha acostumbrado a ti.

–Tienes razón –contestó Edward mirando a su alrededor.

Bella  tenía una casa sencilla y suponía que no tendría nada que ver con las lujosas mansiones a las que Edward estaba acostumbrado, pero eso no parecía importarle.

Debería estar agradecida por ello, pero en aquellos momentos no era capaz de encontrar agradecimiento dentro de ella. Intentó dar con algún argumento escueto y sólido para que Edward  no se mudara a su casa, pero no se le ocurrió ninguno.

Edward  se quedó mirándola en silencio.

–Bien, entonces está hecho –comentó al ver que Bella no decía nada.

Una vez a solas, Bella  se apoyó en la pared más cercana y decidió que había llegado el momento de poner límites. Los solía poner normalmente, pero las cosas habían sucedido tan rápidamente que no había podido reaccionar.

Había llegado el momento.

Había permitido que Edward  se saliera con la suya en todo, que fuera él quien dictara los pasos a seguir y ella incluso había intentado ponérselo fácil. Y lo había hecho por el bien de  tony , pero, si se había creído que su matrimonio iba a ser de verdad, en el tema del sexo por ejemplo, se había equivocado por completo.

Ya había dado al traste con sus esperanzas y sus sueños una vez y no estaba dispuesta a volver a hacerse ilusiones de nuevo.

La noche anterior lo había deseado, pero había sido un momento de debilidad que no se iba a volver a repetir.

Claro que no.

Tal y como había dicho, Edward volvió al cabo de una hora. Lo hizo con una maleta y una bolsa de viaje.

Bella le abrió la puerta dispuesta a dejarle claras las normas.

–Necesito una llave –disparó él.

Bella se acercó a la bandeja donde tenía las llaves y sacó una de su llavero.

–Toma –le dijo mientras Edward  dejaba sus cosas en el suelo–. Ahora ya puedes entrar y salir de mi casa y de mi vida como te dé la gana –le espetó con amargura y miedo.

–En lo de entrar tienes razón –contestó él–, pero no en lo de salir.

–No sería la primera vez que me dejas.

–Te recuerdo que  no estoy aquí por ti sino por Antony.

Aunque Bella ya lo sabía, aquellas palabras le hicieron daño. Aun así, se dijo que estaba bien que la hubiera puesto en su sitio. A ver si no se le olvidaba nunca que a Edward no le importaba en absoluto.

–Nunca eludo mis responsabilidades.

–Antony no es solo una responsabilidad, es un niño.

–Mi niño.

–Nuestro –lo corrigió Bella–. Y quiero que sepas que te va a querer con todo su corazón incluso antes de que a ti te haya dado tiempo de decidir si te quieres quedar. Si te vas, le harás daño, le dejarás una cicatriz para toda la vida porque se culpará por tu ausencia, creerá que ha hecho algo malo y que, por eso, tú te has ido.

Edward la miró con atención.

–¿Me ocultas algo?

–No –mintió Bella.

–¿Quién te abandonó a ti?

Bella tragó saliva. ¿Tan transparente era?

–Nunca hablamos de tus padres –recordó edward.

–Ni de los tuyos tampoco.

–Pero a los míos los acabas de conocer. Ayer le dijiste a mi madre que no conocías a tu padre –añadió en tono amable.

Bella  se preguntó si merecía la pena seguir ocultando aquello y decidió que no, que cuanto más lo ocultara más fuerza le daba.

–Mi madre es una mujer maravillosa, pero mi padre prefirió irse. Estuvo unos años, hasta que yo tuve cuatro, entrando y saliendo de nuestras vidas. Luego, desapareció para siempre –le explicó sintiendo a su niña herida.

Aunque se había convertido en una adulta, le había costado mucho lidiar con su sentimiento de no ser suficiente y no quería que su hijo tuviera que pasar por lo mismo.

Edward  siguió mirándola. Una compasión que Bella no quería envolvió su mirada.

–Lo siento –le dijo acariciándole la mejilla–. Él se lo pierde –añadió apartando la mano–. Yo no soy como tu padre –le aclaró–. Yo he decidido quedarme y me voy a quedar. No me voy a ir ni hoy ni nunca, me voy a quedar hasta que Antony se independice. Voy a hacer lo correcto.

Eso era exactamente lo que bella esperaba oír, pero no se atrevía a creérselo.

–¿Y si llega un día en el que te convences de que lo correcto es irte?

Edward  negó con la cabeza.

–No me voy a ir –insistió–. ¿Qué hace falta para que me creas?

–Que no te desesperes cuando lleves semanas sin poder dormir porque le están saliendo los dientes o porque no se encuentra bien y tiene fiebre, que no te enfades cuando tire la leche por encima del teclado del ordenador o cuando tengas que cancelar una fiesta porque no tienes canguro, cuando no puedas ir a jugar al golf el sábado porque no te da tiempo a todo y un sinfín de cosas más. Para empezar, te vas a tener que comprar un coche más grande.

–Puedo con todo eso, Bella –le aseguró  Edward –. Y quiero hacerlo –añadió con calma.

–Ya veremos.

–¿Dudas de mí?

–Sí.

–De acuerdo, te voy a demostrar que te equivocas.

–Uno de los dos se equivoca –lo corrigió Bella girándose–. Espero ser yo. Ven, que te voy a enseñar la casa.

–Bella –le dijo Edward  agarrándola del brazo.

Bella se giró lentamente hacia él.

–No fue mi intención hacerte daño. Me refiero a hace tres años. Todo lo contrario. En realidad, hice lo que hice para evitarte daños mayores.

–No me hiciste daño –mintió Bella–. Los dos sabíamos lo que había entre nosotros –añadió comenzando a subir la escalera–. Esta es mi habitación –le dijo señalando la primera puerta de la derecha, que estaba firmemente cerrada.

–¿Con llave? –bromeó Edward –. ¿Tienes armas dentro o es que guardas ahí la llave de tu cinturón de castidad?

Bella sonrió. Edward  siempre había podido hacerle reír incluso cuando quería ponerse muy seria. Precisamente, que fuera capaz de hacerla reír había sido una de las cosas que más le había gustado de él cuando lo había conocido.

Por supuesto, la química que pronto había surgido entre ellos había ayudado mucho.

–Esta es la habitación de Tony –añadió relajándose un poco, pero dispuesta a dejarle claro que la que marcaba las normas en aquella casa era ella–. Aquí arriba sólo hay un baño. No sé cómo vamos a hacer…

–Ya encontraremos la manera. Me puedo acoplar a vuestros horarios.

–Y, además, comprensivo –bromeó Bella con sarcasmo.

En aquella ocasión fue edward quien sonrió. Era evidente que, ahora que se había salido con la suya, no iba a entrar al trapo.

–¿Esta casa es tuya o la tienes alquilada?

–Es mía, la heredé de mi abuela.

De no haber sido así, jamás habría podido permitirse el lujo de vivir en una casa tan grande y tan cerca de la playa. Por eso se había ido a vivir a Vista del Mar en un primer momento, pero lo que la había animado a quedarse había sido su trabajo y la gente de allí. El señor y la señora McDonald, sus vecinos de al lado, le cuidaban a Antony siempre que lo necesitaba y decían que eran los abuelos postizos del niño porque sus nietos vivían en la costa Este.

–Es una buena casa.

–Me gustaría reformarla algún día, pero ahora mismo no es una prioridad.

–A Alice le encantaría ponerle la mano encima.

Edward le había comentado que su hermana se dedicaba a restaurar casas y estaba a punto a preguntar algún detalle más cuando decidió que ya tenía suficiente con Max, que no quería meter a su familia.

–Esta es tu habitación –anunció abriendo una tercera puerta.

La estancia compartía con la suya una pared y tenía en el centro una cama cubierta por una colcha azul. Además, tenía una cómoda de madera maciza y un reloj de pared antiguo. Bella se dio cuenta de que era una habitación de lo más masculina. Era como si estuviera esperando a Edward.

Aquello la consternó.

Edward  la siguió al interior y dejó su equipaje en el suelo.

Acto seguido, abrió el armario.

–He vaciado todo lo que he podido en el rato que has estado fuera –le dijo  Bella–,pero voy a necesitar un poco más de tiempo para quitar esas cosas que hay en las estanterías. Son libros de texto y cajas de apuntes.

–No te preocupes, ya habrá tiempo de hacerlo –contestó edward–. Además, no tengo casi nada, solo esto –añadió señalando sus pertenencias–. ¿Y dónde trabajas cuando lo haces desde casa?

–Aquí –admitió Bella señalando una mesa con su ordenador y sus diccionarios–, pero puedo trabajar desde la cocina.

–¿Tienes Internet?

–Sí.

–¿Wifi?

–No.

–Eso me encargo yo de solucionarlo.

Bella  estuvo a punto de oponerse porque no le hacía ninguna gracia que Edward  creyera que podía reorganizarle la vida como le diera la gana, pero, ¿para qué? Eso era exactamente lo que estaba haciendo porque ella se lo había permitido.

–Muy bien –contestó.

Edward  sonrió encantado, fue hacia la cama y se sentó.

–Muy cómoda –comentó fijándose en el cabecero y poniéndose serio–. ¿Es esta la cama que…?

Bella  asintió. Sí, era la cama que tenía cuando estaban juntos, la cama en la que habían dormido y habían hecho el amor. Cuando su relación había terminado, se había comprado otra para ella, pero se había quedado con aquella para la habitación de invitados.

Los recuerdos los invadieron a ambos.

Su relación había terminado de manera tan abrupta…habían pasado de la pasión y la alegría a… nada, absolutamente nada. No había habido malos momentos porque no les había dado tiempo a tenerlos, así que todos los recuerdos que Bella  guardaba de Edward  eran buenos, muy buenos. Y los que Edward  guardaba de ella igual.

El tictac del reloj le recordó que no podían echar el tiempo atrás, así que bella  dio un paso atrás y Edward  se puso en pie.

Tomó la palabra.

–Tenemos que hablar –anunció.

–No me parece buena idea –contestó bella.

Era consciente de que tenían que hablar, efectivamente, pero no quería hacerlo ni allí ni en aquellos momentos. Había visto cómo la miraba Edward  y no quería confundirse.

–Pero si esta misma mañana has estado tumbada a mi lado en la cama –le recordó Edward.

–Porque no me ha quedado remedio, pero eso no se va a volver a repetir.

–¿De verdad? –insistió Edward a pesar de que a él tampoco le hacía ninguna gracia la atracción que había entre ellos.

–Sí, mira, te vas a quedar algún tiempo…

–Mucho tiempo, ya te lo he dicho. Cuando tomo una decisión, nada ni nadie me hace cambiar de parecer.

–Si tú lo dices… en cualquier caso, durante el tiempo que te quedes en esta casa, cada uno tendremos nuestro espacio. Hablando claramente: tú vas a dormir única y exclusivamente en esta habitación y yo voy a dormir única y exclusivamente en mi habitación –sentenció bella.

–Yo también estoy asustado por lo que siento por ti.

No quiero sentirlo –admitió Edward.

Bella  lo miró sorprendida. No daba crédito a lo que acababa de oír.

–Yo no estoy asustada –mintió, recordando el desayuno de aquella mañana–. ¿Por qué no te instalas? –añadió ya en la puerta–. Antony  y yo vamos a comer dentro de un rato. ¿Quieres comer con nosotros?

–Sí, gracias –contestó poniéndose pie–. ¿Qué te parece si hacemos un picnic en la playa?

Bella  miró por la ventana. Estaba despejado. Hacía un poco de frío y tendrían que abrigarse, pero era buena idea.

–Seguro que a tony le gusta.

–¿Y a ti?

¿De verdad le importaba?

–A mí también –contestó Bella con total sinceridad.

Prefería estar fuera, al aire libre, que en la misma casa que Edward , en la misma habitación que Edward , con Edward  a poca distancia, tan cerca que, si alargara la mano, podría tocarlo.

–Bella, hubo muchas cosas buenas en nuestra relación.

–Era superficial.

–Eso es lo que yo quería en aquel entonces y creía que tú querías lo mismo.

–¿Y ahora qué quieres, Edward ?

Edward  dio un respingo y salió de la habitación pasando a su lado.

–Quiero ser un buen padre para mi hijo. Es lo único que me importa. Quiero lo mejor para él, no quiero perderme nada de su vida, quiero estar a su lado en los buenos y en los malos momentos.

–Entonces, los dos queremos lo mismo. Será mejor que no compliquemos las cosas.

Edward  agarró a antony en brazos para entrar en casa. El niño se había quedado dormido en el coche, volviendo de la playa. Tras subir las escaleras y depositarlo en su cama, se quedó mirándolo. Bella le puso su mantita cerca de la mano y lo miró también.

–¿Siempre duerme así de profundamente? –quiso saber Edward.

–Normalmente, sí y, cuando vamos a la playa, más –contestó bella.

Se habían pasado más de una hora recogiendo conchas.

Qué raro y qué normal a la vez se le hacía a Bella que los tres hicieran un plan así. Y era evidente que tony estaba disfrutando de la compañía de su padre.

Todo lo contrario que bella, que estaba al borde de un ataque de nervios. Cada vez que sus manos se rozaban, cada vez que sus miradas se encontraban, cada vez que Edward  le miraba las piernas de manera inequívoca…

Edward  se estaba mostrando considerado, atento y encantador y aquello la desconcertaba por completo porque, después de tres años haciéndolo ella todo sola, tener ayuda de repente, contar con la atención de un hombre y resultar atractiva a sus ojos era una sensación muy potente. Cada caricia y cada mirada revivían una atracción que era innegable.

–Me voy a duchar –anunció Bella, porque tenía arena por el pelo y porque necesitaba una excusa para distanciarse de Edward  un rato.

De poco le sirvió. En el baño había un frasco de su colonia, su maquinilla de afeitar y su brocha para la espuma. Para colmo, su champú y su acondicionador estaban junto a los de bella en la ducha. Mientras el agua resbalaba por su cuerpo, bella pensó en el aprieto en el que se encontraba.

Estaba compartiendo a su hijo con él, compartiendo su casa con él, durmiendo al otro lado de la pared.

Sí, estaba metida en un buen lío.

Capítulo 6: DESPERTAR DIFERENTE Capítulo 8: NO CONFUNDIRSE

 
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