*****love Hard******

Autor: ROSSE_CULLEN
Género: Drama
Fecha Creación: 25/08/2013
Fecha Actualización: 24/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 13
Visitas: 16093
Capítulos: 10

Argumento:

 

“¿Cómo te has atrevido a ocultármelo?”

Que su exnovia estuviera detrás de la mala prensa de su compañía era una cosa; descubrir que había tenido a su hijo en secreto, otra muy diferente. El millonario Edward Cullen no iba a aceptar ninguna de las excusas de Isabella Swan. Se casaría con él… o Edward usaría todo su poder para alejarla de su hijo. Sin embargo, después de una boda relámpago en Las Vegas, el deseo de Edward por Bella era más intenso que nunca. Pero él sabía que pensar en su matrimonio como algo más que un acuerdo de conveniencia significaría entrar en un terreno para el que no estaba preparado.

 

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Capítulo 6: DESPERTAR DIFERENTE

Capítulo Seis

Edward  se despertó sabiendo que algo había cambiado. Giró la cabeza y vio el cambio en cuestión durmiendo a su lado.

Bella.

Se había casado con ella. Su esposa, todavía dormida, respiraba profunda y tranquilamente con los labios entreabiertos. Él había besado aquellos labios el día anterior. Eran los mismos labios que había besado hacía tres años. Eran los labios que había besado en sueños tantas veces.

Durante la noche, Bella se había movido hacia el centro de la cama y él había hecho lo mismo. La tenía tumbada de costado hacia él, muy cerca. Tenía el pelo desparramado sobre la almohada y un mechón le caía por la mejilla.

Estaba preciosa.

Edward sintió que un deseo que no quería ni podía permitirse se apoderaba de él. ¿Cómo podía ser tan débil?

Sabía que tenía derecho a seguir enfadado, pero no podía. Tal vez porque tampoco parecía capaz de controlar el deseo que sentía por ella. Y lo peor era que sabía que, aunque Bella hacía lo que podía por ocultarlo, también seguía deseándolo.

Edward no quería desearla y no estaba dispuesto a ser el primero en admitir que seguía habiendo química entre ellos. Por eso, la noche anterior se había apartado de ella aunque su primera reacción había sido la contraria.

Pero eso había sido entonces y lo de ahora era ahora. La tenía cerca y tuvo que apretar los puños para no alargar la mano y apartarle el rizo de la cara.

–Buenos días –le dijo en tono áspero para despertarla y poner fin a aquella tortura.

Bella  abrió los ojos lentamente y, al verlo, los abrió desmesuradamente. Era obvio que se había sorprendido al verlo.

El tiempo se paró.

Bella abrió la boca levemente, ahogó un suspiro y se dio la vuelta, alejándose de él. Acto seguido, se incorporó y se apoyó en la almohada.

–¿Y ahora qué? –le preguntó sin mirarlo.

A pesar de sus esfuerzos, a Edward se le formó una contestación en la cabeza. La contestación que no podía ser. ¿O sí? El hecho de haber decidido que no iba a permitir que aquella mujer se colara en su corazón no tenía por qué querer decir que sus cuerpos no pudieran encontrarse.

A lo mejor era todavía un poco pronto, pero estaban casados, lo que quería decir que iban a pasar mucho tiempo juntos.

Muchas noches juntos.

Sí, la deseaba, pero no era el momento.

–¿A qué hora se despierta Tony?

Bella miró el reloj que había sobre la mesilla.

–Más o menos sobre esta hora…

–En ese caso, será mejor que nos levantemos y nos vistamos para poder poner rumbo a Vista del Mar cuanto antes.

Bella asintió.

–¿Te duchas tú o me ducho yo? –preguntó.

–Tú primero –contestó Edward.

Bella estaba ansiosa de poner distancias, así que se puso en pie rápidamente. En aquel momento, llamaron a la puerta suavemente.

–Servicio de habitaciones –dijo Emmet desde el otro lado–. ¿Estáis visibles?

–Un momento –contestó Edward–. Vuelve a meterte en la cama –le susurró a Bella, que se volvió a sentar y a apoyarse en la almohada todo lo lejos que pudo de él–.Más cerca y tápate entera.

–Se va a creer que estoy desnuda.

–Esa es la idea. Si ve tu pijama de osos bailarines, se va a dar cuenta de que no hemos hecho el amor en nuestra noche de bodas.

Bella se acercó hasta casi tocarlo y Edward se dejó caer también hacia el centro de la cama, de manera que sus cuerpos entraron en contacto. Por desgracia, el pijama de Edward no era barrera suficiente.

–Sigues pareciendo una monja –comentó–.Desabróchate los dos primeros botones y bájate la chaqueta del pijama hasta que se te vean los hombros.

–Pero…

–Venga.

Bella se mordió el labio inferior y obedeció. Al ver sus hombros, Edward la deseó todavía más. ¡Y solo eran los hombros! La parte adolescente que, por lo visto, seguía habitando en él y parecía haberse hecho la dueña de su cerebro, deseó que Emmet estuviera en Tombuctú y que Bella estuviera completamente desnuda de verdad.

Edward se recordó a sí mismo que ya no era un adolescente sino un hombre hecho y derecho que controlaba sus emociones y sus instintos. Lo cierto era que tuvo que dar gracias por que el edredón fuera tan grueso porque había cierta parte de su anatomía que no tenía en absoluto controlada en aquellos momentos.

–Pasa.

Emmet abrió la puerta y entró con una bandeja de madera.

–No miro –saludó desviando la mirada–. Mamá quería que os subiera el desayuno. Ya le he dicho que no me parecía una buena idea, pero ha insistido…

–Dale las gracias de nuestra parte, pero no hacía falta–contestó Max sinceramente–. Anda, mira por dónde vas, no vaya a ser que te tropieces con la ropa interior de Bella, que está por el suelo.

–¡No es verdad! –protestó la aludida.

Edward le pasó el brazo por los hombros. Estaba rígida.

Su mano quedó tocando mitad pijama y mitad piel desnuda. Si no hubiera sido por la presencia de su hermano, habría estado perdido. Hacía demasiado tiempo que no se acostaba con una mujer. Hacía demasiado tiempo que no se acostaba con aquella mujer.

Emmet los miró por fin y depositó la bandeja sobre la mesilla más cercana.

–Yo solo cumplo órdenes. Vosotros a disfrutar y a tomaros todo el tiempo del mundo. Antony ya se ha despertado y está desayunando.

Nosotros nos encargamos de él y, si quiere venir a veros, os lo traemos. Aunque a Edward  le parecía imposible, Bella se tensó todavía más.

–No sé si me parece buena idea –comentó, pues su hijo era el parachoques perfecto entre ellos dos, la excusa perfecta para no fijarse demasiado en Edward.

–Yo sólo me encargo de dar los mensajes –contestó emmet levantando las manos y dirigiéndose a la puerta–.Buen provecho. Si no surge ninguna urgencia, no volveremos a molestaros –se despidió guiñándoles el ojo y cerrando la puerta al salir.

Bella volvió a cubrirse los hombros con el pijama y se apartó de Edward. Lo hizo tan aprisa que estuvo a punto de apartó de Edward. Lo hizo tan aprisa que estuvo a punto de caerse de la cama. Edward quería volver a sentirla cerca.

–¿Y ahora qué hacemos? –le preguntó.

–Desayunar –contestó Edward mirando la bandeja–. Café con magdalenas y huevos revueltos con jamón y salsa holandesa.

–¿De verdad?

–Mi madre me preguntó anoche qué te gustaba desayunar.

–¿Y te acordabas?

–No es para tanto –contestó Edward preguntándose si recordar su desayuno preferido no sería otro síntoma de su debilidad por ella.

Aunque se decía una y otra vez que la había borrado de su vida, empezaba a sospechar que no había sido así.

–Gracias.

Edward sirvió dos tazas de café y le pasó una. Comieron en silencio. A Bella siempre le habían gustado los silencios de Edward, nunca había sentido la necesidad de romperlos. En ese sentido, era fácil estar con ella.

La observó disimuladamente mientras comía. Así fue como vio que una miga de la magdalena se deslizaba escote abajo. Edward se apresuró a agarrarla y a echarla fuera. Movimiento suficiente para que Edward  viera la curva de su pecho y vislumbrara el color de su pezón.

La respuesta de su cuerpo no se hizo esperar y fue fiera.

Salvaje.

Después de dejar su relación, había salido con unas cuantas mujeres, pero no había permitido que ninguna de las relaciones se volvieran serias, no había dejado que ninguna de ellas llegara a afianzarse como para desayunar en la cama.

Pero desayunar en la cama era una tradición en su familia y con bella lo había hecho unas cuantas veces. En aquellas ocasiones, a veces se habían quedado leyendo el periódico, pero en la mayoría de los casos habían terminado haciendo el amor durante horas.

Hoy, definitivamente, iba a ser leer el periódico.

Tenían que pasarse, por lo menos, tres cuartos de hora más en la cama para que su familia no sospechara. Así que Edward se terminó los huevos y agarró la sección de deportes mientras que, tal y como esperaba Bella, eligió la de pasatiempos, buscó el crucigrama y sacó un bolígrafo de su bolso, que estaba en el suelo junto a la cama.

En los viejos tiempos, solía consultarle si encontraba alguna palabra difícil, pero ahora no lo hacía, prefería mordisquear el extremo superior del bolígrafo mientras pensaba.

En diez minutos tenía el crucigrama terminado. A Edward le gustó, pues demostraba que era una mujer inteligente, rápida e independiente.

Demasiado independiente, quizás. Tan independiente que había creído no necesitarlo para nada.

Edward vio que Bella miraba el reloj.

–Sí, ya podemos bajar –comentó.

Bella sonrió visiblemente aliviada y saltó de la cama para dirigirse al baño a toda velocidad. Edward se permitió visualizar, solo unos segundos, por supuesto, aquel cuerpo que conocía tan bien bajo la ducha.

Edward estaba metiendo las maletas en el coche mientras bella  charlaba con Esme en el vestíbulo de mármol cubierto todo él con fotografías familiares. Bella no entendía por qué una persona que tenía una familia tan unida y tan agradable evitaba a toda costa el contacto cercano con los demás como lo hacía Edward.

¿O sería solamente con ella?

Antony estaba en brazos de su abuela, pasándoselo en grande con su collar de perlas. El rato que habían pasado con la familia de Edward aquella mañana no había resultado tan raro como ella esperaba. Desde luego, había sido porque Esme y Carlisle habían hecho todo lo que había estado en sus manos para ponérselo fácil. A pesar de todo, la miraban con muchas preguntas en los ojos y era normal.

Menos mal que Tony los distraía a todos.

Pronto estaría de vuelta en su casa, en su territorio.

Qué gusto. Lo necesitaba. Solo le quedaba una hora y media para poder quedarse a solas y poner en orden lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro.

–Carlisle, que se van ya –dijo Esme llamando a su marido–. Ahora vuelvo, voy a buscarlo –añadió poniéndole la mano en el brazo a Bella y alejándose con su nieto en brazos.

Bella tomó aire y disfrutó del primer momento a solas consigo misma desde que se había montado el día anterior en el coche de Edward. En breve, estaría en casa. No tenía ni idea de qué pasaría luego, pero estaba segura de que lo peor ya había pasado.

Se había casado con Edward, así que había hecho lo que él quería, llevar su apellido y permitir que Antony fuera hijo de padres casados. Bella estaba dispuesta a disfrutar de lo que aquella situación durase.

Se acercó a la pared y se fijó en las fotografías que había colgadas. Las había visto al llegar el día anterior, pero no había tenido tiempo de mirarlas realmente.

Había una de toda la familia Cullen. Estaban bajo un enorme roble. Se notaba que era de hacía muchos años.

No era un posado, pues la gente estaba hablando y riéndose, casi ningún miembro de la familia miraba a la cámara. Eran muchos. Bella los contó e intentó identificar a cada uno.

Entonces, oyó pasos tras de sí y se giró para encontrarse con Edward de brazos cruzados.

–El equipaje ya está en el coche –anunció–. ¿Dónde está Antony?

–Se lo ha llevado tu madre –contestó Bella volviendo su atención hacia la fotografía de nuevo.

Había seis niños y no los cinco que le había dicho Edward.

Había dos exactamente iguales. Dos Edwards. Tenían unos diez años y Bella supuso que uno era Edward y el otro el misterioso Daniel que Emmett había mencionado la noche anterior. Entonces, sintió una presión angustiosa en el pecho. La única razón para que Edward no le hubiera hablado de él era que aquel hermano hubiera muerto. ¿Cuándo habría sucedido? ¿Y cómo?

Se giró hacia Edward, que seguía de brazos cruzados y la miraba dejándole claro que no quería preguntas al respecto.

–Voy a buscarlos –anunció yéndose.

Así que tenía un gemelo.

Y no quería hablar de él.

El trayecto en silencio terminó al llegar a casa de Bella, que no había preguntado nada sobre el gemelo de Edward. Él, desde luego, no había sacado el tema tampoco.

¿Lo haría algún día? ¿Y tenía ella derecho a preguntar?

No quería ni imaginarse lo horrible que habría sido perder a su hermano gemelo.

Le interesaba saber qué había sucedido, pero comprendía que era una distracción de la gran pregunta:

¿y ahora qué?

Edward apagó el motor y continuó en silencio, con las manos apoyadas en el volante.

Bella miró hacia su casa. Su santuario. Por fin un respiro, su espacio, su tiempo, su territorio, su libertad.

Por fin. A ver cuánto le duraba.

Ya habría tiempo de decidir qué iban a hacer.

Edward los acompañó dentro con el equipaje. Mientras él subía las maletas al piso de arriba, Bella se encargó de cambiar a Antony de camiseta porque se había mojado de agua.

Pronto se habría ido.

Bella no paraba de pensarlo mientras cambiaba a su hijo. Pronto podría pensar en paz y dilucidar qué quería hacer con su vida porque habían pasado demasiadas cosas en un solo día.

Edward bajó lentamente las escaleras y Bella salió a su encuentro. Antony se soltó de su mano y corrió para jugar con sus trenes.

–Voy a por mis cosas –anunció Edward desde la puerta–.Estaré de vuelta en una hora, como mucho.

Capítulo 5: "NOCHE DE BODAS O TRATAR DE DORMIR" Capítulo 7: VIVIENDO JUNTOS PERO NO REVUELTOS

 
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