Capítulo Uno

Esa vez había ido demasiado lejos.

Edward Cullen  levantó la mirada del periódico que estaba leyendo, la fijó en el mar, que se veía a través de la ventana, y tomó una decisión.

Esta vez no le iba a permitir que ignorara sus llamadas, esta vez no lo iba a poder ignorar.

Al echar la silla hacia atrás para ponerse en pie, las patas rechinaron contra el suelo de madera del club de tenis. Tras dejar propina para la camarera, y sin haber tocado la tortilla que le había servido, le dio un trago al café y se fue.

Y pensar que hacía meses que no tenía un sábado libre.

Ya sabía él que algo tenía que surgir.

Edward buscó en la agenda de su teléfono móvil mientras iba de camino al coche y encontró la dirección que necesitaba. Tiró el periodicucho sobre el asiento del copiloto y puso el Aston martin vanquish volnte 2013 en marcha.

La primera vez que había visto la fotografía y el artículo de isabella Swan en el Seaside Gazette, se había dado cuenta de que estaba en Vista del Mar y había sentido un inesperado relámpago de placer y triunfo, algo parecido a lo que le sucedía cuando encontraba algo que no sabía que había perdido. Por ejemplo, un billete de cien dólares olvidado en el bolsillo de un abrigo.

Pero aquello había sido mejor.

Sin embargo, en cuanto leyó el primer párrafo, se evaporó aquella sensación.

Desde entonces, había intentado tomarse su presencia y sus artículos con objetividad profesional, pero era obvio que ella no estaba haciendo lo mismo. Sus ataques a Empresas Vulturi y, sobre todo, a Aro Vulturi, que era el jefe de Edward, no eran objetivos. Se lo podían parecer a un lector poco informado, pero Edward sabía que iban directamente dirigidos contra él.

Al tirar el periódico, la publicación había quedado del lado en el que aparecía el artículo y la fotografía de Bella.

En el primer semáforo rojo, Edward le dio la vuelta para no tener que seguir viéndolo.

En aquel momento, le sonó el teléfono.

–¿Lo has visto? –le preguntó Aro sin preámbulos.

–Me estoy ocupando de ello ahora mismo –contestó Edward.

Al ser director de relaciones públicas de Empresas Vulturi, Edward debía calmar las aguas para que los habitantes de Vista del Mar vieran con buenos ojos la compra de Industrias Wolf, un fabricante de microchips y una de las empresas más potentes de la ciudad, por parte de Empresas Vulturi. Y, por lo que parecía, Bella estaba haciendo todo lo que podía para conseguir lo contrario.

–¿Es difamación? –le preguntó Aro.

–Casi –contestó Edward–. Estoy yendo ahora mismo a su casa para dejarle claro que nuestros abogados van a examinar este artículo, todo lo que ha escrito sobre nosotros hasta la fecha y todo lo que escriba a partir de ahora.

–Bien –dijo Aro colgando.

Edward solía respetar la tenacidad de Bella, pero, cuando su jefe se había convertido en el blanco repetido de sus ataques, había empezado a ver esa tenacidad como intransigencia y rencor.

Porque Bella y él tenían historia.

Sin embargo, Edward tenía buenos recuerdos de la relación de ambos y creía que habían acabado bien. La ruptura se había producido cuando Bella había mencionado, a los seis meses de estar juntos, las palabras

«matrimonio» e «hijos» en la misma conversación.

Entonces, Edward había visto claro que había llegado el momento de acabar con lo que había entre ellos porque no tenía ninguna intención ni de casarse ni de tener hijos.

Y seguía sin tenerla.

Así que había roto con ella allí mismo y en ese mismo momento. Le había parecido lo más honesto por su parte.

Y Bella se lo había tomado bien porque no había montado ningún melodrama. Le había dicho que tenían formas diferentes de ver la vida y que buscaban cosas distintas en una relación y se había despedido sin mirar atrás.

Desde entonces, hacía tres años y medio, no había vuelto a saber nada de ella. Hasta que habían empezado a aparecer sus artículos. Edward se planteaba ahora que, tal vez, no se había tomado la ruptura tan bien como él había creído. ¿Habría estado todo aquel tiempo preparando la venganza?

Durante los diez minutos que tardó en llegar a la casa de estilo colonial que Bella tenía en la playa, Edward tuvo tiempo de calmarse y ahora se encontraba molesto en lugar de furioso.

Podía con ella perfectamente.

Además, para ser completamente sincero consigo mismo, sentía curiosidad. Se lo habían pasado bien juntos.

¿Estaría igual? ¿Seguiría teniendo aquellos ojos tan verdes?

Edward se acercó a la puerta, llamó y esperó justo delante del cristal que había junto a la puerta, para que lo viera bien. Mientras esperaba, oyó la música clásica que tanto solía gustarle a Bella y se la imaginó bailando.

La música se paró.

Desde donde estaba, veía un coche tipo ranchera y se preguntó qué habría sido del deportivo que tenía antes.

¿Se habría casado, como era su deseo? Edward se quedó pensativo. Seguía llevando el mismo apellido, pero eso no quería decir nada.

Bueno, daba igual. A él lo único que le incumbía de la vida de Bella era el artículo que había escrito.

En aquel momento, se abrió la puerta.

Durante unos segundos, mientras se miraban, a Edward se le olvidó qué hacía allí, para qué había ido. El sol se reflejaba en el pelo castaño de Bella y confería a su piel una apariencia de porcelana. Qué conocida se le hacía y qué distante a la vez.

–¿Edward? –dijo ella parpadeando–. ¿Qué haces aquí?

Sus palabras, la sorpresa y la obvia reticencia hicieron que el mundo que le rodeaba volviera a la normalidad.

–Tenemos que hablar.

–Si quieres hablar conmigo, llámame por teléfono –le dijo ella cerrando la puerta.

Pero Edward puso el pie para que no lo consiguiera.

–Quiero verte ahora. Te llamé la semana pasada y no me hiciste ni caso. Esto es lo que pasa cuando no me devuelves las llamadas.

–Te iba a llamar el lunes. Podemos quedar la semana que viene. Te veré durante el horario de trabajo.

Seguía teniendo los mismos ojos verdes, pero la expresión que vio en ellos era diferente. A lo mejor estaba a la defensiva, precisamente, por lo que había escrito.

–¿Y desde cuándo tienes tú un horario de trabajo?

–Desde… –contestó Bella, mirándolo de una manera que Edward no supo interpretar–. Desde que me di cuenta de que el trabajo no lo es todo. Eso quiere decir que mis fines de semana son sagrados. Me gusta descansar y dedicarme a… otras cosas. Por si todavía no te ha quedado claro, no eres bienvenido.

Edward se quedó donde estaba. La recordaba como una mujer directa, pero había algo más, estaba a la defensiva, algo pasaba, y decidió aprovecharlo.

–No eres tú la única que valora sus fines de semana, así que déjame pasar, hablamos, arreglamos las cosas y me voy. No me pienso ir hasta que no hayamos hablado.

Edward miró el reloj y volvió la cabeza hacia el interior de su casa.

–Tienes cinco minutos –le dijo, abriendo la puerta para dejarlo entrar.

A Edward le pareció bien.

–Con cinco minutos me basta para hacerte entrar en razón –contestó entrando y mirándola más de cerca.

Llevaba una camiseta blanca que abrazaba sus pechos y ponía de manifiesto, porque se le transparentaban los pezones, que no llevaba sujetador. Edward sintió que le faltaba el aire y temió desviarse del asunto al que había venido. Entonces, se le ocurrió que, tal vez, no había sido muy buena idea presentarse por sorpresa en su casa a primera hora de la mañana.

Para rematar la escena, llevaba unos pantalones de yoga de talle bajo que envolvían sus caderas e iba descalza, así que Edward supuso que no hacía mucho que se había levantado. Se dijo inmediatamente que no debía permitir que sus pensamientos tomaran esos derroteros porque juntar las palabras «Bella» y «cama» era muy peligroso.

Aunque seguía estando delgada, tenía más curvas que antes. Su cuerpo tenía una nueva cualidad, una suavidad nueva, que, desde luego, faltaba en su rostro.

Bella se mordió el labio inferior, algo que Edward solamente le había visto hacer cuando estaba nerviosa. A continuación, le señaló una estancia que había a la derecha del recibidor de la entrada. Mientras Edward entraba en el sal

¿Cómo podía resultar tan rígida y tan tentadora a la vez?

Había un sofá y dos butacas tapizadas con tela de flores que parecían muy cómodas. Estaban situadas frente a una mesa baja sobre la que había un florero con lirios. El ventanal daba a un jardín privado lleno de palmeras.

–Siéntate –le dijo indicándole una de las butacas–. Ahora mismo vuelvo –añadió yendo hacia la puerta.

–Una cosa.

Bella dudó.

–¿Estás casada? –le preguntó Edward sin saber por qué.

–No.

Edward se preguntó por qué se sentía aliviado por su contestación. No tenía derecho, pero así era. En cualquier caso, se recordó que había ido a verla por trabajo y nada más.

Bella se giró y Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada del vaivén de sus caderas. Una vez a solas, miró a su alrededor. El salón estaba amueblado de manera un poco antigua y parecía demasiado ordenado.

La Bella que él recordaba solía tener periódicos, revistas y libros a medio leer por todas partes. Por lo visto, había cambiado o, como decía su abuela, aquel salón no era la sala donde hacía la vida. Era cierto que allí no había equipo de música ni olía a café.

Edward dejó el periódico sobre la mesa de manera que el artículo de Bella quedara hacia arriba para recordarse el propósito de su visita y dejar de especular sobre la vida que llevaría ahora su autora.

Tal y como había dicho, Edward volvió enseguida y volvió a cerrar la puerta con cuidado, como había hecho al irse. Se había cambiado de ropa y ahora lucía unos pantalones con bolsillos y una camiseta de algodón verde caqui. ¡Y sujetador! Se había recogido el pelo en una cola de caballo y tenía la apariencia de una de aquellas heroínas de los videojuegos a los que solían jugar juntos.

¡Preparada para el combate!

–El artículo de esta mañana –comenzó Edward listo para luchar también.

Debía concentrarse en lo que le había llevado allí y dejar de pensar en cómo sería la vida de Bella ahora, qué habría hecho en los últimos tres años y medio y preguntarse si aceptaría salir a cenar con él aquella noche.

«No, ni se te ocurra», se dijo.

Ya se había equivocado una vez creyendo que Bella no quería una relación seria ni casarse con él y había aprendido de su error.

Bella estaba sentada en el brazo de la otra butaca y lo miraba muy seria. Aunque sus intereses en aquel asunto eran opuestos, Edward estaba disfrutando al verla.

–Es difamatorio y calumnioso –le advirtió.

–No –contestó ella sonriendo–. Es un artículo de opinión y las opiniones que vierto en él están refutadas por hechos.

–¿Según tú decir que Aro Vulturi fue un adolescente de mal carácter que se ha convertido en un hombre de mal carácter que machaca a conciencia a los demás no es una calumnia sino un hecho?

–Eso no lo digo yo, lo dice otra persona.

–¿Alguien que lo conoce? ¿Es alguien de verdad?

–Por supuesto –contestó Bella–. Tan de verdad como lo fue en su día Leah Wolf.

Edward apretó los dientes y Bella se alegró de que lo hiciera. Leah Wolf era hija de Harry, fundador de Industrias Wolf y un hombre muy respetado en la ciudad. Hacía dos meses, Bella la había entrevistado y todo el mundo había leído la entrevista y la había creído a pie juntillas. Desde entonces, Edward había tenido que hacer esfuerzos titánicos para devolver la atención a lo positivo que estaba teniendo la presencia de Aro por allí, destacando lo que invertía en ayudas sociales. Por ejemplo, el programa La Esperanza de Hannah, que se dedicaba a enseñar a leer y a escribir a empleados inmigrantes.

Además, había conseguido involucrar a Aro y a su hermanastro Caius para que Elton jhon , la súper estrella de la música, participara en el programa y los habitantes de Vista del Mar estaban encantados con aquello, por lo que estaba intentando traer a otros cantantes, pero los famosos tenían mucho cuidado de con quién se relacionaban.

Bella y sus opiniones podían hacer que algunos se le echaran atrás.

–Leah insistió en que mencionara su nombre para dar veracidad a sus comentarios, pero la persona que he citado en el artículo de hoy ha preferido permanecer en el anonimato y a mí me ha parecido bien, pero eso no quiere decir que no tenga ejemplos verídicos para respaldar sus opiniones.

Edward se reclinó en la butaca y se quedó mirándola, observando lo segura de sí misma que estaba.

–Te la estás jugando, Bella. Nuestros abogados van a mirar con lupa todo lo que has escrito hasta el momento.

–Que miren lo que quieran –le contestó ella elevando el mentón en actitud desafiante.

Edward se sorprendió a sí mismo estudiándola, fijándose en su pelo, su piel, su figura y sus ojos, y recordando lo mucho que le había gustado aquella mujer. Claro que siempre había preferido sus ojos, la inteligencia y la pasión que había en ellos, eso era lo que más le habían llamado la atención, desde el principio.

Pero ahora no debía dejarse llevar por esos ojos y esa mirada, aunque era cierto que lo estaban tentando, provocando. Desde luego, Bella seguía siendo guapa y nunca había conocido otra mujer como ella.

Edward  se dijo que debía concentrarse en el artículo inmediatamente.

–Estás sembrando incertidumbre, miedo y rabia y no hace falta hacerlo. Empresas Vulturi está invirtiendo mucho recursos en La Esperanza de Hannah y en la próxima gala con la idea de favorecer a la comunidad. La beneficencia puede hacer mucho bien por la ciudad, pero no será así si tú te dedicas a asustar a la gente.

Edward obvió adrede que la compra de Industrias Wolf que había hecho Aro Vulturi sería a la larga algo bueno para la comunidad, y tampoco mencionó que Aro apoyaba las causas benéficas para mejorar la imagen pública de su empresa hasta que hubiera conseguido los planes que tenía para el futuro.

Aro podía decidir cambiar esos planes en cualquier momento.

–La gente tiene derecho a opinar y la gente de por aquí haría muy bien en hacer caso de las opiniones que recojo en mi artículo –comentó Bella–. Los habitantes de Vista del Mar deben desconfiar, deben enfadarse, no deben creer en el buen corazón de Aro Vulturi.

–Me parece a mí que estás dejando que tu animosidad personal influya en tu buen juicio profesional –comentó Edward, aunque Bella tuviera razón.

–No hay nada personal en este asunto –le aseguró Bella sorprendida.

–¿De verdad no estás haciendo todo esto para vengarte de mí?

Bella se rió.

–Eres un iluso, Edward.

–¿De verdad?

–Sí. Yo escribo lo que veo. Me gusta sugerir determinadas preguntas que los habitantes de Vista del Mar deberían hacer a tu querido señor Vulturi. En eso consiste mi trabajo… aunque al director de relaciones públicas del señor Vulturi no le guste.

–De la misma forma, si nuestros abogados quisieran hacerte ciertas preguntas a ti y a los propietarios del periódico para el que trabajas, estarían haciendo su trabajo.

–Cuento con el absoluto respaldo de los propietarios del periódico.

–A ninguno nos gusta que nos demanden –insistió Edward–. Lo único que tienes que hacer es dejar de escribir esos artículos tan agresivos y provocadores. Limítate a escribir sobre la verdad y los hechos.

–¿Me estás amenazando? –le preguntó Edward ladeando la cabeza.

–No, solo te estoy advirtiendo de a lo que te enfrentas–contestó Edward.

–¿Es que acaso no me conoces de nada? ¿Te crees que amenazándome, porque lo que acabas de hacer es amenazarme, vas a conseguir que deje de informar a la gente? ¿Crees que voy a dejar a un lado mi deber?

–Intento ayudarte. Quiero que comprendas que Aro Vulturi no permite que nadie se inmiscuya en sus asuntos. Cuando quiere algo, lo consigue, sin más –contestó Edward, rezando para que le hiciera caso.

–¿Puedo decir que eso lo has dicho tú?

–No, he venido a verte en calidad de… viejo amigo –contestó Edward–. Sin embargo, puedo conseguirte todas las citas que necesites. Te puedo conseguir incluso una entrevista con Aro.

Bella sonrió ampliamente y Edward tuvo la sensación de que la estancia entera se iluminaba.

–¿Para qué? ¿Para obtener los mismos datos que vas a dar en tu próxima rueda de prensa o la información descafeinada que soléis hacer pública en vuestros comunicados, como la que me llegó la semana pasada ensalzando a La Esperanza de Hannah y la gala?

Eso era exactamente lo que Edward tenía en mente, pero no lo dijo.

–Como si no fuera obvio que…

Un sonido sordo como de algo que caía al suelo hizo que Edward se interrumpiera y se pusiera seria de nuevo.

–Se te acabó el tiempo –sentenció consultando el reloj–. Ya está todo dicho. Pensaré en lo que hemos hablado, te lo aseguro –le prometió en tono repentinamente conciliador–. Ahora vete, por favor – añadió, poniéndose en pie y abriéndole la puerta.

Edward se levantó lentamente.

Algo la había desequilibrado, algo había vuelto a dibujar en su rostro aquella expresión de miedo. Era obvio que estaba ansiosa por que se fuera. Edward salió al recibidor. Bella ya lo estaba esperando con la puerta de la calle abierta. Al verlo acercarse, sonrió y la abrió completamente.

–No tiene por qué ser así, Bella.

–¿Cómo que no? Yo hago mi trabajo como me da la gana.

–No me refería al trabajo sino a nosotros…personalmente. Fuimos rivales y, aun así, nos entendimos…

–Y aprendí la lección, te lo aseguro. Desde entonces, no mezclo nunca lo personal con lo profesional. Por favor, vete –insistió tomándolo del brazo para urgirlo a abandonar su casa.

Edward  no se movió. Tanta desesperación por parte de Bella había disparado su curiosidad. Allí pasaba algo.

¿Habría un hombre en la casa y no querría que lo viera?

En aquel momento, se volvió a oír otro sonido sordo y Edward miró hacia el interior de la casa.

–Edward –insistió Bella apretándole el brazo–. Vete.

Edward se rindió y dio un paso al frente. Le daba igual. No era asunto suyo lo que Bella quisiera esconder ni quería sacarla de sus casillas quedándose más tiempo ni, sobre todo, quería sentir lo que su mano en el brazo le estaba todo, quería sentir lo que su mano en el brazo le estaba produciendo.

–Mamá –dijo una voz infantil.

Bella le soltó el brazo.

–¿Mamá? –se sorprendió Edward.

Bella cerró los ojos y dejó caer los hombros. Edward comprendió de repente. Todas las piezas encajaban. Su cuerpo con más curvas, las prisas que tenía por deshacerse de él. De repente, todo tenía sentido. Aunque no se hubiera casado, desde luego, no había tardado mucho en encontrarle sustituto en la cama, en encontrar a otro hombre que le diera el hijo del que había hablado.

–¿Cuándo nació? –quiso saber.

Edward no era experto en niños, pero aquél hablaba, así que debía de andar por los tres años.

–Vete, por favor –contestó Bella mirándolo con resignación–. Tenemos que hablar, pero ahora no es el momento ni el lugar.

–Muy bien –contestó Edward deseoso de irse, porque no se entendía bien con los niños.

–Mamá.

Dejándose llevar por la curiosidad de saber cómo era el hijo de Bella, se giró hacia la vocecilla y se encontró con un pequeño de rizos cobrizos  que sostenía una mantita azul cielo.

–Tengo hambre.

Aquel niño era el vivo retrato de Edward y su hermano con dos años en aquella fotografía que sus padres seguían teniendo en el salón de su casa. Edward  sintió que la sorpresa lo paralizaba, pero acertó a mirar a Bella, que había palidecido por completo.

–¿Mamá? –repitió mirándola a los ojos–. ¿Mamá? –repitió una tercera vez, porque no se lo podía creer.

Sabía que el niño era hijo de Bella y que se parecía increíblemente a él, así que no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que el niño era también suyo.

–Sí, mi vida, espérame en la cocina, que ahora voy –dijo Bella.

El niño miró al desconocido durante unos segundos interminables y se fue.

Edward sintió que el peso de la traición caía sobre él. Y pensar que había creído que Bella estaba nerviosa por lo que había escrito. Llevaba tres años y medio engañándolo.

–¿Podríamos hablar de esto más tarde? –le preguntó Bella sin atreverse a mirarlo a los ojos y tragando saliva, consciente de que Edward no se iba a ir.

Edward agarró la puerta y la cerró.

Estaba furioso de nuevo. Así lo sintió mientras la seguía a la cocina. Estaba furioso y sorprendido. No sabía lidiar con la sorpresa y no podía dejar salir la furia porque había un niño.

Un niño que era su hijo.