Edward soltó una leve carcajada.
- Buena chica. Sigue rechazándolo. – sonrió. Una sonrisa limpia y blanca, que haría estremecer a cualquier mujer en solo verla. Cogió su calibre del 38 y lo colocó en su cinturón, camuflado.
James la miró apenado.
- ¿Qué es lo que no te gusta de mí? – dijo abriendo los brazos.
- A ver… - Bella puso los enormes ojos chocolate, en blanco. – que sí, que eres muy atractivo y que tendrás a muchas mujeres detrás. Pero a mí, no-me-gustas.
James se le abalanzo. Las alarmas de Edward se despertaron y se dispuso a salir. Pero lo único que hizo James fue besarla. Bella lo forzó a dejarla.
- Piénsalo ¿si? – se giró, dejándola perpleja.
Bella negó con la cabeza y se metió en la clínica masajista de nuevo.
- Bien… - James miró el reloj. Las ocho.
Sintió que alguien entraba en la clínica. Se fijó en quien era. Una mujer, más o menos de la edad de Bella. Rubia, pelo recogido. Iba con una falda apretada negra, dejando ver las piernas. Una blusa blanca, escotada que daba bastante a la imaginación. Edward volvió a sonreír.
- Vaya con la secretaria, tampoco se queda atrás. – abrió la puerta del coche y salió, cerrando con el mando inalámbrico el precioso Lamborgini.
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