El Lamborgini de color negro aparcó delante de la clínica.Edward se quitó las gafas y miró por la ventanilla. Jugueteó con la foto en sus dedos. Volvió a mirar a la mujer que había en ella. Preciosa. Edward se acomodó en el asiento de su auto. Un top negro, unas gafas Ray Ban y unos jeans que dejaban a la vista unos buenos muslos. Sandalias de tacón alto y el castaño pelo suelto.
Sonrió, era lo suficiente explosiva para que los hombres se tuvieran que girar para volver a verla. Algo distrajo su atención. Eran las siete y media de la mañana, y alguien abría la clínica. La vio, de espaldas metiendo la llave en el cerrojo del portal. Llevaba un blusa de media manga y una minifalda que llegaba por media cintura. De nuevo las provocativas sandalias negras de tacón. Entró y dejó la puerta abierta.
- Bueno, vamos a ver qué aplicada es en su trabajo.– Edward intentó asomarse, vio a Isabella terminando unos arreglos en la oficina principal. Se relamió al verla agachada. Hermoso culo. Alguien entró por la puerta.
- Buenos días, preciosa. Ella se giró y se levantó, analizando quien era. Sonrió. - Hola, James. – observó que llevaba algo en las manos - ¿Y eso? – alzó una ceja. - Es para ti. – le alcanzó un ramo de flores enorme. - No hace falta que me regales nada… - dijo ella fingiendo una sonrisa.
Edward no dejó de observarlos. Sacó un par de fotos con la cámara que le había prestado Miguel.
- Así que es cierto que estas con ese criminal, muñeca… - sonrió – la sorpresa que te vas a llevar cuando te diga que es un coleccionador de mujeres muertas.
Se volvió a acomodar en el asiento y siguió observándolos.
- Espero que hoy aceptes la cena… - dijo James acercándose a ella. La intentó besar, pero Isabella lo rechazó.
- James, solo eres un cliente más. Entiende que no me gustas.
|