Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93765
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 3: Plan en marcha

 

 

La mañana de finales de abril era húmeda y fría. No había papeles pegados en la limusina que los esperaba junto a la acera, ni latas, ni letreros de RECIÉN CASADOS, ninguna de esas cosas maravillosas reservadas a las personas que se aman. Bella se dijo a sí misma que tenía que dejar de ser tan sentimental. Renée se había metido con ella durante años por ser exasperadamente anticuada, pero todo lo que Bella había querido era una vida convencional. No era tan extraño, supuso, para alguien que había sido educada con tan poco convencionalismo.

Se subió a la limusina y vio que el cristal opaco que separaba al conductor de los pasajeros estaba cerrado. Al menos tendría la intimidad que necesitaba para contarle a Edward Masen cuál era su plan antes de llegar al aeropuerto.

«Hiciste unos votos, Bella. Unos votos sagrados.» Ahuyentó a la inequívoca voz de su conciencia diciéndose que no tenía otra opción.

Edward se sentó junto a ella y el espacioso interior pareció volverse pequeño repentinamente. Si él no fuera tan físicamente abrumador, ella no estaría tan nerviosa. 

Aunque no era tan musculoso como un culturista, Edward tenía el cuerpo fibroso y fornido de alguien en muy buenas condiciones físicas. Tenía los hombros anchos y las caderas estrechas. Las manos que descansaban sobre los pantalones eran firmes y bronceadas, con los dedos largos y delgados. Bella sintió un ligero estremecimiento que la inquietó.

Apenas se habían apartado del bordillo cuando él comenzó a tirar de la corbata. Se la quitó bruscamente y la metió en el bolsillo del abrigo; después se desabrochó el botón del cuello de la camisa con un movimiento rápido de muñeca. Bella se puso rígida, esperando que no siguiera. En una de sus fantasías eróticas favoritas, ella y un hombre sin rostro hacían el amor apasionadamente en el asiento trasero de una limusina blanca que recorría Manhattan mientras Michael Bolton cantaba de fondo Cuando un hombre ama a una mujer, pero había una gran diferencia entre la fantasía y la realidad.

La limusina se incorporó al tráfico. Ella respiró hondo, intentando tranquilizarse, y olió el intenso perfume a fresa en su pelo. Vio que Edward había dejado de quitarse la ropa, pero cuando él estiró las piernas y comenzó a estudiarla, Bella se removió en el asiento con nerviosismo. No importaba lo mucho que lo intentara, nunca sería tan bella como su madre, y cuando la gente la miraba demasiado tiempo, se sentía como un patito feo. Los agujeros de las medias doradas, tras el encuentro con el pequinés, no contribuían a reforzar su confianza en sí misma.

Abrió el bolso para buscar el cigarrillo que tanto necesitaba. Era un vicio horrible, lo sabía de sobra y no estaba orgullosa de haber sucumbido a él. Aunque Renée siempre había fumado, Bella no solía fumar más que un cigarrillo de vez en cuando con una copa de vino. Pero en aquellos primeros meses después de la muerte de su madre se había dado cuenta de que los cigarrillos la relajaban y se había convertido en una verdadera adicta a ellos. Después de una larga calada, decidió que estaba lo suficientemente calmada como para exponerle el plan al señor Masen.

— Apágalo, cara de ángel.

Ella le dirigió una mirada de disculpa.

— Sé que es un vicio terrible y le prometo que no le echaré el humo, pero ahora mismo lo necesito.

Él alargó la mano detrás de ella para bajar la ventanilla. Sin previo aviso, el cigarrillo comenzó a arder.

Ella gritó y lo soltó. Las chispas volaron por todas partes. Él sacó un pañuelo del bolsillo del traje y de alguna manera logró apagar todas las ascuas.

Respirando agitadamente, ella se miró el regazo y vio la marca diminuta de una quemadura en el vestido de raso dorado.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó sin aliento.

— Creo que estaba defectuoso.

— ¿Un cigarrillo defectuoso? Nunca he visto nada así.

— Será mejor que tires la cajetilla por si todos los demás están igual.

— Sí. Por supuesto.

Ella se la entregó con rapidez y él se metió el paquete en el bolsillo de los pantalones. Aunque Bella todavía se estremecía del susto, él parecía perfectamente relajado. Reclinándose en el asiento de la esquina, él cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.

Tenían que hablar —tenía que exponerle el plan para poner fin a ese bochornoso matrimonio, —pero él no parecía estar de humor para conversar y ella temía meter la pata si no iba con cuidado. El último año había sido un desastre total y Bella se había acostumbrado a animarse con pequeñas cosas a fin de no dejarse llevar totalmente por la desesperación.

Se recordó a sí misma que aunque su educación podía haber sido poco ortodoxa, desde luego sí había sido completa. Y a pesar de lo que su padre pensaba, había heredado el cerebro de Charlie y no el de Renée. También poseía un gran sentido del humor y era optimista por naturaleza, cualidad que ni siquiera el último año había podido destruir por completo. Hablaba cuatro idiomas, era capaz de identificar al diseñador de casi cualquier modelo de alta costura y era toda una experta en calmar a mujeres histéricas. Por desgracia, no poseía ni el más mínimo sentido común.

¿Por qué no había hecho caso del abogado parisino de Renée, cuando le dejó claro que no le quedaría ni un centavo una vez que pagara las deudas que ésta había dejado? Ahora sospechaba que había sido el sentimiento de culpa lo que la había impulsado a asistir a todas aquellas fiestas durante los desastrosos meses que siguieron al funeral. Llevaba muchos años queriendo liberarse del chantaje emocional al que su madre la había sometido en su interminable búsqueda del placer. Pero no había querido que Renée muriera. Eso no.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había querido muchísimo a su madre y, a pesar de su egoísmo, de sus interminables exigencias y de su constante necesidad de reafirmarse en la belleza, Bella sabía que Renée la había querido.

Se había sentido culpable ante la inesperada libertad que el dinero y la muerte de Renée le habían proporcionado. Se había gastado toda la fortuna, no sólo en sí misma sino en cualquiera de los viejos amigos de Renée que estuviera en apuros. Cuando las amenazas de los acreedores habían subido de tono, había extendido cheques para mantenerlos callados, sin saber ni importarle si tenía dinero para cubrirlos.

Charlie descubrió el derroche de Bella el mismo día que emitieron una orden de arresto contra ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de la realidad y del alcance de lo que había hecho. Tuvo que rogarle a su padre que le prestara dinero para mantener alejados a los acreedores, prometiendo devolvérselo en cuanto pudiera.

Charlie había recurrido al chantaje. Era hora de que madurara, le había dicho, y si no quería ir a la cárcel debería poner fin a todas esas extravagancias y seguir sus órdenes sin rechistar.

En un tono brusco e inflexible, él había dictado sus términos. Se casaría con el hombre que él escogiera para ella tan pronto como pudiera arreglarlo. Y no sólo eso, tendría que permanecer casada durante seis meses, ejerciendo de esposa obediente durante ese tiempo. Sólo al final de esos seis meses podría divorciarse y beneficiarse de un fondo fiduciario que él establecería para ella, un fondo fiduciario que él controlaría. Si era frugal, podría vivir con relativa comodidad el resto de su vida.

— ¡No puedes hablar en serio! —exclamó ella cuando finalmente había recobrado el habla. —Ya no existen los matrimonios de conveniencia.

— Nunca he hablado más en serio. Si no aceptas casarte, irás a la cárcel. Y si no permaneces casada durante seis meses, nunca volverás a ver un penique más de mi bolsillo.

Tres días más tarde, le había presentado al futuro novio sin mencionar qué estudios poseía ni a qué se dedicaba, y sólo le había hecho una advertencia:

— Él te enseñará algo sobre la vida. Por ahora, es todo lo que necesitas saber.

Cruzaron el Triborough Bridge y se dio cuenta de que muy pronto llegarían a La Guardia, por lo cual no podía esperar más para sacar a colación el tema sobre el que tenían que hablar. Por costumbre, Bella sacó un espejo dorado del bolso para cerciorarse de que todo estaba como tenía que estar. Ya más segura, lo cerró con un golpe seco.

— Disculpe, señor Masen.

Él no respondió.

Ella se aclaró la garganta.

— ¿Señor Masen? ¿Edward? Creo que tenemos que hablar.

Él abrió los párpados que ocultaban aquellos ojos color azules. 

— ¿De qué?

A pesar de los nervios, ella sonrió.

— Somos unos completos desconocidos que acaban de contraer matrimonio. Creo que eso nos da tema más que suficiente para hablar.

— Si quieres escoger los nombres de nuestros hijos, cara de ángel, creo que paso.

Así que tenía sentido del humor después de todo, aunque fuera algo cínico.

— Quiero decir que deberíamos hablar de cómo vamos a pasar los próximos seis meses antes de poder solicitar el divorcio.

— Creo que será mejor que vayamos paso a paso, día a día —hizo una pausa. —Noche a noche.

A Bella se le puso la piel de gallina y se dijo a sí misma que no fuera estúpida. Él había hecho un comentario perfectamente inocente y ella sólo había imaginado la connotación sexual en aquel tono bajo y ronco. Forzó una brillante sonrisa.

— Tengo un plan, un plan muy simple en realidad.

— ¿Sí?

— Si me da la mitad de lo que le pagó mi padre por casarse conmigo, y creo que estará de acuerdo conmigo en que es lo más justo, podremos irnos cada cual por su lado y acabar con este lío.

Una expresión divertida asomó en esos rasgos de acero.

— ¿De qué lío hablas?

Ella debería haber sabido, por la experiencia adquirida gracias a los amantes de su madre, que un hombre así de guapo no rebosaría materia gris.

— El lío de encontrarnos casados con un desconocido.

— Pues creo que llegaremos a conocernos bastante bien. —De nuevo esa voz ronca. —Y eso de ir cada uno por su lado no era lo que Charlie tenía en mente. Tal y como lo recuerdo, se supone que tenemos que vivir juntos como marido y mujer.

— Eso pretende mi padre. Es un poco tirano en lo que se refiere a las vidas de otras personas. Lo mejor de mi plan consiste en que él nunca sabrá que nos hemos separado. Mientras no vivamos en su casa de Manhattan, donde puede vernos, no tendrá ni idea de dónde estamos.

— Definitivamente no viviremos en su casa de Manhattan.

Él parecía no estar tan dispuesto a cooperar como ella había esperado, pero Bella era lo suficientemente optimista como para creer que sólo necesitaba un poco más de persuasión.

— Sé que mi plan funcionará.

— A ver si nos entendemos. ¿Quieres que te dé la mitad de lo que Charlie me dio por casarme contigo?

— Ya que lo menciona, ¿cuánto fue?

— No fue ni mucho menos suficiente —masculló él.

Ella nunca había tenido que discutir las condiciones y no le gustaba tener que hacerlo ahora, pero al parecer no tenía alternativa.

— Si lo piensa un poco, verá que es lo justo. Después de todo, si no fuera por mí, no tendría nada.

— ¿Quieres decir que planeas darme la mitad del fondo fiduciario que tu padre ha prometido establecer para ti?

— Oh, no, no pienso hacer eso. 

Él soltó una breve carcajada. 

— Me lo imaginaba.

— No lo entiende. Le pagaré la deuda tan pronto como tenga acceso a mi dinero. Sólo le estoy pidiendo un préstamo.

— Y yo me niego.

Bella comprendió que le había vuelto a pasar lo de siempre. Tenía la mala costumbre de asumir lo que otras personas harían o lo que haría ella en su lugar. Por ejemplo, si fuera Edward Masen, se prestaría a darle la mitad del dinero simplemente por deshacerse de ella.

Necesitaba fumar. Aquello no pintaba bien. 

— ¿Puede devolverme los cigarrillos? Estoy segura de que no todos estaban defectuosos.

Él sacó el arrugado paquete del bolsillo de los pantalones y se lo entregó. Bella encendió uno con rapidez, cerró los ojos y se llenó los pulmones de humo.

Se escuchó un estallido y cuando abrió los ojos de golpe, el cigarrillo estaba en llamas. Con un grito ahogado, lo dejó caer. De nuevo, Edward apagó la colilla y las ascuas con el pañuelo.

— Deberías denunciarlos —dijo él con suavidad. Bella se llevó la mano a la garganta, demasiado aturdida para hablar.

Él se acercó y le tocó un pecho. Ella sintió el roce de ese dedo en la parte interior del seno y se estremeció, lo mismo que la piel sensible debajo del raso. Alzó la mirada de golpe a esos insondables ojos azules. —Un poco de ceniza —dijo él. Bella puso la mano donde él la había tocado y sintió el martilleo del corazón bajo los dedos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que una mano que no fuera la suya la había tocado allí? Dos años, recordó, cuando se había hecho la última revisión médica.

Ella vio que habían llegado al aeropuerto y se armó de valor.

— Señor Masen, tiene que entender que no podemos vivir juntos como marido y mujer. Somos unos completos desconocidos. Toda esta idea es ridícula y tendré que insistir en que coopere más conmigo.

— ¿Insistir? —dijo él suavemente. —No creo que tengas derecho a insistir sobre nada.

Ella tensó la espalda.

— No voy a permitir que me intimide, señor Masen.

Él suspiró y sacudió la cabeza, mirándola con una expresión de pesar que ella dudaba que fuera sincera.

— Esperaba no tener que hacer esto, cara de ángel, pero debería haber imaginado que no ibas a ser fácil. Será mejor que te explique las reglas básicas ahora mismo, así sabrás a qué atenerte. Para bien o para mal, vamos a permanecer casados durante seis meses a partir de hoy. Puedes irte cuando quieras, pero tendrás que hacerlo sola. Y por si todavía no te has dado cuenta, éste no va a ser uno de esos matrimonios modernos de los que se habla en las revistas. Éste va a ser un matrimonio tradicional. —Repentinamente, su voz se volvió más tierna y suave. —Lo que quiero decir, cara de ángel, es que yo mando y tú harás lo que diga. Si no lo haces, sufrirás algunas consecuencias bastante desagradables. La buena noticia es que, pasado el tiempo estipulado, podrás hacer lo que quieras. Sinceramente, me importará un bledo.

El pánico se apoderó de Bella, que luchó por no perder los nervios.

— No me gusta que me amenacen. Será mejor que hable claro y me diga cuáles son esas consecuencias que penden sobre mi cabeza.

Él se reclinó en el asiento y torció la boca en una mueca tan dura que Bella sintió un escalofrío en la espalda.

— Verás, cara de ángel, no pienso decirte nada. Tú misma lo descubrirás todo esta noche.

 

 

Capítulo 2: Necesito más tiempo Capítulo 4: "Hogar dulce hogar"

 
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