Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93806
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 2: Necesito más tiempo

 

«¿Cuánto tiempo más debo esperar antes de poder sacar a la mocosa de aquí?»

Edward Masen echó un vistazo a su reloj. Otros cinco minutos más, decidió. Observó cómo el sirviente que pasaba con la bandeja de bebidas se paraba a adularla.

«Disfrútalo, señora. Pasará mucho tiempo antes de que puedas volver a hacerlo.»

Mientras Charlie le mostraba al juez un samovar antiguo, Edward contempló las piernas de su nueva esposa, expuestas ante todo el mundo gracias a eso que ella llamaba vestido de novia. Eran delgadas y bien proporcionadas, lo cual le hizo preguntarse si el resto de ese cuerpo femenino, oculto a medias por la chaqueta, sería igual de tentador. Pero ni siquiera el cuerpo de una sirena lo compensaría de tener que casarse a la fuerza.

Recordó la última conversación que mantuvo con el padre de Bella.

— Es maleducada, atrevida e irresponsable —había dicho Charlie Swan. —Su madre fue una mala influencia para ella. No creo que Bella sepa hacer algo útil. Por supuesto, no es todo culpa suya. Bella estuvo pegada a las faldas de su madre hasta que murió. Es un milagro que no estuviera a bordo del barco la noche que se incendió. Tienes que tener mano dura con mi hija, Edward, o te volverá loco.

Lo poco que Edward había visto de Bella hasta ahora no le había hecho dudar de las palabras de Charlie. La madre, René Devreaux, había sido una modelo británica famosa hacía treinta años. Como los polos opuestos se atraen, Renée y Charlie Swan habían tenido una aventura amorosa cuando él comenzaba a destacar como experto en política exterior; Bella era el resultado.

Charlie le había asegurado a Edward que le había propuesto matrimonio a Renée cuando ésta se quedó embarazada inesperadamente, pero ella se había negado a sentar cabeza. No obstante, Charlie había insistido en que siempre había cumplido con su deber de padre hacia su hija ilegítima.

Sin embargo, todo indicaba lo contrario. Cuando la carrera de Renée había comenzado a desvanecerse, se había convertido en asidua de fiestas y saraos. Y donde quiera que Renée fuera, Bella la acompañaba. Al menos Renée había tenido una profesión, pensó Edward, pero Bella no parecía haber hecho nada útil en la vida.

Mientras miraba a su nueva esposa con más atención, observó algún parecido con Renée. Tenían el mismo color de pelo, oscuro como el ébano, y sólo las mujeres que no salían de casa podían tener esa tez tan pálida. Sus ojos eran de un castaño oscuro, casi como como el chocolate derretido. Pero Bella era más menuda —también parecía más frágil— y no tenía los rasgos tan marcados. Por lo que recordaba de viejas fotos, el perfil de Renée había sido casi masculino, mientras que el de su hija era mucho más suave, especialmente en la pequeña nariz respingona y en aquella boca absurdamente dulce.

Según Charlie, Renée tenía un carácter fuerte, pero era corta de entendederas, otra cualidad que la pequeña cabeza hueca con la que se había casado parecía haber heredado. No era exactamente la típica chica bonita y tonta —era demasiado culta para eso, —pero a él no le costaba imaginársela como el caro juguete sexual de un hombre rico.

Edward siempre había elegido con cuidado a sus compañeras de cama, y aunque le atraía ese pequeño cuerpo, prefería otro tipo de mujer, una que fuera algo más que un buen par de piernas. Le gustaban las mujeres que fueran inteligentes, ambiciosas e independientes y que no se guardaran nada para sí mismas. Podía respetar a una mujer que lo mandara a la mierda, pero no tenía paciencia con lloriqueos y pataletas. El mero hecho de pensar en eso hacía que le rechinasen los dientes.

Al menos tenerla bajo control no sería un problema. Miró a su esposa y curvó una de las comisuras de la boca en una sonrisita sardónica. «La vida tiene maneras de poner a las pequeñas chicas ricas y mimadas en el lugar que les corresponde. Y, nena, eso es lo que te acaba de pasar.»

 

 

Al otro lado de la habitación, Bella se detuvo delante de un espejo antiguo para mirarse. Lo hacía por costumbre, no por vanidad. Para Renée, la apariencia lo era todo. Consideraba que llevar el rímel corrido era peor que un holocausto nuclear.

El nuevo corte de pelo de Bella, a la altura de la barbilla y un poco más largo por detrás, era ligero, juvenil y delicado. A ella le había encantado desde el principio, pero le había gustado aún más esa mañana, cuando Amelia había protestado sobre lo inadecuado que era ese estilo para una boda.

Bella vio acercarse a su novio por el reflejo del espejo. Compuso una sonrisa educada y se dijo a sí misma que todo saldría bien. Tenía que ser así.

— Coge tus cosas, cara de ángel. Nos vamos.

A ella no le gustó ni un ápice aquel tono de voz, pero había desarrollado un talento especial para tratar con personas difíciles y lo pasó por alto.

— María está haciendo un soufflé Grand Marnier para el convite de bodas, pero no está listo aún, así que tendremos que esperar.

— Me temo que no. Tenemos que coger un avión. Tu equipaje ya está en el coche.

Necesitaba más tiempo. No estaba preparada para estar a solas con él.

— ¿No podemos coger un vuelo más tarde, señor Masen? Odio decepcionar a María. Es una joya y hace unos desayunos maravillosos.

Aunque la boca del hombre se había curvado en una sonrisa, los ojos parecieron taladrarla. Eran de un azul grisáceo que le recordaba a algo vagamente estremecedor. Aunque no podía recordar lo que era, ciertamente la inquietaba.

— Mi nombre es Edward y tienes un minuto para llevar ese dulce culito tuyo hasta la puerta.

A Bella le dio un vuelco el corazón, pero antes de que pudiera reaccionar, él le dio la espalda y se dirigió a los otros tres ocupantes de la habitación con voz tranquila pero autoritaria.

— Espero que nos disculpéis, pero tenemos que coger un avión.

Amelia dio un paso adelante y le dirigió a Bella una maliciosa sonrisa.

— Vaya, vaya. Alguien está impaciente por celebrar la noche de bodas. Nuestra Bella es un bocadito apetecible, ¿verdad?

De repente, a Bella se le fueron las ganas de tomar el soufflé de María.

— Me cambiaré de ropa —dijo.

— No tienes tiempo. Estás bien así.

— Pero. . .

La firme mano de Edward se posó en su espalda y la empujó resueltamente hacia el vestíbulo.

— Supongo que éste es tu bolso. —Ante el asentimiento de Bella cogió el bolsito de Chanel de la mesita dorada y se lo tendió. Justo entonces, el padre y la madrastra de Bella se acercaron para despedirse.

Si bien ella no pensaba llegar más allá del aeropuerto, quiso escapar del contacto de Edward que la conducía hacia la puerta. Se volvió hacia su padre y se odió a sí misma por el leve tono de pánico en la voz.

— Tal vez tú podrías convencer a Edward de que nos quedemos un poco más, papá. Apenas hemos tenido tiempo de hablar.

— Obedécele, Isabella. Y recuerda que ésta es tu última oportunidad. Si me fallas ahora, me lavo las manos. Espero que hagas algo bien por una vez en tu vida.

Hasta ahora, siempre había soportado las humillaciones de su padre en público, pero ser humillada delante de su nuevo marido era demasiado vergonzoso y Bella apenas consiguió enderezar los hombros. Levantando la barbilla, dio un paso delante de Edward y salió por la puerta.

Se negó a sostener la mirada de su esposo mientras esperaban en silencio el ascensor que los llevaría al vestíbulo. Segundos después, entraron. Las puertas se cerraron sólo para abrirse en la planta siguiente y dar paso a una mujer mayor con un pequinés color café claro.

De inmediato, Bella se encogió contra el caro panelado de teca del ascensor, pero el perro la divisó. Enderezó las orejas, emitió un ladrido furioso y saltó. Bella chilló mientras el perro se abalanzaba sobre sus piernas y le desgarraba las medias.

— ¡Quieto!

El perro continuó arañándole. Bella gritó y se agarró al pasamanos de latón del ascensor. Edward la miró con curiosidad y luego apartó al animal de un empujón con la punta del zapato.

— ¡Mira que eres travieso, Mitzi! —La mujer tomó a su mascota en brazos y le dirigió a Bella una mirada de reproche. —No entiendo lo que le pasa. Mitzi quiere a todo el mundo.

Bella había comenzado a sudar. Continuó aferrada al pasamanos de latón como si le fuera la vida en ello mientras miraba cómo aquella pequeña bestia cruel ladraba hasta que el ascensor se detuvo en el vestíbulo.

— Parecíais conoceros —dijo Edward cuando salieron.

— Nunca. . . nunca he visto a ese perro en mi vida.

— No lo creo. Ese perro te odia.

— No es eso. . . —ella tragó saliva, —es que me pasa una cosa extraña con los animales.

— ¿Una cosa extraña con los animales? Dime que eso no quiere decir que les tienes miedo.

Bella asintió con la cabeza e intentó respirar con normalidad.

— Genial —masculló él atravesando el vestíbulo.

— Simplemente genial.

Capítulo 1: Acepto Capítulo 3: Plan en marcha

 
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