Ángel

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 20/09/2016
Fecha Actualización: 01/02/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 93321
Capítulos: 38

La hermosa y caprichosa Isabella Devreaux puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Bella en este lío?

 

Edward Mase, tan serio como guapo, no tiene la menor intención de hacer el papel de prometido amante de una consentida cabeza de chorlito con cierta debilidad por el champán. Aparta a Bella de su vida llena de comodidades, la lleva de viaje a un lugar que ella jamás imagino y se propone domarla.

 

Pero este hombre sin alma ha encontrado la horma de su zapato en una mujer que es todo corazón. No pasará demasiado tiempo hasta que la pasión le haga remontar el vuelo sin red de seguridad... arriesgándolo todo en busca de un amor que durará para siempre.

 

Algunos personajes le pertenecen a Stephanie Meyer la mayoría son propiedad de Susan Elizabeth Phillips. Esta historia es una adaptación del libro Besar A un Ángel de Susan Elizabeth Phillips. 

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Capítulo 18: Nueva ayudante

 

Edward terminó de reparar la grúa y se dirigió a la caravana para lavarse las manos llenas de grasa. Mientras tomaba el cepillo de las uñas y el jabón de debajo del fregadero, se obligó a reconocer que Sheba tenía razón. Bella sabía cómo camelar al público y, aunque no había querido admitirlo antes, ya había pensado en incluirla en el número. Su reticencia provenía de lo difícil que sería entrenarla.

Todas las ayudantes con las que había trabajado en el pasado habían sido artistas con experiencia y no les daban miedo los látigos. Pero Bella sentía terror. Si se sobresaltaba cuando no debía. . .

Ahuyentó ese pensamiento. Podía entrenarla para que no se sobresaltase y permaneciese completamente inmóvil. Su tío Richard lo había entrenado a él y lo había hecho tan bien que incluso cuando la función terminaba y aquel pervertido hijo de puta lo hostigaba por alguna ofensa imaginaria, Edward no había movido ni un solo músculo.

Su mente había recorrido aquel tortuoso camino de su infancia más veces de las que quería recordar y no quería remover aquella mierda otra vez, así que apartó un lado aquellos viejos recuerdos. Había otra ventaja en utilizar a Bella como ayudante, una más importante que el simple hecho de cambiar el número, le daría a él una razón válida para mandarle menos trabajo, una razón contra la que ella no podría discutir.

Aún no podía creer que Bella se hubiera negado a permitir que le facilitara las cosas. Esa mañana Edward había vuelto a insistir, pero algo en la expresión de su esposa lo había hecho desistir. El trabajo era importante para ella; se había dado cuenta de que Bella lo consideraba una especie de prueba de supervivencia.

Pero a pesar de lo que ella pensaba, él no tenía intención de permitir que acabara agotada. Lo supiera Bella o no, actuar en la pista central con él era mucho menos duro que recoger estiércol de elefante. O limpiar jaulas.

Mientras se lavaba las manos y se las secaba con una toalla de papel, recordó lo frágil que la había sentido bajo ellas la noche anterior. La manera de hacer el amor de su esposa había sido tan buena que lo asustaba. No se lo había esperado, nunca se hubiera imaginado que Bella tuviera tantas facetas: inocente y tentadora, infantil e insegura, agresiva y generosa. Había querido conquistarla y protegerla al mismo tiempo, y ahora estaba jodidamente confundido.

Al otro lado del recinto, Bella salió del vagón rojo. A Edward no le agradaría descubrir que había hecho un par de llamadas a larga distancia con su móvil, pero ella estaba más que satisfecha con lo que había aprendido del guardián del zoo de San Diego. El hombre le había sugerido algunos cambios que ella intentaría llevar a cabo: tenía que reajustar la dieta de los animales, darles vitaminas extras y cambiar los horarios de alimentación.

Caminó hacia la caravana, donde había visto dirigirse a su marido unos minutos antes. Al terminar las tareas en la casa de fieras había ido a echarle una mano a Digger, pero el hombre le había dicho con un gruñido que no necesitaba su ayuda, así que Bella había decidido aprovechar esas horas libres para ir a la biblioteca de la localidad. La vio al pasar por el pueblo y quería investigar un poco más sobre los animales. Pero antes tenía que conseguir que Edward le dejara las llaves de la camioneta, cosa que, hasta entonces, no había conseguido.

Cuando ella entró en la caravana, él estaba delante del fregadero lavándose las manos. La atravesó una especie de vértigo absurdo. Edward era demasiado grande para un lugar tan estrecho y Bella pensó que aquella oscura presencia que él poseía parecía mucho más adecuada para vagar por un páramo inglés del siglo XIX que para viajar con un circo itinerante del siglo XX. Edward se volvió y ella contuvo el aliento ante el impacto de esa mirada color azul.

— ¿Podrías dejarme las llaves de la camioneta? —dijo Bella cuando recuperó la voz. —Tengo que hacer unos recados.

— ¿Vas a ir a comprar tabaco?

— Por si no te has dado cuenta, he dejado de fumar.

— Estoy orgulloso de ti. —Edward lanzó la toalla de papel a la basura y Bella observó cómo la camiseta se le pegaba al pecho húmedo de sudor. Tenía una mancha de grasa en el brazo.

— Te llevaré dentro de una hora o así.

— Puedo ir sola. Esta mañana vi una lavandería al lado de la biblioteca del pueblo. He pensado que podría hacer la colada y, al mismo tiempo, pillar algún libro. ¿Te parece bien?

— Genial. Pero prefiero llevarte yo.

— ¿Tienes miedo de que te robe la camioneta?

— No. Es sólo que. . . la camioneta no es mía. Es del circo y no creo que tú debas conducirla.

— Soy una conductora excelente. No voy a darle ningún golpe.

— Eso no puedes asegurarlo.

Bella tendió la mano decidida a salirse con la suya.

— Por favor, dame las llaves.

— Te acompañaré y aprovecharé para coger un libro de la biblioteca.

Ella le dirigió su mirada más intimidante. 

— Las llaves, por favor.

Él se frotó la barbilla con los dedos como si considerase la idea.

— Hagamos un trato. Desabróchate la camisa y te daré las llaves.

— ¿Qué?

— Es mi mejor oferta. O la tomas o la dejas.

Al observar el brillo divertido en los ojos de Edward, Bella se preguntó cómo alguien tan serio podía tener una naturaleza tan juguetona cuando se trataba de sexo.

— ¿De verdad esperas que yo. . .?

— Aja. —Edward se apoyó en el fregadero y se cruzó de brazos, esperando.

Una ardiente llamarada de excitación atravesó el cuerpo de Bella al ver el deseo en los ojos de Edward. No estaba segura de estar preparada para otro encuentro sexual con él, pero por otra parte. . . ¿qué daño podía hacerle jugar un rato? La humedad de la blusa le recordó que llevaba toda la mañana trabajando y que estaba sucia. Aunque por otro lado, él también lo estaba y, después de todo, sólo retozarían un poco. Entonces ¿qué importaba lo demás?

Lo miró por encima del hombro con un gesto altivo.

— No acostumbro a utilizar mi cuerpo como moneda de cambio. Es ofensivo.

— Siento que pienses así. —Sacó las llaves del bolsillo y, con exagerada inocencia, las lanzó al aire y las cogió con la mano.

La suave piel de los pechos de Bella se erizó bajo la húmeda camisa y los pezones se le pusieron como guijarros.

— ¿De verdad te gustaría que hiciera algo así? 

— Cariño, me encantaría.

Conteniendo una sonrisa, Bella se desabrochó lentamente el botón superior.

— Está bien, pero sólo una miradita. —Una vocecilla interior le dijo que estaba jugando con fuego, pero la ignoró.

— Con una miradita conseguirás la llave de la puerta, pero no la del contacto.

Bella se desabrochó otro botón.

— ¿Qué tendría que hacer para conseguir la llave del contacto?

— ¿Llevas sujetador? 

— Sí.

— Pues quitártelo.

Bella sabía que debería poner fin al juego en ese momento, pero se desabrochó el siguiente botón.

— Bueno, supongo que como eres el responsable de la camioneta, es normal que pongas tú las reglas.

Se tomó su tiempo con los últimos botones. Cuando estuvieron todos abiertos, agarró las solapas de la blusa y jugueteó con ellas, tomándole el pelo, aunque sabía que lo estaba provocando.

— Quizá debería pensármelo un poco más.

— No hagas que me ponga duro. —El ronco susurro de Edward no era amenazador, pero hizo que Bella se pusiera a temblar.

— Ya que te pones así. . . —abrió la blusa, mostrando un sujetador con un estampado floral.

— Quítatelo también.

Bella se lo acarició con la mano, pero no lo abrió.

— Haz lo que te digo y nadie resultara herido.

Bella no pudo ocultar una sonrisa mientras abría el broche. Se desprendió lentamente de las húmedas copas de encaje que le cubrían los pechos y se exhibió ante él con descarado atrevimiento, sin haberse desnudado del todo, pero con la blusa abierta y los pechos desnudos.

— Eres preciosa. —El susurrante cumplido de Edward la hizo sentir la mujer más bella del mundo.

— ¿Lo bastante para que me des la llave del contacto?

— Lo suficiente para que te dé toda la puta camioneta.

En dos pasos la tomó entre sus brazos. Edward bajó la cabeza con rapidez y le cubrió la boca con la suya, y Bella sintió que el mundo comenzaba a girar como un loco carrusel. Él se deshizo de la camisa de Bella fácilmente, bajándosela por los hombros; luego la agarró por las caderas y la alzó lo justo para rozarla contra las suyas. Bella lo sintió duro y exigente, y supo que el tiempo de jugar había terminado.

La sangre rugió ardiente y necesitada en las venas de Bella. Separó los labios para que la lengua de Edward penetrara en su boca mientras él la cogía en brazos y la llevaba a la cama donde la dejó caer sin ningún miramiento.

— Estoy sucia y sudada.

— Yo también, así que no hay problema. —Con un rápido movimiento Edward se quitó la manchada camiseta por la cabeza. —Vas demasiado vestida para mi gusto.

Bella se deshizo de los zapatos y se desabrochó los vaqueros, pero al parecer no con la suficiente rapidez para él.

— ¿Por qué tardas tanto? —En unos instantes Edward le había arrancado la ropa para dejarla tan desnuda como él.

Los ojos de Bella recorrieron el cuerpo de su marido, los músculos marcados, la piel bronceada y el vello del pecho donde resaltaba la medalla esmaltada. Tenía que preguntarle por ella. Tenía que preguntarle muchas cosas.

Cuando Edward se dejó caer junto a ella, Bella inhaló el carnal olor a sudor, producto del trabajo duro, y se preguntó por qué no se sentía asqueada. Lo primitivo de aquel encuentro la excitaba de una manera que nunca hubiera creído posible. El desenfreno que sentía la hacía avergonzarse.

— T-tengo que ducharme.

— Después. —Edward cogió un condón del cajón de la mesilla, lo abrió y se lo puso.

— Pero estoy muy sucia.

Él le separó las rodillas.

— Quiero que disfrutes, Bella.

Ella gimió y le mordió el hombro cuando se apretó contra ella. Su piel le supo a sal y a sudor; lo mismo que él saboreaba en sus pechos. Se le puso un nudo en la garganta.

— De verdad, Edward, tengo que ducharme. 

— Después.

— Oh, Dios mío, ¿qué me estás haciendo? 

— ¿Te gusta? 

— ¿Te gusta a ti? 

— Sí. ¿Quieres más? 

— Sí, oh, sí.

Olores y sabores. Caricias. Sudor y fuerza bajo las palmas de las manos de Bella mientras Edward embestía una y otra vez.

A ella se le pegó el pelo a las mejillas y una brizna de paja le hizo cosquillas en el cuello. Edward le pasó los dedos por la hendidura del trasero y la puso sobre su cuerpo, manchándole el costado con la grasa del brazo. Le aferró los muslos con las manos y la alzó sobre él.

— Móntame.

Ella lo hizo. Se arqueó y bajó con rapidez, moviéndose como le dictaba su instinto, e hizo una mueca de dolor al intentar albergarle en su cuerpo.

— Más despacio, cariño. No voy a ir a ningún sitio.

— No puedo. —Lo miró a través de una neblina de dolor y deseo y vio la cara de Edward cubierta de sudor con los labios apretados y pálidos. La suciedad oscurecía esos rudos pómulos eslavos y tenía un poco de paja en el brillante pelo negro. El sudor se deslizaba entre los pechos de Bella. Volvió a descender sobre él y soltó un jadeo de dolor.

— Así no, cariño. Shhh. . . más despacio.

Edward le deslizó las manos por la espalda y la atrajo hacia él, apretándole los pechos contra su torso, enseñándole a encontrar un nuevo ritmo.

Bella lo abrazó con los muslos y la medalla esmaltada le arañó la piel. Se movió sobre el cuerpo masculino. Lentamente al principio, contoneándose después adorando la sensación de tener el control, de dictar el compás y la profundidad. Ahora ya no había dolor, sólo placer.

Edward le aferró las nalgas, pero dejó que siguiera a su ritmo. Bella sabía por la tensión de esos duros músculos que a él le costaba renunciar al control. Edward le mordió en la clavícula, sin hacerle daño; como si quisiera utilizar otra parte de su cuerpo para sentirla.

Bella se abandonó en medio del sudor y el olor almizcleño. Edward emitió unos sonidos incoherentes y ella respondió en el mismo lenguaje. Olvidaron cualquier rastro de civilización, regresando a la selva, a la caverna, al mundo primitivo; a un momento suspendido en el tiempo en el que recordaron el origen de la creación. Bella dejó la cama en cuanto pudo y se metió en el cuarto de baño. Mientras el agua caía sobre su cuerpo se estremeció por esa desconocida y salvaje parte de sí misma ¿Era sagrada o profana? ¿Cómo podía abandonarse de esa manera a un hombre al que no amaba? Aquella pregunta la atormentaba.

Cuando salió del baño envuelta en una toalla, con la piel limpia y el alma confusa, Edward estaba apoyado en el fregadero. Se había vuelto a poner los vaqueros sucios y sostenía una cerveza en la mano. La miró fijamente y frunció el ceño. 

— Vas a complicarlo todo, ¿verdad?

Ella cogió ropa limpia del cajón y le dio la espalda para vestirse.

— No sé a qué te refieres.

— Lo veo en tu cara. Estás dándole vueltas a lo que acaba de ocurrir. 

— ¿Y tú no?

— ¿Por qué iba a hacerlo? Es sólo sexo, Bella. Es divertido y ardiente. Y no hace falta enredarlo más.

Ella señaló la cama con la cabeza.

— ¿Te ha parecido algo sencillo?

— Ha estado bien. Eso es todo lo que importa.

Bella se subió la cremallera de los pantalones cortos y se puso unas sandalias.

— Te has acostado con muchas mujeres, ¿verdad?

— No de manera indiscriminada, si es eso lo que quieres decir.

— ¿Ha sido así siempre? 

Edward vaciló. 

— No.

Por un momento, desapareció parte de la tensión de Bella.

— Me alegro. Quiero que signifique algo.

— Lo único que significa es que, aunque nos cueste comunicarnos a nivel mental, nuestros cuerpos no encuentran ninguna dificultad para hacerlo.

— No creo que sea tan sencillo.

— Para mí sí.

— La tierra se ha movido —dijo ella suavemente. —Es algo más que dos cuerpos que se atraen.

— A veces sucede, a veces no. A nosotros nos pasa y punto.

— ¿De verdad crees eso?

— Bella, escúchame. Si comienzas a imaginar cosas que no van a ocurrir, lo único que conseguirás es salir herida.

— No sé lo que quieres decir.

Edward la miró fijamente a los ojos y ella sintió como si estuviera mirándole el alma.

— No voy a enamorarme de ti, cariño. No ocurrirá. Me importas, pero no te amo.

Cómo herían esas palabras. ¿De verdad era amor lo que quería de él? Ciertamente, lo deseaba. Lo respetaba. ¿Pero cómo era posible llegar a amar a alguien que sentía tan poco aprecio por ella? En lo más profundo de su alma sabía que a ella le resultaría muy difícil amar a un hombre como Edward Masen. Él necesitaba a alguien tan terco y arrogante como él, alguien obstinado e imposible de intimidar, una mujer que no se echara a temblar ante todos esos oscuros ceños y que le respondiera de la misma manera. Una mujer que se sintiera como en casa en el circo, que no temiera a los animales ni el trabajo agotador. Necesitaba a Sheba Vulturi.

Los celos la inundaron. Aunque reconocía la lógica de que Edward y Sheba eran perfectos el uno para el otro, su corazón rechazaba la idea.

Vivir con él le había enseñado algo de orgullo, y Bella irguió la cabeza.

— Lo creas o no, no me he pasado todo el tiempo pensando en cómo voy a conseguir que te enamores de mí. —Cogió la cesta de ropa que se iba a llevar a la lavandería. —De hecho, no quiero tu amor. Lo que sí quiero son las llaves de la maldita camioneta.

Las cogió del mostrador y salió corriendo hacia la puerta. Él se movió con rapidez para bloquearle el paso. Edward le quitó la cesta de las manos.

— No pretendo hacerte daño, Bella —dijo. —Me importas. No quería que fuera así, pero no puedo evitarlo. Eres dulce y graciosa, y me encanta mirarte.

— ¿De veras?

— Aja.

Bella alargó la mano para limpiarle con el pulgar una mancha del pómulo.

— Bueno, a pesar de que eres un hombre con muy mal genio, también me gusta mirarte.

— Me alegro.

Ella sonrió e intentó coger de nuevo la cesta de la ropa sucia, pero él no se la dio.

— Antes de que te vayas. . . Sheba y yo hemos hablado. A partir de ahora tendrás una nueva tarea.

Ella lo miró con cautela.

— Ya estoy ayudando con los elefantes y con las fieras. No creo que tenga tiempo para hacer nada más.

— A partir de ahora, ya no te encargarás de los elefantes, y Trey se hará cargo de la casa de fieras.

— Los animales son responsabilidad mía.

— Bien. Puedes supervisarlo si quieres. El hecho es, Bella, que le gustas al público y Sheba quiere aprovecharse de ello. Actuarás conmigo. —Ella clavó los ojos en él. —Comenzaré a entrenarte mañana.

Bella se dio cuenta de que le rehuía la mirada.

— ¿Entrenarme para que haga qué?

— Tu trabajo consistirá en estar quieta y hermosa.

— ¿Y qué más?

— Tendrás que ayudarme. No será difícil.

— Ayudarte. ¿A qué te refieres con eso de ayudarte?

— Sólo eso. Lo hablaremos mañana.

— Dímelo ahora.

— Sostendrás algunas cosas, eso es todo. 

— ¿Sostenerlas? —Bella tragó saliva. — ¿Las arrancarás de mi mano?

— De tu mano —Edward hizo una pausa, —de tu boca. 

Bella palideció. 

— ¿De mi boca?

— Es un truco fácil. Lo he hecho centenares de veces, y no debes preocuparte de nada. —Edward abrió la puerta y le puso la cesta en los brazos. —Si quieres pasarte por la biblioteca, será mejor que te vayas ya. Te veré más tarde.

Con un suave empujón la echó afuera. Bella se dio La vuelta para decirle que de ninguna manera pensaba actuar en la pista central con él, pero Edward le cerró la puerta en las narices antes de que pudiera pronunciar una sola palabra.

 

 

Capítulo 17: Necesitas un nuevo número Capítulo 19: Entrenando

 
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