Odioso adorable (+18)

Autor: Maggie_Swan
Género: Romance
Fecha Creación: 06/05/2017
Fecha Actualización: 23/11/2017
Finalizado: NO
Votos: 1
Comentarios: 15
Visitas: 26275
Capítulos: 12
Una joven ambiciosa.
Un ejecutivo perfeccionista.
Un odio insoportable.
Una atracción irresistible.
Una mezcla perfecta de sexo, amor y mucho descaro.
 
Bella Swan se ha relacionado con los Cullen desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Cullen Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para Edward, el atractivo hijo de los Cullen, que se comporta como un perfecto imbécil con Bella... hasta que una tarde, repasando una presentación, acaban sucumbiendo a la pasión encima de la mesa de reuniones.
Tratando de mantener el equilibrio entre la profesionalidad y la lujuria, descubrirán con pavor que no es solo el sexo lo que les une: están perdidamente enamorados. Pero todo es tan complicado... y los continuos malentendidos a los que tienen que enfrentarse no van a facilitarles nada la tarea...
 
Los personajes pertenecen a SM
La historia pertenece a Cristine y Lauren.
Original "Beutiful Bastard"
Esta historia contiene lenguaje sexual y vulgar no apropiado para menores de 18 años.
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Capítulo 2: Capítulo 2

POVE

« Dios, qué jodido estoy» . Llevaba mirando al techo desde que me había despertado hacía treinta minutos. El cerebro: hecho un lío. La verga: como una piedra. Bueno, como una piedra otra vez. Fruncí el ceño sin dejar de mirar el techo. No importaba cuántas veces me hubiera masturbado desde que ella me dejó el día anterior, aquello no parecía bajar nunca. Y aunque nunca creí que fuera posible, era peor que los otros cientos de veces que me había levantado así. Porque esta vez sabía lo que me estaba perdiendo. Y eso que ella ni siquiera me había dado la oportunidad de venirme. Nueve meses. Nueve putos meses de erecciones matutinas, de masturbaciones y de infinitas fantasías con alguien que ni siquiera deseaba. Bueno, eso no era del todo cierto. La deseaba. La deseaba más que a ninguna otra mujer que hubiera visto en la vida. El mayor problema era que también la odiaba. Y ella me odiaba a mí. Pero me odiaba de verdad. En mis treinta y un años nunca había conocido a nadie que me sacara de quicio como lo hacía la señorita Swan. Solo su nombre ya me ponía a mil. « Maldita traidora» . Bajé la vista hacia el lugar donde estaba formando una tienda de campaña con las sábanas. Ese estúpido apéndice era el que me había metido en ese lío en un primer momento. Me froté la cara con las manos y me senté en la cama. « ¿Por qué demonios no he podido mantenerla metida en los pantalones?» Lo había conseguido durante casi un año. Y funcionaba. Guardaba las distancias, le daba órdenes… Maldición, tenía que admitir que había sido un verdadero cabrón ese tiempo. Y de repente, perdí la cabeza sin más. Solo hizo falta un momento. Sentado en aquella sala en silencio, su olor me envolvió y esa dichosa falda… Y la forma en que me puso el trasero en la cara… Perdí el control. Estaba seguro de que si me la tiraba una vez sería algo decepcionante y dejaría de desearla tanto. Por fin tendría algo de paz. Pero ahí estaba de nuevo, en mi cama, empalmado como si no me hubiera corrido en semanas. Miré el reloj; solo habían pasado cuatro horas. Me di una ducha rápida, frotándome con fuerza como para borrar cualquier rastro que me quedara de ella de la noche anterior. Iba a parar eso: tenía que hacerlo. Edward Cullen no actuaba como un adolescente en celo, y sin duda no iba follándose por ahí a las chicas de la oficina. Lo último que necesitaba era una mujer dependiente fastidiándolo todo. No podía permitir que la señorita Swan tuviera ese control sobre mí. Todo iba mucho mejor antes de saber lo que me estaba perdiendo. Por muy horrible que fuera entonces, ahora era un millón de veces peor. Iba de camino a mi despacho cuando entró ella. Por la forma en la que se había ido la noche anterior (prácticamente salió corriendo), suponía que podía esperar una de dos: o aparecería por la mañana haciéndome ojitos y pensando que lo de anoche significaba algo, que « nosotros» éramos algo, o iba a hacerme la vida imposible. Si alguien se enteraba de lo que habíamos hecho, no solo podía perder mi trabajo, sino que podía perder todo por lo que había luchado. Pero, por mucho que la odiara, no la veía haciendo algo como eso. Si había algo que había aprendido sobre la señorita Swan en ese tiempo era que se trataba de una persona leal, en quien se podía confiar. Llevaba trabajando para Cullen Media Group desde la universidad y por algo se había convertido en una parte muy valiosa de la empresa. Ahora le quedaban solo unos meses para acabar su máster y después podría escoger el trabajo que más le gustara. Seguro que no iba a poner eso en peligro. Pero, maldición, lo que hizo fue ignorarme. Entró llevando una gabardina hasta la rodilla que ocultaba cualquier cosa que llevara debajo, pero que le servía más que bien para mostrar esas piernas fantásticas que tenía. Oh, mierda… Si llevaba esos zapatos había posibilidades de que… « No, ese vestido no. Por favor, por el amor de Dios, ese vestido no…» Sabía perfectamente que no había forma de que tuviera fuerza de voluntad para soportar aquello justo ese día. La miré fijamente mientras colgaba la gabardina en el armario y se sentaba en su mesa. Madre de Dios, esa mujer era la may or tentación del mundo. Y sí, llevaba el vestido blanco. Con un escote bastante pronunciado que acentuaba la suave piel del cuello y las clavículas y la tela blanca pegándose perfectamente a esos pechos increíbles; ese vestido era la ruina de mi existencia, mi cielo y mi infierno en un envoltorio delicioso. La falda le llegaba justo por debajo de las rodillas y era lo más sexy que había visto en mi vida. No era provocativo en sí mismo, pero había algo en el corte y en ese maldito blanco virginal que me tuvo de nuevo como una moto prácticamente todo el día. Y siempre se dejaba el pelo suelto cuando se ponía ese vestido. Una de mis fantasías recurrentes era quitarle todas las horquillas del pelo y agarrárselo mientras me la follaba. Dios, es que siempre me ponía de mal humor. Como siguió sin hacerme ni caso, me volví y entré como un torbellino en mi oficina y di un portazo. ¿Por qué seguía afectándome así? Nada ni nadie me habían distraído así y la odiaba por ser la primera en conseguirlo. Pero una parte de mí lo que odiaba era el recuerdo de su expresión victoriosa cuando me dejó sin aliento y prácticamente suplicándole que me la chupara. Esa chica los tenía bien puestos. Me tragué la sonrisa que surgía en mis labios y me centré en seguir odiándola. Trabajo. Me centraría en el trabajo y dejaría de pensar en ella. Caminé hasta mi mesa y me senté intentando dirigir mi atención a cualquier cosa salvo la sensación extraordinaria de sus labios rodeándome la noche anterior. « No es el momento, Edward» . Abrí mi ordenador portátil para comprobar mi agenda para ese día. Mi agenda… Mierda. Ella tenía la versión más actualizada en su ordenador. Esperaba no perderme ninguna reunión esa mañana, porque no estaba dispuesto a pedirle a la « Princesa de hielo» que entrara en mi despacho hasta que no fuera absolutamente necesario. Estaba revisando una hoja de cálculo cuando oí que llamaban a mi puerta. —Adelante —dije. De repente un sobre blanco cay ó de golpe en mi mesa. Levanté la vista y vi a la señorita Swan mirándome con una ceja enarcada insolentemente. Sin decir ni una palabra se dio la vuelta y salió de mi despacho. Miré fijamente el sobre con un ataque de pánico. Seguramente era una carta formal detallando mi conducta y expresando su intención de ponerme una demanda por acoso. Esperaba un membrete y su firma al final de la página. Lo que no me esperaba era el recibo de una tienda de ropa de internet… Y cargado en la tarjeta de crédito de la empresa. Me levanté de la silla de un salto y salí corriendo de mi despacho tras ella. Se dirigía hacia las escaleras. Bien. Estábamos en la planta dieciocho y seguramente nadie aparte de ella y yo iba a utilizar esas escaleras. Podía gritarle todo lo que quisiera y nadie se iba a enterar. La puerta se cerró con un ruido metálico y sus tacones resonaron bajando los escalones justo delante de mí. —Señorita Swan, ¿dónde demonios cree que va? Ella siguió andando sin volverse. —Es la hora del café, así que en mi calidad de « secretaria» , que es lo que soy —dijo entre dientes—, voy a la cafetería de la planta catorce a buscarle uno. Usted no puede pasar sin su dosis de cafeína. ¿Cómo alguien tan sexy podía ser tan arpía a la vez? La alcancé en el descanso entre dos plantas, la agarré del brazo y la empujé contra la pared. Ella entornó los ojos despectivamente y siseó con los dientes apretados. Le puse el recibo delante de la cara y la miré fijamente. —¿Qué es esto? Ella sacudió la cabeza. —¿Sabes? Para ser un pedante sabelotodo a veces eres muy tonto. ¿Tú qué crees? Es un recibo. —Ya me he dado cuenta —gruñí arrugando el papel. La pinché con una parte puntiaguda del recibo en la delicada piel justo encima de uno de sus pechos; sentí que mi verga se despertaba cuando ella soltó una exclamación ahogada y sus pupilas se dilataron—. ¿Por qué te has comprado ropa y la has cargado a la tarjeta de la empresa? —Porque un cabrón me hizo piltrafas la blusa. —Se encogió de hombros y después acercó la cara un poco y susurró—. Y las panties. Maldición. Inspiré hondo por la nariz y tiré el papel al suelo, me incliné hacia delante y uní mis labios con los de ella mientras enredaba los dedos en su pelo, apretando su cuerpo contra la pared. Mi verga latía contra su abdomen mientras sentía que su mano seguía el mismo camino que la mía y se metía entre mi pelo para agarrármelo con fuerza. Le subí el vestido por los muslos y gemí dentro de su boca cuando mis dedos encontraron otra vez el borde de encaje de sus medias hasta el muslo. Lo hacía para atormentarme, seguro. Sentí que me pasaba la lengua sobre los labios mientras yo rozaba con los dedos la tela cálida y húmeda de sus bragas. Las agarré con fuerza y les di un fuerte tirón. —Pues apunta que tienes que comprarte otras —le dije y después le metí la lengua dentro de la boca. Ella gimió profundamente cuando metí dos dedos en su interior. Estaba todavía más húmeda de lo que estaba la noche anterior, si es que eso era posible. « Menuda situación tenemos ahora mismo entre manos» . Ella se apartó de mis labios con una exclamación cuando empecé a cogerla con los dedos con fuerza mientras con el pulgar le frotaba con energía y ritmo el clítoris. —Sácatela —me dijo—. Necesito sentirte. Ahora. Yo entrecerré los ojos, intentando ocultar el efecto que sus palabras tenían en mí. —Pídamelo por favor, señorita Swan. —Ahora —dijo con mayor urgencia. —¿Eso no es un poco exigente? Me dedicó una mirada que le habría minado la moral a alguien menos canalla que y o, y no pude evitar reírme. Swan sabía defender su territorio. —Tienes suerte. Hoy me siento generoso. Me quité todo lo rápido que pude el cinturón, los pantalones y los calzoncillos antes de levantarla a pulso y embestirla. Dios, qué sensación. Mejor que nada. Eso explicaba por qué no podía quitármela de la cabeza. Algo me decía que nunca me iba a hartar de eso. —Maldita sea —murmuré. Ella inspiró con fuerza y sentí que me apretaba. Su respiración se había vuelto irregular. Mordió el hombro de mi chaqueta y me rodeó con una pierna cuando empecé a moverme rápido y fuerte con ella aún contra la pared. En cualquier momento alguien podía aparecer en las escaleras y pillarme cogiendola, pero nada podía importarme menos en aquel momento. Necesitaba quitármela de la cabeza cuanto antes. Levantó la cabeza y fue mordisqueándome el cuello hasta que atrapó mi labio inferior entre los dientes. —Cerca —me dijo con voz grave y apretó su pierna alrededor de mi cintura para acercarme y profundizar más—. Estoy cerca. « Perfecto» . Enterré mi cara en su cuello y en su pelo para amortiguar mi gemido al venirme con fuerza y sin avisar dentro de ella, apretándole el trasero con las manos. Y salí antes de que pudiera frotarse más contra mí, dejándola en el suelo sobre sus piernas inestables. Me miró con la boca abierta y los ojos en llamas. Las escaleras se llenaron de un silencio sepulcral. —¿En serio? —dijo resoplando sonoramente. Echó la cabeza hacia atrás y golpeó la pared con un ruido seco. —Gracias, ha sido fantástico. —Me subí los pantalones que tenía a la altura de las rodillas. —Eres un cabrón. —Creo que eso y a me lo habías dicho —murmuré bajando la vista para subirme la cremallera. Cuando volví a levantarla, ella se había arreglado el vestido, pero se la veía hermosamente desaliñada, y parte de mí deseó estirar el brazo y deslizar la mano entre sus piernas para hacer que se corriera. Pero una parte de mí aún may or estaba disfrutando con la furiosa insatisfacción que había en sus ojos. —El que siembra vientos, recoge tempestades, por así decirlo. —Qué pena que seas un sexo tan malo —respondió con frialdad. Se volvió para seguir bajando las escaleras, pero se detuvo de repente y se volvió para mirarme—. Y qué suerte que esté tomando la píldora. Gracias por preguntar, imbécil. La vi desaparecer bajando las escaleras y gruñí mientras regresaba a mi despacho. Me dejé caer en la silla con un resoplido y me pasé las manos por el pelo antes de sacar sus bragas rotas de mi bolsillo. Me quedé mirando la seda blanca que tenía entre los dedos durante un momento y después abrí el cajón de mi mesa y las metí dentro junto con las de la noche anterior. 

Capítulo 1: Capítulo 1 Capítulo 3: capítulo 3

 
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