Odioso adorable (+18)

Autor: Maggie_Swan
Género: Romance
Fecha Creación: 06/05/2017
Fecha Actualización: 23/11/2017
Finalizado: NO
Votos: 1
Comentarios: 15
Visitas: 26152
Capítulos: 12
Una joven ambiciosa.
Un ejecutivo perfeccionista.
Un odio insoportable.
Una atracción irresistible.
Una mezcla perfecta de sexo, amor y mucho descaro.
 
Bella Swan se ha relacionado con los Cullen desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Cullen Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para Edward, el atractivo hijo de los Cullen, que se comporta como un perfecto imbécil con Bella... hasta que una tarde, repasando una presentación, acaban sucumbiendo a la pasión encima de la mesa de reuniones.
Tratando de mantener el equilibrio entre la profesionalidad y la lujuria, descubrirán con pavor que no es solo el sexo lo que les une: están perdidamente enamorados. Pero todo es tan complicado... y los continuos malentendidos a los que tienen que enfrentarse no van a facilitarles nada la tarea...
 
Los personajes pertenecen a SM
La historia pertenece a Cristine y Lauren.
Original "Beutiful Bastard"
Esta historia contiene lenguaje sexual y vulgar no apropiado para menores de 18 años.
+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3: capítulo 3

POVB

Cómo demonios conseguí bajar esos escalones sin matarme es algo que no sabría explicar. Salí corriendo como si el lugar estuviera en llamas, dejando al señor Cullen solo en las escaleras con la boca abierta, la ropa desordenada y el pelo revuelto como si alguien lo hubiera asaltado. Pasé sin pararme por la cafetería de la catorce y llegué a la última puerta del rellano, que crucé de un salto (algo nada fácil con esos zapatos), abrí la puerta metálica y me apoyé contra la pared, jadeando. « Pero ¿qué acaba de pasar?» ¿Acabo de cogerme a mi jefe en las escaleras? Solté una exclamación y me tapé la boca con las manos. ¿Y le he ordenado que lo haga? « Oh, Dios» . Pero ¿qué demonios me pasa? Alucinada me aparté con dificultad de la pared y subí unos cuantos tramos de escaleras hasta el baño más cercano. Comprobé todos los cubículos para asegurarme de que estaban vacíos y después cerré con llave la puerta principal. Cuando me acerqué al espejo del baño hice una mueca. Parecía que me hubieran centrifugado y puesto a secar. Mi pelo era un desastre. Todas mis ondas tan cuidadosamente ordenadas eran ahora una masa de nudos salvajes. Al parecer al señor Cullen le gustaba que llevara el pelo suelto. Tendría que recordarlo. « Un momento… ¿Qué?» ¿De dónde había salido eso? No tenía que recordar nada, ni hablar. Golpeé la encimera de los lavabos con el puño y me acerqué más para evaluar los daños. Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido. El vestido estaba dado de sí y prácticamente me quedaba colgando; y otra vez me había quedado sin bragas. « Hijo-de-puta» . Ya eran las segundas. ¿Qué hacía con ellas? —¡Oh, Dios! —exclamé en un ataque de terror. No estarían en alguna parte de la sala de reuniones, ¿verdad? ¿Las habría recogido y tirado? Debería preguntarle para estar segura. Pero no. No le iba a dar la satisfacción de reconocer que esto… esto… ¿Qué era esto? Sacudí de nuevo la cabeza, frotándome la cara con las manos. Dios, lo había estropeado todo. Cuando llegué esa mañana tenía un plan. Iba a entrar allí, tirarle ese recibo a su atractiva cara y decirle que se lo metiera por donde le cupiera. Pero él estaba tan tremendamente sexy con ese traje color gris antracita y el pelo tan bien peinado hacia arriba, como una señal de neón que pedía a gritos que lo despeinaran, que simplemente había perdido la capacidad de pensar con claridad. Patético. ¿Qué tenía él que hacía que el cerebro se me convirtiera en papilla y me humedeciera así? Esto no estaba bien. ¿Cómo iba a poder mirarlo sin imaginármelo desnudo? Bueno, vale, no desnudo. Técnicamente no le había visto totalmente desnudo todavía, pero lo que había visto me hacía estremecer. « Oh, no. ¿Acabo de decir “todavía”?» Podría dimitir. Lo pensé durante un minuto, pero no me gustó lo que me hizo sentir. Me encantaba mi trabajo y el señor Cullen podía ser el mayor imbécil del mundo, pero había podido tratar con él durante nueve meses y (si no teníamos en cuenta las últimas veinticuatro horas) me las había apañado para conseguir trabajar con él como no lo había hecho nadie antes. Y por mucho que odiara admitirlo, me encantaba verlo trabajar. Era un imbécil tremendamente impaciente, un perfeccionista obsesivo, le ponía a todo el mundo el listón a la misma altura y no aceptaba nada que no fuera lo mejor que pudieras hacer. Pero tenía que admitir que siempre había agradecido que diera por hecho que podía hacerlo mejor, trabajar más, hacer lo que hiciera falta para sacar adelante mi tarea… incluso aunque sus métodos no me encantaran. Realmente era un genio del mundo del marketing; toda su familia lo era. Y esa era otra. Su familia. Mi padre estaba en Washington y, cuando empecé como recepcionista mientras estaba en la universidad, Carlisle Cullen fue muy bueno conmigo. Todos lo habían sido. El hermano de Edward, Emmet, era otro ejecutivo senior y el hombre más amable que había conocido nunca. Me encantaba toda la gente de allí, así que dimitir no era una opción. El may or problema eran las prácticas. Necesitaba presentar mi informe sobre la experiencia en la empresa a la junta de la beca JT Miller antes de terminar mi máster, y quería que mi proyecto final fuera brillante. Por eso me había quedado en Cullen Media Group: Edward Cullen me ofreció la cuenta Papadakis (el plan de marketing de una promotora inmobiliaria multimillonaria) que era un proy ecto mucho más grande que el de cualquiera de mis compañeros. Cuatro meses no eran suficientes para empezar en otra parte y encontrar algún proy ecto interesante con el que poder lucirme… ¿verdad? No. Definitivamente no podía dejar Cullen Media. Tomada esa decisión, sabía que necesitaba un plan de acción. Tenía que seguir siendo profesional y asegurarme de que entre el señor Cullen y yo nunca, jamás volviera a pasar nada, aunque « nada» fuera el sexo más caliente y más intenso que había tenido en mi vida, incluso aunque me negara los orgasmos. Cerdo. Yo era una mujer fuerte e independiente. Tenía una carrera que construir y había trabajado infinitas horas para llegar a donde estaba. Mi mente y mi cuerpo no se gobernaban por la lujuria. Solo tenía que recordar lo que era: un mujeriego, un arrogante, un cabezota y un pendejo que daba por hecho que todos los que lo rodeaban eran idiotas. Le sonreí a mi reflejo en el espejo y repasé el conjunto de recuerdos recientes que tenía de Edward Cullen. « Le agradezco que me haya hecho un café cuando fue a hacerse el suyo, señorita Swan, pero si hubiera querido beberme una taza de barro habría pasado mi taza por la tierra del jardín esta mañana» . « Si insiste en golpear el teclado como si le fuera la vida en ello, señorita Swan, le agradecería que mantuviera cerrada la puerta que comunica nuestros despachos» . « ¿Hay alguna razón para que esté necesitando tantísimo tiempo para llevar los borradores de los contratos al departamento legal? ¿Es que soñar despierta con peones de granja está ocupando todo su tiempo?» Vay a, aquello iba a ser más fácil de lo que creía. Sintiendo mi determinación renovada, me arreglé el vestido, me coloqué el pelo y me dirigí, sin bragas y llena de confianza, a la salida del baño. Cogí el café que había ido a buscar y volví a mi despacho, evitando las escaleras. Abrí la puerta exterior y entré. La puerta del señor Cullen estaba cerrada y no llegaba ningún ruido desde el interior. Tal vez estuviera a punto de salir. « Qué más quisiera» . Me senté en mi silla, abrí el cajón, saqué mi neceser y me retoqué el maquillaje antes de volver al trabajo. Lo último que quería era tener que verlo, pero si no tenía intención de dimitir, eso iba a suceder en algún momento. Cuando revisé el calendario recordé que el señor Cullen tenía una presentación para los demás ejecutivos el lunes. Hice una mueca de asco al darme cuenta de que eso significaba que iba a tener que hablar con él hoy para preparar los materiales. También tenía una convención en San Diego el mes que viene, lo que significa no solo que iba a tener que estar en el mismo hotel que él, sino en el mismo avión, el coche de la empresa y también en todas las reuniones que surgieran. No, seguro que no había nada incómodo en todo eso. Durante la siguiente hora me descubrí mirando cada pocos minutos hacia su puerta. Y cada vez que lo hacía, sentía mariposas en el estómago. ¡Qué estupidez! ¿Qué me estaba pasando? Cerré el archivo que no estaba consiguiendo leer y dejé caer la cabeza entre las manos justo cuando oí que se abría la puerta. El señor Cullen salió y evitó mirarme. Se había arreglado la ropa, llevaba el abrigo colgado sobre el brazo y un maletín en la mano, pero todavía tenía el pelo totalmente enmarañado. —Estaré ausente el resto del día —dijo con una calma extraña—. Cancele mis citas y haga los ajustes necesarios. —Señor Cullen —dije y él se detuvo ya con la mano en el picaporte—. No olvide que tiene una presentación para el comité ejecutivo el lunes a las diez. — Le estaba hablando a su espalda. Estaba quieto como una estatua con los músculos en tensión—. Si quiere puedo tener las hojas de cálculo, los archivos y los materiales de la presentación preparados en la sala de reuniones a las nueve y media. La verdad es que estaba disfrutando de aquello. No había ni una pizca de comodidad en su postura. Asintió brevemente y empezó a salir por la puerta cuando le detuve de nuevo. —Y, señor Cullen —añadí con dulzura—, necesito su firma en estos informes de gastos antes de que se vaya. Él hundió los hombros y resopló impaciente. Se volvió para acercarse hasta mi mesa y, aún sin mirarme, se inclinó y revisó los formularios con las etiquetas de « Firmar aquí» . Le tendí un boli. —Por favor firme donde están las etiquetas, señor Cullen. Odiaba que le dijeran que hiciera lo que ya estaba a punto de hacer. Yo contuve una risita. Me quitó el boli y levantó lentamente la barbilla, poniendo sus ojos esmeralda a la altura de los míos. Nos quedamos mirando durante lo que parecieron varios minutos. Ninguno de los dos apartó la mirada. Durante un breve momento sentí una necesidad casi irresistible de inclinarme hacia él, morderle el labio inferior y rogarle que me tocara. —No me desvíes las llamadas —casi me escupió a la vez que firmaba apresuradamente el último formulario y tiraba el boli sobre la mesa—. Si hay alguna emergencia, contacta con Emmet. —Imbécil —murmuré entre dientes mientras lo veía desaparecer. Decir que mi fin de semana fue un asco sería poco decir. Apenas comí, apenas dormí y lo poco que dormí estuvo interrumpido por fantasías de mi jefe desnudo encima, debajo y detrás de mí. Incluso deseé volver al trabajo para tener algo con lo que distraerme. La mañana del sábado me desperté frustrada y de mal humor, pero no sé cómo conseguí recomponerme y ocuparme de las tareas de la casa y de la compra semanal. Pero el domingo por la mañana no tuve tanta suerte. Me desperté sobresaltada, jadeando y temblando, con el cuerpo cubierto de sudor y envuelta en un revoltijo de sábanas de algodón. El sueño que había tenido era tan intenso que me había llevado hasta el orgasmo. El señor Cullen y yo nos encontrábamos otra vez encima de la mesa de la sala de reuniones, pero esta vez los dos estábamos totalmente desnudos. Él estaba tumbado boca arriba y yo a horcajadas sobre él, mi cuerpo moviéndose sobre el suyo, subiendo y bajando sobre su pene. Él me tocaba por todas partes: la cara, el cuello, encima de los pechos y bajando hasta las caderas, donde me agarraba para guiar mis movimientos. Yo sentí que estaba a punto de venirme cuando nuestras miradas se encontraron. —¡Mierda! —gruñí y salí de la cama. Eso iba de mal en peor y muy rápido. ¿Quién iba a pensar que trabajar con un cabrón irritable iba a acabar en que te follen contra una ventana y además te guste? Abrí el grifo de la ducha y mientras esperaba que se calentara el agua, mis pensamientos empezaron a divagar. Quería ver su mirada cuando la levantara desde mi entrepierna, su expresión al ponerse encima de mí, sentir cuánto me deseaba. Necesitaba oír el sonido de su voz diciendo mi nombre al venirse. Se me cayó el alma a los pies. Fantasear con él era un billete directo hacia los problemas. Un billete solo de ida. Estaba a punto de conseguir mi máster. Él era un ejecutivo. Él no tenía nada que perder y yo podía perderlo todo. Me duché y me vestí rápido para salir a almorzar con Alice y con Angela. Alice y y o nos veíamos todos los días en el trabajo, pero era más difícil quedar con Angela, mi mejor amiga desde el instituto. Trabajaba en el departamento de ventas de la firma Gucci y siempre estaba llenando mi armario de muestras y restos de stock. Gracias a ella y a su descuento, yo tenía una ropa genial. Seguía siendo cara, pero merecía la pena. Me pagaban bien en Cullen Media y mi beca cubría todos los gastos de la universidad, pero ni siquiera así podía gastarme mil novecientos dólares en un vestido sin que me dieran ganas de suicidarme. A veces me preguntaba si Carlisle me pagaba tan bien porque sabía que era la única que podía manejar a su hijo. Oh, si él supiera… Decidí que era una mala idea contarles a las chicas lo que estaba ocurriendo. Alice trabajaba para Emmet Cullen y veía a Edward por el edificio muy a menudo. No podía pedirle que guardara un secreto como ese. Angela, por otro lado, me echaría la bronca. Durante casi un año me había oído quejarme sobre lo estúpido que era mi jefe y no le iba a hacer gracia saber que me lo estaba tirando. Dos horas más tarde estaba sentada con mis dos mejores amigas bebiendo mimosas en el patio de nuestro restaurante favorito, hablando de hombres, ropa y trabajo. Angela me sorprendió trayéndome un vestido que estaba hecho de la tela más suntuosa que había visto en toda mi vida. Estaba metido en una bolsa para trajes que colgaba de una silla que había a mi lado. —¿Qué tal el trabajo? —preguntó Angela entre dos trozos de melón—. ¿El cerdo de tu jefe sigue haciéndotelo pasar mal, Bella? —Oh, el cabrón atractivo… —suspiró Alice y yo me puse a estudiar atentamente las gotas de condensación de mi copa. Ella se metió una uva en la boca y habló mientras la masticaba—. Dios, tendrías que verlo, Angela. Es la mejor descripción de él que he oído en mi vida. Es un dios. Y lo digo en serio. No tiene nada de malo, al menos físicamente. Una cara perfecta, el cuerpo, la ropa, el pelo… Oh, Dios, el pelo. Lo lleva así, como en un despeinado artístico increíble —dijo haciendo gestos por encima de su cabeza—. Parece que acabara de cogerse a alguien hasta dejarla sin aliento. Puse los ojos en blanco. No necesitaba que nadie me recordara lo del pelo. —Y, no sé lo que te habrá dicho Bella, pero es odioso —siguió Alice poniéndose seria—. Quiero decir, a los quince minutos de conocerlo ya quería reventarle las cuatro ruedas con una navaja. Es el may or cabrón que he conocido. Estuve a punto de atragantarme con un trozo de piña. Si Alice supiera… Y además estaba muy bien dotado en cuanto a atributos masculinos. Era injusto. —¿Y por qué es tan imbécil? —¿Quién sabe? —contestó Alice, y después parpadeó como si estuviera realmente pensando que podía tener una buena excusa—. ¿Tal vez tuvo una infancia difícil? —Pero ¿conoces a su familia? —le pregunté escéptica—. Su infancia ha tenido que ser idílica. —Cierto —concedió—. Tal vez es algún tipo de mecanismo de defensa. Quizá está amargado y cree que tiene que trabajar más y reivindicarse ante todo el mundo continuamente por ser tan guapo… Reí entre dientes. —No hay ninguna razón profunda. Él cree que a todo el mundo debe importarle tanto su trabajo como a él, pero la mayoría de la gente no comparte su visión. Y eso le molesta. —¿Le estás defendiendo, Bella? —le preguntó Alice con una sonrisa sorprendida. —De ninguna manera. Noté que los ojos azules de Angela estaban fijos en mí y que los había entornado en una acusación silenciosa. Me había quejado mucho de mi jefe en los últimos meses, pero tal vez no había mencionado que era guapísimo. —Bella, ¿me has estado ocultando algo? ¿Está bueno tu jefe? —me preguntó. —Sí que es guapísimo, pero su personalidad hace que sea muy difícil apreciarlo. —Intenté parecer todo lo despreocupada que pude. Angela podía leer casi cualquier cosa que yo pensara. —Bueno —dijo encogiéndose de hombros y dándole un largo sorbo a su bebida—, tal vez la tiene pequeña y eso es lo que realmente le saca de quicio. Yo vacié mi copa de un trago mientras mis dos amigas se partían de risa. El lunes por la mañana entré en el edificio hecha un manojo de nervios. Había tomado una decisión: no iba a sacrificar mi trabajo por nuestra falta de buen juicio. Quería acabar en ese puesto con una presentación estelar para la junta de la beca y después salir de allí para empezar mi verdadera carrera. Nada de sexo ni de fantasías. Podía trabajar con el señor Cullen (solo negocios) durante unos meses más. Como sentía la necesidad de reforzar mi confianza en mí misma, me puse el vestido nuevo que me había traído Angela. Resaltaba mis curvas, pero no era demasiado provocativo. Pero mi arma secreta para aumentar mi confianza era mi ropa interior. Siempre me ha gustado la lencería cara, así que no tardé mucho en descubrir dónde estaban los sitios para cazar las mejores rebajas. Llevar algo sexy debajo de la ropa me hacía sentir poderosa, y las bragas que llevaba me funcionaban a la perfección. Eran de seda negra con bordados por delante, y la parte de atrás tenía una serie de cintas de tul que se cruzaban para encontrarse en el centro, cerca del coxis, formando un exquisito lazo negro. Con cada paso la tela del vestido me acariciaba la piel. Hoy podría soportar cualquier cosa por parte del señor Cullen y devolverle todas las pelotas. Había llegado pronto, con tiempo para prepararme para la presentación. Ese no era estrictamente mi trabajo, pero el señor Cullen se negaba a tener un ayudante para estas cosas y cuando se le dejaba solo era un desastre a la hora de hacer que las presentaciones fueran agradables: ni café, ni servicio de desay uno, solo una sala llena de gente, diapositivas y documentación prístinos y, como siempre, muchísimo trabajo. El vestíbulo estaba desierto; el amplio espacio se abría a lo largo de tres plantas y brillaba debido al granito pulido de los suelos y las paredes de travertino. Cuando salí del ascensor y se cerraron las puertas, me di una arenga a mí misma, repasé mentalmente las discusiones que había tenido con el imbécil de mi jefe y todos los comentarios insolentes que había hecho sobre mí. « Teclee, no escriba nada a mano. Su letra parece la de una niña pequeña, señorita Swan» . « Si quisiera disfrutar de toda su conversación con su tutor del máster, dejaría la puerta de mi despacho abierta de par en par y pediría palomitas. Por favor, baje la voz cuando hable por teléfono» . Podía hacerlo. Ese pendejo había elegido a la mujer equivocada para complicarle la vida y no tenía ni la más mínima intención de dejar que me intimidara. Bajé la mano hasta mi trasero y sonreí perversa… « Braguitas poderosas» . Tal y como esperaba, la oficina todavía estaba vacía cuando llegué. Cogí lo que podía necesitar para la presentación y me dirigí a la sala de reuniones para prepararlo todo. Intenté ignorar la respuesta de perro de Paulov que tuve al ver las ventanas y la brillante mesa de la sala. « Para, cuerpo. Empieza a funcionar, cerebro» . Mirando la sala iluminada por el sol, dejé los archivos y el ordenador portátil sobre la enorme mesa y ay udé a los empleados del catering a colocar las cosas para el desay uno junto a la pared del fondo. Veinte minutos después las propuestas estaban colocadas, el proy ector preparado y el desayuno listo. Como me sobraba tiempo, me acerqué a la ventana. Estiré la mano y toqué el cristal, abrumada por las sensaciones que me hacía recordar: el calor de su cuerpo contra mi espalda, el contacto del cristal frío contra los pechos y el grave y animal sonido de su voz en mi oído. « Pídeme que haga que te vengas» . Cerré los ojos y me acerqué, apretando las palmas y la frente contra la ventana y dejando que la fuerza de los recuerdos se apoderara de mí. Abandoné sobresaltada mi fantasía al oír un carraspeo detrás de mí. —¿Soñando despierta en horario de oficina? —Señor Cullen —exclamé casi sin aliento y me volví. Nuestras miradas se encontraron y una vez más me sentí abrumada por lo guapo que era. Él rompió el contacto visual para examinar la sala. —Señorita Swan —dijo y cada palabra sonó breve y cortante—, voy a hacer la presentación en la cuarta planta. —¿Perdón? —le pregunté mientras la irritación me inundaba—. ¿Por qué? Siempre utilizamos esta sala. ¿Y por qué ha esperado hasta el último minuto para decírmelo? —Porque —gruñó apoy ando los puños en la mesa— soy el jefe. Yo pongo las reglas y decido cuándo y dónde pasan las cosas. Tal vez si no se hubiera entretenido tanto esta mañana mirando por las ventanas, podría haber encontrado el tiempo necesario para confirmar los detalles conmigo. Mi mente estaba asediada por imágenes imposibles de mi puño golpeándole la garganta. Necesité todo mi autocontrol para no saltar por encima de la mesa y estrangularle. Una sonrisa de suficiencia apareció en su cara. —Por mí no hay problema —dije tragándome la rabia—. De todas formas en esta habitación no se ha tomado ninguna buena decisión. Cuando volví la esquina para entrar en la nueva sala escogida para la reunión, mis ojos se encontraron inmediatamente con los del señor Cullen. Sentado en su silla con las manos extendidas y las puntas de los dedos unidas, era el vivo retrato de la paciencia apenas contenida. « Qué típico» . Entonces reparé en la persona que estaba a mi lado: Carlisle Cullen. —Deja que te ay ude con eso, Bella —me dijo y cogió un montón de archivadores de mis brazos para que pudiera meter con más facilidad el carrito lleno de la comida en la sala. —Gracias, señor Cullen. —Le dediqué una mirada airada a mi jefe. —Bella —me dijo el patriarca de los Cullen riendo—, ¿cuántas veces te he dicho que me llames Carlisle? —Cogió un par de carpetas y pasó el resto del montón al otro lado de la mesa para que lo cogieran los ay udantes. Era tan guapo como sus dos hijos: alto y musculoso; los tres Cullen compartían las mismas facciones cinceladas. El pelo entrecano de Carlisle se había ido volviendo blanco con los años, pero seguía siendo uno de los hombres más atractivos que había visto en mi vida. Le sonreí con gratitud mientras me sentaba. —¿Qué tal está Esme? —Está bien. No deja de insistirme en que vengas a visitarnos algún día — añadió con un guiño. No escapó a mi atención la risita irritada del más joven de los Cullen, que seguía sentado en su sitio cerca de mí. —Por favor, salúdela de mi parte. Sonaron unos pasos detrás de mí y una mano apareció para darme un tironcito de una oreja. —Hola, chica —dijo Emmet Cullen dedicándome una amplia sonrisa—. Disculpad que llegue tarde. Pensaba que íbamos a reunirnos en vuestra planta. Miré con el rabillo del ojo a mi jefe con aire de suficiencia y me lo encontré mirándome. La pila de carpetas volvió a mis manos y le pasé una copia. —Aquí tiene, señor Cullen. Sin más que una breve mirada, agarró rápidamente una y empezó a hojearla. « Pendejo» . Cuando volvía a mi asiento, Emmet me dijo con su escandalosa voz: —Oh, Bella, cuando estaba arriba en la sala esperando, me he encontrado esto en el suelo. —Me acerqué adonde estaba él y vi dos botones plateados envejecidos que tenía en la palma de la mano—. ¿Puedes preguntar por ahí a ver si alguien los ha perdido? Parecen caros. Sentí que se me ponía la cara como un tomate. Me había olvidado por completo de mi blusa destrozada. —Oh… claro. —Emmet, ¿puedo verlos? —dijo el imbécil de mi jefe y los cogió de la mano de su hermano. Se volvió hacia mí con una mueca burlona en la cara—. ¿Usted no tiene una blusa con unos botones como estos? Yo lancé una mirada rápida por la habitación; Emmet y Carlisle estaban absortos en otra conversación, ajenos a lo que estaba pasando entre nosotros. —No —le dije intentando disimular—. No son mías. —¿Está segura? —Me cogió la mano y pasó un dedo por la parte interior de mi brazo hasta mi palma antes de dejar caer los botones en ella y cerrarme la mano. Me quedé sin aliento y el corazón empezó a martillearme en el pecho. Aparté la mano bruscamente como si acabara de quemarme. —Estoy segura. —Juraría que la blusa que llevaba el otro día tenía botoncitos plateados. La blusa rosa. Lo recuerdo porque me fijé que tenía uno un poco suelto cuando vino a buscarme al piso de arriba. La cara empezó a arderme todavía más si es que eso era posible. Pero ¿a qué estaba jugando? ¿Estaba intentando insinuar que yo había orquestado las cosas para encontrarme con él a solas en la sala de reuniones? Se acercó un poco más, con su aliento caliente junto a mi oído, y me susurró: —Debería tener más cuidado. Intenté mantener la calma mientras alejaba mi mano de la suy a. —Eres un cabrón —le respondí con los dientes apretados. Él se apartó y me miró sorprendido. ¿Cómo se atrevía a parecer sorprendido, como si hubiera sido yo la que hubiera roto las reglas? Una cosa era ser un imbécil conmigo, pero poner en peligro mi reputación delante de los demás ejecutivos… Iba a poner las cosas en su sitio luego. Durante la reunión intercambiamos miradas, la mía llena de furia y la suya con una incertidumbre creciente. Estuve estudiando las diapositivas que tenía delante de mí todo lo que pude para evitar mirarlo. En cuanto acabó la reunión, recogí mis cosas y salí disparada de la sala. Pero, como suponía, él salió detrás de mí y me siguió hasta el ascensor. Entramos y nos quedamos los dos bullendo de furia en el fondo, mientras subíamos hacia el despacho. ¿Por qué demonios no iría más rápido esa maldita cosa y por qué alguien de cada piso decidía utilizarlo justo ahora? La gente que nos rodeaba hablaba por los móviles, ordenaba archivos, comentaba planes para la hora de la comida… El ruido creció hasta convertirse en un fuerte zumbido que casi ahogada la bronca que le estaba echando mentalmente al señor Cullen. Para cuando llegamos al piso once, el ascensor casi había alcanzado su capacidad total. Cuando la puerta se abrió y se metieron tres personas más, me vi empujada contra él, con la espalda contra su pecho y mi trasero contra su… ¡oh! Sentí que el resto de su cuerpo se tensaba un poco y oí que inspiraba con fuerza. En vez de apretarme contra él, me mantuve todo lo lejos que pude. Él estiró la mano y me agarró la cadera para acercarme de nuevo. —Me gusta notarte contra mí —dijo con un murmullo grave y cálido junto a mi oído—. ¿Dónde…? —Estoy a dos segundos de castrarte con uno de mis tacones. Él se acercó todavía más. —¿Por qué estás tan molesta? Volví la cabeza y le dije casi en un susurro: —Es muy propio de ti hacerme parecer una arpía trepadora delante de tu padre. Dejó caer la mano y me miró con la boca abierta. —No. —Parpadeo. Parpadeo—. ¿Qué? —El señor Cullen confuso era increíblemente atractivo. « Cabrón» —. Solo era un juego sin importancia. —¿Y si te hubieran oído? —No me oy eron. —Pero podrían haberte oído. Parecía que de verdad eso no se le había pasado por la cabeza, quizá fuera cierto. Resultaba fácil para él « juguetear» desde su posición de poder. Era un ejecutivo adicto al trabajo. Yo era la chica que estaba solo a mitad de su carrera. La persona que había a nuestra izquierda nos miró y los dos nos quedamos de pie muy erguidos, mirando hacia delante. Yo le di un buen codazo en el costado y él me dio un pellizco en el trasero con la suficiente fuerza para hacerme soltar una exclamación. —No me voy a disculpar —me dijo en un susurro. « Claro que no. Imbécil» . Volvió a apretarse contra mí y sentí cómo crecía y se ponía aún más duro. Noté una calidez traidora creciendo también entre mis piernas. Llegamos al piso quince y unas cuantas personas más entraron. Dirigí la mano hacia atrás, la metí entre los dos y se la cogí. Él exhaló su aliento cálido contra mi cuello y susurró: —Sí, maldición. Y entonces le apreté. —Maldición. ¡Perdón! —susurró entre dientes junto a mi oído. Le solté, aparté la mano y sonreí para mí—. Dios, solo estaba jugando un poco contigo. Piso dieciséis. El resto de la gente salió en una marea; aparentemente iban todos a la misma reunión. En cuanto se cerraron las puertas y el ascensor empezó a moverse, oí un gruñido detrás de mí y vi un movimiento rápido y repentino a la vez que el señor Cullen estrellaba la mano contra el botón de parada del panel de control. Cuando sus ojos me miraron, estaban más oscuros que nunca. Con un movimiento ágil, me bloqueó contra la pared del ascensor con su cuerpo. Se apartó lo justo para dedicarme una mirada furiosa y murmurar: —No te muevas. Y aunque quería decirle que me dejara en paz, mi cuerpo me suplicaba que hiciera lo que él me decía. Estiró el brazo hasta los archivadores que y o había dejado caer, quitó un post it de la parte superior y lo colocó sobre la lente de la cámara que había en el techo. Su cara estaba a pocos centímetros de la mía y notaba su respiración casi jadeante contra mi mejilla. —Yo nunca quise decir que estabas intentando trepar a base de sexo. — Exhaló y se inclinó hacia mi cuello. Me aparté todo lo que pude y lo miré boquiabierta. —Y tú no estás pensando « suficiente» . Estamos hablando de mi carrera. Tú tienes todo el poder aquí. No tienes nada que perder. —¿Que y o tengo el poder? Tú eres la que se ha apretado contra mí en el ascensor. Tú eres la que me está haciendo esto. Sentí que mi expresión bajaba de intensidad. No estaba acostumbrada a verlo vulnerable, ni siquiera un poco. —Entonces nada de golpes bajos. Después de una larga pausa, él asintió. El sonido del edificio llenaba el ascensor mientras seguíamos mirándonos. La necesidad de contacto empezó a crecer, primero a la altura de mi ombligo y después empezó a bajar hasta llegar a mi entrepierna. Él se agachó y me lamió la mandíbula antes de cubrir mis labios con los suy os. Un gemido involuntario salió de mi garganta cuando noté su erección contra mi abdomen. Mi cuerpo empezó a actuar por instinto y lo rodeé con una pierna, apretándome contra su excitación, y mis manos subieron hasta su pelo. Él se apartó lo justo para que sus dedos me abrieran el broche que tenía en la cintura. Mi vestido se abrió delante de él. —Menuda gatita furiosa —me susurró. Me puso las manos en los hombros y me miró a los ojos mientras deslizaba la tela para que cayera al suelo. Se me puso la piel de gallina cuando me cogió las manos, me giró y me apoy ó las palmas contra la pared. Levantó las suy as para quitarme el pasador plateado del pelo, dejando que cay era sobre mi espalda desnuda. Me agarró el pelo con las manos y con brusquedad me giró la cabeza a un lado para tener acceso a mi cuello. Fue bajando por mis hombros y mi espalda dándome besos calientes y húmedos. Su contacto me hacía sentir como una chispa de electricidad en cada centímetro de piel que me tocaba. De rodillas detrás de mí, me agarró el trasero y clavó los dientes en mi carne, lo que me hizo soltar un gemido, antes de que volviera a levantarse. « Dios mío, ¿cómo sabía hacerme esas cosas?» —¿Te ha gustado que te hay a mordido el culo? —Me estaba apretando los pechos y tiraba de ellos. —Tal vez. —Eres una chica muy viciosa. Solté un grito de sorpresa cuando me dio un azote justo en el sitio donde habían estado sus dientes y respondí con un gemido de placer. Solté otra exclamación cuando sus manos agarraron las delicadas cintas de mi ropa interior y me la rasgaron. —Te voy a pasar otra factura, cabrón. Él se rió por lo bajo malévolamente y se apretó contra mí de nuevo. La fresca pared contra mis pechos hizo que todo mi cuerpo se estremeciera y volvieran los recuerdos de la primera vez en la ventana. Se me había olvidado lo mucho que me gustaba el contraste (frío contra calor, duro contra « él» ). —Merece la pena el gasto. —Deslizó la mano para rodearme la cintura y después la bajó por el vientre, cada vez más abajo, hasta que uno de sus dedos descansó sobre mi clítoris. —Creo que te pones estas cosas solo para provocarme. ¿Tendría razón y yo estaba delirando al pensar que me las ponía para mí? La presión de su contacto hizo que empezara a sentir la necesidad. Sus dedos presionaban y paraban, dejándome a medias. Bajó todavía más y se paró justo junto a mi entrada. —Estás muy húmeda. Dios, tienes que haber estado pensando en esto toda la mañana. —Vete a la mierda —gruñí a la vez que soltaba una exclamación cuando su dedo entró por fin mientras me apretaba más contra él. —Dilo. Dilo y te daré lo que quieres. —Un segundo dedo se unió al primero y la sensación me hizo gritar. Negué con la cabeza, pero mi cuerpo me traicionó otra vez. Él sonaba tan necesitado… Sus palabras eran provocadoras y controladoras, pero parecía que él también estaba de alguna forma suplicando. Cerré los ojos intentando aclarar mis pensamientos, pero todo aquello era demasiado. La sensación de su cuerpo totalmente vestido contra mi piel desnuda, el sonido de su voz ronca y sus largos dedos entrando y saliendo de mí me estaban acercando al precipicio. Subió la otra mano y me pellizcó con fuerza un pezón a través de la fina tela del sujetador y yo gemí con fuerza. Estaba muy cerca. —Dilo —volvió a gruñir mientras su pulgar subía y bajaba sobre mi clítoris —. No quiero que estés todo el día enfadada conmigo. Al final me rendí y se supliqué: —Te quiero dentro de mí. Él dejó escapar un gemido grave y estrangulado y apoy ó la frente en mi hombro a la vez que empezaba a moverse más rápido, empujando y moviéndose en círculos. Tenía las caderas pegadas a mi trasero y su erección frotándose contra mí. —Oh, Dios —gemí cuando sentí que los músculos se tensaban en lo más profundo de mí, con todos mis sentidos centrados en el placer que estaba a punto de liberarse. Y entonces los sonidos rítmicos de nuestros jadeos y gruñidos se vieron interrumpidos de repente por el estridente timbre de un teléfono. Nos quedamos paralizados al darnos cuenta de dónde estábamos, tirados el uno sobre el otro. El señor Cullen maldijo y se apartó de mí para coger el teléfono de emergencia del ascensor. Me di la vuelta, cogí el vestido, me lo puse sobre los hombros y empecé a abrochármelo con manos temblorosas. —Sí. —Pero qué tranquilo sonaba, ni siquiera se le notaba un poco jadeante. Nuestras miradas se encontraron, cada una desde un extremo del ascensor—. Sí, ya veo… No, estamos bien… —Se agachó lentamente y recogió mis bragas rotas y olvidadas del suelo del ascensor—. No, simplemente se ha parado. — Escuchó a la persona que había al otro lado mientras frotaba la tela sedosa entre los dedos—. Está bien. —Terminó la conversación y colgó el teléfono. El ascensor dio una sacudida cuando empezó a ascender de nuevo. Él miró el trozo de encaje que tenía en la mano y después me miró a mí y sonrió burlón, alejándose de la pared y acercándose a donde y o estaba. Colocó una mano a un lado de mi cabeza, se inclinó, pasó la nariz por mi cuello y me susurró: —Me gusta tanto olerte como tocarte. Se me escapó una exclamación ahogada. —Y estas —dijo enseñándome las bragas que tenía en la mano— son mías. El timbre del ascensor sonó cuando nos detuvimos en nuestra planta. Se abrieron las puertas y sin una sola mirada hacia donde y o estaba, se metió la delicada tela rasgada en el bolsillo de la chaqueta del traje y salió del ascensor.

Capítulo 2: Capítulo 2 Capítulo 4: Capítulo 4

 
14430638 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10748 usuarios