Odioso adorable (+18)

Autor: Maggie_Swan
Género: Romance
Fecha Creación: 06/05/2017
Fecha Actualización: 23/11/2017
Finalizado: NO
Votos: 1
Comentarios: 15
Visitas: 26207
Capítulos: 12
Una joven ambiciosa.
Un ejecutivo perfeccionista.
Un odio insoportable.
Una atracción irresistible.
Una mezcla perfecta de sexo, amor y mucho descaro.
 
Bella Swan se ha relacionado con los Cullen desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Cullen Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para Edward, el atractivo hijo de los Cullen, que se comporta como un perfecto imbécil con Bella... hasta que una tarde, repasando una presentación, acaban sucumbiendo a la pasión encima de la mesa de reuniones.
Tratando de mantener el equilibrio entre la profesionalidad y la lujuria, descubrirán con pavor que no es solo el sexo lo que les une: están perdidamente enamorados. Pero todo es tan complicado... y los continuos malentendidos a los que tienen que enfrentarse no van a facilitarles nada la tarea...
 
Los personajes pertenecen a SM
La historia pertenece a Cristine y Lauren.
Original "Beutiful Bastard"
Esta historia contiene lenguaje sexual y vulgar no apropiado para menores de 18 años.
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Capítulo 8: Capítulo 8

Cuando abrió la puerta y ambos nos encontramos cara a cara con Rosalie, me quedé helada. —¿Qué era exactamente lo que estaban haciendo los dos ahí dentro? — preguntó mientras su mirada pasaba de uno a otro. Una recapitulación de todo lo que podía haber oído me pasó en un segundo por la cabeza y sentí un calor que se extendía por toda mi piel. Me atreví a mirar al señor Cullen justo cuando él hacía lo mismo. Después me volví hacia Rosalie y negué con la cabeza. —Nada, teníamos que hablar. Eso es todo. —Intenté fingir, pero sabía que el temblor de mi voz me delataba. —Oh, he oído algo ahí dentro y no tengo la más mínima duda de que no era hablar —dijo sonriendo burlonamente. —No seas ridícula, Rosalie. Estábamos discutiendo un tema de trabajo —dijo él intentando pasar a su lado. —¿En el baño? —preguntó. —Sí. Me habéis mandado aquí arriba para que viniera a buscarla y ahí es donde la he encontrado. Ella se puso delante de él para bloquearle el camino. —¿Crees que soy tonta? No es ningún secreto que vosotros no « hablan» , ¡gritan! ¿Y ahora? ¿Están saliendo? —¡No! —gritamos los dos a la vez y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de apartarlas rápidamente. —ya… así que solo es sexo —dijo y ninguno de los dos fue capaz de encontrar las palabras para responder. La tensión en ese pasillo era tan densa que llegué a considerar brevemente cuánto daño podía provocar un salto desde una ventana del tercer piso—. ¿Cuánto tiempo llevan así? —Rosalie… —empezó él negando con la cabeza y por una vez llegué a sentirme mal por su incomodidad. Nunca le había visto así antes. Era como si en todo ese tiempo no se le hubiera ocurrido que podía haber consecuencias aparte de nuestra propia confusión. —¿Cuánto tiempo, Edward? ¿Isabella? —dijo mirándonos a los dos. —Yo… nosotros solo… —empecé, pero ¿qué iba a decir? ¿Solo qué? ¿Cómo podía explicar aquello?—. Nosotros… —Cometimos un error. Ha sido un error. Su voz cortó de raíz mis pensamientos y lo miré en shock. ¿Por qué me molestaba tanto que hubiera dicho eso? Había sido un error, pero oírselo decir… me dolía. No pude apartar los ojos de él aunque ella empezó a hablar. —Error o no, tienen que parar. ¿Y si hubiera sido Esme? Y Edward, ¡eres su jefe! ¿Es que se te ha olvidado eso? —Suspiró profundamente—. Miren, ustedes dos son adultos y no sé lo que está pasando aquí, pero sea lo que sea, que no se entere Carlisle. Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que Carlisle se enterara de aquello y lo decepcionado que iba a estar. No podía soportarlo. —Eso no será un problema —dije evitando a propósito la mirada de Edward —. Pretendo aprender de mi error. Disculpenme. Pasé al lado de ambos y me dirigí a las escaleras, el enfado y el dolor me provocaban un peso muerto en el fondo del estómago. La fuerza de mi ética del trabajo y mi motivación siempre me habían mantenido a flote en los peores momentos de mi vida: las rupturas, la muerte de mi madre, los malos momentos con los amigos. Mi valor como empleada de Cullen Media Group ahora estaba manchado por mis propias dudas. ¿Le estaba haciendo verme de forma diferente porque me lo estaba tirando? Ahora que parecía haber registrado (por fin) que si los demás se enteraban de lo nuestro podía ser algo malo para él, ¿empezaría a cuestionar mi juicio a nivel global? Yo era más inteligente que todo aquello. Y ya era hora de que empezara a actuar en consecuencia. Me recompuse antes de salir al jardín trasero y volver a mi asiento junto a Jacob. —¿Va todo bien? —me preguntó. Volví la cabeza y me permití mirarlo durante un momento. Realmente era bastante lindo: pelo oscuro ligeramente desordenado, una cara amable y los ojos café más lindos que había visto en mi vida. Tenía todo lo que yo debería estar buscando. Levanté la mirada un segundo después cuando el señor Cullen volvió a la mesa con Rosalie, pero la aparté rápidamente. —Sí, es que no me encuentro muy bien —dije volviéndome otra vez hacia Jacob—. Creo que voy a tener que retirarme y a. —Vamos —dijo Jacob levantándose para apartarme la silla—. Te acompañaré al coche. Me despedí sintiendo, incómoda, la palma de Jacob en la parte baja de mi espalda mientras salíamos de la casa. Una vez en la entrada, me dedicó una sonrisa tímida y me cogió la mano. —Ha sido un placer conocerte, Bella. Me gustaría poder llamarte alguna vez y tal vez salir a comer como te he dicho. —Déjame tu teléfono —le dije. Una parte de mí se sentía mal por hacer aquello; estar con un hombre en el piso de arriba no hacía ni veinte minutos y ahora darle mi número a otro. Pero y a era hora de dejar atrás aquello y una cita para comer con un chico agradable parecía un buen punto de partida. Su sonrisa se ensanchó cuando le devolví el teléfono y él me dio su tarjeta. Me cogió la mano y se la llevó a los labios. —Te llamo el lunes. Con suerte las flores no se habrán marchitado del todo. —Lo que importa es la intención —le dije sonriendo—. Gracias. Parecía tan sincero, tan feliz por la simple posibilidad de volver a verme que se me ocurrió que yo debería estar sonriendo como una tonta o sintiendo mariposas en el estómago. Pero la verdad es que tenía ganas de vomitar. —Debería irme. Jacob asintió y me abrió la puerta del coche. —Claro. Espero que te mejores. Conduce con cuidado y que tengas buenas noches, Bella. —Buenas noches, Jacob. Cerró la puerta. Encendí el motor y con la mirada fija adelante me alejé de la casa de la familia de mi jefe. A la mañana siguiente, en yoga, consideré la posibilidad de abrirle mi corazón a Angela. Antes estaba bastante segura de que podía manejar las cosas yo sola, pero después de pasar una noche entera mirando al techo y volviéndome loca, me di cuenta de que necesitaba desfogarme con alguien. Estaba Alice, y ella mejor que nadie podría entender lo desquiciante que podía ser mi jefe bueno. Pero también trabajaba para Emmet y no quería ponerla en una posición incómoda, pidiéndole que guardara un secreto tan grande como aquel. Sabía que Rosalie no tendría ningún problema en hablar conmigo si se lo pedía, pero había algo en el hecho de que ella fuera parte de la familia, y además sabiendo lo que podía haber oído, que me hacía sentir bastante incómoda. Había veces que realmente deseaba que mi madre siguiera viva. Solo pensar en ella me produjo un profundo dolor en el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas. Mudarme allí para pasar los últimos años de su vida con ella había sido la mejor decisión que había tomado en mi vida. Y aunque vivir tan lejos de mi padre y mis amigos había sido duro a veces, sabía que todo ocurre por una razón. Solo deseaba que esa razón se diera prisa y se manifestara de una vez. ¿Podría decírselo a Angela? Tenía que admitir que estaba aterrada por lo que podía pensar de mí. Pero más que eso, estaba aterrada por decírselo en voz alta a alguien. —Vale, no dejas de mirarme —me dijo—. O tienes algo en mente o te estoy avergonzando porque estoy sudada y horrible. Intenté no decirle nada, intenté no darle importancia y dejar que pensara que estaba diciendo tonterías. Pero no pude. El peso y la presión de las últimas semanas me estaban aplastando y antes de que pudiera controlarlo, mi barbilla empezó a temblar y empecé a berrear como un bebé. —Eso era lo que me parecía. Vamos, Bella. —Me ofreció la mano, me ay udó a levantarme y, recogiendo todas nuestras cosas, me llevó hacia la puerta. Veinte minutos, dos mimosas y una crisis nerviosa después, estaba mirando la expresión de espanto de Angela en nuestro restaurante favorito. Se lo conté todo: lo de romperme las panties, que me gustaba que me las rompiera, los diferentes sitios, los « te odio» de la mitad de las sesiones, que Rosalie nos había atrapado, mi culpa por sentir que estaba traicionando a Carlisle y a Esme, lo de Jacob, las declaraciones trogloditas del señor Cullen y, por fin, mi miedo a estar en la relación más insana de la historia del mundo y, sin ningún poder en absoluto. Cuando levanté la vista para mirarla, hice una mueca de dolor; ella tenía una cara como si acabara de ver un accidente de coche. —Vale, vamos a ver si lo he entendido bien. Asentí mientras esperaba que continuara. —Te estás acostando con tu jefe. Me encogí un poco. —Bueno, técnicamente no… Ella levantó la mano para que no terminara la frase. —Sí, sí. Eso lo he entendido. ¿Y ese es el mismo jefe al que te refieres cariñosamente como « el atractivo cabrón» ? Suspiré profundamente y asentí de nuevo. —Pero lo odias. —Correcto —murmuré apartando la mirada—. Odio. Eso es lo que siento: mucho odio. —No quieres estar con él, pero no puedes mantenerte alejada. —Dios, suena mucho peor oírselo decir a otra persona —gruñí y escondí la cara entre las manos—. Suena ridículo. —Pero los momentos sexis… Son buenos —dijo con un toque de humor en la voz. —« Buenos» no es suficiente para describirlos, Angela. Ni fenomenales, intensos, alucinantes y asombrosos como de multiorgasmo es suficiente para describirlos. —¿« Asombrosos como de multiorgasmo» existe? Me froté la cara con las manos y volví a suspirar. —Cállate. —Bueno —respondió pensativa y carraspeó—. Supongo que lo del pene pequeña no era un problema después de todo… Dejé que mi cabeza cay era sobre mis brazos que estaban encima de la mesa. —No. No, sin duda eso no es un problema. —Levanté la vista un poco al oír el sonido de risas ahogadas—. ¡Angela! ¡Esto no tiene ninguna gracia! —Perdona que discrepe. Hasta tú tienes que ver la gran locura que es esto. De todas las personas que he conocido, eres la última que yo habría imaginado que podía acabar en esta situación. Siempre has sido tan seria, con todos y cada uno de los pasos de tu vida planificados. Vamos, has tenido muy pocos novios de verdad y has estado con ellos lo que todo el mundo consideraba una cantidad absurda de tiempo antes de acostarse. Este hombre tiene que ser algo de otro mundo. —Sé que no hay nada malo en tener una relación puramente sexual con alguien… puedo con eso. Sé que a veces puedo ser demasiado controladora, pero lo peor es el hecho que siento que no tengo control sobre mí misma cuando estoy con él. Es que ni siquiera me gusta y aun así… sigo cayendo. Angela le dio un sorbo a su mimosa y prácticamente pude ver los engranajes de su cerebro trabajando mientras reflexionaba sobre lo que le acababa de decir. —¿Qué es lo que te importa? Levanté la vista para mirar a Angela, comprendiendo por dónde iba. —Mi trabajo. Mi vida después de esto. Mi valor como empleada. Saber que mi contribución marca la diferencia. —¿Puedes sentirte bien en todos esos aspectos y cogértelo a la vez? Me encogí de hombros, incapaz de desenmarañar mis pensamientos sobre ese tema. —No lo sé. Si y o sintiera que son cosas independientes, tal vez. Pero nuestras únicas interacciones se producen en el trabajo. No hay ningún momento en que esto no vaya tanto de trabajo como de sexo. —Entonces tienes que encontrar una forma de dejar de hacerlo. Necesitas mantener la distancia. —No es tan fácil —respondí, negando con la cabeza y empecé a divagar—. Trabajo para él. No puedo evitar fácilmente todos los momentos a solas con él. He jurado varias veces que no volveríamos a tener sexo y he vuelto a tenerlo a las pocas horas; es ridículo. Y además, tenemos que ir a un congreso dentro de dos semanas. El mismo hotel, muy cerca todo el tiempo. ¡Y con camas! —Bella, pero ¿qué te ocurre? —me preguntó Angela con un tono asombrado—. ¿Es que quieres que esto continúe? —¡No! ¡Claro que no! Ella me miró escéptica. —Lo que pasa… es que soy diferente con él. Es como si quisiera cosas que nunca había querido antes y tal vez debería permitirme querer esas cosas. Solo desearía que fuera otra persona la que me hiciera desearlas, alguien agradable, como Jacob por ejemplo. Mi jefe no tiene nada de agradable. —¿Tu jefe te hace querer qué? ¿Qué te den azotes y esas cosas? —inquirió Angela con una risita, pero cuando y o aparté la vista oí que soltaba una exclamación ahogada—. Oh, Dios mío, ¿te ha dado azotes? La miré con los ojos como platos. —Angela, ¿no puedes decirlo más alto? Creo que el hombre del fondo no te ha oído. —En cuanto me aseguré de que nadie nos estaba mirando, me aparté unos mechones sueltos de la frente y respondí—. Mira, ya sé que tengo que parar esto, pero yo… Me detuve porque sentí que se me ponía toda la piel de gallina. Se me quedó el aliento atravesado en la garganta y me volví lentamente para mirar hacia la puerta. Era él, desaliñado y vestido con una camiseta negra y vaqueros, zapatillas de deporte y el pelo más despeinado que de costumbre. Me di la vuelta para mirar a Angela mientras sentía que toda la sangre había abandonado mi cara. —Bella, ¿qué ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma —dijo Angela extendiendo la mano por encima de la mesa para tocarme el brazo. Tragué con dificultad en un intento por recuperar mi voz, y después la miré. —¿Ves a ese hombre que hay junto a la puerta? ¿El alto y guapo? —Ella levantó un poco la cabeza para mirar y yo le di una patada por debajo de la mesa—. ¡No seas tan descarada! Es mi jefe. Angela abrió mucho los ojos y se quedó con la boca abierta. —¡Madre mía! —exclamó y negó con la cabeza mientras le miraba de arriba abajo—. No lo decías en broma, Bella. Es un cabrón realmente atractivo. No sería yo la que lo echara de mi cama. O mi coche. O el probador. O el ascensor o… —¡Angela! ¡No me estás ayudando! —¿Quién es la rubia? —preguntó señalándola. Me volví para ver cómo un camarero llevaba hasta su mesa al señor Cullen con una rubia alta con las piernas muy largas. La mano de él estaba apoyada en la parte baja de la espalda de la chica. Sentí en el pecho una terrible punzada de celos. —Pero qué cabrón —exclamé entre dientes—. Después de lo que hizo anoche… Tiene que estar de broma. Justo cuando estaba a punto de responderme, el teléfono de Angela sonó y ella lo buscó en su bolso. El saludo de « ¡Hola, cariño!» me comunicó que era su prometido y que esa llamada le iba a llevar un rato. Volví a mirar al señor Cullen, hablando y riéndose con la rubia. No podía apartar los ojos de ellos. Él estaba todavía más atractivo en ese ambiente relajado: sonreía y le bailaban los ojos cuando se reía. « ¡Pendejo!» Como si hubiera podido oír mis pensamientos, él levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Apreté la mandíbula y aparté la vista, tirando la servilleta sobre la mesa. Tenía que salir de allí. —Ahora vuelvo, Angela. Ella asintió y me despidió con la mano distraídamente, sin dejar su conversación. Me levanté y pasé junto a su mesa asegurándome de evitar su mirada. Acababa de doblar la esquina y y a veía la seguridad del baño de señoras cuando sentí una mano fuerte en mi antebrazo. —Espera. Esa voz provocó un relámpago en mi interior. « Muy bien, Bella, puedes hacerlo. Simplemente vuélvete, míralo y dile que se vaya a la chingada. Es un cabrón que dijo anoche que tú eras un error y hoy aparece con una rubia delante de tus narices». Cuadré los hombros y me giré para mirarlo. «Demonios». De cerca estaba aún más guapo. Nunca le había visto de otra forma que no fuera perfectamente arreglado, pero obviamente no se había afeitado aquella mañana y yo sentí la necesidad desesperada de notar cómo su barba me raspaba las mejillas. O los muslos. —¿Qué diablos quieres? —le escupí, arrancando el brazo de su mano. Sin la ventaja que me daban los tacones, él era mucho más alto que yo. Tenía que levantar la vista para mirarlo a la cara, pero pude ver unas leves ojeras bajo sus ojos. Parecía cansado. Bueno, le estaba bien empleado. Si pasaba las noches tan mal como yo, eso me alegraba. Se pasó las manos por el pelo y miró a nuestro alrededor incómodo. —Quería hablar contigo. Para explicarte lo de anoche. —¿Y qué hay que explicar? —pregunté señalando con la cabeza hacia el comedor y la rubia que todavía estaba sentada en su mesa. Sentí una presión aguda en el pecho—. « Un cambio de ambiente» . Ya veo. Me alegro de haberte encontrado aquí así… Me recuerda por qué esto que hay entre nosotros es una mala idea. No quiero estar cogiendo indirectamente a todas las demás mujeres. —Pero ¿de qué demonios estás hablando? —me preguntó mirándome—. ¿Hablas de Heidi ? —¿Así se llama? Bueno, pues que usted y Heidi tengan una comida muy agradable, señor Cullen. —Me di la vuelta para irme pero me detuvo de nuevo agarrándome el brazo—. Suéltame. —¿Y por qué te importa? Nuestra discusión había empezado a atraer la atención del personal que pasaba de camino a la cocina. Después de echar un vistazo alrededor, él me metió en el baño de mujeres y cerró la puerta con seguro. « Fantástico, otro baño» . Le aparté de un empujón cuando se acercó. —Pero ¿qué crees que estás haciendo? ¿Y qué quieres decir con que por qué me importa? «Cogiste» conmigo anoche, diciéndome que no podía querer salir con Jacob y ahora estás aquí con otra. No sé por qué he permitido que se me olvidara que eres un mujeriego. Tu comportamiento es justo el que cabía esperar… Con quien estoy enfadada es conmigo. —Estaba tan furiosa que prácticamente me estaba clavando las uñas en las palmas de las manos. —¿Es que crees que estoy aquí en una « cita»? —Soltó el aire lentamente y negó con la cabeza—. Esto es increíble, maldición. Heidi es una amiga. Dirige una organización sin ánimo de lucro que Cullen Media apoya…Eso es todo. Tenía que haber quedado con ella el lunes para firmar unos papeles pero ha tenido un cambio de última hora en un vuelo y se va del país esta tarde. No he estado con nadie desde el… —Hizo una pausa para pensar mejor sus palabras—. Desde que nosotros… ya sabes… —Terminó haciendo un movimiento impreciso señalándonos a ambos. « ¿Qué?» Nos quedamos allí de pie, mirándonos el uno al otro mientras intentaba dejar que me calaran aquellas palabras. No se había acostado con nadie más. Pero ¿eso era posible? Sabía con seguridad que era un donjuán. Yo personalmente había visto la colección siempre creciente de mujeres florero que llevaba a los eventos corporativos, eso sin mencionar las historias sobre él que iban de boca en boca por todo el edificio. E incluso si lo que estaba diciendo era cierto, eso no cambiaba el hecho de que seguía siendo mi jefe y que todo aquello estaba muy mal. —¿Todas esas mujeres que se lanzan a tus brazos y no te has tirado a ninguna? Oh, estoy conmovida. —Me volví hacia la puerta. —No es tan difícil de creer —gruñó y pude sentir su mirada atravesándome la espalda. —¿Sabes qué? No importa. Todo ha sido un error, ¿no? —De eso es de lo que quería hablarte. —Se acercó y su olor (a miel y a salvia) me envolvió. De repente me sentí atrapada, como si no hubiera suficiente oxígeno en aquella diminuta habitación. Necesitaba salir de allí inmediatamente. ¿Qué me había dicho Ángela hacía menos de cinco minutos? Que no me quedara a solas con él. Buen consejo. Me gustaban mucho estas bragas en concreto y no quería verlas hechas jirones y en su bolsillo. « Vale, eso no es más que una mentira» — ¿Vas a volver a ver a Jacob? —me preguntó desde detrás de mí. Tenía la mano en el picaporte. Todo lo que tenía que hacer era girarlo y estaría a salvo. Pero me quedé helada, mirando aquella maldita puerta durante lo que me parecieron varios minutos. — ¿Y eso importa? —Creía que ya habíamos hablado de eso anoche —dijo y noté su aliento cálido en mi pelo. —Sí, dijimos muchas cosas anoche. —Sus dedos subieron por mi brazo y deslizaron el fino tirante de la camiseta por mi hombro. —No quería decir que fue un error —susurró contra mi piel—. Me entró el pánico. —Eso no significa que no sea verdad. —Mi cuerpo se apoyó instintivamente contra él y ladeé un poco la cabeza para permitirle un mejor acceso—. Y ambos lo sabemos. —De todas formas no debería haberlo dicho. —Me colocó la coleta por encima del hombro y sus suaves labios bajaron por mi espalda—. Voltéate— Una palabra. ¿Cómo era posible que esa simple palabra me hiciera cuestionármelo todo? Una cosa era que me apretara contra una pared o me agarrara por la fuerza, pero ahora lo estaba dejando todo a mi elección. Me mordí el labio con fuerza e intenté obligarme a girar el picaporte. De hecho la mano me tembló antes de caer derrotada contra mi costado. Me volví y levanté la vista para mirarlo a los ojos. Él apoyó la mano en mi mejilla, rozándome el labio inferior con el pulgar. Nuestras miradas se unieron y justo cuando pensaba que no podría esperar un segundo más, él me acercó a su cuerpo y apretó su boca contra la mía. En cuanto nos besamos, mi cuerpo dejó de resistirse y de repente parecía que no podía estar lo bastante cerca. El bolso cayó sobre el suelo de baldosas a mis pies y enterré las manos en su pelo, tirando de él hacia mí. Él me apoyó contra la pared y me pasó las manos por el cuerpo, levantándome un poco. Me las metió dentro de los pantalones de yoga y las dejó sobre mi trasero. —Maldición, pero ¿qué llevas? —Se quejó contra mi cuello, con las palmas pasando una y otra vez sobre el satén rosa. Me levantó del todo, yo le rodeé la cintura con las piernas y él me apretó más contra la pared. Gimió y me cogió el lóbulo de la oreja entre los dientes. Me bajó un lado de la camiseta y se metió uno de mis pezones en la boca. Yo dejé caer la cabeza, que golpeó contra la pared, cuando sentí el roce de su cara sin afeitar contra mi pecho. Un sonido estridente se oyó, sacándome de mi ensimismamiento. Oí que él soltaba un juramento. Era mi teléfono. Me bajó y se apartó. En su cara ya había aparecido su habitual ceño fruncido. Me arreglé la ropa rápidamente, cogí mi bolso e hice una mueca cuando vi la foto que aparecía en la pantalla. —Ángela —respondí sin aliento. —Bella, ¿estás en el baño cogiendote a ese guapote? —Ahora mismo vuelvo, ¿ok? —colgué y metí el teléfono en el bolso. Lo miré y sentí que mi lado racional volvía tras la breve interrupción—. Tengo que irme. —Mira, yo… —Le cortó mi teléfono que volvió a sonar. Contesté sin molestarme en mirar la pantalla. —¡Dios, Ángela! ¡No estoy aquí cogiendo con ningún guapote! —¿Bella? —la voz confundida de Jacob fue la que me llegó a través del teléfono. —Oh… hola. —«Demonios» . No podía estar pasándome esto a mí. —Me alegro de oír que no te… estás cogiendo… a ¿un guapote? —dijo Jacob riéndose tenso. —¿Quién es? —preguntó Edward con un gruñido. Le puse la mano sobre los labios y le dediqué la mirada más sucia que pude. —Oye, no puedo hablar ahora mismo. —Sí, siento molestarte un domingo, pero es que no podía dejar de pensar en ti. No quiero crearte ningún problema ni nada, pero justo después de que te fueras comprobé mi correo y tenía una confirmación de que habían entregado tus flores. —¿Ah, sí? —pregunté con fingido interés. Tenía los ojos fijos en los de Edward. —Sí, y parece que quien firmó la entrega fue Edward Cullen. 

Capítulo 7: capítulo 7 Capítulo 9: Capítulo 9

 
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