Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51567
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

------------------------------------------------------------------------------------------

Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 33: Capitulo 33

A las once y media, mi amiga Ángela pasa a buscarme y juntas vamos a ver a su sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es precioso. A la una ya estamos de vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua está fresquita y muy rica.

 

Ángela me cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre Jacob. Pero en cuanto ve que no quiero hablar sobre el tema, lo deja estar y hablamos de otras cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa y yo me quedo tirada en la piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es Jacob para invitarme a comer. Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a escuchar música.

 

Mi móvil pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me quedo sin aire cuando leo: «¿Tomas algo conmigo?».

 

¡Es Edward!

 

El corazón me palpita.

 

Edward está en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y bebo. La garganta de pronto se me ha quedado seca y el móvil vuelve a sonar otra vez.

 

«Sabes que no soy paciente. Responde.»

 

Con las manos temblorosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente consigo poner: «Estoy de vacaciones».

 

Lo envío y las tripas se me encogen hasta que oigo que el móvil pita y leo su respuesta. «Lo sé. Muy bonita la puerta roja del chalet de tu padre.»

 

Cuando leo eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia la puerta como alma que lleva el diablo. En mi carrera, arraso las sillas del patio y me dejo la cadera, pero no me importa.

 

¡Edward está allí!

 

Abro rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera que no veo ningún coche que pueda ser de él, hasta que un pitido me hace mirar a mi derecha y veo un hombre sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita el casco y sus ojos y su boca me sonríen.

 

Sin importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi impulso que estamos los dos a punto de rodar por el suelo, pero nada, absolutamente nada me importa. Sólo lo abrazo y me estremezco cuando vuelvo a oír su voz en mi oído:

—Pequeña… te he echado de menos.

 

Estoy nerviosa. ¡Histérica!

 

Edward, ¡mi Edward!, está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es lo único que quiero pensar.

Cuando me separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy consciente de mi estado.

 

—Edward, podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.

 

Él no contesta. Sólo me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a él, dispuesto a darme un apasionado beso que hace que todo Jerez tiemble.

 

—Estás preciosa, cariño.

 

¡Ay, Dios! Me va a dar algo ¡Y encima me llama cariño!

 

—¿Cómo está tu brazo? —pregunta de pronto.

 

Lo levanto y le enseño la marca de la plancha.

 

—Perfecto.

 

Edward hace un gesto con la cabeza y lo invito a pasar a mi casa. Me sigue y le ofrezco una cerveza. La rechaza y pide agua. Lo hago esperar en la piscina mientras me visto. Se resiste pero le hago entender que es la casa de mi padre y que puede aparecer en cualquier momento. Acepta mis explicaciones y accede a mi petición. Tardo en vestirme cinco minutos. Unos vaqueros, un top y arreando.

Cuando aparezco, Edward me mira.

 

—Has recibido un par de mensajes de Jacob.

 

Resoplo y, antes de poder responder, Edward me atrae hacia él y me besa con posesión. Sus besos me hacen entender que me ha echado tanto de menos como yo a él, y eso me gusta. Aunque aún me tiene que explicar muchas cosas. Entre besos, entramos en la cocina. Edward me sube a la mesa para continuar su reguero de besos, mientras me aprieta contra él.

 

Calor… tengo un calor horroroso y más cuando baja su cabeza y me muerde los pechos por encima del top. El ansia viva nos puede. Nos consume y al final soy yo la que, olvidándome de dónde estoy, de mi padre y de la Virgen de Triana que preside la cocina, le abro el vaquero, meto mis manos bajo los calzoncillos y lo toco. Le exijo más.

 

Edward, avivado por mis caricias, me desabrocha el vaquero, tira de él y me lo quita. A éste le siguen las bragas y siento el frío de la mesa sobre mis nalgas. Continúo sentada sobre la mesita y observo cómo se pone con rapidez un preservativo. Veo mi tatuaje pero él no lo ve. Está cegado por el sexo. ¡Me gusta!

Me atrae hacia él. Con las respiraciones entrecortadas y el deseo instalado en la mirada, coloca su pene en la entrada de mi vagina, lo introduce unos centímetros y después me agarra del trasero y con un certero movimiento lo introduce totalmente en mi interior, mientras veo que se muerde el labio.

 

Sí… Sí… Sí… Necesitaba sentir a Edward.

 

Sin hablar, me coge en volandas para ponerme más a su altura y me apoya contra el frigorífico. Lo beso… me besa con desesperación y sus acometidas fuertes y profundas contra mí me hacen gritar de puro placer. Una… dos… tres… Mi cuerpo lo recibe gustoso… cuatro… cinco… seis… ¡Quiero más!

 

De nuevo, mi carne arde, mi vagina tiembla por su posesión y yo jadeo y me corro entre sus brazos. Soy feliz. Muy feliz y no quiero pensar en nada más mientras dejo que él me tome como le gusta. Como nos gusta. Rudo, posesivo y varonil.

 

Tras varias potentes embestidas en las que siento que me va a romper, Edward se echa hacia atrás y suelta un gruñido. Deja caer su cabeza sobre mi hombro y, durante unos minutos, los dos permanecemos apoyados en el frigorífico.

 

—¿Qué haces aquí, Edward?

 

—Me moría por volverte a verte.

 

Escuchar aquello me hace cerrar los ojos. Adoro escuchar aquello pero no entiendo por qué no ha venido a verme antes. Finalmente me besa, me baja al suelo y pasamos por el baño para asearnos un poco antes de salir de la casa de mi padre entre besos y risas. Me pide que vayamos a comer a algún lado y al llegar hasta la espectacular moto que ha traído pregunto:

 

—¿Es tuya?

 

No responde. Se encoge de hombros y me entrega el otro casco para que me lo ponga.

 

—¿Te dan miedo?

 

Me pongo el casco que él me da.

 

—Miedo no, respeto.

 

Edward sonríe. Se monta y arranca la moto.

 

—Agárrate a mí con fuerza. Si en algún momento tienes miedo, me lo dices, ¿de acuerdo?

Asiento y emprende la marcha.

 

Le indico por las calles de Jerez y comemos en el restaurante de Pachuca, una amiga de mi padre. Ésta, al verme entrar tan bien acompañada, me guiña el ojo y nos lleva hasta la mejor mesa que tiene. Luego me besuquea y me regaña por ir tan poco a visitarla, mientras observo que Edward teclea algo en el móvil. Cuando por fin termina con sus besos y reproches, nos entrega la carta.

 

—Niña, pide el salmorejo, que hoy me ha salido de escándalo.

 

Miro a Edward y pregunto:

 

—¿Te gusta el salmorejo?

 

—¿Eso qué es? —pregunta divertido

 

—Mira, siquillo —le explica la Pachuca—, es una especie de gaspasito pero más consentraíto. Si te gusta la verdura, te aseguro que el salmorejo de la Pachuca te gustará.

 

Los dos respondemos al unísono: ¡salmorejo para los dos!

 

—¿Y de segundo qué nos ofreces?

 

La Pachuca sonríe y dice:

 

—Tengo atún ensebollaíto que quita tó er sentío, o chuletitas. ¿Qué preferís?

 

—Atún —responde Edward.

 

—Yo también.

 

Cuando se marcha la Pachuca, Edward me mira y extiende sus manos por encima de la mesa para coger las mías. No decimos nada. Sólo nos miramos hasta que él rompe el hielo:

 

—Soy un gilipollas.

 

—Exacto. Lo eres.

 

Ese comentario me demuestra que recibió mis correos.

 

—Quiero que sepas que me volví loco al recibir tu último correo.

 

Le suelto las manos.

 

—Te lo merecías.

—Lo sé…

 

—Hice lo que me pediste. Y como tu secuaz no podía ver lo que hacía dentro de la habitación, decidí ser yo quien te lo enseñara.

 

Miro sus manos. Sus nudillos se ponen tensos. Se blanquean.

 

—Admito mi error, pero ver lo que vi no me gustó.

 

Eso me sorprende. Me recuesto sobre la silla.

 

—¿No te gustó ver cómo jugaba con otro?

 

Edward me mira. Su mirada se torna sombría.

 

—No, si en ese juego no estaba yo.

 

Me niego a confesarle que para mí sí estaba en ese juego.

 

—¿Me perdonas?

 

—No lo sé. Lo tengo que pensar, Iceman.

 

—¿¡Iceman!?

 

Sonrío, pero no le revelo que fue James quien le puso el mote.

 

—Tu frialdad en ocasiones te convierte en un hombre de hielo. ¡Iceman!

 

Asiente. Clava su mirada en mí y me exige que le dé de nuevo la mano.

 

—Te pido disculpas por no haberte llamado en todo este tiempo. Pero créeme si te digo que he estado muy liado.

 

—¿Por qué no podías?

 

Lo piensa. Lo piensa… Lo piensa y, finalmente, parece haber dado con la respuesta:

 

—Prometo que la próxima vez te llamaré.

 

Intento poner cara de enfado. No me ha respondido, pero no puedo estar enfadada con él. Estoy tan… tan feliz porque me haya buscado y esté allí conmigo que sólo puedo sonreír como una tonta y dejarme llevar por la felicidad. Mi móvil suena. Es Jacob. Edward ve el nombre que se enciende en la pantalla.

 

—Cógelo, si quieres.

 

—No… ahora no. —Apago el móvil.

 

La comida, como bien dijo la Pachuca, está buenísima. El salmorejo está de lujo. Y el atún, de relujo. Cuando salimos del restaurante miro el reloj. Las cuatro y cuarto. Entonces me acuerdo de que a las cinco he quedado con mi padre.

 

—¿Te apetece conocer el circuito de Jerez?

 

Edward me acerca a él y susurra cerca de mi boca:

 

—Pequeña, por apetecerme, me apetece otra cosa. Vamos, he alquilado una villa que…

 

—¿Has alquilado una villa?

 

—Sí. Quiero estar cerca de ti.

 

Su cercanía, su voz y su sugerencia me hacen jadear. Por mi cabeza cruza la idea de correr a la villa, pero no. No lo voy a hacer por mucho que me apetezca. No.

 

—He quedado con mi padre a las cinco en el circuito. ¿Te apetece conocerlo?

 

—¿A tu padre?

 

—Sí. A mi padre. Pero, tranquilo, ¡no se come a los alemanes!

 

Mi comentario vuelve a hacerlo sonreír. Y, tras darme un azote, me entrega el casco.

 

—Vayamos a conocer a tu padre.

Capítulo 32: Capitulo 32 Capítulo 34: Capitulo 34

 
14449176 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10763 usuarios