Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51507
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 22: Capitulo 22

ME despierto sobresaltada. Miro el reloj. Las cuatro y treinta y ocho.

Estoy sola en la cama. ¿Dónde está Edward? Me asusto. No quiero que se haya ido. Me levanto con rapidez. Cuando llego al salón veo que se echa unas gotas en los ojos, se mete algo en la boca y da un trago del vaso de agua. Después se sienta, se pone los cascos de mi iPod para escuchar música y cierra los ojos. Lo observo durante unos minutos y sonrío.

 

¡Está escuchando música!

 

Al oírme, abre los ojos y se levanta.

 

—¿Estás bien?

 

Mientras me trago las lágrimas de felicidad por ver que aún está allí, me toco el brazo y respondo:

 

—Sí. Es sólo que, al no verte, creí que te habías marchado.

 

Edward sonríe.

 

—Duermo poco. Ya te lo dije.

 

—Oye… He visto que te tomabas algo, ¿qué era?

 

—Una aspirina. Me duele la cabeza —responde con una encantadora sonrisa.

 

Convencida con su respuesta, me dirijo a la cocina. Necesito beber agua. Cuando abro el frigorífico, veo las trufas y se me antoja comerme alguna. Bebo agua, pongo un par de trufas en un plato y regreso al salón. Edward, que está sentado en el sillón, sonríe al verme.

 

—Golosa.

 

Divertida, le devuelvo la sonrisa y me doy cuenta de que su gesto es cansado. Normal, no duerme. Me siento a su lado

.

—Me encanta esta canción.

 

Le quito uno de los cascos, me lo pongo en mi oreja y oigo la voz de Malú.

 

—A mí también. La letra me recuerda a nosotros.

 

Él asiente. Yo cojo una de las trufas con la mano y comienzo a mordisquearla.

Sonríe.

 

¡Dios! ¡Me encanta verlo sonreír!

 

—¿Puedo probar la trufa?

 

—Claro.

 

Y, cuando veo que va a darle un mordisco a la trufa que tengo en mis manos, la acerco a mi boca, la restriego en mis labios y murmuro:

 

—Ya puedes probar.

 

Vuelve a sonreír. Se le ilumina la mirada y obedece sin rechistar. Sus labios toman los míos y, con una calma y placidez que me pone a mil, los chupa, los lame y lo finaliza con un dulce beso.

 

—Exquisita… la trufa también.

 

Cuando dice eso, suelto el resto de la trufa en el platito que he dejado encima de la mesa y me levanto. Me quito el pijama y, sólo con las bragas puestas, me siento a horcajadas sobre él. Hasta el momento tenía tres adicciones. La Coca-Cola, las fresas y el chocolate. Pero ahora le sumo una más fuerte y poderosa llamada Edward. Lo deseo… Lo deseo y lo deseo. Da igual la hora, el momento o el lugar… lo deseo.

 

Sorprendido por aquello, se quita los cascos.

 

—¿Qué haces, Bella?

 

—¿Tú qué crees?

 

—Me duele la cabeza, nena…

 

Como respuesta, lo beso. Un beso caliente, cargado de erotismo y lleno de anhelos.

 

—Bella…

 

—Te deseo.

 

—Bella, ahora no…

 

—Edward, ahora sí. Te deseo con exigencias. Con demanda. Con pretensión. Quiero que me folles. Quiero que disfrutes de mí. Quiero todo lo que tú desees y lo quiero ahora.

 

Se acomoda en el sillón y, con cuidado, me rodea con sus brazos la cintura. Lo miro y veo que no esperaba mis exigencias y que lo vuelven loco. Mis caderas toman vida propia y se mueven sobre él. Su respuesta es inmediata. Noto cómo crece su duro pene y eso me activa más.

Una de sus manos abandona mi cintura para subir por mi espalda hasta llegar a mi pelo. Lo agarra y tira de él. Sí… ¡ése es Edward!

 

Mi cuello queda totalmente expuesto ante su boca y lo chupa. Lo lame con ansiedad, con capricho y me hace suspirar de placer. Su otra mano abandona mi cintura y llega hasta mis pechos, que quedan ante él. Su boca carnosa se dirige hacia ellos. Los chupa. Los devora. Me mordisquea los pezones y los endurece. Me aviva. Me suelta el pelo y puedo volver a mirarlo a la cara. Sus manos están a cada lado de mis pechos y, con reclamación, los junta y los aprieta para meterse los dos pezones en la boca.

 

—Me vuelves loco…

 

—Tú a mí más, aunque a veces eres un gilipollas.

 

Sonríe. Me pego a él.

 

—Bella… tu brazo. Cuidado. Vas a hacerte daño.

 

Su preocupación por mí me chifla. Cuando va a tomar las riendas de la situación, le sujeto las manos y susurro cerca de su boca:

 

—No… Edward… tu castigo por no haber cooperado conmigo hace unas horas en mi cama, será que yo mando.

 

—¿Mi castigo?

 

—Sí. Creo que voy a tener que empezar a castigarte como tú a mí.

 

—Ni lo sueñes, pequeña.

 

Su mirada cargada de erotismo consigue enajenarme. Durante unos segundos, se resiste a dejar que sea yo quien lleve la batuta, quien lo posea, pero al final noto que sus manos regresan a mis piernas y, mientras las pasea por ellas, murmura:

 

—De acuerdo… pero sólo por hoy.

 

Decido jugar a su juego y me dejo llevar por el morbo. Cojo sus manos y las retiro de mis muslos mientras le ordeno.

 

—Prohibido tocar.

 

Gesticula. Quiere protestar y frunzo el ceño.

 

Cuando veo que se queda quieto, me agarro los pechos y los acerco a su boca. Se los ofrezco. Lo obligo a que primero me chupe uno y después el otro y, cuando mis pezones vuelven a estar tiesos, se los retiro de la boca y sonrío. Edward gruñe.

 

—Dame tu mano —le pido.

 

Me la entrega y la paseo por mi pierna hasta llegar a la cara interna de mis muslos. Le dejo tocarme y pronto introduce un dedo bajo mis bragas. Dejo que se encapriche más de mí y, cuando se anima, lo obligo a que saque el dedo y se lo llevo a su propia boca.

 

—Resbaladiza y húmeda, como a ti te gusta.

 

Intenta cogerme de nuevo por la cintura y le doy un manotazo.

 

—Prohibido tocar, señor Cullen.

 

—Señorita Swan… modere sus órdenes.

 

Sonrío, pero él no. Eso me gusta. Subo mi mano izquierda hasta su cuello, la meto entre el sillón y él y le agarro del pelo con cuidado. No quiero que le duela más la cabeza. Su cuello queda expuesto totalmente ante mí, mientras siento el latido de su corazón entre mis piernas.

 

—Señor Cullen, no olvide que ahora mando yo.

 

Saco mi lengua y le chupo el cuello. Me deleito con su sabor y finalmente acabo en su boca. Adoro su boca. Le devoro los labios y oigo un gemido gutural salir de su interior.

 

—Me encantan tus ojos —murmuro—. Son preciosos.

 

—Yo los odio.

 

Me hace gracia su comentario. Edward tiene unos maravillosos ojos azules que estoy segura que causan furor allá por donde vaya. Cada segundo que pasa me siento más alterada, acerco mis pechos de nuevo a su boca y, cuando él me los va a chupar, se los retiro. Sin dejar de mirarlo a los ojos, me escurro entre sus piernas y, con cuidado de no darme en el brazo, meto mi mano bajo sus calzoncillos, agarro su caliente pene y sus duros testículos y saco todo ello al exterior.

 

¡Oh, Dios! Es impresionante.

 

El poderoso latido de aquel grueso glande hinchado hace que la vagina me tiemble de impaciencia. Y cuando acerco mi boca hasta su rosado capullo y me lo introduzco, lo siento temblar a él. Mi lengua, deseosa, pasea por su pene y le reparto cientos de dulces besos cargados de erotismo y perversión. Juego mimosa hasta que sus jadeos por lo que le hago me hacen mirarlo y veo que tiene la cabeza recostada en el sofá y los ojos cerrados. Su mandíbula está tensa y tiembla de gozo. ¡Oh, sí… sí! De pronto, noto sus manos en mi cabeza y digo para que me escuche:

 

—Imagina que estamos en el club de intercambio y alguien nos mira y se muere porque tú le permitas tocarme, mientras me haces el amor con la boca delante de él. ¿Te gusta?

 

—Sssí… —consigue decir mientras enreda sus dedos entre mi pelo.

 

Noto sus caderas moverse y su pene se acomoda aún más en mi boca. Eso me da fuerzas para continuar mientras siento cómo todo él se contrae de placer. Con delicadeza, mordisqueo alrededor de su capullo y me paro en una finita tela. Mi lengua se desliza por ella consiguiendo que Edward se mueva y resople y más cuando finalmente la agarro con mis labios y tiro de ella.

 

Como si de un helado se tratara, lo chupo, lo degusto. Recuerdo la trufa que hay sobre la mesa y sonrío. Cojo un poco con mi dedo, lo unto en su pene mientras me recreo y murmuro que otro día será él quien unte esa trufa en mi clítoris para que otros me chupen. Edward jadea, muerto de placer. Con mi otra mano libre le agarro los testículos y se los toco. Edward tiene un espasmo, después otro y sonrío al oírlo resoplar.

 

Anhelante de su pene, regreso a él. Lo meto con mimo en mi boca, pero ya está tan enorme e hinchado que no cabe, por lo que decido subir y bajar mi lengua por él mientras el sabor a trufa me hace disfrutar más y más. Le enloquece lo que hago, lo que le digo, así que lo repito una y otra vez hasta que sus jadeos son más continuos y fuertes. Sus caderas me acompañan, sus dedos en mi pelo se tensan y me embiste en la boca.

 

La sensación me embriaga. Estoy poseyéndolo con mi boca y me gusta tenerlo entre mis manos y bajo mi merced. Pongo una de mis manos sobre sus marcados abdominales y le clavo las uñas. Eso lo hace jadear más mientras sus caderas no paran de moverse. Agarro su glande endurecido con mis manos y comienzo a masturbarlo con embestidas potentes, como a él le gustan, mientras fantaseo sobre lo que otro hombre me estaría haciendo a mí.

 

El cuerpo de Edward se contrae una y otra vez, pero se niega a dejarse llevar.

 

—Súbete en mí, Bella… Por favor, hazlo.

 

Su voz implorante y mi deseo por él me llevan a obedecerlo. Me siento a horcajadas sobre él y entonces me penetra. Estoy mojada y resbaladiza. Se encaja totalmente en mí y los dos gritamos.

—¡Dios, nena, con lo que dices me vuelves loco!

 

Mimosa y dispuesta a todo, lo miro.

 

—Eso quiero… Jugar contigo a todo lo que quieras porque tu placer es el mío y yo deseo probarlo todo contigo.

 

—Bella… —jadea.

 

—Todo… Edward… todo.

 

Noto cómo se abre paso en mi interior. Enloquecida, me sujeto a sus hombros mientras él me agarra con posesión del culo y con su demanda me hace subir y bajar para encajarse en mí una y otra vez mientras me mira y me come por el deseo.

 

Su glande duro y caliente, entra y sale de mí con desesperación, mientras mi vagina se contrae y lo succiona. Muevo las caderas frenéticamente y tiemblo mientras Edward, con movimientos devastadores y duros, continúa llevándome hasta el clímax.

 

Mis pechos saltan ante él y, cuando su boca me agarra un pezón y me lo muerde al tiempo que me penetra, un orgasmo devastador toma mi cuerpo. Mientras, él me colma de largas embestidas hasta que no puedo más y lo oigo sisear mi nombre entre jadeos y contracciones. Cuando todo acaba y quedo sobre él extasiada y húmeda, me doy cuenta de una gran verdad. Estoy total y completamente sometida y enamorada de él.

Capítulo 21: Capitulo 21 Capítulo 23: Capitulo 23

 
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