Pideme lo que quieras (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2015
Fecha Actualización: 29/08/2015
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 51478
Capítulos: 35

Erótico sensual y tremendamente morboso. Una novela que reúne las fantasías de muchas mujeres.

Tras la muerte de su padre Edward Cullen, un prestigioso empresario alemán, decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Isabella, una joven ingeniosa y divertida de la que Edward se encapricha al instante.

Atraída por su jefe, tanto como él por ella, Isabella, entrará en sus morbosos juegos. Unos juegos llenos de fantasías, sexo y situaciones que ella nunca pensó vivir.

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Historia hecha por Megan Maxwell, solo cambie los nombres de los personajes por los de Stephenie Meyer

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Capítulo 19: Capitulo 19

EL fin de semana pasa y el lunes tomamos un avión que nos lleva a Guipúzcoa. La actitud de Tanya hacia mí no parece haber cambiado. Está cortante y más distante, algo que con Edward no sucede. Me molesta cómo intenta que no me preste atención. Pero el tiro le sale por la culata en todo momento. Edward, en sus funciones de jefe, me busca continuamente y eso a Tanya la saca de sus casillas.

 

Las reuniones se suceden y, tras Guipúzcoa, vamos a Asturias. Edward y yo durante el día trabajamos codo con codo como jefe y secretaria y por la noche jugamos y disfrutamos. Él lleva el morbo como algo innato y cada vez que estamos solos me vuelve loca con lo que me hace fantasear y con su manera de tocarme y poseerme.

 

Le encanta mirarme mientras me masturbo con el vibrador que él me regaló, capricho que yo le concedo gustosa. Es tal la lujuria que me hace sentir que deseo volver a repetir lo de ir a un bar de intercambio de parejas y vivir lo que me hizo vivir. Cuando se lo confieso, ríe a carcajadas y, cuando me penetra, fantasea con que otro hombre me posea mientras él mira, cosa que me vuelve loca.

 

El miércoles, cuando llegamos a Orense, vamos directos a la reunión. Por el camino, Edward habla con una tal Esme por teléfono y se cabrea. El día se tuerce y termina discutiendo por la falta de profesionalidad del jefe de la delegación. No tiene preparado nada de lo que necesita y Edward se lo toma muy mal. Intento mediar para que el ambiente se relaje, pero al final salgo escaldada y Edward,  mi jefe, me pide de malos modos que me calle.

 

En el viaje de vuelta, el humor de Edward es siniestro. Tanya me mira con gesto de superioridad y yo estoy que muerdo. Cuando llegamos al hotel, Edward le pide a Tanya que baje del coche y nos deje unos minutos a solas. Ella lo hace y, cuando cierra la puerta, Edward me mira con un gesto que me hace trizas.

 

—Que sea la última vez que hablas en una reunión sin que yo te lo pida.

 

Entiendo su enfado. Tiene razón y, aunque me moleste su regañina, le quiero pedir disculpas, pero me interrumpe:

 

—Al final va a tener razón Tanya. Tu presencia no es necesaria.

 

El hecho de que mencione a esa mujer y de saber que le habla de mí me encoleriza.

 

—A mí lo que te diga esa imbécil me importa un pimiento.

 

—Pero quizá a mí no —gruñe.

 

Se toca la cabeza y los ojos. No tiene buena cara. Suena su teléfono. Edward lo mira y corta la llamada. Y, en un intento de suavizar el momento, murmuro:

 

—Tienes mala cara, ¿te duele la cabeza?

 

Sin contestar a mi pregunta, me clava su dura mirada.

 

—Buenas noches, Isabella. Hasta mañana.

 

Lo miro, sorprendida. ¿Me está echando? Con la dignidad que me queda, abro la puerta del coche y salgo. Tanya espera a escasos metros y prefiero no mirarla cuando paso junto a ella o la arrastraré de los pelos. Me voy directa a mi habitación.

 

A la mañana siguiente, jueves, cuando el despertador suena a las siete y veinte protesto. Quiero dormir más. Entre gruñidos, me levanto de la cama y camino hacia la ducha. Necesito el frescor del agua en mi cuerpo para despertarme.

 

Bajo el agua, recuerdo que es jueves y eso me alegra. Edward y yo pronto tendremos el fin de semana para estar juntos. ¡Bien! Cuando regreso al dormitorio envuelta en una esponjosa toalla color hueso que huele de maravilla, miro mi mesilla.

 

—¡Maquinote! Lo que disfruté contigo anoche.

 

Me río divertida. Sobre unos pañuelos de papel, está el vibrador con forma de pintalabios que utilicé anoche para relajarme. El regalito de Edward. Lo cojo entre mis manos y suspiro mientras recuerdo la explosión de placer que sentí cuando jugaba con él.

 

Feliz de buena mañana, cojo el vibrador y regreso al baño. Lo lavo y finalmente lo meto en mi bolso. Ya no se me olvida. El maquinote y yo, juntos hasta la muerte. Abro la maleta y saco unas bragas. Me las pongo y pienso que tengo que pedirle a Edward las que me quitó o me quedaré sin suministros. Mi enfado ha desaparecido. Estoy segura de que el de él también y que tendremos un maravilloso día por delante.

 

Miro el armario y me pongo un traje azulón con falda y una camisa abierta. Hoy quiero estar sexy para que desee regresar pronto al hotel. A las ocho, alguien llama a la puerta de mi habitación y, dos segundos después, una camarera muy amable deja un bonito carrito con el desayuno y se marcha. Cuando levanto las tapas salto de felicidad al ver la cantidad de bollos que tengo ante mí. Cojo una silla y me siento. Bebo un poco de zumo de naranja. ¡Hummm, qué rico! Me preparo un café y disfruto con un minipepito. Luego una napolitana y cuando voy a atacar un donut, me paro y consigo vencer la tentación. Demasiados bollos.

 

El móvil suena. He recibido un mensaje. Edward. «8.30 en recepción».

 

¡Qué explícito!

 

Ni un simple «Buenos días, pequeña», «Bella» o como quiera.

 

Pero sin tiempo que perder y ansiosa por verlo de nuevo, cojo mi maletín. Meto el portátil y los documentos del día anterior y lo cierro. Hoy vamos a otra delegación de Asturias y sólo espero que el día se dé mejor que el anterior. Al llegar a recepción veo a Edward apoyado en una mesa. Está impresionante con su traje gris claro y su camisa blanca. Veo que aún tiene su bonito pelo algo mojado por la ducha y me estremezco. Me hubiera encantado ducharme con él.

 

Dos mujeres que pasan por su lado se vuelven para mirarlo. Normal. Es un bombón de tío. Cuando pasan por mi lado observo sus caras y cómo cuchichean. Imagino sobre lo que hablan. Con decisión, camino hacia él subida a mis tacones y repaso su ancha espalda mientras lo veo leer con concentración el periódico. Cuando llego a su altura lo saludo con voz melosa:

 

—¡Buenos días!

 

Edward no me mira.

 

—Buenos días, señorita Swan.

 

Pero bueno, ¿ya estamos otra vez con los puñeteros apellidos? No esperaba que me cogiera entre sus brazos y me sonriera en plan novio. Pero hombre, algo más de cordialidad tras una noche separados, pues sí. Su indiferencia me desconcierta.

 

¿Por qué no me mira?

 

Pero no dispuesta a comenzar el juego del gato y el ratón me quedo a su lado a la espera de que decida que nos vayamos. Echo una ojeada al reloj. Las ocho y media. Miro la entrada del hotel y veo la limusina esperando. ¿Por qué no nos vamos? Edward omite mi presencia y sigue leyendo el periódico con la mandíbula tensa. ¿Todavía está enfadado? Quiero preguntarle, pero no quiero ser yo la que dé el primer paso. No me muevo. No resoplo. Seguro que está esperando alguno de mis movimientos para comenzar con sus agrias palabras.

 

La gente, el noventa por cierto ejecutivos como nosotros, pasa por nuestro lado. Las nueve menos veinticinco. Me sorprende que aún estemos allí. Edward es un maniático con la puntualidad. Las nueve menos veinte. Sigue tan pancho, sin importarle que yo esté allí plantada junto a él como un pasmarote, cuando oigo unos tacones acelerados. Tanya, con un traje chaqueta y falda blanca, se acerca a nosotros.

 

No me mira. Sólo tiene ojos para Edward, al que se dirige en alemán:

 

—Disculpa el retraso, Edward. Un problema con mi ropa.

 

Observo que él sonríe.

 

La mira.

 

La repasa de arriba abajo con su azulada mirada.

 

—No te preocupes, Tanya. El retraso ha merecido la pena. ¿Has dormido bien?

 

Ella sonríe.

 

—Sí —responde, sin importarle mi cercanía—. Algo he dormido.

 

¿«Algo he dormido»?

 

¿Ha dicho «Algo he dormido»? Pero bueno, ¿qué me están dando a entender esos idiotas?

 

Ella sonríe como un loro tras una noche de botellón y le toca la cintura. Esa familiaridad me incomoda. Me repele mientras sus sonrisas me dan a entender muchas cosas. Respiro con dificultad, al ser consciente de lo que ha ocurrido entre esos dos y quiero gritar y patalear. De pronto, Edward le planta la mano en la espalda a Tanya y, tocándole fugazmente la cintura, dice

 

—Vamos, el chófer nos espera.

 

Y, sin mirarme, comienza a caminar con esa mujer a su lado, mientras pasa de mí.

Los observo y me quedo petrificada. No sé qué hacer. Unos incontrolables celos que hasta el momento nunca había sentido se instalan en mi estómago y deseo coger el precioso jarrón que hay en la mesa y plantárselo en toda la cabeza a él.

 

El corazón me late a mil. Su latido es tan fuerte que creo que toda la recepción lo puede oír. Aquello me humilla, me fastidia y él ni se inmuta.

 

¡Imbécil!

 

El enfado de Edward continúa y yo no entiendo por qué. Pero no. Eso no lo voy a consentir. Edward no me conoce y a mí nadie me chulea. Comienzo a caminar tras ellos. Si ese idiota alemán se cree que voy a montar un numerito, lo lleva claro. Menuda soy yo. Cuando llegamos a la limusina, el chófer abre la puerta. Entra Tanya, entra él y, cuando voy a entrar yo, Edward me hace un gesto con la mano.

 

—Señorita Swan, siéntese en la cabina delantera con el chófer, por favor.

 

¡Zas! Menudo guantazo con toda la mano abierta que me acaba de dar delante de Tanya.

Pero, sorprendentemente, sonrío con frialdad y digo:

—Como usted ordene, señor Cullen

 

Con mi máscara de indiferencia, me siento junto al chófer. ¡Vaya cabreo monumental que tengo! Durante unos segundos, los oigo hablar y reír detrás de mí hasta que un ruido metálico suena en mi oreja.

 

Con el rabillo del ojo veo cómo un cristal opaco divide la parte de atrás de la delantera. Estoy furiosa. Colérica. Exasperada. Ese juego no me gusta y no entiendo por qué tiene que hacerlo delante de mí. Inconscientemente clavo mis uñas en las palmas de mis manos cuando oigo que el chófer me pregunta:

 

—¿Quiere escuchar música, señorita?

 

Con la cabeza, le digo que sí. No puedo hablar. Me pongo mis gafas de sol y escondo la mirada. De pronto, suena la canción de Dani Martín Mi lamento y siento unas terribles ganas de llorar. Los ojos me escuecen y las lágrimas pugnan por salir. Pero no. Yo no lloro. Me trago mis lágrimas e intento disfrutar de la canción y del viaje. Incluso tarareo.

 

Durante los tres cuartos de hora que dura el viaje. Mi mente trabaja a toda velocidad. ¿Qué harán atrás aquellos dos? ¿Por qué Edward me ha pedido que me siente delante? ¿Por qué sigue enfadado conmigo? Cuando el coche se detiene, me bajo sin necesidad de que el chófer me abra la puerta. Eso que se lo haga a ellos. A los señoritingos.

 

Al bajarme, sonrío al ver a Mike Newton. Él es el secretario de esa delegación y entre nosotros siempre hubo feeling. Pero feeling del bueno. Del decente. El chófer abre la puerta y salen Edward y Tanya. No los miro. Sólo miro al frente con mis gafas de sol puestas. Edward saluda a Jesús Gutierrez, el jefe de la delegación, y a su junta directiva. Les presenta a Tanya y luego me presenta a mí.

 

Con profesionalidad, estrecho las manos de todos ellos para después seguirlos hasta una sala. Pero esta vez, en vez de ir detrás de Edward y Tanya, me retraso para saludar a Mike. Nos damos dos besos y entramos charlando. Una vez allí, antes de sentarnos, unas señoritas nos ofrecen café. Lo acepto gustosa. Necesito café.

 

Estoy atacada. Me tomo tres. Entonces, la distancia con Edward y la charla con Mike me comienza a tranquilizar. En ese momento, veo de reojo que Edward se gira. Es sólo un instante, pero sé que me ha mirado. Me ha buscado. Mike y yo seguimos hablando y nos reímos mientras me cuenta cosas de su niña. Es todo un padrazo y eso me emociona. Diez minutos después, todos pasamos a la sala de reuniones, tomamos posiciones y, como siempre, Edward preside la mesa. Tanya se sienta a su derecha y yo intento colocarme en un segundo plano. No quiero ni mirarlo. No me apetece.

 

—Señorita Swan —oigo que me llama mi jefe.

Sin dudarlo, me levanto y me acerco hasta él con profesionalidad. Su perfume entra por mis fosas nasales y provoca en mí mil sensaciones, mil emociones. Pero consigo no cambiar mi gesto.

 

—Siéntese al fondo de la mesa, por favor. Frente a mí.

 

Lo mato… lo mato y lo mato. No quiero mirarlo ni que me mire. Pero dispuesta a ser la perfecta secretaria, cojo mi portátil y me siento donde él me indica. Al otro

lado de la mesa, frente a él. La reunión comienza y estoy atenta a todo lo que hablan. Ni lo miro ni creo que él tampoco me mire. Tengo el portátil abierto ante mí y temo recibir alguno de sus correos. Por suerte, no llega ninguno. A la una, la reunión se interrumpe. Es hora de comer. El jefe de la delegación ha reservado mesa en un hotel cercano para comer y Mike me propone ir en su coche. Acepto.

 

Sin mirar a mi particular Iceman que está junto a Tanya, paso junto a él cuando oigo que me llama. Le pido a Mike que me dé un segundo y me acerco a mi jefe.

 

—¿Adónde va, señorita Swan?

 

—Al restaurante, señor Cullen.

 

Edward mira a Mike.

 

—Puede venir en la limusina con nosotros.

 

Bien. Ahora, el cabreado es él. ¡Que le den! Tanya nos mira. No nos entiende. Hablamos en español, cosa que creo que la mosquea.

 

—Gracias, señor Cullen, pero si no le importa, iré con Mike.

 

—Me importa —responde.

 

No hay nadie a nuestro alrededor. Nadie nos puede escuchar.

 

—Peor para usted, señor.

 

Me doy la vuelta y me marcho.

 

¡Olé, la furia española!

 

España 1—Alemania 0.

 

Sé que acabo de cometer la mayor imprudencia que una secretaria pueda hacer. Y aún mayor tratándose de Edward. Pero lo necesitaba. Necesitaba hacerlo sentir como me siento yo. Sin importarme las consecuencias, entre ellas el despido seguro, camino hacia Mike y lo agarro del brazo con familiaridad. Nos montamos en su Opel Corsa y nos dirigimos hacia el restaurante mientras comienzo a calcular el paro que me va a quedar. De ésta me despiden fijo.

 

Cuando llego al establecimiento, corro con Mike a tomarme varias Coca-Colas. ¡Oh, Dios! Cómo me gusta sentir sus burbujitas en mi boca. Pero hasta las burbujas se deshinchan cuando veo entrar a Edward seguido de Tanya y los jefazos.

 

Mira hacia donde estoy y puedo percibir su enfado. Los directivos entran en el comedor y rápidamente toman posiciones. Edward hace ademán de sentarse, pero entonces se excusa de sus acompañantes y me hace una señal con la mano. Mike y yo lo vemos y no me puedo negar a ir. Doy un nuevo trago a mi Coca-Cola, la dejo sobre la barra y me acerco a él.

 

—Dígame, señor Cullen. ¿Qué quiere?

 

Edward baja la voz y, sin cambiar su gesto, pregunta:

 

—¿Qué estás haciendo, Bella?

 

Sorprendida, porque vuelvo a ser «Bella» respondo:

 

—Tomarme una Coca-Cola. Por cierto, Zero, que engorda menos.

 

Mi contestación y mi chulería lo desesperan. Lo sé y eso me gusta.

 

—¿Por qué estás haciéndome enfadar todo el rato? —inquiere, desconcertándome.

 

¡Tendrá poca vergüenza…!

 

—¡¿Yo?! —le susurro—. Tendrás cara…

 

Su mirada es tensa. Dura y desafiante.

 

Sus pupilas se contraen y me hablan pero hoy no quiero entenderlas. Me niego.

 

—Pasad al comedor —me dice, antes de darse la vuelta—. Vamos a comer.

 

Cuando Mike y yo llegamos al comedor, nos sentamos a la otra punta de la mesa. Suena mi móvil: ¡mi hermana! Decido pasar de ella otra vez, no me apetece escuchar sus lamentaciones. Más tarde la llamaré. La comida está exquisita y continúo mi charla con mi amigo.

 

En un par de ocasiones miro hacia mi jefe y veo que sonríe a Tanya. Mi cabreo vuelve a crecer. Pero cuando sus ojos se cruzan con los míos, ardo. Me caliento. Su mirada de Iceman consigue que todas mis terminaciones nerviosas se muevan al mismo tiempo y toda yo me incendie. A las cuatro y media regresamos a la sede. Yo, por supuesto, vuelvo en el coche de Mike. La reunión se reemprende y acaba cerca de las siete de la tarde. ¡Estoy agotada!

 

Capítulo 18: Capitulo 18 Capítulo 20: Capitulo 20

 
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