Sálvame (+18)

Autor: PrincessCullen
Género: Romance
Fecha Creación: 06/08/2013
Fecha Actualización: 25/05/2018
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 51
Visitas: 47464
Capítulos: 15

-¡¡¡Tú me engañas!!! - Gritó acercándose a mí, con sus ojos llenos de furia.

- Claro que no, por favor... Sabes que jamás lo haría. Yo te quiero. - Lágrimas corrían por mis mejillas. Dios… ¿cuánto más tendría que aguantar esto? 

- Mentira... ¡Me engañas!... ¡Te revuelcas con el primero que se te aparece! - Volvió a gritar empujándome contra la pared. Mis músculos no reaccionaban, estaba asustada, no era la primera vez que lo veía así, pero hoy estaba peor. Mucho más enfadado que las veces anteriores.

- Eso no es cierto... - Lloré, las palabras salían entrecortadas de mi boca. Casi forzadas.

- ¡¡¡Eres una cualquiera!!! – Gritó de nuevo y estampó su puño contra mi mejilla. Lo último que sentí fue la sangre saliendo de mis labios.

Nota: Los recuerdos y los sueños de los personajes, los podrán encontrar en letra Cursiva. Mensajes de texto y llamadas telefónicas en Negrita. 

-

 

Declaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la trama es de mi autoría. (Fic protegido por SafeCreative)

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3: El Vecino.

SÁLVAME

Capítulo 3: El vecino.

Bella PoV

Eres una estúpida incompetente, ¿no puedes hacer nada sin mí? Eres una tonta... Ahora prepárame la cena antes de que te dé otra buena paliza gritó colérico, dejándome tirada en el piso con un montón de moretones marcándome el cuerpo.

 

— ¡¡¡No!!! —abrí los ojos de golpe parpadeando nerviosa. Ese sueño me tenía sudando y mi respiración estaba alterada. Traté de enfocar mi vista y me encontré en la sala, el televisor estaba encendido. Me había quedado dormida. Me levanté, apagué el TV y miré el reloj, eran las 7:15 am. Faltaban 15 minutos para que Paul se levantara, así que encaminé al baño que quedaba en la planta baja de la casa y me acicalé.

 

Cuando terminé fui a la cocina a preparar el desayuno, justo a las siete y media de la mañana oí el agua correr en el piso de arriba. Serví todo en un plato y lo coloqué en la mesa junto con un vaso de jugo y una taza de café. Salí al buzón, tomé el periódico y lo dejé al lado del desayuno.

 

—Buenos días  —dijo y lo sentí tomándome por la cintura. Me hizo girarme hacía él y me plantó un beso en los labios. Mi labio inferior protesto, pero yo disimulé.

—Buenos días —medio sonreí después de que me besara. Él levantó su mano y acarició mi mejilla con el dorso de ésta.

 

—Lo siento... —susurró. ¿Lo siento?... ¡Ja! Eso lo decía siempre. Todos los días, al levantarse, se disculpaba por su brutalidad, sin embargo yo tenía bien claro que esas disculpas no eran sinceras. Tal vez sólo lo hacía para sentirse menos culpable.  

 

—No importa, mira, ya está tu desayuno —le señalé el plato, él sonrió complacido y se sentó.

 

—   Por eso es que te amo —y comenzó a comer como el animal que es Bella, ¿qué dices? Es tu esposo. Dijo una parte de mi mente a lo que la otra parte le contestó: ¡Sabes que es verdad! ¡Es un ANIMAL! Sacudí mi cabeza entonces, lo que me faltaba, estar enloqueciendo.

 

Me serví el desayuno y me senté frente a él. Cada tanto nos lanzábamos miradas y él me sonreía, yo sólo le devolvía una media sonrisa y apartaba la mirada.

 

Cuando terminó dejó todo en el fregadero, fue al baño, se cepilló los dientes, se puso su saco y se fue después de darme un casto y seco beso. Me paré en el umbral de la puerta después de haberlo despedido y miré la gran casa, vacía... Recogí todo lo que había usado para el desayuno y me fui arreglar. Por suerte hoy mi cuñada y yo iríamos de compras y se lo agradecía inmensamente, tenía que salir de aquí, tenía que liberarme un poco.

 

Me vestí con un pantalón ajustado de jeans, un suéter manga larga de cuello alto que cubría la mayoría de mis moretones y unas botas de tacón de cuero negro. Me maquillé cargado, pero muy cargado, como casi nunca hacía pues no era de mi agrado, pero aquel día tenía que disfrazar mi realidad; cuando estuve lista, me veía realmente bien, tomé mi bolso y las llaves, gracias a Dios yo también tenía mi auto propio. Me subí a él y conduje hasta el centro comercial.

 

Cuando llegué, caminé entre las tiendas hasta nuestro incondicional punto de encuentro, las bodegas de Armani. Cuando me vio inmediatamente me saltó encima, abrazándome, le respondí con la misma efusividad disimulando con una sonrisa, el escozor y la molestia de mis cardenales.

 

—Ay Bellita, como te he echado de menos. Este trabajo mío, como me consume —se quejó suspirando pesadamente. Yo rodé los ojos hasta ponernos en blanco. No conocía persona más dramática que Rosalie, hasta pensaría que hubo tomado clases de actuación antes de ser modelo.

 

—Oye, ser la cara actual de Victoria Secret tiene sus privilegios, no te quejes —reí y entramos a la tienda. Pronto nos asaltarían las dependistas, ofreciendo y ofreciendo.

 

—Miren quién habla, una decoradora de interiores que no ejerce... ¿Me puedes decir por qué carajos no ejerces? —cuestionó cruzándose de brazos, expresando su reciente curiosidad por mi falta de empleo.

 

«Claro, verás, no ejerzo porque el salvaje de mi marido me lo prohibió, él me quiere todo el día en casa lejos de las miradas y los halagos de los hombres»

 

—En realidad, no lo sé.

 

—Eres buena en lo que haces, Bella. Estoy segura que conseguirías trabajo en cualquier empresa… —comentó convencida de sus palabras.

 

—Si bueno, ¿vinimos a comprar o a hablar de mi trabajo?

 

—Venga, vamos —rió y empezamos con nuestro tour por la tienda. Armani era una de nuestras marcas favoritas, los vendedores ya nos conocían y eso nos hacía más agradable la compra, ya que sabían nuestros gustos y tallas.

 

Después de una hora y media salimos con 3 bolsas cada una y nos dirigimos a otra. Así transcurrió la tarde, al final como a las cuatro teníamos más de 20 bolsas, claro que teníamos que estar yendo al estacionamiento a dejarlas, no podíamos cargar con todas nosotras solas y el mastodonte de mi hermano no había venido.

 

— ¿Y Emmett? —pregunté cuando nos sentamos en la mesa de un restaurante. Ya habíamos dada por finalizada nuestra travesía y era hora de comer.

 

—Ya sabes, en su oficina rodeado por ese montón de vídeo-juegos que lo vuelven loco —rodó los ojos— Yo creo que Emmett se olvida de mi cuando tiene un televisor frente a él y una consola en las manos —terminó riendo.

 

Reí con ella.

 

—Rosalie, yo te doy la razón, mi hermano es un loco cuando se trata de "Mario Súper" —comenté divertida haciendo las comillas con mis dedos. Mi hermano Emmett era dueño de una cadena de empresas que fabricaban y vendían consolas y vídeo-juegos, y con la excusa "Debo probar lo que vendemos" se la pasaba todo el día en su oficina con los controles en las manos y gritando estupideces a medida que avanzaba de nivel. Mi pobre hermanito era un niño chiquito atrapado en el cuerpo de uno de los hombres más envidiados de todo New York.

 

Comimos acompañadas de una charla muy amena, las risas no paraban de ir y venir. Yo estaba feliz, al menos, en gran parte. Me encantaba compartir con mi cuñada, era muy graciosa, lista y exhibida. No le daba pena nada y más de una vez a causa de eso, nos la pasábamos en grande. Cuando acordamos que ya había sido suficiente por un día, nos despedimos y cada quien tomó su camino a casa.

 

Conduje con precaución entre las calles de la Gran Manzana, eran las 6:45 pm, tenía tiempo de llegar y prepararle la cena a mi "marido". Di vuelta en la esquina y entré a una de las calles más prestigiosas y resguardadas de la cuidad, al aparcar en el estacionamiento privado de cuatro plazas. Me bajé rumbo a la cajuela, abriéndola.

 

—Buenas noches, señorita. —escuché una voz de terciopelo detrás de mí haciendo que brincara del susto, girándome al mismo tiempo que me llevaba una mano al pecho. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. El hombre más hermoso del mundo, estaba ahí, frente a mí, sonriendo de lado, mostrando parte de su perfecta dentadura blanca. Un hombre alto, bien formado, de cabello broncíneo y alborotado, que se mecía al compás de la débil brisa que soplaba en ese momento. Vaya… Y todo eso lo noté en una fracción de segundo.— Perdone, no fue mi intención asustarla, lo siento. —habló con la voz cargada de respeto y humildad. Por el amor de Dios, hacía años que nadie me hablaba así. Dejé de respirar por un momento.

 

—No, no… No hay problema. Yo estaba distraída. —traté de disipar el nudo que se había formado en mi garganta y amenazaba con dejarme sin oxígeno de un rato a otro. Me sonrió más ampliamente tendiéndome la mano.

 

—Permítame presentarme, soy Anthony Masen, un placer —tomé mis nervios y los hice levantarse del suelo para poder estrechar su mano. En cuanto nuestros dedos entraron en contacto una extraña sensación me recorrió el cuerpo y bajó hasta alojarse en mi ingle. Me estremecí y tragué pesado. Parpadeé.

 

—Isabella Sw… —murmuré con voz pastosa, pero tuve que aclararme la garganta— McGregor, Isabella McGregor. —de inmediato solté su mano, a lo que él sonrió aún más— ¿En qué puedo ayudarlo Sr. Masen?

 

—Bueno, resulta que me acabó de mudar hoy a la casa de enfrente. —la señaló con la cabeza— Y pues, no sé dónde se encuentra la caja de los fusibles. —Frunció el ceño desviando la mirada— Como la vi llegar, pensé que usted podría ayudarme...

 

¿La caja de los fusibles? ¿De verdad? Lo miré extrañada, se supone que el vendedor le debió haber mostrado la casa, incluyendo el cuarto de lavado donde debía estar esa caja. Además, ¿desde cuándo esa casa estaba en venta? Jamás vi un letrero. Bella… Ya estas imaginando cosas… Murmuró mi mente, escéptica.

 

—Bueno… La caja de los fusibles se encuentra en el cuarto de lavado, ¿no te enseñaron la casa? —le di la espalda, comenzando a sacar las bolsas de la cajuela, colocándolas en el suelo bajo su mirada atenta. Me estaba poniendo paranoica.

 

—Sí… Bueno, no. Se la enseñaron a mi asistente. Yo no pude estar presente. —lo miré con una ceja alzada. ¿Quién deja que su asistente elija y compre una casa? Al parecer este Dios Griego.

 

—Vale —miré mi reloj. 7:07 pm. Aún tenía tiempo— Déjeme llevar esto adentro y en un momento, le ayudo ¿sí? —me sonrió.

 

—Por favor, tutéame. Y déjame ayudarte, Isabella. —se inclinó y tomó casi todas las bolsas entre sus manos, dejando para mí apenas unas 3. Asentí.

 

Comenzamos a caminar hasta la puerta de la casa, luego de que cerré el auto y coloqué la alarma. Cuando abrí, me dejó entrar primero, lo que me sacó una sonrisa. Vaya… que caballero. Lo mismo dijiste de Paul…

 

Dejamos las bolsas en el suelo del recibidor, junto con mi bolso. Cuando me incorporé de nuevo, él ya estaba esperándome en el umbral de la puerta. No pude evitar sonrojarme. ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué su mirada me pone nerviosa? Pasé delante de él saliendo de mi casa y encaminándome a la de él.

 

—Te agradezco mucho la ayuda, Isabella.

 

—Sólo Bella, por favor. —le sonreí cuando me alcanzó. 

 

Me miró confundido, pero luego asintió. Al entrar a su casa, todo estaba en penumbras, apenas si se veían ciertas superficies gracias al resplandor de luz que proveían los faros de la calle. Por lo que pude percibir, la decoración era muy masculina y minimalista. La casa donde yo vivía tenía de arriba abajo, de esquina a esquina el gusto de la madre de Paul. En ningún momento yo participé en la decoración de “mi hogar” aunque ella sabía de mi título en la materia. Jamás me permitió opinar.

 

La sala de Anthony estaba repleta de su esencia, la decoración variaba en tonos blancos y azules marinos, muy hermosos, o al menos eso fue lo que logré ver. Creo. Finalmente mi vista se acostumbró a la oscuridad que reinaba en el lugar y comencé a andar.

—Bueno, a lo que vinimos. Sígueme. —pasé del vestíbulo a la cocina, me tomé unos segundos para analizarla y localizar lo que estaba buscando. Logré visualizar la puerta del cuarto de lavado, consciente de que él mantenía encendida la linterna de su teléfono. Cuando alcé la vista, él me observaba. ¿Qué tanto veía?

 

Al abrir la puerta del cuartito, iba a presionar el interruptor de la luz, pero entonces recordé por qué estábamos aquí, así que me rodé los ojos a mí misma. Tanteé con mis manos las paredes hasta que di con la dichosa caja, que parecía más bien un estante. Lo abrí e hice memoria del mío. Tomé la pequeña palanca entre mis manos y la subí,  pronto escuchamos el ruido del aire acondicionado y demás aparatos. Él encendió la luz.

 

—Muchísimas gracias. —hizo una leve reverencia, lo que causó que soltara una leve risa que inundó el estrecho lugar. Nos miramos mutuamente. Hasta que oímos la puerta de un auto cerrarse con fuerza. Me sobre salté. Dios… por favor, que no sea él.

 

— ¿Quieres quedarte a cenar?

 

— ¡No!... Digo, no puedo. Debo irme. —salí casi corriendo del cuartito, pasando a su lado. Pasé por la cocina, luego llegué al vestíbulo y abrí la puerta, cuando él me alcanzó.

 

—Oye, ¿dije algo malo? —Negué insegura— Seguro no fue mi intensión. Perdona, Bella.

 

—No, no fue nada Anthony. —miré afuera— De verdad, debo irme, gracias por ayudarme con las bolsas. Hasta luego. —me despedí y casi corrí hasta estar a salvo dentro de mi casa, que por suerte aún se encontraba vacía. Paul no había llegado. Cuando logré calmarme del susto que me había azotado el corazón, subí las bolsas a mi habitación y arreglé el contenido en mi armario. Cuando terminé, me cambié por una ropa más cómoda y  me dispuse a hacer la cena.

Capítulo 2: Mi Infierno Personal. Capítulo 4: Preocupaciones.

 
14439284 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios