Hola chicas, aquí les traigo el capítulo de hoy! ^^;
Espero les guste! :)
—Sí ha recuperado la vista, señor Cullen.
Edward había tenido que contener la impaciencia.
—No hace falta que me lo diga, eso ya lo sé. Lo que necesito saber es si voy a perderla otra vez. ¿Voy a despertar mañana ciego de nuevo?
El médico no quería comprometerse.
—No sabremos si es permanente hasta que hagamos más pruebas. Y hay que hacerlas ahora mismo.
—No, me temo que hoy no va a poder ser. Hay otras cosas que prefiero ver antes que su cara.
El oftalmólogo no estaba para bromas y le habló con toda firmeza:
—Debo recomendarle que permanezca en el hospital hasta que hayamos terminado con las pruebas.
Edward replicó, con la misma firmeza pero en términos bastantes más impertinentes, que iba a casarse esa tarde y nada ni nadie podrían evitar que lo hiciera.
Ahora, cuando la ceremonia estaba a punto de terminar, no lamentaba su decisión. Había visto el rostro de Isabella y nadie podría robarle eso.
Pero, al ver su solemne expresión, Bella se sintió más triste que nunca. Porque parecía haberse dado cuenta de la enormidad de lo que acababan de hacer. . . y parecía lamentarlo.
Incluso pensó que no iba a aceptar la invitación del oficiante para que besara a la novia. Estaba bajando la cabeza, desolada, cuando Edward levantó su barbilla con un dedo.
—No tienes por qué —murmuró. De repente, no podía soportar aquella mentira. Quería con todo su corazón que fuera real, pero sabía que eso no iba a pasar—. No hay necesidad de fingir.
Aunque sabía que era imposible, le pareció que él mantenía su mirada mientras rozaba sus labios con una caricia suave como la de una mariposa.
—No estoy fingiendo. Estamos casados, cara —dijo él—. Esto es real, no una mentira.
El brillo que había en sus ojos la mareaba, despertando un deseo que estaba siempre bajo la superficie.
—Te beso porque te deseo y tú me deseas a mí, no para satisfacer a una audiencia. Tú quieres que te bese, ¿verdad, cara?
Bella había olvidado que Jasper y su novia estaban allí.
—Sí.
Él buscó su boca en un beso exquisitamente tierno que llevó lágrimas a sus ojos. Y cuando levantó la cabeza se quedó inmóvil, petrificada.
Edward miró su rostro y sintió algo tan poderoso que, por un momento, no podía respirar. Desde que supo del embarazo se había dicho a sí mismo que era un tipo estupendo porque iba a hacer el supremo sacrificio de casarse con la madre de su hijo.
Sacrificio. . . qué mentira. Había actuado de manera totalmente egoísta. Su vida no tendría sentido alguno sin aquella preciosa e irritante pelirroja.
Isabella abrió los ojos y él sintió como si alguien hubiera metido una mano en su pecho para arrancarle el corazón. Cuando le dijese que había sido culpa suya que la despidieran lo odiaría.
El funcionario se aclaró la garganta.
—Perdonen, pero tengo que celebrar otra boda a las cuatro y media. . .
—Ah, sí, bien —Bella puso una mano en el brazo de Edward y le dijo al oído que había dos escalones.
—Aunque agradezco que no quieras herir mis sentimientos, sería más fácil si me apoyara en ti.
—Sí, por supuesto —murmuró ella, nerviosa.
Claro que eso no importaba porque, supuestamente, las novias debían estar nerviosas, emocionadas, felices. Ella no era feliz, pero Alice, la novia de Jasper, no parecía darse cuenta de que faltaba el ingrediente principal en aquella ceremonia y tenía lágrimas en los ojos.
—¿Dónde vais a ir de luna de miel?
—No nos vamos de luna de miel.
—Ah, qué pena —murmuró la joven, cortada.
—Edward tiene una reunión de negocios mañana y. . .
—Sí nos vamos de luna de miel.
Bella lo miró, perpleja.
—¿Qué?
—Que nos vamos de luna de miel. ¿No te lo había dicho?
—No entiendo nada —dijo Bella cuando subieron al coche—. Habíamos acordado que no habría luna de miel. Tú tienes cosas urgentes que hacer. . .
—Ha habido un cambio de planes —la interrumpió Edward.
—Un cambio sobre el que no te has molestado en consultarme —replicó ella, sin entender por qué estaba tan molesta cuando debería estar dando saltos de alegría—. Supongo que así es como va a ser estar casada contigo.
—Cualquiera diría que lo lamentas.
—No va a ser una luna de miel, ¿verdad? Vas a llevarme a algún viaje de negocios para poder vigilarme. . . ¡no confías en mí! —lo acusó.
—No, en realidad es un gesto romántico, cara. Estoy siendo espontáneo.
El sarcasmo le pareció innecesariamente cruel y Bella volvió la cabeza para esconder las lágrimas que habían asomado a sus ojos.
—¿Dónde vamos a ir? —le preguntó después.
—He pensado que podríamos volver al sitio en el que nos conocimos.
Ella se quedó boquiabierta.
—¡Al castillo de Escocia! ¿Lo dices en serio?
—Completamente en serio. Pensé que te gustaría.
—Pero mi hermano. . .
—A él no lo he invitado —bromeó Edward.
—Muy gracioso. Lo que iba a decir es que él no sabe que estamos casados.
—No, ya. Supongo que te dirá que podrías haber encontrado un partido mejor, y probablemente, es verdad. Pero, si no te importa, será mejor evitar reuniones familiares por el momento. No tenemos que ver a nadie. He pedido que dejaran las provisiones en la cocina y les he dicho que no quería servicio de habitaciones. Claro que es posible que mi deseo sea ignorado por alguna chica de la limpieza. . .
Contra su voluntad, Bella tuvo que sonreír.
—Eso está mejor —murmuró Edward, dejándose caer sobre el respaldo del asiento.
—¿Qué está mejor?
—Me gustas más cuando sonríes.
—¿Y cómo sabías que estaba sonriendo?
—Puedo oírlo en tu voz, cara.
Bella esperaba que eso fuera lo único que pudiese oír. Aquella situación era soportable sólo porque él no sospechaba de sus sentimientos. Y era importante que no supiera nada porque lo único que le quedaba era el orgullo.
—¡Ven aquí! —Edward la atrajo hacia sí tomándola por la cintura.
Apoyando la cabeza en su hombro, Bella cerró los ojos y se relajó un poco.
—¿Estás contenta con la luna de miel?
—Estoy sorprendida.
Entonces se percató de que habían dejado atrás la casa de Edward, un edificio de dos plantas en el centro de Londres.
—¿Dónde vamos?
—El helipuerto de la casa está en obras. Vamos a salir desde. . .
—¿Vamos a ir a Escocia en helicóptero?
—Claro.
—Pero no puedo ir así. No he hecho la maleta y. . .
Él se encogió de hombros.
—Seguro que estás muy guapa con el vestido de novia. Y como en la boutique tenían tus medidas, ha sido muy sencillo pedir que enviasen algo de ropa. . . y todo lo necesario para el aseo personal. Si se me ha olvidado algo, podemos pedir que nos lo envíen.
—¿Me has comprado un vestuario entero?
Edward levantó una ceja, divertido.
—¿Algún problema?
Bella arrugó el ceño.
—No sé. . .
—Un marido puede hacerle un regalo a su esposa, ¿no?
—¿Marido? Me pregunto si algún día esa palabra dejará de sonar tan extraña.
—Lo que al principio resulta poco familiar puede acabar siendo algo aburrido —dijo él. El comentario la hizo reír—. ¿Qué te hace tanta gracia?
—Me resulta imposible creer que estar contigo pueda ser aburrido —le confesó Bella.
Edward parecía estudiar su cara como si la viera, algo que siempre la había puesto nerviosa.
—Creo, Isabella, que eso podría haber sido un cumplido. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas. Pero que no se te suba a la cabeza —suspiró ella, conteniendo un bostezo. No porque se aburriera con él, sino porque últimamente lo único que deseaba era dormir. Pero le habían dicho que era normal durante los primeros meses de embarazo.
Sonriendo, Edward sugirió que podría dormir un rato en el helicóptero, mientras iban a Escocia, pero Bella, a quien ya no sorprendía que fuera tan perceptivo, expresó sus dudas sobre lo de dormir en un helicóptero.
Estaba equivocada.
Cerró los ojos sólo un momento después del despegue y, después de lo que le pareció un minuto. Edward estaba tocando su hombro para despertarla.
—Ya hemos llegado.
—¿Qué?
—El tiempo pasa muy rápido cuando uno está roncando.
—¡Yo no ronco! —protestó ella.
—No —asintió él—, sólo me has babeado el hombro un poquito. Lo había dicho con tal ternura, con tal simpatía, que a pesar de que no podía verla, Bella se ruborizó.
—Eres tonto.
Paolo, que viajaba en el asiento del copiloto, llevó sus maletas al castillo y habló brevemente con Edward antes de despedirse.
Unos minutos después volvían a oír las aspas del helicóptero alejándose.
Bella se volvió para mirar a Edward y cuando sus ojos se encontraron tuvo que decirse a sí misma por enésima vez que no podía verla, que sólo tenía unos ojos muy expresivos. Y, sin embargo, no sabía por qué, se sentía un poco avergonzada.
—Esto es absurdo —murmuró.
Edward, que estaba quitándose la corbata, levantó la cabeza.
—¿Qué es absurdo?
—Sentirme como una virgen en mi noche de boda. Es absurdo porque ya no. . . evidentemente. . .
—¿Lo lamentas? —preguntó él.
Bella negó con la cabeza.
—No, claro que no.
—¿Lamentas haberte acostado conmigo esa noche?
—No, no lo lamento —dijo ella. Pero luego sintió pánico. Eso era muy parecido a admitir sus sentimientos por Edward—. ¿Y tú, lo lamentas?
—Lo que lamento. . .
—No, déjalo, no lo digas —lo interrumpió ella.
—Lamento, Isabella, que tu introducción al amor no fuera más suave, más considerada.
Había cierta recriminación en su voz y ella lo miró, de nuevo sorprendida.
—Yo no lo cambiaría por nada.
—Y lamento haber contribuido a que te despidieran —dijo Edward entonces.
—Muy gracioso, pero me parece que sobrestimas tu influencia.
—¿Perder tu trabajo no influyó en tu decisión de casarte conmigo?
—Sí, bueno, claro —Bella arrugó la nariz.
—Eso era lo que yo quería y me temo que sí tengo tanta influencia. Sólo tuve que levantar un teléfono.
Edward sabía que estaba corriendo un gran riesgo, que Isabella podría dejarlo plantado. Pero, con las promesas que había hecho aún frescas en su mente, no quería empezar su vida de casado con una mentira.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que has oído.
Silencio.
—¿Por qué, Edward?
El dolor y la sorpresa que había en la voz de Bella lo hicieron dar un paso atrás.
—Mi padre no estuvo a mi lado cuando era niño y yo no quiero eso para mi hijo. Hubiera movido montañas para que te casaras conmigo, Isabella. No quería arriesgarme.
—¿Y mis sueños? ¿Y las cosas que yo quería? —exclamó ella, perpleja—. ¿Cómo te atreves a interferir en mi vida? ¿Quién crees que eres?
—Isabella. . .
—Bueno, al menos ahora sé que no soy tan mala periodista —lo interrumpió ella, intentando contener su furia.
—Isabella. . .
—No, déjalo. No quiero seguir hablando.
Bella salió corriendo de la habitación, las lágrimas rodando por su rostro. No se había dado cuenta de que había cuencos de flores por todas partes, su aroma intensificado por el calor de las chimeneas, encendidas en todos los cuartos.
Imaginó a Rosalie, su cuñada, yendo habitación por habitación, preparándolas para tan importantes clientes. . . casi le daban ganas de reír al pensar en su cara de asombro cuando supiera que ella era uno de esos clientes. Aunque eso no sería nada comparado con el asombro de saber que estaba casada con Edward Cullen.
Cuando volvió a la cocina, él estaba en el mismo sitio en el que lo había dejado. Su expresión era inescrutable, pero el aire a su alrededor vibraba de tensión contenida.
—¿Quieres una taza de té?
—Sí, gracias —suspiró él—. No estoy orgulloso de lo que he hecho, Isabella.
—Lo que has hecho es una canallada, pero supongo que no tendrías por qué habérmelo contado. . . por lo menos es algo.
Mientras la veía abrir la nevera. Edward contuvo el deseo de preguntar si era suficiente.
—Es una pena que no pueda beber alcohol.
—Te haré compañía con un zumo de naranja.
Bella cerró la puerta de la nevera después de sacar un cartón de leche.
—No tienes por qué —murmuró—. ¿Por qué me lo has contado, Edward?
—No quería empezar este matrimonio con mentiras, pero se me había olvidado que la verdad no es siempre lo mejor.
—Pues claro que es lo mejor.
—La triste verdad, Isabella, es que te has casado conmigo porque estabas desesperada y necesitabas ayuda económica.
La pragmática descripción hizo que Bella se pusiera colorada.
—¿Crees eso de verdad?
¿Cómo podía ser tan intuitivo para algunas cosas y tan tozudo para otras?
—Pero no estoy en posición de criticar, Isabella.
No, pero pensaba que era algo parecido a una buscavidas. Bella dejó escapar un suspiro. Quizá era mejor que pensara eso.
—¿De verdad crees que me casé contigo por tu dinero?
¿Y no era cierto, en realidad?
Claro que nada era tan simple como podría parecer. Desde que lo vio emocionarse mientras le describía a su hijo había sido una lucha seguir pensando en él como un hombre frío, despótico y amargado.
Edward Cullen era un hombre complejo y fascinante capaz de grandes pasiones cuyo gran pecado era no amarla y, sin embargo, estaba decidido a hacer lo que tuviera que hacer por su hijo.
—Creo que te has cargado con un marido ciego porque quieres lo mejor para tu hijo. Eres la última mujer en el mundo a la que acusaría de ser avariciosa, Isabella.
—Podrías habérmelo dicho antes de la boda.
—Entonces me habría arriesgado a que dijeras que no —le confesó él.
Bella dejó escapar un suspiro. Aquélla iba a ser su vida y sería mejor acostumbrarse. No podía tener su corazón, pero lo tendría a él. Aunque no podía ni pensar que algún día Edward le entregase su corazón a otra mujer. . .
Esa era su pesadilla.
—Bueno, ahora estamos casados y vamos a tener un hijo. Vamos a ser una familia, así que no lo estropees —le advirtió—. Y recuerda que estás a prueba. Cuando empieces a sentir algún impulso maquiavélico. . . no sé, date una ducha.
—No te merezco —dijo él, con más humildad que nunca.
—Eso desde luego.
—Lo celebraremos con champán cuando nazca el niño.
Bella giró la cabeza y se quedó sorprendida al ver que estaba pegado a ella, tan cerca que podía oler su aroma masculino.
—Lo que has hecho es algo muy importante, Isabella.
—Bueno, yo también quiero que nuestro matrimonio funcione. Sé que tú no tuviste una familia cuando eras niño, pero yo sí la tuve y sé lo importante que es. Tuve una infancia estupenda y quiero lo mismo para mi hijo —le explicó.
—Y yo te lo agradezco infinito.
Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Puedo hacer algo de comer si te apetece. . . ¿un filete y una ensalada? No sé tú, pero yo estoy hambrienta. Voy a quitarme el vestido, vuelvo enseguida.
Cuando salió de la cocina tuvo que apoyarse en la pared y cerrar los ojos. Por el momento, se estaba manejando con la gracia de una bailarina borracha. Había estado a punto de decirle que la única razón por la que lo había perdonado era que estaba enamorada de él.
Arriba, en el dormitorio principal, encontró la ropa que Edward le había prometido colocada en ordenados montones sobre la cama.
Lo que necesitaba, se dijo, era una estrategia.
¿Pero cuál?
Suspirando, se quitó el vestido y, después de doblarlo cuidadosamente y dejarlo sobre la cama, se acercó a la ventana que daba al lago.
No tenía ni idea del tiempo que había estado allí pérdida en sus pensamientos y sólo cuando empezó a temblar de frío, porque la combinación de seda que llevaba no servía de nada en la fría Escocia, se dio cuenta de que había salido la luna. Suspirando, cerró las cortinas de pesado terciopelo rojo. . .
—No, déjalo.
Bella, que no lo había oído entrar en la habitación, se sobresaltó al oír su voz. Y cuando volvió la cabeza se quedó aún más sorprendida al ver que sólo llevaba una toalla a la cintura.
—Pensé que estabas abajo.
¿Tanto tiempo llevaba mirando por la ventana que él había tenido tiempo de darse una ducha?
—Como ves, no es así.
—Deberías haberme llamado —le dijo entonces, enfadada. Lo imaginaba tendido, inconsciente, en el suelo. El castillo no tenía cuartos de baño en las habitaciones y el más cercano estaba al final de una empinada escalera—. ¿Cómo has podido. . .?
—Conozco el sitio, así que sé cómo moverme.
—Ya veo —Bella estaba viendo mucho más de lo que quería porque la toalla era muy pequeña y su cuerpo nada menos que perfecto.
El brillo de sus ojos enviaba olas de fuego por el cuerpo de Edward. Estaba viendo los sentimientos de Isabella en su rostro, tan expresivo. Y que lo mirase de ese modo era embriagador y más excitante que nada en toda su vida.
Pero si le dijera que podía verla, ella daría un paso atrás.
No había prisa en decírselo y al día siguiente podría no haber necesidad. Sabía que la recuperación de la vista podría ser algo transitorio y sería un tonto si no lo disfrutara mientras pudiera.
—Hay cosas, sin embargo, que prefiero no hacer solo. Ya lo sabes.
El sugerente tono de su voz hizo que, como siempre, Bella enrojeciese.
—Una cosa es ser independiente y otra muy distinta portarse como un idiota.
Afortunadamente, él no sabía que sólo llevaba una combinación de seda blanca casi transparente y unos zapatos de tacón, pensó, mientras intentaba cerrar las cortinas.
—No.
—¿No qué?
—No cierres las cortinas. Deja que entre la luz de la luna. Nadie puede vernos desde fuera —dijo Edward.
«Y yo quiero ver la luna en tu cuerpo cuando te haga el amor», añadió, en silencio.
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Bueno chicas, que les ha parecido el capítulo?
Ya casi estamos en los últimos capítulos, ya solo me falta tres capítulos y un epílogo y se termina esta historia. ^^;
Bueno chicas, nos vemos el lunes. Que tengan un buen fin de semana.
miladri lara: si lees esto quiero decirte que, gracias por comentar, me da gusto que lo hayas hecho y que me hayas dado tu opinión, para mi es importante la opinión de las lectoras. Voy a tomar en cuenta tu opinión para la próxima historia que suba. Saludos y que tengas un buen fin de semana. ^^;
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