Ciegos al amor

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 03/11/2017
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 11
Visitas: 33744
Capítulos: 13

 

El multimillonario Edward Cullen había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada!

Y eso provocó la única reacción que Isabella no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Bella sabía que ella sí lo estaba. Y cuando Edward recuperó la vista, Bella pensó que cambiaría a su diminuta y pelirroja esposa por una de las altas e impresionantes rubias con las que solía salir. . .

Cuando pueda verla, ¿seguirá deseándola?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Ciegos al amor de: Kim Lawrence. Yo solo la adapte con los nombres de Bella y Edward.

Espero sea de su agrado. :D

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Capítulo 10:

Hola chicas, cómo están!? Espero hayan disfrutado el fin de semana. XD

Aquí les traigo el capítulo de hoy.

Espero les guste. :)

Nos vemos el viernes. :)

 

 

Bella arrugó el ceño.

—¿Cómo sabes que desde aquí se ve la luna?

—Tú lo has dicho antes.

—¿Lo he dicho?

—Sí, antes.

Bella se encogió de hombros. No recordaba haberlo dicho, pero quizá así era.

Edward se acercó a la ventana con toda confianza. Era, pensaba Bella, como si a veces olvidase que era ciego.

Una ola de intensa tristeza la envolvió entonces. Sin duda él quería olvidarlo y era normal. A lo mejor tenía sueños. A lo mejor había mañanas en las que abría los ojos y alargaba la mano para encender la luz. . . sólo para darse cuenta un segundo después de que no había luz y nunca la habría.

De pie frente a la ventana era magnífico, con esa imponente figura, tan masculino. . . un dios de leyenda devuelto a la vida por la luz plateada de la luna.

—¿Te casaste conmigo a pesar de que era ciego o por ello?

Bella se dejó caer sobre la cama.

—¿Qué clase de pregunta es ésa?

—Una mujer casada con un ciego podría esconderle muchas cosas. . .

—Yo no te he escondido nada.

—¿Qué llevas puesto?

Bella miró hacia abajo y tragó saliva.

—Nada.

—Ah, excelente.

—Quería decir nada especial.

—Descríbelo —le ordenó Edward—. Sé mis ojos como cuando compartiste conmigo la imagen de la ecografía.

Mejor no llevar nada, pensó ella, quitándose la combinación y dejándola caer al suelo con un suave susurro de seda. A la luz de la luna, era una pálida figura de redondeadas caderas, piernas delgadas y pechos pequeños pero absolutamente perfectos.

—Llevaba una combinación, pero me la he quitado.

Edward siguió mirándola sin decir nada. Sus ojos estaban clavados en su cuerpo y, aunque sabía que no podía verla, de repente se sentía muy consciente de su desnudez.

En una ocasión se había preguntado si su falta de inhibiciones con Edward tenía que ver con el hecho de que no pudiese verla, pero había decidido que disfrutaba de su cuerpo por la sencilla razón de que Edward lo disfrutaba también.

—¿Crees que se acerca otra tormenta? Noto algo en el aire.

—Se llama tensión sexual, cara. Y es lo más lógico durante una noche de boda.

—¡Ten cuidado! Vas a. . . —las palabras se quedaron en su garganta cuando él la tomó entre sus brazos—. Iba a decir «vas a tropezar», pero nunca tropiezas.

La fortuna debía de estar de su lado ya que había varios obstáculos en su camino.

Dio mio, eres tan preciosa.

—Si no tienes cuidado, un día vas a hacerte daño —susurró Bella.

—Nada podría hacerme tanto daño como no estar dentro de ti ahora mismo.

Ella levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados.

—Ahora mismo me parece bien.

Dejando escapar un gemido ronco. Edward la tiró suavemente sobre la cama y se colocó sobre su esposa.  

 

 

Poco después del amanecer. Edward miró el rostro dormido de Bella. Estaba tumbada de lado, con las mejillas un poco enrojecidas y los pechos, del tamaño perfecto, subiendo y bajando suavemente con cada respiración.

Debería habérselo dicho, pensaba. Había habido varias ocasiones durante la noche en el que estuvo a punto de confesarle la verdad, pero se había contenido para no estropear el momento. Porque estaba seguro de que cuando Isabella se enterase iba a enfadarse mucho con él.

Eran casi las ocho y, como seguía dormida, decidió bajar a la cocina a comer algo.

Una vez abajo, el encanto de la mañana en las altas tierras de Escocia, con su increíble claridad, lo invitaba a salir. El fantástico paisaje, con sus montañas cubiertas de nieve reflejándose en las tranquilas aguas del lago, era muy relajante.

Y, respondiendo a un impulso que durante los últimos meses se había visto obligado a contener. Edward se quitó la camiseta y, en pantalón corto, se lanzó de cabeza al agua helada y empezó a nadar sin un propósito en concreto, disfrutando de la sensación del agua. No paró hasta que estuvo a unos doscientos metros, flotando de espaldas hasta que el ritmo de su corazón volvió a la normalidad. Sólo cuando estaba a punto de volver oyó los gritos que llegaban desde la orilla.

Sin perder tiempo en absurdas especulaciones. Edward empezó a nadar. . . hasta que se encontró a Isabella nadando hacia él.

Dio mio, ¿qué estás haciendo?

Bella, agotada, no podía decir una palabra mientras se dejaba llevar hasta la orilla. Una vez allí. Edward la dejó sobre el suelo cubierto de brezo y tomó su cara ente las manos.

—¿Qué estabas haciendo, Isabella?

—¿Qué estabas haciendo tú? Me había tirado al agua para ir a buscarte. Podrías haberte ahogado. Dios mío. . . pensé que te habías ahogado. Sé que no quieres que haga ninguna concesión a tu minusvalía, pero la realidad es que estás ciego. Edward. Siento que eso te duela, pero no puedes ponerte a nadar en un lago y marcharte a cientos de metros de la orilla. . . ¡hay cosas que no puedes hacer! ¡Es un suicidio!

—¿Estabas intentando salvarme?

El sonido de su risa hizo que Bella lo viera todo rojo.

Se asustó al encontrarse sola en la habitación, pero sintió verdadero pánico al ver su camiseta tirada a la orilla del lago. ¡Y ahora se estaba riendo!

—¿Por qué haces eso? ¿Por qué te pones en peligro? ¿Estás loco o qué?

—¿Y tú? Estás embarazada, no puedes tirarte a un lago helado. . .

Claro, estaba embarazada; eso era lo único que le importaba, el niño. Debería haberlo imaginado.

—¡Iba a buscarte! Y, por cierto, te llevarías el primer premio a la hipocresía. Edward. ¿Tú pensabas en el niño y en el gran padre que ibas a ser cuando decidiste lanzarte al agua?

Edward arrugó el ceño mientras acariciaba su cara.

—No estaba en peligro, Isabella. Puedo ver.

—¿Qué?

—Que puedo ver.

Bella se llevó una mano al corazón, mirándolo con los ojos como platos.

—¿Puedes ver? ¿Pero cómo. . . cuándo?

—Desperté ayer y, de repente, había recuperado la vista.

—¿Despertaste ayer y habías recuperado la vista? —repitió ella, incrédula.

—Sí, así es —los ojos verdes se deslizaron por el camisón mojado que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel—. Deberíamos ir dentro, estás empapada.

Bella siguió la dirección de su mirada y levantó una mano para cubrir sus pechos, aunque no sabía por qué.

—¿Puedes ver y no te ha parecido que debías decírmelo? ¿No se te ha ocurrido decir algo como: «Ah, por cierto, Bella, he recuperado la vista?». ¿Cuándo pensabas decírmelo. . . o no pensabas decírmelo nunca?

—Acabo de decírtelo, ¿no? —Sonrió él, tomando la camiseta del suelo—. Venga, no podemos quedarnos aquí. Estás helada.

—¡Esto es increíble! No puedes contarme algo así y luego actuar como si no pasara nada. ¡No pienso ir a ningún sitio contigo!

—Isabella. . .

—Durante toda la ceremonia fingiste. . .

—No estaba fingiendo nada. Si me hubieras preguntado, te habría contestado honestamente.

—¿Honestamente? ¿Tú dices la verdad alguna vez o sólo cuando te conviene? —le espetó ella, furiosa.

—Mira, puedo ver, es un milagro, cuestión de suerte, no sé y me da igual cómo lo llames. El caso es que, afortunadamente, he recuperado la vista.

—¡Pero me lo habías ocultado!

—Cualquiera diría que prefieres un marido ciego —dijo él, atónito.

—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Bella, levantándose—. Este matrimonio está basado en una telaraña de mentiras y ya estoy harta. . . del matrimonio y de ti.

Sólo había dado un par de pasos cuando Edward la tomó por la cintura, llevándola así hasta la casa.

—¡Suéltame!

—Deja que le explique un par de cosas, Isabella: basado en mentiras o no, este matrimonio va a durar —le dijo, dirigiéndose a la escalera.

—¿Dónde me llevas? ¿Crees que vas a convencerme en la cama?

—No te llevo a la cama —murmuró él, entrando en el cuarto de baño y abriendo el grifo de la bañera—. Quítate el camisón, estás helada.

—Un «por favor» estaría bien —le recordó Bella que, después de obedecer, se envolvió en una toalla.

—Métete en la bañera. . . empiezas a estar amoratada.

—Si no te importa, prefería un poco de intimidad.

—Lo he visto todo antes, ¿recuerdas? Y, para tu información, me gusta mucho —dijo Edward, alargando la mano para quitarle la toalla.

Bella dejó escapar un gemido y se lanzó a la bañera, sumergiéndose dentro de las burbujas.

—Si mañana despierto ciego, al menos te habré visto una vez.

Ella se puso rígida.

—¿Lo dices en serio, crees que podrías perder la vista otra vez?

—No lo sé.

—Edward, dime la verdad por una vez.

Distraído por las burbujas que acariciaban sus senos, él no contestó inmediatamente.

—¡Madre di Dio! Eres perfecta, cara.

Bella intentó mostrarse serena, nada fácil cuando estaba desnuda, pero era imposible no dejarse afectar por la sinceridad de su voz y el brillo de deseo que había en sus ojos.

—Pues no vas a ver nada más hasta que me lo cuentes todo.

—Eso es chantaje. . .

—Edward, por favor, estoy hablando en serio. Quiero que me cuentes la verdad. Si vas a volver a perder la vista. . .

—Relájate, nadie ha dicho que eso vaya a ocurrir. Pero es una posibilidad.

—Pero te habrán hecho pruebas, análisis. No esperarán que vivas con esa inseguridad. . . es inhumano. Tienes que ir a ver a un especialista.

—Tengo entendido que están investigando —dijo él.

—¿Pero te has hecho las pruebas o no?

Edward se encogió de hombros.

—Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. Y no he tenido tiempo para hacerme pruebas. Tenía que ir a una boda y nada iba a impedir que lo hiciera.

Ella parpadeó, atónita.

—¿No te hiciste las pruebas para acudir a la boda?

Eran dos milagros: Edward podía ver y la amaba. Bella estuvo a punto de decirle que ella sentía lo mismo, pero una innata precaución se lo impidió.

—Lo quería todo por escrito, de manera legal, incluyendo nuestro matrimonio. De ese modo los abogados podían empezar a redactar los detalles de un fideicomiso a nombre del niño. Y no creo que haya nada que tú desapruebes. . .

La sonrisa de Bella se disolvió, pero afortunadamente logró disimular. Para ser alguien cuyo corazón parecía haber sido aplastado por una estampida, se mostraba extraordinariamente tranquila.

—Confío en tu buen juicio en lo que se refiere a asuntos económicos.

Desde luego era mucho mejor que el suyo en los asuntos del corazón. ¿Cómo había podido imaginar por un segundo que Edward la amaba? Sólo estaba interesado en el niño, en el fideicomiso, en dejar claro que era su hijo legalmente.

El sexo era maravilloso, pero tenía que dejar de soñar. Sería absurdo pensar que el sexo y el amor iban juntos para un hombre como Edward Cullen. Ojalá a ella le pasara lo mismo.

Había estado a punto de cometer el error de pensar que era el amor que sentía por su esposa lo que lo había hecho dejar a un lado algo tan importante para su salud.

Y no volvería a hacerlo.

—Le dije al médico que me pondría en contacto con él cuando volviera a Londres. . .

—¿Quería que ingresaras en un hospital para hacerte las pruebas?

—Sí, pero. . .

—Eres un imbécil, Edward. Podrías haber hecho un daño irreparable a tus ojos. . .

—No seas tan melodramática, Isabella. Como he dicho, iré al médico en cuanto volvamos a Londres la semana que viene.

—¡Melodramática! ¡Estamos hablando de estar ciego o no estarlo! Tenemos que volver a Londres inmediatamente. ¿Crees que voy a quedarme aquí cuando sé que deberías estar en un hospital? Eres el hombre más egoísta que he conocido en toda mi vida.

Su apasionamiento lo dejó sorprendido.

—¿Egoísta? Pues no me decías eso anoche.

—Eres un gran amante, lo admito —dijo ella—. Y no siempre eres imposible, pero no nos hemos casado por el sexo o porque estemos enamorados —Bella dejó escapar una risita irónica para demostrarle que tal cosa ni siquiera se le había pasado por la cabeza pero, desafortunadamente, le salió un poco histérica.

—No, claro, eso sería imposible —murmuró Edward, muy serio.

—Nos hemos casado porque vamos a tener un hijo. . . y seguramente habrá razones peores para casarse. Yo conozco parejas que se casaron por amor y cuyo matrimonio se rompió en un par de meses.

—Mientras que nosotros ya les llevamos ventaja porque tú ya me odias.

Bella arrugó el ceño.

—Yo no te odio, pero estoy enfadada porque no pareces darte cuenta de que tu primera obligación es cuidar tu salud.

Claro que, si el suyo fuera un matrimonio normal, podría haberle dicho que, si ella le importase un poco, no se arriesgaría tontamente.

—Este niño es la razón por la que nos hemos casado —insistió, llevándose las manos al abdomen—. Y tú pareces haberlo olvidado.

—Sí, es verdad. Pero no te preocupes, Isabella, he entendido cada palabra de tu sermón —dijo Edward, sacudiendo la cabeza.

—¿Entonces te marchas?

Él puso una mano sobre su hombro y, sin pensar, Bella giró la cabeza para frotarse contra ella.

—No podemos irnos hasta esta tarde.

—Pero vas a ir al médico para que te hagan esas pruebas.

—Sí, lo haré. Estás exagerando, pero lo haré.

—¿Cómo puedes haber sido tan tonto?

—Déjalo, Isabella. Creo que ya ha quedado claro. Pero si algo me ha enseñado la ceguera, cara, es que no se debe perder ni un solo momento. Hay que disfrutar de la vida, vivirla mientras puedas antes de que el destino te arrebate lo que tienes.

Suspirando, se inclinó para apretarla contra su torso. Se quedaron así durante mucho tiempo, sin decir nada y, por fin, sintió que se relajaba. . . sólo entonces la sacó del agua para secarla suavemente con la toalla.

—Puedo hacerlo yo.

Sonriendo, él la tomó en brazos para llevarla al dormitorio y dejarla sobre la cama.

—Con el pelo así pareces una sirena. . . —Edward vio que cerraba los ojos—. ¿Estás cansada?

—Sólo necesito cerrar los ojos un momento. La verdad, no sé por qué estoy tan cansada. Afortunadamente, dicen que el cansancio desaparece después de los tres primeros meses. . .

Se quedó dormida inmediatamente y Edward pensó que, aunque el destino los había unido, era hora de que el destino diera un paso atrás. Porque él pensaba hacerse cargo de la situación a partir de aquel momento.

 

 

Bella estaba en la ducha cuando Edward abrió la puerta del baño. Al verlo tan sexy con unos vaqueros y una camisa blanca que destacaba el precioso tono dorado de su piel, Bella tragó saliva, cubriéndose los pechos con una mano. Aunque era ilógico porque habían estado haciendo el amor hasta unos minutos antes.

—¿Es que no puedo darme una ducha a solas?

—No. Además, yo podría enjabonarte.

Bella miró el jabón que tenía en la mano y dejó escapar un suspiro. Era una tentación, pero el helicóptero que iba a llevarlos a Londres llegaría en cualquier momento y aún tenía que secarse y vestirse.

Entre sus brazos había perdido la noción del tiempo, como siempre; lo único que deseaba era tener a Edward dentro de ella, haciendo que se sintiera completa. Cada día era más tierno, pensó, recordando cómo la había abrazado cuando llegó al orgasmo. . .

—No es de buena educación quedarse mirando fijamente a alguien.

Aunque podrían acusarla a ella de lo mismo.

—Yo puedo mirar, tengo una dispensa especial —rió Edward—. Estaba ciego, así que ahora aprecio cosas en las que no me hubiera fijado antes.

Bella torció el gesto.

—No seas tonta, por supuesto que no me refería a ti —sonrió él mientras le ofrecía una toalla—. No sé por qué te sientes tan insegura, Isabella. ¿No te he demostrado muchas veces que te encuentro preciosa? ¿No te lo he dicho?

—Sí, lo has hecho —asintió Bella.

Le había dicho muchas cosas que ella quería creer y otras que la hacían ruborizarse. Edward no era en absoluto inhibido en la cama; al contrario, era muy elocuente. Aunque a veces, en los momentos de pasión, hablaba en italiano. ¡Y cómo le gustaría entender lo que decía!

—¿Cuántas veces voy a tener que decírtelas antes de que las creas?

—Te lo diré cuando lo sepa —dijo ella.

Edward sacudió la cabeza en actitud resignada.

—Entonces tendré que esforzarme más.

Un segundo después escucharon el sonido de un helicóptero al otro lado de la ventana.

—¿Seguro que quieres que volvamos hoy a Londres?

Bella se dio cuenta de que había miedo en esa pregunta.

—Edward, da igual lo que pase con tu vista. . . todo va a ir bien.

Capítulo 9: Capítulo 11:

 


 


 
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