Ciegos al amor

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 03/11/2017
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 11
Visitas: 33823
Capítulos: 13

 

El multimillonario Edward Cullen había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada!

Y eso provocó la única reacción que Isabella no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Bella sabía que ella sí lo estaba. Y cuando Edward recuperó la vista, Bella pensó que cambiaría a su diminuta y pelirroja esposa por una de las altas e impresionantes rubias con las que solía salir. . .

Cuando pueda verla, ¿seguirá deseándola?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Ciegos al amor de: Kim Lawrence. Yo solo la adapte con los nombres de Bella y Edward.

Espero sea de su agrado. :D

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Capítulo 1:

 

Hola chicas, estoy de vuelta! :P Uff, parece como si tuviera años que no entro aquí, ha pasado un largo, largo tiempo desde la última vez que subí una historia así que estoy un poco nerviosa con esta nueva adaptación así que espero que les guste.  ^_^

 

Bueno no las entretengo más y las dejo leer.

 

Nos leemos abajo. :D

 

 

 

 

Bella respiró profundamente, intentando tranquilizarse mientras se acercaba a la joven de la recepción. Con su melena rubia y su figura de guitarra, era una de esas mujeres que siempre atraían la atención de los hombres.

Las pelirrojas diminutas y con pecas, por otro lado, no eran tan buscadas; al menos en su experiencia. Aunque durante un tiempo le había parecido que Mike era de otra manera. . . hasta el día que entró en casa y encontró a su ex prometido en la cama con una preciosa rubia.

Normalmente, cuando recordaba aquella memorable ocasión experimentaba una ola de náuseas, pero esta vez no. Esta vez tenía el estómago paralizado de puro terror.

Las pestañas rozaron sus mejillas cuando cerró los ojos para respirar de nuevo, intentando controlar los frenéticos latidos de su corazón, que parecía a punto de salirse de sus costillas. Y luego intentó sonreír. Si una persona actuaba como si esperase que le enseñaran la puerta, en general eso era lo que solía ocurrir.

Se había tomado su tiempo aquel día para tener el aspecto de alguien que entraba todos los días en el cuartel general de una multinacional para hablar con el presidente. Pero al ver su imagen en el espejo de la pared, supo que sus esfuerzos habían sido en vano. No iba a salir bien.

Intentando no ser pesimista, Bella se aclaró la garganta. Y el sonido atrajo la atención de la recepcionista, pero sólo durante un segundo porque, en ese mismo instante, se abrió una puerta y por ella apareció otra rubia impresionante con un ajustado vestido rojo.

La chica que había tras el escritorio se quedó mirando y Bella también; y también los fotógrafos que habían aparecido de repente, como por arte de magia.

La explosiva rubia parecía comodísima con los fogonazos de las cámaras y la tormenta de preguntas que lanzaban los paparazzis. Sencillamente sonrió, mostrando unos dientes perfectos y demostrando que, aunque había hecho la transición de modelo a actriz de Hollywood, sabía cómo manejarse con los periodistas. Flanqueada por dos musculosos guardaespaldas parecía deslizarse por el pasillo, deteniéndose un par de veces para contestar «Sin comentarios» a las preguntas sobre si Edward Cullen y ella estaban juntos de nuevo.

Cuando desapareció, dejando sólo el fuerte aroma de su perfume en el aire, Bella estaba haciéndose la misma pregunta. Menudo momento. Lo último que un hombre querría escuchar era la noticia que ella había ido a darle e imaginaba que sería doblemente cierto para un hombre que acababa de reconciliarse con el amor de su vida.

Bella suspiró, intentando apartar la imagen de la actriz de su cabeza; no estaba allí para competir por las atenciones del italiano. Ni siquiera estaba interesada en la vida amorosa de Edward Cullen y no tenía ningún deseo de separarlo de ella, algo que pensaba dejarle bien claro.

La razón para que estuviera allí era muy simple; darle la noticia y marcharse. La pelota estaría entonces en su tejado.

Lo único que tenía que hacer era decírselo.

Y era ahora o nunca.

Aunque en aquel momento «nunca» le parecía lo mejor.

Bella hizo una mueca de dolor. Se había comprado unos zapatos en las rebajas y le hacían daño porque eran pequeños. Aunque la confianza que le daban esos tacones merecía la pena.

—Buenos días. . . —no pudo terminar la frase cuando la recepcionista levantó la cabeza.

¿Qué iba a decirle?

«Soy Bella, pero eso no significa nada para usted, claro. Su jefe no sabe mi nombre, ni siquiera sabe cuál es el color de mis ojos o que tengo pecas y el pelo de color zanahoria. Pero había pensado que, dadas las circunstancias, lo más lógico sería darle la noticia cara a cara: voy a tener un hijo suyo».

Bella pensó entonces en las diferencias que había entre un multimillonario y una chica que tenía que hacer malabarismos para pagar las facturas todos los meses. Seguramente habría ganado menos dinero en toda su vida profesional que Edward Cullen en un solo minuto. Aunque las cosas estaban empezando a mejorar, afortunadamente. Había trabajado durante cuatro años en el periódico local del pueblo escocés en el que nació, cubriendo bodas y bautizos. Pero su esfuerzo había dado dividendos y, por fin, había conseguido un trabajo en un periódico de tirada nacional en Londres.

—Sí, las cosas son más fáciles ahora que en mis tiempos —le había dicho la madura periodista que la acogió bajo su ala—. Tú tienes talento, Bella. Pero tienes que poner el cien por cien si quieres que la gente te tome en serio. Y debes ser un poquito más. . . flexible. Ah, y no tengo que decirte que lo último que necesitas en este momento es una relación sentimental exigente o tener familia. Eso sería un suicidio profesional.

Familia.

Bella tragó saliva al considerar aquel nuevo y francamente aterrador desvío en su, hasta aquel momento, predecible vida. Había tenido miedo y seguía teniéndolo, pero la verdad era que no tuvo que pensarlo, ni siquiera se le había ocurrido la idea de no tener a su hijo.

Además del pánico inicial había algo, una sensación extraña de que todo estaba bien. No esperaba que el padre de su hijo la compartiese, claro, pero que no quisiera saber nada del niño no significaba que no tuviera derecho a saberlo.

Se había preparado para una respuesta airada o las inevitables sospechas que tal vez serían lógicas en una situación así. Pero aquella extraña serenidad que la embargaba era una serenidad que Bella no creía poseer. Aunque bien podía ser a causa de la sorpresa.

Sólo había tenido quince días para hacerse a la idea y aún no se lo creía del todo; de hecho, la situación le parecía irreal.

Se llevó una mano al abdomen, aún plano bajo la chaqueta, y sus labios se curvaron en una sonrisa. Sin duda, la idea le parecería más real cuando su cintura empezara a ensancharse.

—Soy Isabella Swan y. . .

La chica, con aspecto aburrido ahora que la estrella de cine y su ruidosa cuadrilla habían desaparecido, se apartó el teléfono de la oreja.

—La primera puerta a la izquierda.

Bella parpadeó. No era así como había imaginado la escena. Los zapatos debían haber funcionado.

Los zapatos en cuestión estaban en ese momento clavados al suelo. No podía moverse, tan sorprendida estaba al no tener que identificarse o explicar los motivos de su visita.

—¿La primera puerta a la izquierda? —repitió, aunque no debería. La recepcionista no parecía saber que no tenía cita y lo mejor sería aprovechar las circunstancias.

¿Por qué no se movía? ¿Eran los inconvenientes escrúpulos, esa horrible compulsión de decir la verdad en momentos en los que una mentira o un silencio serían lo más necesario. . . o simple miedo?

Con un suspiro de impaciencia, la joven movió una mano de uñas largas y rojas en dirección a la puerta antes de volver a concentrarse en el teléfono.

«Esto es demasiado fácil», persistía la suspicaz vocecita en su cabeza.

—Pero es una suerte —murmuró para sí misma.

Si la habían confundido con alguien, el error estaba funcionando a su favor y sería tonta si no le siguiera la corriente. De modo que, con una sonrisa en los labios, se dio la vuelta y entró por la puerta indicada.

Fue una sorpresa descubrir que era simplemente una habitación con un escritorio en una esquina y varias sillas pegadas a la pared. Pero un segundo después se abrió una puerta y un hombre de pelo rubio y gesto cansado se quedó mirando a Bella con cara de sorpresa.

—Es una mujer.

En circunstancias normales, ella hubiera respondido a tal «acusación», porque era definitivamente una acusación, con algún comentario irónico. Pero el humor y la ironía se le escapaban en ese momento.

—Soy Bella Swan y me gustaría. . .

—¡Bella! —el hombre se llevó una mano a la frente—. Eso lo explica todo, claro. Y yo pensando que hoy las cosas no podían ir peor…

—He venido a ver al señor Cullen. . .

Al decir su nombre, una imagen mental del hombre apareció en su cabeza. . . ahora le parecía asombroso no haberse dado cuenta del peligro cuando lo vio por primera vez.

El impacto había sido como un golpe que la dejó sin aliento. Y sintió algo en su interior, como si sus emociones de repente se liberasen, aunque se sentía extrañamente desconectada de lo que le estaba pasando. Su innata habilidad para distanciarse emocionalmente y analizar lo que estaba haciendo la había abandonado. Claro que no se dio cuenta hasta que era demasiado tarde y el daño estaba hecho.

Cuando estaba con él no era capaz de controlar los latidos de su corazón. . . de hecho, no era capaz de controlarse a sí misma.

No era sólo la simetría de sus facciones o la curva de su boca; no era un rasgo en particular, sino la combinación de todos lo que lo hacía tan increíblemente atractivo.

Incluso ahora, doce semanas después, el recuerdo de su cara la emocionaba. Aunque ahora podía pensar en su reacción y en lo que había pasado después con más objetividad.

No podía negar que era un hombre guapísimo y que poseía una sexualidad arrogante a la que ella no era inmune, pero lo que pasó había sido el resultado de una serie de circunstancias más que otra cosa.

Seguramente resultaría ser un hombre vulgar y corriente, pensó. Seguramente ella lo había engrandecido en su memoria para defender su propio comportamiento porque nadie más que un dios del sexo podía ser responsable de que hubiera perdido la cabeza. Estaba buscando excusas.

Aunque la verdad era que no había excusas; había sido alocada y estúpida. Había tenido un momento de debilidad. . . en realidad, toda una noche de debilidad, pero eso era algo en lo que no quería pensar. Y, sin embargo, ahora tendría que vivir con las consecuencias.

Probablemente lo vería y descubriría que no se parecía nada a la imagen romántica que se había formado de él: un héroe caído y en necesidad de un consuelo que sólo ella podía darle.

Bella apartó de su mente tales pensamientos y trató de volver al presente. Pero cuando miró al joven rubio que parecía tan sorprendido de verla, él estaba buscando algo entre los papeles que tenía en la mano.

—Esto podría ser un problema. . . ¡y ahora no encuentro su currículum, por Dios! —exclamó, disgustado—. Perdone, no es culpa suya.

En realidad, sí lo era.

Había sido ella la que dio el primer paso, ella quien besó a Edward, aunque era un completo extraño.

El recuerdo de ese beso estaba grabado para siempre en su conciencia; cómo su rostro se había iluminado por el repentino relámpago al otro lado de la ventana y cómo se le había encogido el estómago al ver el brillo mate de sus increíbles ojos verdes y la frustración en sus facciones.  

Sin saber qué decir para consolarlo, incapaz de emitir un sonido que no fuera un suspiro estrangulado, había tomado su cara entre las manos para besarla. . .

El gesto había sido absolutamente espontáneo y, se dio cuenta enseguida, un error. Él se había puesto tenso al sentir el roce de sus labios y, durante un segundo, permaneció inmóvil.

Besar a un hombre tan guapo que no quería ser besado podía ser algo que hicieran otras mujeres de su edad sin darle la menor importancia, pero Bella no era así.

Ella sí le daba importancia; de hecho, mortificada, estaba a punto de disculparse cuando él sujetó sus manos.

El corazón de Bella empezó a latir con fuerza al recordar el roce de sus dedos mientras le decía algo en italiano. . .

Había sentido más que oír el gemido que pareció salir de lo más profundo de su alma antes de que él buscara sus labios.

Pero ella había dado el primer paso.

Y no era excusa pensar que Edward parecía necesitar ese beso.

Claro que, si él no se lo hubiera devuelto y la tormenta no los hubiera dejado sin luz. . . no habría habido ningún problema. Ningún problema, ninguna vergüenza, ningún hijo.

Bella se mordió los labios, intentando borrar las gráficas imágenes que aparecían en su cabeza. Había ocurrido y no tenía sentido darle vueltas porque no conseguiría nada con ello.

—¿Está aquí el señor Cullen? —logró preguntar. Aunque casi deseaba que le dijera que no.

El hombre, mirando hacia la puerta que había tras él, suspiró antes de asentir con la cabeza.

—Soy Jasper Whitlock, pero llámame Jasper.

Después de un segundo de vacilación, Bella estrechó su mano.

—Estás temblando —dijo él, mirándola con cara de preocupación.

Bella metió las manos en los bolsillos de la chaqueta, diciéndose a sí misma que debía relajarse. ¿Qué podía pasar? Que los de Seguridad la echaran de allí con cajas destempladas sería una nueva experiencia. Aunque su última nueva experiencia no había terminado siendo tan buena al final, por muy agradable que le hubiese parecido en el momento.

—He venido desde muy lejos para ver al señor Cullen —insistió. En realidad, sólo había tenido que hacer trasbordo en el metro, pero no veía nada malo en exagerar un poco dadas las circunstancias—. Y no pienso irme hasta que lo vea, lo digo en serio.

Desearía sentirse tan resuelta como quería aparentar, pero al menos le había salido bien.

—Te creo —dijo Jasper—. Y haré lo que pueda, pero. . . —luego se encogió de hombros, como diciéndole que se preparase para una desilusión—. ¿Quieres sentarte un momento?

Bella, a quien le gustaría estar en cualquier otro sitio, donde fuera, se dejó caer sobre una de las sillas pegadas a la pared.

Después de llamar suavemente a la puerta del despacho del que acababa de salir, Jasper desapareció en el interior. Desde donde estaba, Bella pudo oír la voz de Edward Cullen y su corazón, de nuevo, empezó a hacer de las suyas. Su voz le recordaba cosas que quería olvidar. . . lo cual sería más fácil si él no estuviera al otro lado de la pared.

Tal vez había sido un error ir allí personalmente, pensó. Tal vez una carta, un correo electrónico o algo que no la hubiera puesto en contacto directo con aquel hombre habría sido más acertado.

Bella no se dio cuenta de que se levantaba o que cruzaba la habitación, pero debió hacerlo porque de repente estaba frente a la puerta.

El despacho era grande, pero no se fijó en las paredes forradas de roble o en el ventanal que ofrecía una panorámica del río Támesis. Sólo le pareció ver una mezcla de diseño contemporáneo y muebles antiguos antes de ir directamente a la alta figura de hombros anchos que estaba de espaldas a ella, ligeramente de perfil.

El hombre con el que había pasado una noche llevaba el pelo largo y tenía sombra de barba. Era un ser elemental como la tormenta que retumbaba fuera mientras hacían el amor.

Aquel hombre, sin embargo, iba perfectamente afeitado y llevaba el pelo muy corto. Los vaqueros gastados habían sido reemplazados por un traje de chaqueta gris de diseño italiano. . . sí, era el epítome de la elegancia y la sofisticación.

De repente, aquello ya no le parecía una obligación o una formalidad, sino un error mayúsculo. Bella sintió el deseo de salir corriendo y se hubiera dejado llevar por ese instinto si sus piernas le respondieran.

—¿Quieres que cierre la puerta? Ella está ahí fuera y. . .

—No, déjala abierta, Jane no entiende el concepto de «menos es más» cuando se trata del perfume.

Bella, al ver que Edward arrugaba la nariz con desagrado, se preguntó si aquel gesto tenía que ver con la repugnancia al exótico aroma o con la persona a la que le recordaba.

Desde que leyó aquel artículo en el periódico sobre la relación de Edward con Jane había estado preguntándose si sería el hermoso rostro de la actriz el que veía mientras hacía el amor con ella esa noche. Las dulces palabras en italiano que la habían derretido podrían ir dirigidas a otra persona, alguien que fuera de verdad bella mia, su preciosa ex prometida, salvo que lo de ex era parte de la cuestión.

—Mira, siento mucho lo de Jane, pero. . .

—No tienes que darme ninguna explicación, Jasper. Cuando Jane quiere algo lo consigue sea como sea. Supongo que la noticia de su presencia aquí se filtró a la prensa.

—Me temo que sí. Aunque ya sabes de dónde salió la filtración.

—Ella nunca pierde una oportunidad de salir en las revistas, lo sé.

—Sobre esta chica, Edward, ha venido de muy lejos para verte. . . ¿no podrías recibirla un momento? No tienes que darle el trabajo, sólo hablar con ella.

Bella entendió por fin la razón para las puertas abiertas. . . pensaban que había ido a solicitar un puesto de trabajo.

Aquello podría haberla hecho reír de no ser porque la respuesta de Edward fue un bufido de desdén.

—Ya te dije claramente que no quería una ayudante, sino un ayudante.

—Pero los de la agencia no podían decir eso, ¿no? Los hubieran acusado de discriminación sexual.

—¿Por eso se incluyó una mujer en la lista? ¿Para quedar bien?

Edward Cullen se acercó al escritorio, su rostro reflejando una enorme irritación, para tomar una piedra de color verde con vetas doradas que empezó a pasarse por las manos.

Y, mientras lo observaba, Bella se pasó la lengua por los labios, nerviosa, como si esos dedos estuvieran tocando su piel, dejando un rastro de fuego. . .

—¿Es la roca que trajiste del Himalaya?

—Sí —Edward miró la piedra que tenía en la mano con expresión indescifrable.

No era difícil para Bella imaginarlo colgando de una pared rocosa porque parecía un hombre al que le gustaba saltarse los límites, probarse a sí mismo.

—Menuda experiencia, ¿eh? —Sonrió Jasper—. Yo no llegué a la cumbre, pero la próxima vez no pienso acobardarme. Quiero ver el mundo desde arriba.

Edward dejó caer la piedra sobre el escritorio.

—Pero yo no lo haré más.

En cuanto lo hubo dicho, se arrepintió. Le desagradaba la autocompasión en los demás y mucho más en sí mismo.

—Lo siento. No puedo abrir la boca sin. . .

—¿Recordarme que soy ciego? El hecho de que tú lo hayas olvidado es lo que te mantiene aquí. Eso y que tu aspecto de niño bueno engaña a la competencia y le da una falsa sensación de seguridad. Tú eres la única persona que no me tiene envuelto entre algodones.

Aunque había habido otra persona.

Edward cerró los ojos, pero eso no sirvió de nada. A veces pensaba que era un invento de su imaginación, pero su imaginación no sería capaz de conjurar recuerdos tan vividos. Oía su voz diciéndole cosas que nadie más se había atrevido a decir, pero cada palabra y cada acusación habían sido totalmente acertadas.

«Cobarde» quizá había sido un poquito duro pero. . . una sonrisa iluminó sus facciones. Su respuesta entonces no había sido tan tolerante u objetiva.

Aquella chica se había convertido en el inocente, pero provocativo, foco de toda la rabia e impotencia que lo consumían. Tal vez por culpa de su voz. Tenía una voz suave, ronca, una voz que podía meterse en la piel de un hombre.

Ella le había dicho cosas que nadie más le hubiera dicho, cosas que necesitaba escuchar. Había tirado sus defensas con un par de observaciones y lo había hecho sentir lo que no quería sentir: dolor.

Acostarse con ella había sido increíble; un error, pero la clase de error que le gustaría cometer otra vez.

—Todos te tratan con guantes de seda —estaba diciendo Jasper— porque les das miedo. Y eso no ha cambiado desde el accidente.

—¿Sugieres que no soy un hombre justo, que soy un matón? —preguntó Edward, más interesado que ofendido.

—No, sugiero que eres un hombre que se pone metas muy altas y espera que los demás se esfuercen de igual forma. Pero no todo el mundo tiene tu concentración ni tu capacidad de trabajo.

Había hecho falta algo más que eso para que Edward superara los terrores que había despertado la ceguera.

Había hecho falta una voluntad de hierro.

—Bueno, sobre esa chica. . .

Edward, impaciente, empezó a golpear el escritorio con los dedos.

—Ya sabes cuál es mi opinión sobre estas cosas. ¿Para qué voy a perder el tiempo?

—Fue incluida en la lista por error. Se llama Bella. . . ¿no podrías verla un momento? —en cuanto lo hubo dicho, Jasper dejó escapar un suspiro—. Bueno, quiero decir. . .

Él levantó una ceja, irónico.

—Sé lo que has querido decir, Jasper. Y me gustaría que dejaras de preocuparte tanto por no herir mis sentimientos. Pero no, no voy a verla. No creo que se me pueda acusar de discriminación sexual en esta empresa. ¿No tenemos más ejecutivas que cualquier otra compañía?

—Sí, pero. . .

—Yo no tengo ningún problema para contratar mujeres, al contrario. Pero no quiero una en mi despacho.

La idea de que unos dulces ojos llenos de compasión, unos ojos que no podía ver, lo siguieran por la oficina le parecía intolerable.

—Esta podría ser diferente.

—¿Quieres decir que no sería compasiva, que no intentaría protegerme como una madre? Por muy grosero que fuera con ella. . .

—Y lo serías.

—Eso da igual. 

—Se enamoraría de ti, claro. Ojalá me pasara eso a mí —rió Jasper. Edward hizo un gesto de desdén.

—Por favor, no confundas la sensiblería con el amor. 

Capítulo 2:

 


 


 
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