Una noche deseada (1)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/02/2018
Fecha Actualización: 27/04/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 12
Visitas: 54281
Capítulos: 26

Isabella lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada  «E».

 

Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Isabella y Edward. Edward e Isabella. Opuestos como el día y la noche, y aun así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Edward entra en su vida se da cuenta que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?

 

“¿Crees que van a saltar chispas?”

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada. 

 Actualizaciones: Lunes, miércoles y viernes

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 6: Capítulo 5

Llevo una semana sin ser yo misma. Todo el mundo se ha dado cuenta y me lo ha comentado, pero mi estado abatido ha hecho que dejen de preguntarme, todos menos Gregory, que estoy segura de que ha hablado con mi abuela, porque pasó de estar curioso y pesado a preocupado y empático. Ella también me ha preparado una tarta tatín de limón todos los días.

Me encuentro limpiando la última mesa, con la mente ausente, pasando la bayeta de un lado a otro, cuando la puerta de la cafetería se abre y me encuentro frente a don Ojos Como Platos.

Sonríe incómodo y cierra la puerta con cuidado al entrar.

—¿Es muy tarde para pedir un café para llevar? —pregunta.

—En absoluto. —Cojo la bandeja y la dejo sobre el mostrador antes de cargar el filtro—. ¿Un capuchino?

—Por favor —responde cortésmente mientras se acerca.

Me pongo a la faena y hago caso omiso de Alice, que pasa con la basura y se detiene en cuanto reconoce a mi cliente.

—Qué mono —se limita a decir antes de seguir su camino.

Es verdad, es mono, pero estoy demasiado ocupada intentando quitarme a otro tipo de la cabeza como para apreciarlo. Don Ojos Como Platos es la clase de hombre al que debería prestar más atención, si es que voy a prestársela a algún tío. No a los taciturnos, oscuros y enigmáticos que sólo quieren pasar veinticuatro horas contigo y, después, si te he visto no me acuerdo.

Empiezo a calentar la leche meneando la jarra en el chorro del vapor con ese sonido silbante que está tan en sintonía con mi mente. Vierto la leche, espolvoreo el cacao, coloco la taza y me vuelvo para entregar el café perfecto.

—Son dos con ochenta, por favor. —Extiendo la mano.

El cliente me coloca delicadamente tres libras en la palma y yo tecleo la orden en la caja con la otra mano.

—Me llamo Luke —dice lentamente—. ¿Puedo preguntarte tu nombre?

—Bella —contesto, y tiro las monedas en el cajón sin ningún cuidado.

—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta con precaución.

Frunzo el ceño.

—Ya te lo dije. —Por primera vez, dejo que su aspecto encantador atraviese mi barrera de protección mental y las imágenes de Edward. Tiene el pelo castaño claro y lacio, pero no está mal, y sus ojos marrones son cálidos y cordiales—. Así que, ¿por qué me lo preg…? —Me detengo sin terminar la frase y dirijo la vista hacia Alice, que acaba de volver a entrar por la puerta de la cafetería, sin las dos bolsas de basura.

Le lanzo una mirada de reproche, sabiendo perfectamente que ha sido ella la que le ha dicho a don Ojos Como Platos que estoy totalmente disponible.

En lugar de quedarse a aguantar mi resentimiento, Alice huye hacia la seguridad de la cocina. Don Ojos Como Platos, o Luke, está algo nervioso y ni siquiera mira a la culpable de mi amiga cuando ésta desaparece.

—Mi amiga es una bocazas. —Le entrego el cambio—. Que disfrutes el café.

—¿Por qué me mentiste?

—Porque no estoy disponible. —Y me lo repito a mí misma, porque es verdad, aunque ahora sea por un motivo totalmente diferente. Puede que haya rechazado la oferta de Edward, pero eso no ha hecho que olvidarlo sea fácil. Me llevo la mano a los labios y siento todavía los suyos, besándome, mordiéndome. Suspiro—. Es hora de cerrar.

Luke desliza una tarjeta por el mostrador y le da unos golpecitos con el dedo antes de soltarla.

—Me gustaría salir contigo, así que, si al final decides que estás disponible, me encantaría que me llamaras.

Levanto la vista. Él me guiña un ojo, y una sonrisa de descaro se dibuja en su cara.

Le devuelvo la sonrisa y observo cómo se marcha de la cafetería silbando alegremente.

—¿Es seguro? —Oigo a Alice con voz ansiosa desde la cocina.

Al volverme, veo su cabeza morena asomándose por la puerta de vaivén.

—¡Ya te vale, traidora!

Me dispongo a quitarme el delantal.

—Se me escapó. —Todavía no se atreve a salir y permanece tras el amparo de la puerta—. Venga, Bella. Dale una oportunidad.

Ahora toda su atención está puesta en Luke, después de que le hiciera caso y la llamara antes de la medianoche el día que Edward me secuestró. No hizo falta que le diera detalles. Mi estado de abatimiento a través de la línea telefónica le dijo todo lo que tenía que saber, sin que la informara de la desconcertante proposición que me hizo.

—Alice, no me interesa —le contesto mientras me quito el delantal y lo cuelgo en el gancho.

—No dijiste lo mismo con el imbécil del flamante Mercedes. —Sabe que no debería mencionarlo, pero tiene razón, y todo el derecho del mundo a decirlo—. Por si se te ha olvidado.

Niego con la cabeza, exasperada, y paso por detrás de ella en dirección a la cocina para recoger mi chaqueta y mi mochila. Todas estas emociones: el enfado, la irritación, la pesadumbre, son a causa de una única cosa…

Un hombre.

—¡Nos vemos por la mañana! —grito, y dejo que Alice cierre sola el establecimiento.

Me dispongo a pasear tranquilamente hasta la parada del autobús, pero la tranquilidad no dura mucho. Gregory me llama por detrás. Suspiro con desgana y me vuelvo despacio sin molestarme en esbozar una sonrisa falsa en mi rostro cansado.

Lleva puesta su ropa de jardinería y tiene el pelo revuelto y lleno de hojas de césped. Cuando llega a mi altura, me rodea el hombro con el brazo y me atrae hacia sí.

—¿Vas a casa?

—Sí, ¿tú qué haces?

—He venido a recogerte. —Parece sincero, pero no me lo trago.

—¿Has venido para llevarme a casa o para sacarme información? — pregunto secamente, con lo que me gano un empujón de su cadera contra mi cintura.

—¿Cómo estás?

Pienso detenidamente qué palabra usar para evitar que siga interrogándome. Ya sabe suficiente, y ha puesto a mi abuela al corriente. No voy a contarle lo de la proposición de las veinticuatro horas tampoco, sobre la que ahora tengo sentimientos encontrados. La rechacé y ahora estoy hecha polvo, así que tal vez debería ceder y estar hecha polvo después igualmente. Pero al menos tendría una experiencia que recordar cuando me sintiera mal, algo que rememorar.

—Bien —contesto finalmente, y dejo que Gregory me guíe hasta su furgoneta.

—Bella, si te ha dicho que emocionalmente no está disponible, será por algo. Has hecho bien en decidir no volver a verlo.

—Ya lo sé —coincido—. Pero ¿por qué no puedo dejar de pensar en él?

—Porque siempre nos enamoramos de los hombres que no nos convienen. — Se inclina y me besa la frente—. De los que nos marean y nos pisotean el corazón. Te lo digo por experiencia, y me alegro de que hayas cortado por lo sano antes de que la cosa fuese demasiado lejos. Estoy orgulloso de ti. Te mereces algo mejor.

Sonrío y recuerdo la cantidad de veces que he tenido que consolar a Gregory tras ser víctima del encanto de un hombre. Pero Edward no es encantador en absoluto. No sé muy bien qué es lo que tiene, aparte de su magnífico aspecto, pero es una sensación…, joder, qué sensación. Y lo que Gregory acaba de decir es muy cierto. He crecido sin mi madre a causa de las malas decisiones que tomó en relación con los hombres. Eso debería ser razón suficiente para alejarme de él, pero me siento cada vez más atraída. Todavía noto sus labios suaves sobre los míos, aún me arde la piel al recordar su tacto, y todas las noches, al acostarme en la cama, he revivido ese beso. Nunca nadie me hará sentir nada igual.

Abro la puerta, entramos en casa y nos dirigimos a la cocina. Oigo las voces de mi abuela y de George y el sonido de una cuchara de madera que golpea contra las paredes de una inmensa olla de metal: una olla para guisar. Esta noche toca estofado. Arrugo la nariz y me planteo escaparme a la tienda de fish and chips del barrio. No soporto el estofado, pero a George le encanta y ha venido a cenar, así que eso es lo que hay.

—¡Gregory! —Mi abuela se abalanza contra mi amigo gay y lo asfixia con sus labios rosa pálido—. Quédate a cenar. —Le señala una silla, se dirige hacia mí, me ataca también con sus blandos labios y me coloca en una silla al lado de George—. Me encanta cuando estamos todos —dice alegremente—. ¿Quién quiere estofado?

Todo el mundo levanta la mano, incluida yo, aunque no soporto esa comida.

—Siéntate, Gregory —ordena mi abuela.

Mi amigo obedece sin atreverse a rechistar, y tuerce el morro al vernos a George y a mí con una sonrisa burlona tras apreciar su temor.

—Cualquiera se atreve a llevarle la contraria —susurra.

—¿Cómo? —Mi abuela se vuelve, y todos nos ponemos serios y tiesos, como buenos chicos.

—¡Nada! —respondemos al unísono.

Mi querida abuela nos lanza a cada uno de nosotros una mirada de sospecha.

—Hum. —Coloca la olla en el centro de la mesa—. Servíos.

George prácticamente se abalanza dentro del recipiente. Yo picoteo unos trocitos de pan y lo mastico despacio mientras los demás charlan alegremente.

Edward me viene a la cabeza, y su recuerdo me obliga a cerrar los ojos. Me parece olerlo, y contengo el aliento. Siento el calor de su tacto y me estremezco en la silla. Me reprendo a mí misma y me esfuerzo en borrar su imagen, su olor, su tacto y el suave sonido de su voz.

No lo consigo. Enamorarme de ese hombre sería un desastre. Todo indica que lo será, y eso debería bastarme, pero no es así. Me siento débil y vulnerable, y lo detesto. Tampoco me gusta la idea de no volver a verlo más.

—Bella, ni siquiera has probado la cena.

Mi abuela me saca de mi ensueño golpeando mi plato con la cuchara.

—No tengo hambre. —Aparto el plato y me levanto—. Disculpadme, pero me voy a la cama.

Siento sus miradas de preocupación clavadas en mi espalda mientras salgo de la cocina, pero me da igual. Sí, Bella Taylor, la chica que no necesita a ningún hombre, se ha enamorado, y se ha enamorado de alguien a quien no puede, y probablemente no debe, tener. Arrastro mi pesado cuerpo al piso superior por la escalera y me desplomo sobre la cama, sin molestarme en desvestirme ni desmaquillarme. Fuera todavía no ha oscurecido, pero me tapo con mi grueso edredón para remediarlo. Necesito silencio y oscuridad para poder seguir torturándome un poco más.

 

 

El viernes se me hace eterno. Decido no desayunar para escapar de mi abuela. Prefiero enfrentarme a su inevitable llamada de preocupación de camino al trabajo. Estaba enfadada, pero no puede obligarme a tragarme los cereales a kilómetro y medio de distancia. Garrett, Paul y Alice han intentado sin éxito sacarme una sonrisa auténtica, y Luke ha vuelto a pasarse a buscar un café, por si había cambiado de parecer respecto a mi estado sentimental. Es persistente, eso tengo que concedérselo, y es mono y bastante gracioso, pero sigue sin interesarme.

Llevo todo el día dándole vueltas a una cosa y, cuando estoy a punto de pedírselo, me callo, porque sé qué reacción voy a obtener. Y no la culpo. Pero Alice tiene su número, y lo quiero. Estamos cerrando la cafetería. Me queda poco tiempo.

—Alice… —digo lentamente dándole vueltas a la bayeta en el aire inocentemente. No tiene sentido intentar hacerme la buena sabiendo lo que le voy a pedir.

—Bella… —responde con recelo imitando mi tono cauteloso.

—¿Aún tienes el teléfono de Edward?

—¡No! —Niega con la cabeza con furia y corre a la cocina—. Lo tiré a la basura.

Decido seguirla. No pienso rendirme.

—Pero lo llamaste desde tu teléfono —le recuerdo, y me estampo contra su espalda cuando se detiene.

—Lo he borrado —suelta poco convencida. Me va a obligar a rogarle o a forzarla a que le robe el móvil.

—Por favor, Alice. Me estoy volviendo loca. —Uno las manos delante de mi rostro suplicante, como si rezara.

—No. —Me separa las manos y me las baja—. Te oí la voz cuando te fuiste de su apartamento, y también te vi la cara al día siguiente, Bella. Alguien tan dulce como tú no necesita relacionarse con un hombre como ése.

—No puedo dejar de pensar en él —digo con los dientes apretados, como si me diese rabia admitirlo. Estoy furiosa. Estoy furiosa por parecer tan desesperada, y más furiosa todavía por estarlo de verdad. Alice me aparta y vuelve al salón de la cafetería. Su moño negro se menea de un lado a otro.

—No, no, no, Bella. Las cosas suceden por un motivo, y si tienes que estar con…

Me estampo contra su espalda de nuevo cuando vuelve a detenerse de golpe.

—¡Deja de detenerte! —grito sintiendo que la frustración se está apoderando de mí—. Pero ¿qué coño…?

Esta vez soy yo la que se detiene cuando miro más allá de Alice y veo a Edward de pie en la entrada de la cafetería, con un aspecto increíble con su traje de tres piezas gris, sus rizos negros revueltos y esos ojos azules como el cristal clavados en mí.

Se acerca ninguneando por completo a mi compañera de trabajo y sigue con la mirada fija en mí.

—¿Has terminado de trabajar?

—¡No! —estalla Alice, retrocediendo y empujándome con ella—. ¡No ha terminado!

—¡Alice! —La esquivo con decisión y ahora soy yo la que la empuja a ella hasta la cocina—. Sé lo que me hago —le susurro. Aunque no es del todo cierto. No tengo ni la menor idea de qué estoy haciendo.

Ella me coge del brazo y se acerca.

—¿Cómo puede alguien pasar de ser tan sensata a tan imprudente en tan poco tiempo? —pregunta asomándose por encima de mi hombro—. Vas a tener problemas, Bella.

—Eso es cosa mía.

Veo que está abatida, pero al final cede, no sin antes lanzarle a Edward una mirada de advertencia.

—Estás loca —gruñe, da media vuelta sobre sus botas de motera, se marcha pisando el suelo indignada y nos deja solos.

Respiro hondo y me vuelvo hacia el hombre que ha invadido cada segundo de mis pensamientos desde el lunes.

—¿Te apetece un café? —pregunto señalando la cafetera gigante que tengo detrás.

—No —contesta él tranquilamente, y se acerca hasta que lo tengo a tan sólo unos centímetros de distancia—. Vamos a dar un paseo.

«¿Un paseo?»

—¿Por qué?

Mira un momento hacia la cocina. Es evidente que se siente incómodo.

—Recoge tu bolsa y tu chaqueta.

Lo obedezco sin pensar mucho. Hago como que no veo la cara de estupefacción de Alice cuando entro en la cocina y recojo mis cosas.

—Me voy —digo, y salgo corriendo mientras la dejo despotricando con Garrett y Paul. Oigo cómo me llama idiota y cómo Garrett me llama adulta. Ambos tienen razón.

Me cuelgo la mochila, me aproximo a él y cierro los ojos cuando apoya su mano en mi cuello y me dirige fuera de la cafetería. Me guía por la calle hasta la pequeña plaza, donde me sienta en un banco. Él se acomoda a mi lado y vuelve el cuerpo hacia mí.

—¿Has pensado en mí? —pregunta.

—Todo el tiempo —admito. No voy a andarme con rodeos. Lo he hecho, y quiero que lo sepa.

—Entonces ¿pasarás la noche conmigo?

—¿La condición sigue siendo sólo veinticuatro horas? —pregunto, y él asiente.

El corazón me da un vuelco, aunque eso no evita que acepte. Es imposible que me sienta peor de cómo me siento ya.

Me apoya la mano en la rodilla y la aprieta con delicadeza.

—Veinticuatro horas, sin ataduras, sin compromisos, y sin ningún sentimiento más allá del placer. —Me suelta la rodilla, desplaza la mano hasta mi mentón y acerca mi rostro al suyo—. Y te aseguro que habrá mucho placer, Bella. Te lo prometo.

No lo dudo ni por un instante.

—¿Por qué quieres hacer esto? —pregunto.

Sé que las mujeres suelen ser bastante más profundas en este sentido que los hombres, pero me está pidiendo que haga algo que me resulta imposible cumplir. Yo no siento sólo pasión, o al menos eso creo. Estoy confundida. Ni siquiera sé lo que siento.

Por primera vez desde que lo conozco, sonríe. Es una sonrisa auténtica, una sonrisa preciosa… y me enamoro un poco más.

—Porque quiero besarte otra vez. —Se inclina y apoya los labios sobre los míos—. Esto es nuevo para mí. Necesito saborearte un poco más.

¿Nuevo? ¿Que esto es nuevo para él? ¿A qué se refiere? ¿A que no soy la típica pija cubierta de diamantes a la que suele tirarse?

—Y porque no debemos dejar pasar lo que podemos crear juntos, Bella.

—¿El mejor polvo salvaje de mi vida? —murmuro contra sus labios, y percibo su sonrisa de nuevo.

—Y mucho más. —Se aparta y me deja necesitada. Creo que podría acostumbrarme a esta sensación—. ¿Dónde vives?

—Vivo con mi anciana abuela. —No sé por qué he dicho lo de anciana, quizá para justificar que aún viva con ella—. En Camden.

Una expresión de sorpresa se dibuja en su frente perfecta.

—Te recogeré a las siete. Dile a tu abuela que volverás mañana por la noche. Dame la dirección.

—Y ¿qué le digo? —pregunto presa del pánico de repente. Nunca he pasado toda una noche fuera de casa, y no sé qué razón darle.

—Seguro que se te ocurre algo.

Se pone de pie y me ofrece la mano. La acepto y dejo que tire de mí para levantarme.

—No, es que no lo entiendes. —Mi abuela no se va a tragar una excusa—. Nunca paso la noche fuera, no me creerá si intento colarle alguna cosa que no sea la verdad, y no puedo hablarle de ti.

Se quedaría muerta. O igual no. A lo mejor se pone a dar brincos de alegría y a dar gracias a todos los santos. Conociendo a mi abuela, probablemente sería lo segundo.

—¿Nunca sales por ahí? —dice extrañado.

—No —respondo con fingida despreocupación.

—Y ¿nunca te has quedado a dormir fuera de casa? ¿Ni siquiera en casa de una amiga?

Nunca me había avergonzado de mi estilo de vida… hasta ahora. De repente, me siento infantil, ingenua e inexperta, lo cual es absurdo. Tengo que encontrar mi antiguo descaro. Él me ha ofrecido un sexo fantástico, pero ¿qué va a obtener a cambio? Porque yo no soy ninguna gatita en celo que vaya a hacer temblar su cama. Un hombre como éste debe de tener mujeres haciendo cola en la puerta de su casa, todas vestidas de raso o encaje, con tacones de aguja y dispuestas a volverlo loco de deseo.

Niego con la cabeza y miro al suelo.

—Recuérdame por qué quieres hacer esto.

—Si estás hablando conmigo, no seas maleducada y mírame a la cara. —Me levanta la barbilla—. No me pareces una persona insegura.

—No suelo serlo.

—¿Qué ha cambiado?

—Tú.

Esa palabra hace que se estremezca incómodo, y me arrepiento al instante de haberla dicho.

—¿Yo?

Agacho de nuevo la cabeza.

—No pretendía que te sintieras incómodo.

—No estoy incómodo —responde tranquilamente—, pero ahora me pregunto si esto es buena idea.

Levanto la mirada al instante, asustada de que pueda retirar la oferta.

—No, quiero hacerlo. —No sé lo que digo, pero continúo hablando sin pensar —: Quiero pasar veinticuatro horas contigo. —Me pego a su pecho y lo miro a los ojos, a esos ojos en los que voy a perderme dentro de poco, si es que no lo he hecho ya—. Lo necesito.

—¿Por qué lo necesitas, Bella?

—Para demostrarme a mí misma que llevo haciendo las cosas mal demasiado tiempo.

Me aventuro a besarlo y me pongo de puntillas para pegar mis labios contra los suyos con la esperanza de recordarle las sensaciones de la última vez, con la esperanza de que sienta de nuevo la descarga de energía.

Antes de que me dé tiempo a introducir mi lengua en su boca, me envuelve con sus brazos y me estrecha contra su pecho, nuestras bocas se funden, nuestros cuerpos se unen y mi corazón se detiene. Notar sus labios sobre los míos y su cuerpo cubriéndome por completo hace que me sienta… bien.

—¿Estás segura? —Me suelta, me sostiene a la distancia de sus brazos y se agacha para comprobar que lo miro a los ojos y lo escucho—. Te he dejado muy claro cómo va a ser, Bella. Si crees que podrás hacerlo, las próximas veinticuatro horas serán sólo nuestras. Mi cuerpo y tu cuerpo experimentando cosas increíbles.

Asiento convincentemente, aunque no estoy del todo segura. Todavía percibo la duda en su magnífico rostro, lo que me obliga a esbozar una sonrisa forzada, por miedo a que rompa nuestro acuerdo. Puede que no sepa lo que estoy haciendo, pero lo que no sé es qué haría si se alejara de mí ahora.

—De acuerdo —dice. Desliza la mano por mi nuca y me atrae hacia sí—. Te llevo a casa.

Dirige el camino con la mano fija en mi nuca y me empuja hacia adelante. Levanto la vista un momento, sólo para comprobar que sigue ahí, que no estoy soñando.

Está ahí. Y me está mirando, evaluándome, seguramente analizando mi estado mental. ¿Debería preguntarle qué conclusiones está sacando, puesto que no tengo ni idea? Lo único que sé es que será mío durante las próximas veinticuatro horas, y yo seré suya. Sólo espero no encontrarme en una situación de desolación peor una vez que se agote el tiempo. Hago caso omiso de esa vocecilla que me grita en la cabeza que no siga con esto. Sé cómo va a acabar, y no va a ser agradable.

Pero no puedo negárselo. Ni tampoco negármelo a mí misma.

Capítulo 5: Capítulo 4 Capítulo 7: Capítulo 6

 
14671216 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10905 usuarios