Una noche deseada (1)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/02/2018
Fecha Actualización: 27/04/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 12
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Capítulos: 26

Isabella lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada  «E».

 

Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Isabella y Edward. Edward e Isabella. Opuestos como el día y la noche, y aun así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Edward entra en su vida se da cuenta que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?

 

“¿Crees que van a saltar chispas?”

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada. 

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Capítulo 17: Capítulo 16

Sufro mi primera situación embarazosa con el vestido. Gregory baja con elegancia del taxi mientras que yo tengo que pensar cuál es el mejor modo de salir sin enseñarle a todo el mundo las bragas negras de encaje. Me sujeto el bajo del vestido con ambas manos, pero entonces se me cae el bolso.

—Mierda —maldigo al recogerlo.

—Lo de bajar del taxi no lo has practicado, ¿no? —bromea Gregory extendiendo una mano para sujetarme el bolso y ofreciéndome la otra para ayudarme a ponerme en pie—. De lado. Tienes que salir de lado.

Le paso el bolso, le tomo la mano y, siguiendo sus instrucciones, pongo el pie derecho fuera del taxi. Sorprendentemente, me resulta bastante sencillo salir así, sin tener que agacharme ni haberle enseñado a nadie las bragas.

—Gracias.

—Elegante como un cisne.

Me guiña un ojo y me coloca el bolso bajo el brazo.

—¿Lista?

Respiro hondo para infundirme seguridad.

—Lista.

Miro el edificio, las luces azules que ascienden por la fachada de cristal y la alfombra roja que cubre la acera. Hay cientos de personas esperando poder entrar.

Es impresionante. Entre las puertas de cristal se oye la melodía de Blurred Lines de Robin Thicke, y haces de luz azul aparecen y desaparecen de forma intermitente. Hay porteros que mantienen el orden y tachan nombres de una lista antes de dejar entrar a nadie.

Gregory me lleva hacia el inicio de la cola y toda la gente que está esperando nos mira mal.

—Gregory, que hay cola —susurro bastante alto cuando llegamos junto al portero que tiene la lista.

—Greg Macy e Isabella Taylor, nos ha puesto en la lista Ben White —dice mi amigo con seguridad mientras yo me achico bajo las miradas asesinas de la multitud que hace cola.

El portero pasa las páginas en busca de los nombres, gruñe y retira el cordón que une los dos postes de metal de la entrada.

—Hay champán en el primer piso, al fondo a la izquierda. El señor White estará allí, en la zona vip.

—Gracias —responde Gregory, y tira de mí para empujarme por la puerta —. La zona vip —me susurra al oído—. Y acabas de llamarme Gregory, preciosa.

—Se me ha escapado.

Hay varias plantas y a todas se accede por escaleras de cristal iluminadas por luces azules. Hay gente muy bien vestida por todas partes, pegada a las balaustradas. No se ven ni botellines de cerveza ni pintas, sólo champán. Detrás de cada barra (por ahora he visto tres) hay cajas y más cajas de botellas de champán. Nunca lo he probado, pero me parece que lo probaré en breve.

—Por aquí.

Gregory me conduce hacia arriba, y mi parte práctica no para de pensar en lo duro que sería caerse por esas escaleras de cristal. Mis tacones resuenan con suavidad. Los miro y descubro, admirada, que muevo el culo un poco más.

—¿Estás haciéndolo a propósito? —Gregory se ríe y me da una palmada en el trasero—. Muévelo con salero, muñeca.

Me vuelvo y lo regaño con una sonrisa.

Preciosa —digo levantando la barbilla con un gesto que hace que mi amigo se parta de la risa.

—La verdad es que sí.

Llegamos a lo alto de la escalera y seguimos hacia la izquierda, en dirección a la barra donde el portero nos ha dicho que se sirve el champán, aunque por lo que he podido ver todas las barras sirven champán.

—¿Qué te apetece beber?

—Una Coca-Cola —digo con naturalidad, aunque no miro a mi escandalizado amigo a la cara.

Él hace un gesto de desaprobación pero no dice nada, sino que se inclina sobre la barra y pide dos copas de champán. El club ya está lleno hasta los topes, y aún hay varios cientos de personas haciendo cola fuera. Gregory no bromeaba al decir que era un sitio pijo a más no poder, y su nombre, Ice, refleja el ambiente a la perfección. Si no se hallara lleno de cuerpos emanando calor, creo que estaría helada hasta los tuétanos.

—Gracias.

Acepto la copa que me ofrece y me la acerco a la nariz. Huele un poco amargo. La fresa que flota dentro hace que me olvide del perfume que invade mis fosas nasales y me transporta a un lugar al que no quería volver.

Fresas, británicas, porque son más dulces.

Chocolate, con al menos un ochenta por ciento de cacao, para que sea amargo.

Champán para unir los sabores.

Me sobresalto cuando Gregory me propina un pequeño codazo.

—¿Te encuentras bien?

—Sí. —Parpadeo para olvidarme de dulces y amargos y del recuerdo de la lengua ardiente de Edward, de su boca que se mueve a cámara lenta, y de su cuerpo duro y caliente—. Qué sitio tan pijo.

Entonces levanto la copa y me lanzo a probar mi primer sorbo de champán.

—Qué rico —digo tras sentir el líquido burbujeante deslizándose por mi garganta como si fuera pura seda.

—Es increíble que nunca hayas probado el champán. —Gregory niega con la cabeza y se lleva la copa a los labios—. Es una bebida celestial.

—Lo es. —Muevo la copa en el aire para agitarlo—. Entonces ¿Ben te ha puesto en la lista?

—Pues claro. —No se da cuenta de que estoy bromeando—. No voy a hacer cola como un borrego.

—Eres un esnob —me río—. ¿Puedo comerme la fresa?

—Sí, pero no metas los dedos en la copa. Sé una señorita.

—Entonces ¿cómo la saco? —Frunzo el ceño y miro la copa alargada y estrecha. No creo que me quepan los dedos dentro, pero no me atrevo a comprobarlo.

—Tienes que inclinarla.

Gregory me lo muestra. Inclina la copa, se la lleva a la boca y coge la fresa que se desliza hasta sus labios.

—Es mejor si primero te bebes el champán —añade mientras la mastica.

—Tienes una boca muy grande.

Bebo otro sorbo. No estoy lista para terminarme la copa de un trago. Hace tanto que no bebo que seguro que se me sube a la cabeza enseguida.

—No lo sabes tú bien, muñeca.

Arrugo la nariz, disgustada.

—Tampoco me interesa comprobarlo, Gregory —contraataco, y me gano una sonrisa y una mirada ofendida.

—¡Que me llames Greg!

—¡Y tú a mí preciosa! —Le doy un culazo en la cadera—. ¿Dónde está Benjamin?

Me muero por conocer al hombre que ha conquistado a mi Gregory.

—Ben está ahí. —Señala discretamente con la copa, pero hay tanta gente y tantos hombres que no tengo ni idea de cuál puede ser.

—¿Cuál de todos es?

—Ahí, en la zona vip. Traje negro, pelo rubio.

Vuelvo a mirar al grupo de hombres que hablan en la zona reservada junto a la barra. Se ríen y, de vez en cuando, se dan palmadas en la espalda. Son chicos de ciudad. Luego veo a un hombre fornido. Se le notan los músculos pese al traje. Qué sorpresa. No es para nada el tipo de hombre con el que suele salir Gregory, aunque hace mucho que no conozco a ninguna de sus parejas.

—Está… —Intento encontrar las palabras adecuadas para describirlo. Cachas. Musculoso…—. Se lo ve fuerte.

—Le encanta hacer deporte.

Gregory sonríe sólo con mirar a Ben.

—Igual que a ti —añado.

Mi amigo tiene un físico del que puede sentirse orgulloso, pero Ben es… gigantesco, aunque no llega al punto de resultar repulsivo, sino más bien atractivo.

—Soy un simple aficionado comparado con Ben. Hablamos todos los días, preciosa.

—¿No vas a ir a saludarlo?

—No. —Casi suelta una carcajada—. No voy detrás de él, Bella.

—Pero si ya estáis saliendo juntos. Te ha invitado a venir y te ha puesto en la lista.

—Sí, él es el que va detrás de mí.

—¿Se lo estás poniendo difícil?

—Hay que tratarlos mal, ya sabes. —Roza con el dedo la base de mi copa—. Ahora ya puedes tomarte la fresa.

Ni me había dado cuenta. Ya casi me he bebido mi primera copa de champán. La inclino y le hinco los dientes a la fruta.

—Deliciosa. —«Igual que las…»

—¿Otra?

No aguarda mi respuesta. Me coge de la mano y me lleva a la barra, que es enorme y de cristal, en la que hay expuestas botellas de champán cubiertas de hielo.

—Dos más —le dice al camarero, que no tarda en retirar nuestras copas vacías y en servirnos otras dos llenas hasta arriba.

—¿No hay que pagar?

—Es la inauguración. Es gratis, pero no te emociones.

—Descuida.

—Nos ha visto. —Gregory se pone un poco nervioso y mira hacia el otro lado de la barra. Ben viene hacia nosotros con una sonrisa deslumbrante—. Recuerda que tienes que llamarme Greg, preciosa.

—Que sí —digo sin poder apartar la vista del gigante que se acerca.

—Greg —saluda con formalidad cuando llega junto a nosotros—, me alegro de que hayas podido venir.

Le ofrece la mano y Gregory se la estrecha con firmeza.

—Yo también me alegro de verte —responde mi amigo soltando la mano de Ben y metiéndose la suya en el bolsillo—. Te presento a Bella.

No puedo evitar fruncir el ceño. Estoy confusa.

—Hola.

—La famosa Bella. —Ben se agacha un poco para poder darme un beso en la mejilla—. Gracias por haber venido.

Se aparta y por fin puedo verlo de cerca sin que me distraigan ni su formalidad ni sus músculos. Es guapo, con aspecto de tipo duro.

—Gracias a ti por haberme invitado.

—El placer es mío. —Le da a Gregory una palmada en el hombro—. Me gustaría poder quedarme un rato a charlar con vosotros, pero tengo que hablar con un millón de personas. ¿Nos vemos luego?

—Por supuesto —asiente mi amigo.

—Genial. —Ben me sonríe con afecto—. Ha sido un placer conocerte, Bella.

—Lo mismo digo —respondo mirando a un hombre y a otro antes de que Ben desaparezca entre la multitud.

»¡No ha salido del armario! —exclamo entonces al tiempo que me vuelvo para poder mirar a Gregory a la cara—. ¡Nadie sabe que es gay!

—¡Baja la voz! Está esperando el momento oportuno.

Estoy atónita. Gregory ha llevado abiertamente su sexualidad desde que salió del armario cuando estábamos en el instituto y siempre se ha burlado de quienes no son sinceros consigo mismos.

—Las veces que habéis quedado no habéis salido de casa, ¿verdad?

Gregory no me mira, y se empieza a notar que está nervioso. Se lo ve muy muy incómodo.

—No —responde en voz baja.

El corazón se me encoge en el pecho por mi mejor amigo. No es muy distinto de una mujer que sale con un hombre casado que constantemente le repite que va a dejar a su esposa por ella. De repente tengo muy claro el papel que represento esta noche. ¡Menudo cabrón!

—¿Cuántos años tiene? —inquiero.

—Veintisiete.

—Y ¿desde cuándo lo sabe? —insisto, aunque no me está gustando lo que oigo.

—Dice que desde siempre.

Con eso está todo dicho. Si lo sabe desde siempre y todavía no ha hecho pública su verdadera condición sexual, ¿qué le hace pensar a Gregory que va a hacerlo ahora? Sin embargo, no digo nada porque, a juzgar por la cara de mi amigo, él ya se ha hecho la misma pregunta. Gregory no tiene pluma y tampoco siente la necesidad de hacer evidentes sus preferencias sexuales, pero tampoco se avergüenza de ser quien es. Sólo he pasado un minuto con Ben, pero me basta para saber que no es el caso. Cuando lo busco al otro lado de la barra y lo encuentro saludando más efusivamente de lo necesario a una mujer, mis sospechas quedan más que confirmadas.

Gregory también lo está viendo y, para intentar distraerlo, muevo la copa delante de sus narices con la intención de que me traiga otra.

—¿Otra?

—Es que entra muy bien. —Me dispongo a darle mi copa vacía cuando caigo en la cuenta de que me he dejado la fresa—. Espera. —Inclino la copa y cojo la fruta. Luego se la doy.

Mientras Gregory va a por bebida, paseo por la galería de cristal y observo a los hombres de aspecto impecable y a las mujeres bien vestidas que hay en la planta de abajo. Este sitio es muy elegante, un club de lujo reservado únicamente para la élite londinense. Debería sentirme muy incómoda sólo de pensarlo, pero no es así. Me alegro de haber venido porque, como Ben evita a Gregory en público, mi amigo se habría pasado la noche solo como un pez fuera del agua.

—Aquí tienes. —Una copa alta aparece por encima de mi hombro—. ¿Qué estás mirando?

—A toda esa gente rica —digo. Me vuelvo y apoyo el trasero en la barandilla de cristal—. ¿Es un club privado?

Mi amigo se ríe.

—¿A ti qué te parece?

Asiento.

—Y ¿Ben ha organizado la fiesta de inauguración?

—Sí, es muy famoso en su profesión. —Apoya los codos en una mesa alta cercana—. ¿Lo has notado?

Miro alrededor.

—¿El qué?

—Que te están mirando. —Señala con la cabeza a un grupo de hombres que no nos quitan los ojos de encima ni se molestan en disimular su interés, a pesar de que voy acompañada. Gregory bien podría ser mi novio.

Les doy la espalda, pero mi amigo sigue mirándolos, aunque por razones muy distintas.

—Deja de babear —digo antes de tomarme otro sorbo de champán.

—Perdona. —Vuelve a centrarse en mí—. ¿Vamos a explorar un poco?

—Buena idea.

—Vámonos. —Yergue la espalda y posa la mano en mi cintura para guiarme.

Mientras subimos el primer tramo de escalones miro al piso de abajo y veo que Ben se ha ido. Me pregunto si ése es el motivo de nuestro paseo.

—Hay una terraza —comenta Gregory.

—Y ¿por qué vamos arriba?

—Porque está en la azotea.

Me conduce hacia la izquierda y luego subimos otro tramo de escalones. Hay una pared de cristal y, a lo lejos, Londres de noche en todo su esplendor.

—¡Vaya! ¡Mira eso!

—¿Impresionante?

Eso es quedarse corto.

—¿Dejarías de ser mi amigo si hago fotos? —Estoy lista para darle mi copa y buscar el móvil en el bolso de mano.

—Sí, te retiraría el saludo. Hay que hacer lo que hace todo el mundo: beber y disfrutar de las vistas.

No me sirve, yo quiero hacer fotos por si me falla la memoria y olvido algún detalle de lo que estoy viendo. Estoy acostumbrada a la arquitectura y a la grandiosidad de Londres, pero nunca lo había visto así.

—¿Cómo conociste a Ben? —pregunto apartando la mirada de las fascinantes vistas.

Gregory señala alrededor como diciendo «¿Tú qué crees?» y, por primera vez, me fijo en el jardín que nos rodea. Trago saliva.

—¿Lo has hecho tú?

—Sí. —Se le hincha el pecho como a un pavo—. Lo he diseñado y lo he plantado y podado de principio a fin. Es mi mejor trabajo hasta la fecha.

—Es increíble —musito intentando procesar todos los pequeños pero importantes detalles; los delicados toques que hace que cobre vida.

Las paredes se componen de jardines colgantes, frondosos, con diminutas hojas de verde intenso que reflejan las luces azules. Los setos están podados en círculos perfectos y tienen luces entrelazadas entre las ramas.

—¿El césped es de verdad? —digo al notar que no se me hunden los tacones.

—No, es artificial, pero está tan bien conseguido que nadie lo notaría.

—Es verdad. Me encanta el mobiliario.

—Sí. El tema era el hielo, como ya te habrás dado cuenta. No estaba muy seguro de cómo crear un espacio al aire libre rico y funcional con ese concepto, pero he quedado satisfecho.

—Como tiene que ser. —Me pongo de puntillas y lo beso en la mejilla—. Es fantástico, igual que tú.

—¡Para ya! —se ríe—. Me estoy sonrojando.

Me río con él y luego vuelvo a mirar alrededor para intentar memorizarlo todo, pero mis ojos no llegan al exterior porque se topan primero con Ben. Está pegado a la boca de una mujer. Compongo una mueca e intento hacer algo, pero lo único que se me ocurre es beberme el champán de un trago y plantarle la copa vacía a Gregory en la cara.

—¿Otra? —me pregunta incrédulo—. Tómatelo con calma, Bella.

—Estoy bien —le aseguro cogiéndolo por el codo, pero no se mueve y sé que es porque ha visto lo que yo no quería que viera—. ¿Greg?

Me mira lentamente y veo tanta pena en sus ojos que no tiene sentido ser delicada, así que tiro de él hasta que se mueve.

—Vamos a por otra copa.

—Sí, vámonos. —Le cuesta pronunciar las palabras.

Retira el brazo y me coge de la mano. Me lleva con decisión a la barra, y pide dos copas de champán. No nos hemos ausentado mucho tiempo, pero el ambiente se ha caldeado bastante y la gente ha empezado a bailar con las copas en la mano. La música está más alta y el champán comienza a correr a discreción. Y encima es gratis. Daft Punk y Pharrell Williams retumban en los altavoces.

—De un trago.

Esta vez no me entrega una copa, sino un chupito. Lo miro sorprendida.

—Por favor —suplica.

Mi reticencia salta a la vista. Ya me he tomado unas cuantas copas de champán y estoy bien, pero eso no significa que deba empezar a echarme chupitos al gaznate.

—Greg…

—Venga, mujer. No dejaré que te pase nada, Bella —me asegura y, aunque sea una estupidez, acepto el vaso, brindo con mi amigo y me bebo el contenido de un trago.

Me arde la garganta al instante y me acuerdo de todas las veces que he bebido antes.

Dejo el vaso con fuerza encima de la barra, cojo la copa y me bebo el champán, que es mucho más agradable.

—Estaba asqueroso.

—Era tequila, pero has olvidado echarle sal y limón.

Me enseña un salero y una rodaja de limón y me muestra cómo se hace. Primero se lame el dorso de la mano, echa un poco de sal, la chupa, se bebe el tequila y le hinca los dientes al limón.

—Así está mucho mejor.

—Deberías haberme avisado —me quejo sin saber cómo quitarme el sabor a rancio de la boca.

—No me has dado tiempo. —Se echa a reír—. Vamos a por otro.

Pide otra ronda y esta vez sigo el ejemplo de Gregory.

Me estremezco ante la intensidad del sabor, pero luego me estremezco aún más al oír los compases familiares de la canción que empieza a sonar. Miro a mi amigo extasiada.

Carte blanche —le susurro.

Acuden a mi mente recuerdos de Gregory intentando recrear una discoteca en mi habitación todas y cada una de las veces que me he negado a salir de noche con él.

—Muy apropiado —confirma, y una sonrisa aparece en su cara—. ¡Veracocha! ¡Es nuestra canción, muñeca!

Nos empinamos otra copa de champán. Me coge de la mano y me lleva a la pista de baile. No pongo pegas; no me atrevería. Gregory está sonriendo y, después de lo que acabamos de ver, es lo mejor que podría pasar.

Nos abre paso entre la multitud hasta que estamos rodeados de gente bailando que aprecian el clásico tanto como nosotros. Caen rayos azules que cruzan las caras de la gente e intensifican mi buen humor. Los dos nos entregamos a la música con los brazos en alto, los cuerpos en movimiento, saltando, bailando y riéndonos sin parar. Esto es nuevo y me encanta. Me lo estoy pasando fenomenal.

Gregory me aprieta contra su pecho y me pega la boca a la oreja para que pueda oírlo pese al ruido y a los gritos.

—Seguro que antes de tres minutos se te acerca algún tío.

—Estoy bailando con un hombre —me río—. Tendría que ser un arrogante engreído.

—¡Por favor! Se nota que no somos pareja.

Estoy a punto de discrepar, pero entonces veo que Ben se aproxima por detrás de Gregory, sonriendo y saludando a gente por la pista de baile. Quiero sacar a mi amigo de aquí, pero también quiero ver cómo va a acabar esto. Ben no sabe que antes lo hemos visto, y me pregunto qué piensa hacer Gregory al respecto. Me separo de él pero no dejo de sonreír para que siga mirándome.

Ben se acerca y estudia el cuerpo de mi amigo con discreción, sin dejar de saludar a la gente, sin dejar de sonreír. Cuando pasa junto a él, busca un contacto físico que no deja lugar a dudas. Le desliza la mano por la cintura en un gesto sutil que en apariencia es para abrirse paso sin que ninguno de los dos se caiga pero que, por la mirada de deseo de Ben y el brusco cambio en el lenguaje corporal de Gregory, que ha pasado de relajado y fluido a tenso e incómodo, es otra cosa. ¿Lo apartará, le lanzará una mirada asesina?

No. Se relaja en cuanto ve que es Ben y vuelve a bailar con tranquilidad cuando la canción baja el ritmo antes de la explosión final, que hace las delicias de todos los que ocupan la pista de baile. Es una locura. Estamos en un triángulo. Por un lado, Ben y Gregory, que bailan sonrientes pese a que las chispas que saltan entre ambos son palpables. No se tocan, ni siquiera se miran, pero están ahí y son evidentes. Ben se la está jugando.

Gregory se me acerca, todo sonrisas.

—Hay un hombre que está a punto de abrazarte.

—¿Sí?

Me dispongo a volver la cabeza para mirar, pero entonces Gregory me coge por los hombros.

—Confía en mí. Deja que te abrace.

Se abanica la cara, me suelta y me tenso de pies a cabeza, preparándome para lo que va a pasar. Gregory tiene muy buen gusto para los hombres, pero ¿acaso no tengo derecho a opinar sobre quién me abraza? ¿O tal vez debería dejar que ocurriera, sin perder el control, pero permitir que me abrace?

Lo primero que noto son sus caderas contra mi trasero. Luego su mano deslizándose sobre mi vientre. Mis movimientos encajan a la perfección con los suyos y mi mano se posa sobre la de él en mi ombligo, sin pensar. Gregory sonríe como un loco pero no tengo deseos de darme la vuelta y ver quién es mi compañero de baile porque, probablemente a causa del alcohol, me gusta cómo me siento. Me siento bien, estoy cómoda. Es perfecto.

Cierro los ojos y noto su aliento cálido en el oído.

—Mi niña, me tienes alucinado.

Capítulo 16: Capítulo 15 Capítulo 18: Capítulo 17

 
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