Una noche deseada (1)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/02/2018
Fecha Actualización: 27/04/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 12
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Capítulos: 26

Isabella lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada  «E».

 

Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Isabella y Edward. Edward e Isabella. Opuestos como el día y la noche, y aun así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Edward entra en su vida se da cuenta que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?

 

“¿Crees que van a saltar chispas?”

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada. 

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Capítulo 15: Capítulo 14

En el trabajo nadie me pregunta si estoy bien; salta a la vista que sí. ¿O acaso mi alegría los ha dejado sin habla? Qué más da. Gregory me ha subido la moral. Debería haber quedado antes con él.

—¡Camarera! —grita Paul para que me acerque con la bandeja y él pueda llenármela—. ¿Por qué estás tan contenta hoy?

Sonríe y deposita un crujiente de atún en mi bandeja.

Alice deja un montón de platos vacíos y se acerca a nosotros.

—No preguntes, Paul. Disfrútalo.

—Es viernes —digo encogiéndome de hombros.

Me doy media vuelta y salgo de la cocina con garbo. Al acercarme a la mesa me encuentro con una deslumbrante sonrisa, cortesía de Luke, don Ojos Como Platos. Mi buen humor no me permite ser maleducada, así que le devuelvo la sonrisa.

—¿Crujiente de atún?

—Para mí —contesta, y se lo deslizo sobre la mesa—. Hoy estás especialmente encantadora.

Pongo los ojos en blanco pero sin perder la sonrisa.

—Gracias. ¿Qué te sirvo de beber?

—Nada, así está bien.

Se retrepa en su asiento y sus amables y cálidos ojos marrones no se apartan de mí.

—Sigo esperando una cita.

—¿Ah, sí? —Me sonrojo un poco y, para ocultarlo, me pongo a limpiar la mesa de al lado.

—¿Me permites que te invite a salir?

Paso el paño con furia. La mano me va a tantas revoluciones como la cabeza.

—Sí —respondo sin ser consciente de que lo he dicho en voz alta hasta que me oigo decirlo.

—¿En serio? —Parece tan sorprendido como yo.

He dejado la mesa como los chorros del oro pero sigo pasando la bayeta con esmero. ¿Acabo de aceptar una cita con él?

—Sí —confirmo sin salir de mi asombro.

—¡Genial!

Intento que dejen de arderme las mejillas y me vuelvo para mirar a… mi cita. Ahora sí que sonríe de verdad y está anotando su número de teléfono en una servilleta. Eso me trae recuerdos no deseados que rápidamente procuro olvidar. Puedo salir una noche con Luke. En realidad, necesito salir una noche con Luke.

—¿Cuándo te va bien?

—¿Esta noche?

Me mira esperanzado y me ofrece la servilleta.

La cojo sin hacer caso de mis dudas. No puedo seguir como hasta ahora, y menos aún después de mis encuentros con Edward Masen. Necesito empezar a vivir, olvidarlo, olvidar a mi madre. Comenzar a vivir con sensatez.

—Esta noche. ¿Dónde y a qué hora?

—¿En la puerta de Selfridges a las ocho? Hay un pequeño bar al bajar la calle que te encantará.

—Genial, nos vemos esta noche entonces.

Recojo mi bandeja y dejo a Luke con una sonrisa en la boca que no se le borra ni al darle el primer mordisco a su bocadillo.

—No irás a plantarme, ¿verdad? —me dice con la boca llena cuando ya me he ido.

Esa tontería me hace pensar en los buenos modales y…

—Claro que no —le aseguro con una sonrisa.

Tiene la boca llena de bocadillo, cosa que me incentiva aún más. Es posible que no juegue en la misma liga que Edward Masen, pero es mono y su actitud despreocupada y su falta de modales me dan aún más razones para aceptar su oferta.

Cuando cruzo la puerta de la cocina los labios rosa de Alice me sonríen con picardía.

—¡Estoy muy orgullosa de ti!

—¡No sigas, por favor!

—No, lo digo en serio. Es muy mono y muy normal.

Me ayuda a descargar la bandeja y no puedo evitar sonreír al mirarla.

—Piensa que es un nuevo comienzo.

Frunzo el ceño y me pregunto si eso es lo que debo hacer. Conozco a Alice desde hace poco, pero es como si la conociera de toda la vida.

—Es sólo una cita, Alice.

—Lo sé, pero también sé que Isabella Taylor no sale nunca con nadie. Es justo lo que necesitas.

—Lo que necesito es que dejes de darle tanta importancia.

Me echo a reír. Sé que se refiere a que lo que necesito es olvidarme de alguien, pero estoy llegando a la conclusión de que ya he pasado página. Ese alguien no tiene nombre. Ese alguien ni siquiera existe. Hace mucho que olvidé a ese alguien.

—Vale, vale. —Alice se aparta sin dejar de sonreír, la mar de contenta—. ¿Qué vas a ponerte?

Palidezco sólo de pensarlo.

—Dios mío, ¿qué voy a ponerme?

Tengo el armario lleno de Converse de todos los colores, montañas de pantalones vaqueros y un sinfín de vestidos de flores, pero todos son vaporosos y femeninos; no hay nada ajustado y sexy.

—Que no cunda el pánico. —Me coge por los hombros y me mira muy seria —. Iremos de compras al salir de trabajar. Sólo tendremos una hora, pero seguro que se me ocurrirá algo.

Miro los vaqueros negros ajustados de Alice y sus botas con tachuelas y me pregunto si de verdad debería salir de compras con ella. Tengo una idea.

—¡No, no te preocupes! —Me libero de las manos de mi amiga y corro a buscar el móvil en mi mochila—. Gregory no trabaja hoy. Él me llevará de compras.

Ni siquiera me paro a pensar que es posible que haya herido los sentimientos de Alice hasta que suelta un suspiro de alivio y se marcha molesta.

—¡Gracias a Dios! —exclama dejándose caer contra la encimera—. Por ti habría sido capaz de soportar ir a Topshop, Bella, pero habría sido un infierno.

Frunce el ceño.

—¿Gregory? ¿Es un chico?

—Sí, mi mejor amigo. Tiene muy buen gusto para la ropa.

No acaba de fiarse.

—Es gay, ¿no?

—Sólo en un ochenta por ciento. —Corro hacia la puerta de la cocina, salgo al callejón y marco el número de Gregory mientras camino de un lado a otro.

—¡Hola, muñeca!

—Tengo una cita esta noche —respondo a toda prisa—, y no tengo nada que ponerme. ¡Tienes que ayudarme!

—¿Con él? —me espeta—. ¡De salir con ese cabrón, nada!

—¡No, no, no! ¡Es con don Ojos Como Platos!

—¿Quién?

—Luke. Un chico que lleva semanas pidiéndome que salga con él. Mira, por qué no. —Me encojo de hombros y casi puedo oír a Gregory emocionarse.

Empieza a hablar y su tono confirma mis sospechas.

—¡Ay, Dios mío! —dice con un gritito agudo—. ¡Dios mío, Dios mío, Dios mío! ¿A qué hora sales de trabajar?

—A las cinco, y he quedado con Luke a las ocho.

—¿Sólo tenemos tres horas para comprarte la ropa y arreglarte? ¡Eso sí que es todo un reto! Pero lo conseguiremos. Te recojo a las cinco.

—Vale. —Cuelgo y me apresuro a volver a la cocina antes de que Garrett se percate de mi ausencia. Vamos a tener que ir a toda mecha, pero tengo fe en Gregory. Tiene un gusto impecable.

En cuanto Garrett se marcha corro a por mí mochila y mi cazadora vaquera. Le doy a Alice un beso en la mejilla, me despido de Paul con la mano y los dejo muertos de la risa en la cocina.

—¡Buena suerte! —oigo decir a Alice.

—¡Gracias!

Salgo a la calle y veo que Gregory me está esperando en la acera de enfrente. Mueve los brazos para indicarme que me dé prisa.

—Tenemos tres horas para vestirte, acicalarte y entregarte a tu cita. Ésa es mi misión, y he decidido cumplirla.

Me sonríe y me pasa el brazo por la cintura para guiarme a toda velocidad a Oxford Street.

—Te veo contenta.

—Lo estoy —admito para mi sorpresa. Me apetece tener una cita—. Bonito peinado.

—Gracias —dice pasándose los dedos por el pelo con una sonrisa contagiosa.

—¿No es un poco triste que nunca haya tenido una cita?

—Una tragedia.

Le doy un codazo.

—Tú has salido suficiente por los dos.

—Lo cual también es una tragedia. Pero es posible que pronto me convierta en hombre de un solo hombre.

—¿No lo eras ya? —pregunto mientras cruzo los dedos para que nadie lo trate mal.

Es guapo a rabiar, y lo lógico es que siempre tuviera la sartén por el mango en una relación pero es demasiado bueno, cosa que le ha salido cara en el pasado. Cuando está soltero va de flor en flor, pero siempre es fiel cuando tiene pareja.

—Uno no puede cerrarse en banda, Bella. —Lo dice muy decidido, pero tiene esa mirada que grita a los cuatro vientos que está pilladísimo.

 

Estoy medio muerta para cuando llegamos a casa. Me he gastado hasta el último penique que he ganado desde que empecé a trabajar para Garrett y tengo tres conjuntos (los tres son muy cortos y ninguno de mi estilo) y dos pares de zapatos (que no son Converse). Esta noche sólo podré ponerme un par de zapatos, y en cuanto a los vestidos… No sé en qué estaba pensando.

Llevo una toalla enrollada y estoy delante del armario inspeccionando mis tres vestidos nuevos.

—Ponte el negro —sugiere Gregory con un suspiro mientras desliza la mano por el vestido corto y ajustado—, con los zapatos de punta y tacón de aguja.

Sólo de mirar los vestidos me mareo, así que me centro en los zapatos. Hace muchísimo tiempo que no me pongo tacones.

—Me dan miedo —susurro.

—Bobadas —dice con un respingo que ignora mi preocupación.

Luego se acerca a la cama y coge la lencería pija que me ha obligado a comprar. Hemos perdido veinte minutos en La Senza discutiendo sobre conjuntos de encaje. Ahora mismo tiene uno de ellos en las manos. La verdad es que tiene razón. No puedo ponerme ropa interior de algodón blanco con esta clase de vestidos.

—Uno puede ser un ochenta por ciento gay, pero una mujer con lencería sexy… —Me pasa el conjunto—. Pruébatelo.

Permanezco con la boca cerrada por miedo a soltar algo inapropiado y me pongo las bragas mientras mantengo la toalla en su sitio. Lo del sujetador no es tan fácil y al final tengo que ponerme de espaldas a Gregory, al que no parece importarle tener que verme desnuda.

Se echa a reír cuando me ve pelear con el sujetador, y yo gruño para mis adentros. No me gusta lo bien que se lo está pasando mientras yo meto mi vergüenza de pecho en las copas. Miro hacia abajo y me sorprendo al ver algo que se asemeja a un canalillo.

—¿Lo ves? —dice Gregory arrancándome la toalla—. Los sujetadores con relleno son el mejor invento de la humanidad.

—¡Gregory! —Me cubro el pecho con las manos. Estoy desnuda y soy pudorosa, pero él se acerca para verme de frente.

Entorna los ojos y recorre mi figura menuda con la mirada.

—¡Madre mía, Bella!

—¡Déjalo ya! —Intento, en vano, recuperar la toalla pero no tiene intenciones de devolvérmela—. ¡Dámela!

—Estás para comerte —declara con la boca y los ojos muy abiertos.

—¡Pero ¿tú no eras gay?!

—Aun así, admiro las curvas de una mujer, y tú tienes unas cuantas, muñeca.

Tira la toalla encima de la cama.

—Si no eres capaz de estar delante de mí en ropa interior, ¿qué pasará cuando haya otro hombre?

—No es más que una cita, sólo eso. —Cojo el secador de pelo para escapar de la mirada de Gregory—. ¿Te importaría dejar de mirarme?

—Perdona.

Intenta volver al mundo real y enchufa un extraño aparato para el pelo: una plancha, creo.

—¿Qué vas a beber?

La pregunta me pilla por sorpresa. No lo he pensado. He aceptado una cita, me estoy preparando para una cita y voy a acudir a dicha cita, ¿acaso no es bastante? Ni siquiera se me había ocurrido pararme a pensar qué voy a beber ni de qué voy a hablar durante la misma.

—¡Agua! —grito para que se me oiga pese al secador.

Retrocede con cara de asco.

—¡No puedes ir a una cita y beber agua!

Le lanzo una mirada asesina que él ignora por completo.

—No necesito el alcohol.

Se desploma derrotado en mi cama.

—Bella, tómate una copa de vino.

—Oye, ya es bastante que vaya a salir con un hombre. No me presiones para que beba.

Echo la cabeza hacia abajo y mi pelo rubio lo cubre todo.

—Un pasito detrás de otro, Gregory —añado pensando que necesito mantener la cabeza fría y el alcohol no ayudaría. Aunque tampoco es que me hiciera falta beber para perder la cabeza en compañía de Edward Mas…

Me incorporo de nuevo con la esperanza de sacudirme su recuerdo de encima. Funciona, pero no tiene nada que ver con haber levantado la cabeza, sino con que Gregory me está mirando boquiabierto.

—¡Perdona! —exclama, y finge estar muy ocupado desenvolviendo mis zapatos.

Dejo el secador y miro con recelo la plancha, que echa humo sobre una alfombrilla en la moqueta. Parece peligrosa.

—Creo que voy a dejarme el pelo tal cual.

—No —replica él con pesar—. Siempre he querido verte con el pelo suave y liso.

—No va a reconocerme —protesto—. Vas a embutirme en ese vestido y a calzarme los tacones y encima quieres plancharme el pelo.

Empiezo a ponerme hidratante E45 en la cara.

—Me ha pedido que salga con él, no que me convierta en el objeto sofisticado que estás intentando crear.

—Nunca serás un objeto sofisticado —responde—. Vas a ser tú misma pero mejorada. Creo que deberías dejarme a mí tomar las decisiones.

Se levanta, coge el vestido y lo saca de la percha.

—Y ¿cómo sabes tú lo que un hombre quiere de una mujer?

—Porque he salido con mujeres.

—No en los últimos dos años y pico —recalco recordando todas y cada una de las ocasiones, y que siempre ha sido después de que hubiera roto con un hombre.

Se encoge de hombros con despreocupación y me acerca el vestido.

—¿No estábamos hablando de ti? Pues calla y mete ese cuerpecito en este exquisito vestido. —Sube y baja las cejas con descaro y, de mala gana, lo dejo ponerme el vestido por la cabeza y deslizarlo por mi cuerpo—. Ya está.

Da un paso atrás y me da un buen repaso mientras me meto en los tacones asesinos de pies.

Me miro. El vestido abraza todas las curvas que no tengo y mis pies están en un ángulo ridículo. Estabilidad cero.

—No estoy segura —digo sintiendo que me he pasado con el modelito. Gregory no responde, lo miro y veo que se ha quedado estupefacto—. ¿Estoy ridícula?

Cierra la boca con un chasquido y parece que se pega un bofetón mental para volver al mundo de los vivos.

—Eh…, no… Es que… —Se echa a reír—. Joder, se me ha puesto dura.

Me pongo como un tomate.

—¡Gregory! —le espeto.

—¡Lo siento! —Se recoloca la entrepierna y me doy la vuelta para no verlo. Casi me caigo por culpa de los malditos tacones.

Oigo a Gregory suspirar.

—¡Bella!

—¡Mierda! —Me tuerzo el tobillo, se me cae el zapato y comienzo a dar saltitos como un canguro—. ¡Joder, qué daño!

—Ay, Señor. —Gregory está descompuesto detrás de mí. El muy canalla—. ¿Te encuentras bien?

—¡No!

Me quito el otro zapato de un puntapié.

—¡No pienso ponérmelos!

—Mujer, no seas así. Prometo contenerme.

—¡Se supone que eres gay! —exclamo recogiendo un zapato y agitándolo sobre mi cabeza—. No puedo andar con esto.

—¡Si ni siquiera lo has intentado!

—Póntelos tú y luego me dices lo fácil que es.

Le tiro el zapato, él se ríe y lo caza al vuelo.

—Bella, eso me convertiría en una drag queen.

—¡Me parece perfecto!

Mi amigo pierde el control y se derrumba sobre mi cama desternillándose.

—¡Me has hecho llorar de la risa!

—Cretino —gruño quitándome el vestido de un tirón—. ¿Dónde están mis Converse?

—Olvídalo.

Levanta la cabeza y ve que ya no llevo puestos ni los zapatos ni el vestido.

—¡No! ¡Pero si estabas fabulosa!

Recorre mi cuerpo semidesnudo con la mirada.

—Sí, pero no podía andar —mascullo dando zancadas hacia mi armario.

Este cabreo es razón suficiente para mantener mi aburrido estilo de vida. Últimamente me ha caído un aluvión de situaciones nuevas y me he sentido furiosa, molesta, enfadada e inútil la mayor parte del tiempo. ¿Por qué me empeño en hacerme esto a mí misma?

Tiro de un vestido de gasa de color crema, me lo pongo y caigo en la cuenta de que llevo ropa interior negra y se me transparenta todo. Empiezo a desvestirme de nuevo y le digo a Gregory que hunda la cabeza en la almohada para que pueda desnudarme en paz y deprisa. Cuando he terminado, llevo puesta mi ropa interior de algodón blanco de siempre, mi vestido de color crema, mi cazadora vaquera y mis Converse azul marino. Ya me siento mucho mejor.

—Lista —proclamo difuminando un poco de colorete en mis mejillas y poniéndome un poco de brillo de labios rosa.

—Qué pena de compras —murmura Gregory levantándose de la cama y acercándose a mí—. Estás preciosa.

—¿Verdad que sí?

—Sí, porque siempre estás preciosa, pero parecías menos fácil con el vestido negro. Te habría dado poder, habrías ganado confianza en ti misma.

—Me gusta ser como soy —contraataco preguntándome si lo que digo es cierto.

Lo cierto es que ya no lo sé. Hace semanas que no pienso con claridad. Y eso es porque estoy pensando en cosas que no había pensado nunca y obligando a mi cuerpo a hacer cosas que nunca había imaginado.

—Sólo quiero que expreses quién eres un poco más, como has hecho antes. —Me sonríe y me atusa el pelo.

—¿Quieres verme enfadada? —Porque así es como me siento. De mal humor. Irritada. Bajo presión.

—No, quiero que se vea ese brío que escondes. Sé que lo llevas dentro.

—El brío es peligroso.

Lo aparto y transfiero mis cosas de la mochila a una bandolera cruzada un poco más apropiada.

—Vámonos antes de que me arrepienta —murmuro haciendo caso omiso de sus gruñidos de desaprobación mientras camino hacia el descansillo.

Doy las gracias a los dioses de las Converse cuando bajo la escalera con mis cómodas y estables zapatillas planas, pero la sonrisa se me borra de la cara en cuanto veo a mi abuela más allá dando vueltas arriba y abajo. George se aparta de su camino cada vez que ella da media vuelta y se pega a la pared para que no le pase por encima.

—¡Ahí está! —dice George, aliviado al ver que ya no corre peligro de llevarse un pisotón—. Y está preciosa. Me detengo en el último peldaño y mi abuela me inspecciona de arriba abajo; luego se fija en que llevo a Gregory pegado a la espalda.

—Dijiste que llevaría tacones —dice con incredulidad—. Dijiste que se pondría un bonito vestido negro y tacones a juego.

—Lo he intentado —gruñe Gregory en voz baja, y vuelvo la cabeza para lanzarle una mirada inquisitiva. Él me la devuelve—. Es imposible resistir los interrogatorios de tu abuela.

Suspiro de frustración, bajo el último peldaño y paso junto a mi abuela deseando escapar del barullo.

—Adiós. —¡Que te diviertas! —dice ella—. ¿Éste vale más que ese tal Edward?

—¡Mucho más! —le garantiza Gregory con seguridad, cosa que me hace andar aún más deprisa. Y ¿él cómo lo sabe? No conoce a ninguno de los dos.

—¿Lo ves? —George se ríe—. ¿Qué hay de mi tarta tatín de piña?

Sigo andando en línea recta, mientras doy las gracias por llevar zapatos planos, y estoy deseosa de acudir a mi cita para poder estar lejos de casa y de mi abuela. Es terrible pensar así pero, Señor, ¡dame fuerzas! La vida tranquila era fácil, más o menos, excepto cuando me caía algún sermón por mi vida de reclusión. Ahora es una ristra constante de preguntas e interrogatorios. Es un horror.

—¡Bella!

Gregory me alcanza al final de la calle.

—Estás muy mona.

—No intentes hacer que me sienta mejor. Estoy bien, y no es gracias a ti.

—Hoy estás gruñona.

—Tampoco gracias a ti. —Dejo escapar un gritito cuando mis pies dejan de tocar el asfalto—. ¿Quieres dejarlo ya?

—Insolente. Yo te quiero incluso cuando no eres una borde.

—Te lo mereces. Suéltame.

Me deja de nuevo en el suelo y me alisa el vestido.

—Yo voy en dirección contraria. Que sepas que te quiero y que ya te dejo en paz. —Me pellizca la mejilla—. Sé buena.

—Qué tonterías me dices precisamente a mí. —Le doy un pequeño puñetazo en el hombro para intentar que las cosas entre nosotros vuelvan a la normalidad.

—Normalmente sí, pero mi mejor amiga ha desarrollado un gen bastante idiota estas últimas semanas —replica devolviéndome el puñetazo en el hombro.

Tiene razón pero también he conseguido perder dicho gen, así que ya no tiene por qué preocuparse, y yo tampoco.

—Tengo una cita, eso es todo.

—Un beso de buenas noches tampoco te haría daño, pero nada de meterse mano hasta que yo haya podido conocerlo.

Me coge por los hombros y me da la vuelta.

—Hala, no llegues tarde.

—Te llamo luego —digo mientras echó a andar.

—Sólo si no tienes nada entre manos.

Vuelvo la cabeza para ponerle mala cara, pero él finge no darse cuenta.

 

Cuando llego a Selfridges son las ocho menos diez. Oxford Street sigue bulliciosa, pese a la hora, así que me apoyo en el cristal del escaparate y observo el ir y venir. Intento parecer relajada. No lo consigo.

Cinco minutos después decido que es hora de juguetear con el móvil para parecer mucho más tranquila. Lo saco del bolso y empiezo a escribirle un mensaje a Gregory para pasar el rato.

 

¿Cuánto tiempo debo esperarlo?

 

Pulso «Enviar» y el teléfono empieza a sonar al instante. El nombre de Gregory aparece en la pantalla.

—Hola —respondo, agradecida de que me haya llamado porque estar hablando por teléfono todavía te hace parecer más relajada.

—¿Aún no ha llegado?

—No, pero todavía no son las ocho.

—¡Eso da igual! Mierda, debería haber hecho que llegases tarde. Es la regla número uno.

—¿El qué? —Me cambio de postura y me apoyo con el hombro contra el cristal del escaparate.

—La mujer siempre tiene que llegar tarde. Todo el mundo lo sabe. —Mi amigo no parece contento.

Sonrío a la multitud de extraños que caminan apresuradamente por la acera.

—Y ¿qué pasa cuando los que han quedado son hombres? ¿Quién tiene que llegar tarde entonces?

—Qué graciosa eres, muñeca. Qué graciosa.

—Es una pregunta razonable.

—Deja de darle la vuelta a la conversación para que hablemos de mí. ¿Ha llegado ya?

Echo la vista atrás y miro alrededor, pero no veo a Luke.

—No. ¿Cuánto debo esperarlo?

—Ya me cae mal —masculla Gregory—. Dos capullos en dos semanas. ¡Estás que te sales!

Me río para mis adentros. Estoy de acuerdo con mi amigo, el ofendido, aunque no se lo voy a decir.

—Gracias.

Apoyo la espalda contra el escaparate y suspiro.

—No has respondido a mi pregunta. ¿Cuánto tiempo debo…?

La lengua se me vuelve de trapo al ver pasar un coche. Lo sigo con la cabeza mientras avanza por Oxford Street. Debe de haber miles de Mercedes negros en Londres; ¿por qué este me llama tanto la atención? ¿Será por las lunas tintadas? ¿La placa de AMG en el alerón?

—¿Bella? —Gregory me devuelve a la realidad—. ¿Bella, estás ahí?

—Sí —digo observando cómo el Mercedes hace un giro prohibido antes de volver hacia mí.

—¿Ha llegado ya? —pregunta mi amigo.

—¡Sí! —grito—. Te dejo.

—Más vale tarde que nunca. Diviértete.

—Claro. —Apenas consigo pronunciar las palabras porque tengo un huevo en la garganta.

Cuelgo a toda prisa y miro hacia otro lado, como si no lo hubiera visto. ¿Debería marcharme? ¿Y si Luke aparece y yo no estoy? No se puede aparcar en Oxford Street, así que no puede detenerse. Suponiendo que sea él. Es posible que no sea él. Mierda, sé que es él. Me aparto del escaparate y sopeso mis opciones, pero antes de que mi cerebro pueda tomar una decisión mis pies se ponen en movimiento y me llevan lejos de mi fuente de pesar. Camino con decisión, respirando hondo, concentrándome en mantener el paso.

Cierro los ojos cuando el coche pasa lentamente junto a mí y sólo los abro cuando un hombre de negocios con poca paciencia me empuja a un lado y me abochorna en público por no mirar por dónde voy. Ni siquiera logro reunir fuerzas para disculparme. Sigo andando y veo que el coche se ha detenido. Dejo de andar. La puerta del conductor se abre. Su cuerpo fluye fuera del vehículo como el mercurio, se pone de pie, cierra la puerta y se abotona la chaqueta del traje gris. La camisa y la corbata negra realzan sus rizos oscuros, y lleva barba de dos días. Está magnífico. Me ha conquistado y ni siquiera lo tengo cerca. ¿Qué querrá? ¿Por qué se habrá parado?

Obligo a mi mente a pensar con racionalidad y me pongo en acción. Vuelvo a echar a andar en dirección contraria. Pies, ¿para qué os quiero?

—¡Bella!

Oigo sus pasos, que se acercan a mí, el latido de zapatos caros contra el asfalto, incluso entre el bullicio de Londres.

—¡Bella, espera!

La sorpresa que ha puesto mis pies en movimiento se transforma en enfado cuando lo oigo gritar mi nombre, como si le debiera algo. Me detengo para enfrentarme a él, más decidida que otra cosa, y nuestras miradas se encuentran.

Derrapa en sus zapatos pijos y se alisa la chaqueta. Se queda mirándome, sin hablar.

Yo no voy a abrir la boca porque no tengo nada que decirle y, de hecho, espero que él tampoco diga nada porque así no tendré que ver esos labios moviéndose lentamente y escuchar la suavidad de su voz. Estoy mucho más segura cuando se queda quieto y no dice nada… Al menos, mucho más segura que cuando me acaricia o me habla.

De segura, nada.

Da un paso adelante, como si adivinara mis pensamientos.

—¿A quién estabas esperando?

No le contesto, sino que me limito a sostenerle la mirada.

—Te he hecho una pregunta, Bella.

Da otro paso adelante y registro su proximidad como una amenaza. No obstante, no me muevo un palmo, aunque sé que debería echar a correr.

—Sabes que odio tener que repetirme. Respóndeme, por favor.

—Tengo una cita. —Intento parecer fría y distante, pero no estoy muy segura de haberlo conseguido. Me siento demasiado cabreada.

—¿Con un hombre? —me pregunta, y casi puedo ver cómo se le eriza el vello de la nuca.

—Sí, con un hombre.

Normalmente su rostro se muestra impasible, pero de repente es un manantial de emoción. Salta a la vista que no le ha hecho ni pizca de gracia. Ahora tengo más confianza en mí misma. No quiero sentir la pequeña punzada de esperanza que mariposea en mi estómago, pero es innegable que está ahí.

—¿Eso es todo? —digo con voz firme.

—¿Estás saliendo con alguien?

—Sí —me limito a contestar. Porque es verdad y, como si fuera una señal, entonces oigo mi nombre.

—¿Bella?

Luke aparece a mi lado.

—Hola. —Me acerco y lo beso en la mejilla—. ¿Nos vamos?

Mira a Edward, que se ha quedado rígido y en silencio al verme saludar a Luke.

—Hola. —Luke le ofrece la mano a Edward, y me sorprende que él la acepte y se la estreche. Sus modales son intachables.

—Hola. Edward Masen. —Saluda con la cabeza, tiene la mandíbula tensa, y mi cita titubea un poco cuando Edward le suelta la mano y se arregla la inmaculada chaqueta.

No me estoy imaginando el sutil subir y bajar de su pecho ni la sombra de ira que oscurece su mirada. Casi puedo oír un tictac en su interior, como una bomba a punto de estallar. Está enfadado, y me preocupa que tenga la mirada asesina clavada en Luke.

—Luke Mason —responde él después de haberle estrechado la mano—. Encantado de conocerte. ¿Eres amigo de Bella?

—No, sólo un conocido —intercedo, ansiosa por apartar a Luke de esa furia que casi se puede tocar—. Vámonos.

—Genial.

Luke me ofrece el brazo y lo entrelazo con el mío para que me lleve lejos de la espantosa situación.

—He pensado que podríamos ir a The Lion, está muy cerca de aquí, a la vuelta de la esquina —comenta mirando hacia atrás por encima del hombro.

—Vale —contesto sin poder evitar hacer lo mismo.

Casi desearía no haberlo hecho. Edward sigue ahí de pie, mirando cómo me voy con otro hombre. Con el rostro petrificado y el cuerpo rígido.

No tardamos en rodear la esquina y, cuando Luke me mira, me invade la culpa. No sé por qué. Es una cita, nada más. ¿Me siento culpable porque Luke no se ha dado cuenta de nada o porque es evidente que Edward se ha quedado tocado?

—Vaya tío más raro —musita Luke.

Asiento con un murmullo y él me mira.

—Estás preciosa. Perdona que haya llegado un poco tarde. Debería haberme bajado del taxi y haber cogido el metro.

—No te preocupes, lo importante es que has venido.

Sonríe y es una sonrisa muy mona, que todavía hace más dulce su amable semblante.

—Mira, ya hemos llegado. —Señala hacia adelante—. Me han hablado muy bien de este sitio.

—¿Es nuevo? —pregunto.

—No, sólo lo han reformado. No es ni una vinoteca ni el típico pub londinense.

Mira a un lado y a otro de la calle y cruzamos cogidos del brazo.

—Aunque me encantan los pubs de toda la vida.

Sonrío. Me resulta muy fácil imaginarme a Luke en un pub de barrio, bebiéndose una pinta y riéndose con sus amigos. Es normal, un chico normal, la clase de chico que debería interesarme ahora que todo indica que empiezo a dedicarles tiempo a los hombres.

Me abre la puerta y me conduce a una mesa al fondo del bar, en una especie de entresuelo.

—¿Qué te apetece beber? —pregunta haciéndome un gesto para que me siente.

Ahí está la dichosa pregunta. Antes me he sentido perfectamente cómoda diciéndole a Gregory que pediría agua, pero ahora me siento estúpida.

—Vino —digo a toda velocidad para no tener tiempo de convencerme de que es una idea pésima. Además, creo que necesito un trago. Maldito Edward Masen.

—¿Blanco, tinto o rosado?

—Blanco, por favor. —Intento que parezca que no le doy importancia y que estoy muy cómoda en este ambiente, pero lo cierto es que haber vuelto a ver a Edward me tiene hecha un flan. Tiemblo sólo de pensar en la cara que ha puesto al ver a Luke.

—Blanco, pues. —Me sonríe y se marcha hacia la barra.

Me deja sola en la mesa, como a un pez fuera del agua. Hay bastante gente, casi todos son hombres con traje que parecen haber venido aquí nada más salir de la oficina. Hablan y ríen en voz alta, prueba de que ya llevan un buen rato en el pub, igual que los nudos de corbata flojos y las chaquetas en los respaldos de las sillas.

Me gusta la decoración, pero no el ruido. ¿La primera cita no debería ser en un sitio silencioso para poder charlar mientras se come algo?

—Aquí tienes.

Una copa de vino blanco aparece ante mí y, por instinto, echo atrás la silla en vez de cogerlo y darle las gracias a Luke. Él se sienta enfrente de mí, con una pinta en la mano, y le da un trago. Hace un gesto de disfrute antes de dejarla sobre la mesa.

—Me alegro de que aceptaras tomarte una copa conmigo. Estaba a punto de desistir.

—Yo también me alegro.

Sonríe.

—Háblame de ti.

Me obligo a entrelazar los dedos y a dejar las manos encima de la mesa, donde me dedico a darle vueltas a mi anillo y a pegarme una fuerte patada mental en el culo. Por supuesto que va a preguntarme cosas. Es lo que la gente normal hace en las citas; lo raro son las proposiciones indecentes. Respiro hondo, aprieto los dientes y le cuento algo de mí a un desconocido, cosa que no he hecho nunca y que jamás pensé que haría.

—Hace poco que trabajo en la cafetería. Antes de eso me dedicaba a cuidar de mi abuela —explico. No es mucho, pero por algo se empieza.

—No habrá muerto… —dice incómodo.

—No —me río—. Está vivita y coleando.

Luke también se ríe.

—Qué alivio. Por un momento pensé que había metido la pata. ¿Por qué estabas cuidándola?

No es fácil responder a esa pregunta; la respuesta es demasiado complicada.

—Estuvo enferma un tiempo, eso es todo. —Me muero de la vergüenza, pero al menos he compartido un poco de información con él.

—Lo siento.

—No te preocupes. Ahora ya está bien —digo pensando que a la abuela le encantaría oírme decir eso.

—Y ¿qué haces para divertirte?

No sé qué decir, y se me nota. La verdad es que no hago nada. No tengo una legión de amigas, no tengo vida social, no tengo aficiones y, como nunca me he puesto en una situación en la que alguien quisiera saberlo, nunca me había parado a pensar lo sola y aislada que estoy. Siempre lo he sabido —era a lo que aspiraba—, pero ahora, cuando quiero parecer una persona interesante, me he quedado muda. No tengo nada que aportar a la conversación. No tengo nada que ofrecer como amiga o como pareja.

Me entra el pánico.

—Voy al gimnasio, salgo con mis amigos.

—Yo voy al gimnasio por lo menos tres días a la semana. ¿A cuál vas tú?

Esto va a peor. Mis mentiras sólo obtienen más preguntas, lo que implica más mentiras. No es el mejor comienzo de una bonita amistad. Le doy un sorbo al vino, una maniobra desesperada para comprar más tiempo mientras intento recordar con rapidez el nombre de algún gimnasio de la zona. No se me ocurre ninguno.

—El que hay en Mayfair.

—¿Virgin?

Resulta evidente que me siento aliviada al ver que él mismo ha encontrado la respuesta.

—Sí, Virgin.

—¡Yo voy a ése! ¿Cómo es que nunca te he visto?

Esto es una tortura.

—Suelo ir muy temprano. —Tengo que cambiar de tema porque no quiero contarle más mentiras—. ¿Y tú? ¿Qué sueles hacer?

Acepta mi solicitud de información y se lanza a ofrecerme un informe detallado de su persona y de su vida. En tan sólo media hora descubro muchísimas cosas sobre Luke. Tiene mucho que contar, y no dudo de que todo es verdad y tan interesante como parece, al contrario que mis penosos intentos por hablar de mí y de mi vida. Es corredor de Bolsa y comparte piso con un amigo, Jared, desde que rompió con su novia hace cuatro años, aunque está buscando su propio apartamento. Tiene veinticinco años, casi la misma edad que yo, y es un chico muy simpático, estable y sensato. Me gusta.

—¿Ningún exnovio del que deba preocuparme? —pregunta cogiendo su pinta.

Disfruto escuchándolo. Estoy totalmente concentrada en lo que me dice y de vez en cuando contribuyo con una opinión o una idea, pero Luke lleva la voz cantante, y por mí perfecto.

Hasta ahora.

—No. —Niego con la cabeza y le doy otro sorbo a mi vino.

—Tiene que haber alguien. —Se ríe—. Una chica tan guapa como tú…

—He estado cuidando de mi abuela, no tenía tiempo para esas cosas.

Se echa hacia atrás en su silla.

—¡Vaya! ¡Eso sí que es una sorpresa!

He pasado de estar tan a gusto a sentirme muy incómoda ahora que el tema de conversación vuelvo a ser yo.

—No es para tanto —digo tímidamente mientras jugueteo con mi copa.

Por la expresión de su cara sé que se muere de curiosidad, pero no me presiona.

—De acuerdo —sonríe—. Voy a por otra. ¿Lo mismo?

—Sí, gracias.

Asiente pensativo. Seguro que está preguntándose qué hace perdiendo el tiempo con una camarera recelosa y ambigua. Se dirige a la barra, esquivando gente para poder llegar a su destino. Suspiro y me desplomo contra el respaldo de la silla mientras le doy vueltas a la copa de vino y me echo la bronca por… por todo. Por cómo me organizo la vida, mis prioridades, el camino que he tomado… Es evidente que tengo mucho en lo que pensar. No sé ni por dónde empezar.

Casi me caigo de la silla del susto cuando siento un aliento tibio en mi oído y una mano firme en la nuca.

—Ven conmigo.

Me tenso al contacto de su piel y mis ojos vuelan hacia el bar en busca de Luke. No lo veo, pero eso no significa que él no pueda verme a mí.

—Levántate, Bella.

—Pero ¿qué estás haciendo? —pregunto ignorando el calor que su mano inyecta en la piel de mi nuca.

Me coge del brazo con la otra mano y tira de mí para ponerme de pie, luego me empuja en dirección a la puerta trasera del bar.

No tengo ni puñetera idea de qué estoy haciendo, pero parece ser que soy incapaz de contenerme.

—Edward, por favor.

—¿Por favor, qué?

—Que pares, por favor —le suplico en voz baja cuando debería estar resistiéndome con todas mis fuerzas y abofeteándolo con ganas—. Estoy con alguien.

—No me digas eso —masculla, y estoy segura de que, si pudiera verle la cara, ésta sería de enfado. Pero no se la veo, porque lo tengo detrás y porque la mano en la nuca me impide volver la cabeza.

Continúa empujándome y no me queda más alternativa que andar a toda prisa para seguir el ritmo de sus zancadas largas y decididas.

Abre la puerta de la salida de incendios con un golpe seco, me da la vuelta y me empuja contra la pared, con su cuerpo firme contra el mío.

—¿Vas a acostarte con él? —pregunta con el gesto torcido y mirada penetrante. Sigue enfadado. Por supuesto que no, pero ¿y a él qué le importa?

—No es asunto tuyo —replico.

Levanto la barbilla desafiante, consciente de que lo estoy provocando. Podría haber dicho que no, pero siento demasiada curiosidad por saber qué va a hacer al respecto. No voy a ponerme de rodillas para complacerlo ni a decirle lo que quiere oír.

Ya me gustaría.

Me gustaría jurarle que, si él me adorara para siempre, yo jamás volvería a mirar a otro hombre. Su cuerpo se aprieta contra el mío, su mirada ardiente me quema y de su boca entreabierta manan bocanadas de aire cálido que despiertan todas esas sensaciones indescriptibles. Empiezo a temblar debajo de él.

Lo deseo.

Acerca sus labios a mi boca.

—Te he hecho una pregunta.

—Y yo he decidido no responderla —susurro apretándome contra la pared—. He tenido que soportar verte salir con otras mujeres más de una vez.

—Te lo he explicado mil veces. Sabes lo mucho que odio repetirme.

—Entonces, tal vez deberías explicarte mejor —contraataco.

—¿Lo que he visto en la mesa era una copa de vino?

—No es asunto tuyo.

—Ahora lo es. —Se aprieta contra mí y se me escapa un gemido—. Estabas planeando acostarte con él, y no voy a permitirlo.

Aparto la cabeza. El deseo se esfuma y empiezo a cabrearme.

—No puedes impedírmelo. —No sé ni lo que digo.

—Todavía me debes cuatro horas, Bella.

Como un resorte, levanto la cabeza para mirarlo.

—¿Esperas que te dedique otras cuatro horas para que luego puedas pasar de mí? Compartí algo contigo. Me hiciste sentir a salvo.

Aprieta los labios y veo que le cuesta respirar, como si tuviera que controlarse.

—Conmigo estás a salvo —ruge—. Y sí, espero que me des más. Quiero el tiempo que me debes.

—Pues no vas a conseguirlo —proclamo muy ufana, asqueada ante sus exigencias absurdas—. ¿De verdad crees que te debo algo?

—Vas a venirte a casa conmigo.

—Ni lo sueñes —replico, aunque en realidad estoy luchando contra el impulso de gritarle que sí—. Y no has respondido a mi pregunta.

—He decidido no responderla. —Se inclina sobre mí hasta que nuestras bocas están a la misma altura—. Deja que te saboree de nuevo.

El deseo se abre camino.

—No.

—Deja que te lleve a mi cama.

Niego con la cabeza desesperadamente y cierro los ojos con fuerza. Quiero que lo haga, pero sé que sería un error monumental.

—No, no para que luego me eches.

Siento el calor de su boca que se cierne sobre la mía, pero no aparto la cara.

Espero.

Dejo que suceda.

Y cuando sus labios suaves y húmedos rozan los míos, me relajo y me abro a él con un gemido grave. Mis manos encuentran sus hombros, mi cabeza se echa hacia atrás para entregar mi boca por completo. Pierdo la conciencia. Mi inteligencia ha vuelto a esfumarse.

—Saltan chispas —murmura—, cargas eléctricas de alto voltaje que creamos nosotros.

Me muerde los labios.

—No nos arrebates eso.

Me besa la cara, sigue por el cuello y me mordisquea el lóbulo de la oreja.

—Por favor.

—¿Sólo cuatro horas? —susurro.

—No le des tantas vueltas.

—No le doy tantas vueltas. Apenas soy capaz de pensar cuando te tengo cerca.

—Eso me gusta.

Me rodea el cuello con las manos y me levanta la cara. Es tan guapo que ni siquiera puedo moverme.

—Deja que suceda.

—Ya lo he hecho, más de una vez, y luego te vuelves frío y distante conmigo. ¿Vas a volver a hacer lo mismo?

—Nadie sabe lo que va a ocurrir en el futuro, Bella.

Sus labios se mueven despacio y capturan toda mi atención.

—Esa respuesta no me convence —murmuro—. Sí puedes decirme lo que va a pasar, porque está bajo tu control.

Estoy molesta porque le he mostrado mis cartas. Le he dejado claro que quiero más de lo que está dispuesto a darme.

—De verdad que no.

Se acerca para besarme y me obligo a apartar la cara. Lo dejo compuesto y sin nada que besar más que mi mejilla.

—Déjame saborear tu boca, Bella.

Tengo que resistirme, y su vaga respuesta me da las fuerzas que necesito.

—Ya te he dado demasiado.

Si caigo ahora, no habrá quien me levante. Si acepto lo que hay le estaré concediendo el poder de darme la espalda en cuanto haya conseguido lo que quiere, y nunca tendré motivos para reprochárselo porque se lo habré permitido… otra vez.

—¿Tú crees? ¿Y tú ya has tenido suficiente, Bella?

—De sobra. —Le doy un empujón—. Más que suficiente, Edward.

Maldice y se pasa la mano por el pelo.

—No voy a dejar que te vayas a casa con ese hombre.

—Y ¿cómo piensas impedírmelo? —le pregunto con calma.

No me quiere, pero tampoco quiere que sea de otro hombre. No lo entiendo, y no voy a permitir que me engatuse de nuevo sólo para dejarme tirada después.

—No te hará sentir lo mismo que yo.

—¿Te refieres al hecho de sentirme usada? Porque tú me haces sentir como un pañuelo de papel. Nunca me había expuesto emocionalmente a un hombre antes y lo hice contigo. Tengo mucho de lo que arrepentirme en la vida, Edward, pero tú encabezas la lista.

—No digas cosas que no sientes. —Me acaricia la mejilla con los nudillos—. ¿Cómo puedes arrepentirte de algo tan hermoso?

—Fácilmente. —Le aparto la mano de mi cara y se la coloco al costado—. Es fácil arrepentirse cuando sé que nunca volveré a tenerlo.

Me alejo de la pared y echó a andar procurando no tocarlo. Me voy a casa.

—Puedes volver a disfrutarlo —me dice—. Podemos volver a disfrutarlo, Isabella.

—¿Sólo cuatro horas? —respondo cerrando los ojos con rabia—. No me vale la pena.

Sigo andando, pero no siento los pies y apenas soy consciente de que he dejado plantado a Luke en el bar. Seguramente se estará preguntando adónde he ido, pero no puedo volver adentro y fingir que estoy de buen humor, no cuando siento que estoy hecha añicos. Le envío un mensaje de texto con una pobre excusa: que mi abuela no se encuentra bien. Luego me arrastro a casa.

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