Una noche deseada (1)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/02/2018
Fecha Actualización: 27/04/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 12
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Capítulos: 26

Isabella lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada  «E».

 

Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Isabella y Edward. Edward e Isabella. Opuestos como el día y la noche, y aun así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Edward entra en su vida se da cuenta que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?

 

“¿Crees que van a saltar chispas?”

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada. 

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Capítulo 14: Capítulo 13

Está de pie en la entrada de su dormitorio, vestido con el pantalón de su traje y arreglándose la corbata mientras yo envuelvo mi cuerpo desnudo con los brazos como para protegerme. Me taparía con las sábanas, pero su lado de la cama está hecho y no quiero estropearlo. Tiene el pelo húmedo y no se ha afeitado y, aunque muestra un aspecto magnífico, me duele que no esté todavía en la cama conmigo.

—¿Desayunas conmigo? —pregunta deshaciéndose el nudo de la corbata y empezando de cero.

—Claro —respondo en voz baja, detestando la incomodidad que lo aleja de mí.

Me sorprende haberme despertado a la luz del día. Cuando me dormí anoche, estaba segura de que sólo pasarían unas horas, las justas para recuperarnos, antes de que Edward me despertara para volver a venerarme… Mejor dicho, esperaba que me despertara. Me siento decepcionada pero estoy intentando que no se note.

No sé por qué miro por la habitación buscando mi ropa, porque sé que no estará en ningún lugar a la vista.

—¿Y mi ropa?

—Dúchate. Prepararé el desayuno. —Se acerca al vestidor y aparece unos momentos después, abrochándose el chaleco—. Tengo que marcharme dentro de media hora. Tu ropa está en el último cajón.

Me siento incómoda y me pregunto qué ha cambiado. Está más cerrado que nunca. ¿Se habrá pasado toda la noche pensando, asimilando todo lo que le he contado?

—Vale —contesto, porque no se me ocurre qué otra cosa más decir.

Apenas me mira. Me siento sucia y despreciable, algo que llevo años intentando evitar.

Sin decir ni una palabra más, coge la chaqueta de su traje del vestidor y me deja en su dormitorio; me siento menospreciada y confundida. Quiero alejarme desesperadamente de este desasosiego pero, al mismo tiempo, no quiero. Deseo quedarme y conseguir que se abra de nuevo, que me vea a mí, no a la hija ilegítima de una puta, pero por lo visto no tengo mucho que hacer. Tiene que marcharse dentro de treinta minutos, y yo necesito ducharme antes de desayunar con él, lo cual limita mí tiempo todavía más.

Me levanto de la cama, desnuda, y corro hacia el cuarto de baño para ducharme. Utilizo su gel y me froto con intensidad, como si de ese modo pudiera retenerlo conmigo. Me aclaro el jabón a regañadientes, salgo de la ducha, cojo una de las toallas limpias y perfectamente dobladas que hay en la estantería y me seco en un tiempo récord antes de vestirme a toda prisa.

Recorro el apartamento y lo encuentro delante del espejo del recibidor, peleándose de nuevo con la corbata.

—La corbata está bien.

—No, está torcida —gruñe, y se la quita de un tirón—. ¡Mierda!

Observo cómo pasa por delante de mí en dirección a la cocina. Lo sigo divertida, y no debería sorprenderme encontrármelo delante de una tabla de planchar, pero lo hago. Coloca la corbata encima de ella y, con absoluta concentración, desliza la plancha por la seda azul. Después desenchufa la plancha y se coloca la corbata alrededor del cuello. Guarda la tabla y la plancha, y acto seguido vuelve al espejo y empieza a anudársela de nuevo minuciosamente, como si yo no estuviera ahí.

—Mejor —afirma. Se baja el cuello de la camisa y me mira.

—La tienes torcida.

Frunce el ceño y se vuelve de nuevo hacia el espejo. La menea un poco.

—Está perfecta.

—Sí, está perfecta, Edward —mascullo dirigiéndome hacia la cocina.

Me maravillo ante la selección de panes, mermeladas y fruta, pero no tengo hambre. Tengo un nudo de ansiedad en el estómago, y su actitud tan formal no ayuda.

—¿Qué quieres tomar? —pregunta mientras se sienta.

—Sólo un poco de melón, por favor.

Asiente, coge un bol, echa un poco de fruta en él con una cuchara y me pasa un tenedor.

—¿Café?

—No, gracias. —Cojo el tenedor y el bol y los coloco sobre la mesa de la manera más ordenada que puedo.

—¿Zumo de naranja? Está recién exprimido.

—Sí, gracias.

Me sirve a mí un poco de zumo y él se echa café del recipiente de cristal de la cafetera.

—El otro día olvidé darte las gracias por romperme la lámpara —dice levantando su taza lentamente y observándome mientras bebe.

Siento cómo me ruborizo bajo su mirada acusatoria, y bajo la vista hacia el cuenco.

—Estaba oscuro. No veía nada.

—Te perdono.

Levanto la mirada con una pequeña carcajada.

—Vaya, gracias. Y yo te perdono por dejarme a oscuras.

—Deberías haberte quedado en la cama —responde, y se apoya cómodamente en el respaldo de su silla—. Menudo destrozo hiciste.

—Lo siento. La próxima vez que me abandones en mitad de la noche, me aseguraré de tener mis gafas de visión nocturna a mano.

Levanta las cejas con sorpresa, pero sé que no es por mi sarcasmo.

—¿Que te abandoné?

Me encojo con una mueca y aparto la mirada de él. Debería pensar antes de hablar, especialmente en presencia de Edward Masen.

—No quería decir eso.

—Eso espero. Te dejé durmiendo. No te abandoné. —Continúa comiéndose su tostada francesa y deja esas palabras indeseables flotando en el incómodo silencio que nos rodea. Indeseables para mí, al menos—. Termínatelo y te acerco a casa.

—¿Por qué esperas eso? —pregunto algo airada de repente—. ¿Para qué no te meta en el mismo saco que a mi patética madre?

—¿Patética?

—Sí. Débil, egoísta.

Parpadea estupefacto y se revuelve en la silla.

—Tenemos un trato de veinticuatro horas —dispara.

Aprieto los dientes y me inclino hacia adelante. Veo con absoluta claridad que estoy consiguiendo enfurecer a este hombre normalmente impasible con mi acusación. Aunque no tengo muy claro si está enfadado conmigo o consigo mismo.

—¿Qué fue lo de anoche? Lo del coche y lo de después. ¿Estabas fingiendo? ¡Eres patético!

Los ojos de Edward se ensombrecen y vislumbro en ellos un destello de ira.

—No me presiones, niña. No deberías jugar con mi temperamento. Teníamos un trato y sólo me estaba asegurando de que se cumpliera.

Se me parte el corazón en mil dolorosos pedazos al recordar al hombre tan diferente que estaba conmigo anoche. Un hombre abierto. Un hombre cariñoso. No sé quién es el hombre que tengo delante ahora. Nunca había visto a Edward Masen perdiendo los papeles. Lo he visto nervioso, y lo he visto maldecir, principalmente cuando algo no está perfecto como él quiere, pero la mirada que veo en sus ojos ahora mismo me indica que no he visto nada. Eso, junto con su severa advertencia, también me indica que es mejor que no lo vea.

De repente me levanto —parece que mi cuerpo ha reaccionado antes que mi cerebro— y me marcho. Salgo de su apartamento y empiezo a bajar la escalera hasta el vestíbulo. El portero me saluda con la cabeza cuando paso y, al respirar el aire fresco de la mañana, dejo escapar un profundo suspiro. El olor y el sonido de Londres no hacen que me sienta mejor.

—Estaba hablando contigo —oigo que dice Edward furioso tras de mí, pero eso no hace que recupere mis modales y me vuelva para reconocer su presencia—. Bella, estaba hablando contigo.

—Y ¿qué es lo que has dicho? —inquiero.

Aparece en mi línea de visión y se planta delante de mí para observarme detenidamente.

—No me gusta repetirme.

—Y a mí no me gustan tus cambios de humor.

—Yo no tengo cambios de humor.

—Claro que sí. No sé por dónde cogerte. Un minuto eres dulce y atento, y al siguiente eres frío y cortante.

Medita mis palabras, y pasa un rato bastante largo en el que nos miramos fijamente, hasta que por fin se decide a pronunciarse.

—Esto se está volviendo demasiado personal.

Respiro profundamente y retengo el aire, tratando con todas mis fuerzas de no gritarle. Sabía que esto iba a pasar desde el momento en que he abierto los ojos esta mañana. Pero eso no hace que me duela menos.

—¿Esto tiene algo que ver con tu socia? ¿O es por mí y mi sórdida historia?

No contesta, sino que se limita a mirarme en silencio.

—No debería haberme abierto tanto a ti —susurro en voz baja.

—Probablemente no —coincide sin vacilar.

Su respuesta me apuñala en el alma y me obligo a marcharme antes de que estallen mis emociones. No pienso llorar delante de él. Me pongo los auriculares, selecciono el modo aleatorio en el iPod y me río para mis adentros cuando Unfinished Sympathy de Massive Attack inunda mis oídos y me acompaña todo el camino de vuelta a casa.

 

—Sigues teniendo mal aspecto, Bella —dice Garrett mientras me examina con ojos de preocupación—. Quizá deberías irte a casa.

—No.

No me resulta nada fácil, pero fuerzo una sonrisa para tranquilizarlo. Mi abuela está en casa, y necesito distraerme, no un interrogatorio. Estaba toda sonriente cuando he entrado por la puerta esta mañana, hasta que me ha visto la cara. Entonces han empezado las preguntas, pero me he escapado rápidamente a mi dormitorio, dejando a la mujer paseándose en el descansillo fuera de mi habitación, lanzando sus preguntas contra la puerta, sin que yo respondiera a ninguna. No debería enfadarme con mi abuela; debería centrar todo mi enfado en Edward, pero si ella no se hubiera inmiscuido y no lo hubiera invitado a cenar, lo de anoche no habría pasado y ahora yo no estaría en este estado.

—Me encuentro mucho mejor, de verdad.

Huyo a la cocina para esquivar a Alice, que está en la caja. Lleva toda la mañana intentando sacarme información. Por suerte para mí, tenemos mucho trabajo, así que de momento he logrado eludir sus interrogatorios y he estado ocupada limpiando las mesas y sirviendo cafés.

Durante la pausa para el almuerzo, acepto el sándwich de atún con mayonesa que me ofrece Paul, pero decido comérmelo mientras hago otras cosas, porque sé que si salgo a descansar enseguida vendrá Alice a buscar respuestas. Sé que es muy ruin por mi parte, pero ya me duele la cabeza de pensar constantemente en él, y hablar de ello sólo hará que me eche a llorar. Me niego a llorar por un hombre, y menos por un hombre que puede llegar a ser tan frío.

—¿Te gusta? —pregunta Paul sonriendo mientras echa unas hojas de lechuga en el escurridor.

—Mmm. —Mastico y trago. Después, me limpio la boca de mayonesa—. Está delicioso —digo con total sinceridad mirando hacia la otra mitad que me queda por comer—. Tiene algo diferente.

—Sí, pero no me preguntes qué es, porque no te lo voy a decir.

—¿Es una receta familiar secreta?

—Exacto. Garrett jamás me despedirá mientras el crujiente de atún siga siendo el sándwich más vendido, y yo soy el único que sabe prepararlo. —Me guiña un ojo y distribuye la lechuga entre las rebanadas de pan de semillas cubiertas con la receta secreta de Paul—. Aquí tienes. Son para la mesa cuatro.

—Vale. —Empujo la puerta de vaivén de la cocina con la espalda, sorteo a Alice y me dirijo a la mesa cuatro—. Dos crujientes de atún con pan de semillas —digo deslizando los platos sobre la mesa—. Que aproveche.

Los dos hombres de negocios me dan las gracias, me marcho y me topo con Alice en la cocina cuando vuelvo a cruzar la puerta. Tiene los brazos en jarras. No es buena señal.

—No tienes mejor aspecto, pero tú no estás enferma —espeta apartándose ligeramente para dejarme pasar—. ¿Qué te pasa?

—Nada —respondo demasiado a la defensiva, y me reprendo al instante por ello—. Estoy bien.

—Sé que te siguió.

—¿Qué? —Tenso los hombros.

Sé perfectamente a qué se refiere Alice, pero no quiero entrar en esa conversación. Estoy demasiado sensible, y hablar de él sólo empeorará las cosas.

—Cuando estuviste a punto de desmayarte y Garrett te mandó a casa, te siguió. Iba a ir a buscarte, pero tenía que trabajar. ¿Qué pasó?

Sigo sin mirarla a la cara, y me tomo mi tiempo para vaciar el lavavajillas. Podría marcharme, pero para eso tendría que enfrentarme a ella, y no creo que me dejara pasar.

—No pasó nada. Me fui.

—Bueno, me lo imaginé al ver que volvía con cara de pocos amigos, y ayer se presentó en la cafetería.

¿Estaba enfadado? La idea me alegra, por estúpido que sea.

—Pues ahí tienes tu respuesta —digo como si tal cosa mientras cojo una bandeja, pero retrasando mí regreso al salón del establecimiento. Todavía no ha terminado, y sigue cortándome el paso.

—Estaba otra vez con esa mujer.

—Lo sé.

—Estaba encima de él todo el rato.

Se me forma un nudo en la garganta.

—Lo sé.

—Pero era evidente que él tenía la mente en otra parte.

Me vuelvo y, por fin, la miro, y me encuentro con la expresión que me había estado temiendo: los ojos achinados y sus labios rosa intenso fruncidos.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —pregunto.

Se encoge de hombros y su melena corta y negra roza sus hombros.

—Te va a traer problemas.

—Ya lo sé —mascullo—. ¿Por qué crees que me marché? No soy idiota. —Debería abofetearme a mí misma por lo tremendamente inapropiado de mi comentario. Soy muy idiota.

—Estás deprimida. —Alice me atraviesa con su mirada inquisitiva, y con toda la razón del mundo.

—No lo estoy —respondo en un tono poco convincente—. ¿Me permites volver al trabajo?

Suspira y se aparta de mi camino.

—Eres demasiado inocente, Bella. Un hombre como ése se te comerá viva.

Cierro los ojos y respiro hondo mientras paso al lado de Bella. No es necesario que le cuente lo de la cena familiar, y desearía desde el fondo de mi corazón que no hubiera nada que contar.

 

Mi semana no mejora. Mi abuela ha vuelto a Harrods dos veces con la excusa de que George dice que su tarta de piña estaba deliciosa y que quería volver a prepararla… dos veces. Sus esperanzas secretas de toparse con Edward en el improbable caso de que estuviera allí comprando más trajes no tenía nada que ver con su compulsión de gastarse treinta libras en dos piñas. He evitado a Gregory a toda costa después de que me dejara un mensaje con voz tensa avisándome de que mi abuela se lo había contado todo y que opina que soy imbécil. Todo eso ya lo sé.

Me salto el desayuno y me escapo por la puerta para evitar a mi abuela. Estoy deseando que termine mi jornada del viernes. Tengo planes de perderme en la grandeza de Londres este fin de semana, y me muero de ganas. Es justo lo que necesito.

Camino por la calle con mi vestido largo de punto rozándome los tobillos y la calidez del sol matinal templando mi rostro. Como siempre, mi pelo hace lo que le da la gana, y hoy está más rizado que de costumbre porque cuando me acosté aún lo tenía mojado.

—¡Bella!

Sin pensarlo, acelero el paso, aunque sé que no voy a llegar muy lejos. Parece cabreado.

—¡Nena, será mejor que te detengas ahora mismo o tendrás un grave problema!

Me detengo al instante, sabiendo perfectamente que ya lo tengo, y espero a que me alcance.

—¡Buenos días! —Mi saludo, exageradamente entusiasta, no va a colar y, cuando llega delante de mí, con su atractivo rostro distorsionado por su descontento, no puedo evitar mirarlo con el ceño fruncido también—. ¿Qué pasa? —le ladro, y retrocede aturdido.

Estoy cabreada con mi mejor amigo, aunque no tengo ningún derecho a estarlo. Es viernes, pero lleva puestos unos vaqueros rotos, una camiseta ajustada y una gorra de béisbol. ¿Dónde está su uniforme de jardinero?

—¡A mí no me hables así! —me contesta de inmediato—. ¿Qué ha pasado con lo de mantenerte alejada de él?

—¡Lo intenté! —chillo—. ¡Lo intenté con todas mis fuerzas! ¡Pero nos encontramos con él en Harrods y mi abuela lo invitó a cenar!

Gregory se queda más pasmado todavía ante mi inusual arranque de furia, pero sus cinceladas facciones se relajan.

—No hacía falta que te fueras con él —señala suavemente—. Y, desde luego, no tenías por qué quedarte a dormir en su casa.

—Bueno, pues lo hice, y ojalá no lo hubiera hecho.

—Ay, Bella. —Se acerca y me envuelve en sus brazos—. Deberías haber respondido a mis llamadas.

—¿Para qué pudieras echarme la bronca? —farfullo contra su camiseta—. Ya sé que soy una idiota. No hace falta que nadie me lo confirme.

—Casi me muero al ver que tu abuela estaba tan emocionada —dice con un suspiro—. Joder, Bella, ya la veía comprándose un sombrero para la ceremonia.

Me río porque, de no hacerlo, me echaría a llorar.

—Calla, Gregory. No voy a poder aguantar mucho más. Sólo estuvo cenando con nosotros durante un par de horas. Ella estaba encantada, y ahora no entiende nada y se pregunta por qué no salgo con él.

—Menudo soplapollas.

—Ya te he dicho que el único soplapollas que conozco eres tú.

Siento que se ríe ligeramente pero, cuando me aparta de su pecho, su expresión es seria.

—¿Por qué te fuiste con él? —pregunta.

—No puedo rechazarlo cuando está conmigo. —Suspiro hoscamente—. Esas cosas pasan.

—Y ¿no lo has visto en toda la semana?

—No.

Enarca su ceja rubia.

—¿Por qué no?

Maldita sea, me gustaría decirle que me marché por mi propia voluntad, pero Gregory se daría cuenta de que miento en un santiamén.

—Primero fue maravilloso, y después horrible. Un momento era dulce, y al siguiente un capullo. —Me preparo—. Le conté lo de mi madre.

Veo la sorpresa reflejada en el rostro de Gregory, y también veo que se siente un poco dolido. Sabe que yo jamás hablo de ella, ni siquiera con él, y sé que le gustaría que lo hiciera. Se recompone y se obliga a transformar el dolor de su rostro en desprecio.

—Soplapollas —escupe—. Menudo capullo. Tienes que ser fuerte, nena. Una cosa tan dulce como tú acabará hecha polvo con un hombre como ése.

Abro las aletas de mis fosas nasales y me muerdo la lengua para evitar que mi respuesta natural a esa frase salga de mi boca. No lo consigo.

—Joder, que os den por el culo a todos —protesto, y mi amigo retrocede sobresaltado.

Lo aparto de mi camino y echó a andar por la calle sulfurada.

—¿Ves? Eso es lo que quiero. Que saques tu lado macarra.

—¡Vete a la mierda! —grito, sorprendiéndome a mí misma con mi lenguaje vulgar.

—¡Eso es! ¡Sigue así, zorra malhablada!

Lanzo un grito ahogado de indignación, me vuelvo y lo veo sonriendo de oreja a oreja.

—¡Gilipollas!

—¡Arpía!

—¡Capullo!

Sigue riéndose.

—¡Perra!

—¡Maricón!

—¡Puta!

Me paro horrorizada.

—¡Yo no soy ninguna puta!

Palidece al instante, dándose cuenta de su error.

—Mierda, Bella, perdóname.

—¡Ni te molestes! —Me largo furiosa. Me hierve la sangre de rabia ante su insensible comentario—. ¡Y ni se te ocurra seguirme, Gregory!

—¡Joder, no lo decía en serio! ¡Lo siento! —Me levanta en brazos para evitar que me marche—. Se me ha escapado una palabra estúpida.

Continúa caminando conmigo en brazos. Alargo la mano, le tiro del pelo y le espeto:

—Idiota.

Sonriendo, agacha la cabeza y me besa en la mejilla.

—El domingo pasado tuve una cita.

—¿Otra? —Pongo los ojos en blanco y me aferro con más fuerza a sus hombros—. ¿Quién es el afortunado esta vez?

—En realidad fue nuestra cuarta cita. Se llama Ben. —El rostro de Gregory se torna pensativo y soñador y hace que preste más atención. Hacía años que no lo veía así.

—Y… —lo animo a continuar, preguntándome cómo es posible que haya salido cuatro veces con el mismo tío sin decirme nada. Pero no puedo reprochárselo. No después de haberle estado ocultando lo mío.

—Es mono. A lo mejor te lo presento.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Trabaja como organizador de eventos autónomo. Le he hablado mucho de ti y quiere conocerte.

—¿Sí? —Ladeo la cabeza y él sonríe tímidamente—. Ahhhh… —exhalo.

—Sí, ahhhh.

—¿Benjamin?

—¡No! —Me mira en broma con recelo y continúa caminando con paso regular por la calle conmigo todavía rebotando en sus brazos—. Sólo Ben.

—Benjamin y Gregory —susurro con aire pensativo—. Suena bien.

—Ben y Greg suena mucho mejor. ¿Por qué insistes en llamarme Gregory? Ni siquiera tu abuela lo hace. Suena a maricona —regruñe.

—¡Es que eres una maricona! —Me echo a reír, y él me hunde los dientes en el cuello para castigarme por mi insolencia—. ¡Para!

—Venga. —Me deja en el suelo y me coge del brazo—. Te acompaño al trabajo.

—¿Hoy no trabajas?

—No. He terminado mi último proyecto antes de tiempo y tengo cita para cortarme el pelo.

—¿Ah, sí? —Le sonrío—. ¿Todo el día libre para ir a cortarte el pelo?

—Cállate. Ya te he dicho que he terminado el proyecto antes de tiempo.

Sonrío de nuevo y me pregunto por qué he estado rehuyendo a mi adorado Gregory toda la semana. Ya me siento mil veces mejor.

Capítulo 13: Capítulo 12 Capítulo 15: Capítulo 14

 
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