Sálvame.
Capítulo 13: Te odio pero Te quiero.
Bella PoV
Dos semanas… Dos semanas habían pasando desde que salí del hospital, dos semanas viviendo con mi hermano y su esposa, dos semanas en las que pude respirar un poco de paz, dos semanas sin saber de él…
Ahora me encuentro en “mi habitación” mirando el techo. No tengo nada que hacer, no sé qué hacer. No hay nada que limpiar, nada que acomodar, me siento inútil. Y lo peor de todo, con tiempo libre para pensar. Mi mente no ha parado de pensar en Edward —sí, al final decidí llamarlo por su primer nombre, aunque todavía no me acostumbro—Está presente en mis sueños, en mis suspiros, en mis pensamientos, en mis sentimientos incluso. Y lo que más me molesta en que ni siquiera pienso en su engaño, en lo furiosa que debo estar con él, sino más bien, en lo mucho que lo extraño, en la mucha falta que me hace… Ahs, soy patética.
-Dios, no puedo seguir así… -me regañé a mí misma, levándome de la cama. Salí de la habitación y me dirigí a la cocina, dispuesta a preparar el almuerzo, aunque estaba sola en casa. Sólo para entretener mi mente en otra cosa que no sea él.
Monté una olla con agua al fuego, pretendía hacer una pasta, era rápido y delicioso. En otra, puse a hacer la salsa; un poco de sal, tantito de pimienta y por supuesto la salsa, le agregué salsa de tomate extra, adoro el tomate. Con todo montado, me apoyé de la encimera y suspiré, mientras el agua hervía tenía tiempo de pensar y eso era lo que no quería. Me molesté conmigo misma y me dirigí al pequeño balcón que tenían Rose y Em en su piso. Al salir la brisa me golpeó suavemente el rostro, inhalé despacio cerrando los ojos. Edward…
Abrí los ojos y miré a mi alrededor, abajo, en las calles, miles de cabezas se movían de un lado para el otro, todas con un destino distinto. Los autos igualmente, iban y venían, algunos rápidos, otros lentos. Los niños tomados de las manos de sus padres, saltaban de allá para acá, reían, se divertían, y sus padres propios gozaban al verlos. Cosa que molestaba mi campo visual eran las parejas… Felices, tomadas de la mano.
-Hey, Bells, ¿crees que Rose se enoje si te secuestro mañana para mí sólo? –giré el rostro para verlo. Él ya me observaba.
Tonto, Cullen. Cerré los ojos.
-¡Dios, no! –chillé de un momento a otro soltando el cuchillo que tenía entre los dedos. Me llevé las manos a la boca conteniendo mis sonidos de sorpresa y nerviosismo al darme cuenta de cuan tonta había sido todo este tiempo.- Me he enamorado de Anthony… -murmuré para mí sin dar crédito a lo que estuvo frente a mis ojos, en mi cabeza, en mi corazón. No me había dado cuenta hasta justo en este momento.
Reí. Dios, que tonta había sido… ¡A mí me encanta, Cullen! Y pensar que casi me da un paro cardiaco cuando me di cuenta de tal hecho tan obvio. Cristo, no me conozco ni a mí misma.
-Buenos dí… -empezó a decir a penas abrí la puerta, sin embargo no terminó la frase, más bien estaba recorriéndome con la vista y mis mejillas amenazaban con arder incontrolablemente. – Woah, Bella, estás… Ni que decir, hermosa se queda corto, cortísimo… -aseguró tomando mi mano derecha y haciéndome dar una vuelta. Me mordí el labio.
Tan atento conmigo, tan dulce, tan detallista. Me ponía nerviosa cada que me decía algo lindo, incluso con su mirada las piernas me temblaban. Me ponía loca cuando él andaba cerca, se me erizaba la piel y me estremecía. Madre… ¿qué me hiciste, mentiroso?
-Bella, yo…
-No, Anthony. No. –negué con la cabeza.
Mi cordura estaba flaqueando. Ese beso… Ese beso, Anthony besa como el mismísimo Dios.
Se acercó. Tomó mis manos entre las suyas.
-Ese beso me confirmó lo que vengo planteándome hace semanas, Isabella… -susurró. No entendí. – Me gustas Bella, demasiado. A penas te vi, lo supe. Eres una mujer maravillosa.
Ay, por Dios, sus labios… Sus besos, tan divinos, tan desvividos. Inconscientemente me toqué mis labios. Recordando como los suyos se habían movido sobre los míos, con posesión, reclamándome, queriéndome…
Ese día, hace casi un mes, lo veía tan lejano, ¿cómo habíamos terminado así? ¿Cómo podía yo, ser tan cabezota? Rosalie no paraba de decirme que lo perdonara, que lo aceptara de nuevo. Yo me negaba siempre. Pero es que me sentía engañada, aunque en el fondo sabía que él tenía sus razones y sus motivos para hacerlo. A demás, al final, solo habían sido algunos datos, no es que me haya mentido sobre toda su vida… ¿no?
Negué.
-Fui tan estúpida. –me dije a mí misma. Alcé la vista y observé el cielo unos instantes, sonreí, estaba tan hermoso el día hoy. Suspiré.
No podía seguir así, tenía que ser madura, una mujer. No podía dejarme consumir por algo que podía resolverse muy fácilmente. Tenía que resolverlo…
Tenía que verlo.
Me moví del balcón, caminando hacía la cocina. Entré y casi grito… La salsa se había secado y soltaba humo como loca. Me moví rápido, apagando el fuego y apartado la olla de allí con ayuda de un paño. Me reí de mi misma, Dios, me había distraído tanto que me olvidé por completo de la comida que había montado, por suerte no había agregado la pasta al agua, por lo que eso no era problema.
Esperé a que se enfriara y lo llevé al fregadero, lavé todo, sequé y guardé. Volví a mi habitación y tomé mi bolso. Al llegar al recibidor tomé las llaves del auto de mi cuñada y salí del departamento. Tenía que ir a mi casa, primero por algunas cosas y luego vería como encontrar a Edward.
Mientras conducía, mi mente procesaba a velocidad que da vértigo cómo encontrar a Edward. Al final llegué a la conclusión de que la mejor forma era hablando con Rosalie, ella era su amiga, ella podría saber algo, tal vez incluso tener su número.
Entrando a la zona residencial, los recuerdos me asaltaron y el miedo hizo acto de aparición en mí, miré en todas direcciones al bajarme del auto y mientras caminaba por el piso de piedra hasta la entrada de la casa. Suspiré al introducir la llave y girar la perilla.
Dentro, todo estaba recogido, como si nada hubiese pasado. Fruncí el ceño. Ahora que lo pensaba, todo esto estaba bien raro, ¿qué no tendría que haber un guardia en la puerta o algo así? ¿La cinta de ‘No pase’? Caminé con paso inseguro hasta la cocina, nada. Todo inmaculado.
Mi corazón se aceleró mientras subía los escalones hasta el piso superior, cuando puse la mano sobre la perilla de mi habitación, cerré los ojos y entré. Dentro nada había cambiado, salvo las posiciones de algunos adornos. Extraño. Al final me mentalicé en hacer lo que venía a hacer e irme. Nada más tendría por qué importarme.
Me dirigí al armario, corrí las puertas y abrí el primer gavetero.
Lo primero que noté fue la ausencia de la ropa de Paul, todo, a excepción de algunas prendas, se lo habían llevado. Él había estado aquí, había cogido sus cosas y se había ido de nuevo. Negué con la cabeza, cerrando el gavetero y corriendo las puertas. El pánico se estaba apoderando de mí y necesitaba salir de ahí ahora.
Estado ya en el auto, conduciendo camino al centro marqué el número de Rosalie, al segundo timbre me atendió.
-Bella, ¿todo bien?
-Sí, sí. Sólo quiero pedirte un favor, ¿tienes el número de Ed… de Edward? –tartamudeé un poco. Tenía tantas dudas y sólo una persona podría resolvérmelas.
Mi pregunta pareció sorprenderle.
-Este…, sí. ¿Por qué? Bella, en serio, ¿está todo bien? –se notaba preocupada.
-Estoy bien, Rose, en serio. Sólo necesito su número. ¿Me lo envías por mensaje, por favor?
-Está bien. Ya te lo envío.
Le colgué antes de que me preguntara cualquier otra cosa. Al par de segundos después, recibí su mensaje. Intercambiaba miradas entre el camino y mi celular, pero es que tenía que hablar con él, necesitaba saber qué estaba pasando.
Marqué su número y al primer timbrazo me atendió.
-¿Bella?
Escuchar su voz de nuevo hizo que el corazón me diera un vuelvo dentro del pecho. Comencé a pensar en miles de cosas que quería decirle, en todo lo que quería sacar, que quería que él supiera. Las manos comenzaron a hormiguearme. Tuve que estacionarme para continuar con nuestra conversación.
-¿Bella? ¿Estás ahí?
Tomé una bocanada de aire.
-Sí, sí. Te llamo para saber si… Bueno, ¿puedo verte? Necesito hablar contigo. –tonta, tonta Bella.
-Sí, por supuesto. ¿Dónde estás?
-Nos vemos en casa de mi hermano, ¿sí? Seguro sabes dónde es. –y con eso colgué. Al dejar caer el teléfono en el asiento del copiloto, solté el aire de golpe, sentía que me ahogaba. Dios…
Diez minutos después tuve control sobre mi misma de nuevo e incluso me reí. Le acusé de saber dónde vivía mi hermano, pero es que era de lógica. Mi cuñada se hablaba con él, encima seguro que él tenía una carpeta o algo así con mi nombre con todos mis datos dentro. ¿Por qué no sabría dónde vive mi hermano? Después de cerrar los ojos y respirar hondo, tomé camino de regreso a casa. Durante el camino me preguntaba cómo sería volver a verlo. Cómo sería tenerlo frente a mi otra vez. El corazón me iba a mil… Yo, simplemente no sabía que esperar.
Al llegar al edificio, estacioné frente a la entrada principal y me bajé del auto. Al hacerlo, un escalofrío me recorrió.
-Bella… -murmuró a mis espaldas. La piel se me erizó. Era él.
Por un momento no era yo la que estaba allí, yo estaba kilómetros de distancia, observando todo desde arriba. Poco a poco me giré, encarándolo, contuve el aliento mordiéndome el labio inferior. Se veía casado, incluso podía jurar que no había dormido en un par de días. Me sonrió con esa sonrisa torcida tan característica de él. Se la devolví, pequeña, pero lo hice.
-Aquí me tienes, Bella. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? –volví a la realidad. Parpadeé varias veces y asentí.
-¿Subimos? –le cuestioné dudosa, moviéndome en mi lugar. Él asintió.
Durante el trayecto en el ascensor nos mantuvimos en un silencio realmente incómodo, nos mirábamos, nos interrogábamos con la mirada, pero aun así ninguno de los dos decía nada. Al llegar al piso él me siguió de cerca hasta la puerta del departamento de Emmett y Rose. Al entrar ambos los pusimos cómodos y nos sentados uno frente al otro en la sala de estar.
-Entonces… ¿para qué me necesitas? –me preguntó mirándome con intriga. Sus ojos verdes clavados en los míos me ponían muy nerviosa, sin embargo después de tragar grueso y ordenar mis ideas, comencé a relatarle todo lo que había visto hoy en casa y mis interrogantes con respecto a la seguridad. Cuando terminé él mantenía el ceño muy fruncido y los labios en una línea delgada. Cuando le pregunté qué le sucedía se puso de pie y comenzó a gruñir como un loco, cosas que para mí no tenían sentido alguno.
-¡Riley me dijo que se encargaría de eso! ¡Me sacó del caso para él estar haciendo absolutamente nada! ¡Será cabrón! –ya me estaba asustando, así que me puse de pie y me paré frente a él, frenando su marcha enfurecida. Al verme, relajó el resto pero seguía muy serio.
-No entiendes, Bella. –murmuró negando con la cabeza.
-Entonces, explícamelo. –le exigí.
Él asintió, me tomó de los hombros y me hizo sentarme de nuevo.
-Escucha, este caso de Paul, antes estaba en mis manos, pero desde que pasó lo que pasó hace unas semanas contigo, ya no estoy en él. Riley, mi superior, me sacó del caso por mezclarme demasiado con los implicados. Y sí, me refiero a ti.
Yo no sabía qué decir. Ya no tenía caso, y era por mi culpa. Al parecer él leyó mi expresión porque tomó mi rostro entre sus manos y sonrió.
-No es tu culpa, yo no debí relacionarme demasiado. Sabía lo que pasaría si lo hacía y aun así no me importó, ahora debo asumir las consecuencias. Aunque aquí entre nos, me he mantenido al tanto de todo, ya que Bree, mi compañera, si está dentro y ella me mantiene informado de los avances. –se encogió de hombros y sonrió. Sinceramente poco había entendido de lo que decía, pues no podía obviar el hecho de que tenía mi rostro entre sus manos.
-Edward… yo, yo no quería que nada de esto pasara. Lo juro. –mi voz salió como un susurro de mis labios.
-Shhh… -me calló poniendo un dedo sobre mis labios.- Bella, yo no me arrepiento de nada… Esa noche, cuando entré y lo vi encima de ti moliéndote a golpes, nada me importó más que tú, tu bienestar. Sólo eso pensaba, en salvarte, en tenerte a salvo de él. Nada más. Luego cuando la ambulancia llegó y te llevaron no pude ir contigo, me sentía culpable de lo sucedido. ¿A caso no lo ves? No me importa ni el caso, ni Riley, ni nada, sólo tu… Porque estoy enamorado de ti, Bella.
Su confesión me caló hondo en el corazón, Dios, él estaba enamorado de mi tanto o más que yo de él. Eran correspondidos mis suspiros, mis noches sin sueño, sin embargo, aun en mi mente reposaba latente las mentiras que me había hecho creer. Tomé sus manos, que aun acunaban mi rostro y las aparté.
-Edward, pero tú me engañaste. –le acusé frunciendo el ceño, manteniendo sus manos entre las mías.- Sé que es tu trabajo y todo, pero pudiste haberte mantenido en plan amigo, o lo que sea que fuese eso. Al menos así, sería más fácil sobre llevar la verdad. En cambio, dices estar enamorado de mí, y… y yo lo estoy de ti, por eso no lo soporto. –negué con lamento.
-Isabella, debes saber que es la completa verdad cuando digo estar enamorado de ti, no son ideas mías ni nada por el estilo. Contigo siento lo que no he sentido nunca y me gusta. Pero también me asusta. Sé que la manera en que nos conocimos no fue la mejor, pero te prometo, te juro que si me das la oportunidad de entrar en tu vida de nuevo, sabré quererte como ya venía haciéndolo, te protegeré de todo, te hablaré de mí todos los días, conocerás a mi familia…
-Edward, para, ¿qué dices? –moví la cabeza sin entender.
-Te he extrañado muchísimo, Bella. Casi no duermo pensando en qué estarás haciendo, con quién estás, en qué piensas. Me creas o no, calaste hondo en mí, no me importa lo que tu pienses, que te utilicé, que te usé y todo lo demás. Sé que sientes algo por mí, así como yo lo siento por ti. No lo ocultes y perdóname, por favor. –esto último lo murmuró muy bajito, mirándome con ojitos de borrego a medio morir.
Yo abría la boca para decir algo, pero nada salía de mis labios, Dios, ¿qué podía decirle? “Te perdono, ahora seremos felices para siempre.” No. Las cosas no eran así, todo era un poco más complicado. Suspiré…
-Edward, yo… Yo no creo que esto… -no me dejó seguir, tomó mi rostro entre sus manos y me calló con un beso. Sus labios se sintieron cálidos y bien recibidos sobre los míos; que les respondieron ávidos ignorando cualquier orden proveniente de mi cerebro. En ese momento éramos sólo él y yo, nadie más. Por un momento, decidí olvidarme de sus mentiras, de Paul, de todo aquello y concentrarme en ese beso que me estaba haciendo sentir viva de nuevo. Cerré los ojos y mis manos volaron a su pelo, enredé mis dedos en su cabello tirando de él. Sus manos descendieron, hasta abajo, posándolas en mi cintura, manteniéndome allí.
Tuve que ser yo la que me apartara, él suspiró pero me soltó y yo me alejé unos pasos, dándole la espalda. Mi mente, que se iba librando de la anestesia que resultaba ser su cercanía iba desapareciendo poco a poco dejándome pensar con claridad. Al final, no era pasa eso que había venido a verlo, mejor irme por allí y así salirme por la tangente. Aclaré mi garganta.
-Yo sólo vine, para saber un poco sobre el por qué de cómo encontré la casa al ir para allá… -me giré y él me miraba con el ceño fruncido.- ¿Puedes aclararme la duda o ya debes irte?
-Está bien, Isabella. Será como tú quieras. Y con respecto a tu pregunta… -se acercó hasta estar a mi lado.- Cuando sepa algo, te lo diré. –y con eso, sólo con eso, pasó a mi lado dirigiéndose a la puerta. Yo estaba clavada en mi sitio, no podía moverme. Estaba impresionada de cómo de momento a otro cambió de actitud. No hice nada… Más que verlo salir cerrando con un ruido sordo.
Por la noche, cuando mi hermano y mi cuñada llegaron se sorprendieron al verme alicaída. Mi hermano, hombre al fin, después de un par de palabas se lo atribuyó “al encierro al que yo misma me había confinado”. Rose, más receptiva y protectora, me interrogó luego de que mi hermano se fuera a por una ducha, no tuve más remedio de contarle lo sucedido.
-¿Por eso me pediste su número? –alzó una perfecta ceja y yo asentí.- Me sorprendió en gran manera que lo hicieras, ya que tú tenías su número y…
-Lo eliminé cuando recuperé mis cosas al salir de la clínica. –le aclaré.
-Ok… Bueno, ¿y qué harás? Porque no puedes estar así todo el rato. Debes hablar con él, no mas mírate, Bella. –me señaló. No tenía que verme para saber cómo estaba, seguro daba miedo. La miré.
-Rose, no es fácil… Es que… -me calló con un movimiento de sus manos.
-Cállate y escucha. Haz lo que te digo, mañana, habla con él… Lleguen a algo, no sé. Sólo hablen, y deja de ser tan cabezota. –me acarició el cabello y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Ella tenía razón, tenía que abrirme a las explicaciones de Edward, si quería vivir bien conmigo misma…. Aunque sea un poco.
Luego de haber tenido mi pequeña charla con Rose, me fui a mi habitación, eran como eso de las diez de la noche, cuando estaba a punto de dormir, hasta que mi cuñada asomó su cabeza por la puerta con una sonrisa en sus labios. La miré sin entender por qué sonreía, tal vez si estaba loca, después de todo.
-¿Puedo hacer algo por ti, Rose? –ella se adentró a la habitación y como niña pequeña soltó una risilla. Alcé una ceja.
-¡Está aquí, Bella! –chilló en voz baja, como si eso fuera posible.
-¿”Está aquí”? ¿De qué estás hablando, Rose? –la tomé de los brazos para que dejara de moverse de lado a lado, como león enjaulando; poniéndose la mano en la boca y diciendo cosas que yo no podía entender.
-Ains, pues quién más, Bella. ¡Edward! Edward está en la puerta y preguntó por ti. –rió como niña y yo no salía de mi estupor al oírla. ¿Qué, qué? No.
-Aguarda, ¿está en la puerta? –Ella asintió.- ¿Y qué demonios hace aquí? –le cuestioné frunciendo el ceño, cruzándome de brazos. Ella al ver mi reacción, se paró de inmediato y me miró seriamente.
-Ah no, Bella. Recuerda lo que te dije hace rato. Deja la cabezonería y escúchalo. Por favor.
Cómo negarme a ese puchero… Pensaba mientras me dirigía a la puerta, con el corazón latiéndome a mil. Acomodé mi bata, atando el ludo a un lado de mi cadera. Vaya pintas con las que lo iba a ver… Daba pena.
La puerta se encontraba entreabierta, tomé una bocanada de aire y tiré del pomo. Allí estaba él, con su pelo broncíneo centellando bajo la luz de la lámpara del pasillo, con la vista clavada en el suelo hasta que la alzó para verme. No pude evitar notar cómo me miró, mejor decir, me escaneó con la mirada. Aclaré mi garganta tratando de no pensar en eso.
-¿Qué quieres, Edward? –le cuestioné, saliendo al pasillo con él, queriendo evitar a la cotilla de mi cuñada y el protector de mi hermano asomados, viendo qué hacemos o qué decimos.
-Disculparme, no te traté de la mejor manera cuando me fui ésta tarde y me siento mal por ello. Sin embargo, siento que fue por cómo me trataste, me sentí impotente cuando pasó todo aquello y me des cobré contigo misma, lo lamento. –dio un paso hacia adelante, él mismo paso que había dado hacia unos segundos para alejarse. Suspiré.
-Perdóname tú a mí, fui una tonta, quise aferrarme a estupideces para lastimarte y alejarte de mí. Nadie lo siente más que yo, discúlpame…
No me dejó terminar, noté su movimiento hacía mí, tomando mi rostro entre sus manos suavemente, como si fuera una muñequita de cristal, esas de las cuales apenas miras, se rompen. Contuve el aliento un momento y fijé mis ojos en los suyos. Chocolate contra esmeralda.
-Bella, yo sólo te pido una oportunidad, nada más. Una oportunidad para enmendar mi error al mentirte. Una oportunidad para conocerte cada día más y que tú hagas lo propio conmigo. Una oportunidad para empezar de cero…
Dejó las palabras fluir en el aire, evaporándose. Yo sólo podía pensar en una cosa, en las palabras de Rosalie. Tal vez mi rubia cuñada si tenía razón, tal vez si debería dejar mi dureza y ceder un poco, Edward había venido hasta aquí, sólo para disculparse. Eso valía, ¿no? Su mirada me suplicaba que le aceptara, que le permitiera estar a mi lado, que le diera la oportunidad.
Sin pensarlo, mi corazón palpitó y esa fue mi respuesta. No podía echarme a morir cuando mi bálsamo, mi solución estaba ahí, frente a mí, no me importaba que Paul aún anduviera suelto, que mi hermano estaba seguramente con la oreja pegada a la puerta o si quiera que algo pudiese salir mal. Lo intentaría, quería hacerlo.
Con cariño, le sonreí. Llevé mis manos a sus mejillas y él respiró aliviado. No podía engañarme a mí, mucho menos a él.
-Aunque no quiera admitirlo, aunque mañana diga que es mentira, aunque me vuelva loca por lo que diré… Quiero que sepas que te odio… -murmuré suavemente. Él me miró con los ojos abiertos como platos, sin entender. Yo sonreí. – Te odio pero te quiero…
Y antes de que pudiera hacer otra cosa, ya tenía sus labios sobre los míos, llenándome con su esencia, calmándome los miedos y las incertidumbres.
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Mis amores. Espero les guste. Trataré de subir dos capítulos por mes, si me ayudan con sus votos y comentarios será más fácil. Las adoro.
Un beso.
PrincessCullen.
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