SÁLVAME
Capítulo 1: Recuerdos.
Bella PoV
—Bella… —susurró él contra mi cuello mientras me embestía con fuerza y yo enterraba mis uñas en su espalda, cerrando los ojos sin poder evitarlo.
Sus gruñidos y jadeos inundaban nuestra habitación, el sudor cubría nuestros cuerpos en una fina capa, dándonos a ambos un tono perlado bajo las tenues luces de la habitación que descendían sobre nosotros y nos cubrían como una manta. En el ambiente se podía oler la lujuria que él desprendía, su deseo de poseerme, de hacerme suya, como si el día de mañana no llegaría jamás.
—Grita mi nombre, Bella... —ordenó, mientras una de sus manos se perdía en mi cabello. Yo sólo gemí. Era lo único que podía hacer ahora, a penas si podía moverme con su peso sobre mí, ejerciendo toda su fuerza mientras se movía.
De mis labios no salía palabra alguna.
— ¡Grítalo! —exasperado, tiró de mi cabello al mismo tiempo que me embestía con una fuerza bestial, lastimándome.
— ¡Paul! —grité con fuerza aferrándome a sus hombros mientras arqueaba mi espalda buscando aunque sea separarme un poco. Sentía que me estaba asfixiando, necesitaba respirar algo que no fuese el aroma de su colonia mezclada con el sudor de su piel.
—Eres mía, Bella... —dijo mientras me apretaba contra su cuerpo fuertemente, como si quisiese fusionarse conmigo, como si no quisiese que me apartase jamás de su lado. Un abrazo que seguro te dejará aún más moretones. Más de los que ya tienes, tonta. Fastidió mi cabeza.
Yo no contesté nada ante su afirmación porque sabía que si le llevaba la contraria se me vendría un infierno encima, además, aún no me encontraba la voz. Así que simplemente asentí, dándole total y completa razón.
Unas cuantas estocadas más y explotamos en un orgasmo salvaje, él al menos. Yo por mi parte lo fingí, como hacía la mayoría de las veces que teníamos relaciones. Paul se dejó caer a mi lado con un jadeo cansado y me atrajo a su pecho mientras me rodeaba con sus brazos y yo me quedaba estática, observando el techo perdido entre las tiniebla de la noche. Pensando. Les suplico, no se dejen engañar por esta fachada de una pareja de jóvenes enamorados que comparten una noche de sexo salvaje. Les aseguro que no todo es como se ve, este momento de paz me duraría al menos unas cuantas horas.
Un ronquido me indicó que se había dormido, así que lentamente, con cuidado, salí de entre sus brazos y me levanté de la cama. Caminé al baño abrazándome a mí misma. Entré y cerré la puerta.
Miré mi cuerpo desnudo en el espejo y solté un pequeño jadeo. Los moretones ya se formaban en mis hombros, cuello y mejillas, mi labio inferior estaba roto e inflamado. Me dolía todo el cuerpo; mis ojos se humedecieron. Dejé de ver esa horrible imagen de mí misma y me metí a la ducha, necesitaba un baño que me relajara después de lo vivido hoy, hacía apenas unas horas atrás.
A mitad del baño no aguanté más y me derrumbé. Me dejé caer contra la fría pared de azulejos hasta que quedé sentada en el piso, con el agua cayendo directamente sobre mí, recorriéndome. Rodeé mi cuerpo con los brazos y dejé que el agua corriera por mi cuerpo, limpiándome, aliviándome un poco en tanto mi mente viajaba tres años atrás; cuando creí haber conocido al hombre de mi vida.
Emmett, mi hermano mayor, me había pedido ir con él a una fiesta a la que lo habían invitado. “La mejor fiesta del año” había dicho el anfitrión. Uno de los tontos amigos de mi hermano. Un par de horas después de haber llegado, mientras yo estaba sentada en un sofá con una cerveza entre mis manos vi a mi hermano acercarse junto con otro chico.
—Bella, te presento a mi amigo, Paul... Paul, ella es mi hermanita, Bella Swan —había dicho Emmett señalando al chico moreno a su lado, el cual tenía una amplia sonrisa siendo dirigida hacia mí. Le sonreí de regreso.
—Un placer, Bella —dijo antes de tomar mi mano derecha y depositar en el dorso de esta un dulce beso que me dejó sorprendida, con los ojos abiertos como platos. Sin embargo, logré recomponerme para poder responderle.
—El placer es mío, Paul —sonreí como boba mientras hablaba. Este hombre era hermoso, su piel morena se notaba tersa, suave. Me encantó de inmediato. Tenía unos ojos negros preciosos e intensos, a demás de que era exageradamente musculoso y corpulento.
Desde ese día Paul y yo habíamos quedado enganchados irreparablemente el uno del otro. Siempre estábamos juntos, salíamos a todos lados, él conmigo y yo con él; no había fuerza que nos separara y cada día sentía que me enamoraba más y más de él. El día que se me declaró en matrimonio creí ser la mujer más feliz de este mundo.
Estábamos en casa de mi hermano cuando ocurrió. Emmett me enseñaba a jugar Mario Bross en la consola del PS3, Paul entró al living un tanto desconectado del mundo y eso captó mi atención, más no lo mencioné por no querer ser imprudente. Pero, en pleno juego se paró delante de la pantalla de la TV y me miró a los ojos fijamente. Me puse de pie por inercia, no sé. Él se acercó bajo la atenta mirada de Emmett.
—Bella, he descubierto que eres la mujer que necesito en mi vida. Nunca podría amar a alguien como te amo a ti, eres mi todo... No soy nada si no te tengo conmigo. Por favor, Bella… ¿Te…te casarías conmigo? —había preguntado nervioso; con su rodilla pegada al piso. Con una de sus manos sostenía mi mano izquierda, mientras que con la otra me mostraba una cajita conteniendo un precioso anillo de diamante.
En mi pecho las emociones estallaron con fuerza. Mi corazón palpitaba frenéticamente, tanto así que podía escucharlo en mis oídos con total claridad. Tenía los ojos puestos en la hermosa pieza de joyería, pero de mis labios no salía nada salvo mis bocanadas de aliento.
« ¡Bella habla, él espera tu respuesta! » Gritó mi mente. Tenía razón.
Tomé una enorme bocanada de aire.
— ¡Claro que sí! —chillé efusiva, feliz. Me abalancé a sus brazos, rodeándolo con los míos. Después de un muy fuerte abrazo y un beso lleno de promesas y esperanzas se separó y adornó mi dedo con el anillo.
Tantos recuerdos lindos que tenía con Paul, que me era imposible no sentir dolor por lo que estábamos viviendo ahora, pues le quiero. Porque sí, yo lo quiero, aunque no lo merece. En momentos así, cuando estaba sola y podía pensar, me daba cuenta que era una tonta con todas las letras, ¿cómo podía seguir queriéndolo aún después de todo lo que me había hecho?
El agua comenzó a salir helada así que di por terminado mi baño. Cuando salí del baño envuelta en una toalla me acerqué de inmediato al armario para buscar qué ponerme. Finalmente me vestí con un pantalón holgado de algodón y una camisa blanca; me calcé mis pantuflas y salí de la habitación. En el pasillo había todo un desastre, los cuadros estaban en el piso, uno que otro florero roto y restos de flores por todo el suelo. Suspiré y comencé a recoger todo mientras recordaba lo ocurrido.
Estaba en la cocina preparando la cena para Paul, quien llegaría en unos minutos. Cuando la estaba sirviendo oí la puerta de su auto cerrarse y los pasos acercándose a la puerta. Mi corazón se iba acelerando. Se abrió y se cerró la puerta de la casa, los pasos entraron a la cocina y sus brazos rodearon mi cintura. Temblé.
— ¿Cómo está mi mujer? —susurró contra mi cuello. De inmediato el aroma a licor inundó mis fosas nasales. Cerré los ojos un momento, tragando el nudo que se me había formado en la garganta para así poder hablar con naturalidad.
—Bien, amor —mi voz ahogada de puro miedo me asustó incluso a mí misma. “Contrólate…”
—Qué bien, ¿ya está lista la cena? —cuestionó mientras me soltaba y se dirigía al comedor con andar pesado. En el camino, se deshizo del saco y la corbata, dejando ambas cosas sobre la encimera. Luego tendría yo que recogerlo.
—Sí.
Asentí para mí misma y le llevé todo lo necesario a la mesa. Mientras él comía yo me mantuve en segundo plano, simplemente observándole.
Pasó lo que me pareció un tiempo interminable mientras él terminaba de comer su guarnición. Tenía que decirle de la calefacción, pero de sólo pensar en mencionárselo comenzaban a dolerme los músculos y a tronarme los huesos.
—Mhm, Paul... Esta mañana vino el chico encargado de arreglar la calefacción… —comenté nerviosa manteniendo mi vista fija en mis manos que reposaban sobre mi regazo. Él dejó caer el tenedor con un sonido sordo, yo di un brinco en mi sitio.
— ¿Para qué demonios vino? —graznó.
Me permití alzar la vista y ahí estaba él, taladrándome con su mirada. Me estremecí en mi lugar.
—A arreglarla. ¿Recuerdas que no estaba funcionando bien? —mis manos comenzaron a sudar cuando él apartó el plato y apoyó sus manos en la mesa con gesto despreocupado.
—Isabella, la casa puede estar cayéndose pedazo por pedazo, eso no me importa. Pero, el que estés sola con hombres dentro de esta casa no me gusta. Lo sabes, ¿no? —empezó a decir lentamente; como si le hablara a una niña pequeña.
—Lo sé, pero a esa hora tú no estás y era la única hora en que él podía venir… —traté de explicar mientras poco a poco iba entrando en pánico bajo su atenta mirada y su gesto severo. Dios, no…
— ¡No busques excusas Isabella! —se levantó rápidamente y me encaró apoyando sus manos sobre la mesa. Mientras tanto, su ceño se fruncía de una manera alarmante y sus ojos llameaban de pura rabia.
—No… No son excusas…
— ¡Si lo son!... Son excusas para acostarte con él ¿verdad? ¡¿Verdad?! —y aquí íbamos de nuevo. Sabía lo que venía después de los gritos ensordecedores.
—Paul, por favor. Sabes que eso no es cierto. —dije mientras me levantaba de la mesa. Hice ademán de alejarme, pero él me sujetó del brazo fuertemente impidiéndomelo.
—Es cierto... ¡Eres una cualquiera! —levantó la mano para abofetearme. En aquel momento no sé de dónde saqué la fuerza y me zafé de su agarre corriendo escaleras arriba. Sin embargo, sólo me dio tiempo a llegar al piso superior, en el pasillo me alcanzó y me tomó del brazo haciéndome voltear para verle. Estaba furioso, podía notarlo en lo tenso de sus facciones.
— ¿Por qué escapas, eh? —me zarandeó. Me pegó luego contra la pared y el dolor de cabeza se me disparó a mil.
Y ahí empezó otra ronda de golpes y empujones. Cada vez estábamos más cerca de nuestra habitación, yo sólo lloraba y aguantaba cada golpe, hasta que me obligó a entrar al cuarto y me levantó del suelo besándome con furia, rompiendo mi labio inferior en el acto.
—Te enseñaré que tú eres mía… —dijo con rabia y me empujó sobre la cama, rompiendo mi ropa bajo sus manos.
Eso es lo que había ocurrido. Eso es lo que venía ocurriendo desde hacía dos años atrás. Seguramente se preguntarán por qué aguanto tanto, pues primero, porque aún lo quiero. Sí, lo sé, soy una tonta masoquista, pero qué puedo hacer, así es. En segunda, no tengo a quién contarle esto; mi familia se volvería loca. Mi madre, una mujer obsesionada con todo eso de las clases sociales, la élite y aquellas boberías, primero le concedería a Paul mi acta de defunción antes de si quiera mencionarlo por allí. Mi padre es el títere de mi madre, así que si al menos se lo mencionara, él no movería ni un dedo sin que ella lo aprobase. Y claro, eso no ocurriría. Por otro lado están mis amigas… Bueno, mis amigas no tenían por qué enterarse de mi desdicha, de lo horrorosa que era mi vida, sobre todo Rose. Decírselo a ella era decírselo a mi hermano y sería un desastre total. Y tercera, él había amenazado con matarme si abría la boca. Sonará trillado, a mentira o exagerado, pero es así… No tengo escapatoria.
Así que les doy la bienvenida a mi infierno personal.
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