Ciegos al amor

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 03/11/2017
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 11
Visitas: 33829
Capítulos: 13

 

El multimillonario Edward Cullen había perdido la vista al rescatar a una niña de un coche en llamas y la única persona que lo trataba sin compasión alguna era la mujer con la que había disfrutado de una noche de pasión. ¡Pero se quedó embarazada!

Y eso provocó la única reacción que Isabella no esperaba: una proposición de matrimonio. Él no se creía enamorado, pero Bella sabía que ella sí lo estaba. Y cuando Edward recuperó la vista, Bella pensó que cambiaría a su diminuta y pelirroja esposa por una de las altas e impresionantes rubias con las que solía salir. . .

Cuando pueda verla, ¿seguirá deseándola?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Ciegos al amor de: Kim Lawrence. Yo solo la adapte con los nombres de Bella y Edward.

Espero sea de su agrado. :D

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3:

—¿Virgen? —terminó Edward la frase por ella. Bella dejó escapar un estrangulado suspiro—. ¿Pensabas que no me habría dado cuenta?

—Lo esperaba, sí —Bella se mordió los labios.

—¿Para creer que no había ocurrido nada? ¿Quieres ser una virgen profesional? —Se burló Edward—. La próxima vez que decidas criticarme, cara, recuerda que tú eres la mujer equilibrada que prefiere el sexo anónimo con un extraño que acostarse con su prometido.

—¡Yo no prefiero el sexo anónimo!

—Entonces sabías quién era yo.

—No tenía ni idea. Y tú tampoco sabías quién era.

—No, desde luego. Y la definición del diccionario de sexo anónimo es: mantener relaciones carnales con alguien a quien no se conoce.

—Mira, no sé por qué le estás dando tanta importancia al asunto. Cualquiera que te oiga pensaría que te drogué o algo parecido —protestó Bella—. Ocurrió y no pienso enfadarme conmigo misma por ello. Y, para tu información, a mí me hubiera gustado mantener relaciones sexuales. Era Mike quien no. . . —de nuevo, no terminó la frase, mortificada por haber hablado demasiado.

—¿Tu prometido no quería acostarse contigo? —preguntó Edward.

Cualquier hombre que no hubiera querido acostarse con ella tenía que ser un imbécil.

—Se enamoró de otra persona y. . . mi vida personal no es asunto tuyo —replicó Bella.

—Ya, claro, dime qué más debo pensar. Apareciste de repente fingiéndote una chica de la limpieza. . . dices que no querías acostarte conmigo, pero al final lo hiciste.

—Yo no lo planeé. Fue un accidente. . . no sé, sexo por compasión.

Se arrepintió inmediatamente de haber dicho eso porque era mezquino, además de una mentira. Pero había veces en las que sólo funcionaba una mentira y ella estaba desesperada.

—Sí, por supuesto, cara —dijo él, irónico.

—Ah, ya. Hace un minuto era capaz de acostarme contigo para conseguir un artículo y ahora, de repente, me acosté contigo porque eres totalmente irresistible, ¿es eso? A lo mejor sólo sentía curiosidad. Nunca me había acostado con un ciego.

—Nunca te habías acostado con un hombre.

—Pues espero que eso te haga sentir especial —dijo ella, enfadada—. Y no entiendo por qué estás tan enfadado conmigo. A menos que sea porque te molesta que viera más allá de tu fachada de machito. No te preocupes, sé que lo que pasó no era nada personal.

—¿No era personal?

—Tú necesitabas a alguien y yo estaba allí.

Edward arrugó el ceño, apartando de sí el recuerdo de lo que había sentido cuando la tuvo entre sus brazos. Saber que era su primer amante lo había sorprendido, pero también lo había excitado, más de lo que hubiera podido imaginar.

—Es cierto que siempre ha habido cosas, cara, que prefiero no hacer solo. . . —la deliberada crudeza hizo que Bella se pusiera colorada—. Es una manía mía. Pero si estamos hablando de necesidades, yo diría que tú me necesitabas al menos tanto como yo a ti. ¿Vas a poner eso en tu artículo? ¿Esta es una visita de cortesía para informarme de la inminente publicación? Cuéntame, ¿desde qué ángulo vas a contar la historia?

—¡Vete al infierno!

—Que es donde estaba cuando tú me sacaste al compartir tu delicioso cuerpo conmigo. Mira, ése podría ser un ángulo interesante: Cómo salvé al millonario compartiendo generosamente mi cuerpo con él. Pero debo decirte que sólo fue una noche de sexo, no fuiste mi salvación eterna.

Eso era algo que se había dicho a sí mismo en más de una ocasión.

—Créeme, no querría serlo —replicó ella.

—¿Por qué has venido entonces?

—Porque estoy embarazada —Bella lo había dicho sin pensar—. Estoy embarazada de doce semanas.

Edward, que estaba estirándose la corbata de seda, se quedó inmóvil. Durante unos segundos no hizo nada en absoluto, incluyendo, o eso le pareció a Bella, respirar.

—¿Embarazada?

—Fue una sorpresa para mí, te lo aseguro.

El corazón de Edward, y todo el mundo a su alrededor, parecían haberse detenido.

—¿Estás segura?

—¿Crees que habría venido a verte si no lo estuviera? ¡Pues claro que estoy segura! —exclamó ella, un sollozo escapando de su garganta.

—¿Estás llorando?

—No, no estoy llorando —a través de las pestañas mojadas, Bella vio que él se tapaba la cara con las manos—. Y no sé tú, pero yo no veo ninguna necesidad de hablar sobre cómo o por qué. . .

—Creo que los dos sabemos cómo y por qué.

—El por qué sigue siendo un misterio para mí, pero estas cosas pasan —Bella se mordió los labios, incómoda.

—No, a mí no.

—Bueno, a mí tampoco me había pasado hasta ahora.

—¿Y crees que no lo sé? —le espetó él. No sólo había dejado embarazada a una mujer, había dejado embarazada a una virgen. En algunas sociedades, ésa sería una ofensa capital.

—Mira, no te preocupes. Yo no espero nada de ti, sólo he venido porque me parecía mi obligación decírtelo. . . y ahora que te lo he dicho tengo que marcharme — Bella se colocó la bandolera del bolso firmemente al hombro.

—¿Te vas?

—Sí.

—Esto es irreal.

Ella lo entendía porque pensaba lo mismo.

—Sé que no es fácil de aceptar al principio, pero te dejaré mi número de teléfono por si quieres ponerte en contacto conmigo.

Probablemente tiraría el número a la papelera en cuanto se hubiera ido, pensó, pero al menos habría hecho lo que debía hacer.

—¿Quién eres? —le preguntó Edward entonces.

—Ya te lo he dicho, Bella Swan.

Él sacudió la cabeza, impaciente.

—No, quiero decir, quién eres. . . ¿por qué estabas limpiando la habitación esa noche? ¿Qué hacías en un helado castillo en medio de ninguna parte? —Edward sólo había notado el frío cuando ella se marchó—. La mujer con la que hablé al día siguiente. . .

—Rosalie, mi cuñada. Yo le pedí que no. . . —Bella pudiera oír el estridente sonido de un teléfono a lo lejos y le pareció extraño que cosas normales ocurrieran en otros lugares del edificio mientras ella estaba experimentando el momento más extraño de su vida. No volvería a quejarse de cosas mundanas otra vez.

—¿Qué no me dijera dónde estabas?

—Aunque no le hubiese pedido que fuera discreta, mi cuñada no habría dicho nada.

—¿Discreta? Se inventó no sé qué historia sobre una epidemia.

—No se la inventó, era verdad —suspiró Bella—. Mira, ya te he dicho que yo no voy por ahí acostándome con extraños y me marché porque. . . estaba avergonzada — recordaba la vergüenza que había sentido cuando despertó con la cara de un hombre entre sus pechos.

Lo recordaba todo con gran detalle: el calor de su aliento, el sensual roce de su barba sobre la sensible piel.

Pero incluso llena de horror y vergüenza por lo que había hecho, no había podido resistir la tentación de pasar una mano por su pelo antes de apartarse.

—¿Entonces estás emparentada con la gente que lleva el castillo Hall? — preguntó Edward.

Bella asintió con la cabeza, pero recordó después que él no podía verla.

—La familia de Rosalie, mi cuñada, es la propietaria del castillo. Había una epidemia de gripe en la zona y mi hermano estaba en cama, así que Rosalie no te mintió: yo les estaba echando una mano.

—El hombre del que me hablaste esa noche. . . Emmett, ¿es tu hermano?

Bella no recordaba haber mencionado a Emmett en absoluto.

—Sí, lo es. Rosalie y él tienen dos gemelos. . . pero bueno, supongo que eso a ti no te interesa.

Si aquel hombre no quería saber nada sobre su propio hijo, no iba a estar interesado en los hijos de un extraño.

—Tal vez deberías sentarte —dijo Edward.

—No, estoy bien así.

—Entonces me sentaré yo.

Bella lo vio doblar su altísima figura para dejarse caer sobre una silla, como si de repente se hubiera quedado sin fuerzas.

El silencio se alargó durante unos segundos. . .

—Esto no puede ser una broma. . . ¿estás embarazada de verdad?

—Sí.

Edward estaba un poco pálido pero, considerando la bomba que acababa de soltar, parecía tomárselo bastante bien. . . aparte de la vena que latía en su frente.

—¿Lo habías planeado?

—¿Perdona? —Bella se puso tensa.

La frialdad en su normalmente expresiva voz lo hizo entender que esa pregunta le había parecido un insulto y la frustración de no ver su cara era como un puñal en el pecho. Había habido muchos momentos amargos desde que perdió la vista; momentos en los que incluso tuvo que llorar de impotencia. Pero nunca lo había lamentado tanto como en aquel momento.

—¿Crees que lo tenía planeado?

—Es una posibilidad —dijo él, aunque sin mucha convicción.

—Sólo si tienes una mente retorcida. Pero no te preocupes, no quiero nada de ti. He venido a decírtelo porque me parecía que era lo que debía hacer.

—¿Lo que debías hacer?

—Si hubiera sabido que ibas a crear una teoría de la conspiración, no me habría molestado. Evidentemente, crees que todas las mujeres quieren quedar embarazadas de un hombre tan importante como tú. . . bueno, pues deja que te diga una cosa: a mí no me pareces una joya precisamente. A menos que te gusten los hombres cínicos y malvados. . .

—Ah, ahora soy cínico y malvado.

—Para tu información, si hubiera podido elegir al padre de mi hijo, no serías tú. Pero piensa lo que te dé la gana, me da igual.

Edward oyó el ruido del picaporte y se dio cuenta de que Bella iba a marcharse. Otra vez. Y la rabia que sintió fue seguida por algo que se negaba a reconocer como pánico.

—Cásate conmigo.

Esa orden, porque no era un ruego, hecha con tono seco, arruinó su perentoria salida.

—Quieres reírte de mí, pero. . .

Cuando lo miró se dio cuenta de que no estaba riéndose. Ni siquiera estaba sonriendo. Ni un solo músculo de su cara se movía y los preciosos ojos verdes estaban concentrados en su cara.

Bella se dijo a sí misma que el peso que sentía en el pecho era compasión. La clase de compasión que sentiría por alguien que hubiera sufrido una tragedia.

—Pensé que habías dicho. . .

—Me has oído, Isabella.

La directora de su instituto era la única que la llamaba Isabella, pero ella no hacía que su corazón se acelerase.

—¿Estás proponiéndome que me case contigo?

—¿No era eso lo que tú querías? —Edward, que se había quedado casi tan sorprendido como ella por la proposición, ahora veía que era la única salida—. ¿No es eso para lo que has venido aquí?

Bella abrió los ojos como platos.

—Nunca en un millón de años hubiera esperado eso. . . ni lo habría deseado. Mira, no sé si hablas en serio o. . .

—No es un tema sobre el que esté dispuesto a bromear, te lo aseguro.

A pesar de que se mostraba ofendido, Bella no estaba segura. La personalidad de aquel hombre, y los motivos que lo movían, eran un enigma para ella; algo irónico considerando que la conocía más íntimamente que cualquier otro hombre.

—¿Y no te parece que estás exagerando?

 Como si las cosas no fueran ya bastante complicadas, tenía que añadir una idea absurda como ésa a la mezcla. . . y hacerla pensar en lo diferente que sería todo si lo que habían compartido no fuera sólo sexo.

—¿Ante una situación tan trivial como que vayas a tener un hijo mío? —le espetó él.

—Un hijo nuestro —le recordó Bella. Su repentina actitud posesiva era algo que la hacía sentir incómoda.

—Yo tengo una idea un poco anticuada sobre la familia.

—E imagino que tu novia también la tendrá —dijo ella—. Mira, yo no estoy tratando el asunto como algo trivial, sólo estoy intentando ponértelo fácil. No pienso hacer ninguna demanda, no voy a exigirte nada.

—Deberías hacerlo —murmuró Edward—. ¿Y a qué novia te refieres?

—A Jane.

—Jane no tiene por qué preocuparte.

—Pero supongo que ella tendrá algo que decir sobre este supuesto matrimonio, ¿no?

Y probablemente en voz alta, además. Para esa gente, la publicidad era una forma de vida. Para Bella, la idea de que su vida personal se convirtiera en moneda de cambio en las columnas de cotilleos era algo impensable.

—¿Qué tiene esto que ver con Jane?

—Más que conmigo, supongo —dijo Bella, sorprendida por el desinterés que mostraba por su ex amante. Aquel hombre era tan despiadado en su vida personal como en los negocios.

—No digas tonterías.

—¿Yo digo tonterías? —Rió ella, llevándose una mano al pecho—. No he sido yo quien ha dicho que deberíamos casarnos. ¡Pero si no sabías mi nombre hasta hace diez minutos!

Aquella situación era absolutamente irreal. Pero lo más horrible era que, durante un segundo, casi había empezado a considerar la idea.

—Pero yo sabía otras cosas sobre ti, Isabella.

La inferencia sexual hizo que se ruborizase.

—No me conoces en absoluto.

—¿Tienes miedo de que un hombre ciego no pueda ser un buen padre?

Pensar en las muchas cosas que nunca podría hacer lo atormentaba. Y saber que nunca vería la cara de su hijo era como un cuchillo en su corazón.

—Que seas ciego no tiene nada que ver —dijo Bella—. Dicen que las mujeres se sienten instintivamente atraídas por los machos alfa para tener hijos y como tú eres el macho más alfa del planeta. . .

—Un hombre que necesita ayuda para cruzar la calle no puede proteger a su hijo del peligro.

El corazón de Bella se encogió al reconocer el miedo y la duda que había bajo esa fachada de seguridad.

—Ser ciego no te convierte en un mal padre o en un mal ejemplo —le dijo. Al contrario que acostarse con actrices rubias de largas piernas, en su opinión—. No tiene nada que ver con la situación. . . aunque si tú hubieras sido capaz de ver, nada de esto habría pasado.

—Quieres decir que yo no hubiera estado en Escocia esa noche.

—Quiero decir que habrías podido verme y no soy tu tipo.

Por un segundo deseó no haber dicho nada y dejar que Edward siguiera teniendo una imagen irreal de ella pero, por tentador que fuera, no podía hacerlo.

—Creo que deberías dejar que yo juzgara eso. Además, he visto tu cara con mis dedos.

—Pues entonces podrías hacer lo mismo con tu hijo.

—Sí, es cierto.

—Tengo pecas.

—Ah, muy bien.

—Muchas pecas —insistió Bella.

—Eso, por supuesto, lo cambia todo —sonrió Edward. Pero luego su expresión se volvió solemne—. ¿Ese prometido tuyo, el que te engañó, te ha dejado tan mala opinión de ti misma?

—¡No! Yo nunca estuve enamorada de Mike.

¿Y por qué estaba compartiendo con él algo que ella misma había tardado meses en descubrir?

—Es posible que no seas mi tipo, pero no por el aspecto físico. No eres mi tipo porque eres muy complicada.

Esa acusación la dejó sin habla.

—¿Yo, complicada?

—Sí, tú. Y tampoco suelo tener relaciones con mujeres que necesitan que se les diga lo guapas que son.

—¡Yo no. . .!

—Y no suelo tener relaciones con mujeres que no pierden una oportunidad de señalar mis defectos.

—Y, sin embargo, aún sigues dispuesto a casarte conmigo —replicó Bella, irónica—. Mira, estoy segura de que tú podrías ser un buen padre, ciego o no, pero serías un marido espantoso y yo no quiero estar casada con un hombre que no me quiere.

—Ah, ya veo, el amor lo conquista todo —dijo él, sarcástico.

—Tal vez no, pero a pesar de mi aparente falta de autoestima, yo no voy a conformarme con un segundo plato.

Edward, sorprendido aún por ser llamado «segundo plato», oyó que se abría la puerta y los recuerdos que había estado intentando contener aparecieron en la superficie con impía claridad para torturarlo. Recordaba haberla sentido temblar cuando trazaba la curva de su cadera con los dedos o cuando acariciaba sus delicados pechos con la boca. Y recordaba oírla suplicar que no parase mientras besaba su garganta donde estaba el eco de su pulso…

Qué ironía; la única mujer con la que se había acostado pero a la que no había visto y tenía de ella un recuerdo más vivido que de ninguna otra.

Y estaba a punto de desaparecer otra vez.

Con los dientes apretados, Edward se levantó de la silla. Estaba a punto de lanzarse hacia la puerta cuando se detuvo. ¿Qué demonios iba a hacer?

La maldita pelirroja volvía a escapar. Que ella saliera corriendo y él la siguiera no era lo más sensato para un hombre que quería mantener cierta ilusión de control.

Con el rostro ensombrecido. Edward se dio la vuelta para dejarse caer de nuevo sobre la silla.

 

 

______________________________________________________

¿Bueno chicas que les ha parecido la historia?, ya saben que su opinión es muy importante para mí. ^_^

Me merezco algún votito o comentario o de plano no les ha gustado la historia? :P Lo dejo a su criterio ^_^

Bueno chicas, la historia solo consta de 12 capítulos y un epílogo así que las actualizaciones van a ser solo los lunes y viernes ya que es muy cortita, o prefieren que sea lunes, miércoles y viernes? Ustedes díganme, no quiero hacerlas esperar tanto si les gusta la historia.

Ok chicas, eso sería todo. Nos vemos el lunes! ^^; 

Capítulo 2: Capítulo 4:

 


 


 
14437845 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios