EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 61000
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 6: CINCO

Cuando regresó a la habitación de Edward, Isabella se sentó al lado de la ventana y permitió que su mente vagara. Le resultaba difícil identificar al hombre despiadado que conocía con la actitud amable que mostraba hacia su madre y su hermana. ¿Sería ella la que sacaba lo peor de él?

Estaba oscureciendo. Isabella miró por la estrecha ventana hacia las montañas que se alzaban en la distancia. Cuánto deseaba ser libre. Debería estar ahora mismo con Jacob en lugar de ser prisionera del Caballero Demonio.

Un sonido hizo que Isabella girara la cabeza. Se abrió la puerta y Alice entró en la habitación.

-Te he traído la cena, Isabella. Ven a comer. Isabella suspiró.

-Déjala ahí, Alice. Comeré más tarde. Ahora mismo no tengo hambre.

Alice dejó la bandeja, miró de reojo a Isabella y luego susurró: -Se están cociendo problemas.

-¿Qué clase de problemas?

-Los miembros de nuestro clan están enfadados con su señoría por tratarte mal.

-Dulce Virgen María -dijo Isabella con un tembloroso suspiro-. No quiero que haya un derramamiento de sangre por mi culpa. Debes decirle a nuestra gente que no me han tratado mal, que estoy bien y que me las arreglo.

-Se lo diré -dijo Alice con voz susurrada.

La conversación terminó de forma brusca cuando sir Jasper llamó a la puerta y luego asomó la cabeza.

-Ah, estás aquí, señorita Alice. Te buscan abajo.

-Intentaré volver más tarde -murmuró Alice.

Isabella se olvidó por completo de la cena y recorrió arriba y abajo la habitación, inquieta. Ya se había derramado suficiente sangre en Culloden como para toda una vida, y confiaba en que los miembros de su clan se dieran cuenta de que no contaban con armas ni con hombres como para lanzarse a la rebelión. No quería que ninguno de los suyos resultara herido por su culpa.

Alice no consiguió volver aquella noche a su habitación, así que Isabella se metió en la cama, pero le costó trabajo dormirse.

Edward se despertó al alba y echó a un lado la manta, estremeciéndose con el frío de la mañana. Se preguntó por qué los barracones eran tan fríos y pensó con afecto en la confortable habitación a la que había renunciado a favor de su provocativa prisionera.

Apartando de sí los pensamientos de Isabella, Edward se quedó mirando la fría chimenea y frunció el ceño. Normalmente uno de los sirvientes llegaba temprano y encendía un fuego en el hogar, pero por alguna razón, nadie había llevado a cabo aquella tarea esa mañana. Edward había aprendido a fiarse de su instinto, y ahora le decía que algo iba mal.

Vistiéndose rápidamente, Edward salió de los barracones para solucionar cualquier problema que hubiera podido surgir. Entró en el salón y deslizó la mirada por la estancia vacía antes de posada en el frío hogar. ¿Dónde estaba el alegre fuego que normalmente calentaba la espaciosa habitación? ¿Dónde estaba el sonido de las voces que habitualmente se escuchaban a aquella hora de la mañana?

El aire no llevaba ningún aroma a comida, no se oía el estruendo de las ollas y las sartenes en la cocina. Prevalecía un silencio que no presagiaba nada bueno. Edward cruzó a grandes zancadas el pasadizo hacia la cocina con enorme curiosidad. Estaba vacía. No se estaba preparando la comida para los hombres hambrientos que pronto ocuparían las mesas de caballete para desayunar. Edward se dio la vuelta y regresó al salón. Los tacones de sus botas resonaron huecos por el suelo de losa. Los hombres habían empezado a llegar al salón en busca de comida y cerveza, y Edward se preguntó con qué diablos se iban a alimentar aquellos hombres.

Edward atisbó a ver a Jazz y lo interceptó. -¿Qué está ocurriendo, Edward?

-Ojalá lo supiera. ¿Has visto a algún Swan por ahí esta mañana?

-No, pero miraré en la cocina.

-Ya he ido yo. Allí no hay nadie. Todo el maldito castillo está desierto. Si Isabella está detrás de esto, le partiré su hermoso cuello -apenas acababa de pronunciar aquellas palabras, se giró sobre sus talones y avanzó con resolución hacia la escalera de la torre.

Se detuvo bruscamente cuando divisó a Sam rengueando por el salón.

-¿Dónde está todo el mundo? -preguntó Edward con sequedad. -No hay comida en la mesa ni fuego en los hogares.

-Ni lo habrá si continuas manteniendo a Isabella prisionera en la torre -atacó el otro hombre. -No nos gusta lo que estás haciendo con nuestra muchacha, mi señor.

-No le he hecho nada -se defendió Edward-. Preguntadle a la señorita Alice si no me creéis.

-Eso no es suficiente, mi señor. Nuestra muchacha no debería estar encerrada y lejos de los suyos. Si no la sacas de la torre, nadie cocinará tu comida, ni trabajara tus tierras ni recogerá tus cosechas. Los pastores dejarán que los rebaños se descarríen. Tu fortaleza se vendrá abajo delante de tus ojos si los aldeanos no vienen cada día a servirte. Libera a la doncella de Cullen, señoría, y la gente volverá a sus tareas.

La furia se apoderó de Edward. Él era el señor de Cullen; ¿cómo se atrevían a darle órdenes?

Por el rabillo del ojo vio a sir Jasper de pie cerca de él. -¡Jazz! Escoge a tres hombres para que trabajen en la cocina hasta que haya puesto fin a este descarado acto de rebeldía.

Jazz le lanzó una mirada escéptica.

-Dudo mucho de que haya algún cocinero entre los soldados.

-Eso ya lo sé -respondió Edward con sequedad. Luego se dio la vuelta y se alejó de allí. Su rabia iba en aumento mientras subía la escalera de caracol que llevaba a la torre. Despidió al guarda con una inclinación de cabeza, metió la llave en la cerradura y entró de golpe sin llamar. Lo primero que percibió fue el calor de la habitación y las llamas que se elevaban y crepitaban alegremente en el hogar. Eso hizo que se pusiera todavía de peor humor. Dio un respingo violento cuando vio a Isabella de pie al lado de la palangana del lavabo en combinación. Estaba a contraluz, por lo que se le transparentaba el suave lino. Edward contuvo el aliento. El calor lo atravesó en espiral mientras se daba sin ningún pudor un festín con sus lujuriosas curvas y las seductoras sombras.

Tenía unos senos exquisitos; grandes y redondos, con deliciosos pezones de cereza. La apasionada mirada de Edward se deslizó por su estrecha cintura y sus sinuosas caderas, deteniéndose en el sombrío retal del vértice de sus muslos. ¿Sería del mismo fuego oscuro que tenía su cabello?, se preguntó clavando la mirada en aquella seductora parte de su anatomía. Su excitación fue instantánea, y Edward hizo un esfuerzo por ignorarlo. Trató de concentrarse en la razón por la que estaba allí, no en la seductora tigresa de las Tierras Altas que se las había arreglado quien sabía cómo para incitar una rebelión mientras estaba encerrada en la torre.

Isabella se quedó petrificada en el sitio. -¿Qué estás haciendo aquí? ¡Márchate!

Lanzándose sobre ella, Edward la acorraló contra el lavabo y la agarró de los hombros, hundiéndole los dedos en la suave piel. El calor de Isabella lo golpeó con fuerza arrebatadora, y Edward hizo un esfuerzo por conservar su control.

-¿Qué has hecho? -ella abrió los ojos de par en par, y Edward sintió cómo los hombros se le ponían rígidos bajo las manos.

-¡Yo no he hecho nada!

-No te hagas la inocente conmigo. Sabes de sobra lo que has hecho. Has animado a los miembros de tu clan a desobedecer abiertamente mi autoridad. La fortaleza ha quedado abandonada. Mis hombres tienen hambre y las chimeneas están frías.

La mirada de Edward se dirigió deliberadamente hacia el hogar de la habitación, hacia el fuego que ardía en él.

-En cambio el tuyo parece estar bien atendido.

-No me culpes por el comportamiento de los miembros de mi clan -protestó Isabella-. Les gustan tan poco los ingleses como a mí.

Edward se quedó mirándole los labios y de pronto se sintió a la deriva. Sus terminaciones nerviosas hormiguearon conscientemente y sintió cómo se ponía duro dentro de los ajustados pantalones. Trató de concentrarse en lo que Isabella estaba diciendo, cuando lo que en realidad deseaba era detener sus palabras con un beso.

La atrajo hacia sí.

-Nunca te he hecho ningún daño, no te he puesto jamás la mano encima, pero sé lo que me gustaría hacer contigo.

Isabella se quedó mirando fijamente los dedos de Edward, que estaban clavados en sus hombros.

-Ahora me estás poniendo la mano encima, mi señor.

Sus palabras parecieron tener poco efecto sobre él, que la atrajo más hacia sí hasta que su boca estuvo a escasos centímetros de la suya. Isabella sintió su hinchada virilidad apretándose contra su vientre y trató de arquearse, de no proporcionarle acceso.

-La verdad, mi señora -gruñó Edward contra sus labios. -¿Aconsejaste a los miembros de tu clan que abandonaran la fortaleza?

A Isabella le temblaban las rodillas cuando Edward la estrechó entre sus brazos. Podía sentir su fuerza bruta, apenas reprimida, y ella se sujetó al lavabo, agarrándolo con tanta fuerza que se le pusieron los dedos blancos.

-Ya te he dicho que no sé de qué estás hablando. No he hablado con nadie aparte de Alice.

La mirada plateada de Edward se dirigió hacia la boca de Isabella, y ella se estremeció bajo el repentino impacto de su fiero deseo. Se tragó la repentina oleada de miedo. No quería su deseo; quería que se fuera.

-Está claro que quedarte encerrada en una habitación no es una situación cómoda para ti -reconoció Edward-. Pero tengo motivos suficientes para aislarte. Estás trastornando a todo el personal de mi casa.

-Si los miembros de mi clan han abandonado el castillo, tú eres el único a quien culpar. Yo no tengo nada que ver.

Edward dejó de apretarle los hombros y le deslizó los brazos por la espalda, acariciándola y moldeándola a su cuerpo. Isabella se estremeció. Edward estaba mirándole fijamente la boca como si quisiera devorársela. Le clavó los ojos profundamente en los suyos. Ella aspiró con fuerza el aire y se reclinó hacia atrás en un vano intento de escapar de su boca cuando bajó con fuerza sobre la suya. Forzándola a abrir los labios con la lengua, se introdujo con fuerza en su boca. Temblando ante la extraña mezcla de miedo y recién despertado deseo, Isabella apartó la cabeza y le puso las manos sobre el pecho para rechazarlo.

-¿Por qué te resistes? Podría tomarte ahora y nadie podría decirme nada -Edward le agarró la parte de atrás de la cabeza y volvió a besarla.

Isabella sintió que todo le daba vueltas y se agarró a él para evitar caerse. Creyó haberle escuchado gemir, pero el sabor de Edward hacia que le resultara imposible pensar con claridad. Él forzó su boca con ansia posesiva. Las llamas rozaron la piel de Isabella, encendiéndole una creciente pasión que nunca antes había experimentado. Sabía que era una perversión permitir aquello, pero no se veía capaz de evitarlo.

Edward se frotó contra su cuerpo apenas vestido. Isabella sintió el sólido risco de su sexo abriéndose camino audazmente entre sus muslos, y una señal de alarma se le encendió dentro de la cabeza.

"Esto es una locura". Aquel pensamiento se convirtió en un pánico feroz cuando Edward la levantó del suelo y se dirigió hacia la cama. Isabella estaba absolutamente indefensa; no había nadie para proteger su virtud. El Caballero Demonio se saldría con la suya, con su consentimiento o sin él. Lo que de verdad la aterrorizaba era el hecho de que Edward le hiciera sentir cosas inapropiadas para una doncella prometida a otro hombre.

Isabella golpeó el colchón y trató de escabullirse bajo el peso de Edward, pero él la agarró de las caderas y la colocó debajo de él. Isabella soltó un grito involuntario cuando Edward le levantó la combinación con un movimiento de sus fuertes manos.

-¡No debes hacer esto! Envíame lejos, pero no me deshonres. Sintió cómo los músculos de Edward se ponían tensos, y luego su boca cayó en picado sobre la suya una vez más, como si no la hubiera oído. Despacio, con intención, sus manos exploraron su cuerpo tembloroso... los senos, la pendiente de la espalda, la curva de la cintura, la forma de sus muslos. Isabella temió que faltaran sólo unos instantes para su violación cuando escuchó una vocecita al otro lado de la puerta cerrada.

-¡Isabella, Isabella! ¿Puedo pasar? Dile al hombre malo que me deje pasar.

-¡Renesmee!

Edward se retiró de golpe, su rostro era una máscara de asombro mientras contemplaba fijamente a Isabella. -¡Maldita sea! Debo de estar loco.

Aquel pensamiento coincidía exactamente con el de Isabella. -¡Quítate de encima de mí! -ella le empujó el pecho y Edward se puso de pie de un salto. Isabella se levantó de la cama al instante y se puso a toda prisa el vestido antes de correr hacia la puerta y abrirla.

Un soldado tenía a Renesmee agarrada por el bracito.

-La he encontrado husmeando por las escaleras, mi señor.

-¡Suéltala! -bramó Edward.

-¡Edward! -chilló Renesmee arrojándose a sus brazos en cuanto se vio libre. Tras un rápido abrazo, se lanzó hacia Isabella.

Isabella observó el rostro alzado de su hermana y luego la estrechó entre sus brazos.

-¿Qué estás haciendo aquí, cariño?

-Quería verte.

La sonrisa de Edward pareció genuina cuando acarició la brillante cabellera de Renesmee.

-¿Estás bien, pequeña? ¿Puedes estar ya levantada? -Renesmee asintió ante ambas preguntas. -Eso son buenas noticias. Ahora lo único que tenemos que hacer es conseguir que tu madre se ponga bien.

Renesmee jugueteó con la fina tela de cuadros de su túnica y le dedicó a Edward una sonrisa tímida.

-Bueno, tal vez haya dicho una mentirijilla. Sigo tosiendo, pero no tanto como antes. Nana dice que pronto podré volver a correr y a Jugar.

Sus palabras fueron seguidas de un ataque de tos.

-Tal vez debería llevarte de vuelta a la cama -se ofreció Edward extendiendo los brazos hacia la niña.

-No, yo llevaré a mi hermana a la cama -aseguró Isabella. No tenía ni idea de por qué Renesmee estaba tan enamorada del Caballero Demonio, porque ella lo encontraba arrogante y ofensivo. Le habría arrebatado la virginidad sin ningún remordimiento si Renesmee no hubiera aparecido en aquel momento tan apropiado.

-Me gustaría que Isabella me acompañara a mi habitación -dijo Renesmee enviándole a Edward una mirada de disculpa. -La echo de menos. ¿Por qué ya no juegas conmigo como antes, Isabella?

Isabella le lanzó a Edward una mirada de agravio.

-Esa pregunta debes hacérsela a lord Edward, cariño.

Renesmee alzó la vista hacia Edward y se lo quedó mirando fijamente con toda la inocencia de sus cinco años.

-¿Por qué no quieres que Isabella vaya a verme? Edward parecía de lo más incómodo.

-Hay cosas que tú no puedes entender, pequeña.

La siguiente pregunta de Renesmee dejó a Isabella fuera de juego. Y a juzgar por la expresión de Edward, estaba tan asombrado como ella. -¿Qué estás haciendo en la habitación de Isabella, Edward? Mamá dice que un hombre y una mujer no deben quedarse a solas a menos que estén casados. ¿Isabella y tú estáis casados?

Isabella palideció.

-¡No, Renesmee! Ya sabes que estoy prometida a Jacob Black.

-Tu hermana está equivocada, Renesmee -aseguró Edward con autoridad-. Isabella y el jefe de los Black nunca se casarán -luego le lanzó una mirada intimidatoria a Isabella-. Lleva a tu hermana a la cama, señora. Seguiremos con esta conversación más tarde.

Isabella se escabulló antes de que Edward pudiera cambiar de opinión. Incluso aquella pequeña concesión era bienvenida. Pasó dos horas muy entretenidas jugando con Renesmee en su habitación. Luego metió a su hermana en la cama para que descansara y se dirigió a toda prisa al cuarto de su madre. Esme seguía pálida, pero le dio la impresión de que estaba más fuerte. A la hora de la comida, Nana apareció con una bandeja llena de comida suficiente para las tres.

-Alice le ha llevado una bandeja a Renesmee -dijo Nana-. La niña se lo ha comido todo y luego se ha dormido -sonrió a Isabella-. La has agotado, muchacha, pero tu visita le ha hecho mucho bien. Pronto estará recuperada y correteando por ahí como si nunca hubiera estado enferma.

-Isabella, mi amor, ¿te han dejado salir de la torre ya para siempre? -preguntó Esme esperanzada. -Lord Edward es un buen hombre, sabía que se daría cuenta de lo absurdo que era tenerte encerrada.

-¿Lord Edward es un buen hombre? -se mofó Isabella. Podría contarle a su madre un par de cosas sobre el Caballero Demonio, pero no quería entristecerla.

-Si -reconoció Nana-. Isabella es la única que lo saca de sus casillas -se rió. -Los dos sois cabezotas como mulas.

Isabella se enfadó.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Averígualo tú misma, muchacha. Vamos, come. Lo he pasado fatal sacando la comida de la cocina sin que me la robara algún inglés hambriento.

Isabella le dio un mordisco a un trozo de pan y lo masticó pensativa:

-¿Qué está pasando, Nana? Lord Edward me ha acusado de instigar una rebelión. ¿Dónde está todo el mundo?

-Ah, bueno, no cocinarán para ningún siervo del señor inglés mientras te tenga encerrada en la torre.

Isabella sonrió a su pesar. Aunque la situación era grave, nunca se había sentido tan orgullosa de los miembros de su clan.

-¿No hay ningún cocinero entre los ingleses?

-No, no tienen habilidades para la cocina. Ninguno puede preparar el cordero como Winifred, ni hornear el pan como Vera -aseguró alegre y atropelladamente. -Recuerda mis palabras, el Caballero Demonio cederá cuando el estómago le choque contra la espalda.

-Confío en que Nana tenga razón -dijo Esme.

Esme comenzó a adormilarse. Nana recogió los platos y se llevó la bandeja, dejando a Isabella a solas con su madre dormida. Reacia a marcharse y volver a la torre, se sentó con su madre mientras ella dormía. No mucho tiempo atrás, Isabella pensaba que iba a perder a su progenitora, pero ahora Esme parecía estar recobrándose. ¿Habría producido Edward aquel milagro?

Sumida en sus pensamientos, Isabella no escuchó que se abría la puerta. El susurro de un sonido le hizo girar bruscamente la cabeza. Miró hacia la cama, luego se puso de pie a toda prisa acercándose a Edward antes de que él pudiera molestar a su madre dormida. Apretando los dientes, Edward le hizo un gesto impaciente con la mano y esperó a que ella lo siguiera.

-¿Qué quieres? -susurró Isabella.

-Esto ya ha ido demasiado lejos. Mis hombres tienen hambre.

Ordena a los miembros de tu clan que vuelvan al castillo.

Isabella no pudo evitar la alegre nota de su tono de voz. -¿Estás negociando conmigo, mi señor?

-No, yo no negocio con mujeres. Te estoy diciendo lo que va a suceder, y espero que me obedezcas.

Edward la agarró del brazo y la sacó al pasillo. -¿Me vas a dejar salir de la torre? -lo retó Isabella.

-Eso depende. Necesito a los miembros de tu clan, y sólo tú puedes hacer que regresen. Júrame fidelidad y permitiré que vuelvas a ocupar tu antigua habitación y te muevas libremente por el castillo -entornó peligrosamente los ojos. -No te tomes esto como una invitación a escapar. No eres más que una mujer menuda. Existen formas de mantenerte dentro de la fortaleza y lejos de Black que no te gustarían.

Isabella se mordió la lengua para no soltar una respuesta mordaz. ¿Habría descubierto el túnel secreto? Seguramente no, o le habría dicho algo.

-Ni se me ocurriría escaparme, mi señor -replicó Isabella. Sus palabras rezumaban sarcasmo. -Encuentro tu compañía de lo más fascinante.

-Que no se te olvide -le advirtió Edward ignorando su pulla-, tengo a tu madre y a tu hermana completamente a mi merced. Su bienestar depende de tu obediencia.

-Bastardo arrogante -murmuró Isabella.

La sonrisa de Edward distó mucho de resultar tranquilizadora. -Ese es un título que no puedo reclamar, señora. Mis padres estaban felizmente casados. ¿Vas a garantizarme la fidelidad de los miembros de tu clan o no?

Los ojos de Isabella estaban clavados en su duro rostro. -No puedo hablar por mi gente, mi señor.

-Entonces yo tampoco puedo garantizar la seguridad de tu familia.

Sus duras palabras obligaron a Isabella a alzar la vista para cruzarse con su mirada.

Contuvo el aliento cuando algo sutil e hipnotizador revoloteó entre ellos. Apartó la vista antes de que su expresión revelara algo que no quería descubrir. Isabella no tenía ni idea de qué estaba ocurriendo, pero sus ojos se clavaron involuntariamente en la boca de Edward. No pudo evitar recordar la sensación de aquellos labios carnosos en los suyos, ni lo completamente transfigurada que se había sentido cuando la besó.

Isabella sacudió la cabeza para apartar aquellos inquietantes pensamientos y concentrarse en lo importante: que su madre, su hermana y ella escaparan del Caballero Demonio y llegaran al baluarte de los Black. Renesmee estaba ya casi curada, e incluso Esme parecía más fuerte. Decidió que ganaría tiempo haciendo lo que Edward le pedía, pero sólo hasta que considerara a su familia capaz de viajar.

-Y bien -dijo Edward dando golpecitos impacientes con el pie. -¿Cuál es tu decisión, Isabella?

-No te he dado permiso para que te dirijas a mí por mi nombre de pila. -aseguró ella con desdén.

-No necesito tu permiso, Isabella. Responde a mi pregunta.

-Muy bien, hablaré con los miembros de mi clan, pero no puedo prometerte que vayan a acceder.

-¿Prefieres que destierre a tu gente de Cullen y traiga familias de robusto linaje inglés para que trabajen el suelo de los Swan? Les entregaré la tierra que perteneció a tus ancestros. ¿Es eso lo que quieres?

La idea de que unos ingleses vivieran en las tierras que pertenecían por derecho a los Swan le resultaba repugnante.

-No, ya sabes que no es eso lo que quiero. Ni tampoco quiero que tú estés aquí. ¿Por qué no puedes dejar Cullen en paz? No estábamos molestando a nadie.

-Si querías preservar Cullen para la gente de tu clan, no deberías haber conspirado con Jacob Black. La Corona está tratando simplemente de evitar otro levantamiento en Escocia.

-Exageras, mi señor. Jacob Black no planea ninguna rebelión. Edward le dirigió una mirada escéptica.

-¿Ah, no?

Isabella se sonrojó y apartó la vista. Lo cierto era que sabía que Jacob estaba urdiendo alguna maldad, y que necesitaba la colaboración de los miembros del clan de Isabella para triunfar.

-Podrás volver a tu habitación en cuanto tu gente regrese a sus tareas en el castillo y en los demás lugares -continuó Edward. -¿Soy libre para ir al pueblo a hablar con ellos?

-No, permanecerás entre los muros del castillo. Además, he decidido que si te mantienes ocupada evitarás meterte en líos. Una fortaleza tan grande como esta siempre necesita ayuda extra. De ahora en adelante trabajarás en la cocina y servirás comida.

-¿Voy a ser sirvienta? -Isabella contuvo el aliento.

-Sí, ¿acaso no me has entendido?

-¿Y si me niego?

-Entonces permanecerás encerrada en la torre hasta que aceptes mis términos.

-¿Cuánto tiempo voy a continuar siendo prisionera en mi propia casa, mi señor? -le espetó Isabella.

Dejando escapar un suspiro de exasperación, Edward dijo: -Eso depende de ti. El rey Jorge me está buscando una heredera para que me case con ella. Cuando llegue, sírvela bien y puede que te quedes aquí y formes parte del personal del castillo.

Isabella apretó los labios.

-Una heredera. Qué maravilloso para ti.

-Sí. Por fin tendré todo lo que siempre he soñado.

-Supongo que no te importa a quién tengas que pisar para conseguir lo que quieres -murmuró Isabella dándole la espalda.

Edward frunció el ceño ante su espalda rígida. Maldita sea, ¿qué le estaba ocurriendo? Isabella le hacía sentir como si su mundo estuviera al borde del abismo. Su férreo control se tambaleaba peligrosamente cada vez que estaba a solas con ella. La deseaba; eso lo tenía muy claro. Incluso la rígida línea de su espalda lo atraía. Edward entornó los ojos. Tal vez debería saciar su sed por aquella pequeña tigresa antes de que llegara su futura prometida.

Le tocó el hombro. Ella reaccionó como si le hubiera quemado, y se apartó bruscamente de él.

-No me toques.

-¿Me tienes miedo?

-¿Debería tenerlo?

-Nunca le he hecho daño deliberadamente a una mujer.

Ella se giró de golpe para mirarlo.

-No me gusta esa expresión de tu cara.

-¿Qué expresión?

-Parece como si... quisieras besarme.

Edward torció el gesto. ¿Tan transparente era? -¿Tan terrible te parecería besarme?

-¡Eso es una indecencia! Un caballero no debería aprovecharse de mi posición.

-Creí que a estas alturas ya te habrías dado cuenta de que no soy ningún caballero. Soy un soldado experimentado y un despiadado defensor de Inglaterra. Me llaman el Caballero Demonio, eso debería decirte algo respecto a mí.

-Estás intentando asustarme.

-Tal vez -Edward la atrajo hacia sí con dureza. -Debes saber que te deseo.

-Lo que sé es que disfrutas atormentándome. ¿Qué es lo que te he hecho?

-Me atraes, señora. Me atormentas y me seduces con tu cuerpo tentador y tus sensuales ojos verdes. No lo permitiré, ¿me has oído? Me niego a que me cautives.

-¡Yo no hago nada de eso! -se defendió Isabella.

Edward sabía que estaba siendo poco razonable, pero Isabella le afectaba de una manera que lo volvía loco. Lo tentaba, lo seducía, le provocaba. Deseaba tumbada boca arriba y alcanzar un tumultuoso éxtasis dentro de ella. ¿Qué diablos le estaba sucediendo?

Edward siempre se había jactado de su control. Incluso cuando había estado mucho tiempo sin estar con una mujer era capaz de dirigir su pasión como le parecía conveniente. Se quedó mirando fijamente los labios de Isabella durante un largo y tenso instante antes de darse la vuelta.

-Sam y Billy pueden contar en el pueblo los términos de tu liberación. Mientras tanto, baja a la cocina y mira a ver qué puedes hacer para alimentar a mis hombres. No hemos traído cocineros de Londres, y los intentos culinarios de mis hombres son incomestibles.

-¿Y cómo sabes que no voy a envenenarles? -le desafió Isabella. Los ojos de Edward se volvieron duros, inflexibles.

-Porque valoras las vidas de tu madre y de tu hermana -dicho aquello, se giró sobre sus talones y se marchó.

Edward iba murmurado oscuras imprecaciones mientras bajaba por las escaleras. No estaba previsto que se sintiera atraído por la doncella de Cullen. No debería sentir compasión por los miembros de su familia. Debería haber obedecido al rey y enviarlas a todas al convento, y al diablo con su conciencia. Se suponía que el Caballero Demonio no tenía conciencia. ¿Qué diablos iba a hacer ahora que había descubierto que sí la tenía?

Sir Jasper le hizo señas a Edward cuando entró en el salón. -¿Por qué tienes esa expresión tan adusta, Edward?

-Me alegro de que estés aquí, Jazz -dijo Edward sentándose a la mesa y llenando una jarra de cerveza de un cántaro.- ¿Te importaría ir buscar a Sam y a Billy y traerlos aquí?

-No están en el castillo.

-Encuéntralos -gruñó Edward.

-Por supuesto, saldré inmediatamente. ¿Quieres decirme de qué va todo esto?

-He prometido sacar a lady Isabella de la torre si los miembros de su clan regresan a sus tareas. Necesito que Sam y Billy corran la voz entre los aldeanos. El destino de Isabella está en sus manos. Ellos tienen que decidir qué es importante.

-¿Qué planes tienes para el futuro de lady Isabella?

-Sinceramente, no lo sé -dijo Edward torciendo el gesto y mirando su cerveza. -Por el momento va a ayudar en la cocina.

-¡En la cocina! Quieres buscarte líos, ¿verdad? Ya te he dicho esto antes. Líbrate del problema. Envíala a Londres.

Edward frunció el ceño.

-No puedo, Jazz. Es mejor a mi manera. Está donde yo pueda vigilarla.

-¿Qué te hace pensar que no causará más problemas?

-Dos razones. Su madre y su hermana.

-Dos buenas razones, supongo, pero no digas que no te lo advertí. La doncella de Cullen no es una mujer cualquiera. ¿Qué crees que sucederá cuando llegue tu novia?

-Lo solucionaré -aseguró Edward con tono grave. -Ninguna mujer va a derrotarme -bajó la voz. -He encontrado el túnel secreto. La entrada está sagazmente oculta con piedras bajo la escalera de la sala de las mujeres. Tú eres el único al que se lo he confiado por ahora. Como bien sabes, llevo buscando una ruta de escape similar desde que Isabella desapareció. Saber que existe una ruta alternativa para entrar o salir del castillo puede sernos útil en algún momento.

Jazz sonrió.

-¡Buen trabajo! No te preocupes, te guardaré el secreto. Iré a buscar a Sam y a Billy. Tal vez me encuentre con la señorita Alice. Es una muchacha muy atractiva a la que me gustaría conocer mejor.

Edward se rió.

-Eres un rufián sin remedio, Jazz. Deja a las vírgenes tranquilas. Jazz se marchó justo cuando Isabella entró en el salón. La atenta mirada de Edward la siguió hasta que ella desapareció en la cocina. Apuró su jarra y luego golpeó fuertemente la mesa con ella.

¡Aquello era una locura! Se levantó bruscamente y la siguió.

Isabella tenía los brazos hundidos hasta los codos en el agua de los platos cuando Edward entró en la cocina. Lanzó una mirada al desorden que habían dejado los soldados y soltó una maldición. Isabella dejó caer la sartén que estaba fregando y se giró para mirarlo.

-¿Qué estás haciendo tú aquí? ¿Has venido a ayudar?

-Deja eso para las sirvientas -le espetó Edward.

-Yo soy una sirvienta.

-Sí, pero no una sirvienta que limpia cacharros. Te he dicho que lo dejes.

Isabella le dirigió una mirada mordaz y volvió a centrarse en las ollas y en las sartenes. Edward no aceptó su negativa y la obligó a girarse. Isabella alzó la mirada para encontrarse con la suya. El reto que había en ella resultaba indiscutible.

-Decídete de una vez, mi señor. Sólo estoy siguiendo tus órdenes.

La confusión se apoderó sin piedad de Edward. Le molestaba ver a Isabella realizando labores físicas. Deslizó los ojos a sus labios, recordando lo suaves que le habían resultado, lo dulcemente que se habían apoyado en los suyos.

Sin poder contenerse, Edward le dijo.

-Me gusta que cumplas mis órdenes ¿Y si te ordeno que me beses?

Ella se lo quedo mirando fijamente. -Me negaría.

-¿Y si te ordeno que vengas esta noche a mi habitación?

La indignación hizo que a Isabella se le pusieran los hombros rígidos. -Eso, mi señor, no sucederá jamás.

Edward se limitó a sonreír mientras se daba la vuelta y salía de allí.

 

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JAJAJAJA SE LE PUSIERON EN HUELGA LOS TRABAJADORES JAJAJA, MENOS MAL QUE LO PUDO RESOLVER, AAAAAAAAAAA CREEN QUE EDWARD CUMPLIRA CON SU AMENAZA Y OBLIGARA A ISABELLA A IR A SU HABITACION? EL CABALLERO DEMONIO ESTA MOSTRANDO SU VERDADERA CARA,

UNA COSA CHICAS, MUCHAS ME HAN COMENTADO QUE LA SOLUCION SERIA QUE EDWARD SE CASE CON LA FIERA, PERO EL CASO ES QUE SE LES ESTA OLVIDANDO UN PEQUEÑO DETALLITO, CHIQUITO PERO ES MUY IMPORTANTITO, "EL REY LE VA A MANDAR A EDWARD UNA ESPOSA HEREDERA", ES AHI DONDE ESTA EL PROBLEMA, PERO NO DESESPEREN AMBOS ESTAN A PUNTO DE SUPERAR UNA DURA PRUEBA E ISABELLA ABRIA LOS OJOS. YA VERAN, BESITOS.

Capítulo 5: CUATRO Capítulo 7: SEIS

 
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