EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 61005
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 16: QUINCE

Isabella estaba de pie al lado de la ventana, contemplando las estrellas que brillaban en el cielo. Cómo le gustaría ser todavía aquella niña pequeña que creía que si le pedía un deseo a una estrella se convertiría en realidad. Si los deseos se hicieran realidad, su querido padre y sus hermanos estarían vivos y Cullen seguiría perteneciendo a los Swan. Pero desear no servía para hacer milagros.

En cinco días se convertiría en la esposa del Caballero Demonio, un pensamiento tan aterrador como excitante. Edward era un hombre único, polifacético y complejo. Los hombres le obedecían sin rechistar y las mujeres lo adoraban. Era un hombre de ideas propias, lo suficientemente valeroso como para desafiar a su rey y fuerte para conservar lo que era suyo.

Edward la deseaba, pero no la amaba. Creía que el amor romántico era una debilidad. No se podía negar, sin embargo, que era un maestro en las artes amatorias, porque le costó muy poco esfuerzo por su parte conseguir que ella lo deseara.

Isabella frunció el ceño al considerar sus sentimientos hacia Edward. Ya no le odiaba. Se había dado cuenta de eso cuando no fue capaz de matarlo para aplacar a Jacob. Permitió que Edward le hiciera el amor aunque sabía que así estaba traicionando a los miembros de su clan. Sentía algo hacia él (no, lo amaba), y la culpa la estaba matando.

Incapaz de seguir soportando sus oscuros pensamientos, Isabella se apartó de la ventana y retiró la colcha de la cama. La distrajo una llamada a la puerta. Saludó afectuosamente a Alice y la invitó a sentarse.

-No puedo quedarme, Isabella. Voy a pasar la noche con mi familia en el pueblo -aseguró Alice. -¿Necesitas algo antes de que me vaya?

-Gracias, pero no necesito nada. ¿Renesmee está acostada?

-Duerme como un bebé -dijo Alice-. Y tu madre también. Alice recolocó la colcha, parecía como si quisiera decir algo pero no supiera por dónde empezar. Finalmente, Isabella le preguntó:

-¿Hay algo que quieras decirme, Alice?

Alice se sonrojó y se retorció las manos.

-No sé por dónde empezar.

Isabella le cogió las manos. -Empieza por el principio. Sé que sir Jasper y tú os habéis acercado mucho. ¿Se trata de eso?

-No creí que nadie se hubiera dado cuenta -murmuró Alice. Isabella sonrió.

-Es imposible no darse cuenta.

-Sir Jasper es un hombre guapo... para ser inglés -se apresuró a añadir Alice.

-¿Le amas?

Alice dejó caer la mirada.

-Sí. Sir Jasper ha prometido que se casará conmigo.

-¿Y tú le crees?

Alice alzó la cabeza de golpe.

-¿Hay alguna razón por la que no debería?

-Algunos hombres prometen lo que sea con tal de llevarse a una mujer a la cama.

-¿Qué te prometió lord Edward a ti cuando se acostó contigo? -replicó Alice con aspereza.

La expresión herida de Isabella debió avergonzar a Alice, porque parecía horrorizada por las palabras que acababan de salir de su boca.

-Oh, Isabella, perdóname. Sé que tuviste pocas opciones en ese sentido. Pero vas a casarte con su señoría, y eso lo arregla todo.

Isabella aspiró con fuerza el aire. -Te perdono.

Isabella no se atrevió a preguntarle a Alice si se había entregado a sir Jasper, porque no tenía derecho.

-No puedo decirte a quién amar, Alice. Sólo quiero que seas feliz.

Alice le estrechó la mano.

-Te mereces todo lo mejor, Isabella. Espero que lord Edward te haga feliz. ¿Lo amas?

Siguió una larga pausa.

-Creo que sí. Pero no sé si podría vivir con la culpa. No es el esposo que mi padre quería para mí...

-Tu padre está muerto -le dijo Alice con dulzura. -Jacob Black rompió la fe que teníamos en él cuando prendió fuego al pueblo. Lord Edward nos ayudó, incluso tu padre hubiera estado de acuerdo si hubiera estado vivo. Su señoría les ha proporcionado alojamiento y comida a aquellos que lo necesitaban. Ama Cullen, y por eso se ha ganado nuestro respeto. Envió lejos de aquí a lady Tanya, lo que complació a todo el mundo. No debes temer que los miembros de nuestro clan no acepten a lord Edward.

Isabella escudriñó el rostro de Alice. -¿Estás segura?

-Sí. Yo no te mentiría.

-Edward no me ama -dijo Isabella con un suspiro.

-¿Estás segura?

-Yo... se lo pregunté.

Alice le dirigió una mirada compasiva.

-Lo siento, Isabella. Yo pensaba, no, estaba convencida de que a su señoría le importabas mucho. Va a casarse contigo, ¿no es verdad?

-Nuestro matrimonio le conviene. Piensa que nuestra unión fortalecerá a Cullen.

-Puede que lord Edward te sorprenda -aventuró Alice-. Tengo que marcharme. Sir Jasper me está esperando abajo para acompañarme al pueblo.

No había nada más que Isabella pudiera decir. Alice confiaba en sir Jasper, e Isabella esperaba que no lo amara en vano, porque ella conocía aquel sentimiento. Casarse con un inglés no era lo que Isabella había soñado, pero estaba dispuesta a hacer el sacrificio si con eso llevaba la paz a Cullen.

 

El castillo se convirtió en un hervidero de actividad durante los días anteriores a la boda de Isabella. Incluso se bajaron los tapices para limpiarlos. Se estaba preparando comida en grandes cantidades, desde platos principales hasta pastas. Isabella no tenía ni idea de que Winifred estuviera tan dotada para las artes culinarias.

Isabella apenas vio a Edward antes de la boda. Debía tener sus razones, pero no había acudido a ella por las noches ni había intentado seducirla, e Isabella no sabía si sentirse aliviada o desilusionada.

La invitación que Edward le había hecho a Jacob seguía hasta el momento sin respuesta, e Isabella temía lo que pudiera ocurrir en caso de que Jacob decidiera asistir. No resultaba difícil imaginarse el caos que podría desencadenar. Isabella lamentó una vez más que Edward se hubiera mostrado tan audaz, porque de aquello no podía salir nada bueno.

El día anterior a la boda, la madre de Isabella la llamó para que acudiera a sus aposentos. La joven se detuvo justo en el umbral de la puerta, sorprendida al ver la habitación llena de mujeres charlando. -Entra, querida -la invitó Esme.

-¿De qué va todo esto, mamá?

-Quería que tuvieras un vestido de boda apropiado, así que invité a unas cuantas mujeres de nuestro clan para que me ayudaran a ajustar el traje con el que yo me casé a tu figura, que es más voluptuosa.

Isabella miró hacia el precioso vestido azul pálido que había extendido sobre la cama de Esme y contuvo el aliento, maravillada. -¿Estás segura? Es precioso -dijo deslizando los dedos por la fina seda.

-Completamente segura. Póntelo para que veamos cómo te queda.

Durante las dos siguientes horas, Isabella permaneció en el centro de la habitación mientras las mejores costureras del grupo alteraban el vestido para ajustarlo a su figura. Había tela suficiente en las costuras y en el bajo como para hacer un poco más grande el busto y bajar el dobladillo, pero el resto no necesitaba muchos más ajustes.

Las mangas eran largas y ajustadas, la cintura ligeramente ceñida, y el escote modesto, aunque dejaba al descubierto un encantador trocito de escote. Unos fragmentos de brillante seda azul caían en cascada desde las esbeltas caderas de Isabella hasta las puntas de sus zapatos de seda. El toque final lo ponía un velo corto que se sujetaba en su sitio con un casquete recubierto de joyas.

-Estás preciosa -suspiró Esme-. El color combina perfectamente con tu cabello rojo y tu piel blanca.

Los efusivos piropos que siguieron a las palabras de Esme, hicieron que Isabella se sintiera de hecho como la novia querida de un hombre que la amaba.

El resto del día transcurrió con inusual rapidez. Isabella no vio a Edward hasta la cena. Ocupó su lugar a su lado en la mesa y jugueteó con la comida del plato. De pronto sintió la mirada de Edward clavada en ella y lo miró a su vez.

-Parece que esta noche no tienes apetito, mi señora -dijo con sarcasmo, su media sonrisa derrochaba encanto. -¿Estás preocupada por la ceremonia de mañana?

Isabella se sonrojó, pero no apartó la vista.

-Apenas hemos hablado estos últimos días. Confiaba en que hubieras cambiado de opinión.

Edward se rió entre dientes.

-¿Has echado de menos mis atenciones? Tendrás todo lo que quieras de mí a partir de mañana.

-No quiero nada de ti.

Edward le acarició la mejilla con el dorso de la mano.

-Lo dudo. Sé a ciencia cierta que una parte de ti desea una parte de mí.

Un sonrojo acalorado subió por el cuello de Isabella mientras cambiaba astutamente de tema.

-¿Has sabido algo de Jacob Black?

-Todavía no.

Isabella ladeó la cabeza en gesto pensativo. -No creo que venga a nuestra boda.

-Oh, claro que vendrá -aseguró Edward con convicción.

-¿Crees que causará problemas?

-Eso está por ver. Si se presenta, estaremos preparados para él.

-Confío en que no se acerque. Es peligroso.

Edward le escudriñó el rostro. -¿Estás preocupada por mí, cariño?

-En lo más mínimo -respondió Isabella-. ¿Estás seguro de que este matrimonio es lo más inteligente? ¿Y si te enamoras de otra mujer cuando estemos casados? No quiero interponerme en el camino de tu felicidad.

-Ya te he contado lo que pienso sobre el amor. No, Isabella, nos irá bien juntos si aprendes a dejar el pasado atrás.

-¿Y si no puedo?

Edward se inclinó hacia ella.

-Entonces, tú te lo pierdes, mi señora. Piensa en ello. ¿Has terminado de comer?

-Sí.

Edward se puso en pie y le ofreció la mano. -Te acompañaré a tu habitación.

Isabella le puso la mano en la suya y se levantó vacilante. Vio que Sam la estaba llamando con un gesto y retiró la mano de la de Edward.

-Mi pariente quiere hablar conmigo, Edward -él le soltó la mano y se apartó de su lado para que pudiera conversar con el otro hombre en privado.

-Su señoría me ha pedido que ocupe el lugar de tu padre -dijo Sam cuando llegó hasta ella. –Voy a llevarte mañana desde tu habitación al salón.

-Es tu derecho, al ser el mayor de los Swan vivo -reconoció Isabella-. Me haces un gran honor.

-Todos queremos que seas feliz, muchacha.

-Oh, lo será -dijo Edward. Su voz exudaba confianza.

-¿Han aceptado los miembros de nuestro clan mi matrimonio con Edward? -preguntó Isabella.

-Sí -aseguró Sam sin vacilar. -Nadie quiere que te cases con el jefe de los Black. Ha traicionado nuestra confianza.

Isabella habló en voz baja y cargada de tristeza. -Igual que yo traicionaré la confianza de mi padre al casarme con Edward.

-¡Ya es suficiente! -dijo Edward-. Es hora de que te retires, mi señora -añadió con más dulzura.

Isabella permitió que Edward la acompañara fuera del salón.

Cuando llegaron a su habitación, ella temió que quisiera entrar, pero Edward se detuvo justo en la entrada.

-No quiero esperar a que nos casemos, pero lo voy a hacer -murmuró mientras la estrechaba entre sus brazos. -No entiendo el deseo que siento por ti. Es como una enfermedad para la que no hay cura -frunció el ceño-. No es bueno que un hombre esté tan aquejado.

-La lujuria no es motivo suficiente para que dos personas se casen -observó Isabella-. Cuando la atracción se acaba, no queda nada.

-Dudo que eso nos ocurra a nosotros -replicó Edward mientras le alzaba la barbilla con el dedo índice. -Bésame, Isabella. Ha pasado mucho tiempo.

Ella se sentía tentada. Echaba de menos los brazos de Edward rodeándola, sus labios en los suyos, la emoción que sentía cuando le hacía el amor. Apartó la cara.

-Isabella, mírame -ella volvió la mirada hacia él a regañadientes.

-Dime, ¿todavía crees que Tanya está esperando un hijo mío?

-Yo... no. Me he dado cuenta de que Tanya es una zorra malvada que quería hacerme daño.

-Gracias a Dios -suspiró Edward-. No deseo a Tanya.

Nunca la he deseado. No le importa a quién haga daño siempre y cuando satisfaga sus propios y egoístas deseos. La mitad de las mujeres de Londres son así.

-Al menos estamos de acuerdo en algo -murmuró Isabella.

Los plateados ojos de Edward encerraban un brillo travieso. -Estamos de acuerdo en más de una cosa. Nos deseamos el uno al otro.

-Buenas noches, Edward -dijo ella, debatiéndose con los sentimientos que no debería estar experimentando.

-Dame un beso de buenas noches, Isabella -repitió Edward-. No me marcharé hasta que no me lo des.

Isabella suspiró y alzó el rostro, decidida a enfrentarse con calma a aquel asalto sensual. En el momento en que los labios de Edward rozaron los suyos, sin embargo, su determinación se fundió como una vela expuesta a las llamas. Él la besó más apasionadamente. Isabella saboreó su deseo y se apoyó contra él mientras la lengua de Edward apremiaba su boca para que la abriera en pausada exploración.

Edward gimió y la atrajo más hacia sí. Isabella temblaba como una hoja a merced del viento de otoño cuando él la cogió en brazos y la metió en la habitación, cerrando de golpe tras de sí. Aquel sonido provocó que Isabella recobrara el sentido.

-¡No, Edward! Dijiste que ibas a esperar.

Isabella sintió las emociones contradictorias que apaleaban a Edward mientras luchaba contra su propia conciencia. Aunque ella lo deseaba, se negaba a sucumbir a su propio e insaciable deseo. Todavía seguía batallando con su culpabilidad por desear a un inglés.

-¿De verdad quieres esperar? -le preguntó Edward con voz ronca.

-Has dado tu palabra. Esto es una prueba para comprobar si puedo confiar en ti en nuestros futuros tratos.

Edward la deslizó por toda la longitud de su duro cuerpo hasta que los pies de Isabella tocaron el suelo.

-Tú ganas, Isabella. Pero no siempre te vas a salir con la tuya. Esta vez escojo someterme a tus deseos, pero cuando estemos casados, eso podría cambiar. Que duermas bien, mi señora. Felices sueños.

Edward salió de la habitación y apoyó la cabeza contra la puerta cerrada. Estaba temblando de los pies a la cabeza. Dejar a Isabella intacta casi le había costado la salud mental. Dio un violento respingo cuando Nana se materializó entre las oscuras sombras.

-¿Te encuentras bien, mi señor? Sobresaltado, Edward se apartó de la puerta.

-Sí, ¿por qué lo preguntas?

-Pareces agitado.

-Tal vez lo esté -admitió Edward-. Isabella volvería loco hasta a un santo.

-Y tú no eres ningún santo, ¿verdad, señoría?

-La verdad es que no -Edward se rió entre dientes. -Me alegra tener esta oportunidad de charlar contigo, Nana. No puedo quitarme de la cabeza lo que dijiste de Isabella. ¿De verdad está esperando un hijo mío? Ella lo niega tajantemente.

-Uno niega lo que no quiere creer -respondió Nana misteriosamente-. Tal vez Isabella no quiera casarse con un hombre que no la ama. Tal vez quiera que te cases con ella por sí misma, no porque esté esperando un hijo tuyo.

-Quiero casarme con Isabella por muchas razones -dijo Edward, defendiéndose. De pronto sonrió. -Si no está esperando un hijo mío ya, pronto lo estará.

Nana asintió con la cabeza en señal de afirmación; entonces su expresión se transformó de pronto en un gesto de preocupación. -Esta noche te estaba buscando para advertirte, mi señor. Edward se puso al instante en alerta.

-¿Corre peligro Isabella?

-Tal vez. Mis voces me dicen que Isabella se enfrentará pronto a un peligro desconocido. Debe tener cuidado. No confíes en el jefe de los Black, tiene el corazón negro por la venganza. Vendrá para la boda, pero te aconsejo que le niegues la entrada.

Edward consideró las palabras de Nana.

-No puedo hacer eso, Nana. Yo le he invitado a la boda, y no puedo negarle el paso.

-Entonces ten cuidado, señoría.

La anciana se escabulló entre las sombras. Alarmado, Edward la llamó para que volviera.

-¡Espera! Dime más cosas.

Ella se detuvo y giró la cabeza para mirarlo. Su rostro quedaba oscurecido por las sombras.

-Mis voces no facilitan siempre tanta información como a mí me gustaría, y no siempre llegan a tiempo de prevenir el desastre. Buenas noches, lord Edward.

Edward parpadeó asombrado cuando Nana pareció desvanecerse en la penumbra. ¿Debería prestar atención a las advertencias de la anciana? Pero si algo le quedaba claro de las palabras de Nana era que debía tomar medidas para prohibir cualquier tipo de arma en el salón durante la ceremonia de la boda, a excepción de las que portaran sus soldados de confianza.

A Isabella la despertaron temprano la mañana de su boda tras haber pasado una noche inquieta y plagada de sueños. Alice llegó a primera hora para dirigir la colocación de la bañera redonda de madera delante del hogar, y fue seguida poco después por Esme y Nana, que llevaban el vestido de novia de Isabella.

-Es hora de vestirte para la boda, hija -dijo Esme-. Métete en la bañera.

Alice se marchó para ir a buscar el desayuno de Isabella mientras Nana estiraba las arrugas del vestido y lo extendía sobre la cama. -Si no te importa, te voy a dejar en las expertas manos de Nana -dijo Esme-. Tengo que ayudar a Renesmee a vestirse.

-No deberías estar haciendo esfuerzos, mamá. ¿Te encuentras con fuerzas suficientes?

La sonrisa de Esme reconfortó a Isabella.

-No te preocupes, querida. Mi salud mejora día a día. Esta es una boda que no tengo intención de perderme.

Isabella entró en la bañera y suspiró cuando se sumergió en el agua.

Aquel era el día de su boda. No hacía mucho se había preparado para otra boda, para otro hombre. Un hombre que su querido padre había escogido para ella. Las lágrimas le brillaron en los ojos. ¿Qué pensaría ahora de ella el gran Charlie Swan? Sabía que su madre y su hermana lo aprobaban, porque contra todo pronóstico, le habían tomado cariño a Edward. Incluso los miembros de su clan lo apreciaban.

Las muchas cualidades de Edward eclipsaban su reputación de soldado despiadado. Lo único que iba en detrimento de su matrimonio era el hecho de que Edward no la amaba. Por supuesto, Jacob tampoco, ni ella a él, pero hubiera tenido la satisfacción de cumplir el deseo de su padre de unir a los Black y a los Swan a través de su matrimonio con Jacob.

-Ya estás, muchacha -dijo Nana extendiendo una tela grande de secar para envolver a Isabella-. Alice llegará enseguida con tu desayuno.

Isabella se dio cuenta mientras se envolvía en la suave tela de lino de que no había manera de detener la boda, así que no tenía sentido entretenerse. Su destino estaba sellado, nadie podría disuadir a Edward.

Alice llegó unos instantes después con una bandeja que depositó sobre la mesa.

-Winifred ha preparado una fiesta para ti -dijo Alice agitando la servilleta. -Hay huevos con salchichas, jamón frito, un trozo de queso de cabra y una jarra de té. Hay incluso mermelada de moras para extender sobre el pan recién salido de horno.

Isabella acercó una silla a la mesa y se quedó mirando la comida.

Aunque tenía hambre, se le pasaban demasiadas cosas por la mente como para pensar en comer. Probó unos cuantos bocados de huevo y de jamón, mordisqueó el queso y se bebió casi todo el té, que estaba muy fuerte. Entonces llegó el momento de vestirse.

Esme y Renesmee volvieron cuando Nana estaba abrochándole el traje de novia a Isabella. Esme le pidió que se sentara en un banquito, cogió el cepillo y le cepilló el cabello hasta que sus brillantes mechones compitieron con los últimos rayos del atardecer. Luego le colocó el casquete bordado de joyas y el velo en la parte superior de la cabeza como toque final.

-Oh, Isabella, estás preciosa -exclamó Renesmee-. ¿No estás de acuerdo, mamá?

-Absolutamente -reconoció Esme clavando su mirada amorosa en Isabella-. Nunca había visto una novia tan bella.

-Pellízcate las mejillas, muchacha -le aconsejó Nana-. Estás demasiado pálida -se quedó mirando fijamente a Isabella a los ojos durante un largo y tenso instante, y luego le susurró-, ten cuidado con el Black.

Isabella se puso en alerta al instante. -¿Qué has dicho?

Una llamada a la puerta impidió que Nana pudiera responder.

Alice abrió y entró Sam, vestido con sus mejores galas. -¿Ya es la hora? -preguntó Isabella con voz temblorosa.

-Sí, el Padre Hugh y tu prometido están esperando abajo -dijo Sam ofreciéndole el brazo. -Vamos, muchacha, te acompañaré a tu boda.

-Ve -dijo Esme dándole a Isabella un fuerte abrazo. -Lord Edward te hará feliz si le das la oportunidad.

-Yo... oh, mamá, si Edward me amara yo sería la mujer más feliz del mundo.

-¿Seguro que no te ama?

-¿Estás preparada, muchacha? -preguntó Sam con impaciencia. -Los invitados ya han llegado y se están impacientando.

Isabella esbozó una sonrisa temblorosa y agarró el brazo de Sam.

Edward caminaba arriba y abajo inquieto, no dejaba de mirar una y otra vez hacia el arco de la entrada. ¿Por qué tardaba tanto? ¿Iría a cambiar de opinión en el último minuto? ¡Maldición! Tenía que casarse con él. ¿No se daba cuenta de que no tenía elección? No había querido preocupar a Isabella, pero era posible que en cuanto Tanya llegara a Londres y le contara sus mentiras al rey al oído, el monarca reaccionara con su proverbial violencia. Isabella necesitaba de su protección, tanto si era consciente de ello como si no.

-Cálmate -le dijo sir Jasper caminando al lado de Edward-.

Isabella estaría loca si no se casara contigo -miró alrededor del salón, deslizando la vista por los invitados a la boda que estaban allí reunidos para celebrar la ceremonia.-. Parece que el Black ha decidido no venir. Si quieres saber mi opinión, es una bendición.

-El día no ha terminado todavía -respondió Edward con gravedad. -¿Han sido desarmados los invitados antes de entrar al salón?

-Sí, tal y como ordenaste, pero ninguno de los aldeanos llevaba armas.

Un murmullo de emoción captó la atención de Edward y su mirada se cruzó con Isabella, que se había detenido dudosa en la entrada. Se le quedó la respiración atrapada en la garganta. Isabella era la imagen de la vulnerabilidad y la fragilidad, pero Edward no se dejaba engañar. Era fuerte, más fuerte que ninguna mujer que hubiera conocido jamás. Y tan hermosa que no podía apartar los ojos de ella. El vestido azul resultaba favorecedor, pero palidecía en comparación con la mujer que lo portaba. Su rico cabello rojizo flotaba bajo el velo, que le llegaba a la altura de los hombros en suaves ondas que reflejaban el brillo del sol que se filtraba a través de las ventanas.

Edward le sonrió. Ella respondió con una sonrisa tímida. Entonces Sam dio un paso adelante, obligándola a seguirle. Unos instantes más tarde, Isabella estaba a su lado. Edward le cogió la mano del brazo de Sam y la colocó en la suya. El Padre Hugh se aclaró la garganta.

-¿Estás preparado, mi señor?

Edward le dirigió una mirada a Isabella y alzó una ceja. Ella asintió con la cabeza de manera prácticamente imperceptible, pero aquel era todo el ánimo que Edward necesitaba.

-Sí, que de comienzo la ceremonia, Padre.

El salón estaba completamente a rebosar con los miembros del clan del pueblo y de varias millas alrededor. Se escuchó un rumor de emoción mientras la gente se arremolinaba más cerca, deseando escuchar los votos que iban a pronunciar su muchacha y el Caballero Demonio. El Padre Hugh pidió silencio.

Un chitón espeluznante precedió a un inesperado alboroto en la entrada principal.

-Jacob -susurró Isabella con una voz ahogada que provocó que a Edward se le erizaran el vello de la nuca.

Los celos se alzaron como una bestia voraz dentro de Edward.

Siempre había sabido que Black haría su aparición, pero saber que se encontraba allí le hacía sentirse más protector respecto a Isabella. Su expresión se volvió fiera cuando vio cómo el color desaparecía del rostro de la joven y sintió cómo se agarraba desesperadamente a su brazo.

-Ha venido a causar problemas -susurró Isabella-. No quiero que esté aquí.

Edward experimentó un gran alivio al escuchar las palabras de Isabella.

No quería que Black estuviera allí; no quería ni verlo. Edward había invitado al jefe en un último intento de promover la paz en Cullen, pero si tenía que ser sincero, debía reconocer que había una razón más egoísta. Quería que Black supiera que Isabella le pertenecía a él, a Edward, y que así sería para siempre.

-¿Qué clase de recibimiento es este? -bramó Jacob Black furioso-. Tu hospitalidad deja mucho que desear. No es muy amable por tu parte confiscarles las armas a los invitados. Estoy aquí solo, en medio de enemigos y a tu merced. ¿Vas a aprovecharte de la situación?

Se hizo un hueco delante del jefe de los Black. Vestido con la prohibida falda escocesa, se abrió camino hacia Edward e Isabella. Edward sintió que ella temblaba y la rodeó con el brazo con gesto protector.

-Eres bienvenido a Cullen, Black, siempre y cuando renuncies a tus armas. Este es un momento de alegría, no de guerra.

Black agarró con firmeza su espada, su rostro era una máscara de furia.

-¡Me has robado a mi prometida, y ahora quieres robarme las armas!

-Las armas se te devolverán cuando te marches. Tú eliges, Black. Deja a un lado tu hostilidad como pienso hacer yo y únete a la celebración.

Black le lanzó una mirada asesina a Isabella.

-Isabella era mi prometida. Sigo deseándola, aunque es del dominio público que se ha abierto de piernas para ti.

Isabella sofocó un grito con el dorso de la mano. Edward quería golpear a Black en la boca por haber insultado a Isabella, pero se las arregló para contener su ira.

-¿Por qué no le preguntamos a Isabella a cuál de los dos prefiere? -sugirió fingiendo una calma que no sentía.

Edward se dio cuenta de que estaba corriendo un grave riesgo, pero quería, no, necesitaba, escuchar la respuesta de Isabella para su propia paz de espíritu. Aunque eso no supondría ninguna diferencia. Isabella sería su esposa tanto si Black quería como si no.

-Muy bien -accedió Black con petulancia. -Pregúntale a la muchacha con quién quiere casarse.

Edward sujetó a Isabella de los hombros y la giró hacia él. -¿Qué tienes que decir, cariño?

Mientras Isabella lo miraba fijamente, con los ojos muy abiertos y la boca trémula, el silencio se hizo casi insoportable. Edward percibía la tensión que tenía presos a los invitados a la boda, y se sentía tan tirante como la cuerda de un arco.

-Isabella...

-Adelante, muchacha, no tengas miedo -le espetó Black.

Ella sacó la lengua en gesto nervioso para humedecerse los labios, y Edward sintió deseos de estrecharla entre sus brazos y besarla hasta que le diera la respuesta que buscaba, pero se obligó a sí mismo a esperar.

Isabella abrió la boca para hablar; la expectación hizo más denso el aire que los rodeaba.

-El deseo de mi padre era que me casara con Jacob Black -comenzó a decir, provocando que a Edward se le cayera el alma a los pies. -Pero eso no es lo que yo quiero -Edward volvió a respirar-. Jacob, has demostrado que no eres el hombre que mi padre creía que eras, ni el hombre que yo esperaba que fueras.

Isabella estiró la mano para coger la de Edward. -Elijo a Edward.

-Has tomado una sabia decisión, mi señora -susurró Edward con un suspiro de alivio. Luego se giró hacia Black-. Entrega tus armas si quieres quedarte a la ceremonia.

Black vaciló durante un largo momento cargado de incertidumbre antes de presentarle la espada y la pistola a sir Jasper, que se encontraba ahí cerca, preparado para actuar en caso de que Black se pusiera violento.

-Puedes continuar, Padre -dijo Edward. Todo había terminado, y había valido la pena correr el riesgo, pensó, por haber escuchado a Isabella decir en voz alta que lo prefería a él.

El Padre Hugh dio comienzo a la ceremonia. Edward pronunció sus votos observando a Black por el rabillo del ojo mientras Elisa repetía sus votos en voz baja pero firme. Unos minutos más tarde, fueron declarados marido y mujer; Isabella era suya. Edward la atrajo hacia sí y le levantó la barbilla. Los ojos de la joven encerraban una expresión llorosa y aturdida cuando él inclinó la cabeza para sellar sus votos con un beso. Giró deliberadamente a Isabella para que le diera la espalda a Black y así no perder él de vista al hombre, pero en cuanto sus labios rozaron los de Isabella, cerró los ojos para saborear mejor el beso.

Perdido en sus sensaciones, Edward fue apenas consciente de que Black estaba hablando, pero bloqueó mentalmente sus palabras. Cuando abrió los ojos, lo único que vio fue a Isabella, su cálido cuerpo apretado contra el suyo. Entonces, por el rabillo del ojo, vio cómo la luz del sol se reflejaba en algo brillante que Black tenía en la mano. Todos sus instintos se pusieron en alerta al instante.

Black tenía un cuchillo en la mano... ¡y apuntaba directamente a la desprotegida espalda de Isabella!

-¡Si yo no puedo tenerla, tú tampoco la tendrás! -gritó Black.

Reaccionando espontáneamente, Edward se giró arrastrando a Isabella con él mientras presentaba su propia espalda al cuchillo de Black. Sintió la punzada de dolor y se preparó para soportarlo mientras arrojaba a Isabella en brazos de sir Jasper. Al instante se formó un círculo protector a su alrededor. Ante los ojos de Edward aparecieron olas de brillante rojo cuando se dio la vuelta para enfrentarse a Black.

Lo único que vio de Black fue la espalda. Se estaba perdiendo entre la muchedumbre de estupefactos invitados que presionaban hacia delante para obtener una mejor vista. La confusión y la conmoción que siguieron al ataque habían jugado a favor del jefe de los Black. Había conseguido crear una situación caótica y desaparecer por la puerta antes de que los soldados de Edward supieran siquiera qué había sucedido.

 

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AAAAAAAAAAA, MIRA QUE ME MUEROOOOOO, ME MUEROOOOOOO, EDWARD ESTA HERIDO, DIOSSSSSSS, PERO COMO SE LE OCURRIO INVITAR A JACOB DESDE EL PRINCIPIO, AAAAAAAA, BUENO POR LO MENOS QUEDO CLARO QUE ISABELLA SI SE CASO POR PROPIA VOLUNTAD, AUNQUE NO ME GUSTO QUE SE LO PENSARA, TAL VEZ SU PADRE CUANDO VIVIA LA HABIA PROMETIDO A JACOB, PERO SIEMPRE LAS COSAS CAMBIAN, Y MIRA QUE SI NO ES TIERNO EDWARD, ¿VERDAD QUE SI?.

 

AAAAAAAAAA ESPEREMOS QUE NO ESTE HERIDO DE GRAVEDAD,

LAS VEO MAÑANA GUAPAS

Capítulo 15: CATORCE Capítulo 17: SIETE

 
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