EL CABALLERO DEMONIO (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 22/09/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 143
Visitas: 61004
Capítulos: 22

"FANFIC FINALIZADO"

SU PRISIONERA, SU DESEO…

Edward Masen, atractivo caballero inglés sin tierras, llega a las Highlands escocesas para evitar un matrimonio que uniría a dos poderosos clanes contra la Corona Inglesa. Pero no podrá disuadir a la novia, la salvaje y testaruda Isabella, Doncella de Cullen. Aunque es prisionera de Edward, la tentadora, orgullosa y desafiante dama nunca dejará que la confinen en un convento, y tampoco abandonará ni a su familia ni su determinación de casarse con el laird Black… dejando a Edward con sólo un camino que escoger: casarse él mismo con Isabella.

…SU NOVIA

¡Ese descarado canalla pronto descubrirá que ha encontrado a una igual! Sin embargo, Isabella no puede evitar sentirse conmovida por la ternura y la nobleza de Edward… y por un peligroso deseo al que no quiere dar cabida en su corazón.

Nada bueno puede resultar de su unión con este caballero que primero le robó su libertad y ahora le roba el aliento. Y aunque ha sido ella quien ha puesto al notorio guerrero enemigo de rodillas, ahora es Isabella quien debe rendirse… a la pasión y el amor.

 

 

Adaptacion de los personajes de crepusculo del libro

"El Sabor del Pecado" de Connie Mason

 

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Capítulo 3: DOS.

Lady Isabella Swan se miró en el espejo de cuerpo entero sin ver realmente su imagen. Un buen puñado de rizos cobrizos permanecía domado en forma de diadema en la coronilla de su cabeza; los impresionantes ojos verdes y las suaves curvas quedaron borrados por las funestas predicciones que le estaba susurrando su vieja nana al oído.

-No te casarás con el jefe de los Black, muchacha -siseo la vieja nana. -No está hecho para ti.

-Oh, Nana, ¿por qué tienes que ser tan escéptica? -la reprendió Isabella-. Sabes que mi padre escogió a Jacob como esposo para mí. Él nos protegerá a todos si el rey de Inglaterra recuerda que mi padre guió a un regimiento de las Tierras Altas en el páramo de Culloden y decide castigarnos. Hemos conseguido pasar inadvertidos para él gracias a la lejanía de Cullen, pero necesitamos a Jacob y a los hombres de su clan por si el inglés recuerda de pronto que existimos.

-No te casarás con el jefe de los Black -repitió Nana -. Es un proscrito y traerá problemas a los miembros de nuestro clan.

Isabella se apartó del espejo.

-No seas estúpida, Nana. Me voy a casar con Jacob. Los miembros de su clan y él ya han llegado a la iglesia del pueblo. Billy y Sam Swan están esperándome abajo para acompañarme al altar. Es hora de irnos. ¿Vienes conmigo?

-No saldrás del castillo -dijo Nana con obstinación. Isabella soltó una carcajada impropia de una dama.

-Realmente me pones a prueba, Nana. Aunque te quiero mucho, no puedes evitar que suceda lo que está escrito. No conozco bien a Jacob, pero estoy segura de que llegaré a amarle. Ambos odiamos a los ingleses y somos acérrimos defensores del joven pretendiente al trono, el príncipe Carlos. Tenemos muchas cosas en común.

-Tal vez no todos los ingleses sean malos -aseguró Nana misteriosamente.

-¡Ja! Cuéntale eso a quien quiera creerte. Todos los hombres ingleses son unos asesinos.

-Adelante, entonces -murmuró Nana dando por zanjado el tema. -Pero acuérdate de mis palabras, muchacha, no vas a casarte con el jefe de los Black. Mis "voces" hablan de otro hombre. Tu destino apunta en otra dirección.

-Tal vez creas que oyes voces, pero yo no tengo fe en esas cosas -gruñó Isabella-. Ni tampoco creo en las hadas, en espíritus ni en brujas.

-Siempre fuiste una niña obstinada -protestó Nana-. ¿Cómo crees que te encontré esas veces que deambulabas sola fuera del castillo? Fueron mis voces, eso te lo aseguro, pero no importa. Algún día aprenderás a confiar en mí.

-Confío en ti, Nana -le aseguró Isabella-, pero no en tus extravagantes predicciones. Reconozco que has acertado en muchas cosas, pero esta vez te equivocas.

-No digas que no te lo advertí, muchacha.

Isabella suspiró mientras recogía un ramo de flores recién cortadas y se giraba una vez más para mirarse en el espejo de cuerpo entero. Había escogido llevar el atuendo de cuadros de los Swan para la boda, y sabía que el gris, el verde y el blanco le iban bien, aunque era un tanto pálida. Se pellizcó las suaves mejillas para conseguir un poco de color y se apartó del espejo. Sus delicadas facciones se le marcaron con determinación, y salió por la puerta sin esperar a ver si Nana la seguía. Iba a casarse con el jefe Black tal y como deseaba su padre, y nada, ni siquiera la vívida imaginación de su viaja nana, iba a impedírselo.

 

Edward se detuvo ante el portón exterior de Cullen. La caseta de vigilancia estaba vacía, y la puerta levantada. Ningún guarda patrullaba los muros ni se distinguía a nadie en el interior del patio.

La primera imagen que recibió Edward de Cullen le resultó impresionante. Las majestuosas torres y los parapetos resultaban visibles desde una lejana distancia, alzándose por encima de la agitada neblina y el oscurecido cielo. La promesa de lluvia colgaba en el aire, densa y opresiva, y Edward se preguntó si no se trataría de un mal presagio.

Apartando a un lado sus lúgubres pensamientos, Edward y sus hombres cruzaron por la puerta y entraron al patio. Edward sentía los hombros tensos, y acariciaba su espada con la mano. A aquellas alturas ya debía haber sonado el cuerno de alarma para alertar de su presencia. ¿Dónde estaba todo el mundo?

La fortaleza había sobrevivido al paso de los años con gracia y dignidad, pensó Edward. Los agrestes muros de piedra gris se veían suavizados por siglos de viento, lluvia y sol sobre su impresionante fachada cubierta de hiedra. Edward se dio cuenta de que se habían colocado ventanas de vidrio en algún momento del siglo pasado.

Sir Jasper Whitlock adelantó su caballo para unirse a Edward cuando se acercaron a la entrada principal.

-El castillo parece estar desierto, Edward. ¿Qué crees que le ha ocurrido a todo el mundo?

-Lo averiguaremos enseguida, Jazz. Alerta a los hombres para que se preparen en caso de problemas inesperados.

Jazz se dio la vuelta y regresó galopando a las filas, donde difundió el mensaje de Edward con voz susurrada.

La fortaleza no estaba tan desierta como Edward había supuesto. Aparte de la doncella de Cullen y la vieja Nana, Sam y Billy, dos miembros de confianza del clan, estaban en el gran salón esperando a la novia para acompañarla a la iglesia, donde los Swan y los Black se habían reunido para ser testigos de la unión de sus clanes.

Billy, que tenía el oído más agudo que Sam, fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien.

Se levantó bruscamente de la silla en la que estaba sentado y se acercó a toda prisa a la ventana.

-Tenemos visita -advirtió.

Sam, el miembro más anciano de los Swan, se incorporó para aproximarse renqueando a la ventana. -¿Invitados a la boda?

Billy frunció el ceño.

-No. Portan el estandarte inglés. Sam soltó una retahíla de maldiciones.

-Esos bastardos han puesto finalmente los ojos en Cullen. Todos temíamos que esto llegara a ocurrir algún día. ¿Qué crees que quieren?

-A Cullen -aseguró Billy con sequedad. -Me temo que hoy no va a celebrarse ninguna boda. Será mejor que avise a los Black para que se marchen de aquí. Jacob Black es un proscrito, un fugitivo que ha logrado escapar de la horca.

-Sí. Ya ha habido suficiente derramamiento de sangre -reconoció Sam-. Utilizad el pasadizo secreto. Convence a los Black para que regresen a toda prisa a su baluarte.

Billy desapareció rápidamente en los oscuros confines del castillo.

Sam abrió la tallada puerta de roble que custodiaba la entrada y se situó en el escalón superior para esperar a los ingleses.

-Mira -señaló Jazz-. Hay alguien en las escaleras de entrada. La fortaleza no está vacía, después de todo.

Edward dejó a sus hombres detrás en el patio mientras dirigía su caballo hacia el castillo. Desmontó y subió las escaleras para enfrentarse a aquel anciano de barba gris.

-¿Sois invitados a la boda? -preguntó el viejo escocés observando a Edward con hostilidad.

-¿Va a celebrarse una boda hoy? -preguntó Edward, agradeciendo en silencio su buena fortuna por haber conseguido llegar a Cullen a tiempo. ¿Había llegado realmente a tiempo?

Edward le clavó una mirada intimidatoria al anciano.

-¿Ha tenido ya lugar la boda? Dime la verdad, viejo, soy muy poco tolerante con las mentiras.

-¡Basta! ¿Cómo te atreves a amenazar a mi pariente? Es un anciano débil que no puede defenderse de alguien como tú.

La mirada de Edward se dirigió más atrás del anciano hacia la mujer, no, la joven doncella cuyos impresionantes ojos verdes brillaban de rabia.

-¿Quién eres tú y qué es lo que quieres? -preguntó la doncella.

Edward se alzó en toda su imponente estatura.

-Soy Edward Masen, conde de Clarendon y señor de Cullen.

-El señor de Cullen está muerto.

-Estoy vivito y coleando, mi señora, y deseoso de inspeccionar mis propiedades.

Edward observó a la doncella con vivo interés. Entonces, ¿esta era la doncella de Cullen? La joven estaba obviamente ataviada para la boda. Su cabello cobrizo, trenzado y recogido en lo alto de la cabeza en una corona real, había comenzado a soltarse, provocando que unos mechones salvajes se le deslizaran por el delicado cuello. La lluvia de pecas que le cruzaba el puente de la coqueta nariz y los pómulos altos no lograban distraer de su impresionante belleza. ¡Y qué labios! ¡Maldición! Sus labios eran suaves, carnosos y lujuriosos. Una saludable dosis de puro deseo animal le recorrió la entrepierna. No esperaba que la doncella de Cullen fuera tan adorable... ni que tuviera tan buen cuerpo. Le deslizó brevemente la mirada por los senos antes de poner sus caprichosos pensamientos bajo control.

-Cullen pertenece a los Swan -aseguró la joven con aspereza.

La osada mirada de Edward viajó por la totalidad de sus curvas arriba y abajo.

-¿Quién eres tú, señora?

Isabella estiró los hombros y alzó la barbilla con gesto orgulloso. -Soy Isabella Swan, hija del gran Charlie Swan, señor de Cullen.

ֹ-Échate a un lado, inglés, hoy es el día de mi boda y me están esperando en la iglesia.

La expresión de Edward permaneció inescrutable a pesar de sus lujuriosos pensamientos. No había esperado sentir deseo por la dama a la que había ido a desalojar de su casa. Pero dejando a un lado la lujuria, el destino de la joven ya había quedado sellado por la Corona y él no podía cambiar aquella decisión ni aunque hubiera querido.

-No se va a celebrar ninguna boda, señora, ni hoy ni nunca -aseguró Edward con sequedad. -El rey ha prohibido cualquier alianza entre el proscrito clan de los Black y los Swan.

-Tu rey no puede decirme lo que tengo que hacer -le espetó Isabella-. Soy una habitante de las Tierras Altas, no una súbdita inglesa.

-Los miembros de tu clan fueron derrotados en Culloden, señora. Tu padre guió un regimiento hacia la batalla. Si te hubieras quedado en tu fortaleza y no hubieras llamado la atención sobre ti misma aliando tu clan con los rebeldes Black, probablemente el rey Jorge te habría dejado en paz. Pero yo te lo agradezco, señora, porque tu decisión de casarte con el jefe Black me ha reportado ricas tierras y un título.

-¡Inglés asesino! -siseó Isabella-. No puedes arrebatarme mi casa. No lo permitiré.

Sam, que había estado escuchando el intercambio de palabras, escogió aquel momento para intervenir.

-¿Has dicho que tu nombre es Edward Masen, mi señor? Edward apartó la mirada de la imprevisible Isabella y la clavó en el anciano.

-SÍ, soy Edward Masen.

-¿Eres el hombre al que llaman el Caballero Demonio? -preguntó Sam palideciendo.

Edward alzó su oscura frente. ¿Sería posible que su reputación hubiera llegado hasta aquel remoto lugar?

-¿Has oído hablar de mí?

-Sí, así es. ¿A cuántos de los nuestros asesinaste en Culloden? -escupió Sam.

-¿Y quién de los miembros de vuestro clan mató a mi padre? -contestó Edward con remarcable contención.

-Así que tú eres el Caballero Demonio -dijo Isabella con los ojos echándole chispas de odio. Apartó la mirada de Edward y la dirigió hacia el pequeño ejército de hombres que ocupaba el patio. -¿Tienes pensado matarnos, mi señor?

-No, no sé qué habréis oído de mí, pero no soy un asesino que mata a sangre fría. Necesito a tu gente para que cultiven la tierra, atiendan al ganado, recolecten las cosechas y sirvan en el castillo. Nada va a cambiar. Las cosas seguirán como antes, con la excepción de que el nuevo señor de Cullen es un inglés.

Isabella estiró los hombros.

-¿Qué será de mí y de mi familia, mi señor?

Edward pasó por delante de Sam e Isabella, obligándoles a seguirle al salón. -Siéntate, señora.

-No, me quedaré de pie. ¿Está ya decidido mi destino?

Justo en aquel momento entró Jazz a toda prisa en el salón. -Edward, he acorralado a un muchacho en los establos. Me ha contado que los Swan y los Black están reunidos en la iglesia del pueblo, esperando a que llegue la novia.

-Cabalga hasta la iglesia, Jazz. Llévate a la mitad de los hombres contigo por si surgen problemas, pero evita el derramamiento de sangre si puedes. Para demostrar que pretendo ser un señor justo, permite que los Black regresen a su baluarte y escolta a los Swan de regreso a Cullen para presentarles a su nuevo amo.

-Los miembros de mi clan no son siervos ni esclavos -le espetó Isabella-. Viven en el pueblo, atienden los campos y los rebaños y trabajan en Cullen porque desean hacerlo. Cullen es su hogar.

Edward clavó su mirada plateada en Isabella, admirando sus agallas y el hecho de que no se sintiera intimidad a por él. También poseía un temperamento formidable. Edward se preguntó cómo reaccionaría cuando supiera que tenía que pasar el resto de su vida tras los aislados muros de un convento.

Edward torció el gesto. Las cosas serían mucho más fáciles para todo el mundo si ella aceptara de buen grado su destino. No le gustaba la idea de tener gente en su contra sirviéndole en su nuevo papel de señor de Cullen. Si Isabella se marchaba de Cullen sin discutir, los miembros de su clan se sentirían menos inclinados a rechazarlo. Por desgracia, Edward no había necesitado mucho tiempo para darse cuenta de que Isabella era una jacobita incondicional con un odio acérrimo por los ingleses. Los habitantes de las Tierras Altas habían sido estrepitosamente derrotados en Culloden cinco años atrás, pero Isabella seguía combatiendo aquella batalla. Edward llegó a la conclusión de que el rey hacía bien en enviarla al convento.

Mientras contemplaba a aquel inglés tan guapo y arrogante que había venido a robarle su casa, Isabella no sintió otra cosa más que rabia. Los ingleses le habían arrebatado a su amado padre y a sus hermanos, y ahora querían quedarse con su casa.

Isabella había oído hablar del Caballero Demonio, por supuesto, ¿quién no? Los rumores aseguraban que era un canalla asesino sin conciencia, un hombre que se había distinguido en Culloden siendo todavía un muchacho, un hombre que había abierto una zanja de muerte y destrucción a lo largo y ancho de las Tierras Altas en nombre de la justicia inglesa.

Sin necesidad de que se lo dijeran, Isabella supo que el rey inglés y su Caballero Demonio tenían planes para ella que no iban a gustarle. Isabella alzó la barbilla. Tenía una familia que proteger; lucharía con uñas y dientes para asegurarse de que aquel hombre que había ido a destruir su mundo no les tratara mal.

Si al menos no fuera tan guapo, pensó Isabella a su pesar. Cuando la miraba con aquellos arrebatadores ojos gris plateado, casi se le olvidaba respirar. Vestido con un jubón negro y pantalones apretados, formaba una figura gallarda. Era alto, musculoso y letal, un hombre cuyas bellas facciones se veían endurecidas por incontables batallas.

Edward dio un amenazador paso adelante, pero Isabella se mantuvo impávida. Podía mirarla fijamente todo lo que quisiera, ella no iba a moverse ni un centímetro.

-Tengo entendido que tu madre vive actualmente en Cullen -dijo Edward.

A Isabella la latió con fuerza el corazón por el miedo. -Mi madre está enferma, no se la puede molestar.

Isabella odió la manera en que el Caballero Demonio alzó su oscura frente, como si estuviera cuestionando la veracidad de sus palabras.

-Enferma o no, ambas seréis escoltadas hasta el convento de Santa María del Mar en menos de una hora. Podéis llevaros vuestros objetos personales, pero nada más. El castillo y todo lo que alberga en su interior me pertenece a mí.

Isabella cruzó los brazos sobre el pecho con expresión desafiante. -¿No me has oído? Mi madre está delicada de salud. No se la puede molestar.

Sin conmoverse, Edward dijo:

-Seré yo quien juzgue eso. Iré a verla cuando haya hablado con los miembros de tu clan.

-¿Y qué pasa con mi hermana pequeña, mi señor? Se está recuperando de una grave afección pulmonar. ¿Vas a enviarla a una celda húmeda y estrecha para que muera? Hace mucho tiempo que las buenas hermanas hicieron voto de pobreza. Apenas comen y viven sin las pequeñas comodidades a las que nosotros estamos acostumbrados. Tengo entendido que no permiten que se enciendan fuegos en los dormitorios. Mi hermana y mi madre no podrán sobrevivir bajo semejantes condiciones de dureza.

-¿Una hermana? ¿Tienes madre y una hermana?

-¿Acaso no acabo de decírtelo? ¿Estás confuso, mi señor?

-Más bien asombrado. No sabía nada de una hermana. Ni tampoco se me había informado de ninguna enfermedad en Cullen. ¿Cuántos años tiene tu hermana?

-Renesmee nació poco después de que padre fuera asesinado en Culloden. Sólo tiene cinco años. Madre nunca se recobró tras las muertes de mi padre y de mis hermanos, y apenas sale de su habitación. Está muy frágil.

-¡Maldita sea! No tenía ni idea. En cualquier caso, seré yo quien decida su destino.

La tensión se acrecentó entre ellos mientras se quedaban mirándose el uno al otro. Isabella se sintió sacudida hasta el tuétano de los huesos. Aquel inglés imposible, su enemigo, la estaba afectando de un modo difícil de entender. Su ira servía de escasa protección contra las sensaciones que revoloteaban en su interior. Supo instintivamente que si bajaba la guardia, Edward Masen ganaría. Todavía tenía que descubrir qué era lo que ganaría, pero temía que sería más de lo que ella estaba dispuesta a entregar.

Un estruendo al otro lado de la pesada puerta de roble devolvió los pensamientos de Isabella a la realidad que tenía delante. Observó ansiosa cómo los miembros de su clan llenaban el salón, seguidos de un pequeño ejército armado de hombres ingleses.

-Los Black se habían marchado cuando llegamos a la iglesia, Edward -aseguró Jazz-. Hemos traído a los Swan y los miembros de su clan, tal y como tú ordenaste.

-Alguien ha debido alertar a los Black -dijo Edward sombríamente.

Billy Swan dio un paso adelante. -Yo les he advertido.

-¿Quién eres tú?

-¿Quién eres tú? -preguntó Billy con sequedad.

Ignorando la insolencia del hombre, Edward contestó.

-Soy Edward Masen, conde de Clarendon y el nuevo señor de Cullen, a tu servicio.

-Yo soy Billy Swan, su señoría -dijo Billy con orgullo-. Uno de los pocos hombres que sobrevivió a Culloden.

Edward admiró la sinceridad de aquel hombre. -¿Por qué has alertado a los Black?

-Temía que hubiera un derramamiento de sangre, su señoría -replicó Billy-, y me pareció prudente dar aviso de una situación tan potencialmente peligrosa. Advertí a los Black para que se marcharan antes de que llegaran tus hombres. Jacob se mostró reacio al principio, pero decidió seguir mi consejo cuando le dije que habías venido con un ejército.

-Has sido sabio, Billy Swan. El derramamiento de sangre no es la manera de preservar la paz. Como nuevo señor de Cullen, mi intención es mantener la paz en este remoto rincón de Escocia. Rezo a Dios para que no haya necesidad de más derramamiento de sangre.

Billy deslizó la mirada hacia Isabella.

-¿Qué va a ser de lady Isabella, lady Swan y la pequeña Renesmee?

Nuestro jefe las quería mucho. Tal vez debería escoltadas a Glenmoor, para que vivan con sus parientes los Macdonald. Christy Macdonald se casó con un inglés siendo niña y tal vez dé cobijo a sus parientes. Christy e Isabella se quieren mucho.

-El rey ha dejado muy claros sus deseos respecto a la viuda de Charlie Swan y sus hijas -aseguró Edward-. Serán enviadas al convento de Santa María del Mar. No puedo llegar a otro acuerdo sin la aprobación de la Corona.

-La viuda de lord Charlie y su hija pequeña están enfermas, señoría -protestó Billy.

-Es un contratiempo, pero no puedo llevarle la contraria al rey.

-¡Miserable sin corazón! -escupió Isabella-. ¡Asesino de mujeres y niños!

Si Isabella hubiera sospechado lo cerca que estaba Edward de encerrarla en la torre y arrojar la llave, habría sido más prudente. -Nunca he hecho daño a ninguna mujer ni a ningún niño -aseguró apretando los dientes. -Sin embargo, contigo me siento inclinado a hacer una excepción.

El viejo Sam salió rápidamente en defensa de Isabella.

-No toques a la muchacha, mi señor, a menos que quieras irritar a los miembros de nuestro clan. Si lo que buscas es la paz, estás yendo por el camino equivocado.

Unos iracundos gritos de aprobación siguieron a las palabras de Sam, y Edward temió encontrarse de frente con una rebelión si no suavizaba su postura. Necesitaba la colaboración del clan si quería triunfar en Cullen.

-Vuestra señora no representa ningún peligro para mí -aseguró-. Cullen es vuestro hogar; necesito vuestra lealtad y vuestra total cooperación para que las cosas vayan bien. Descubriréis que soy un señor generoso. No se incrementarán los diezmos ni se subirán los impuestos.

-Mi intención es mantener la paz sin utilizar la fuerza, pero no os equivoquéis -advirtió buscando los rostros huraños que lo miraban fijamente. -Como señor de Cullen, exijo vuestro respeto. Si descubro signos de rebelión, no dudaré en responder de forma acorde.

Un torrente de gruñidos siguió a sus palabras, pero Edward se dio cuenta también rápidamente de que hubo una aprobación reticente cuando aseguró que no subiría los impuestos ni los diezmos. -Lo único que pido es vuestra cooperación y vuestra lealtad -continuó Edward.

-¿Cómo puedes pedirnos eso cuando vas a enviar lejos a la viuda de Charlie Swan y a sus hijas? -argumentó Sam.

-Escuchadme, buena gente -dijo Edward, que se estaba quedando sin paciencia de forma alarmante. -No toleraré ninguna disensión. Soy vuestro señor y exijo lealtad. A cambio, seréis tratados justamente.

Aguardó unos instantes para que asumieran lo que acababa de decir antes de anunciar:

-No habrá ninguna alianza entre los Black y los Swan. La doncella de Cullen, su madre y su hermana residirán de forma permanente en el convento de Santa María del Mar. Regresad a vuestras casas; ya he dicho todo lo que tenía que decir.

La gente comenzó a dispersarse de forma reacia para regresar a sus hogares y a sus labores en medio de muchos susurros y miradas temerosas dirigidas al Caballero Demonio. Edward detuvo a Billy antes de que pudiera unirse al éxodo.

-Quiero hablar un momento contigo, Billy Swan. Billy se detuvo en seco sobre sus pasos.

-¿Si, su señoría?

-Está claro que ni tú ni los hombres de tu clan estáis de acuerdo con que yo sea el dueño de Cullen ni con el destino de las mujeres del clan.

-Sí, en eso has acertado.

-Esto no es decisión mía, Billy -se explicó Edward-. Jacob Black es un proscrito y un rebelde. Quiere reanudar una guerra que perdisteis hace mucho tiempo. La Corona se opone de forma justificable a una alianza entre los Black y los Swan. Sería desastrosa para la frágil paz que prevalece en las Tierras Altas. No podemos permitir que Lady Isabella se case con Jacob Black. La única manera de evitar una alianza semejante es enviarla a un lugar fuera del alcance de Black.

-Puedo entender la preocupación de Inglaterra -admitió Billy-. Los habitantes de las Tierras Altas siempre han dejado muy claro el odio que sienten por tus compatriotas. ¿Puedes culparlos? Pero, ¿por qué deben ser castigadas la viuda y las hijas de Charlie Swan?

-No están siendo castigadas -mantuvo Edward-. Sólo se las envía a un refugio seguro. Debo obedecer a mi rey en esto. Tienes mi palabra de que no se les hará ningún daño.

-Los Swan os toman la palabra, señoría.

Edward despidió a Billy con una inclinación de cabeza. Isabella había oído suficiente. Nada de lo que había dicho el Caballero Demonio era verdad. El rey inglés quería castigar a los Swan por sus creencias y había enviado al Caballero Demonio para cumplir con aquella tarea.

-¡Mientes! -arremetió Isabella-. El Caballero Demonio no es conocido por su misericordia. Enviar a madre y a Renesmee a un convento es... es inhumano.

-No sufrirán -insistió Edward.

Isabella estiró la espina dorsal. Sólo podía depender de su propia inteligencia. Enfrentarse a lord Edward resultaba una perspectiva aterradora, y al mismo tiempo, extrañamente estimulante.

-¿Y ahora qué, mi señor? ¿Vas a levantar a mi madre y a mi hermana de sus lechos de enfermas para enviarlas lejos?

El gesto sombrío de Edward provocó un escalofrío en la espalda de Isabella. El nuevo señor de Cullen no parecía tener mucha paciencia. ¿Hasta dónde podría presionar a aquel hombre cruel y duro antes de que se revolviera contra ella?, se preguntó.

-Tomaré mi decisión tras haber visto a tu madre y a tu hermana, señora. Conozco de cerca la enfermedad, y se cómo distinguir una dolencia mortal de una imaginaria. Tú primero, señora. Hablaré con tu madre ahora.

-¡No! No logrará sobrevivir a la conmoción.

-Sígueme a mí, mi señor. Yo te llevaré hasta lady Esme.

-¡Nana! ¿Cómo te atreves? -exclamó Isabella.

Edward bajó la vista para mirar a la vieja bruja que pasó por delante de Isabella.

-¿Quién eres tú?

-Nana es mi aya -explicó Isabella-. Vive en el castillo y atiende las heridas y las enfermedades de nuestra gente.

Edward observó de arriba abajo con detenimiento a la diminuta anciana mientras la inteligente mirada azul de Nana hacía lo mismo con él.

-Muy bien, Nana. Llévame con lady Esme.

-¡Nana! ¡No! ¿Es que no ves que quiere hacernos daño?

-No, muchacha, el señor oscuro no le hará daño a tu madre. ¿Acaso no te dije que no habría boda? Tal vez la próxima vez me prestes atención. El inglés decidirá en justicia cuando haya visto por sí mismo lo enfermas que están tu madre y tu hermana. Sígueme, señoría.

Isabella se encogió cuando Edward la agarró del brazo y tiró de ella.

-Al menos alguien demuestra un poco de sentido común -murmuró.

Subieron por una escalera de caracol de piedra hasta llegar a la sala de las mujeres. Nana se detuvo frente a una puerta cerrada y luego le lanzó a Edward una mirada penetrante.

-Isabella debería preparar a su madre antes de que tú entres.

Edward vaciló un instante y luego asintió.

-Lady Isabella puede pasar unos instantes a solas con su madre. Isabella se libró de las garras de Edward, abrió la puerta y se deslizó en el interior de la habitación.

 

Lady Esme Swan estaba recatadamente apoyada en la cama sobre varias almohadas. Dos puntos rojos bajo los pómulos le aliviaban la palidez, así como el brillo de sus ojos verdes. Alzó una frágil mano en gesto de saludo.

-Isabella, mi amor, qué buen aspecto tienes. ¿Dónde está tu esposo? ¿Han comenzado las celebraciones? Ah, cómo me gustaría asistir a la fiesta.

Isabella tomó la frágil mano de su madre en la suya y se arrodilló al lado de la cama.

-¿Cómo te encuentras, mamá?

Esme escudriñó el expresivo rostro de su hija. -Algo ocurre, ¿de qué se trata?

-Oh, mamá, han sucedido tantas cosas desde que vine a verte esta mañana a primera hora... temo que las noticias te entristezcan.

Los perceptivos ojos verdes de Esme no se apartaron del rostro de Isabella.

-No estoy tan enferma como tú crees, Isabella. De hecho, me encuentro más fuerte cada día. Dime qué ocurre para que pueda ayudarte.

Isabella temía que su madre se mostrara demasiado optimista respecto a su estado de salud. Esme llevaba años aquejada de una leve enfermedad que parecía estar minando sus fuerzas. Nana decía que Esme había perdido las ganas de vivir, e Isabella temía que fuera cierto.

-¿Ha hecho Jacob Black algo que te haya molestado? Le dije a tu padre que no me gustaba ese hombre. No es bueno para ti. El matrimonio no se ha consumado todavía, así que pediremos la anulación.

-Oh, mamá -dijo Isabella tragándose el nudo que sentía en la garganta-, ojalá fuera tan sencillo. No se ha celebrado ninguna boda. Un lord inglés llegó esta mañana con un pequeño ejército. Cullen tiene un nuevo señor. Hemos perdido nuestro hogar.

-¿Por qué ahora? -preguntó Esme con voz temblorosa. -Han pasado cinco años. Confiaba en que los ingleses nos hubieran olvidado.

-Esos bastardos tienen mucha memoria. Nos dejaron en paz porque nuestros dominios no poseen mucho valor para Inglaterra. Pero eso cambió en cuanto supieron que yo iba a casarme con Jacob Black. Los ingleses temen que la unión de los Black y los Swan acabe con la paz de las Tierras Altas.

-Es culpa de Jacob Black -aseguró Esme con amargura. -Lleva conspirando desde Culloden. Los ingleses tienen razón al temer las consecuencias que acarrearía el hecho de que Jacob Black reclutara para su causa un gran número de habitantes de las Tierras Altas, incluidos los miembros de nuestro clan. No disculpo lo que los ingleses nos hicieron, pero tampoco quiero más derramamiento de sangre. Estoy harta de guerra.

Esme se retorció las manos.

-¿Qué vamos a hacer? Renesmee no está bien como para viajar. Sus pobres pulmones todavía están débiles.

-¿El señor inglés pretende sacarnos de nuestra casa?

-El señor inglés hará lo que sea necesario para preservar la paz -aseguró Edward desde el umbral de la puerta.

 

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AAAAAAAAA AQUI ESTAMOS OTRA VEZ, INICIANDO UNA NUEVA AVENTURA, QUE EMOCION, JAJJAA LAS COSAS NO SE VEN FACIL PARA EDWARD, POBREEEEE HASTA PENA ME DA, :( ESTA ISABELLA NO ES NADA DOCIL, NI FACIL, NI MUCHO MENOS MIEDOSA, LE SACARA CANAS VERDER AL CABALLERO DEMONIO.

 

GRACIAS GUAPAS POR ESTAR COMIGO EN ESTA AVENTURA, BESITOS.

Capítulo 2: UNO Capítulo 4: TRES

 
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