A la mañana siguiente, Isabella se levantó temprano y se quedó quieta para no molestar a Edward , pensando en todas las semanas que habían transcurrido, en la ansiedad tanto emocional como mental.
Ahora todo había terminado.
Isabella no sabía si alegrarse o ponerse a llorar. Era libre para volver a su vida, ya no tenía que seguir bajo la protección de Edward, podía volver a su casa.
Entonces, ¿por qué dudaba? Porque se quería quedar, quería comprometerse. Todo o nada. ¿Iba a ser capaz de arriesgarse? ¿Se iba a atrever?
No…
Esperaría a que Edward se fuera a trabajar y, a continuación, haría las maletas.
La noche anterior había sido muy especial. Todas las veces que habían hecho el amor habían sido especiales, pero lo de anoche había sido un banquete para los sentidos, una relación primitiva e imposiblemente erótica.
El desayuno sería la última comida que compartirían. Luego, se despediría de él con un beso como si no pasara nada. Podía hacerlo, ¿verdad? Tampoco podía ser tan difícil.
¿Cómo que no? Fue lo más difícil que Isabella había hecho en su vida. Mientras veía cómo Edward iba hacia la puerta, sentía que el corazón se le partía.
«No pienses, no llores, sube las escaleras, recoge tus cosas y vete. Deprisa», se dijo.
Isabella estaba terminando de hacer la bolsa cuando tuvo la sensación de que alguien la observaba.
—¿Qué haces?
—¿Edward ?
Isabella se giró y comprobó que, efectivamente, era él.
—Creía que te habías ido.
—Eso no contesta a mi pregunta —respondió el mientras ella seguía haciendo la maleta.
—Vuelvo a mi casa —contestó Isabella
—No, de eso nada.
—Ya no hay razón para que siga aquí.
—¿Cómo que no? ¿Y lo que hemos compartido? ¿Qué es?
—Sexo.
—¿Sólo sexo? —se indignó Edward.
—He dejado el anillo en el cajón de arriba de la mesilla.
—Quédate.
—No puedo.
—¿No puedes o no quieres?
—Ha sido maravilloso mientras ha durado —contestó ella.
—Maldita sea, te pedí que te casaras conmigo.
—Lo que me propusiste fue un matrimonio de conveniencia —le recordó Isabela.
—Te puedo ofrecer todo lo que quieras.
«Excepto lo que de verdad necesito, tu amor», pensó Isabela.
—Te agradezco mucho todo lo que has hecho por mí —le dijo sinceramente.
—¿De verdad crees que te voy a dejar marchar?
—No me lo puedes impedir.
—¿Qué quieres para quedarte? Dime cuál es tu precio.
—No hay ningún precio —contestó Isabella.
Sólo dos palabras.
Isabella metió la última prenda en la maleta y la cerró.
—Isabella.
—Seguro que nos veremos en alguna fiesta.
Edward se quedó mirándola intensamente durante unos segundos.
A continuación, agarró las maletas y comenzó a bajar las escaleras.
Juntos, avanzaron hacia el garaje en silencio. Una vez allí, Isabella desactivó el sistema de alarma de su coche y abrió el maletero para que Edward metiera las maletas.
Había llegado el momento que tanto había temido.
—¿De verdad es esto lo que quieres? —le preguntó Edward.
ella asintió, pues no quería hablar, abrió la puerta y se colocó al volante. A continuación encendió el motor, metió primera y se fue.
Ya lloraría cuando estuviera sola.
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